domingo, mayo 31, 2009

Hemos matado a un hombre

Hemos matado a un hombre.
Podemos hartarnos de decir lo contrario; podemos llenarnos la boca de coartadas y rictus de dolor; podemos entumecernos los ojos de llantos afligidos y amoratarnos el pecho de contrictos golpes de incomprensión.
Pero hemos matado a un hombre. Y eso nadie puede cambiarlo.
Le hemos matado porque hemos dejado que aquellos que trafican con un voto o un sufragio, nos activen el miedo, nos inflamen la rabia, nos vendan la venganza como justicia y la intolerancia como defensa.
Le hemos asesinado porque hemos querido creer que el dolor justifica el talión, porque hemos querido escuchar a aquellos que susurran que la justicia ciega no es la buena justicia. Porque hemos mirado al faro que encendieron aquellos que venden la miseria como único enemigo.
Hemos matado a un hombre aún sin haber tocado un pelo de su cuerpo. Le hemos matado en cada comentario de bares y tabernas, en cada gesto adusto, en cada cambio de acera al divisar "una pinta muy rara".
Le hemos conducido al ataud en alas de nuestros propios miedos, de nuestras frustraciones, de nuestras incohencias, de nuestros oídos sordos a los pocos que aún tienen suficiente garganta para seguir clamando en el desierto absurdo de nuestro temor, nuestra frustración y nuestra continua búsqueda de un enemigo a mano, a quien echarle la culpa de aquello de lo que nadie que esté a mano tiene culpa alguna.
Hemos matado a un hombre porque hemos escuchado a los que buscan votos tremolando los crímenes, a los que se hacen fotos pidiendo más condenas, a los que reparten abrazos y apretones de manos hablando de justicia ciudadana y derecho a la autodefensa.
Le hemos matado todos y un poco cada uno. Le han matado los que le han desesperado, los que le han perseguido, los que le han pateado, los que le ha lapidado y los que le hemos ignorado, le hemos repelido y le hemos leído en los periódicos como el último número de una estádistica de la que no eramos culpables pero si confidentes.
Podemos sentirnos inocentes e incluso sentirnos consternados. Podemos creer que nosotros no somos los culpables de que un pueblo de málaga se levante en su odio para matar a alguien.
Pero, aún así, aunque eso sea cierto, hemos matado a un hombre. Y eso, no hay nada que lo cambie.
Hoy somos los cebedeos que, con la piedra alzada, esperan arrojarla al rostro del delito, de aquel que nos asusta, de aquel que viene a quitarnos lo que ya hemos perdido.
Un ladrón, un parado, un padre de familia, un vagamundo, un hombre. La diana perfecta de ese miedo infinito que es mas fuerte que nada cuando todo se tuerce, cuando el futuro se oscurece, cuando el mundo nos odia.
Da gual que fuera en Malaga y que encuentren a dos magribíes a quien echar la culpa, da igual cual fuera su apellido y que hubiera intentado un robo o un delito. Da igual que aún no lo sepamos, no podamos sentirlo y apenas nos importe.
Hemos matado a un hombre. Nadie puede negarlo.

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