miércoles, julio 29, 2009

ETA cambia en Burgos la rúbrica del miedo

Cuando aún se destilan las esencias de la última exlosion, cuando aún la cuentan los reporteros, la analizan los columnistas y la investigan los mismos que pudieron ser muertos por ella; cuando aun no se han apagado los ecos del último mensaje mafioso que pretende hacer hacerse oír cuando no hay nadie que quiera escuchrale, el mundo se pone a cambiar ante nuestros ojos, como una mutación global que nos llevara allá donde parecía imposible que se podía llegar.
Parece que el atentado de Burgos fuera más de lo mismo. Otro intento de cubrir con sangre la falta de ideas, de recursos, Otra forma de tapar con ruido la ausencia de intenciones, de esconder con gritos y explosivos sus deseos de medrar en el enfrentamiento y obtener rendimientos mafiosos del miedo de los otros.
Pero no es. No es lo mismo. Nunca será lo mismo. Ya no.
Intentar una matanza en una casa cuartel de Burgos parece que es uno de esos movimientos clásicos de ETA. Tristemente clásicos. Pero lo de Burgos, el fracaso de Burgos, es un síntoma de algo nuevo, es uno elemento distinto en una dinámica que cambia el mundo y cambia las reglas de un juego que nunca lo fue, de una guerra que nunca debío emprenderse y que debió detenerse mucho antes.
Pese a los cuarenta y seis heridos, pese a los inmensos daños materiales, pese a la aparente esencia idéntica a lo que los los mafiosos furiosos han hecho siempre, a lo que están acostumbrados y lo que han destinado sus vidas y nuestras muertes, el atentado es distinto.
Todo atentado es una cosa, todo acto bárbaro y violento es miedo, es terror en estado puro y duro. Es un reflejo y un atisbo de la fuerza que el pánico y el miedo tiene sobre las mentes de aquellos que no pueden dejar que, como en la novela clásica, el miedo pase por encima de ellos, por debajo de ellos y a través de ellos.
Toda bomba, todo tiro en la nuca, todo estallido aleatorio, todo asesinato programado lleva la misma firma. Lleva la firma del terror. Pero por fín, aunque cueste creerlo, la rúbrica ha cambiado.
La mano que sujeta la pluma temblorosa que rubricá la firma del terror ya no es vasca, ya no es española, ya no es nacionalista, ya no es españolista y ni siquiera es abertzale. La mano que sujeta el terror, el miedo, el pánico del atentado de Burgos es una mano oscura y sin cerebro. Es la mano de ETA.
ETA ya no mata porque quiera dar miedo. Los mafiosos del norte matan porque ahora están muertos de miedo.
Si fuera sucio, violento y vengativo como ellos me alegraría. ¡Que coño!, aunque no soy sucio, violento ni vengativo como ellos, me alegro.
Los mafiosos furiosos están aterrados. Asustados porque ya no pueden chantajear con el nacionalismo a un Gobierno de Euskadi obligado por poder y el voto a nadar entre dos aguas; paralizados por el pánico que les provoca que el entorno abertzale vote a los independentistas pacíficos y no participe en sus máscaradas de votos nulos; estremecidos de que, hasta sus propios voceros, predicadores de plaza de pueblo y pregoneros afónicos de la lucha armada, hablen contra ellos; aterrorizados de que aquellos que están entre rejas, por la sangre de sus manos y por su odio, les escupan a la cara su locura y su estupidez en la persistencia de utilizar la muerte como moneda de cambio política.
El miedo de ETA la comprime, la hace pequeña, la reduce. La vuelve tan pequeña como siempre lo fueron sus argumentos, sus pretensiones, sus intentos de imponer aquello en lo que ni siquiera creen para poder seguir viviendo y medrando con ello.
El pánico muda a los mafiosos de gatillo fácil y bomba presta en jóvenes inútiles, incapaces de hacer nada a derechas, en torpes aprendices, que miran modrosos por detrás de su hombro una y otra vez, temerosos de contemplar, ya no a la Guardia Civil o la Polícia Nacional, sino a cualquier vecino, cualquier transeunte, cualquier vasco. Lo que ocurre en el norte, lo que está ocurriendo, les ha enseñado que ya no están seguros, que ya no pueden saber quien está junto a ellos. Que una ikurriña ya no es una patente de corso para hacer cualquier cosa en su tierra.
El miedo, su miedo, les ha forzado a llevar hasta Burgos su mensaje absurdo, su diálogo de sordos. El terror que destilan los que mandan en ETA les ha hecho huir de Euskadi.
Ya no es el miedo a la detención, a la acción policial, a la pérdida de efectivos y materiales. Ya no es ese pavor con el que convive siempre todo el que huye, todo el que ha hecho del crimen su forma de vida. Es el pánico infinito a perder lo que tienen, a darse un cuenta un día de que no hay poder en sus bombas y no hay mando en sus armas. es el miedo a estar sólo.
Por primera vez, pese al atentado, pese a una casi matanza, pese apoder hacerlo y a tener la intención, no ha logrado el objetivo de matar para el miedo. Su terror se lo impide.
Por primera vez ese espanto que ha sacudido cada acción, cada intento, cada eslabón baldio de la cadena de miedos y de odios que ha querido colocar ETA sobre su tierra y los que viven en ella, ha cambiado de bando, ha atacado a aquellos que le buscan, que intentaron convertile en el dios que rigiera los destinos de Euskadi.
Y nos alegra, aunque no seamos como ellos, nos alegra. En estas latitudes infernales tenemos dos cosas claras: todo acaba y...
Nada es más fuerte que el miedo. Ni siquiera lo es ETA.

miércoles, julio 15, 2009

La muerte larga de José Couso

lunes, julio 13, 2009

El Occidente Incólume (11)

Después de mucho tiempo -habeís sido afortunados- vuelve el occidente Incólume con un forma más de las que adoptan nuestras dinámicas elusivas.
4.- El mercado vital de las opciones infinitas o el Vientre del Arquitecto.
Como creadores de nuestros propios ritmos y buscadores de unos finales que han cambiado la predestinación por la predeterminación inconsciente surgida de nuestros propios universos unipersonales e irreales, necesitamos presentarnos ante el mundo en condiciones de extraer de él lo que necesitamos y sólo lo que necesitamos.
En ese aspecto hemos heredado las posiciones ideológicas del romanticismo más exacerbado y, como en otras muchas cosas, las hemos girado hasta que hemos conseguido saltar las roscas y hacerlas absolutamente inútiles.
Byron, Shilley, Burton o Bequer elegían del mundo lo que querían ver, lo pasaban por el tamiz de su propia visión y luego elegían vivir según los criterios que habían elegidos, ya fueran el absenta, la creación, el compromiso político, la aventura o el amor romántico en la más carnal acepción de la palabra.
De este modo la sífilis, la locura, la tuberculosis, la soledad, una bala en el vientre en un castillo griego o un corte de cimitarra en el rostro eran el producto final no rechazable del mundo en el que habían elegido vivir, de la elección hecha en un mundo en el que las opciones se transformaban en elecciones y se resultaba consecuente con ellas en la vida e incluso en “las bonitas muertes” que ansiaban y buscaban.
Pero nosotros, este occidente incólume, que pretende salvarse y abstraerse de toda responsabilidad, ha llevado esa elección de los parámetros del mundo a algo irrelevante, secundario, transferible y sobre todo derogable.
Acostumbrados como estamos a presentarnos de perfil ante la posibilidad de una responsabilidad, de una decisión irrevocable e ineludible, hemos acuñado el concepto de opción como sustitutivo de la elección. Hemos cambiado la ineludible voluntad de una elección por la tentativa constante y perecedera de la opción.
Somos, como él incapaces de ver más allá de ninguna elección, porque somos incapaces de responsabilizarnos de ninguna de ella y eso origina una serie de comportamientos que nos mantienen en esas dinámicas de elusiones continuas de nuestra responsabilidad con respecto a nuestras propias elecciones y por tanto con respecto a nuestra propia vida.
a) Arquitectura vitalicia o el Coleccionista de Opciones
En esta dinámica de mutar la elección por la opción podría decirse que la referencia de ficción más expresiva es la metáfora que se construye alrededor del personaje llamado El Arquitecto de la saga cinematográfica de los hermanos Warchosky. Hemos pretendido convertirnos en ese personaje que, con su bolígrafo va viendo pasar ante su vista todas las opciones posibles y selecciona las que considera más adecuadas para cada momento y estadio de su mundo cerrado y personal.
Pero no lo hacemos como un arquitecto al uso, que una vez revisado y aprobado el proyecto se compromete con él y lo intenta llevar a sus últimas consecuencias. Pretendemos hacerlo como ese viejo arquitecto de Matrix que cuando algo no marcha intenta reiniciar una y otra vez el sistema para optar por otra opción a ver si la casualidad o la suerte hacen que esta vez no se desequilibre.
Hoy, todos estamos llamados a ser arquitectos de nuestras vidas. Lo cual, una vez más, es la perversión de un concepto que fijó desde El Renacimiento y la caída de la servidumbre que prentendía que todo ser humano pudiera hacer sus elecciones vitales más allá de su rango o condicióm, y que nosotros hemos querido entender e intentado transformar en el hecho de mantener siempre todas las posibilidades de elección, todas las opciones, abiertas a cualquier precio para poder volver a ellas cuando las necesitamos.
Nos consideramos El Arquitecto de nuestras vidas y nos comportamos como el hierático hasta el extremo de la repelencia personaje. Hemos construido su sistema, un sistema impoluto, blanco y constante, que se mueve según los ritmos de una rutina secreta y apenas perceptible, de una programación sin fallo. Un sistema estable. Estable como una máquina. Estable como la muerte.
Nos sentamos en el centro de su sala de control y con nuestro mando a distancia -sea un bolígrafo óptico o no- nos dedicamos a pasar por cada una de esas rutinas, de esos ritmos inocuos, de esos mecanismos de defensa y corrección. Nos dedicamos a tratar de ajustarlas a nuestras necesidades, a mantenerlas en los parámetros que el sistema les necesita.
Cuando tomamos el camino que nos muestra una de esas pantallas, cuando nos concentramos en una de esas opciones, nos ponemos a ello dejando todo el resto de las posibilidades en la zona periférica de nuestra atención. Nos sometemos a nuestras propias exigencias pensando que así vivimos en nuestro sistema.
Como El Arquitecto de Matrix creemos que estamos sometiendo la vida a nuestros parámetros cuando resulta ser que es el parámetro el que nos somete la vida.
Nos encerramos en nuestra estancia cerrada con una llave que nadie - ni el Hacedor de Llaves- posee y que nosotros mismos hemos olvidado en que lugar hemos escondido y esperamos que no llegue la siguiente anomalía sistémica. El cíclico recuerdo de que el sistema no es perfecto.
b) La anomalía sistémica.
Incluso en esa pertinaz obcecación sabemos, que la anomalía sistémica llegará, porque en realidad no hemos creado el sistema, ni siquiera lo hemos elegido. Nos hemos limitado a optar por el. No nos hemos comprometido con él. No hemos hecho una elección. Nos hemos limitado a explorar una opción evitando todo aquello de esa opción que no nos convenía, que no se adecuaba a nuestras necesidades. Creyendo que si sale mal siempre podremos, siempre tenemos el derecho de dar marcha atrás y elegir otra.
El Oráculo -glorioso personaje vital de Matrix- dice de Su Arquitecto: ¿El Arquitecto? Nosotros no podemos ver más allá de nuestras elecciones, pero ¡Por Dios! ¡Ese hombre no puede ver más allá de ninguna elección!
Lo que no dice El Oráculo es que El Arquitecto no puede ver más allá de ninguna elección porque no ha hecho ninguna elección. Su sistema no le deja.
Sabemos que el sistema hará crisis porque no puede mantenerse con la sola fuerza de nuestro voluntarismo y sin que aceptemos responsabilidad o esfuerzo ninguno sobre él. Y cuando la anomalía sistémica nos ataca, cuando dejamos de percibir la bondad del sistema vital que hemos construido porque deja de responder a las necesidades individuales para las que lo diseñamos reaccionamos de la única manera que nuestras dinámicas personales y ilusorias nos permiten.
No intentamos apuntalarlo, no intentamos modificar nuestra posición en él, no intentamos defenderlo o arreglarlo. Simplemente renunciamos a él.
Recurrimos de nuevo al falso concepto de libertad en el que nos hemos movido desde que consideramos que el la irresponsabilidad adulta era un derecho inalienable del ser humano, desde que establecimos los sistemas de rotación de nuestros universos unipersonales.
Como no puede ser de otra manera percibimos que la anomalía que desequilibra nuestro sistema –el Neo, de la película- proviene del exterior, es un ataque de algo que está fuera de nosotros, algo que nos amenaza, algo que nos perturba y que no tiene derecho a atacarnos. Nos negamos a ver que la anomalía sistémica somos nosotros mismos.
Porque esas opciones que hemos explorado, que hemos preferido, han sido el resultado de eliminar, como en otros muchos aspectos y facetas, a los otros de la ecuación de nuestras vidas.
A algunos os sonará parte de esto, pero ya he dicho que El Occidente Incolume, como sistematización, incluirá partes de otros post.

Al Shabaad escribe otro epitafio de Somalia

La lógica formal de la actualidad impondría que hoy se hablara de China y sus problemas consigo misma y su población musulmana. O de esa nuestra financiación autonómica que coloca y recoloca los dineros públicos de manera que a nadie le gusta pero que todos termian aceptando. O incluso de las muertes -ya omitidas por obvias- en Pakistán, Irán y Afganistán en alas de la locura religiosa.
Pero como normalmente los demonios nos negamos a aplicar la lógica -la logíca de la normalidad, se entiende- y el formalismo es algo es algo que, en mi caso, ralla en lo desconocido, hablaré de Mogadiscio.
Mogadiscio es una de esas ciudades que hacen necesario tirar de google para saber de qué país son capitales. Y, cuando se descubre que lo es de Somalia, hay que repetir la operación para encontrar el país. Algunos -los menos, afortunadamente- tienen que realizar una tercera búsqueda para localizar África. Pero eso ya es culpa de nuestro sistema educativo. No tiene nada que ver con la política internacional.
Pues bien, Mogadiscio se muere. Mogadiscio, capital de Somalia, se muere porque su país se muere y su país se muere porque su continente lleva 300 años agonizando.
Dicho así, parecería que esta cascada de mortandad es algo tan enquistado y antiguo que no merece la pena ser reseñada. Y quizás sea cierto. Mogadiscio no va dejar de morir porque hablemos de ello, aunque toda muerte merece un epitafio.
Pero lo que es endémico, lo que está tan enquistado en África, en Somalia y en Mogadiscio como la muerte y la paranoía, es el silencio.
Hace dos años, Etiopía invadio Somalia y o no nos enteramos o no lo recordamos; hace un año, las milicias yihadistas de Al Shabaad reconquistaron parte del territorio y el gobierno -si es que a los que mandan en Somalia se les puede llamar así- firmó un acuerdo con Etiopía para su retirada del resto del país. De eso ni nos acordamos.
Dos meses atrás, las milicias entraron en Mogadiscio y sometieron la ciudad a los tribunales islámicos y a la masacre étnica. De eso no podemos acordarnos porque nunca lo quisimos saber.
Hoy se está escribiendo un nuevo capítulo en esa guerra interminable en la que no puede haber vencedor y en la que habrá millones de derrotados y tampoco nos enteramos de ello.
No podriamos imaginarnos que Pakistán invadiera Afganistan y no enterarnos. No podríamos concebir que las milicias insurgentes mantuvieran bajo control y progromo las calles de Bagdad, Kabul o Islamabah y no nos enterarmos, no entraría en nuestras cabezas que la China de Han entrara en guerra social y civil con los musulmanes de Xinjiang y no se virtieran rios de tinta sobre ello. Pero de lo que ocurre en Mogadiscio nos parece normal no enterarnos.
El yihadismo campa por sus respetos a golpe de ejecución y Sharia y no nos preocupa -como se supone que está de moda que lo haga-; tres millones de personas son desplazados de sus casas, sus tierras y sus aguas y no nos interesa -para eso esta Acnur, cuando está-; un país es invadido y recupera malamente parte de su soberanía y no despierta en nosotros el impulso de avidos consumidores de actualidad.
Y la pregunta es ¿por qué?
La respuesta es tan sencilla como lo es todo en la mente de la sociedad occidental. No nos interesa porque no nos afecta y no nos afecta porque no tienen nada que pueda interesarnos.
Bagdad es el petróleo, Kabul es el opio, Islamabad es el gas y el control del opio de Kabul, China es el mercado más grande del mundo y así podríamos ir refiriendo uno tras otro todos los países y las situaciones que acaparan nuestra atención internacional
Pero Somalia y Mogadiscio no son nada. Ya no lo eran en el reparto colonial de hace dos siglos. Le cayeron en el reparto a Italia, con eso está dicho todo. Y con el canal de Suez dejaron de ser lo poco que eran.
Así las cosas, que la asole el yihadismo, que la masacren los paredones y los juicios islámicos de Al Shabaad, que la invadan las tropas de Etiopía o que Acnur declare que dos millones de sus habitantes van a morir de hambre porque no tiene recursos para alimentarlos no nos llega porque, aunque no ocurriera todo eso, aunque fuera el país más próspero de África, aunque el Cuerno de Oro -para muchos, otra búsqueda en Google- lo fuera literalmente no podríamos sacar nada de él.
A Occidente y a los occidentales no les preocupa el yihadismo, ni la represión, ni la soberanía nacional, ni el sufrimiento de las familias desplazadas, ni la corrupción, ni el esclavismo. A Occidente le preocupa todo eso cuando ocurre en países en los que no resulta conveniente que ocurra. Y, por desgracia para ellas, Somalia y Mogadiscio no están en esa lista.
No quieran los hados del destino geopolítico que mañana aparezcan petróleo, semiconductores o cualquier otra materia necesaria para el mundo libre en Somalia. Entonces las cosas cambiarán. Mogadiscio seguirá muriendo pero lo hará en primera plana.
Como Mogadiscio muere y va a seguir haciéndolo porque a nadie le importa que lo haga, cuando se lea en la pagina doce de la sección de internacional de cualquier periódico algo como esto...
"Un mínimo de 40 milicianos y tres soldados han perdido la vida en el norte de Mogadiscio el domingo. El combate enfrentó al grupo insurgente Al Shabaad, según fuentes gubernamentales del país situado en el Cuerno de Africa, con el Ejercito y las fuerzas para la paz de la Unión Africana(UA). Además hay 16 heridos, según fuentes médicas. La UA intervino por la cercanía del ataque insurgente al palacio presidencial".
...sabremos que no es una noticia. Es un epitafío por Somalia y Mogadiscio.

viernes, julio 10, 2009

Víctor Hugo en la mesa del diálogo social

Hoy vamos de lo nuestro. Porque, aunque parezca imposible, aunque las financiaciones autonómicas, las cifras del paro y las bombas de los mafiosos furiosos puedan hacer parecer que poco nos queda, algo nos queda de lo nuestro.
Y eso poco que nos queda, que nos es más que un atisbo estadístico lejano en las oficinas de los gurús económicos del orbe, es lo que se está arriesgando, lo que nos jugamos, con el llamado diálogo social que, como sigan las cosas así, no va a ser ni diálogo ni social.
Dicen los que saben de historia, que no son precisamente los que la hacen -que ella se hace a si misma solita- que la historia es cíclica. Y puede que tengan razón, de hecho la tienen. Pero lo que no se puede hacer es forzar esa vuelta, ese boomerang, para conseguir los objetivos de algunos. Y eso es en lo que están los empresarios de este país en el diálogo social.
Se sacan de la manga algo llamado contrato del siglo XXI y dicen que eso solucionará la crisis, que eso nos sacará del pozo en el que esperan y desesperan cuatro millones de españoles, que nos devolverá a los años en los que "España iba bien".
Y el contrato del siglo XXI nos dejará sin indemnización por despido los dos primeros años, nos la reducirá a 15 días los dos años siguientes y luego, ya se verá. Resulta obvio que han debido leer a algún inclito historiador de la teoría de ciclos y han decidido que el siglo XXI debe ser como el siglo XVIII.
Por activa y por pasiva quieren abaratar el despido hasta reducir su coste a cero, quieren convertirnos en remedos modernos de esos personajes costumbristas franceses que se lo jugaban todo en un error, en un mal dia de recolecta o en una subida a destiempo de la mina.
Porque abaratar el despido ayuda a las empresas, les permite mantenerse activas y generar beneficios. Ese es el misterio intrínsico por el que claman los prebostes del Banco Central Europero, los gobernadores del Banco de España y por supuesto los empresarios. Mas que nadie los empresarios.
La idea de nuestros empresarios es fáctible -machacar al de abajo siempre es fáctible- y mucho más si además les reducen en cinco puntos las cotizaciones al desempleo y a la Seguridad Social. O sea que te quedas sin seguridad ninguna en el trabajo, sin seguridad en el desempleo y con menos cobertura social y sanitaria. Ya sólo nos hacen falta unas cuantas gorras parisinas, unas banderas al viento y unas cuantas voces bien timbradas para trasladarnos de golpe a algo que que, hasta ahora, no era otra cosa que una famosa novela costumbrista y un, lamentablemente más famoso, musical de Broadway. Nos lleva de nuevo a Los Miserables de Victor Hugo.
No se equivocan. Esa contratación será del siglo XXI porque mantendrá sus niveles de beneficio en este siglo, aunque revierta la cobertura y los derechos de aquellos que les otorgan esos beneficios cuatro siglos atrás.
Pero eso no importa porque los beneficios se mantendrán. Abaratar el despido no dará trabajo a los cuatro millones de parados, pero eso no importa: los beneficios se mantendrán; no dará liquidez a las seiscientas mil familias en quiebra, pero mantendrá los beneficios; no permitirá afrontar las hipotecas al millón de familias que no pueden hacerlo, pero mantendrá los beneficios.
Y luego ellos dan su palabra de honor de caballeros de reinvertir esos beneficios que se mantienen a costa de la deseperanza y la falta de recursos de otros en generar empleo, que a su vez aumentará el consumo y devolverá el sistema al maravilloso punto de partida en el que se encontraba cuando "España iba bien".
Dan ganas de remedar el chiste de catalán ilustre y levantar la cabeza hacia el cielo para decir bajito "Vale, nano, pero ¿hay alguien más?"
Pero lo que queda de lo nuestro, la España que completaba ese lema aznariano con la pregunta al viento de "¿a costa de quién?" no les cree.
No les cree porque ve como siguen repartiendo dividendos de 500 millones de Euros entre seis familias incluso cuando bajan los beneficios; no les cree porque observa como siguen firmando contratos blindados a sus ejecutivos, como siguen escapando con las gratificaciones por objetivos cuando no han cumplido objetivo alguno, como siguen gastando el dinero en dádivas a los políticos en lugar de en pagas justas y dignas a los votantes.
No les cree porque sigue viendo expedientes de regulación de empleo presentados a la vez que se mantienen en nómina los sueldos más altos, a la vez que se anuncian beneficios millonarios, a la vez que se anticipan inversiones estratósfericas en negocios que aún no están siquiera en pañales.
Puede que no les crea porque ya no visten de puñetas, levita y corbata de lazo, como sus añorados e ínclitos antepasados de la textil catalana o la peletera valenciana. Puede que no les crea porque ya no llevan ni sombreros de copa, ni bastones de cedro, ni cintas, ni lazos. Aunque sigan manteniendo la jactancia, que diría Cyrano.
O puede que no les crea porque ya está harta de ver como esos empresarios creen tener derecho de pernada sobre sus agendas y sus tiempos, exigiendo disponibilidades, flexibilidades horarias y jornadas maratonianas por el mismo ínfimo precio que se supone que valen ocho horas de trabajo.
Puede que la España del "¿a costa de quién?" -o sea todos nosotros- no les crea porque está cansada de verse aferrada con uñas y dientes a trabajos indeseables por miedo a no tener otro mejor; de verse empotrada en oficios que no les llenan por salarios que no les satisfacen porque los empresarios, esos empresarios que han jurado devolvernos lo que ahora se quedan para ellos, no han cumplido nunca su palabra y han transformado esos beneficios en yates y mansiones en lugar de en nuevos puestos de trabajo.
O puede que no les crea porque ha leído a Victor Hugo.
En cualquier caso. Aun queda una pregunta por contestar:
¿Como será el contrato del siglo XXII? ¿contratos por un día?, ¿trabajos a destajo?, ¿vacaciones sin pagar?. ¡Uy, lo siento, me he equivocado!. Eso ya lo tenemos.

Rosa Díez, los trajes de Camps y el pequeño gobierno -o cuando el tamaño sí importa-

Mientras los líderes del G8 intentan refundar el mundo para conseguir que todo siga igual -con sus países al mando y el resto del universo conocido pudriéndose-; mientras los universitarios iraníes, los mismos que trajeron a los ayatolahs, quieren quitarlos dos generaciones después y sangran y mueren por ello; mientras los sueños mesiánicos y las realidades golpistas de Honduras chocan en Costa Rica sin llevar al país a otro sitio que aquel en el que siempre ha estado: la miseria, España, su política y sus políticos se vuelven pequeños, se hacen casi ínfimos por la mezquindad de sus errores y la intrascendencia de sus disputas.
Sera el verano, será el IPC negativo que hace que todo descienda. Será lo que sea pero la política española se ha hecho raquítica.
Francisco Camps ve tambalearse su falsa sonrisa por un quitame allá esos trajes, mientras toda la jeraquía del Partido Popular va mutando cada día pasando de las comparaciones penosas con las anchoas del Cantábrico a las dudas -más penosas todavía- sobre cual es el tipo penal en el que incurre un individuo que ostenta un cargo político y se viste de gorra a cambio de contratos millonarios.
La cuestión es tan pequeña, el beneficio tan ridículo que incluso pareciera que no puede ser delito. Pero si luego lo piensas ta das cuenta de que no. De que lo es. De que tiene que ser un delito cambiar 800.000 euros en contratos por unos trajes.
Cuando te das cuenta de lo que en realidad ha gastado Camps en los dichosos trajes -aunque el dinero no sea suyo-, te das cuenta de que tiene que ser por lo menos un delito de despilfarro. Cuando recuerdas que los trajes ni siquiera son unos Armani -como mandan los cánones- que llevarse al escualido cuerpo del presidente valenciano, te das cuenta de que el delito de estupidez debe unirse al de despilfarro.
Y si escaso, nimio, casi miserable es el asunto estrella de la politica de los grandes partidos en este verano de pequeñeces y acaloramientos baldíos, lo que le sigue no es menos microscópico.
El partido de Rosa Díez, UPyD, se escinde, se rompe por dentro, se atomiza. Se queda en lo que siempre fue. El Partido de Rosa Díez.
Más allá de lo que defienda, más allá de la personalidad de su líder -espero que ella no quiera ser lideresa, como la ínclita Espe- es un partido pequeño que se hizo más pequeño cuando quiso ser más grande.
Rosa Díez fundó su partido mirando al norte, sólo al norte. Más de la mitad de los puntos de su programa electoral hacían referencia directa o indirecta al terrorismo, a la territorialidad, al concepto de nación, a la unidad de España, a los fueros navarros y todo aquello que a Rosa, vasca y unionista ella, le interesaban.
Pero el partido, tan pequeño como esa visión de la política española se merece, se le rompe por Aragíon, por Andalucía, por castilla La Mancham, por extremadura, por los lugares en los que la territorialidad, la unión de España y el honor de las víctimas no dan votos, no son más que una referencia lejana.
Así que por mas que Savater y Boadella quieran hacer grande a UPyD, por más que los disidentes quieran hacer grande la ruptura, por más que Rosa Díez quiera hacer grande su figura política. No deja de ser un partido, una ruptura y una figura pequeña.
Y para rematar nuestra lista de pequeñeces políticas en un mundo en el que cada vez las caídas y los dolores son más grandes, está el Gobierno. Nuestro gobierno.
Contesta a las anchoas de camps, se pierde en mociones de censura en Álava, replica de nuevo lo de las anchoas, saca leyes para la Televisión, se atasca en el diálogo social, vuelva a contestar a lo de las ahchoas, da explicaciones sobre una gripe que no es tal.
Se pierde en un motón de pasos reducidos, escuálidos, pequeños que le impiden afrontar los grandes temas, las enormes zanjas sociales y económicas que los que vivimos en esta país estamos teniendo que empezar a tener que saltar o evitar todos los días.
Siempre nos ocurre lo mismo. Nos hartamos de decir que el tamaño no importa y cuando importa de verdad lo ignoramos de lleno. El gran error hispano.
Hace siglos caímos y sufrimos por intentar ser grandes cuando la solución estaba en hacerse pequeño. Hoy seguiremos caídos porque la pequeñez se nos mete en la carne política cuando es el momento de los grandes momentos.
Será el verano o será el IPC negativo. Algo tiene que ser.

domingo, julio 05, 2009

Gachas

No creáis a quien llame poesía
a esto que estáis leyendo. Eso es mentira.
La poesía es vida, forma y verso,
estrofas que se cantan por el gusto
de saber como fluye el sentimiento.
La poesía es vida. Y yo aún sigo muerto.

Si llaman poesía a lo que aquí leéis, no hagáis ni caso.
¡Os juro por mi muerte que no es eso!
Cansado, disgustado y aterido,
en el frío infinito de mis propios deseos,
repito en un papel un verbo amargo,
gritando una y mil veces ante todos
los ecos de una misma letanía.
Cansancio, soledad, gusto y disgusto,
experiencias caídas sin encontrar afectos para ellas.
La poesía es forma y yo deformo
mi triste realidad con estos versos.

Si alguno considera poesía
las líneas que ahora veis con vuestros ojos,
¡ponedle el capirote de los locos!
La poesía es verso y yo no rimo.
Yo junto las palabras con vergüenza,
arrojando los puntos y las comas
en tristes sucesiones de cabriolas
perdidas y olvidadas en el tiempo.
Disparo los retazos de escritura
como piedras en ondas de un río que no fluye.
Baldío intento, falso en el comienzo,
de transformar los sueños en recuerdo.

Yo dibujo falacias y mentiras,
yo esculpo fuego y aire sobre nada,
yo salto de aquí allá como una huída.
Al cabo, arrojo aquello que he vivido,
o he querido vivir, dentro de un cuenco
compuesto de papel y de escritura.
Lo mezclo, lo rebozo y lo sazono
con pizcas de hidromiel y de amargo ingrediente.
Pero, ¿hacer poesía?, ¿yo? ¡Eso es un cuento!
Yo hago gachas de pan con mis deseos.


sábado, julio 04, 2009

Mahinur, su velo y la lógica de La Guardia Civil

Ha sido una niña la que ha solucionado, aportando la lógica más estricta, el problema que acosaba y acusaba a los pensadores orientales y occidentales.
Tiene 26 años, pero es una niña. Lo es en estas nuestras sociedades en las que muchos y muchas -que la paridad se impone en este campo- de treinta y tantos se encadenan a la eterna adolescencia de la irresponsabilidad y muchos y muchas de cuarenta y pocos sufren aceleradas regresiones al imperio de la hormona y la espinilla - pero con exfoliante de a 40 euros, por supuesto- en cuanto se descuidan.
Pero a lo que vamos. Una niña, una jovencita ha dado con la solución, la única plausible, la única posible del pensamiento que mantenía en jaque y riesgo de escisión a oriente y occidente: el velo, el burka. Y ya es triste que ese sea un problema que ocupe pensamientos.
En otro tiempo hubiera resultado sorprendente, pero en estos días que corren ya nada nos sorprende. No porque no lo sea, sino porque nos hemos colocado voluntariamente más allá del límite de nuestra propia sorpresa.
Claro que la joven en cuestión es diputada en Bélgica, lo que ya evita que se la tilde de inocente y desconocedora de las verdades sociológicas que mueven el mundo. Y la chica es musulmana con lo de aquello de que no comprende las peculiaridades culturales y religiosas de un mundo que a la mayoría se nos acapa también está de más.
Y por si fuera poco es mujer. Y el machismo, el machismo que justifica el desprecio de toda opinión que se opone al políticamente correcto feminismo de mesa, asociación y rango, ha de omitirse por rancio e improcedente.
Así que, como a la diputada - Mahinur Ozdemir, se llama la moza- la han dejado pensar y la han dejado hablar, ha solucionado el problemita de marras que ha hecho reunirse a los Estados Generales en Francia, iniciar ofensivas a los marines en Kandahar y alimentar las amenazas de miedo y destrucción a los terroristas desde donde quiera que su miedo y su odio les mantienen escondidos.
Pero lo peor de todo es que no lo ha hecho con la lógica aplastante que suelen utilizar los jóvenes o los niños para desarmar y terminar las discusiones. Para zanjar una cuestión que nunca debió iniciarse, que nunca debío ampliarse, que nunca debió agrandarse. Ha recurrido al razonamiento más directo, al argumento más simple, a la ley del mínimo esfuerzo intelectual que aplica la Guardia Civil en nuestras carreteras, La Polícia nacional en sus comisarías y los buitres de la crisis y la miseria en los despachos franquiciados de las empresas de trabajo temporal.
"El rostro debe ir descubierto porque nos identifica"
Es tan abrumador, tan sencillo que mientras te ríes se te ponen los pelos de punta.
De un plumazo, de una frase, de una sorisa, de un juramento como diputada, ha convertido el traido y llevado velo, el tan discutido y analizado burka en lo que son. En unas gafas de sol en un control de alcoholemia, en una melena por delante de la cara en una foto de esos carnets cibernéticos que nos traen de cabeza, en unos ojos cerrados en una foto de curriculum.
Ha transformado la batalla entre el laicismo y la religión que se dirimía en Versalles y El Eliseo en algo intrascendente; la guerra que estallaba y se paraba entre el occidente imponedor y el islam recalcitrante en algo irrelevante; el cansino enfrentamiento entre el feminismo vengativo y el machismo agotador que puebla las líneas de nuestros periódicos y las pantallas de nuestros televisores en algo trivial, fútil, vano y baladí.
La sinceridad de una joven y la lógica directa de La Benemérita han cambiado el punto de vista. Han colocado al burka y al chador en el lugar que nunca debieron abandonar: el uno es algo que si no molesta, no importa y el otro es algo que se omite por molesto, no por importante.
"El rostro debe ir descubierto porque nos identifica".
Y los talibanes, que disparan y matan , que humillan y maltratan en defensa de un islam que no es suyo, no estarán de acuerdo con tan simple argumento de una mujer que, según ellos defeienden, no tiene ni siquiera derecho a la palabra.
Y las talibanas -palabro no sexista, por supuesto-, que discriminan y odian, que se vengan y humillan en nombre de una liberación y una igualdad que no las pertenecen por es algo de todos, no estarán de acuerdo con la lógica aplicada por tan machista órgano como lo suele ser -al menos para ellas- el benemérito instituto.
Pero ninguno de ellos ni de ellas importan. No son factores para la evolución de la civilización. Si alguna vez lo fueron, perdieron esa función y ese derecho.
Una mujer belga y musulmana y un principio básico de la Guardia Civil les superan con creces.

miércoles, julio 01, 2009

Otra Vida o Dime lo qué sabes de física cuántica

Cuando sale a la calle, el humo alto hace que tosa una vez más. En la ciudad ya no hay niebla. El humo alto ha tomado su lugar. No hay espacio en el cielo para el aire ¡Como para esperar que lo hubiera para la niebla! Muchos dicen, en los informativos y los documentales, que el tráfico terminaría devorando la tierra. Lo cierto es que ya ha tomado y digerido el cielo.
- Mierda – y la afirmación se hace eterna por lo repetida. Por la constancia en el fallo de la caja de cambios, por la ingratitud reiterada y ubicua del tráfico, por la imposibilidad de escapatoria del atasco.
La máquina vuelve a estar en su sitio. Las sirenas la anuncian, las luces la anticipan. No debería estar allí. Las emisoras anuncian que no está allí, la lógica debería impedir que estuviera allí, las cámaras de la DGT niegan que esté allí. Pero sigue en su sitio, escupiendo grava y alquitrán, tiñendo del negro luto de su contenido la calzada que debería asfaltar en la oscuridad de la noche y no en el tórrido calor de la hora punta. Está allí. Ese ya es su sitio. La reiteración le ha concedido carta de naturaleza. La alquitranadota tiene su nuevo feudo.
Siente como las luces se quedan un instante paradas, el tiempo que un suspiro tarda en formase, el tiempo que su escote tarda en hincharse antes de exhalarlo ante la atenta mirada del conductor tuneado que le ha tocado de compañero en esa danza aciaga de adelantamientos al ralentí. Las sirenas del monstruo del alquitrán dudan un instante, como el politono de un móvil con poca batería, como la primera entrando por trigésimo cuarta vez en la última media hora.
Pasa junto a la máquina y un operario la saluda. Siempre son los mismos. Siempre llegan de lejos, siempre soportan el calor que otros no aguantan. Manejan las señales con la desgana de aquellos que hacen algo que no quieren hacer –no es culpa nuestra – parecen decir sin hablar- somos unos mandados. Todos negros, todos rubios, todos los mismos. Todos de lejos. Son rostros diferentes, pero son los mismos.
- Siempre es lo mismo si no cambia –le grita uno de ellos, las rastas atadas a la espalda, la sonrisa careada en sus dientes negros, como la piel, como la magia- Siempre es lo mismo ¿Otra vía?
No entiende la pregunta y acelera. Acelera. La carretera ya lo permite. El atasco desaparece cuando el monstruo alquitranador queda a tras. Y ella acelera. Huyendo del lugar, huyendo del calor, huyendo de la desazón que le han producido las palabras del operario, huyendo de la complicidad de su sonrisa. Huyendo de su vida.
Conduce mirando al frente, a las intermitentes líneas que dan la posibilidad a los velocistas suicidas de poner a prueba su pacto diario con la muerte, a las rectas continuas que mantienen a los conductores a salvo de aquellos que compiten al volante con su propia ignorancia, con su secular inconsciencia.
No mira a los laterales, no aparta la vista del frente hasta que le llega un olor familiar, un olor añorado y perpetuo. Un olor que no debería estar allí.
La humedad la hace romper a sudar y la sal la obliga a estornudar justo cuando gira la cabeza. Cree que no está viendo lo que ve y parpadea dos veces. Suena un claxon.
La línea del mar sigue allí, las rompientes siguen allí. El ruido, la humedad, la sal, siguen allí. No deberían estar pero permanecen allí. La costa se marca en el lateral de la carretera como la hombrera de su camiseta lo hace sobre su brazo.
Decide tomar la primera salida de la autopista. Ni siquiera se fija en la indicación. No tiene sentido dar pábulo a las indicaciones cuando el mar no está en su sitio.
El desvío la lleva hasta la playa. No la sorprende. Si ha aparecido el mar de repente será para que alguien vaya a verlo, a sentirlo. Ya no tiene que añorarlo. Lo tiene delante.
Ni siquiera se molesta en ponerse las sandalias. Salta del coche descalza y pisa la arena, la arena de su mar, su arena.
Y pasea por ella como si no estuviera sorprendida, como si nunca se hubiera marchado, como si recurriera a la letanía de lo cotidiano en lugar de a la plegaria de lo insólito.
Nunca se ha marchado. Está donde debe estar.
Comienza a jugar con el llavero, haciendo que se balancee de un lado a otro entre sus dedos. No es su llavero. Se da cuenta y sonríe. Mira al horizonte y ve las escalinatas. La piedra que da acceso al paseo. Un paseo marítimo que siempre ha estado ahí pero al que ha vuelto tras atisbar la sonrisa de un negro.
Sube descalza los escalones y se detiene para alzar la cabeza. De nuevo su torcida sonrisa sacude su rostro. La sonrisa de asombro y de enojo con un destino que no se explica en su suerte y que no se disculpaba en su desdicha.
Sin apartar los ojos del ático se dirige al portal. Luego mira las llaves y un sexto sentido le dice que funcionarán. Que es el lote completo. La primera que elige abre el portal. Mira los buzones. Su nombre está escrito en el lacado negro que decora el cajetín del Ático C.
Y allí sube. En ascensor. Nada de deshacerse en eternos escalones, nada de regodearse cada día en su desdicha de cubrir los últimos metros hacia el descanso en empinados peldaños que desafían a sus ya desafiantes tacones. Otra llave del llavero que no es el suyo gira en la cerradura y entra.
Y lo ve. Impoluto e imaginado. Cómo sería si existiera, como lo desea ahora que existe. El amplio salón, el televisor de plasma, el sofá y la chaiselonge; las estanterías con sus libros. Todos sus libros. Nunca mas dividir su cultura, dividir su literatura, dividir sus pertenencias. Nunca más dividir su vida.
Y sabe que ha llegado a casa. A esa casa que el destino ha negado a su existencia. Descubre que el péndulo del equilibrio y la corrección ha girado con ella de repente, arrastrándola a la vida que quería. A otra vía. A su vida.
Sin cuestionarse nada, sin hallarse en conflicto, se ducha y se tira en el sofá. Entonces ve la hora. Son las cuatro y veinte. Ya está duchada y preparada para vivir y son las cuatro y veinte.
Mientras multidifunden a Grey y su anatomía y al médico que sueña con morir, especula un instante con lo sucedido. En alguna ocasión ha oído hablar de las ondas de corrección quánticas o algo por el estilo. Alguien le ha contado que los accidentes con el espacio tiempo quántico generan drásticos cambios que nadie, salvo los afectados, percibe. Sí, alguien se lo ha explicado porque aparece en una novela o algo así. Él se lo ha explicado ¿Quién salvo él habla con ella de esas cosas?
Descuelga y marca.
- Telefónica le informa de que el numero que usted ha marcado no existe –las voces pregrabadas nunca cambian. Ni siquiera en las correcciones cuánticas-
Coge el móvil. El número no está en las últimas llamadas. Es raro. Lo busca en la agenda. No aparece. Borrado por el capricho de los quantos, por la magia inefable de un demonio perverso disfrazado de rastafari con casco de obrero. Pero ella está dispuesta a vencer. Se encamina hacia el despacho. No sabe donde está, pero tiene que haber uno. En su nueva vida tiene que haber despacho.
Es amplio y el ordenador es moderno. Se sienta ante él y lo enciende. No suena. La física del espacio tiempo también ha mejorado el sistema de ventilación de la máquina. Se conecta a La Red y no puede evitar la tentación.
La página de su banco se abre, saludándola por su nombre con esa naturalidad de un amigo que está a tu lado y a quien soportas por obligación. Pide su saldo y sus movimientos. Aparecen más ceros a la derecha de los que esperaba. Cientos de movimientos, todos favorables. El 19 de marzo, el 24 de julio, el 15 de agosto, el 11 de abril. Es como si todo lo deseado le hubiera tocado. La física cuántica, la bendita física cuántica, ha cambiado su suerte de forma absolutamente radical. El último mensaje recibido de la entidad financiera avisa de la cancelación definitiva de la hipoteca. Así debe ser, dice su sonrisa. Pero no esta en Internet para eso.
Teclea el nombre en Internet. Aparecen los artículos, aparecen los relatos, incluso los eróticos, aparecen los cuentos, aparecen los diseños. Todo está ahí. No será difícil hacer una leve corrección. Enmendarle la plana a los pliegues espaciotemporales.
Entonces se detiene ¿Qué decirle a alguien que será un desconocido? ¿Qué explicarle a alguien que no la conocerá, que no la creerá? A lo mejor no merece la pena. Pero sigue buscando.
Las páginas amarillas no le dan su teléfono pero descubre algo que no debería estar. Un enlace a un diario en el que nunca trabajó, en el que nunca escribió. Pincha sobre él.
El grafico se despliega a una velocidad difusa entre la impaciencia y la sorpresa. Se compone empezando por una banda negra que rodea un espacio en blanco. Luego las letras, también negras. Hormigas difuminadas sobre un fondo blanco, mientras el gráfico va ganando definición. Las primeras son las últimas: RIP
Las letras siguen difuminadas, pero ella percibe que ya no es culpa de la lentitud en su definición. Es la patina de agua salada que se asoma a sus ojos.
“muerto en trágico accidente de tráfico con su esposa y sus hijos el día 26 de noviembre de 1999. Sus amigos y compañeros no le olvidan. Descanse en paz”, puede leerse tras el nombre, escrito en notables mayúsculas, en cuerpo 18. No llora. El mar ya pone la sal y el agua en el ambiente.
Deja el ordenador encendido y abandona el despacho, abandona el ático, abandona la playa. Se sube de nuevo al coche y conduce por la misma autopista en sentido contrario.
Busca un atasco, busca una alquitranadota que hace su trabajo cuando debería dejar paso a aquellos que buscan el reposo de sus hogares tras el trabajo.
La encuentra, custodiada y flanqueada por los obreros. Siempre los mismos, siempre diferentes. El rastafari sonríe de nuevo y ella para el coche en el arcén. Con su sonrisa negra y mellada el operario se acerca. Ella baja la ventanilla.
- ¿Qué es lo que sabes de física cuántica? – le pregunta el negro a quemarropa-.
- Voy a volver –dice ella sin responder a la pregunta-.
- Yo la inventé –afirma el rastafari ignorando la afirmación-
- Vuelvo – dice ella subiendo la ventanilla y acelerando-.
Y acelera. La carretera le permite acelerar y lo hace, dejando de nuevo atrás el monstruo que enluta la calzada con su alquitrán. Acelera en la dirección opuesta a la que la lleva a la playa, el ático. A su vida soñada.
- Una vez extendida una capa, ya no puede quitarse. Se seca rápido –masculla el operario mientras mira el alquitrán caer sobre la autopista. Luego se encoge de hombros- ¿Otra vía? Otra vida.
Abre y cierra los ojos mientras conduce; aparta los ojos del lateral y los fija durante minutos en el frente de la carretera; parpadea rápido y luego gira la cabeza de forma brusca. Repite la operación tantas veces como la esperanza se lo permite. La línea del horizonte marino sigue a su derecha.
El mar ya no es lo suficientemente salado para retener sus lágrimas. Otra vida.
Podrá acostumbrarse. En realidad, ¿ya lo ha hecho?
Octubre 2008

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