No es que sea yo
amigo de los protocolos y las formas en exceso, pero hay ocasiones en los que
ambos son herramientas para mantener un poco la distancia y el
alejamiento e intentar ver el bosque que suele esconderse detrás de los
árboles.
Así que, al
igual que Madeleine Mcaan para mí nunca fue "Maddie" o igual que para
mí Lee Harvey Oswald nunca fue "Herbbie", para mi, Alfonso Fernández
Ortega es Alfonso Fernández Ortega y no "Alfon", no al menos hasta
que no le conozca lo suficiente como para establecer esa confianza.
Y además porque
es el primer alejamiento que permite una reflexión sobre todo lo que lleva
aparejada la detención, el mantenimiento en prisión y la puesta en libertad -en
espera de juicio, es de suponer- de este joven, que permanecía encarcelado desde
que, allá en los albores del periodo brumario en el que las protestas ciudadanas
empezaron a dar respuesta a la misantropía cerril de las acciones de nuestro
gobierno, se organizara la Huelga General del 14 de noviembre.
Y sirve llamarle
Alfonso Fernández Ortega porque eso le hace el primer favor, eso le concede el
primer derecho. El de ser persona.
"Alfon"
es un militante, es un colega -salvo para su madre y su familia que así le
llamarán, supongo- y "Alfon" puede ser un activista, un agitador,
un terrorista. Ese es un nombre de guerra que puede ser usado en muchos
sentidos y para muchos fines.
Cierto es que
para todos los que le defienden, le apoyan o le dan la razón significa una cosa
pero para aquellos que están intentando convertir este asunto en un debate
vacío, en un encumbramiento absurdo de unas fuerzas del orden que cada vez
contribuyen más al desorden cuando hay ciudadanos inconformes de por medio. Llamarle
Alfon es una herramienta que otros utilizan para otros fines.
Si le llamas por
su nombre, si tiene nombre y apellidos, tiene una familia, tienen unos padres,
es alguien reconocible y reconocido. Llámale Alfonso Fernández Ortega y tiene
un padre, una madre -y en su caso una hermana- que le echan de
menos, llámale “Alfon” y todo eso desaparece, se pierde en la bruma de la
militancia, del seudónimo, del nombre de guerra.
Al fin y al cabo
a nadie le importa la familia de Artapalo, de Txomin, de Carlos o incluso del
Ché. Los que tienen nombre de guerra es por algo y por algo lo utilizan.
Y esa es la primera
herramienta que no se les puede conceder a los que intentan transformar ante
nuestros ojos a Alfonso Fernández Ortega en "Alfon" como si eso
justificara que fuera tratado como un enemigo en guerra, como si eso les
permitiera referirse a el como el enemigo, como el terrorista, como alguien que
no tiene capacidad para reclamar los derechos que pertenecen a Alfonso
Fernández Ortega.
Ahora Alfonso
está en la calle, ha dejado de estar entre rejas y en este momento es cuando
todo comienza a hacerse insostenible, a pasar de ser un castillo de naipes
endeble y poco sustancioso de un ejercicio policial cuando menos discutible a
transformase en lo que desde los libros de historia hasta los juegos de
ordenador definen de una sola manera: Una Black Op.
Porque ahora es
cuando la versión que todos los estamentos del Gobierno y la policía han estado
dando se desmorona sobre sí misma en un ejercicio de esa entropía destructiva
que caracteriza a la mentira.
Desde que
comenzara todo esto se ha estado tirando de una historia preparada -algo típico
de las ops negras, por cierto- se ha estado construyendo un retrato de Alfonso
que prácticamente le convierte en el cómplice que cargó el arma que Oswald
disparó en Dallas para volarle la tapa del cráneo a JFK.
Y la referencia
no es solamente metafórica. Al igual que al convenientemente asesinado Lee
Harvey, se le dibuja un pasado de militancia radical, de excesos en el
seguimiento deportivo con los Bukaneros del Rayo Vallecano e incluso de
delincuencia habitual, colocándole un atraco en Cádiz, y de psicopatía
personal, achacándole una agresión sexual.
Y no digo que no
sean ciertas que a lo mejor lo son. Pero están dibujadas, colocadas y
mantenidas con un único objetivo, están presentadas como una cascada de
acusaciones que ni siquiera pretenden desacreditar a Alfonso, sino a dar
crédito a los agentes policiales que le detuvieron y a los que han tomado la
decisión de mantenerlo casi dos meses en prisión.
Lo único que
pretenden es transformar a Alfonso en "Alfon" y su apodo en mote criminal
para justificar que se le trate como si no tuviera derechos, como si fuera
solamente humano en apariencia.
Pero todo eso no
le transforma en un terrorista, al igual que sus detenciones por portar drogas
de diseño -¡Dios mío, las macrodiscotecas están llenas de terroristas!- no le
convierten en un terrorista.
En este país, solamente que fuera un terrorista hubiera justificado el tratamiento
penitenciario que ha tenido. Y ni siquiera eso.
Y lo que es más
importante. Los agentes que le detuvieron no sabían todo eso, no podían
saberlo.
Da igual lo que hiciera en Cádiz o si agredió o no agredió sexualmente a alguien porque los agentes que le llevaron a la comisaria no sabían eso y no le detuvieron por eso.
No cumplieron con una orden de búsqueda y captura que estuviera pendiente contra él así que, aunque los medios afines a la defensa de la actividad policial y gubernamental a cualquier precio -sobre todo cuando el gobierno es de los suyos- construyen con sus antecedentes una cortina de humo que no oculta nada, que no justifica nada, que nos devuelve al punto de partida.
Da igual lo que hiciera en Cádiz o si agredió o no agredió sexualmente a alguien porque los agentes que le llevaron a la comisaria no sabían eso y no le detuvieron por eso.
No cumplieron con una orden de búsqueda y captura que estuviera pendiente contra él así que, aunque los medios afines a la defensa de la actividad policial y gubernamental a cualquier precio -sobre todo cuando el gobierno es de los suyos- construyen con sus antecedentes una cortina de humo que no oculta nada, que no justifica nada, que nos devuelve al punto de partida.
Tiene que haber
un motivo para que Alfonso Fernández Ortega haya sido detenido y se le haya
aplicado la incomunicación durante casi dos meses. Tiene que haberlo para que hayan sido conculcados sus derechos, tiene que haberlo para que el Estado
haya actuado de esa manera. Tiene que haberlo y no pueden ser sus antecedentes
por muy violentos y oscuros que pretendan venderlos. Sin pruebas, claro está.
Así que los
ilustradores de la Black Op en la que se ha convertido el encarcelamiento de
Alfonso también engrandecen otra parte de la historia.
Publican que
Alfonso fue detenido "a las 7 de la
mañana del día de la huelga general en la avenida de Buenos Aires, junto a una
chica. Les intervinieron un artefacto explosivo que llevaban en una
mochila. Contenía, además, tornillería para utilizarla como metralla.
Tras su análisis, el Tedax determinó que con el artilugio se habrían ocasionado
daños materiales relevantes, pero también heridos."
Y eso sí sería
una razón, cogida por los pelos, pero lo sería. Pero su historia se cae porque
la acusación por la que se encarcela a Alfonso Fernández es "alarma
social", un delito presente en el código penal franquista y eliminado del
democrático hace una década.
¿Están diciendo
que los agentes le encontraron una bomba montada que incluso los Tedax
consideraban peligrosa en extremo y se le procesó por alarma social?, ¿están
diciendo que el fiscal encargado del caso es tan incompetente que, teniendo una
bomba como prueba, no le procesa por terrorismo?, ¿están diciendo que, una vez
encarcelado, se le trata como a un terrorista pero que no se le acusa de tal
cosa desde un primer momento?
Como toda
historia preparada falla porque los flecos de unos y otros no se cotejan,
porque todo se intenta engrandecer para usarlo de justificación sin caer en la
cuenta de que la realidad ya ha desmentido esa historia que pretende
reinterpretarla.
Y falla porque
los actores del error que, para cubrirse de los ojos de los demás, termina
convirtiéndose en conspiración, se desmienten los unos a los otros.
Porque, mientras
el Diario ABC convierte a Alfonso Fernández en un delincuente habitual que ha
abandonado el camino de la psicopatía sexual para arrojarse a los brazos del
terrorismo militante portando una bomba que nadie sabe cómo ha aprendido a
montar, la otra autora y mantenedora de esta Op Negra de tres al cuarto, La
Delegación del Gobierno en Madrid, les desmiente cuanto intenta justificarse.
La tuitera
Cristina Cifuentes, con su impecable indumentaria negra y su pose distendida
nos publica una fotografía de unos cuantos botes -que no se sabe muy bien de
qué son-, de unas cuantas botellas de plástico -que no se sabe muy bien qué
contienen-, de un petardo gordo y otros más pequeños y bajo el muy resignado "¡qué cosas, lo que portaba el inocente
Alfon!" le pega sin querer, eso sí, un bofetón en el rostro a aquellos
que habían lanzado a los cuatro vientos la historia del artefacto explosivo en
la mochila en la mejor tradición del yihadismo afgano o iraquí.
¿Si portaba una
bomba porque nos enseñan unos botes?, ¿si llevaba siete kilos de metralla
porque nos enseñan seis miserables petardos?
Todas estas
preguntas se unen a las anteriores y quedan sin respuesta. Porque una Black Op no
puede dar respuestas ciertas, no puede cotejarlas y no puede refrendarlas. A
menos que sea muy buena como la de JFK. Pero no es el caso.
Nadie parece
darse cuenta de que el mero hecho que hablen y que publiquen esas cosas está
desmintiendo su propia versión porque Alfonso no está acusado de terrorismo
como debería estarlo si portara una bomba en una mochila.
Y si así hubiera sido, la Delegada del Gobierno en Madrid estaría cometiendo un delito -o un redelito, que las retuiteó- al divulgar pruebas de un sumario de terrorismo, algo expresamente prohibido por la ley.
Y si así hubiera sido, la Delegada del Gobierno en Madrid estaría cometiendo un delito -o un redelito, que las retuiteó- al divulgar pruebas de un sumario de terrorismo, algo expresamente prohibido por la ley.
Quieren
justificar la permanencia de Alfonso en la cárcel incomunicado presentándole
como terrorista cuando no se le acusado de ello y no se dan cuenta de que su
propia versión les transforma en delincuentes si Alfonso fuera realmente un
terrorista.
Y como todas las
historias preparadas, todas las Black Ops internas y propagandísticas -que no
todas eran militares-, cae cuando llega al sitio al que todos estos asuntos
llegan: a la sala de un tribunal.
El régimen de
aislamiento se justificaba o se intentaba justificar por la peligrosidad, la
detención preventiva se intentaba justificar comparando a Alfonso Fernández con
De Juana o Artapalo, pero el juez -al más puro estilo de Jim Garrison- se
encoge de hombros y deja a Alfonso Fernández en libertad provisional.
Y ahí acaba
todo.
Da igual que sea
un Bukanero, da igual que sea un agitador, da igual lo que haya hecho antes y
lo que se le acuse de hacer. El juez considera que no es lo suficientemente
peligroso como para que se le mantenga en prisión y ni siquiera le impone una
fianza.
Ahora, por fin
se le imputa tenencia de explosivos -pero eso es cosa del fiscal, no del juez-
y resistencia a la autoridad-, lo de la alarma social ha desaparecido porque ya
lo había hecho hace diez años.
Pero, pese a
ello, el juez no le mantiene en la cárcel como hubiera hecho con cualquiera que
llevara una bomba montada en una mochila. No sé el resto de este país, pero yo
no recuerdo que ninguno de los detenidos de ETA en posesión de explosivos
saliera en libertad provisional sin fianza.
Así que, al
final, como toda Black Op, toda la historia se vuelve blanca y demuestra lo que
escondía.
Los derechos de
Alfonso Fernández Ortega han sido conculcados y los medios afines han montado
una historia para lograr un fin que no es, ni de lejos, el encarcelamiento de
Alfonso.
Sino para
justificar el camino ideológico que ha decidido tomar el Gobierno con respecto
a las protestas, para generar esa alarma social de la que acusan al joven
vallecano y así poder afirmar que es necesario "modular" el derecho
de manifestación, restringir el de reunión, acallar el de protesta y silenciar
el de disconformidad.
Convertir a
Alfonso Fernández Ortega en el "Alfon" que justifique que se mantenga
a la mayoría -y a la minoría, ya puestos- en el silencio necesario que ellos
necesitan para llevar a cabo sus planes ideológicos.
Darse una excusa
para que el miedo al caos les justifique su pánico a la disensión ciudadana de su
plan para nuestra sociedad.
Todo ello aparte
de que Alfonso llevara o no material para hacer una bomba, todo ello aparte de
lo que haya hecho hasta su mayoría de edad, todo ello aparte de que sea un
hincha furibundo del Rayo Vallecano o de que consuma speed con frecuencia o de
forma esporádica.
Lo único que se
quiere es tapar los ojos a la sociedad y nublar su memoria para conseguir que
olvide algo que hasta los auditores militares recuerdan, puestos en pie, cuando
un acusado entra en la sala de un tribunal para un consejo de guerra
¡El acusado
tiene derechos!
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