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jueves, junio 22, 2017

Ese fuego de artificio de que la democracia no liberal no es democracia.

La cosa se está volviendo ya de mascletá. Hace tiempo que ya era de traca, pero lo de ahora ya es de los fuegos artificiales del 4 cuatro de julio.
Empiezas a leer la entrevista a Macron, al que al menos hay que reconocerle que tenga valor de hablar después del crecimiento repentino de enanos corrompidos que ha tenido en estos últimos días y no se esconda tras un monitor de plasma como hicieron otros. En fin, que cuando vas por la cuarta linea, el presidente francés hace referencia a las democracias "no liberales" y tú piensas: "por fin alguien tira del concepto. Alguien ha entendido que no ser liberal (teoría económica), no significa no ser demócrata (sistema político de representación)".
Debe ser que los señores de El País -ya casi ni me atrevo a llamarles periodistas-  piensan que no tenemos claro lo que es la democracia no liberal porque incluyen un enlace para explicarnos el concepto.
Y cuando pinchas en él no te conducen a un sesudo y enjundioso artículo de algún catedrático de ciencias políticas -¡Uy, lo siento, que los catedráticos de ciencias políticas no saben de política!-, te encaminan a una serie de reflexiones de José María Maravall sobre los populismos en el que deja claro que: "en sociedades grandes y complejas, con intereses heterogéneos, la única democracia posible es la representativa; el vínculo directo entre gobernantes y “pueblo” no es democrático. Los representantes deben dar siempre cuenta de sus decisiones".
Más allá de las críticas que se puedan hacer a estas afirmaciones de alguien que por lo menos es sociólogo, además de ex ministro socialista -que eso también cuenta-, lo que me hace encender las mechas de los petardos y prepararme para la mascletá es el hecho de que cuando Macron habla de democracia no liberal, los señores de El País lo vinculan al concepto de democracia directa.
Comienzan los fuegos de artificio a todo lo que da.
¿Qué tiene que ver el concepto de liberal con el de representación directa?, ¿no se puede tener una democracia no liberal y representativa a la vez?, ¿por qué El País une a través de un enlace virtual "democracia no liberal" con "democracia directa o no representativa"?
Y aquí es donde los petardos, los cohetes y las bengalas estallan todas a la vez para componer de forma luminosa en los cielos las palabra manipulación.
Porque ese es el principal engaño que nos pretenden vender desde que surgieran nuevos partidos en toda Europa que, desde una ideología u otra, cuestionaran el sistema económico imperante: que no puede haber democracia sin un sistema económico liberal capitalista.
Y eso es una mentira como un templo.
El sistema económico no tiene nada que ver con el sistema de representación política; controlar los mercados, regularizarlos e incluso -siento pronunciar el anatema- controlarlos, no va en contra de la representación democrática ni en contra de la libertad.
Establecer un sistema económico en el que se impida la especulación con las fuentes de energía, las materias primas básicas o los bienes y servicios sociales, no afecta en nada a la soberanía popular o al sistema de representación o de elección del gobierno.
Y voy más allá. Legislar sobre la distribución y el reparto de los beneficios empresariales, sobre la cuantía y distribución de las plusvalías, sobre el límite máximo de los rendimientos y beneficios financieros no atenta en nada contra la democracia, sea representativa o no, sea directa o indirecta.
¿Pueden defender ese sistema económico liberal, aunque ya haya muerto y revivido cien veces para volver a morir, dejando a millones de personas en el camino para beneficio siempre de los que se encuentran en los mismos nichos sociales del sistema? Por supuesto que sí. Este es país democrático.

¿Pueden manipular, engañar y hacernos creer que dos conceptos que nada tienen que ver son indisolubles, creando un miedo irracional a la perdida de libertad y aprovechando terrores atávicos para acusar de antidemócratas a los que no aceptan un sistema económico que a ellos les beneficia? Sí, por supuesto que pueden. Pero deberían recordar que este es un país demócrata.
Vamos, resumiendo, que, por más que se empeñen, no ser liberal capitalista no supone no ser demócrata.
Pero eso es lo que están empeñados en hacernos creer aquellos que en realidad no están defendiendo el sistema democrático, sino el sistema económico liberal capitalista y no porque suponga un mayor grado de libertad y capacidad de decisión para los ciudadanos, sino simplemente porque beneficia la posición de sus empresas y su acceso a la riqueza a través de los beneficios empresariales y financieros.
Por eso cuando Macron habla de "las democracias occidentales, que se construyeron en el siglo XVIII sobre un equilibrio ínedito entre la defensa de las libertades individuales, la democracia política y la creación de las economías de mercado", dejando claro que es un modelo de democracia, no el único posible, y que la creación de economías de mercado es solamente un factor de las mismas, ellos lo enlazan con unas reflexiones sociológicas de Maravall que habla sobre perdida de la democracia, imposibilidad de la democracia directa y caudillaje fascista, en un intento desesperado de propagar la falsa idea de que el cambio del sistema económico liberal capitalista nos ha de llevar necesariamente a una dictadura en la que se pierda la libertad y la democracia.
Nadie debería creerles, pero lo hacen. Debería ser imposible que alguien cayera en tan burda manipulación, que mezcla dos conceptos que nada tienen que ver, pero caen y lo repiten una y otra vez como un axioma incontestable.
Y no reparan o no quieren reparar en el hecho más simple y sencillo que anula esa teoría. El cambio de sistema económico no puede ser antidemocrático si lo decide o apoya democráticamente la mayoría de la población.

miércoles, junio 21, 2017

Macron, Francia y la regeneración o el continuo recurso a la inconsciencia

Francia. Una ves más Francia. El ejemplo casi eterno de lo bueno y lo malo, lo radical y lo moderado, la evolución y la regresión europea, lo vuelve a ser en estos días.
Emmanuel Macron, nuevo presidente de Francia, respaldado además por la mayoría absoluta más apabullante de la V República gala, fue con su victoria prácticamente elevado a los altares por aquellos que, por convicción, por interés o por pura ingenuidad, abogaban por eso de que el cambio dentro del sistema es posible, que era cuestión de regeneración y no de cambio, que las lacras que están infectando hasta consumirlo el sistema político y económico del Occidente Atlántico se deben a las personas, a las taras y vicios de unos pocos, no a la esencia del sistema en sí mismo. 
Rivera y su Ciudadanos, escindidos y agarrados al Partido Popular gobernante casi a partes iguales, enseguida se quisieron ver reflejados en el espejo de Macron y su partido. Si el francés había triunfado ellos lo harían. 
Los grandes partidos, los de siempre, aunque algo más recelosos, se colgaron de su europeismo a ultranza, de su capitalismo liberal económico innegociable, para ponerle de ejemplo contra los "populismos", esa bestia parda que se han inventado de la nada, que pretende unir en la misma galera a los que reman a favor y en contra de la libertad, a los que quieren sustituir el capitalismo y a los que quieren radicalizarlo hasta su esencia más cruel, a los pacifistas y a los belicistas... En definitiva, a todos los que quieran encontrar un nuevo sistema que les cambie los esquemas políticos y económicos en los que ahora se mueven con tanta comodidad.
Macron no había salido del sistema y había optado por la regeneración y el pueblo francés -porque a los franceses no les importa que se refieran a ellos como el pueblo, cosas de la Revolución Francesa y tal- le había apoyado. Y ese era el camino. Francia era el ejemplo. Hasta hace tres días.
Porque, igual que el ascenso de su gobierno ha sido meteórico, la demostración de la falsedad de su carácter ejemplificante ha sido igualmente veloz.
En tres días ha perdido cuatro ministros por corrupción, entre ellos ni más ni menos que el encargado de redactar la Ley de moralización de la vida pública, el equivalente más o menos a esa Ley de Transparencia patria que se perdió misteriosamente en el limbo.
Se puede decir que no son del partido de Macron, se puede decir que en otros gobiernos anteriores -tanto franceses como españoles- aunque les hubieran investigado no hubieran dimitido y recordar a Lagarde, Le Roux, Pasqua, Villepin e incluso los presidentes Chirac y Sarkozy.
Pero la realidad ese argumento será poco más que una excusa, que un paño caliente, para ocultar que en tan solo setenta y dos horas se ha convertido en realidad en ejemplo de todo lo contrario de lo que antes era.
En ejemplo de que el camino de la regeneración interna del sistema es una falacia circular de la longitud aproximada de la circunferencia de Júpiter.
Porque la regeneración del sistema es imposible. No porque Macron no la desee, no porque los políticos sean malas personas, sino simple y llanamente porque el sistema lleva impresos en sus genes esos defectos y vicios y regenerarlo no los elimina sino que los reproduce.
Y antes de que alguien se eche las manos a la cabeza preguntándose a gritos "¡¿Cómo va a llevar la democracia impresa la corrupción, el nepotismo, la explotación, la búsqueda del beneficio personal desde los cargos públicos en sus genes?!", intentaré explicarme.
Decir que el sistema en el que vivimos se resume en el sintagma "La democracia" es un reduccionismo banal y sin sentido.
El sistema occidental atlántico es un sistema de democracia representativa indirecta de listas cerradas que se sustenta en el capitalismo neo liberal como organización del sustrato económico, que tiene como fuente de esa organización los mercados financieros especulativos, y que se apoya en los principios filosóficos en la defensa parcial de los derechos individuales, el progreso personal y la competición económica y social.
Eso así, para empezar la faena. Y seguro que algo se me olvida. Pero claro,como eso no cabe en un tuit, en un eslogan ni en una pancarta, tiramos del reduccionismo positivista del "Estado democrático de derechos".
Pero en nuestro sistema esta la esencia de la corrupción porque los políticos viven alejados de la voluntad de los ciudadanos al no acercarse a ella nada más que cada cuatro años y de forma parcial; porque los partidos marcan las leyes, los nombramientos, los tiempos y los ritmos de esos políticos, así como sus caídas y ascensos, más que las urnas; porque el triunfo personal en toda la sociedad se mide por el enriquecimiento; porque el triunfo político depende más del apoyo del partido, de los intereses que le sustentan y de las maquinaciones de pasillo y despacho que de la voluntad de los votantes.
Y si analizamos la parte económica ya podemos ponernos a rechinar los dientes y mesarnos los cabellos. 
Un sistema económico que vive siempre al borde del colapso si no crece y crece continuamente; exigiendo beneficios rápidos y continuos; dirigido por unos mercados especulativos que no tienen en cuenta los derechos ni las leyes nacionales, continentales ni universales -en caso de que las hubiera-; en el que la actividad especulativa produce más rendimientos que la industrial, la comercial y la de servicios todas juntas; en el que no solo es lícito, sino que es aplaudido, operar en la sombra para alterar el precio de bienes y empresas; en el las decisiones políticas marcan el éxito o el fracaso de las empresas y los vaivenes de los mercados imponen unas decisiones u otras a los políticos; en el que el éxito empresarial se mide en beneficios sin contar cómo se obtienen esos beneficios; en el que el apoyo financiero marca la posibilidad de acceder al éxito político; en el que el bienestar, los beneficios empresariales y el crecimiento económico constante de un tercio de la población mundial depende de la miseria del resto del planeta.
Todo aquel que quiera medrar, gobernar o tener éxito económico dentro del sistema precisa recurrir a alguno de los falsamente llamados "vicios" del sistema que, en realidad, son sus marcadores genéticos distintivos. Corrupción, nepotismo, explotación, expolio, etc, etc, etc.
Y hablar de regeneración es un recurso a esa eterna inconsciencia colectiva que supone repetir las mismas acciones una y otra vez en la esperanza de que obtengan resultados distintos. Es como pretender que por el mero hecho de que la serpiente mude de piel, la siguiente cobertura que le salga sea el cálido pelaje de un gatito. Pero realmente sabemos que, no solo será de serpiente, sino que tendrá idéntico dibujo que la anterior.
Todavía los habrá que defiendan que cambiando todas esas cosas en el sistema puede funcionar. Y les doy la razón porque si cambiamos todo eso, habremos cambiado de sistema, no lo habrás regenerado, lo habremos cambiado que es de lo que se trató desde el principio.
¡Ah, antes de que se me olvide!, otra cosa para esos del "prefiero que me gobierne un ladrón a un comunista", que está ahora tan de moda: cambiar no es volver a cosas que ya fallaron también, es inventar algo nuevo. 
El sistema que tenemos -comúnmente falsamente reducido en la palabra democracia- no es, en contra de la cita clásica, el mejor de los posibles. Es el mejor de los que hemos tenido hasta ahora y cambiarlo no significa renunciar a la esencia democrática.
Por si había dudas.

lunes, agosto 15, 2016

Niza, EL Burkini, El Génesis y Ṣalāḥ ad-Dīn

Parece que en esto de la guerra contra el Falso Califato no nos cansamos de perder una batalla tras de otra. 
Y sobre todo pareciera que no aprendemos de todas y cada una de esas derrotas y seguimos saliendo escaldados porque no acertamos con las armas que usar en cada refriega, en cada escaramuza, en cada frente, bélico o no, en el que nos enfrentamos a los locos furiosos de la falsa yihad.
Ahora le toca el turno al burkini, nombre ya despectivo de por sí -otra pequeña derrota- que se da al bañador integral que utilizan algunas mujeres musulmanas por ser fieles a los preceptos de su religión. El Alcalde de Niza lo prohíbe y un tribunal de la misma ciudad le da la razón cuando algunos ciudadanos franceses protestan por la norma. Ahí comienza y acaba la escaramuza. 
Ahí empieza y se hace eterna la derrota.
Se dan argumentos que nada tienen que ver en apariencia con la verdadera causa y motivo de la prohibición. También es lo habitual. La intransigencia siempre se disfraza de otra cosa, como la estupidez se disfraza de arrogancia o la mezquindad de cobardía.
Como los fanáticos ayatolas iraníes o los locos sangrientos del falso califato, pretendemos presentar nuestras decisiones más intolerantes como si fueran producto de algo lógico, de algo indiscutible e innegable. 
Y ahí es donde empezamos a perder esta batalla. Justo en ese momento es cuando empezamos a ser lo que ellos quieren que seamos: exactamente igual que ellos.
Porque hablamos de higiene y el reglamento de cualquier piscina municipal cubierta nos desmiente una milésima de segundo después. ¿Cómo puede exigirse por higiene cubrirse totalmente el cabello cuando se nada en una piscina cubierta y exigirse por idéntico motivo no hacerlo cuando la cobertura nos recuerda a un velo islámico? No cuela. 
¿Los bañistas que lo hacen en bañador, bikini, trikini - que también los hay de neopreno, por cierto- o cualquier otra prenda de baño, presentan a la entrada de la zona de baños un certificado de que han lavado su ropa, de que no tiene restos orgánicos, virus o bacterias que pueden contaminar el agua? va a ser que no. Así que sigue sin colar. 
Si nadie prohíbe a los sufistas, submarinistas, nadadores de aguas frías y de largas distancias sus bañadores integrales en las competiciones y las playas por cuestiones de higiene ¿por qué no es higiénico el bañador integral sobre el cuerpo de una mujer musulmana?
Cómo nos quedamos sin higiene tiramos de laicismo. Francia es un estado laico y por eso no acepta símbolos religiosos. Y alguien, sin ninguna lógica ni argumentación, ha decidido que el bañador integral de las mujeres musulmanas lo es.
Aún comiéndonos el argumento de la simbología religiosa sabiendo que es un falso silogismo, el Génesis viene a darnos en los morros tan fuerte que nos hace sangrar por la nariz como un niño que recibiera un sopapo de dios padre.
«Entonces se les abrieron a entrambos los ojos, y se dieron cuenta de que estaban desnudos; y cosiendo hojas de higuera se hicieron unos ceñidores.
Oyeron luego el ruido de los pasos de Yahveh que se paseaba por el jardín a la hora de la brisa, y el hombre y su mujer se ocultaron de la vista de Yahveh por entre los árboles del jardín.
Yahveh llamó al hombre y le dijo: ¿Dónde estás?
Este contestó: Te oí andar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo y eso me avergüenza; por eso me escondí.»

De modo que, solo para que les conste a los defensores del enroque laicista contra el bañador integral, todo bikini por minúsculo que sea, todo trikini por sugerente que se antoje, todo turbo ajustado o bañador de flores de media pierna es producto de la evolución del tabú de la desnudez surgido de la moral judeocristiana desde el Génesis 3: 7-10 hasta nuestros días.
Si prohibieran el baño vestido con cualquier prenda sería creíble el momento de la defensa del laicismo, si multarán a cualquiera que llevara ropa como símbolo heredado de una creencia religiosa sería creíble idéntico argumento. Pero como no hacen ni van a hacer ninguna de las dos cosas. De nuevo han tardado un minuto en ver su castillo de naipes argumental desmoronarse.
Y así, cuando ya hemos perdido la primera batalla, cuando ya nos hemos comportado como ayatolas intransigentes o líderes furiosos de Hamas, que intentan sin conseguir ocultar su intolerancia bajo otros argumentos, nos lanzamos a perder la segunda y hacemos de nuevo lo mismo que nuestros enemigos. 
Exhibimos orgullosos nuestra intransigencia.
El alcalde de Niza asegura que es un “símbolo de extremismo religioso” y se queda tan ancho pero lo que es peor, mucho más del Falso Califato, un argumento digno de esos enemigos a los que queremos combatir afirma que "en el contexto de Estado de Excepción y de los recientes atentados islamistas en Francia puede crear o exacerbar las tensiones”.
Resumiendo: te prohíbo llevarlo porque me molesta que lo lleves.
Vamos, el mismo rollo de no te pongas minifalda para no provocar a los violadores de los obispos patrios o el de cúbrete el rostro por completo para no despertar la lascivia de los varones talibanes. El problema no está en lo que tú haces sino en la interpretación que nosotros le damos. Como nosotros no somos capaces de controlar nuestra visceralidad -ya sea nuestra lívido o nuestro miedo- tú no puedes hacer aquello que tienes derecho a hacer.
Como yo no puedo dejar de comportarme como un animal atávico y primitivo -el miedo irracionales tan paleolítico como el impulso sexual incontrolado, no lo olvidemos- tú estas obligada a perder tus derechos.
Y así el Excelentisimo Alcalde de Niza pasa a formar parte del selecto club del que ya son miembros Hasán Rouhaní, Khaled Mashaal, Abu Bakr al-Baghdadi, Benzi Gopstein, Joseph Kony y otros muchos que han decidido hacer ley en sus ámbitos de autoridad o de poder de lo que su moral, sus gustos, sus tendencias y su incapacidad de controlarse marcan para aquellos que no son como ellos.

De modo que, aunque creamos ganar porque no veremos ese molesto símbolo de islamismo radical y yihadismo que es en nuestras mentes el bañador integral, habremos perdido porque habremos convertido Niza en una sucursal de ese Falso Califato de sangre y muerte.
Una vez más habrán logrado que hagamos lo que quieren que hagamos: ser como ellos.
Porque el bikini o la falda corta o los pantalones cortos en los hombres están prohibidos en Teherán porque son "símbolos de la depravación moral que desvía a los creyentes" y el bañador integral está prohibido en Niza porque "es un símbolo de extremismo religioso".
Ninguno de los dos argumentos es cierto pero, si compramos el nuestro automáticamente compramos el suyo.
Porque a la falsa yihad sangrienta le importa bien poco el número de inocentes que mueran en sus ataques a mercados, a plazas públicas a iglesias o a mezquitas y nosotros demostramos lo mismo cuando bombardeamos hospitales, ciudades enteras hasta borrarlas de la faz del planeta o enviamos a las tropas de los kurdos a hacer limpieza étnica con tal de recuperar las posiciones estratégicas de la estructura militar del Falso Califato.
Y no podemos denunciar su crueldad, ni ningún otro rasgo inhumano mientras nosotros hacemos lo mismo.
Nuestra única herramienta para luchar en esta guerra es no ser ellos y ellos lo saben. Por eso nos retan una y otra vez a comportarnos a su imagen y semejanza: Y nosotros caemos cada jodida vez.
Si no nos damos cuenta que nuestra principal arma es no comportarnos como ellos, es no caer en la intransigencia, en la defensa moral de lo nuestro como lo único válido, no podremos siquiera luchar en esta guerra. 
Porque las masas de las que se alimentan como carne de cañón seguirán percibiéndolos como ellos quieren que nos perciban. Seguiremos siendo aquellos que no les dejamos ser como quieren, aquellos que matan inocentes con tal de matar un culpable. 
Y mientras seamos igual que ellos, esas masas, que son su verdadera arma, seguirán sumándose a sus filas porque de entre los dos monstruos, ese parece que está más de su lado.
Nuestra única arma es seguir siendo nosotros y ser coherentes con todo eso que decimos defender de boquilla. Y defenderlo para todos y en todo lugar, no solamente para nosotros y donde nos viene bien
Porque solo así podremos decirles de verdad a todos esos ojos que nos miran desde el oriente árabe lo que su único verdadero califa les dijo a los supervivientes cristianos del sitio de Jerusalem cuando se sorprendieron de que les dejara irse en paz, pese a los desmanes que los cruzados habían cometido contra musulmanes y judíos al tomar la ciudad: " Mi nombre es Ṣalāḥ ad-Dīn y yo no tengo nada que ver con esa gente".
A ver si de verdad empezamos a no tener nada que ver con esa gente.

sábado, noviembre 14, 2015

Caemos y caeremos. Es lo que tiene la guerra

No son atentados, son actos de guerra. No son terroristas o activistas, son guerreros fanáticos y adiestrados; no son sus víctimas, son sus enemigos; No es Francia es el Occidente Atlántico. No son los muertos parisinos, somos todos nosotros.
Y da igual que no queramos verlo, da igual que pensemos que presentándolo de otro modo nos sentiremos más a gusto, da igual que nuestros políticos lo enuncien de formas altisonantes para ocultar la auténtica realidad: 
El Occidente Atlántico está en guerra con El Califato de la locura. Y la está perdiendo.
¿Hemos escuchado alguna vez al Estado Islámico pedir algo a cambio de nuestra vida y nuestra sangre?, ¿hemos oído alguna reivindicación sobre la independencia de tal o cual país, el derecho de tal colectivo o tal pueblo a esto o aquello antes de sus ejecuciones públicas y sumarias?
La respuesta es indefectiblemente no. 
Los grupos terroristas tienen reivindicaciones, los estados en guerra no. Los activistas violentos tienen un objetivo concreto de esa violencia. Los países en conflicto solo buscan la victoria, a cualquier precio, sin reivindicaciones, sin concesiones, sin tregua.
Y desde el coche bomba en Bagdad hasta el atentado en París, desde el avance en el frente sirio hasta el repliegue en el kurdistán turco, desde la ejecución en Palmira hasta la limpieza étnica en Tikric, todas las acciones del Estado Islámico siguen ese patrón de guerra abierta.
Como hicieran las falanges griegas de Alejandro, como hicieran las cohortes romanas, los tercios españoles, los granaderos ingleses o la legión extranjera francesa. Matar o morir, victoria o muerta, ampliar el imperio.
Nosotros les bombardeamos en Damasco ellos nos hacen volar por los aires en París, nosotros les hacemos replegarse en Turquía, ellos destrozan las lineas de control y presencia occidental en Irak. Nosotros detenemos a sus comandos infiltrados en Occidente, ellos ejecutan a nuestros operativos encubiertos en el Kurdistan. Es el ritmo y la cadencia de la guerra.
Lo de anoche en París no son los atentados de Al Quaeda en Nueva York, Londres o Madrid, no son acciones terroristas. Son el bombardeo alemán sistemático de Londres, el bombardeo aliado de Dusseldorf, el lanzamiento de la bomba de Hiroshima. Son acciones de represalia bélica.
Usan hombres porque no tienen aviones, usan armas automáticas y granadas porque no tienen tanques. Pero cuando los tengan los usarán.
O despertamos y comprendemos que El Califato es un incipiente imperio arcaico en periodo de expansión que no parará hasta asentar su poder y que siempre será nuestro enemigo por pura dinámica de sustitución histórica o no quedará mucho de Occidente cuando abramos los ojos.
O nos damos cuenta de que estamos en guerra y no podemos permitirnos el lujo de pensar que somos inocentes, que a nosotros no nos viene ni nos va, que es injusto que vengan a por nosotros y nos preocupamos de defendernos o no encontraremos a tiempo la forma de hacerlo.
O comprendemos que la religión o cualquier otra ideología es solamente el factor aglutinante que está usando una base incipiente de poder para amalgamar a su alrededor las masas suficientes para sustentar su imperio o no quedará ideología ninguna a la que recurrir para sustentar nuestra posición.
O nos damos cuenta de que somos sus enemigos o terminaremos siendo sus esclavos.
Estamos en guerra y en el inevitable continuum de la historia ya le hemos perdido. 
Y vamos a seguir muriendo, cayendo y sufriendo otros muchos. 
Es lo que tiene la guerra. Y nos guste o no estamos en guerra

sábado, abril 18, 2015

A Wolfrang le resulta "inaceptable" la democracia

Sé que soy un pesado pero es que al final siempre es lo mismo.
Europa se tambalea una vez más porque están a la greña Francia y Alemania, sus dos grandes columnas salomónicas -a excepción de Gran Bretaña, que siempre ha creído en Europa tanto como en los leprechauns, no nos engañemos-.
El ministro de economía alemán, Wolfgang Schäuble, abre la boca para criticar a Francia. Más allá de que, por más dinero que Alemania -bueno, los bancos alemanes- preste para la Unión Europea, tiene el mismo derecho a inmiscuirse en la política francesa que el capitán Ahab en la política de preservación de las ballenas de la ONU, la crítica que el alemán hace ya pasa la linea de lo inoportuno y se adentra en el minado terreno de lo peligroso. Según el teutón resultan "inaceptables las dificultades que se encuentran en el Parlamento y en la opinión pública (franceses, claro) a la hora de abordar una verdadera reforma laboral".
¿Perdón?, ¿inaceptables?, ¿por quien?
Quizás el bueno de Wolfrang olvide que Francia se unió y se forjó en torno a la voluntad de su parlamento -Estados Generales, se llamaban entonces-, que en Francia la opinión pública es la expresión de la voluntad del que gobierna, que es el pueblo. Quizás olvida que cortaron cabezas de reyes, de nobles y de prelados, que arriesgaron y dieron sus vidas en una revolución que se estudia en todas las escuelas del mundo como el inicio de la Edad Moderna para que su parlamento pudiera poner todas las dificultades que le diera la gana al gobierno y la opinión publica pudiera oponerse a cualquier mandato surgido del Palacio del Elisio todo lo que quisiera.
Quizás el ministro de finanzas alemán olvida que, de hecho, Francia considera que ese es el trabajo del parlamento y que la responsabilidad de cada francés como ciudadano y heredero de aquellos que atacaron La Bastilla es, perdón por la expresión, dar por culo al Gobierno. Que para eso le pagan.
Pero claro, es lógico que Wolfgang Schäuble no entienda mucho de eso.
Como capitalista a ultranza cree que el dinero da derecho a cualquier cosa. Que los que financian tienen derecho por el mero hecho de poner el dinero a decidirlo todo, a meterse donde no les llaman a imponer su criterio y su provecho en las vidas de otros.
Y como alemán, bueno como alemán.
Es heredero directo de un estado que se formó pasando por encima de la voluntad de unos y de otros. Que se creó a golpe de las órdenes y deseos del Káiser Guillermo, anexionando territorios sin pedirles permiso, imponiendo la fuerza militar y el poder del dinero, y que llevó a Europa, por esa forma de entender el Estado a la conflagración masiva. No olvidemos que hubo un gobierno alemán que cuando tuvo un problema con su parlamento terminó matándolo entre llamas.
Quizás sea por eso que le resulta imposible comprender que Francia y otros muchos preferimos hundirnos haciendo lo que hemos decidido hacer en libertad que salvarnos porque venga un mesías con un casco de punta que piense por nosotros.
Es el eterno enfrentamiento entre aquellos que construyen sus estados sobre la voluntad de los que viven y trabajan en ellos y los que los crean sobre la obediencia y la devoción a un visionario que les arrastra en todos sus delirios de grandeza.
Si a Wolfrang y a Alemania les resulta inaceptable que Francia sea democrática que abandonen la UE o le declaren la guerra una vez más.
Pero su dinero, su fuerza y su poder esta vez no les da derecho a decidir. Se hizo una revolución y se combatió en dos guerras mundiales para asegurarnos eso, al menos eso.
¡Coño, si hasta Inglaterra mató a un rey para lograrlo!
(Y pongo el trailer de Assasin Creed Unity porque mola y me parece que viene al pelo. Y el que prefiera que sus hijos crezcan con Disney a que aprendan algo de conciencia social mientras juegan, allá él.)







sábado, enero 10, 2015

Yihadismo: preguntarse por qué o ser como ellos.

 A veces me parece que el principal efecto que tiene la locura violenta sobre todos nosotros es que olvidemos como somos o al menos como hemos decidido ser. 
A lo mejor es porque todos los políticos, desde la izquierda a la derecha, desde el conservadurismo a la progresía, nos activan el miedo en cuanto ocurre algo como la masacre de la revista Charlie Hebdo, pero resulta que de repente nos volvemos tan locos o más que aquellos a los que se supone que queremos combatir.
Los hay que piden la pena de muerte a gritos y sollozos, ignorando el hecho de que la amenaza de muerte es inútil para alguien que cree saber que va ir al paraíso; los hay que piden la expulsión de todos los musulmanes de Europa, ignorando el hecho de que eso no soluciona nada si los que están dispuestos a matar y a morir deciden fingir que no lo son.
Y luego están los gobiernos que optan por montar una red de información que acumule los datos de todos los viajeros de líneas aéreas, ignorando la inutilidad de esa linea de actuación.
Dicen que ayudará a detectar a tiempo a los yihadistas, a los terroristas y a los criminales peligrosos, cayendo y haciéndonos caer en la trampa de confundir fanatismo con estupidez, locura con incapacidad intelectual. 
Olvidan que los guerreros de la falsa yihad son fanáticos pero son inteligentes, que viajarán en coche si hace falta, que realizarán la vuelta al mundo si hace falta para pasar por países que no están adscritos a esa red de control de personas, que irán de pie si hace falta. Pretenden vendernos que no serán capaces de eludir esos nuevos controles, como si no hubieran hecho lo mismo con los anteriores y los anteriores y los anteriores.
Y nosotros, de repente, nos volvemos tan irracionales como aquellos a los que combatimos porque estamos dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de lograr nuestros objetivos. Estamos dispuestos a renunciar a nuestros principios con tal  de sentirnos seguros. 
Estamos dispuestos a conculcar derechos fundamentales, a castigar a justos por pecadores, a señalar cánceres y amputarlos con el hacha de nuestro miedo en lugar de localizar tumores y extirparlos quirúrgicamente con el escalpelo de la inteligencia, a crear nuevos mártires y ejemplos para la locura fanática con tal de sentirnos vengados al ejecutar a aquellos que quieren morir.
No es que nos volvamos asesinos, pero nos volvemos irracionales, olvidamos que debemos decidir desde la razón no desde el terror que sus ataques nos provoca. Que, según lo veo, es exactamente lo que ellos quieren. 
Dejamos que nos lleven a un terreno de juego en el que se sienten tremendamente cómodos porque ellos están y desean permanecer inmersos en su locura mientras que nosotros nos encontramos a disgusto en la nuestra.
Y sobre todo creo que nos volvemos irracionales porque damos todas esas respuestas sin haber hecho la pregunta adecuada ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?
Hasta que no encontremos una respuesta a esta pregunta que nos implique a nosotros no podremos hallar la respuesta adecuada a como evitar el terrorismo yihadista o cualquier otra forma violenta y fanática de ver el mundo y solamente lograremos que los que ejercen el poder se aprovechen de nuestro miedo irracional -comprensible pero irracional-, para que sigamos renunciando a derechos a cambio de una seguridad que no pueden garantizarnos.

jueves, enero 08, 2015

Charlie Hebdo, el yihadismo y la tercera vía

El ataque a Charlie Hebdo, las muertes y los eslóganes de los locos furiosos que lo cometieron solamente demuestran, tal como yo lo veo, una cosa: no sabemos tratar con aquellos que han ocultado la lógica y la razón bajo la oscura celada de su fanatismo.
Como civilización Occidental Atlántica recurrimos a lo único que tenemos, a lo poco que nos queda de lo que fuimos, que solo son dos cosas, dos argumentos repetidos una y otra vez: la razón y la fuerza.
Las doce muertes del ataque a la revista satírica es el fracaso de la razón, de la superioridad intelectual con la que se afronta el problema del fanatismo religioso, de cualquier fanatismo religioso. Tiramos de frases elaboradas, de sarcasmos y de dobles sentidos para explicarnos a nosotros mismos que no se puede ser un fanático religioso, para demostrar y demostrarnos que es un absurdo de proporciones mayúsculas matar por un dios, por una creencia o por una ideología.
Pero fracasamos. Fracasamos y la gente muere. 
No lo conseguimos porque el fanático no habla nuestro idioma, no usa nuestros procesos mentales, no capta nuestro sarcasmo, no se avergüenza de contemplar nuestra superioridad intelectual. El fanático solo entiende su rabia, su odio y su mezquina forma de intentar ser superior, de acallar sus complejos creyéndose el instrumento de la deidad de turno. Así que no renuncia, no se lo replantea. Simplemente aprieta el gatillo.
Y luego, atenazados por un miedo comprensible pero irracional, recurrimos al otro pilar de nuestra concepción del mundo: la fuerza.
Echamos mano de policía, de ejército, de redadas masivas, de leyes restrictivas, de invasiones, de bombardeos, de lo que haga falta con tal de acabar con ellos. Buscamos acabar con la plaga de una vez por todas. Matamos moscas a cañonazos en la creencia generalizada de que muerto el perro se acabó la rabia.
La invasión de Irak, la guerra Siria, el bloqueo del régimen de Teherán, la invasión de Afganistán, la antinatural alianza de Occidente con los peshmergas kurdos, las leyes anti terroristas, francesas, británicas o españolas son la demostración palpable de que eso tampoco funciona, de que no va a hacernos estar ni sentirnos más seguros.
Y seguimos fracasando. Y la gente sigue muriendo.
Porque el fanático no comparte nuestro miedo, no reacciona ante nuestros impulsos, desprecia los más básicos instintos de auto preservación porque de nada le sirve vivir si no puede sentirse superior. Porque el martirio le llevará allá donde quiere estar, donde necesita estar. A sentirse un elegido para la gloria aunque sea en la muerte.
Así que no nos queda más remedio que buscar otra solución, que mirar más allá de la razón y de la fuerza, de la inteligencia y del miedo y atacar la autentica causa del problema, empezando por reconocer una realidad que se me antoja innegable: siempre habrá fanáticos.
Porque, según lo veo, las religiones y las ideologías no son la causa, son la herramienta que aquellos que no han adaptado su realidad a sus expectativas vitales utilizan para encauzar su locura, para expresar su rabia, para dar forma a un odio interno que es suyo y solo suyo, que no parte de ninguna de las creencias o ideologías que dicen defender.
Lo único que podemos hacer es restarles fuerza y para ello lo que tenemos que hacer es quitarles seguidores, minimizar la posibilidad de que convenzan a otros, de que lleven a otros al lado de la linea que separa la razón de la locura en la que ellos habitan.
Y eso solo se hace de una forma: combatiendo la miseria, la falta de futuro, el hambre y la injusticia que tras cuartas partes del mundo sufren por como el Occidente Atlántico ha decidido organizar el mundo para su provecho.
Deberíamos haber aprendido hace tiempo que ese es el motor del fanatismo. Deberíamos haberlo aprendido con los pastorcillos cazando judíos por los bosques de Francia, con los papistas quemando hugonotes en La Rochelle, con los cruzados bañándose en la sangre de los sarracenos en Jerusalén, con El Ergún arrojando bebés musulmanes por las murallas de la Ciudad Dorada, con los campos de exterminio, con los Gulags, con las marchas hacia la muerte de los armenios...
Pero no lo hemos hecho y la gente muere y sigue muriendo.
En mi opinión solamente la lucha contra la miseria y la injusticia aislará a los fanáticos, les dejará solos con su dios o con su ideología y sin seguidores. Y entonces quizás si puedan funcionar la fuerza coercitiva y la razón. Pero hasta entonces no.
Nosotros sabremos si queremos enfrentarnos a un puñado de fanáticos furiosos, aislados y solos con su odio y con sus falsos dioses, o seguimos empeñados en proporcionales ejércitos inmensos por no saber renunciar a nuestros intereses y privilegios.

domingo, julio 14, 2013

Si la ruta de escape de la crisis acaba en el abismo.

Cuando emprendes un camino, cuando lo comienzas, parece que los pasos que das apenas te alejan del origen, del punto de partida. Centrados como solemos estar los occidentales atlánticos en nosotros mismos nos parece que nuestros pies apenas se mueven y luego cuando alzamos la cabeza nos damos cuenta de cuanto nos hemos alejado del principio. Esto, que en otras circunstancias y otras situaciones no sería otra cosa que una reflexión personal propia de una canción romántica serie B,  amenaza con convertirse en el mayor peligro al que nos enfrentamos en nuestros días. 
La falsa crisis que es la muerte de un modelo económico tan sistémico, recurrente y patógeno como lo es cualquier cáncer ha puesto en movimiento al poder, le ha hecho caminar por primera vez en muchos lustros y nosotros nos vemos obligados a movernos con él -o contra él- si no queremos que el tsunami que se cierne sobre nuestras playas nos aplaste.
Pero caminamos dando tumbos, a ciegas, equivocando el rumbo y perdiéndolo muchas otras veces. No es solamente dentro de nuestras fronteras, no es solamente en el interior de ester país arrasado por los mismos criterios económicos que ahora fingen intentar salvarlo.
Los pasos del Occidente Atlántico, arrasado en su soberbia, destruido en su arrogancia, caminan hacia un abismo que no vemos porque somos incapaces de mirar otra cosa que no sean nuestros propios pies.
En Francia se inicia una oleada de racismo municipal contra los gitanos que la población apoya o por lo menos deja pasar como si los gitanos fueran los culpables de que los millonarios franceses se lleven su dinero a otra parte cuando les suben los impuestos, como si los gitanos fueran los que deslocalizan y envían a Bangladesh plantas de producción y fábricas dejando sin trabajo a los franceses, como si los gitanos tuvieran algo que ver con los manejos económicos con los que Lagarde beneficiaba a sus socios o con los que Sarkozy enriquecía a sus parientes.
En Grecia se exigen pruebas del virus HIV obligatorias a las prostitutas, a los toxicómanos como si ese fuera el camino para impedir el aumento del SIDA en un país al que la troika y sus sucesivos gobiernos han dejado prácticamente sin sanidad pública. 
Pero también a los sin techo y a los inmigrantes sin papeles. Como si el deterioro de la sanidad fuera culpa suya, como si el aumento de las enfermedades no tuviera nada que ver con los recortes en la sanidad y si con la condición de indocumentado de un individuo.
El Gobierno de Estados Unidos persigue a Snowden por todo el orbe conocido mientras los delitos de los que acusa a toda la estructura del país ni siquiera se investigan porque se saben ciertos.
En Europa se apoya o se acepta cuando menos un golpe de Estado en Egipto sin querer reparar que ese golpe de estado no es contra el islamismo porque lo apoyan los mas furiosos de los salafistas,que recibieron un 25 por ciento de los votos, de esos votos que supuestamente no eran islamistas porque no votaron a Mursi. Sin querer reparar que ese golpe lo mantienen económicamente jeques de países en los que rige la ley islámica más salvaje como Arabia Saudí o Qatar.
En España, una parte de la población, la que votó al PP, se queja de la subida de impuestos pero no de que se retire la sanidad a los inmigrantes, protesta por que les cobren las recetas pero no porque se mantengan sacerdotes mientras se retiran médicos de las cárceles, porque no les den becas a universitarios que se han ganado el derecho a tenerla pero no porque se suspendan todos los programas educativos de inmersión de extranjeros.
En Francia y Bélgica hay manifestaciones para defender la intimidad en Twitter cuando la fiscalía gala exige que identifique a quien lleva meses lanzando mensajes racistas desde esa plataforma, En Alemania se recrudece la caza del turco, en Tejas se apoya la esterilización forzosa pretérita de inmigrantes, en Lleida la población se indigna porque el Tribunal Supremo anula la prohibición del burka.
Amplios sectores de las poblaciones apoyan esos pasos en ocasiones, los ignoran en otras. Algunos asienten en silencio para ratificarlos y otros tuercen un poco el gesto pero poco más.
Todo ello son pasos erráticos, caminares descontrolados, que parece que nada tienen que ver unos con otros, que parece que no están relacionados. Pero tienen un elemento común.
Cuando nos hemos enfrentado al mayor de nuestros miedos, cuando nos han colocado ante el abismo de un sistema que ya no puede garantizarnos el bienestar que creíamos tener garantizado sin esfuerzo, sin compromiso y sin riesgo alguno hemos reaccionado de la única manera que sabemos reaccionar: hemos buscado alguien a quien echarle la culpa que no fuera nosotros.
Seguimos buscando el caminar propio e individual como forma de escapar del derrumbe y de poco nos está sirviendo el ejemplo de miles de personas que luchan por lo todos en la Educación, la Sanidad o los desahucios, de poco nos sirve el ejemplo de aquellos que  arriesgan lo propio para defender lo de otros. Seguimos sin apartar la vista de nuestros ombligos creyendo que el mal de otros es tolerable si redunda en nuestro beneficio, que nuestros derechos son prioritarios porque son nuestros, no porque son derechos universales y por eso se les pueden restringir a otros siempre y cuando eso permita que nosotros los tengamos teniendo. Seguimos negándonos al cambio.
Seguimos haciendo lo que nos está matando.
Tenemos que elegir un camino para salir de esto, para abandonar nuestro decidido viaje al catafalco en el que se puede convertir nuestra sociedad. Y no podemos seguir mirándonos los pies y caminar sin pensar en nada que no sean nuestros pasos.
Hemos de levantar la vista, girar la cabeza y mirar hacia atrás. Y saber que si el camino para escapar, si la ruta de huida, está plagada de los cadáveres de otros, de los derechos pisoteados de otros, no nos sirve. No puede servirnos. Nos conducirá a un destino que tras mucho deambular nos devolverá al punto de partida. Nuestra muerte como sociedad y nuestra miseria interna y externa como individuos.
Sabemos como evitarlo. Otra cosa es que no queramos arriesgarnos a tomar ese camino.

domingo, enero 13, 2013

Francia, nosotros y la tercera guerra maliense

Como suele ocurrir cuando miramos a otro lado, las cosas se desarrollan a nuestras espaldas, los hechos ocurren y cunado queremos girarnos a ver qué está pasando nos encontramos con sorpresas, con giros inesperados y con reacciones que no podemos comprender.
Eso está pasando en Mali.
De pronto a nuestros informativos y nuestros periódicos saltan imágenes de elegantes cazas de combate franceses -estos franceses son capaces de dar sa veu affaire hasta a los aviones de combate- sobrevolando tierras medio desérticas en Mali, nos sorprenden instantáneas de tipos embozados montados en todo terrenos con armas antiaéreas en el regazo y actitud de pocos amigos. Repentinamente, la guerra viene a visitarnos a nuestras pantallas.
No es que alguna vez se haya ido de África, no es que la mayor parte de sus países no estén de un modo u otro casi permanentemente en guerra. Es que esta es diferente.
En esta participamos nosotros, participa ese occidente incólume y atlántico que, como diría el poeta catalán, se tira de los pelos pero para no ensuciar acude a cagar en casa de otra gente.
Y nada más ni menos que Francia, un país no dado a las intervenciones militares desde sus ya míticos desastres argelinos e indochinos, allá en pleno Gaullismo desatado y patrio
Y parece que la guerra empieza ahora, parece que ahora que los avienes galos ametrallan las columnas rebeldes y los soldados franceses se pasean por Bamako es cuando la guerra haya empezado.
Eso es lo que creen los que rescatan las proclamas contra el colonialismo revivido y los que alzan los brazos al cielo con regocijo ante una operación que frena el avance del yihadismo más radical y pariente directo de los talibanes afganos.
Pero no así. La intervención occidental en ese conflicto que casi ni comprendemos porque nos hemos mantenido de espaldas a él empezó mucho antes.
El 17 de enero del año pasado -ya me he habituado a que la fecha de mi nacimiento esté siempre inexplicablemente ligada al estallido de conflictos bélicos (abstenerse de comentar augures, terroristas y demás)- empezó la guerra de Mali.
En unas pocas horas los Tuaregs, un pueblo acostumbrado a las campañas rápidas tomó todas las ciudades importantes de la zona norte del país y tomó Ménaka y, al día siguiente, Aguelhok y Tessalit. Proclaman el Estado de Azawad.
Y ahí empezó la intervención occidental atlántica en este conflicto. Empezó como empiezan todas las intervenciones de esta civilización nuestra que cada vez se parece más a sí misma en sus sucesivos procesos de decadencia.
No fue porque el pueblo tuareg, tradicional olvidado del reparto africano y su posterior división postcolonial, no tuviera derecho a reclamar una zona que históricamente siempre habían controlado aunque sin formar una entidad nacional, no fue porque el gobierno y el ejército malienses tuvieran una maquinaria de guerra tan bien engrasada que confiáramos en que resolverían el conflicto a su favor.
No hicimos nada porque los fosfatos, la sal y el colín -reconozcámoslo, ni siquiera sabemos lo que es caolín- que produzca Mali son mucho menos importantes que el gas y el petróleo de Libia, que nos llevaron a tomar partido desde el principio. No hicimos nada porque su renta per cápita de 1.500 dólares anuales a nosotros no nos parece ni el salario mínimo de un mes, no hicimos nada porque su mijo su arroz y su maíz no nos sirven ni para la dieta más estricta del más radical de los veganos.
Así que no intervenimos, en resumen, porque nos importaba lo mismo que a una vaca pastando ver pasar el tren.
Algunos dicen, entre ellos el jefe del Estado Mayor para África de los Estados Unidos -como no- que habría que haber intervenido militarmente entonces. Pero se equivocan. Habría que haber intervenido pero lo podríamos haber hecho desde nuestros países, desde los sillones de los ministerios y las sedes diplomáticas occidentales atlánticas sin riesgo alguno de hombres y armamento.
Hubiera sido tan sencillo como reconocer el Estado de Azawad. 
Miembros del MLNA
Los tuareg tendrían su tierra -algo a lo que siempre habían tenido derecho, como los saharianos, como los Azanis, como los eritreos, como los fulani, como un sinfín de pueblos africanos partidos y reestructurados a golpe de escuadra y cartabón en un mapa que nos inventamos sobre el papel cuando abandonamos África y nosotros no perderíamos nada. Incluso podríamos ganar un aliado en una zona en la que nos hacen falta aliados más que de sobra.
Pero no lo hicimos y la cosa siguió y nuestra intervención pasiva también continuó.
Los militares dieron un golpe de Estado y echaron al presidente de Mali y nosotros, salvo las típicas quejas y reclamaciones por escrito desde los pasillos de la ONU tampoco hicimos nada. Estábamos demasiado contentos y agotados de haber intervenido en Libia y haber salvado para nosotros y no para China -aunque eso aún está por ver- su petróleo y su gas que no nos quedaban fuerzas para nada. Para nada que nos importara, claro está.
 Y esa fue nuestra segunda intervención silenciosa y pasiva. Porque los militares, henchidos de orgullo patriótico y con renovadas fuerzas contraatacaron. La Unión de Estados Africanos les apoyó vagamente mientras les recriminaba haber aparcado la democracia en Mali y entonces el nuevo estado autoproclamado de Azawad tuvo que recurrir a lo que no hubiera recurrido si ya fuera un estado reconocido.
EL MLNA, el grupo guerrillero que había protagonizado la escisión, controlaba el asunto, se nutría de combatientes de la reciente campaña Libia, armados hasta los dientes y con la adrenalina a flor de piel y por entonces, algunos salafistas -los más violentos, mezquinos y sangrientos de los yihadistas del falso islam- se infiltraban en sus filas.
Pero ante el empuje de los militares malienses les abrió las puertas y estos llegaron -de la misma guerra libia- y de los grupos que llevaban años secuestrando occidentales en todo el Sahel bajo el paraguas de Al Qaeda del Magreb y tomaron el control.
Cinco meses después de la revuelta tuareg -que hasta los propios afectados consideraron no muy cruenta. Incluso dejaron irse a los soldados desarmados del ejército de Mali- el MLNA combatía en las calles de Gao y de Ménaka y las perdía. Como perdía Tombuctú, la joya de la tradición y la historia fulani y tuareg en la frontera entre la África verde del islam magrebí y el áfrica negra de la tradición tribal que siempre ha sido el Sahel
Miembros de Ansar Dine ¿captamos las diferencias?
¿Contra quién? ¿Contra las fuerzas de la ONU?, ¿contra el ejército regular del gobierno de Mali que ya para entonces había elegido un presidente interino títere de los militares?
No. Se las entregaba a los salafistas de la milicia Ansar Dine y los talibanes de Al Qaeda del Magreb, las perdía ante el yihadismo, dispuesto a hacerse con el poder en cualquier entorno en el que la religión islámica esté medianamente aposentada.
Los tuareg volvieron a perder su tierra ante los musulmanes como ya lo hicieran hace siglos cuando los enviados y las huestes de los califatos árabes llevaron su religión y su dominio al norte de África.
Y nosotros seguimos entonces interviniendo por omisión.
Vimos implantar la Sharia, lapidar a parejas de amantes, cortar manos a ladrones y no hicimos nada. Contemplamos como los portavoces del nuevo estado pasaban de ser índigos tuareg a barbudos magrebíes que parecían gemelos ignotos de Bin Laden y seguimos impertérritos, contemplamos con estupor como amenazaban con hacer con los mausoleos, los palacios y las bibliotecas -sí, las bibliotecas. En Tombuctú había bibliotecas mucho antes de que cualquier occidental atlántico pensara en otra cosa que alimentar a sus cerdos o pegarse con su vecino por un palmo de tierra- y protestamos airadamente desde la Unesco y nos fuimos a cenar.
Y con esa intervención por desidia permitimos que una revuelta política y territorial históricamente justificada y resuelta de una de las formas menos cruentas que se recuerdan en África -y eso es decir mucho- se transformara en una yihad furiosa e imparable que cargara contra todos y contra todo
Y ahora, en lo que ya en realidad es la tercera intervención tuareg -o la tercera guerra maliense, como quiera llamarse- enviamos nuestros aviones, nuestros soldados, nuestros helicópteros de combate y todo lo que haga falta para parar a los salafistas, a los terroristas. Para frenar no a los que establecieron el Estado de Azawad, sino a los que se ha apoderado arteramente de él. Porque el Estado de Azawad ya no existe. Desde el pasado mes de junio solamente existe el Estado Islámico de Azawad.
Y a estas alturas, hasta el más indolente de los occidentales sabe lo que eso significa.
Porque se dirá que se interviene para parar el terrorismo, para frenar el yihadismo, para devolverle la libertad a una población que no la había perdido con el MLNA pero que sí la tiene suspendida sine die con el control de Ansar Dine y Al Qaeda del Magreb.
Pero no es así. No hemos intervenido cuando esa locura falsamente religiosa, arribista y psicopática ha destrozado a las gentes y los edificios de Tombuctú, Goa o Ménaka. Hemos intervenido cuando se ha puesto en movimiento y amenaza con hacerse con todo el control de Mali porque los 7.000 soldados de su ejército -sin sueldo y casi hambrientos- no se van a poder enfrentar a la flor y la nata de la violencia intransigente yihadista bien armada y alimentada a costa de los arsenales perdidos de Gadafi y de las cuentas bancarias de los jeques petroleros de la península arábiga.
Y ahí si hay algo que nos importa. Ahí, en el sur del país, cerca de la capital, está el tercer bastión de la producción de oro de África, que es casi como decir del mundo. Y el oro sí nos importa.
Así que los helicópteros y los aviones que podían haber bombardeado a los salafistas antes de que le arrebataran el control al MLNA, que podrían haber acudido en su ayuda si los hubieran reconocido como Estado, no acuden a salvaguardar Mali. Acuden a salvaguardar nuestro oro.
Y como siempre llegamos tarde. Como nos hemos acostumbrado desde que empezamos el decadente rito continuado de mirarnos exclusivamente nuestro ombligo, llegamos tarde.
Puede que podamos quitarle el oro que los salafistas necesitan para su eterna yihad malentendida pero Mali es solamente el ejemplo de lo que hemos hecho y seguimos haciendo con el mundo musulmán desde el final de la Primera Guerra Mundial.
Por no apoyar las reivindicaciones territoriales al final nos encontramos en la disyuntiva entre el apoyo a un dictador -o a un gobierno escasamente legítimo- en contra de un grupo de furiosos fanáticos religiosos que no piensan más que en su inventado dios aunque ese dios les escupiría en la car si se los encontrar de frente en cualquier sitio.
Eso nos estalló en Irán, en Iraq y en Libia, nos dejó fuera de juego en Afganistán y Pakistán,  nos produce dolores de cabeza en la palestina de Hamás, en la Siria de El Asad, en Bahréin e incluso ya en Jordania. Y ahora lo reproducimos en Mali.
El islamismo se extiende y se implantará en el mundo musulmán. Es una evolución histórica imparable fruto también en parte -solo en parte- de nuestra forma de organizar la caída colonial.
La religión es el único aglutinante social y el único catalítico revolucionario que tienen esas poblaciones mantenidas en estadios medievales por dictadores en muchos casos puestos por Occidente o consentidos por él.
Y nosotros en lugar de intervenir a tiempo para ayudar a la construcción de una política civil y nacional con un islamismo moderado y democrático -igual que nuestras sociedades tienen una democracia cristiana moderada y democrática- intervenimos tarde y lo único que logramos es que el yihadismo furioso -que ya ha eliminado o cuando menos mermado y exiliado al moderado- se haga más agresivo y gane más adeptos y más poder tirando de su ya famoso teatro del martirio.
Quizás por eso ya no nos interese lo de Mali. Lo hemos vito hacer demasiadas veces.

Lo pensado y lo escrito

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