El ataque a Charlie Hebdo, las muertes y los eslóganes de los locos furiosos que lo cometieron solamente demuestran, tal como yo lo veo, una cosa: no sabemos tratar con aquellos que han ocultado la lógica y la razón bajo la oscura celada de su fanatismo.
Como civilización Occidental Atlántica recurrimos a lo único que tenemos, a lo poco que nos queda de lo que fuimos, que solo son dos cosas, dos argumentos repetidos una y otra vez: la razón y la fuerza.
Las doce muertes del ataque a la revista satírica es el fracaso de la razón, de la superioridad intelectual con la que se afronta el problema del fanatismo religioso, de cualquier fanatismo religioso. Tiramos de frases elaboradas, de sarcasmos y de dobles sentidos para explicarnos a nosotros mismos que no se puede ser un fanático religioso, para demostrar y demostrarnos que es un absurdo de proporciones mayúsculas matar por un dios, por una creencia o por una ideología.
Pero fracasamos. Fracasamos y la gente muere.
No lo conseguimos porque el fanático no habla nuestro idioma, no usa nuestros procesos mentales, no capta nuestro sarcasmo, no se avergüenza de contemplar nuestra superioridad intelectual. El fanático solo entiende su rabia, su odio y su mezquina forma de intentar ser superior, de acallar sus complejos creyéndose el instrumento de la deidad de turno. Así que no renuncia, no se lo replantea. Simplemente aprieta el gatillo.
Y luego, atenazados por un miedo comprensible pero irracional, recurrimos al otro pilar de nuestra concepción del mundo: la fuerza.
Echamos mano de policía, de ejército, de redadas masivas, de leyes restrictivas, de invasiones, de bombardeos, de lo que haga falta con tal de acabar con ellos. Buscamos acabar con la plaga de una vez por todas. Matamos moscas a cañonazos en la creencia generalizada de que muerto el perro se acabó la rabia.
La invasión de Irak, la guerra Siria, el bloqueo del régimen de Teherán, la invasión de Afganistán, la antinatural alianza de Occidente con los peshmergas kurdos, las leyes anti terroristas, francesas, británicas o españolas son la demostración palpable de que eso tampoco funciona, de que no va a hacernos estar ni sentirnos más seguros.
Y seguimos fracasando. Y la gente sigue muriendo.
Porque el fanático no comparte nuestro miedo, no reacciona ante nuestros impulsos, desprecia los más básicos instintos de auto preservación porque de nada le sirve vivir si no puede sentirse superior. Porque el martirio le llevará allá donde quiere estar, donde necesita estar. A sentirse un elegido para la gloria aunque sea en la muerte.
Así que no nos queda más remedio que buscar otra solución, que mirar más allá de la razón y de la fuerza, de la inteligencia y del miedo y atacar la autentica causa del problema, empezando por reconocer una realidad que se me antoja innegable: siempre habrá fanáticos.
Porque, según lo veo, las religiones y las ideologías no son la causa, son la herramienta que aquellos que no han adaptado su realidad a sus expectativas vitales utilizan para encauzar su locura, para expresar su rabia, para dar forma a un odio interno que es suyo y solo suyo, que no parte de ninguna de las creencias o ideologías que dicen defender.
Lo único que podemos hacer es restarles fuerza y para ello lo que tenemos que hacer es quitarles seguidores, minimizar la posibilidad de que convenzan a otros, de que lleven a otros al lado de la linea que separa la razón de la locura en la que ellos habitan.
Y eso solo se hace de una forma: combatiendo la miseria, la falta de futuro, el hambre y la injusticia que tras cuartas partes del mundo sufren por como el Occidente Atlántico ha decidido organizar el mundo para su provecho.
Deberíamos haber aprendido hace tiempo que ese es el motor del fanatismo. Deberíamos haberlo aprendido con los pastorcillos cazando judíos por los bosques de Francia, con los papistas quemando hugonotes en La Rochelle, con los cruzados bañándose en la sangre de los sarracenos en Jerusalén, con El Ergún arrojando bebés musulmanes por las murallas de la Ciudad Dorada, con los campos de exterminio, con los Gulags, con las marchas hacia la muerte de los armenios...
Pero no lo hemos hecho y la gente muere y sigue muriendo.
En mi opinión solamente la lucha contra la miseria y la injusticia aislará a los fanáticos, les dejará solos con su dios o con su ideología y sin seguidores. Y entonces quizás si puedan funcionar la fuerza coercitiva y la razón. Pero hasta entonces no.
Nosotros sabremos si queremos enfrentarnos a un puñado de fanáticos furiosos, aislados y solos con su odio y con sus falsos dioses, o seguimos empeñados en proporcionales ejércitos inmensos por no saber renunciar a nuestros intereses y privilegios.
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