Va un tiempo que en estas lineas la educación y las becas nos tapan todo lo demás. Y no es de extrañar. Resultaría aquiescente y absurdo preocuparse más de estos presentes nuestros que del futuro de todos, aunque nosotros no vayamos a sufrirlo y compartirlo.
Y además sería reincidencia en el delito porque es lo que llevamos haciendo los occidentales atlánticos durante casi tres generaciones.
En fin, que tanto hay que cuestionar y pelear contra el presente ministro Wert por la becas universitarias que igualen el rasero del futuro de todos que hay ocasiones en las que algunas cosas se nos pasan de largo, se nos esconden en la letra que parece pequeña pero no lo es.
Y una de esas cosas que se nos está pasando por alto entre tanto 6,5 de nota media y tanta injusta segregación académica de los que no tienen dinero, exigiendo que la brillantez cubra la ausencia de cifras en los saldos de las cuentas corrientes, es la parte variable del nuevo modelo de becas que un ministro arrogante y elitista ha diseñado para garantizar a sus socios un futuro de mano de obra barata y sin preparación.
Las partes variables de las cuantías de las becas son una herramienta peligrosa, son un arma de doble filo que pueden ser mucho más nocivas en su uso que incluso la aciaga nota media que se pretende imponer.
Nada que decir sobre que haya una variable por las condiciones económicas.
Aunque no está acostumbrado a anteponer la lógica a su criterio, Wert parece que en este caso lo ha hecho. No es lo mismo ingresar 38.000 euros anuales que 14.000, no es lo mismo ser una familia de cuatro miembros que de siete; no es lo mismo tener a tu cargo una persona dependiente o ser una familia monoparental que no serlo.
Así que nada que objetar.
Luego está la parte que el hombrecillo del comentario sarcástico y la sonrisa torcida, en su intento de ahorrar dinero para regalárselo a los bancos que lo han dilapidado, hace depender del rendimiento académico, Esa es cuestionable pero aceptable.
Teniendo en cuenta el criterio que parece aplicar este individuo de que a los estudiantes se "les paga por estudiar" parece lógico pensar que el que más estudia tenga más beneficios. Lo parece pero no lo es.
Porque la recompensa por el esfuerzo en la universidad la dan los resultados académicos no el dinero que se necesita para estudiar.
Un estudiante que tenga un aprobado no necesita menos dinero para estudiar que uno que obtenga un notable; un universitario que logre con todo su esfuerzo un aprobado raspado en ese coco eterno de las ingenierías llamado Álgebra I no necesita menos recursos para continuar sus estudios que aquel que por configuración genética o por capacidad no precisa levantarse de la pradera complutense para sacar un notable en la eterna maría de Ciencias de La Información conocida como Teoría de la Comunicación I -con mis disculpas a Miguel Sobrino, si sigue dando clases de esa asignatura-.
Pero si se mantienen los mínimos necesarios -que al parecer para Wert son 1.500 euros- para que uno y otro habiendo aprobado puedan continuar los estudios hasta se puede aceptar que exista una variable por notas. Es una visión un tanto monetarista de la tan traída y llevada Cultura del Esfuerzo, pero no se puede esperar de un liberal capitalista que no sea también monetarista.
Resumiendo, que si la parte fija cubre los mínimos esenciales para continuar los estudios es asumible que haya otra parte que dependa de los resultados académicos. Y puede ser hasta positiva como incentivo y recompensa a los que se esmeran en avanzar en sus estudios universitarios.
Pero llegamos a la piedra contra la que de nuevo vuelve a estrellarse la lógica en esta incongruencia continua y constante que José Ignacio Wert ha pretendido colarnos como un nuevo sistema de becas universitarias.
Hay una parte que depende exclusivamente de las disposiciones financieras del Estado.
Y esto supone simplemente que hay una parte que depende exclusivamente de la arbitrariedad del Gobierno de turno, que Wert cree que sera siempre el del Partido Popular pero que puede ser el de cualquiera.
Ese concepto, esa variable, es más peligrosa, más antidemocrática, más elitista y más totalitaria que cualquier 6,5 que quiera poner de nota media para conceder una beca.
Lo es porque muta un derecho ganado por una sociedad en una dádiva gubernamental, porque subvierte una herramienta -las becas- que buscan la justicia y la igualdad trasformándolas en un elemento arbitrario en manos del poder. Porque convierte una obligación de los gobiernos para con sus ciudadanos en simple caridad.
Y antes de que griten los liberales, antes de que se mesen los cabellos aquellos que claman por el control del gasto, antes de que se rasguen las vestiduras los adalides y profetas del déficit cero, hay una cosa que decir.
Es cierto que el dinero del Estado no es ilimitado, es cierto que las idas y venidas de la recaudación y de las finanzas públicas en este sistema económico nuestro, que sigue agonizando porque no nos atrevemos a dejarlo morir para crear algo nuevo, hacen que los ingresos del Estado fluctúen y que las disponibilidades financieras de los gobiernos varíen.
Pero ni toda la inestabilidad del mundo, ni todas las arcanas fluctuaciones de los mercados pueden apartar la vista de los gobiernos de que su prioridad es el futuro de la sociedad que les ha puesto al mando de la nave y les ha entregado parcialmente su soberanía para que los dirija.
Así que la parte variable de las becas que dependa de las disponibilidades de dinero del Estado solamente es asumible si el Gobierno se compromete a que la Educación sea un elemento prioritario en la elaboración de los Presupuestos Generales del Estado. No porque un gobierno u otro lo decida sino porque la ley lo imponga. Les guste o no a los que ejercen el gobierno en cada momento.
Si no es así siempre se podrá dar el caso de que como Defensa se tiene que gastar 800 millones en un submarino de combate que no necesitamos nos quedemos sin dinero para becas; que como el rey se muere y tenemos que pagar los gastos de la coronación del principito nos quedemos sin una parte de las becas, que como el Gobierno decide gastar lo que no tiene en cubrir los agujeros financieros de las entidades bancarias que lo sustentan nos quedemos sin un tercio de las becas.
Y para evitarlo no nos vale la palabra del Gobierno -ni de este ni de ningún otro- Tenemos motivos más que suficientes para dudar de esa palabra.
Tenemos motivos más que suficientes cuando se dedica a gastar dinero en campañas de promoción de la imagen de su LOCME mientras se deja caer en deudas enormes a los colegios con las empresas que les dan el servicio de comedor; cuando se gasta dinero en remodelar edificios que luego se entregan gratuitamente a instituciones privadas de enseñanza mientras se permite que que corte la calefacción en los institutos públicos por falta de pago o que el agua y el barro inunden los barracones en los que hace estudiar a alumnos de la Educación Publica.
En cuestión de prioridad educativa la palabra de Gobierno y la del ministro Wert tiene exactamente el mismo valor que la que el aciago Adolfo le dio al bueno de Churchill de que jamás un soldado alemán pondría un pie más allá de la frontera polaca del río Vístula.
Y no podemos dejarlo pasar porque si lo hacemos le estaremos dando una herramienta de control de nuestro futuro a los gobiernos que nos resultará muy difícil recuperar.
Si Wert y Montoro -vaya duo de soberbios, por cierto- se sientan y elaboran una ley no de estabilidad sino de prioridad presupuestaria que establezca que la Educación -y de paso la Sanidad, por pedir- son los elementos prioritarios de la elaboración presupuestaria y que no se puede recortar en esos conceptos hasta que se haya recortado en todo lo demás entonces se podrá asumir esa variable
Si se establece que, en caso de descenso en los ingresos, se recortara de todo, desde la asignación de la Casa Real hasta Defensa, desde los gastos de las Instituciones públicas estatales y autonómicas hasta los sueldos de los políticos, desde las campañas de imagen y publicidad hasta las obras públicas, antes de tocar la Educación -y la Sanidad, insisto-, entonces nos creemos que cuando la parte variable de las becas que depende de la disponibilidad financiera de la Administración descienda será porque no hay otro remedio.
Porque no tendremos que poner nuestra fe en la palabra de Wert, de Montoro o de cualquier otro que ocupe su puesto o su cargo. Podremos poner nuestro conocimiento en una ley que nos ampare.
Podríamos haber elegido confiar en ellos pero, sin duda, no se lo han ganado.
No dejemos que la injusticia del 6,5 nos esconda el totalitarismo arbitrario de esa parte variable de las becas. No dejemos que la pelea por impedir que se cambie igualdad por elitismo nos impida luchar por que nos cambien derechos por caridad.
Con Wert y su concepto educativo la pelea por el futuro de todos tiene múltiples trincheras y tenemos que estar presentes en todas. Es lo que nos ha tocado luchar.
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