Hay personas a las que pese a todo se les presupone la inteligencia y sin duda Monserrat Gomendio, la Secretaria de Estado de Educación, es una de ellas.
Quizás por ello o quizás porque es una abanderada más amable, menos soberbia y más argumentativa que el pomposo ministro que la supera en rango es la persona encargada de intentar explicar la nueva andanada que el ministerio de José Ignacio Wert ha disparado contra la linea de flotación del sistema educativo español: la reforma de las becas universitarias.
Y ella lo defiende con argumentos, haciendo honor a algo que no se estila mucho cuando las leyes de Wert salen a la palestra.
Puede parecer que esto es un halago a la Secretaria de Estado, que es casi un piropo en un entorno donde el ordeno y mando de su jefe ha encendido de norte a sur, de alumnos a rectores y de públicos a concertados a todos los integrantes de la comunidad educativa. En parte lo es, pero la presunción de inteligencia de Gomendio es lo peor que se puede decir de ella en este asunto
Defiende el nuevo sistema de calculo, dividido ahora en fijos y variables que dependen de la renta y de los resultados.
Sería asumible y parece lógico, quizás no en el porcentaje salomónico impuesto pero si en la esencia del mismo si se concede el beneficio de la duda a las complicadas fórmulas que se utilizaran para compensar supuestamente las desigualdades.
Sin embargo, sabemos que Gomendio es inteligente por lo que la otra parte, la que defiende con la boca más pequeña, aquella de la que apenas aporta argumentos no es un error, no es una decisión tomada sin la reflexión propia de la inteligencia. Es algo absolutamente voluntario y medido.
El nuevo sistema de becas deja un porcentaje a las disponibilidades financieras del Gobierno de turno y, dada la presunción de inteligencia de la Secretaria de Estado, huelga saber que ella comprende perfectamente lo que ello significa.
Supone dejar al arbitrio de cada gobierno el derecho a las ayudas para la educación universitaria, quién las recibe y en qué momento. Significa no garantizar los derechos ni de aquellos que no tienen capacidad financiera ni de aquellos que demuestran con sus notas que las están aprovechando.
Porque cualquier Gobierno podrá elaborar un presupuesto anual en el que, por ejemplo, se engorden los gastos de defensa o de la Administración Pública o de cualquier otro área que se le antoje, y luego afirmar que no le quedan recursos financieros y cortar de raíz esa parte de las partidas para becas que depende exclusivamente de su arbitrio.
Y en ese momento ni las condiciones económicas, ni el rendimiento docente serán ya parámetros válidos. Porque si el estudiante no tiene recursos para seguir adelante con sus estudios sin esa aportación arbitraria dará igual que está sacando matrículas cum laude o que su familia ingrese 11.000 euros al años, tendrá que dejar los estudios universitarios como los 70.000 alumnos expulsados este año de las universidades públicas por no poder hacer frente a los gastos de matrícula presentes o pasados.
Y Gomendio como es inteligente lo sabe. Así que el halago se transforma en recriminación, el requiebro se convierte en crítica.
Puesto que su inteligencia le permite saber que está transformando un derecho universal en una dádiva arbitraria, que está convirtiendo una obligación del Estado para con su futuro en un simple ejercicio de poder visceral e impredecible. Está transformando la igualdad de oportunidades para acceder a los estudios superiores en un ejercicio de caridad totalitaria del gobierno de turno.
Y su presunción de inteligencia le impide excusarse de ese conocimiento.
Pero si esto ocurre con las argumentaciones económicas, las otras, aquellas que explican las motivaciones profundas de los desastrosos cambios ideados por Wert y su equipo para la universidad, aún van más allá.
La secretaria de Estado dice: "Hay un desfase muy importante entre la formación que se recibe y lo que está demandando el mercado. Ya no da lo mismo lo que estudies ni la nota que saques. Obtener un título no es suficiente para acceder a un empleo de nivel medio o alto. En el mercado no hay suficiente demanda para los licenciados en Ciencias Sociales y Jurídicas, el valor de esos títulos se ha devaluado. Se necesita un cambio de cultura. Acceder a la universidad, con el apoyo de toda la sociedad al obtener una beca es una responsabilidad muy grande".
Y así, leído en bruto, parece que el argumento es lógico, firme e irrefutable. Pero si lo desgranamos la cosa empieza a cambiar, empieza a hacerse menos plausible pese a que muchos licenciados -sobre todo en ciencias- estén en este punto asintiendo en silencio.
"Hay un desfase muy importante entre la formación que se recibe y lo que está demandando el mercado", afirma Gomendio.
Es cierto. Nadie va a negarlo. Pero en ese punto es donde se tiene que hacer la elección, es donde se tienen que cerrar las opciones. Es donde toca decidir entre mercados y sociedad. No hay vuelta de hoja. Porque la corrección de ese desfase se puede conseguir adecuando la sociedad a los mercados o los mercados a la sociedad.
Los mercados se rigen por la ley de la inversión mínima posible. La sociedad necesita, por poner un ejemplo, que el entorno de trabajo sea aceptable y sea humano. Pero los mercados no, así que no se contratará expertos en ergonomía, ni psicólogos laborales, ni ningún especialista que sea necesario para ello porque se los pueden ahorrar, haciendo que esas especialidades pierdan valor.
El Gobierno puede imponerlo en beneficio de la sociedad pero no lo hace en beneficio de los mercados. Ha decidido a quien apoya en ese eterno conflicto entre lo necesario y lo rentable.
"Ya no da lo mismo lo que estudies ni la nota que saques. Obtener un título no es suficiente para acceder a un empleo de nivel medio o alto, continúa Gomendio".
Y una vez más es cierto. Los mercados nunca demandarán historiadores, filósofas o arqueólogos -más allá de las necesidades docentes para estas áreas-, muy pocas veces especialistas en sociología, en contadas ocasiones traductores de bíblica trilingüe o palenontólogos, geneticistas o físicas teóricas especialistas en el muy de moda bosón de Higgs.
En este país el mercado laboral no cuenta con la investigación y el Desarrollo como una inversión, se la ahorra, ¿significa eso que nadie, hasta que el mercado lo reclame debe dedicarse a ella?
Puede que los mercados, el mercado laboral en concreto, no precise de muchos de esos saberes pero la sociedad los necesita todos.
No hay sociedad que pueda mantenerse sin historia, sin investigación, sin ahondar en su pasado ni proyectar en su futuro. Aunque los mercados sean impermeables a esa necesidad y solamente precisen ingenieros, licenciados en empresariales y economistas.
"Obtener un título no es suficiente para acceder a un empleo de nivel medio o alto". La inteligencia presumida de Gomendio detecta otro desajuste pero no ahonda en la explicación, la elude.
No es suficiente porque somos el único país de nuestro entorno -que para otras cosas enseguida sacan el entorno a colación- donde no existe una ley de salarios mínimos obligatorios por titulación, donde no existe una catalogación de sueldos mínimos por puesto de trabajo y una exigencia de esa titulación para cada puesto obligatoria para aprobar los convenios sectoriales.
No hay una obligación de pagar los conocimientos acreditados lo que hace que se pueda exigir una secretaria trilingüe y pagarle lo mismo o incluso menos que a una recepcionista; lo que hace se pueda contratar a licenciados en derecho para los departamentos de personal y pagarles lo mismo que a aquellos que solamente han cursado un módulo de Auxiliar Administrativo en FP.
El Gobierno -cualquier gobierno- podría corregir los mercados para asegurarse que la sociedad se beneficia de los estudios universitarios en los que ha invertido, pero prefiere facilitar que las empresas que establecen sin cortapisa práctica alguna el mercado laboral puedan beneficiarse de esa inversión social en titulación universitaria sin pagar por ella.
Y además opta por considerar innecesarias para la sociedad todo aquello que no sirva para generar riqueza financiera -que luego no se repartirá- a través del mercado de trabajo. Desde la matemática teórica hasta la historia, desde las artes plásticas hasta la paleontología.
Una sociedad no puede regirse exclusivamente por lo que necesitan sus empresas, no puede gestionarse exclusivamente por lo que precisa su dinero sino por lo que necesitan sus ciudadanos.
Y para rematar la faena, Gomendio concluye con una frase en la que no se puede estar más de acuerdo: "Se necesita un cambio de cultura. Acceder a la universidad, con el apoyo de toda la sociedad al obtener una beca es una responsabilidad muy grande".
Impecable.
Claro que se necesita un cambio de cultura. Un cambio que nos lleve a dejar de sacralizar a los mercados y el dinero y dejar de permitir que nos impongan unas normas draconianas de predación financiera que nos han llevado a donde estamos.
Por supuesto que necesitamos una nueva cultura que haga que dejemos de pensar -sobre todo los gobiernos- que los beneficios empresariales no han de ser compartidos si no se tiene la voluntad de ello, que no se puede regular la actividad empresarial y los flujos financieros para que sean justos, equitativos y saludables para una sociedad a la que ahora están matando y condenado a la miseria.
Desde luego que se impone un cambio cultural que haga que los mercados -o sea los inversores especulativos que mueven los capitales- comprenda de una vez que ellos no marcan las reglas del juego, que ellos no son los únicos que son libres, que sus necesidades no adquieren rango de ley incuestionable por el mero hecho de que ellos necesiten mano de obra barata, acumulación de capitales indefinida o libertad especulativa absoluta para aumentar ad eternum sus cuentas de beneficio.
Y Gomendio, que es inteligente, sabe que hace falta ese cambio cultural pero elige adecuar la universidad a las necesidades del mercado y no el mercado a las necesidades de la sociedad.
¿por qué?
Por lo de siempre. Porque, quizás en el único rasgo de falta de inteligencia de la Secretaria de Estado, prefiere anteponer su creencia en un sistema que ya se ha demostrado inservible y pernicioso a su conocimiento de que es posible organizarlo de otra manera.
Prefiere anteponer su fe en los mandamientos del liberalismo capitalista a ultranza que las pruebas y datos que le aportan desde Chomsky hasta Krugman. Prefiere sacrificar la universidad que renunciar a su ideología aunque todo le demuestre su equivocación.
Contra la fe ciega hasta los propios dioses luchan en vano. Y con nuestro Gobierno actual, de una forma u otra, siempre termina siendo todo cuestión de fe. Por mucha inteligencia que se les presuma.
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