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sábado, junio 17, 2017

Amancio Ortega: preguntas y respuestas entre la caridad y la justicia

Justicia y Caridad. Es esta una dicotomía casi tan vieja como esta sociedad occidental atlántica nuestra que ahora languidece por egoísmo y se está desmoronando para la historia por pura y llana inconsciencia.
Puede que esa dualidad exista desde siempre, pero hoy tiene un nombre: Amancio Ortega.
Las donaciones del multimillonario han puesto nombre y apellido por unos días a ese eterno enfrentamiento que, como siempre en España, se polariza hasta límites irracionales.
Los que tiran de rechazar las donaciones -fundamentalmente adscritos a la izquierda- yerran el blanco en una paradoja entrópica en la que no les sirve el dinero porque se entrega voluntariamente, pero exigen que se aporte de forma obligada a través de los impuestos.
Los que se descuelgan en las redes Sociales con el #YoApoyoaAmancioOrtega tiran de toda suerte de argumentos absurdos -fundamentalmente contra Podemos como siempre- que pretenden desacreditar la crítica a las donaciones y sobre todo las actividades cuestionables del ínclito empresario comparándolas con nimiedades que convierten en fallas morales insalvables de sus detractores. Para mi todos se equivocan o manipulan -que ya no sé si no es lo mismo en esta sociedad-. Y creo que se equivocan porque no hacen ni se hacen las preguntas adecuadas.
¿Que es la caridad?
La caridad cristiana -que es con la que nos hemos desayunado durante generaciones, nos guste o no- no es ni fue nunca en su concepción eso de dar limosna al pobre sino otra cosa. El loco de Nazaret la interpretó como la ayuda al desfavorecido por lo inevitable- un desastre natural, la lepra, etc.-, no como una forma de paliar la injusticia. Para paliar la injusticia estaba la justicia -aunque en su caso mesiánico fuera la de Dios-.
Pero el falso cristianismo imperante y jerárquico la cambió con el correr de los siglos y ahora es otra cosa. Es soltar las migajas -aunque esas migajas sean millones de euros, es dar la calderilla de aquello que se ha ganado gracias al desequilibrio de un sistema injusto.
Y las preguntas siguen
¿Necesita la Sanidad Pública española la caridad de Ortega? Por supuesto que sí. La de Ortega y la de cualquiera. 
¿Por qué la necesita? Porque los recortes y la desafección por ella de los últimos gobiernos la han dejado en una situación precaria, lo cual era realmente su objetivo para poder privatizarla y quitar su lastre de las cuentas públicas.
¿Es Ortega culpable de esa situación? Como empresario no. Solamente lo sería en su condición de apoyo ideológico a esa política y al partido que la ejerce. Algo que solamente se supone.
¿Es justo que la empresa de Ortega pague tan pocos impuestos a través de la ingeniería fiscal? No, no lo es ¿Es el empresario culpable de esa situación? De nuevo no. Mientras sea legal y esté permitido el que es culpables es el gobierno que lo permite no modificando la tributación de las empresas amparándose en unos criterios que harían al mismísimo Adam Smith retorcerse en su tumba escocesa.
¿Se le puede exigir que Amancio Ortega que pague más impuestos? Por legalidad no, por ética sí. Aunque puede decir que en vez de eso tira de las donaciones. Si sus aportaciones voluntarias igualan los impuestos que elude pagar legalmente, podría argumentarse que sus actuaciones están éticamente equilibradas. Y sería casi cierto -si la ética pudiera equilibrarse, claro-.
¿Es la donación caritativa de Amancio Ortega un signo de su compromiso social? No. No puede serlo. Y aquí comienzan las verdaderas responsabilidades y críticas al multimillonario gallego.
Porque ni todos los millones del mundo pueden compensar que tenga a trabajadoras marroquíes trabajando 65 horas semanales por 178 euros al mes; porque si realmente tuviera conciencia social su empresa no recibiría una multa del gobierno Brasileño por un taller de trabajo esclavo en 2011; porque si realmente le importara la mejora social y la educación no permitiría que Zara contratara en ese país a empresas que mantienen irregularmente a 7.000 trabajadores; no pagaría a niñas de 13 años -cuyo trabajo está prohibido en media docena de convenios internacionales-1,3 euros al día por coser sus camisas y sus pantalones o a adolescentes trabajando sin contrato, privadas de libertad y en condiciones insalubres durante más de 72 horas a la semana por un salario de 0,88 euros al día.
Porque la mejor manera de evitar una injusticia no es compensarla por otro lado. Es dejar de participar o generar esa injusticia
¿Son las donaciones de Amancio Ortega reflejo de su compromiso con la mejora social al menos en España, ya que no parece preocuparse por ella en Marruecos Turquía, India, Bangladesh, Vietnam, Camboya, Argentina o Brasil? Ni siquiera eso y sorprende que los tiran de españolismo a capa y espada le pongan de ejemplo. 
Porque si se preocupara por eso no hubiera deslocalizado prácticamente toda su producción. La habría mantenido en España pese a que eso redujera sus beneficios -no los impidiera, tengámoslo claro- para contribuir a la mejora social de su país y que sus impuestos -que serían mucho menos susceptibles de ingeniería fiscal- contribuyeran al erario público y por tanto a sufragar la Sanidad Pública y cualquier otro servicio público. Y si luego quería donar de sus beneficios, bienvenido sea.
En definitiva ¿puede considerarse a Amancio Ortega como alguien que trabaja por la mejora social?
La respuesta es no. Y casi puede resumirse en 140 caracteres. No, porque aquel que acuchilla con una mano no puede intentar curar la herida sangrante con la otra mientras sigue clavando el cuchillo una y otra vez.
De modo que para mi, los que apoyan a Ortega se equivocan por considerar las donaciones del empresario lo que no son. Y los que las critican equivocan el foco y el objeto de sus críticas pasándolas del gobierno y la legislación española al magnate gallego.
Así que, en realidad, esto va de lo de siempre. El injusto -el que participa y se beneficia de esa injusticia- no es caritativo porque quiera remediar lo injusto de la situación sino por dos motivos. para lavar su imagen publica ya sea en la puerta del templo en los medios de comunicación y porque ha iniciado una negociación con su dios para que le salve pese a todo lo éticamente reprobable que hace y que sabe que va a seguir haciendo.
No es compromiso social, es intentar comprar mediante sobornos un pasaje a la eternidad.
Así que las donaciones de Amancio Ortega pueden ser útiles, pero no sirven de ejemplo ni de nada hasta que lleguen cuando su otra mano haya dejado de clavar el cuchillo en la herida de la injusticia social para multiplicar sus beneficios.

domingo, agosto 02, 2015

Beneficios empresariales y la crisis perpetua

Los beneficios empresariales han aumentado y nos dicen que eso es bueno y que eso significa que hemos salido de la crisis.
La mentira es mayor que la que Judith le coló a Olofernes y está destinada al mismo fin, a encontrar el modo de segarnos la yugular -económica y social, en este caso- mientras nos dormimos en los laureles.
Y en este caso la explicación de porque es una mentira conveniente y falaz es muy sencilla.
Los beneficios han aumentado a costa de las reducciones salariales y porque se ha permitido a las grandes empresas tributar cada vez menos. Eso no significa salir de la crisis.
La remuneración de los asalariados cayó a lo largo de todo el año, los beneficios de los inversores y empresarios aumentaron porque el Impuesto de Sociedades y el impuesto sobre las ganancias financieras (beneficios bursátiles) cada vez recaudan menos. Los grandes grupos empresariales y corporaciones, pese a tributar nominalmente el 30% de los mismos, se acogen a tantas desgravaciones creadas ad hoc que apenas si tributan un 6%.
Así que en realidad, las empresas ganan menos y el Gobierno mantiene artificialmente su nivel de beneficios permitiéndoles recortar los salarios, los gastos de contratación y las aportaciones a la Seguridad Social a límites que les parecerían ridículos a los hermanos mayores de Oliver Twist y dejándoles prácticamente no tributar pos sus ganancias.
Las empresas salen de la crisis a costa de que los asalariados sigan en ella para siempre. Eso es lo que en estas circunstancias significa el aumento de los beneficios empresariales.
Eso es lo que significa que crezcan loas beneficios empresariales, el excedente bruto de explotación o como se le quiera llamar crecerá a costa no de crear riqueza sino de repartirla cada vez más injustamente.
Que la próxima vez, que ya está empezando de nuevo, el camino para que las empresas sigan manteniendo los beneficios será otra nueva vuelta de tuerca hacia la servidumbre de los que trabajan en ellas.

domingo, enero 18, 2015

Y olvidamos la lección de la deuda apalancada


Es posible que alguien me llame agorero o que tengo complejo de Casandra o alguna otra cosa peor pero me parece que no hemos aprendido nada.
De pronto, en plena de cuesta de enero, nos aparecen los datos del consumo y todo el mundo, sobre todos los que quieren mantener este sistema económico a cualquier precio -incluso al precio de la vida y la miseria de muchos- lanzan las campanas al vuelo. Su alegría se desborda cuando descubren que por primera vez en años, el consumo de las familias excede a sus rentas familiares.
Y alguien dirá que eso bueno, que alienta a la recuperación, que para salir del bache necesitamos consumo, necesitamos gastarnos los ahorros porque así la economía crecerá.
Y no digo yo que sea cierto. Y no digo yo que en este sistema económico no sea necesario pero, ¿de verdad queremos seguir en este sistema económico?, ¿de verdad queremos que nos vuelva a pasar lo mismo?, ¿de verdad somos tan inconscientes que volveremos a hacer lo mismo esperando que tenga un resultado diferente?
Parece ser que ni la miseria, ni la reversión a la servidumbre, ni la debacle de la banca política española nos han servido para nada. 
Tal como yo lo veo lo único que supone que de pronto el gasto supera la renta familiar y el consumo sustituya al ahorro es que que no nos hemos enterado de que esta crisis eterna no la han provocado los bancos ni los políticos, no la han forzado los especuladores ni los corruptos: la hemos construido nosotros.
Y hemos olvidado que la burbuja inmobiliaria la creamos nosotros intentando especular con nuestras viviendas, que la crisis crediticia la originamos nosotros tirando de la deuda familiar apalancada a tal nivel que nos comíamos la nómina le primer día de mes y teníamos que recurrir para sobrevivir a la tarjeta de crédito durante los 28 días siguientes de mes; que el descalabro financiero lo originamos aceptando hipotecas que se comían el 70% de la renta familiar, pidiendo prestamos para viajar de vacaciones a Cancún, financiando  a crédito cambios anuales de coche, de muebles, de lo que fuera.
No nos hemos enterado de que estamos como estamos porque el crédito que parecía eterno e inacabable nos hizo vivir muy por encima de nuestras posibilidades.
Y ahora, en cuanto alguien nos vende unos cuantos "brotes verdes" nos lanzamos de nuevo al consumo, al gasto más allá de los ingresos, volvemos a alimentar un sistema económico perverso que nos ha llevado a donde estamos, que ha dejado a cinco millones de personas en el paro, que ha llevado a la ruina a miles de pequeñas empresas, que nos ha arrojado al abismo en el que todavía estamos.
Llámenme derrotista o pájaro de mal agüero. Pero si ya ni siquiera somos capaces de aprender de nuestros propios errores no queda mucha esperanza para el futuro. Si nos comportamos como niños pequeños a los que los gobiernos tienen que impedirles cometer una y otra vez los mismos fallos para no acabar una y otra vez arrojados a la miseria y la crisis quizás nos merezcamos lo que nos pase.
No olvidemos la lección de la deuda apalancada. Aprendamos a vivir con lo que tenemos, con lo que ganamos y a ajustar en lo económico y en todo lo demás nuestras expectativas a nuestras realidades. Que no es tan difícil, digo yo.

viernes, enero 02, 2015

De Guindos, el miedo y el frío y crudo invierno.


Esperaba yo que por una vez eso de que el cambio de año supone una tabula rasa de la que partir fuera real. Bueno, para ser sinceros, en realidad no lo esperaba, pero hubiera estado bien.
Pero 2015 empieza como acabo 2014 o para ser más exactos peor.
El ministro de Economía Luis de Guindos, que parece tener un don para la frase celebre fuera de lo común,se ha desayunado el primer día del año diciendo que "en España se ha pasado el miedo a perder el empleo".
Y se queda tan ancho.
Claro, como cinco millones de personas en edad laboral no tiene ya empleo, no tienen miedo a perder el trabajo; como un millón y medio de jóvenes no consiguen hallar su primer empleo, no tienen miedo a perder un puesto que no tienen; como se ha despedido a más de seiscientas mil personas en Eres avalados por la reforma laboral, esos ya no tienen miedo a que les quiten el trabajo, ya se lo han quitado.
Debe ser eso a lo que se refiere el señor ministro con eso de que nadie miedo a perder el empleo ya.
Porque no creo que sean las trabajadoras de Mercadona que soportaron acosos laborales por miedo a quedarse sin trabajo, ni a los cerca de dos millones de trabajadores que han aceptado el pasado año rebajas sustanciales de sus sueldos para que no les echaran a la calle, ni a los cerca de cuatro millones de trabajadores que, según las últimas estadísticas, acepta cobrar parte o la totalidad de su sueldo en negro para poder seguir trabajando, ni a todos aquellos que se callan y tragan con la inutilidad de sus jefes, la incapacidad de sus mandos intermedios o las tropelías de los propietarios de sus empresas por miedo a que su queja, su protesta o su denuncia origine un fulminante despido.
Y por supuesto supongo que tampoco hará referencia a los 17 millones de personas que aún trabajan en España y que torciendo el gesto aceptan el estudiado insulto de que se planifique una subida mensual de siete euros en sus salarios.
Ojala por una vez el ministro De Guindos acierte y en España se haya perdido el miedo a perder el empleo. Porque, si eso es verdad, a él, a su gobierno y a todos aquellos para los que Moncloa a diseñado un mercado laboral semi siervo y precario les debería esperar un invierno más que calentito.
Pero me temo que no. Nada es más fuerte que el miedo y nos espera un duro, frío y crudo invierno. También en 2015.

martes, julio 08, 2014

Infracontratados o el arte de lograr duros a peseta

Cuando las cosas empiezan suelen seguir. Poco o mucho tiempo pero suelen seguir.
Y poco más de un día ha tardado en presentarse ante el segundo capítulo -o la primera secuela, según se mire- de la política laboral que ha escenificado Fátima Bañez y el Gobierno al que pertenece con su gloriosa idea de pagar 18.000€ a los empresarios por cada joven sin formación que arroje a la espiral hacia abajo de la rotación en trabajos precarios.
Y el nombre de esa secuela no puede ser otro que: Los Sobrecualificados.
Por supuesto, el concepto no hace referencia o otro tipo de sobres que, sin calificación ninguna más que la de robo y corrupción, circulan por los cada vez menos iluminados pasillos de Génova, 13, sino que se refiere a que un tercio de los trabajadores españoles trabaja en puestos que están muy por debajo de su preparación, conocimientos y cualificación.
Y solo con el término que utilizan los medios de comunicación convencionales ya se nos pinta de nuevo el boceto del mensaje que se pretende mandar con ello, de las culpabilidades que se pretenden distribuir sobre esta situación.
En realidad no es que uno de cada tres trabajadores estén sobrecualificados. Es que el 31% de los españoles que trabajan están infracontratados. Que, como siempre en este país, puede parecer lo mismo pero no lo es.
Porque si estamos sobrecualificados la culpa es nuestra. Si el problema es que tenemos más formación de la que requiere nuestro puesto de trabajo quizás lo que deberíamos haber hecho es lo que quieren los actuales habitantes de Moncloa para rediseñar la sociedad española a imagen suya y de los beneficios de sus socios nepotistas.
Y la solución será abandonar la formación cuanto antes porque al fin y al cabo no nos es necesaria para el trabajo que a la postre encontraremos. Arrojarnos al mercado laboral en cuanto nos sea posible y coger el primer trabajo que nos ofrezcan por mísero que sea el suelo que nos paguen y ahorrarle al Estado los gastos de nuestra educación, de nuestros libros de texto de bachillerato, de nuestros profesores, de nuestras becas universitarias, de nuestros departamentos de investigación en las facultades porque no nos va a servir para nada.
Exactamente lo que quieren aquellos que han hecho de la falsa austeridad presupuestaria pública la cuchilla con la que están cortando las venas de nuestro futuro y nuestra sociedad. Que estudien pocos y a costa del bolsillo de sus progenitores.
Pero si estamos infracontratados la cosa cambia.
Porque entonces la solución es proteger esa preparación dentro del mercado laboral. Es forzar a las empresas a pagar por esos conocimientos y esa preparación. 
Es no consentir que una empresa exija para un puesto supuestamente sin cualificación de recepcionista a una persona que sepa manejar tablas de cálculo y programas informáticos y hable tres idiomas y no le pague por ello. 
Es no permitir que se contrate a un cocinero como pinche y luego se le obligue a confeccionar los menús; que no se contrate a un ingeniero informático como webmaster y se le obligue a desarrollar herramientas y aplicaciones informáticas, algo que excede a las funciones del contrato que ha firmado, que no se pueda utilizar un abogado como administrativo pero se le haga redactar los documentos legales de la empresa, que no se pueda contratar a un realizador como ayudante y dejarle luego al mando de un programa en directo, y así en todas las profesiones, empresas y puestos de trabajo.
Si estamos infracontratados, la solución pasa por determinar claramente para todo el territorio nacional las atribuciones y los conocimientos que exige cada puesto de trabajo y no permitir, a través de una inspección de trabajo eficaz y efectiva,  que las empresas no paguen la cualificación que exigen a sus trabajadores escudándose en que han sido contratados para puestos que no requieren esa cualificación.
Porque la sobrecualificación es un problema de mala suerte ocasional del trabajador que por circunstancias de la vida se ve obligado temporalmente ha desarrollar un trabajo por debajo de sus posibilidades hasta que encuentra, como siempre se ha dicho, "algo de lo suyo".
Pero la infracontratación es simplemente una estafa, un robo continuado e institucionalizado por parte de las empresas que, con la aquiescencia y el consentimiento culpable de los gobiernos y las autoridades laborales, se aprovechan de la desesperación para obtener profesionales cualificados y preparados por el coste de trabajadores no cualificados.
El viejo arte de comprar duros a peseta. Y así no, señores. Así no.

lunes, julio 07, 2014

Bañez y los 1.800 € que dinamitan al joven español

El economicismo gubernamental, esa suerte de moderna de numerología que lo basa todo en las cifras y no en las personas, en los números y no en las realidades que reflejan, ha vuelto a hacer una de las suyas. O, para ser más exactos, la corte moncloíta y genovesa que utiliza ese economicismo como gas lacrimógeno y cortina de humo para ocultar otras cosas ha vuelto a hacer de las suyas.
En España -en lo que queda de ella- hay dos millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan. Esas cifras bordean lo insostenible, rayan en lo incomprensible más si se tiene en cuenta que ahora resulta que se es joven hasta los treinta años, no como antes que a los 23 ya te arrojaban a la madurez adulta sin red, anestesia ni paracaídas.
Como hay que bajar esa cifra, como nos queda mal el número en las tablas de EuroStat, nuestros egregios gobernantes, con Fatima Bañez, la ministra de la rogativa a la Virgen del Rocio en pos del pleno empleo, se ponen a arreglarlo.
Y se les ocurre lo de siempre. Nada nuevo bajo el sol. Pagar a los empresarios para que contraten a jóvenes que ni estudian ni trabajan a razón de 1.800 euros por cabeza.
Los de la libre empresa, los del mercado laboral competitivo, los del exabrupto neocon cuando les viene bien tiran de la medida más proteccionista que se recuerda desde que las tropas de Su Graciosa Majestad pusieran el pie en Hong Kong.
En principio parece que, pese a la incoherencia formal y material con su supuesta ideología, la cosa es natural, es lógica, está justificada. Lo parece hasta que te das cuenta de que no, de que hay cosas que chirrían, que hay circunstancias que en realidad ocultan otras necesidades que van más allá de la mera exigencia economicista de rebajar los números de jóvenes sin estudios ni empleo que hay en este país.
La subvención al empresario se le dará si les hace un contrato fijo -sí, sí, un contrato fijo. Ese concepto que desconoce una generación completa y que la anterior ya apenas si recuerda- pero podrá romper el compromiso a los seis meses.
La primera en la frente.
O sea, que en realidad le estamos dando al empresario de recibir de forma prácticamente ilimitada subvenciones por cada trabajadores que contrate porque a los seis meses romperá el compromiso contractual, contratará a otro joven sin trabajo ni estudios y recibirá otros 1.800 euros y así en un ciclo que no tendrá fin y que conseguirá que siempre haya un joven sin estudios trabajando pero que no dará un futuro a ninguno de ellos en concreto.
Nunca antes el viejo dicho fue más real, más evidente, más ridículamente visible para todos. Nunca fue más cierto que quien hizo la ley hizo la trampa.
Y la trampa es tan evidente que te dan ganas de dar un salto mortal con pirueta y tirabuzón para no quedar atrapado en ella. Lo que se crea en realidad es un sistema de rotación laboral precaria en la que los jóvenes sin preparación irán saltando de un empleo a otro en una situación de continua e insuperable precariedad, sin posibilidad de establecerse en ningún trabajo ni de progresar en ellos porque su permanencia por más de seis meses en cualquier puesto de trabajo supondrá a cualquier empresario la pérdida de los 1.800 euros de subvención que el Gobierno le dará si le despide y contrata a otra persona que se encuentre en su misma situación.
De modo que Fatima Bañez no lo que pone en marcha no es un sistema para lograr sacar de la falta de expectativas de futuro laboral a dos millones de jóvenes españoles, lo que pone en marcha en realidad en un engranaje que los arroja a un futuro de precariedad laboral constante y de rotaciones laborales continuas y constante en beneficio de los rendimientos empresariales.
Y encima paga a los empresarios para que la ayuden a lograrlo.
Pero ahí no queda la cosa cuando de repente una pregunta asalta tus embotados procesos de razonamiento de lunes por la mañana.
¿Por qué a los jóvenes que no estudian ni trabajan?
Puede parecer que es lo más urgente, que es lo que más atención precisa, Pero el primer café de la semana te despeja el velo de los razonamientos proyectivos y te das cuenta de que no.
Wert y Gomendio, Rajoy y Rosell y todos los voceros mediáticos de Moncloa y Génova se han repetido hasta la afonía en gritar que hace falta recuperar la cultura del esfuerzo, del compromiso y la superación personal.
¿Y ahora la primera medida de apoyo a los jóvenes en el mercado laboral repercute directamente en un supuesto beneficio sobre los que no estudian ni trabajan, sobre aquellos que no son el ejemplo y epítome de esos aparentemente deseados valores universales?, ¿por que no empezar por favorecer la contratación real - no ese sistema de becarios propio de algodonal a orillas del Mississippi que se han sacado de la manga- de jóvenes que están estudiando?, ¿por qué no subvencionar la contratación fija de jóvenes licenciados?
Y no se puede responder a esas preguntas, no se puede entender porque no se empieza la recuperación de nuestra juventud, de la siguiente generación, de nuestro futuro, por aquellos que están demostrando que sí quieren prepararse, que sí quieren mejorar, que si piensan en construirse un futuro pese al campo de minas en el que Wert y sus adláteres han convertido la enseñanza universitaria.
Bueno, en realidad, sí se puede. Pero la respuesta te riega la sangre en las venas.
La única respuesta plausible es que esos jóvenes no les interesan. No quieren profesionales preparados, licenciados competentes o diplomados preparados. No los quieren porque esos no les servirán para su sistema de rotación laboral en la eterna precariedad que ellos han diseñado para nuestro futuro y el de sus beneficios.
Porque esos podrían reclamar un sueldo de acuerdo con su preparación, una remuneración acorde con su valía, una estabilidad laboral justificada por los beneficios que originan en la empresa en la que trabajan.
Y eso no. Eso no es bueno. Eso no sirve para su economicismo numerológico y el diseño de la sociedad con la que sueñan. Esos que emigren, que se vayan a otra parte donde la inteligencia, la preparación y el rendimiento si sean valorados y remunerados.
En España no hay sitio para ellos. Solo pueden vivir los que obtienen beneficios y todos sus esclavos.

viernes, diciembre 27, 2013

La "justicia y necesidad" de la glaciación salarial.

El año 2014 vamos a vivir congelados. No es que la glaciación se haya adelantado 98.000 años, no es que el cambio climática predicado por Al Gore nos haya bajado los termómetros hasta el cero absoluto, ni siquiera es que nuestra intolerancia occidental atlántica para el sufrimiento y la frustración nos haya llevado a la decisión de criogenizarnos hasta que pase este invierno eterno que los gurús de la economía nos auguran.
Es simplemente que nuestro gobierno, ese que se supone que tiene que hacer algo por nosotros, nos ha congelado el salario mínimo.
Y no es que nos lo haya congelado en los 1.700 euros de Luxemburgo o en los 1.400 euros mensuales de Francia. Nos lo han mandado al congelador en unos pírricos 640 euros que suponen un 60% menos del salario mínimo recién aprobado en la siempre citada Alemania. Eso que ellos estaban en contra del mismo concepto de salario mínimo.
Como estamos en esas fechas tan señaladas, que diría el Rey de Bostwana -¡Uy perdón!, de España, en qué estaría yo pensando-, vamos a hacer un ejercicio de buena voluntad y vamos a suponer que esa congelación del salario mínimo para el año que viene tiene una intención positiva.
Vamos a suponer que es justa y necesaria. Que, como diría el rezo, "es nuestro deber y salvación".
Pero el ejercicio de ciencia ficción navideña nos dura poco.
Porque si fuera justa no se congelaría el salario mínimo en 640 euros mientras se considera que lo mínimo que necesita en dietas para mantenerse un diputado son 1.823 euros. Así como suena.
Un individuo -o individua, seamos paritarios y pateemos el diccionario en los lomos- que cobra un sueldo de 3.126 euros brutos al mes necesita además 1.823 euros adicionales al mes para alojarse y comer. Como si su sueldo no se lo pagaran, como a todo el mundo, para que pague su casa y su comida.
Los españoles deben pagar su alojamiento y su comida con 640 euros mientras que el Estado paga 1.823 a alguien a quien ya le paga un sueldo para que se pague el alojamiento y la comida.
Pues muy justo no parece. Pero hay más.
Se congelan los sueldos de los funcionarios mientras se eleva el techo de remuneraciones de los cargos políticos municipales en la nueva Ley de Régimen Local -o como sea que la terminen bautizando-; se aumentan las retribuciones de los cargos de confianza mientras se externalizan servicios básicos como la gestión de las llamadas de urgencias, la lavandería hospitalaria o las donaciones de sangre con el único objetivo de poder reducir a la mitad los sueldos de los que trabajan en esos servicios.
Pero sobre todo esa congelación salarial no es justa porque está sola, es una isla de hielo en mitad de un proceloso mar de aguas ardientes que nadie se esfuerza por congelar.
Porque si realmente fuera justa no estaría sola. Se congelarían los precios de las tarifas eléctricas, pero se suben un 11% -que luego serán un 5% o un 6%, para que les demos las gracias-; se congelarían las tasas universitarias, pero se incrementan hasta un 75%; se congelarían los impuestos, pero se sube el IVA de forma estratosférica; se congelarían los precios, pero todo el mundo da palmas con las orejas y respira aliviado porque la inflación sube.
Y sobre todo porque, como siempre desde que la corte genovesa fue puesta por nuestros sufragios en el inquilinato de La Moncloa, la carga de esa congelación, de ese "obligado sacrificio", que dirán nuestros gobernantes no tiene una contraprestación en el otro agente del mercado laboral.
Sería justa si se congelaran los beneficios empresariales en aras de esa misma recuperación, si, por ejemplo, se impusiera una tributación del 50% en el ejercicio de 2014 sobre la parte de beneficios que excediera de la presentada en 2013, o se impusiera a las entidades financieras que no pueden elevar durante ese año el cálculo de sus intereses hipotecarios por encima del euribor marcado en 2013, aunque suba, o que los rendimientos financieros y especulativos, extraídos de los intercambios de acciones y valores,  tributarán el doble durante el próximo año.
Pero, obviamente, nada de eso se ha hecho, ni se piensa hacer. De modo que la congelación del salario mínimo en 640 euros no responde a ningún criterio de justicia.
Y ahora es cuando muchos se tirarán de los pelos, se rasgarán las vestiduras o moverán la cabeza a uno y otro lado resoplando y diciendo ¡Eso no se puede hacer en un sistema de libre mercado!, ¡Eso sería alterar las reglas del juego del sistema!
Y tendrán razón pero nadie ha dicho que se tenga que salvar el sistema a costa de la gente y de sus necesidades , nadie ha dicho que el liberal capitalismo tenga que ser mantenido a toda costa, incluso cuando el tufo de su cadáver ya empieza a conducirnos al desmayo. Si hay que cambiar el sistema pues se cambia.
Y para aquellos que comiencen a atisbar las sombras del colectivismo y los fantasmas del estatalismo solamente una frase: "el mundo es un inmenso cúmulo de grises". Entre la el parqué de La Bolsa y el koljos hay un inmenso abanico de posibilidades.
Así que solamente podemos suponer que esa congelación se hace porque es necesaria.
Es necesaria para que los empresarios tengan un colchón en el que arrojarse para no subir los salarios en las negociaciones colectivas, para realizar contrataciones precarias con sueldos de 700 euros al mes, para que los beneficios empresariales se mantengan o se eleven a costa de la reducción de poder adquisitivo de sus trabajadores, para que el Gobierno pueda cuadrar sus cuentas de un déficit, originado por otros factores, congelando los importes de todas las prestaciones que dependen del salario mínimo para su cálculo.
Aquellos que van de puristas del sistema liberal capitalista deberían estar rabiando y pidiendo cabezas. Eso es, por definición, una intervención del Estado para alterar a la baja el precio de la fuerza laboral ¿no va eso en contra del sistema?, ¿o solo se protesta cuando las intervenciones estatales perjudican a los empresarios?
O sea que es necesario para el sistema y los que medran dentro de él, no para nosotros. 
Tan necesario como que un diputado cobre 1.823 euros en dietas y un sueldo de 3.126 euros mientras los españoles más desfavorecidos deban conformarse con 640 euros al mes.

domingo, diciembre 22, 2013

Estafar a los tuyos o el masoquismo en estado puro

Voy a tener que hacérmelo mirar.
Creo haber descubierto un punto de masoquismo en mi personalidad porque cuando me he enterado de que 28 empresas madrileñas se han embolsado del gobierno de la Comunidad de Madrid cuatro millones de euros en cursos de formación fraudulentos he abierto corriendo la edición digital del ABC.
Y claro no he encontrado nada.
Luego he acudido a la de La Razón esperando encontrar una portada en la que en una foto de familia de la patronal madrileña -que hay muchas. Ya se sabe que hay que salir siempre en la foto o no eres nadie- se les marcara con un círculo rojo sobre un titular que dijera "Dos años obteniendo dinero fraudulentamente a costa de la formación de sus trabajadores" o "Estos son los que se compran chalets y coches con el dinero que el Estado de les da para la formación de sus trabajadores".
Tampoco lo he visto, claro. Y es entonces cuando me he dado cuenta de que los que han estafado son empresarios, no sindicalistas; es entonces cuando me he fijado en que en Madrid gobierna el Partido Popular, no el Partido Socialista.
Entonces es cuando me he dado cuenta de que mi masoquismo me hace volver a creer que los grandes medios de comunicación de este país son medios de comunicación y no parte del aparato propagandístico de unos u otros.
Y es cuando he decidido hacérmelo mirar.
Y cuando me lo he mirado, cuando nos lo he mirado, no me ha gustado lo que he visto.
Porque, más allá del descaro mediático en ocultar o mostrar lo que le viene bien a una ideología en concreto, he visto en los latrocinios empresariales y en los sindicales un reflejo demasiado claro, demasiado nítido, de lo que somos, de lo muchos de nosotros hemos decidido ser.
De una sociedad en la que nos nos indignamos porque se robe, sino porque roben otros y nosotros no podamos hacerlo; una sociedad en la que se resaltan los vicios de otros, no porque nos parezcan intolerables, sino porque hacer ruido sobre ellos permite ocultar los nuestros.
Porque los latrocinios de los empresarios son el producto de una forma de entender la vida en la que el futuro no importa, en la que la medida de la importancia lo da lo que podamos sumar a nuestras cuentas corrientes sin importan de donde venga, ni los medios por los que se logre.
Los falsos cursos de la patronal madrileña no son otra cosa que la definición perfecta de lo que hemos logrado ser de tanto mirar el ombligo de nuestros deseos y nuestras carteras. 
De lo que elegimos ser cuando ocultamos ingresos en negro, cuando pagamos sin factura para ahorrarnos el IVA, cuando falsificamos nuestro domicilio para poder desgravar la vivienda, cuando mantenemos vivo en los papeles a un familiar muerto para seguir cobrando su pensión, cuando presentamos una falsa denuncia de maltrato para quedarnos con la casa y con los niños...
Lo importante no son los cuatro millones y medio de euros robados en los cursos de la patronal madrileña o los otros tantos sustraídos en los cursos sindicales andaluces.
Lo importante es que, como muchos de nosotros, instalados en el egocentrismo más absoluto, esos empresarios y esos falsos sindicalistas son incapaces de pensar en nadie más que ellos.
No les importa dejar sin formación a sus trabajadores o sus compañeros, no les preocupa el efecto que sus acciones tienen sobre la credibilidad de las instituciones en las que están integrados, no les importa cargar sobre los hombros de otros el peso de contrarrestar sus latrocinios, no les importa el dinero que ellos detraen de lo público y que podría utilizarse en acciones verdaderamente efectivas en la creación de empleo, por ejemplo.
Nada les importa más que sus coches, sus viajes o sus mariscadas. Son el epítome del eterno lema español que debería sustituir al Plus Ultra de la bandera rojigualda: ¡el que venga detrás que arree!
Porque, aunque haya mucho dinero de por medio, no hay diferencia con lo que hacemos nosotros cuando cargamos nuestro trabajo sobre los demás pese a que recibimos un sueldo por hacerlo,cuando seguimos comiendo a costa de nuestros padres para poder pagarnos nuestras copas, nuestros Iphones y nuestros fines de semana de polvo rural,  cuando nos inventamos gastos extra escolares para sacarle más dinero al ex o cuando pedimos al jefe cobrar una parte en negro para pagar menos pensión de alimentos o no pagarla en absoluto.
No hay ninguna diferencia.
Y los habrá que digan que el problema está en que los gobiernos -de un signo u otro- subvencionan a los sindicatos y a las asociaciones empresariales. Que no tendrían que hacerlo y así se evitarían esos problemas.
Y puede que tengan razón. Pero eso también es culpa nuestra.
Porque si nosotros nos responsabilizáramos directamente de nuestra propia defensa como trabajadores no tendríamos el nivel más bajo de sindicación y los sindicatos podrían mantenerse de forma autónoma sin depender de esas subvenciones; porque, si asumiéramos que nos compete a nosotros no solamente nuestra defensa individual sino la de todos aquellos de los nuestros que necesitan ser defendidos, las aportaciones de los sindicados bastarían y sobrarían para que las organizaciones sindicales se financiaran y además nosotros tendríamos el poder de controlarlas y mantenerlas libres de elementos perniciosos que las ponen en el disparadero por una mariscada.
Pero no lo hacemos. Se admiten todas las excusas posibles para no hacerlo. Pero el hecho es que no lo hacemos.
Que no lo hagan los empresarios con sus organizaciones-que, en la ancestral forma en la que este país se entiende el capitalismo, se supone que solamente tienen que pensar en ganar dinero-  es hasta lógico. Suicida, pero lógico.
 Pero que no lo hagamos nosotros con quienes deben defender nuestros derechos es simple y puro masoquismo.
Y tendríamos que hacérnoslo mirar.

sábado, diciembre 14, 2013

El no muy noble arte de "Dar la Chapa".

Dijo alguien que la moda es la última piel de la civilización –bueno, no fue alguien, fue Pablo Picasso-. 
Pues la última piel de la que parecen haberse revestido aquellos que ejercen el poder o simplemente viven en el sueño de ejercerlo, desde los gobiernos hasta las jefaturas, desde los cargos, carguitos y carguetes hasta en muchas ocasiones nosotros mismos, es la recuperación de una vieja actividad humana. 
Cuando nuestros abuelos controlaban el diccionario se llamaba martillear, machacar o "meterse en camisas de once varas". En ese lenguaje apenas inteligible de políticos y ejecutivos de medio pelo se llama incidir, hacer hincapié o reiterar –ya sabemos que los abuelos octogenarios y los políticos incapaces nunca llaman a las cosas con un solo nombre-. 
Y en el nuevo léxico del correo electrónico, la firma con iniciales y el mensaje apocopado se conoce como dar la chapa. 
Y, ¿en qué consiste el viejo y no muy noble arte de dar la chapa? 
Pues muy sencillo. Es el remedo moderno de las tablas de la ley mosaica, de los textos proféticos, del código de Ammurabi. Del manual de Formación del Espíritu Nacional. 
Quienes se esmeran en el perverso arte de dar la chapa entran sin pedir permiso en la vida y la hacienda de otros suponiendo que tienen esa potestad porque antes de ellos fue la nada y después de ellos será el diluvio. 
Dar la chapa es ordenar hacer cosas que ya se están haciendo como si el chapeador –que no chapista y mucho menos chapero, no nos confundamos- fuera el único que las conoce, De hecho, fuera quien las ha inventado. 
Es confundir la condición humana que nos hace errar a veces con la miseria inhumana en su egoísmo de abocarnos voluntariamente al vicio de la desidia y la incapacidad. 
Dar la chapa es no tener en cuenta las circunstancias de los actos de otros para juzgarlos, para valorarlos, y pontificar sobre ellos cuando no se conocen esas circunstancias, cuando no se ha hecho ni se tiene intención de hacer el más mínimo esfuerzo por saber las realidades que rodean esos actos antes de ponerte a valorarlos. 
Dar la chapa es intentar volver a lo pasado cuando ya ha sido superado en tu ausencia. No preguntar por qué se hacen las cosas de una manera antes de exigir que se hagan de otra, pretender que nada ni nadie puede evolucionar hacia mejor cuando tú no estás presente, cuando tú no les has dado permiso para ello. 
Es intentar recuperar lo que ya se ha mejorado, resucitar lo que ya ha muerto. Es la inconsciencia infinita de pretender que repetir una y otra vez los mismos actos puede producir efectos diferentes. 
Es aferrarse a lo que tú quieres que se haga aunque ya se haya hecho y ya haya fracasado varias veces. 
Y en su intento de convertirse en dioses, profetas mesiánicos y salvadores de sus entornos, los dadores de chapas se empeñan en tratar a aquellos a los que se dirigen como si no se hubieran ganado ni merecieran respeto. 
Tratan a los ciudadanos como siervos, a los amantes como esclavos, a los profesionales como niños de guardería. A las personas libres como portadores de un pijama de rayas en Mauthausen. 
Porque dar la chapa es ignorar los derechos, el amor, la experiencia profesional o cualquier otro valor que puedan tener los demás en aras de engrandecer ante el espejo tu propio ego.
Lo único que busca el dador de chapas es que aquellos que, por interés, falsa amistad o incapacidad para ver la realidad de su naturaleza, están vinculados a él le aplaudan con las orejas, le hagan genuflexiones por salvar el mundo, le contesten con olés toreros a cada humillación y cada falta de respeto que inflige a los otros.
El ego de aquel - o aquella- que ha decidido dar la chapa no puede alimentarse de sus actos porque no actúa, no lo hace de frente y no se enfrenta a quien debe enfrentarse. Es tan cobarde que no se atreve a hacerlo.
No puede alimentarse de sus capacidades porque carece de ellas y, por pura lógica aritmética, las capacidades conjuntas de aquellos a los que destina su chapa le superan en una proporción de cien a uno. 
El ego del dador de chapas solo puede alimentarse de la adulación y la destrucción sistemática de los éxitos y capacidades de los demás. Por eso tiene que dar la chapa.
Porque aquellos que han recuperado este proceloso y cansino rito, como predicadores medievales invocando las cruzadas o santones rastafaris llamando en el Speaker´s corner a la contrición por el fin de los días, dirán que buscan una España mejor, un entorno de trabajo más profesional, una relación más satisfactoria o cualquier otra cosa, pero en realidad sus objetivos son otros y son tan claros que es necesario contemplarlos con unas gafas de sol polarizadas para que no deslumbren.
Dar la chapa es intentar exponer las supuestas vergüenzas de otros para que nadie tenga tiempo de mirar en la dirección en la que las tuyas se muestran en un escaparate infinito e iluminado que no te deja posibilidad alguna de redención; es dejar a otros con las nalgas aireadas mostrando sus inventados errores para que nadie pueda darse cuenta de que los errores y carencias reales provienen de ti. 
Dar la chapa es meterte a desbrozar el cuidado jardín del vecino con la excusa de una mala hierba ínfima que acaba de brotar mientras el patio trasero de tu casa está tan lleno de mierda que aparece en los manuales de psiquiatría como epítome del Síndrome de Diógenes.
Y dar la chapa es colocar a otros en el disparadero para beneficiar a los tuyos, a tu corte, a tu Guardia de Corps, que ya ha cometido esos errores antes, pero que, como te trata como a un dios, crees que merece beneficiarse a costa de los derechos de todos u ocupar un puesto que otros se están ganando con esfuerzo.
Pero los chapeadores, como saben lo que están haciendo y como saben que no tienen derecho, potestad, ni legitimación para hacerlo, se escudan en el secreto, en el compadreo, en la intimidad, para intentarlo.
Puede que utilicen la cortina de humo de lo necesario o del "buenrollismo" -algo también muy de moda en estos tiempos-. para hacerlo. Puede que tiren del "esto que quede entre nosotros" o del "entre tú y yo" o incluso del más político "esta es una decisión que corresponde a la soberanía interna de cada Estado".
Pero en realidad no es eso.
Lo que ocultan, lo que intentan, es que aquellos que realmente tienen poder, potestad y legitimidad para tomar las decisiones que ellos pretenden imponer les enmienden la plana, les pregunten airados "¿qué haces metiendo las narices en aquello que no es tú negociado?", les expongan en toda su miseria e inutilidad y les digan lo que un dador de chapas más teme escuchar: 
"Tú no eres nadie para tocar a mi gente". "Tú no eres nadie para imponer esas normas o pretender que tienes razón en todo". "Tú no eres nadie".
Y luego, encima, como si lo hicieran por tu bien y no por el suyo, como si fuera necesario, piden disculpas por hacerlo. Por dar la chapa.
Sí tienes que pedir disculpas ¿no sería mejor no haberlo hecho?
Como diría el loco de Nazaret: quien tenga oídos para oír que oiga.
Y si no lo entienden que me manden un mail.
Besitos.
Gerardo B.

martes, diciembre 10, 2013

El sintagma que convierte a Rajoy en un títere

Don Mariano, nuestro Don Mariano porque nuestros votos le pusieron donde está no porque trabaje para nuestro beneficio, tiene una tendencia natural a no hablar o a hacerlo solo en presencia de extranjeros. Es como una querencia que se repite una y otra vez.
Parece que en esta ocasión el silencioso inquilino de Moncloa ha decidido romper esa tendencia y se ha arrancado por bulerías en el diario El País en una amplia entrevista. Y, como cada vez que emprende una de estas, como cada vez que Mariano habla, sube el pan. Bueno en realidad amenaza con subir el pan y todo lo demás.
“La mejor forma de corregir la desigualdad es que todo el mundo tenga un puesto de trabajo y que el que no lo tenga, porque no puede, o porque ya es mayor y está jubilado, esté atendido por unos buenos servicios públicos”, ha dicho el presidente. Y se ha quedado tan pichi él, con esa media sonrisa galaica que pone el de "ya está, ya lo dije".
Los medios de comunicación que le apoyan, sus jefes de clap, sus acólitos más devotos, aplauden con las orejas y asienten aquiescentes porque el presidente tiene razón, porque no puede haber verdad más cristalina que la que Rajoy ha enunciado.
Pero se equivocan de medio a medio. Saben que Rajoy miente. Para que ellos, amigos de contriciones cristianas y confesiones, lo entiendan, el Presidente del Gobierno peca por omisión.
Porque la mentira no está en lo que dice sino en lo que calla. A su primera frase le falta un sintagma, un complemento circunstancial que la trasformaría en una verdad innegable.
"La mejor forma de corregir la desigualdad es que todo el mundo tenga un puesto de trabajo con un salario que le permita vivir dignamente".
Puede parecer lo mismo pero a estas alturas no lo es. Mariano Rajoy, su corte genovesa y el gobierno del Partido Popular han dado demasiadas pistas como para que se pueda adivinar que las dos frases no son sinónimas.
Porque La Reforma Laboral del Partido Popular busca justo todo lo contrario. Busca abaratar los costes laborales hasta el grado de la manutención de los siervos a la que estaban obligados por honor los señores feudales de antaño.
Su reforma laboral pretende crear empleo a fuerza de dividir los sueldos entre más puestos de trabajo. Pretende que los empresarios puedan contratar a más gente gastando lo mismo por el simple hecho aritmético de que con un solo sueldo se pagarán dos o tres.
Tener empleo cuando tu sueldo es de 600 euros mensuales no te garantiza salir de la pobreza. Un 13% de los trabajadores españoles lo sabe. Trabaja sus ocho horas, tiene un puesto de trabajo y luego tiene que recurrir a la caridad o a la solidaridad para poder comer todos los días porque el dinero que le reporta su empleo no le llega ni a la primera semana de mes.
Tener empleo no es suficiente para acabar con la desigualdad cuando los gobiernos del Partido Popular en todas las comunidades autónomas son capaces de vender a los ciudadanos a inversores extranjeros que exigen pagarles un salario de miseria, no dejarles sindicarse y saltarse todos los mínimos exigibles para la vida laboral digna como contraprestación a la creación de esos puestos de trabajo que, según el ínclito Presidente del Gobierno, aseguran la eliminación de la desigualdad.
Lograr un trabajo no es una garantía de corregir las desigualdades cuando las propias administraciones públicas están dispuestas a privatizar servicios como la Lavandería Central Hospitalaria madrileña y hacer que sus trabajadores cobren apenas 700 euros brutos mensuales para ahorrarse dinero en sus presupuestos.
Así que el presidente del Gobierno miente, lo sabe y lo hace a conciencia porque es consciente de que un trabajo sin el sueldo adecuado para poder vivir con dignidad no es suficiente para corregir la desigualdad. Es más, es la mejor herramienta para incrementarla.
Es el mejor camino para aumentar la brecha entre aquellos que siguen obteniendo los mismos beneficios o más -los rentistas, los accionistas, los empresarios y todos los que obtienen sus rendimientos a través de los movimientos financieros- y aquellos que trabajan lo mismo pero reciben menos sueldo por su trabajo -o sea, todos los demás-.
Además Don Mariano oculta otra cosa, realiza en su frase otra elipsis perversa, porque ignora el otro camino que hay para corregir la desigualdad económica.
Por hablar en plata: meterle mano a todos los que tienen beneficios incontrolados en sus empresas y sus actividades financieras. No se trata solo de dar sino también de quitar.
Y no se me rasguen las vestiduras gritando "¡comunismo, comunismo!" -o háganlo si les apetece-. Se trata de controlar los beneficios financieros, haciéndoles tributar tanto o más que los rendimientos del trabajo; se trata de controlar los beneficios empresariales y ser firmes con las tributaciones; se trata de eliminar todas las lagunas fiscales y legales que hacen que miles de millones de beneficios empresariales acaben registrados en Luxemburgo y Andorra o escondidos en Ginebra y Caiman Brac. 
Se trata, en definitiva de redistribuir la riqueza. Algo que ni una sola de las leyes de este Gobierno busca ni buscará. 
Algo que no se soluciona creando puestos de trabajo precarios y mal pagados para aquellos a los que la Reforma Laboral ha hecho perder sus empleos anteriores que estaban mucho más dignamente remunerados que los que se les ofrecen ahora.
Así que por más que Mariano Rajoy repita que crear puestos de trabajo es la forma de corregir la desigualdad no hará que sea cierto.
Asegurarse de que los puestos de trabajo estén adecuadamente retribuidos y que los beneficios empresariales estén tributariamente controlados y ajustados es la única vía para corregir la desigualdad.
Y Don Mariano sabe que hay mucha desigualdad que corregir y que ya no puede quitar más de donde no empieza a haber otra cosa que miseria y precariedad.
Sabe dónde es el único sitio en el que puede meter mano para corregir esa desigualdad. Pero todos sabemos que no lo hará. 
Un títere nunca se atreve a cortar las cuerdas que le mantienen en pie. Y mucho menos un títere mentiroso.

sábado, octubre 26, 2013

Rosell o el falso elogio de la indignidad productiva

Hay un individuo que accedió a su cargo porque su antecesor traspasó hacia adentro los muros de una prisión. Existe un individuo que cree o parece creer que su cargo es una palestra para hacer un ejercicio continuo de regresión social destinada a conducirnos al sistema de la servidumbre medieval. Hay un bulto con lejanas sospechas de ser humano que se hace llamar Juan Rossell y dice presidir la CEOE. Y se arranca ni más ni menos que con esto:
"Los parados deben aceptar cualquier trabajo por malo que sea y por malas condiciones que tenga".
No nos vamos a sorprender ahora de que este individuo diga lo que realmente ha querido siempre. 
Lo que ha puesto en marcha junto con sus aliados en la Moncloa, forzando con unos recortes innecesarios, una política fiscal abrumadora y unas reformas legales draconianas, un escenario que haga incrementar el desempleo hasta los niveles de miseria y desesperación necesarios para que este deseo se cumpla.
Pero lo que sí podemos hacer es pagarle con la misma moneda.
"Todo empresario debe aceptar cualquier encargo, pedido o negocio, por malo que sea y por malas que sean las condiciones que se le ofrezcan".
¿Por que no? Si un parado está obligado a aceptar un sueldo indigno, un horario stajonovista o el derecho de pernada si le place a su contratador, ¿por qué el empresario que no tiene beneficios no está obligado a aceptar cualquier pedido aunque el precio le haga producir en pérdidas?, ¿por qué el empresario no está obligado a aceptar cualquier negocio aunque sea ilegal o le obligue a utilizar dinero propio y no de la empresa para poder culminarlo?
El señor feudal Rosell se llevaría las manos a la cabeza porque diría que eso haría que cualquier empresa quebrara, que los empresarios no pudieran ganar dinero y que no se creara riqueza. Y tendría razón.
Pero todos esos argumentos son utilizables para mantener la dignidad del trabajo. Tanto para los parados como para los que tienen empleo.
Porque si los que no tienen trabajo renuncian a obtenerlo en las condiciones mínimas de dignidad que les garanticen, no la supervivencia paupérrima, sino una vida decente, están iniciando un ciclo que frenará en seco la generación de riqueza y su reparto para toda la sociedad. 
Porque si aceptan sueldos por debajo del umbral de subsistencia iniciarán una cadencia perversa e imparable que arrojará al desempleo a los cada vez menos que ahora lo tienen para substituirlos por aquellos que están dispuestos a trabajar en cualquier trabajo y en cualquier condición. Y esos nuevos parados tendrán que entrar en ese nuevo ciclo de empleo pírrico y miseria.
Porque si aceptan formar parte del mercado laboral servil y semi esclavo que propone Rosell para garantizar sus ingresos y su riqueza, que no la de todos, el consumo se hundirá porque ni siquiera trabajando se podrá acceder los bienes más básicos, los sectores de servicios y bienes no básicos caerán en picado porque si no se tiene dinero para patatas mucho menos se va a gastar en bares, fines de semana románticos o Iphones 5
De modo que volvemos de verdad a los imperiales tiempos de Isabel y Fernando y todos sobreviviremos trabajando el campo y acarreando rebaños para la todopoderosa Mesta porque nuestro tejido empresarial y de servicios no valdrá ni el dinero que cueste imprimir en papel reciclado las empresas que cierren cada día.
Y los habrá que digan que todo eso está muy bien pero que mejor es un mal trabajo que no tenerlo.
Y se equivocarán
Yerran porque los que tenemos trabajo tenemos la obligación de garantizar que los que no lo tienen vuelvan al mercado laboral en las mismas condiciones en las que se fueron, si no en mejores.
Tenemos que hacerlo no dando un paso atrás en nuestros derechos, no bajando la cabeza para conservar el empleo, no concediendo ni una sola reducción de salario injustificada, ni un solo ERE, ni un solo incremento de jornada, ni una sola pérdida de la antigüedad  ni una sola congelación. Es nuestra obligación que los empresarios paguen esta crisis con la parte de sus beneficios que pretenden salvar, cargándola sobre nuestros bolsillos y nuestra dignidad. 
Y, por si alguien no lo tiene aún claro, también tenemos la obligación  de trabajar. 
De no escudarnos en la falta de incentivos para escaquearnos; de, sin luchar por un aumento de sueldo o una mejora de condiciones, refugiarnos en que nos pagan poco para hacer tarde, mal y nunca, nuestro trabajo. La irrenunciable obligación de dignificarnos y de no tirar de egos heridos, dolencias oportunas o excusas sospechosas para eludir la parte de dignidad que nosotros hemos de aportar al entorno laboral. Porque si no trabajas de una forma digna no tienes derecho a reclamar unas condiciones de trabajo dignas.
Así que al tajo, que hay mucho. 
Empleo no, pero tajo hay un montón si queremos evitar que bultos sospechosos como Juan Rosell y los escaqueadores de profesión nos roben la dignidad en nuestros entornos laborales.

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