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sábado, julio 16, 2016

Niza, Turquía mensajes y malas respuestas

Y de pronto Turquía. Otra vez Turquía.
Mientras nosotros continuamos, consternados, asolados, aterrados o cualquier otro calificativo trágico que queramos poner a nuestra reacción seguimos mirando a Niza, de pronto un golpe militar lo intenta y casi lo consigue en Turquía.
Y nosotros no vemos más allá. Seguimos con los ojos puestos en la matanza de Niza y no vemos más allá de la posibilidad de que nos estropeen las vacaciones o nos retrasen los vuelos.
No vemos más allá del modo y de la forma en el que la población turca reacciona y contribuye a evitar el golpe militar -algo sin duda impensable en la sociedad occidental atlántica inasequible al riesgo personal por cualquier motivo-. 
No vemos más allá de las similitudes de la situación con otro golpe que aplaudimos con las orejas cuando se produjo en Egipto hace unos años y que nos dejó con la incoherencia de ser "demócratas modernos" defendiendo un levantamiento militar contra un gobierno salido de unas urnas.
No vemos más allá de nada porque no analizamos los mensajes. Contamos los muertos, lloramos las lágrimas, sacamos la rabia y el orgullo pero nadie se sienta a analizar los mensajes.
Ni de Niza, ni de Turquía, ni de nada que nuestros enemigos hagan en esta guerra aciaga que estamos condenados a perder.
Atacan una y otra vez a la raíz más profunda de la educación occidental atlántica y siempre dan en el blanco. Atacan al miedo y el miedo nos paraliza, nos impide pensar más allá de los mensajes que los medios envían, que los gobernantes lanzan: son locos, son fanáticos.
Como si los locos y los fanáticos no pudieran ganar una guerra. Como si por ser locos y fanáticos no tuviéramos que entender que es lo que nos están diciendo a gritos con sus bombas y con nuestra sangre.
Con el 11S en Nueva York, el 11M en España y el 7J en Londres nos dijeron a gritos y sangre que la guerra había empezado y que se combatiría en nuestras calles y nosotros entendimos que los terroristas iban a atacar elementos emblemáticos de nuestra sociedad. Y los protegimos, los reforzamos, hicimos de los aeropuertos fortalezas. Respuesta equivocada.
Con las invasiones fallidas de Irak y Afganistán nos dijeron que no íbamos a lograr lo de siempre, mantener la guerra en el patio trasero del planeta sin que nos afectara. Que aunque fuéramos a sus bases, las bombardeáramos, pusiéramos gobiernos favorables en esos países no íbamos a encontrarles ni a poder mantenerles en sus reductos.
Llevan quince años enviándonos mensajes y nosotros seguimos hablando de religión, de Islam, de fanatismo, sin entrar en el verdadero contenido de esos mensajes.
Con Charlie Hebdo o la escuela judía de París nos dijeron que, al igual que la Convención de Ginebra había muerto también para nosotros como llevaba años enterrada para los civiles libaneses, palestinos, israelíes iraquíes y afganos. Que igualarían la lista muerte a muerte a muerte, que nuestros civiles eran tan prescindibles como los suyos, que los daños colaterales ya no estaban solamente en las películas estadounidenses.
 Y nosotros quisimos entender que iban a atacar nuestros símbolos culturales del laicismo y el cristianismo. Y también los blindamos, los defendimos, hicimos leyes para evitar la "islamización" de Europa. Respuesta equivocada.
Con la toma militar de zonas inmensas de Irak, Siria y hasta Turquía nos anunciaron que su objetivo era el gobierno, no la venganza, no el terrorismo, no loa conversión al islam, era puramente establecer un poder global hegémonico. Y nosotros quisimos interpretar que querían bases seguras en las que armarse y acumular sus bombas y explosivos.
Y los bombardeamos de nuevo, armamos a grupos tan peligrosos o más que ellos para enviarlos a combatir contra ellos, apoyamos a dictadores crueles para evitar su ascenso, les dimos aviones de combate, armamento pesado, entrenamiento militar y poder destructivo a todos los que están cerca o alrededor de ellos.
No nos dimos cuenta de que, con el paso del tiempo, terminarán combatiendo a su lado porque están más cerca en todo del falso califato que de ese Occidente Atlántico que siempre ha sido su enemigo. Respuesta equivocada.
Con las masacres de París y de Bruselas nos enviaron otro mensaje que nuestro miedo y nuestra estupefacción nos impidió comprender. Que no les hacían falta explosivos, que no les hacían falta suicidas venidos de allende de las fronteras de nuestra civilización, que no les hacían falta infiltrar nada ni nadie. 
Creímos entender que significaba que habíamos dejado de ser daños colaterales asumibles para convertirnos en objetivos prioritarios y que buscaban acumulaciones de gente para generar el máximo daño posible. Y era verdad. 
Pero ese mensaje ya había sido lanzado el fatídico 11S y habíamos tardado tres lustros en comprenderlo.
El mensaje que ignoramos es que no les hacían falta explosivos, que no les hacían falta suicidas venidos de allende de las fronteras de nuestra civilización, que no les hacían falta infiltrar nada ni nadie.
Pero nosotros sacamos las tropas policiales a la calle armadas hasta los dientes y las colocamos por doquier, protegimos las aglomeraciones, los actos en los que las multitudes se agolpaban buscando hombres armados, individuos sospechosos, tipos con aspecto árabe, vestidos de blanco y con el pecho demasiado abultado o la mano metida sospechosamente en el bolsillo. Respuesta equivocada.
Y ahora con Niza nos envían otro mensaje. Da igual que controléis las fronteras, que limitéis el tráfico de armas -o que lo intentéis-, que cacheéis a todo el mundo, que coloquéis arcos detectores en los estadios de la Eurocopa, que pongáis a la gendarmería en alerta y el Estado Francés en estado de emergencia. Podemos mataros con un camión, con un coche, con un burro o con nuestras propias manos  vamos a seguir haciéndolo sin que podáis evitarlo.
Y con Turquía nos envían otro. Los militares han intentado derrocar una democracia islámica moderada aliada de Occidente, de hecho obsesionada con entrar en la OTAN, y eso nos dice que los ejércitos de esos países empiezan a querer otra cosa, empiezan a valorar que están mejor alejados de nosotros, enfrente de nosotros. Que ven la posibilidad de establecer otro eje de hegemonía geopolítica en el mundo.
Pero nosotros ni siquiera nos preocupamos de Turquía, ni siquiera creemos que tenga algo que ver con nosotros.
Si Turquía cae no tendremos lugar donde escondernos. Y Ya apenas nos quedan. No podemos controlar todas las furgonetas de Occidente, todos los camiones de Occidente, todas las herramientas posibles para perpetrar matanzas. Es decir prácticamente todo lo que hay a nuestro alcance.
Y no vemos ninguno de esos mensajes porque despreciamos una cosa que es la única herramienta para entender el mundo: la historia. 
Todo lo que hacen ya lo han hecho y lo han sufrido antes. El fósforo blanco ya ha ignorado a los civiles en Ramala y Gaza, los AK 47 ya han tableteado en las calles de Tel Aviv y Jerusalem, los katiuska ya han silbado por los cielos palestinos e israelíes, los camiones ya se han llevado por delante a centenares de personas en Beirut y los civiles ya han sido masacrados por uno y otro bando, ya se han armado hasta a los dientes a aliados que luego se han convertido en enemigos en ese guerra enquistada que nosotros llamamos conflicto de Oriente Medio.
Pero claro eso no tenía nada que ver con nosotros.
Quizás nos demos cuenta de los dos últimos mensajes que nos han mandado en Niza y Turquía cuando una mañana despertemos con la noticia de que un pueblo perdido de Bélgica, Alemania, España o Francia ha sido masacrado durante la noche sin importar que no hubiera una acontecimiento importante, que no fuera un lugar emblemático o que no hubiera personajes relevantes o símbolos culturales en él.
O cuando caigan uno por uno todos los regímenes islámicos que consideramos aliados, desde Arabia Saudí hasta Qatar, desde Jordania hasta Yemen a manos de sus propios ejércitos. 
O quizás no lleguemos a darnos cuenta porque ya habremos muerto de viejos y sean nuestros hijos o nietos los que se pregunten como pudimos ser tan ciegos de no darnos cuenta cuando un avión se estrelló contra el World Trade Center y nos trajo la guerra a casa.
Y no nos confundamos, esto no se llama complejo de Casandra. Se llama Persia, Imperio Egipcio; Se llama Roma. Se llama historia.

viernes, marzo 23, 2012

Dos rumanas, las mentiras de El Mundo y todas las respuestas de los Peones Negros del 11 de marzo


Hay cosas que nacen, crecen, se reproducen y mueren. Actuaciones que parecen tener vida propia y se comportan como seres vivos hasta que llega su final definitivo. Las teorías conspirativas son uno de esos elementos. Surgen de la nada disfrazada de vaguedad más absoluta, crecen alimentadas por el miedo y la irracionalidad vestida de lógica aparente, se reproducen en aras de los susurros y las sospechas, ya sean en los pasillos o en los recodos del espacio virtual y mueren cuando el viento de la más pura lógica y la racionalidad más simple las desmorona.
Pero eso son las teorías de la conspiración habituales, las que surgen de la necesidad de aquellos que las propagan de ser eternamente inocentes de todo mal y que sus enemigos elegidos sean eternamente culpables de toda maldad.
Sin embargo hoy hemos dado un paso más, hemos iniciado una nueva era de conspiraciones y de elucubraciones. La vena hispánica ha inventado la meta conspiración, la conspiración creada y alimentada ad hoc, con un fin específico y a la que no se deja morir, sino que se revive tirando de lo que sea, a cualquier precio. Porque no es una explicación, es un arma arrojadiza contra los enemigos elegidos.
Bueno en realidad no hemos inventado nada -ya sería noticia- en realidad El Mundo -no el planeta, sino el diario- ha recuperado la conspiración criminal.
No es que sea yo de los que juzgue antes que los tribunales, pro después de ocho años de alimentar el morbo y muchas cosas más que el morbo, después de jugar sin ningún tipo de pudor con la memoria de unas víctimas cuyo único pecado fue que sus familiares no se avinieron a servir de parapeto a aquellos que pretendían usarlas para sus fines, para su cobertura, para su provecho, el diario El Mundo se encuentra hoy en el ojo del huracán de algo más grave, de algo más sucio.
Dos testigos protegidos del caso del funesto 11 de marzo se acercan -para ser más exactos su abogado- a la Audiencia Nacional y presentan una denuncia contra dos periodistas de ese medio de comunicación.
Y no lo hacen por intentar que les revelaran datos del sumario o del proceso -cosa que sería ilegal, pero que estaría dentro de las necesidades del periódico-, no lo hacen porque hicieran pública su identidad -lo cual también sería ilegal pero también respondería a algo que podría interpretarse como parte de la profesión periodística, sin ética ninguna, pero periodística-. Lo hacen porque afirman que los periodistas les presionaron para que cambiaran su testimonio.
Y eso convierte toda esta falsa conspiración, defendida por los Peones Negros contra viento y marea, aireada por el mundo a diestro y siniestro y utilizada parcialmente por la derecha española para intentar salvar la imagen no sé sabe de quién -bueno, sí se sabe- y ensuciar la de qué sé yo cuantos -bueno, eso también se sabe-, en algo que yo no es una teoría conspirativa. Es simple y llanamente una conspiración criminal para engañar y mentir.
Podremos decir, como hace El Mundo, que es mentira, que no es verosímil, que -una vez más, ya se ha perdido la cuenta- es una conspiración para desacreditarles pero contra las conspiraciones se impone la lógica.
Dos mujeres extranjeras presentan una denuncia en la que no van a ganar nada -no hay indemnización, no hay posibilidad de acuerdo extrajudicial- después de testificar hace casi un lustro contra el único condenado por los asesinatos del 11- M. Lo hacen ahora en lugar de hacerlo cuando la fiscalía, el gobierno y el aparato del poder en general hubiera sido mucho más proclive a apoyarlas para perjudicar a un medio que ideológicamente está claramente afecto a sus rivales políticos y además lo hacen aportando mensajes de los periodistas y llamadas telefónicas de los mismos.
Puede que los hechos no sean constitutivos de delito desde el punto de vista judicial pero no tiene mucho sentido pensar que son inventados. Ya me muestro receloso de toda conspiración que provenga de El Mundo. Lo siento, mi confianza en la ética de la prensa tiene un límite.
Y si son ciertos -que tiene toda la pinta, no sólo por lo que dicen las testigos sino porque algunos sabemos cómo trabaja El Mundo- esos hechos, esas presiones, esas formas de actuar denunciadas, ¿qué significa?
Siginifica que los peones negros ya tienen la respuesta a su pregunta ¿quien ha sido? Ha sido El Mundo y todo su politburó destinado a un sólo objetivo político propio. Ellos han sido los que os han engañado haciéndoos creer que os habían engañado otros.
Siginifa simplemente que el periódico ha atentado contra la estructura misma del Estado de Derecho, que ha pretendido manipular la realidad para obtener sus fines, que no ha buscado la verdad y poner de manifiesto la realidad sino crearla cuando se ha dado cuenta de que la realidad que ellos necesitan no existe.
Vamos, el ejercicio más puro de fascismo informativo desde la Oficina de Propaganda de Goebbles y el Agitpro de Kruchev.
¿En qué cabeza cabe que dos periodistas presionen a dos testigos protegidas para que años después cambien su declaración, para que digan que no vieron en los trenes a Zougam, que fueron obligadas a hacer esa declaración?, ¿qué se intenta lograr ofreciendo trabajos, pagos de la hipoteca y camisetas del Real Madrid a cambio de que se exonere de culpa al condenado por los atentados?
No puede ser vender más periódicos porque para eso solamente tienes que inventarte una conspiración, una prueba irrebatible, como el misterioso ácido de otrora o poner a una simpática señorita medio en cueros en la contraportada como hacen los diarios deportivos, no puede ser descubrir la verdad porque si tienen que chantajear y sobornar a la gente para que hablen es porque saben que no es verdad.
Entonces ¿qué persiguen, qué buscan con este ejercicio de fascismo informativo de la más pura escuela?, ¿cuál es la principal consecuencia que hubiera tenido que las dos testigos cambiaran su declaración a cinco columnas en la portada de El Mundo?
¡Vaya hombre, que casualidad, que se reabriera el caso!
Justo lo que estaba a punto de hacer el fiscal Torres Dulce, justo lo que ya había hecho antes de que quiero creer que el sentido común pero me temo que en realidad sea el sentido de oportunidad política le conminara a dar marcha atrás.
No voy a ser yo el que elabore una teoría de la conspiración para desaprobar la manipulación y creación sistemática de otra. Por el momento, prefiero pensar que El Mundo -con línea directa con el PP desde hace lustros- pretendió aprovechar el tirón de esa decisión anticipada y no que las dos acciones formen parte del mismo plan maquiavélico ideado en la sombra en la mejor tradición conspiranoica.
Pero lo cierto es que no se demuestra con todo esto que los conspiranoicos estaban equivocados.
Se demuestra que estaban mintiendo intencionadamente con un objetivo político, con el objetivo de llevar al Estado al lugar en el que lo querían tener, con el objetivo de crear y hacer prosperar una falsa realidad para que esa primera mentira que todos sabemos que no es cierta, ese primer intento de ocultar la realidad y de cambiarla en beneficio propio y de la colección de sufragios que se requería para la reelección fuera, al menos en apariencia cierta: Que ETA estaba detrás de los atentados del 11-M y esa realidad se ocultó por los socialistas para perjudicar la reelección de José María Aznar. 
Normalmente el proceso para acabar con una teoría conspiranoica es sentarse en el más puro estilo oriental a ver pasar el tiempo hasta que se desmorona sobre sí misma. Pero las teorías conspiranoicas no suelen ser criminales.
Con esta la única forma de verla morir es matarla y eso, en caso de ser cierto todo lo que dicen las testigos protegidas, supondría meter a mucha gente en la cárcel, pedir muchas responsabilidades y cerrar de una vez las puertas de esta invención criminal que un diario, más preocupado de hacer el caldo gordo a los que tiene cerca políticamente que de informar y hacer dinero con ello, ha mantenido durante ocho años a despecho de todas las heridas y los dolores que abría a su paso.
El magnate Murdoch, nada sospechoso de ser una persona ética hasta el extremo, tuvo la decencia de cerrar News Of The World cuando se descubrieron manejos de este tipo -incluso antes de ser juzgados-. Y esos manejos ni siquiera afectaban a la esencia del Estado de Derecho como hacen estos.
Pero claro, quizás por eso los chicos de El Mundo han elegido este momento. Porque si les pillaban los que estaban al mando iban a minimizar el impacto sobre ellos de este ataque frontal al sistema de libertades.
Al fin y al cabo ellos también creen o quieren creer que ETA estaba detrás de los atentados. Ellos fueron los primeros en decirlo. El ínclito Aznar todavía lo dice de vez en cuando.

domingo, marzo 11, 2012

Torres Dulce y el Kaddish por los muertos del 11-M

Será que nos hayamos tan inmersos en la preocupación por el futuro que ya no nos acucian las sombras del pasado, será que el cambio de gobierno ha corrido un tupido velo sobre determinado victimismo que no conviene recordar porque no proviene del lugar ni de las manos donde si da rédito electoral la muerte y la sangre o será que, pese a lo dicho y lo escrito, en realidad no hemos aprendido nada y no queremos aprenderlo.
Pero resulta que después de ocho años, después de 192 muertos, después de la primavera árabe, la muerte de Bin Laden -¿...?, me pongo en modo Piqué- y después de todo, hoy es 11- M, once de marzo para los que no gustamos de que nos apocopen el tiempo. Hoy hace ocho años que empezó la mascarada conspirativa hispana a costa de la sangre y de la muerte de dos centenares a manos del yihadismo y por culpa de los errores de valoración política y social de aquellos que nos gobernaban por entonces.
Y hoy sigue esa danza macabra conspiranoica en torno a los cadáveres. Porque hasta en lo conspiranoico, nosotros, los hispanos, somos macabros.
Un Fiscal General de apellido Torres Dulce decide que no tiene ni idea de leyes, decide que no tiene porque tener ni idea de leyes y decide ni más ni menos que reabrir el caso por los atentados del 11-M.
Pide a Renfe a Adif o quién sea ahora y bajo cuya jurisdicción estén que localice los vagones, exige a la policía que los precinte e inicia una investigación.
Podría explicarse si en la última acción encubierta de la CIA o la ASN en Kabul, en Kandahar o en Karachi se hubieran encontrado documentos, cintas o grabaciones que vincularan a tal o cual persona con los atentados del funesto once de marzo, podría llegar a comprenderse si, en un rapto de locura fanática, un imán de cualquier pueblo perdido español se hubiera atribuido la autoria o la participación en los mismos.
¿Lo hace Torres Dulce por esas nuevas evidencias?, ¿reabre el caso porque hay pruebas demoledoras contra alguien que no fue juzgado?
No. Lo hace para dar pábulo a un grupo de conspiranoicos que llevan ocho años manteniendo que se ocultaron pruebas que vinculaban a ETA con los atentados, para que se sientan tranquilos todos aquellos que siguen creyendo que en realidad esas 192 personas fueron asesinadas por ETA, en connivencia con el PSOE, para apartar al PP y a su entonces incontestable líder José María Aznar de Moncloa.
Lo hace para eso, pero la respuesta que es más dura de contestar, que es más innegablemente repugnante y que pocos se atreven a buscar es la respuesta a por qué lo hace.
Lo hace porque esos muertos no le importan un carajo y nunca le han importado al Partido Popular ni a sus líderes. Como no pueden utilizarlos para nada, ni siquiera los consideran suyos.
Si algunos de sus votantes quieren que se manipule su memoria y su muerte hasta la extenuación, sea. Por lo menos así me aseguro que unos cuantos me siguen votando. Por lo menos así puedo sacarle partido a esos muertos.
Esa es la realidad que ha mantenido siempre al Partido Popular al abrigo de los conspiranoicos y que les ha hecho ver a esos cadáveres como sus enemigos. Al fin y al cabo su muerte les apartó del poder.
Y por eso les da igual lo que se diga sobre ellos. Y por eso un fiscal General del Estado hace caso omiso de las leyes de prescripción, de la justicia, de la imposibilidad de juzgar dos veces un crimen y decide reabrir un caso en el que no hay acusados, no hay testigos, no hay pruebas. Solo hay una conspiración dibujada en lamente de un puñado de votantes del Partido Popular.
Y los habrá que se indignen ante estas afirmaciones., los habrá que dirán que exagero, que el PP no es así, los habrá que dirán que sus motivos tendrá el señor Torres Dulce y que lo único que quiere es no dejar ningún cabo suelto y cerrar la boca a los conspiranoicos.
Puede que tengan razón.
Pero entonces supongo que si mañana, en pleno proceso de disolución de la banda terrorista, alguien insinua que el atentado de Hipercor de Barcelona fue obra de la Guardia Civil para poder inculpar a ETA no se indignará, no clamará por el respeto a las fuerzas del orden y a la memoria de las víctimas, no argumentará que está juzgado y sentenciado y correrá a poner patas arriba el benemérito instituo -que diría Trillo, Don Federico- en busca de pruebas que atestigüen esa conspiración.
Supongo que si mañana mismo cualquier periódico donostiarra publica que Miguel Ángel Blanco fue secuestrado y muerto por militantes de extrema derecha que querían crear un clima de odio hacia el nacionalismo vasco, se apresurará a conminar a las fuerzas del orden y a los investigadores judiciales a que barran las sombras en busca de indicios de esa nueva verdad rebelada por los profetas de la conspiración.
Sabemos que no hará eso y que ni siquiera se le pasará por la cabeza. Lo sabemos porque para el Partido Popular las víctimas de ETA merecen respeto y las del yihadismo no. Las victimas de ETA les consiguieron votos y las del yihadismo se los quitaron. Tan simple es la cuenta. Tan simple es el argumento.
Si cualquier periódico hubiera estado ocho años desgranando día tras día los argumentos que he expuesto antes sobre los atentados de ETA se le hubiera cerrado por apología del terrorismo y a otra cosa -Gara se cerró por mucho menos varias veces-. Pero El Mundo, Intereconomía, La Razón, Libertad Digital y todos los demás siguen abiertos desgranando teorías conspirativas en las que el yihadismo practicamente fue un aliado de ETA y del PSOE, en las que se tilda a los integrantes de la Asociación de Víctimas del 11-M con los epítetos menos apropiados, se les califica de vendidos, de complices de la conspiración, de vivir del cuento...
Los mismos que cuando habla una representante de las víctimas de ETA callan y saludan, los mismos que defienden que importa más la venganza de esas víctimas de ETA que la paz en Euskadi, los mismos que no soportan que nadie cuestione su derecho a seguir exigiendo a la sociedad de Euskadi que no apueste por la paz y sí por la rendición en aras de su vindicacación y su venganza.
Así que Torres Dulce y el PP demuestran que en ocho años no han aprendido nada. Que aún no saben que no se puede jugar con el terrorismo y con las víctimas dependiendo de los votos que se vaya a conseguir con ello.
Porque las 192 personas que murieron están muertas a manos del yihadismo radical cuyas iras desató la absurda intervención del Gobierno Español en una guerra en la que no se nos había perdido nada y que no contaba con la sanción internacional. Y eso es una realidad histórica que ni todos los conspiranoicos de El Mundo e Intereconomía podrán cubrir.
Eso es algo con lo que tendrán que aprender a vivir los que lo propiciaron. Quizás sería hora de empezar a pedir perdón por la parte que les toca, ya que ellos exigen tanto de otros que lo hagan. Al menos a las víctimas.
11-M: por todos ellos, por la locura yihadista, por la inteligencia de Torres Dulce, por la lucidez de los conspiranoicos y por nuestra propia incongruencia, Kaddish.

viernes, octubre 21, 2011

ETA MUERE COMO LIBERTY VALANCE

Ha llegado el día.
Y los hay que parece que lo hayan esperado siempre, que lo hayan deseado siempre, que siempre hayan trabajado y luchado para que llegara.
Cuando callan las armas, cuando la locura se disfraza de necesidad y se da cuenta de que el camino emprendido hace cuatro décadas no lleva al puerto soñado en sus pesadillas psicóticas, nosotros salimos del armario.
Cuando ETA deja de hacer hablar a las armas todos hablamos en plural.
Y de repente, parece que todos hemos derrotado a los locos furiosos del tiro en la nuca; se antoja que todos hemos hecho morder el polvo a los sicarios mafiosos que fundieron ideología con poder y deseo con imposición; se trasluce que todos hemos hecho caer a los que se alzaron con el secuestro y la extorsión, con el miedo y la desdicha.
Hoy, que ETA hace lo que hace mucho tiempo la historia la obligó a hacer y lo que su locura le impidió reconocer, parece que todos la hemos derrotado.
Pero eso es mentira.
A ETA no la mataron aquellos que, disfrazados de peones negros, intentaron anular la fuerza de las manos blancas; no la han enviado al olvido aquellos que la quisieron incluir en las locuras mesiánicas de otros para conseguir réditos electorales. Ellos no la han matado.
A ETA no la han derrotado aquellos que miraron a otro lado, que asintieron y aplaudieron cada vez que los que les pedían el sufragio bordeaban el límite interno del fascismo, prohibiendo partidos, manipulando leyes y recolocando jueces en aras de la seguridad y la victoria. Esos no han derrotado a ETA.
A ETA no la han vencido todos aquellos que arqueaban las cejas hacia dentro ante un apellido vasco, que bufaban ante un nombre en eusquera, que se cruzaban de acera ante una matricula -de las antiguas- de Bilbao o de Donosti. Ellos no han vencido a ETA.
A ETA no la han hecho caer aquellos que dibujaron colmillos en el rostro del nacionalismo vasco, que pintaron cuernos en el cráneo del independentismo en Euskadi; aquellos que han tremolado sus víctimas en el nombre de ese mismo nacionalismo pero teñido de rojo y gualdo, aquellos que ha utilizado los muertos en nombre de una patria que es de todos menos suya. Esos no han hecho caer a ETA.
A ETA no la han derribado los que la sacaron a relucir cuando las encuestas y los sondeos iban mal, aquellos que utilizaron el estallido de una bomba de atrezzo para buscar lo que su programa y sus ideas no les daban, aquellos que prometieron sacar los tanques a Donosti para acabar con ella y que han terminado en el ostracismo europeo de un despacho en Bruselas. Ellos no han derribado a ETA.
A ETA no la destruyeron aquellos que desfilaron por las calles intentando anteponer su pasado al futuro de todos, su dolor a la esperanza de todos, su venganza a la necesidad de todos, aquellos que instrumentalizaron su victimismo para lograr presencia, relevancia e influencia. Esos no han destruido a ETA
Parece que entre todos hemos acabado con ETA. Pero es mentira.
Se planificaron acciones encubiertas en Argel y en Francia y los locos siguieron matando, se reclutaron grupos paramilitares de respuesta y los locos siguieron matando, se ilegalizó Batasuna y los locos siguieron matando.
Se idearon leyes de opinión pseudo fascistas y los fanáticos siguieron matando, se sacó al independentismo de la escena política a la fuerza y a empeñones y los sicarios siguieron matando, se criminalizó al nacionalismo democrático y el socialismo radical y los mafiosos siguieron matando, Se instrusmentalizaron la ley y la justicia y los psicópatas de su propia autoafirmación mesiánica siguieron matando.
Se mintió, se manipuló, se cercenó, se acalló, se aterrorizó y los locos, los sicarios, los psicópatas y los mafiosos siguieron matando.
¡Claro que las fuerzas del orden acorralaron a ETA!
 ETA nació acorralada cuando, tras poner en órbita al delfín del dictador, no consiguió que se le sumaran diez mil activistas como el IRA, no logró que se le unieran veinte mil combatientes como la OLP. Porque los simpatizantes no cuentan. Pueden ser cien mil o medio millón pero no cuentan. No matan y, por supuesto, no mueren por la causa. 
ETA nació acorralada porque nació muerta y eso lo sabían todos aquellos que combatían contra ella y lo hacían de verdad. Nada que no tenga futuro tiene vida.
Pero ahora que la organización se ha convertido en uno de esos cadáveres humeantes que tanto celebraba en otros tiempos, todos queremos y creemos haber matado a ETA.
Como en el mítico western, todos alzamos la mano cuando alguien nos pregunta quién mató a Liberty Valance.
Y todos mentimos.
Porque ETA murió cuando Euskadi dijo que no le importaba ser independentista pero no lo iba a ser con ellos; feneció  cuando las tierras del norte afirmaron que no les importaba ser abertzales pero no querían serlo con ellos; dejó de existir cuando el País Vasco dejó claro que podía querer la independencia, la soberanía o como se quiera llamar, pero no iba a dejarse acompañar por aquellos que no escuchaban su voz como pueblo, ahogada por el atronador tabletear de los disparos.
¿Y cuando pasó eso?
Cuando nosotros, los que ahora nos arrobamos el derecho a que nos cuelguen la chapa de "yo también vencí a ETA", les dejamos hacerlo.
Cuando, el que puede considerase como el único gesto de verdadera fe ciega en la democracia que hicieron los que siempre se han hecho llamar demócratas, les permitió por fin hablar. Cuando no se mató a Bildu.
Así que, pese a lo que nosotros digamos, pese a lo que queramos decir, lo único relevante es la paráfrasis de lo que el inigualable Aaron Sorkin hizo decir al no menos inigualable Kevin Bacon.
En lugar de escuchar eso, se oirán discursos, se dictarán sentencias, se escucharán un montón de juegos de manos y de palabras electorales que pretenderán arrimar el ascua a la sardina de una u otra política, de una u otra estrategia, de una u otra papeleta.
Juegos malabares que intentarán que todos nos digamos en voz alta todo lo que hemos hecho para acabar con ETA y no nos paremos a pensar cuantas cosas hemos hecho que han contribuído a demorar ese fin.
Pero ojala que ni toda la magia electoral del mundo pueda apartar nuestros ojos del hecho de que ETA está muerta y de que Euskadi y los vascos la mataron.
Estos son los hechos del caso. Y son irrefutables.
Y el que tenga democracia para oír, que oiga.

domingo, julio 31, 2011

El diálogo del ex alumno -segunda entrega- (o, ¿quién vigila al vigilante?)

- Pues sí, algunas ideas son buenas, otras menos buenas.
- A proposito, ¿son las del famoso movimiento 15 M?, ¿dónde estan?, ¿dónde se pueden discutir?
- La Madre Begoña, Blanca y hasta el ínclito Redondo te perdonarán por tus omisiones ortográficas. Pero a lo que vamos.
Las propuestas son en parte del 15M y en parte de otras muchas gentes que se han sentado a darle una vuelta al sistema -entre ellas yo, me temo- Se pueden discutir en varios foros y skups. Si quieres te paso los enlaces. 

- OK. el capitalismo esta caduco, pero sigo insistiendo en que la iniciativa privada no tiene por que moverse sólo por los beneficios económicos, podemos movernos por intereses mas altos y loables, eso son los valores a los que me refiero.
- Claro que los seres humanos nos podemos mover por otros intereses que no sean la generación de dinero a espuertas, pero no dentro de este sistema neo liberal. Por eso te digo que hay que definir un cómo esa iniciativa privada puede moverse por otros intereses.
Nadie -o al menos yo-  tiene en nada en contra de la gestión privada controlada y vigilada que persiga unos objetivos que haya fijado la sociedad, no el mercado.
Mi cómo es el mismo cómo que no funciona ahora, en realidad. El mismo cómo que siempre, pero funcionando adecuadamente.
¿Acaso crees que trabajas ocho horas al día y cuarenta a la semana porque la iniciativa privada vió que eso era bueno?, ¿acaso descansas los fines de semana y tienes vacaciones pagadas porque la iniciativa privada vio que era positivo?, ¿acaso eres libre de moverte por todo el territorio de tu país, no estás vinculado de por vida al condado en el que naciste y eres libre de cambiar, de abrir un negocio porque la iniciativa privada abogó por ello? -por lo de abrir negocios si lo hizo, ¿por qué será?-.
No. lo eres porque los Estados impusieron y mantienen esas normas, lo eres porque las sociedades obligaron a los empresarios de entonces -o sea, los antiguos patronos- a aplicar unos criterios basados en valores distintos a la consecución de beneficios.
Y lo siguen haciendo. Desde algo tan denostado como La Seguridad Social a otras muchas cosas. Son los Estados los que impiden a la inciativa privada -cuando lo hacen- que se lucre del trabajo de niños en el sudeste asiático, que comercie con piedras preciosas de sangre y esclavitud, que pague en comida y alojamiento en Sudamérica, recuperando los conceptos del trabajo esclavo. Todo eso lo hacen los Estados -cuando lo hacen-, pero desde luego nunca lo hace la iniciativa privada por sí sola.
Para ser más exactos, lo hicieron y lo hacen las sociedades a través de los Estados. Pero nosotros, en nuestro vicio individualista occidental, hemos empezado a considerar el Estado como algo que no tiene nada que ver con nosotros. Nos hemos vuelto absolutistas -en el sentido histórico de la palabra- y pensamos que el Estado es el Gobierno, que el Estado es el poder.
Hemos olvidado que el Estado es el poder pero el poder somos nosotros, Así que, por definición, el Estado somos nosotros.
Y solamente una sociedad fuerte, responsabilizada, participativa y capaz estará en condiciones de ser ese Estado, esa sociedad que encauce los fines de la iniciativa y la gestión privada hacia el bien colectivo, no solamente el individual.
Pero eso nos exige dejar de pensar exclusivamente en nuestrros derechos como ciudadanos y comenzar a ejercer nuestros deberes como tales. Empezar a preocuparnos de la res pública, empezar a ejercer ese poder que ahora nos limitamos a regalar al que con mayor acierto nos regala -y valga la redundancia- los oídos.
A veces,cuando te leo, me parece que tienes una visión un tanto idílica de la iniciativa privada mucho más cercana al pequeño empresario que a lo que realmente mueve el mundo que son la quintaesencia de la iniciativa privada, las corporaciones transnacionales.
Y también una visión algo pérfida del Estado que más tiene que ver con El Rey Sol, Hitler y Stalin que con el Estado occidental moderno actual, por muy socialista que se llame su gobierno.
- Desconfio de movimientos que prefieren tener un poder fuerte que controla y decide que es bueno y que es malo, me da que de hay a un sistema autoritario hay muy poco.
- No es comunismo, no es stalinismo, no es estatalismo. No es ese Estado alienigena y alienante que nos vendieron los neocon en su lucha contra el comunismo dictatorial -que era una lucha económica, no tenía nada de ideológica, por cierto-.
Es una necesidad de llevar nuestra responsabilidad más allá de un sufragio, más allá de un "que lo arreglen los políticos", más allá de un exigir solamente derechos sin asumir responsabilidades. Ese es el Estado que vigilaría los parámetros en los que tenía que moverse la iniciativa privada gestionando la creación -que no la distribución- de riqueza.
Pero eso nos exige mucho, Eso nos exige prepararnos, capacitarnos, preocuparnos. Nos exige estar atentos, delegar el poder pero no cederlo ciegamente, participar para que nadie pueda decir en nuestro nombre algo que no queremos que diga. En definitiva, eso nos exige ser ciudadanos.
Y nos lo exige a nosotros, no a los políticos, ni a los banqueros, ni a la iniciativa privada. Nos exige a nosotros porque nosotros seremos ese poder fuerte que marque su destino.
Claro que es autoritario. El autoritarismo de toda una sociedad decidiendo lo que considera positivo y negativo para ella, lo que considera permisible e inaceptable para ellos. Toda una sociedad ejerciendo el poder de controlar a sus gestores y exigirles cuentas, resultados y responsabilidades. Claro que es autoritario, tan autoritario como la democracia.

- El problema es "quién" reparte, "quién" exige responsabilidades, "quién" cataloga, "quién" decide qué educación es buena.
- Ese no es el problema, querido Pedro. El problema es que seguimos pensando que tiene que haber un "quién" para eludir la responsabilidad de ser nosotros.
¿Quién vigila al vigilante? ¡Los vigilados! La respuesta era tan obvia que se ha negado durante siglos.
Somos nosotros los que tenemos que repartir, forzando unas leyes que no se puedan saltar en ese sentido. Somos nosotros los que tenemos que convertirnos en comedores de foca islandeses y llevar a nuestros políticos a juicio y a nuestros bancos a la quiebra si se lo merecen.
En las revoluciones románticas eso era una utopía, era una entelequia. Pero también lo era que un mensaje llegara de forma instantánea de una parte a otra del mundo, ¿no?
Somos nosotros los que tenemos como sociedad que decidir qué educación queremos. Pero eso es demasiado pedir, según parece, porque nos supone el esfuerzo al que nos negamos por sistema. Nos supone pensar en contra nuestra.
Supone que no tenemos que preocuparnos de enseñar nuestras ideas, que no tenemos que preocuparnos de reproducir en las mentes de aquellos que nos sucederán aquello que pensamos.
Tenemos que enseñarles a pensar por su cuenta. Incluso en contra nuestra. Ese es el valor educativo más allá de ideologías y creencias que estamos obligados a defender si queremos realmente una sociedad abierta.
No se trata de trasmitir nuestros valores -por muy buenos que nos parezcan-, no se trata de trasmitir nuestras ideologías -por muy sólidas que se nos antojen-. Se trata de activar los cerebros y dejar que formen sus propios valores y sus propias ideologías.
¿Quién tiene que hacer eso? Nosotros, por supuesto.

- ¿Serás tu Gerardo?, ¿de verdad quieres ser la mano izquierda de dios?, ¿confiarás en quien quiera serlo?
- Yo quiero que el dios en quien no creo tenga miles de manos izquierdas, millones de dedos izquierdos. Yo quiero que todos seamos la mano izquierda de dios. No porque tengamos el derecho a serlo, sino porque tenemos la responsabilidad de no dejar de serlo.  De no permitir que nadie lo sea en nuestro nombre sin nuestra autorización.

- Yo no.
- Si todo funcionara como debería funcionar, tú también lo serías. Sería tú responsabilidad.
Pero no creo que se trate solamente de eso. Se trata de un cambio de actitud. Se trata de pensar por libre. Ya somos pocos los que pensamos el qué, pero hay muchos menos que piensan el cómo. Eso es el cambio, eso es la evolución.

miércoles, mayo 04, 2011

Bin Laden nos mata a nosotros

Cumplimentados los fastos reales británicos y los nefastos futbolísticos españoles parece que toca volver, que toca despertarse de los sueros y los sueños que nos lanzan las pantallas para caer directamente en las pesadillas que nos imponen los informativos.
Y la última de ellas es la ansiada, esperada, deseada y exigida por América -la de los estadounidenses, claro está- muerte de Osama Bin Laden.
Tras diez años de operaciones encubiertas, detenciones, invasiones y declaraciones un comando estadounidense ha matado a Bin Laden, ese loco yihadista y fanático que no inventó la guerra, pero que la llevó a América.
Y como con la muerte de otros tantos que han muerto pero no han sido muertos, que han caído pero no han sido derribados o que han sido derrotados pero no han perdido, con la muerte del ideólogo y fundador de Al Qaeda han perecido muchas realidades.
Con Osama Bin Laden ha muerto muchas cosas.
Pero otras muchas no.
Desde luego, pese a las alegrías arrebatadas frente a La Casa Blanca y en La Zona Cero, pese a las declaraciones contenidas y las sonrisas disimuladas, el furor yihadista no ha muerto, la rabia asesina de un dios malentendido y perversamente interpretado no ha muerto.
No ha muerto porque no puede morir, porque ningún comando puede matar eso, porque dos helicópteros y un puñado de hombres armados no son suficientes para acabar con eso. Porque Occidente, el Occidente Atlántico que tanto se se congratula del fin de Bin  Laden, sabe que no puede acabar con ello, que no quiere acabar con ello.
Porque no quiere, no puede o no sabe matar a dios.
El yihadismo necesita de un dios, del que sea y si no lo tuvieran se lo inventarían. Porque es el fanatismo religioso lo que fuerza la guerra de la sangre santa, lo que fuerza la muerte paradisiaca. Porque es el mesianismo y la furia religiosa la que a lo largo de la historia ha llevado a todas las civilizaciones a la locura y la guerra.
Y Bin Laden no inventó eso. Y los ayatolahs iraníes no inventaron eso. Eso lleva mucho tiempo inventado. Se inventó con Sanson, con Saúl, con Pedro, el hermitaño, con Urbano II, con Surhak, el mameluco.
Eso se practicó en Sumeria, en Jerusalén, en Bizancio, en Antioquía, en Jericó, en Granada, en Afula...
Eso se ha llevado a cabo sobre los campos ensangrentados de La Tierra en la batalla del Puente Milvio, en los montes de Hattín, en los campos de Guadalete, en la noche de San Bartolomé....
Y la muerte de Bin Laden no cambia ni acaba con nada de eso porque, aunque él lo llevara a América, él no lo inventó.
Pero tampoco muere el terrorismo que se fundamenta en su visión empobrecida de su dios y febril de su realidad.
Porque Al Qaeda no necesita a Bin Laden; porque el yihadismo no necesita a Al Queda; porque el choque de civilizaciones, casi ni necesita el yihadismo. Porque el fanatismo religioso ni siquiera precisa de la civilización.
Nada de eso se termina con la muerte den Bin Laden. Porque los salafistas han hecho arder Djemma el Fna sin el loco visionario saudí; porque los habitantes de Oregón seguirán quemando coranes sin que Bin Laden lo vea por la tele; porque los insurgentes irakíes pueden seguir sin él llenando su país muerte y bombas; porque los fundamentalistas cristianos de Brooklyn no necesitan a Bin Laden para quemar escuelas islámicas en las que estudian niños; porque las iglesias coptas de Egipto seguiran ardiendo sin que nada tenga que ver Bin Laden con ello; porque las mezquitas en Bélgica seguirán siendo pintadas con heces sin que Osama se esconda en ellas; porque los cristianos seguirán siendo expulsados por los ayatolahs iraníes sin necesidad de que el saudí loco les acompañe a la frontera; porque las estudiantes universitarias seguirán siendo desfiguradas en Londres por llevar hiyab sin necesidad de que paseen por Oxford de la mano de Bin Laden.
Porque el fatanismo religioso se ha desatado y ya no necesita de nadie para seguir creciendo entre acusaciones e intransigencias. Ni siquiera a Bin Laden.
Así que, si ni el terrorismo, ni el yihadismo, ni el choque de civilizaciones, ni el fanatismo religioso ha muerto con los dos tiros que le han dado a Osama Bin Laden los chicos de la Infantería de Marina Estadounidense -¡uaaaa!- ¿qué es lo que ha muerto?
Pues muy sencillo. Hemos muerto nosotros.
Ha muerto la última esperanza de que pudiéramos ser diferentes a esos enfebrecidos peligrosos y asesinos a los que Bin Laden alimentó de dinero y fanatismo a lo largo de su vida.
Ha muerto porque hemos observado sin pestañear como un individuo que tuvo la fortaleza para cerrar Guantánamo porque era injusto aunque le venía bien renuncie a sí mismo.
Ha muerto porque el mismo que colocó en su lugar a los halcones del sionismo victimista, en contra de los intereses económicos internos, el mismo que retiró sus tropas de combate de su guerra en contra de su orgullo nacional, el mismo que hizo pagar a los bancos sus riesgos y sus fracasos, se ha sentado en su sillón a observar, con gesto tenso, como si fuera la octava parte de un videojuego como ocho individuos le pegan un tiro en la cabeza a un hombre desarmado.
La muerte de Bin Laden nos ha convertido en cadáveres porque vemos como un director de un servicio secreto -con mucha menos prestancia que James Earl Jones y mucha menos flema que Judy Dench- ha afirmado que sin pudor que sus hombres tenían órdendes de matar a un hombre desarmado y solamente no hacerlo si exhibía una bandera blanca -algo que todo el mundo lleva encima, por cierto-.
Nos ha matado porque asentimos cuando los herederos de George Bush en el Senado y el Congreso de Estados Unidos afirman que los datos y los indicios se obtuvieron utilizando la técnica de la asfixia simulada, que más bien debería llamarse asfixia interrumpida y reiniciada porque el individuo que la soporta se asfixia cada vez hasta que deja de hacerlo, no lo olvidemos..
La caza de Osama ha acabado con nosotros porque nuestros periódicos titulan hablando de justicia cuando hombres armados y entrenados han tenido la posibilidad innegable de detener a un individuo y llevarle ante un juez y se han limitado a tirotearle; porque nuestros políticos hablan de lucha internacional y ocultan que la venganza de Estados Unidos -porque la caza de Bin Laden era sólo algo de Estados Unidos- ha perjudicado a la causa de la justicia común y del fin del terrorismo; porque los que hablan por las víctimas del terror afirman que para ser coherentes consigo mismos tienen que alegrarse de la muerte de Bin Laden y con ello dejan claro que no quieren justicia, que solamente ansían venganza.
Y seguiremos muriendo porque aceptaremos que no haya cadáver, porque creeremos cualquier cosa que nos digan o que nos cuenten, porque dentro de unos meses, cuando estén listas, nos creeremos las fotos que nos muestren del cadáver o de lo que sea, aunque sea irreconocible, aunque se demuestre que le dispararon una bala explosiva en el rostro.
Lo que eramos, lo que queríamos ser y lo que una vez pudimos ser, ha muerto con el fanático saudí porque hemos consentido que un entierro vikingo de un integrista islámico le coloque en el olimpo junto con Elvis, el Area 51, el incidente Roswell y todo ese cumulo de conspiraciones míticas que no solamente no eliminan un martir innecesario sino que nos crean un fastama inesperado.
Pero, sobre todo, hemos muerto con el ideologo furioso del yihadismo sangriento porque, en lugar de preocuparnos por nuestras torturas, nuestros asesinatos, nuestro maquiavelismo, nuestras injusticias y nuestras sinrazones, nos dedicaremos a airear el hecho de que Bin Laden había matado a 3.000 personas, de que había financiado multitud de atentados, de que había propagado su sed de sangre por el mundo árabe, de que había traido los muertos de la guerra a nuestra casa, a nuestro patio, a nuestra puerta principal -que en la trasera ya la teniamos desde hace tiempo-. ¡Como si eso importara!
Esto no era, no lo fue nunca, una guerra entre el yihadismo y Occidente, entre el pasado y el futuro, entre ellos y nosotros. Y la hemos perdido.
Ya no puede haber una guerra entre la libertad y el fanatismo, entre la justicia y el descontrol, entre la intransigencia y la tolerancia. Ya no puede haberla.
Esa era la guerra, por eso había que luchar, por eso había que pensar en contra nuestra, por eso había que demostrar que no eramos, que no queriamos ser, como los locos furiosos. Y todo eso es lo que hemos perdido con la caza de Bin Laden.
Aunque nunca se vean los restos del terrorista, aunque nunca tengamos pruebas reales de su muerte -algo que hubiera sido muy sencillo si hubieran consevado el cádaver de la misma forma que se conservan todos en un barco. En la cámara frigorífica- nunca podremos decir que no hemos visto el cádaver.
Con la muerte de Osama hemos visto el cádaver de la justicia, hemos visto el cádaver de Occidente, hemos visto el cádaver del futuro. Hemos visto el cádaver de Obama.
Hemos visto nuestro propio cádaver.
Ahora yo no existimos. El mundo está poblado de fanáticos. Ellos lo son de su dios. Nosotros ni eso. Nosotros sólo somos fanáticos de nuestro miedo.

viernes, marzo 11, 2011

11 de Marzo: In Prescenciam

Para una sociedad como la nuestra, que se ancla al pasado por temor al futuro, que intenta valorar lo que será por lo que ya ha sido y no por lo que está siendo en este instante, cualquier excusa es buena, cualquier motivo es aparentemente válido, para hacer lo que llevamos haciendo desde hace demasiado tiempo y que es lo único que somos capaces de hacer: mirar al pasado.
Si cualquier pretexto es bueno para tan poco plausible y sana forma de actuar, los hay que son más poderosos que otros. 
Si las antiguas corruptelas y corrupciones sirven para hacer campaña electoral, si se utilizan los viejos odios y venganzas como base de legislación y si los roles superados y arcaicos  se transforman en instrumentos de discriminación -por muy positiva que se quiera vender-, ¿cómo no vamos a hacerlo con un elemento social que nos arroja, más que ningún otro, a este juego perverso y constante de volver sobre nosotros mismos para justificar que no dejemos de serlo¿, ¿cómo no vamos a hacerlo con la muerte y el crimen?
Por eso hoy es 11M. No es once de Marzo, no es 21 de Germinal, no es el tercer día de los Idus de Marzo. Es 11M y hay que hablar de las víctimas.
Se supone que hay que hacerlo para mantener su memoria, para no olvidarlas y no consentir que se las olvide. Para solidarizarnos con ellas, para que sepan que las comprendemos y las apoyamos. Pero en realidad no es así, no es para eso. 
El único motivo por el que una sociedad como la nuestra, anquilosada en una única forma de ver el mundo aunque ese mundo cambie y constreñida en unos parámetros vitales y sociales que no nos satisfacen, pero que nos permiten sobrevivir sin vivir, tira de recuerdo es por el simple hecho de que, en el camino trazado de su historia y su pasado, ha perdido el hemisferio izquierdo de su cerebro colectivo. 
Tenemos que recordar porque somos incapaces de imaginar. Tiramos de memoria porque hemos perdido la presciencia.
Las víctimas del 11M, de este once de marzo pérpetuamente congelado en el tiempo como lo está el Occidente Atlántico, son otras, no son las que dicen, no son las que recordamos y queremos recordar.
Son los muertos y los heridos en un terremoto que ha asolado Japón y que nos demuestra que nuestro planeta cambia y no podemos hacer nada, porque no podemos evitar que se aleje del sol en una órbita elíptica. Son los que morirán y sufrirán las radiaciones de las dos plantas nucleares afectadas.
Son los heridos que gritan su dolor y su rabia en el desierto libio y en los alrededores de Bengasi, mientras las bombas de un dictador enloquecido matan  a otros que también son víctimas del 11M, de este 11M en el que los que podrían evitarlo no quieren o no saben hacerlo.
La víctima del once de marzo es un joven estadounidense llamado Larry Bice, cuyo cuerpo muerto aún no tiene una explicación plausible. Son los 37 pakistanís asesinados cuando acudían a un funeral por una furia religiosa desatada e incontrolable.
Son los mas de sesenta cadáveres arrojados a las calles de Tijuana, Acapulco y Ciudad Juárez en los últimos cinco días, en un país cada vez más controlado por el crimen,  son los diecisiete sudaneses muertos hoy en una guerra que a nadie importa porque nada se puede sacar de ese país.
Son los veinticinco muertos en un terremoto en China de los que nunca sabremos ni siquiera los nombres, son los 13 muertos en Egipto en una guerra religiosa entre musulmanes y coptos que no se producía desde que Manuel II fue expulsado de Constantinopla.
Son los 4.700 haitianos que mueren y siguen muriendo de cólera por culpa del terrorismo económico más salvaje de las empresas farmaceúticas y de la completa desidia de los gobiernos que pueden evitarlo.
Son los 331 muertos cuya vida se ha llevado en Colombia la lluvia y la miseria, son las cinco personas que han sido hechas pedazos por el estallido de una bomba en Manila, son los cuatro manifestantes muertos a tiros en una protesta en Costa de Marfil.
Y un puñado de miles más que ni siquiera saldrán en las noticias porque mueren de hambre, de pobreza, de dolor o de cualquiera de esas cosas de las que no somos culpables porque no queremos o no podemos recordar que somos responsables de ellas.
No es que no me duela que más de 300 personas murieran por tomar un tren hace siete años a manos de individuos que trajeron su loca guerra a nuestras estaciones, después de que nuestro gobierno contribuyera a alojar la muerte y el conflicto en sus campos de cultivo. Es que me duelen mucho más los que están muriendo hoy.
No es que no me importe ese 11M. Es que me importa más este 11M.
Y no es crueldad, insensibilidad ni ninguna otra de esas cosas que se pueden achacar a aquellos que no hacemos una necesidad del recuerdo trágico unamoniano de la vida y de la muerte. Es un compromiso.
Parece que la única manera de construir el futuro, que la mejor manera de hacerlo, es sobre el recuerdo de las víctimas que lo fueron. Eso se dice sobre el 11M, sobre el 11S sobre los muertos de la locura de ETA. Eso se dice una y otra vez, como si la reiteración fuera el principal sinónimo de la verdad.
Pero no se puede construir nada sobre el recuerdo de las víctimas y de los verdugos. Se puede mantener, se puede conservar, se puede apuntalar e incluso remozar, pero no se puede construir. Aquellos que construyen el futuro sobre el recuerdo del pasado trágico y de sus víctimas no podrán escapar de sí mismos, no podrán eludir sus premisas. 
No podrán cambiar, no podrán crecer. No podrán ser distintos.
La memoria y el recuedo son un arma de comprensión o de interpretación. Pero no de futuro. Y lo que necesitamos es futuro. Esa es nuestra única herramienta de supervivencia como civilización aunque, quizás,  no merezcamos sobrevivir como tal. 
Necesitamos utilizar la parte izquierda de nuestro cerebro. Necesitamos imaginar, no recordar.
Los siervos se alzaron imaginando un mundo sin servidumbre, no recordando y vindicando a los que habían muerto a causa de esa organización injusta; los huelguistas del Germinal se arriesgaron imaginando un mundo de salarios justos, descanso dominical y buenas condiciones de trabajo, no recordando a aquellos que habían muerto de tisis, viruela o silicosis años atrás. Y así en cada revolución, en cada movimiento, en cada mejora. En cada cambio. En cada centímetro que la humanidad ganó en estatura a lo largo de su historia. 
Se trata de que nuestros hijos no sufran lo que sufrimos nosotros, no de que nuestros padres sean reconocidos por lo que sufrieron.
Es la presciencia, el saber que hay un futuro mejor, lo que hace que el mundo cambie. El recuerdo, el saber que hubo un pasado terrible o un tiempo idílico, solamente consigue que  la cosa no empeore. Y, lamentablemente, a estas alturas del partido, eso ya no es suficiente.
El recuerdo, la memoria, nos lleva a la venganza, nos arroja a la vindicación -aunque sea justa-, nos mantiene en la mente los rostros de los que fueron, nos deja a nuestros muertos. 
La prescencia -ese mítico don del tirano de Dune- nos arrastra al futuro, nos vincula a los que serán, a los que aún no tienen rostro, nos obliga a imaginar a los hijos de la humanidad, aunque no sean nuestros. Nos impele a trabajar por algo que no veremos y a amar a alguien a quien no conoceremos.
Así que, con todo el respeto por su dolor y por su vida, anclada involuntariamente en un instante congelado de la historia, he de mostrarme de acuerdo con Pilar Manjón y decirle que sí, que todos los días son 11M.
Pero es nuestra responsabilidad como seres humanos no olvidar cada día que cada jornada es un 11M para imaginar cada amanecer que habrá un alba en el que no habrá ningún 11M. 
La prescencia nos permitirá vivir. La memoria ya ni siquiera nos garantiza la supervivencia. Le debemos mucho más a nuestros descendientes futuros que a nuestros muertos pasados. 
Y lo siento, creedme que lo siento.

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