Cumplimentados los fastos reales británicos y los nefastos futbolísticos españoles parece que toca volver, que toca despertarse de los sueros y los sueños que nos lanzan las pantallas para caer directamente en las pesadillas que nos imponen los informativos.
Y la última de ellas es la ansiada, esperada, deseada y exigida por América -la de los estadounidenses, claro está- muerte de Osama Bin Laden.
Tras diez años de operaciones encubiertas, detenciones, invasiones y declaraciones un comando estadounidense ha matado a Bin Laden, ese loco yihadista y fanático que no inventó la guerra, pero que la llevó a América.
Y como con la muerte de otros tantos que han muerto pero no han sido muertos, que han caído pero no han sido derribados o que han sido derrotados pero no han perdido, con la muerte del ideólogo y fundador de Al Qaeda han perecido muchas realidades.
Con Osama Bin Laden ha muerto muchas cosas.
Pero otras muchas no.
Desde luego, pese a las alegrías arrebatadas frente a La Casa Blanca y en La Zona Cero, pese a las declaraciones contenidas y las sonrisas disimuladas, el furor yihadista no ha muerto, la rabia asesina de un dios malentendido y perversamente interpretado no ha muerto.
No ha muerto porque no puede morir, porque ningún comando puede matar eso, porque dos helicópteros y un puñado de hombres armados no son suficientes para acabar con eso. Porque Occidente, el Occidente Atlántico que tanto se se congratula del fin de Bin Laden, sabe que no puede acabar con ello, que no quiere acabar con ello.
Porque no quiere, no puede o no sabe matar a dios.
El yihadismo necesita de un dios, del que sea y si no lo tuvieran se lo inventarían. Porque es el fanatismo religioso lo que fuerza la guerra de la sangre santa, lo que fuerza la muerte paradisiaca. Porque es el mesianismo y la furia religiosa la que a lo largo de la historia ha llevado a todas las civilizaciones a la locura y la guerra.
Y Bin Laden no inventó eso. Y los ayatolahs iraníes no inventaron eso. Eso lleva mucho tiempo inventado. Se inventó con Sanson, con Saúl, con Pedro, el hermitaño, con Urbano II, con Surhak, el mameluco.
Eso se practicó en Sumeria, en Jerusalén, en Bizancio, en Antioquía, en Jericó, en Granada, en Afula...
Eso se ha llevado a cabo sobre los campos ensangrentados de La Tierra en la batalla del Puente Milvio, en los montes de Hattín, en los campos de Guadalete, en la noche de San Bartolomé....
Y la muerte de Bin Laden no cambia ni acaba con nada de eso porque, aunque él lo llevara a América, él no lo inventó.
Pero tampoco muere el terrorismo que se fundamenta en su visión empobrecida de su dios y febril de su realidad.
Porque Al Qaeda no necesita a Bin Laden; porque el yihadismo no necesita a Al Queda; porque el choque de civilizaciones, casi ni necesita el yihadismo. Porque el fanatismo religioso ni siquiera precisa de la civilización.
Nada de eso se termina con la muerte den Bin Laden. Porque los salafistas han hecho arder Djemma el Fna sin el loco visionario saudí; porque los habitantes de Oregón seguirán quemando coranes sin que Bin Laden lo vea por la tele; porque los insurgentes irakíes pueden seguir sin él llenando su país muerte y bombas; porque los fundamentalistas cristianos de Brooklyn no necesitan a Bin Laden para quemar escuelas islámicas en las que estudian niños; porque las iglesias coptas de Egipto seguiran ardiendo sin que nada tenga que ver Bin Laden con ello; porque las mezquitas en Bélgica seguirán siendo pintadas con heces sin que Osama se esconda en ellas; porque los cristianos seguirán siendo expulsados por los ayatolahs iraníes sin necesidad de que el saudí loco les acompañe a la frontera; porque las estudiantes universitarias seguirán siendo desfiguradas en Londres por llevar hiyab sin necesidad de que paseen por Oxford de la mano de Bin Laden.
Porque el fatanismo religioso se ha desatado y ya no necesita de nadie para seguir creciendo entre acusaciones e intransigencias. Ni siquiera a Bin Laden.
Así que, si ni el terrorismo, ni el yihadismo, ni el choque de civilizaciones, ni el fanatismo religioso ha muerto con los dos tiros que le han dado a Osama Bin Laden los chicos de la Infantería de Marina Estadounidense -¡uaaaa!- ¿qué es lo que ha muerto?
Pues muy sencillo. Hemos muerto nosotros.
Ha muerto la última esperanza de que pudiéramos ser diferentes a esos enfebrecidos peligrosos y asesinos a los que Bin Laden alimentó de dinero y fanatismo a lo largo de su vida.
Ha muerto porque hemos observado sin pestañear como un individuo que tuvo la fortaleza para cerrar Guantánamo porque era injusto aunque le venía bien renuncie a sí mismo.
Ha muerto porque el mismo que colocó en su lugar a los halcones del sionismo victimista, en contra de los intereses económicos internos, el mismo que retiró sus tropas de combate de su guerra en contra de su orgullo nacional, el mismo que hizo pagar a los bancos sus riesgos y sus fracasos, se ha sentado en su sillón a observar, con gesto tenso, como si fuera la octava parte de un videojuego como ocho individuos le pegan un tiro en la cabeza a un hombre desarmado.
La muerte de Bin Laden nos ha convertido en cadáveres porque vemos como un director de un servicio secreto -con mucha menos prestancia que James Earl Jones y mucha menos flema que Judy Dench- ha afirmado que sin pudor que sus hombres tenían órdendes de matar a un hombre desarmado y solamente no hacerlo si exhibía una bandera blanca -algo que todo el mundo lleva encima, por cierto-.
Nos ha matado porque asentimos cuando los herederos de George Bush en el Senado y el Congreso de Estados Unidos afirman que los datos y los indicios se obtuvieron utilizando la técnica de la asfixia simulada, que más bien debería llamarse asfixia interrumpida y reiniciada porque el individuo que la soporta se asfixia cada vez hasta que deja de hacerlo, no lo olvidemos..
La caza de Osama ha acabado con nosotros porque nuestros periódicos titulan hablando de justicia cuando hombres armados y entrenados han tenido la posibilidad innegable de detener a un individuo y llevarle ante un juez y se han limitado a tirotearle; porque nuestros políticos hablan de lucha internacional y ocultan que la venganza de Estados Unidos -porque la caza de Bin Laden era sólo algo de Estados Unidos- ha perjudicado a la causa de la justicia común y del fin del terrorismo; porque los que hablan por las víctimas del terror afirman que para ser coherentes consigo mismos tienen que alegrarse de la muerte de Bin Laden y con ello dejan claro que no quieren justicia, que solamente ansían venganza.
Y seguiremos muriendo porque aceptaremos que no haya cadáver, porque creeremos cualquier cosa que nos digan o que nos cuenten, porque dentro de unos meses, cuando estén listas, nos creeremos las fotos que nos muestren del cadáver o de lo que sea, aunque sea irreconocible, aunque se demuestre que le dispararon una bala explosiva en el rostro.
Lo que eramos, lo que queríamos ser y lo que una vez pudimos ser, ha muerto con el fanático saudí porque hemos consentido que un entierro vikingo de un integrista islámico le coloque en el olimpo junto con Elvis, el Area 51, el incidente Roswell y todo ese cumulo de conspiraciones míticas que no solamente no eliminan un martir innecesario sino que nos crean un fastama inesperado.
Pero, sobre todo, hemos muerto con el ideologo furioso del yihadismo sangriento porque, en lugar de preocuparnos por nuestras torturas, nuestros asesinatos, nuestro maquiavelismo, nuestras injusticias y nuestras sinrazones, nos dedicaremos a airear el hecho de que Bin Laden había matado a 3.000 personas, de que había financiado multitud de atentados, de que había propagado su sed de sangre por el mundo árabe, de que había traido los muertos de la guerra a nuestra casa, a nuestro patio, a nuestra puerta principal -que en la trasera ya la teniamos desde hace tiempo-. ¡Como si eso importara!
Esto no era, no lo fue nunca, una guerra entre el yihadismo y Occidente, entre el pasado y el futuro, entre ellos y nosotros. Y la hemos perdido.
Ya no puede haber una guerra entre la libertad y el fanatismo, entre la justicia y el descontrol, entre la intransigencia y la tolerancia. Ya no puede haberla.
Esa era la guerra, por eso había que luchar, por eso había que pensar en contra nuestra, por eso había que demostrar que no eramos, que no queriamos ser, como los locos furiosos. Y todo eso es lo que hemos perdido con la caza de Bin Laden.
Aunque nunca se vean los restos del terrorista, aunque nunca tengamos pruebas reales de su muerte -algo que hubiera sido muy sencillo si hubieran consevado el cádaver de la misma forma que se conservan todos en un barco. En la cámara frigorífica- nunca podremos decir que no hemos visto el cádaver.
Con la muerte de Osama hemos visto el cádaver de la justicia, hemos visto el cádaver de Occidente, hemos visto el cádaver del futuro. Hemos visto el cádaver de Obama.
Hemos visto nuestro propio cádaver.
Ahora yo no existimos. El mundo está poblado de fanáticos. Ellos lo son de su dios. Nosotros ni eso. Nosotros sólo somos fanáticos de nuestro miedo.
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