Hay un individuo, Camping se llama el octogenario en cuestión, que afirma que el fin del mundo será hoy, día 21 de mayo. Puede que exagere, es seguro que lo hace. El 21 de mayo es solamente el día de reflexión para las elecciones municipales y autonómicas en España.
Pero ni el reverendo Camping -¿por qué será que no me sorprende que sea reverendo?, ni el San Juan del Patmos herbaceo del Apocalipsis, ni el dios de los cristinianos, ni ninguna deidad conocida o por conocer puede hacer que el mundo se acabe en un jornada de reflexión electoral.
La Junta Electoral Central no lo permitiría.
Quizás sea por eso por lo que no deja que una plataforma masiva de jovenes, no tan jovenes, comprometidos y no tan comprometidos, hable de democracia el día de las elecciones -paradógico, ¿verdad?-; quizás es por eso que pretende impedir que se pida democracia el día en el que esta debe expresarse en las urnas, que se pida representatividad real el día en el que son eleigidos los representantes.
Quizás sea que el día de reflexión debe destinarse a pensar en quién ha de solucionar los problemas por nosotros, a quien le tendremos que echar la culpa dentro de cuatro años cuando no nos los haya resuelto y quién queremos que ponga la cara cuando arrojemos nuestros tomates o la cabeza cuando colguemos nuestros laureles.
Y, claro, que hay un millon y medio de familias sin ingresos en España, que la edad media de incorporación al trabajo estable y la emancipación familiar es de 31 años, que el sueldo medio no supera los 1.000 euros, que hay casi un setenta por ciento de licenciados que no encuentran trabajo acorde con su preparación, son cosas que no se han de tener presentes el día de reflexión electoral de unos comicios.
Que desde Jerusalén, desde Londres, desde Berlin o desde New York nuestros jóvenes compatriotas nos recuerden que están en el extranjero no por que sean aventureros, descastados o licenciosos sino por el simple hecho de que no encuentran trabajo dentro de nuestras fronteras no es algo que pueda hacerse en una jornada de reflexión electoral.
Que, desde el que fuera el centro neurálgico geográfico de este país, se nos vuelva a la mente el hecho de que no hay un solo empresario del ladrillo purgando sus estafas en prisión, ni un sólo banquero tapando sus agujeros negros financieros en la trena, ni un sólo político lavando sus dineros sucios en un celda, es algo que no es conveniente hacer en una jornada de reflexión.
Lo único que importa es el voto, lo único que se nos pide es el voto. Todo lo demás es lo importante, pero el voto es lo que les importa. Nada salvo el voto.
Porque todos esos datos, todos esos conocimientos, todos esos recuerdos que laceran nuestra dignidad como país, nuestro bolsillo como contribuyentes, nuestra confianza como ciudadanos y nuestras esperanzas como personas, no pueden ser expuestos ante nuestra conciencia y nuestra voluntad justo el día en el que hay que votar. Porque es posible que descubramos que nuestro voto no nos sirve a nosotros. Que nuestro voto, cualquier voto sólamente sirve a los votados. Es decir no nos sirve para nada.
Los chicos de la Puerta del Sol, de la Plaça de Catalunya y de todas las plazas de Valencia, Sevilla, Bilbao y todas las ciudades en las que han acampado no pueden recordarnos eso el día que está didicado a reflexionar para emitir un sufragio.
No pueden hacerlo porque entonces atentan contra el derecho inalienable que nos hemos concedido los habitantes del Occidente Atlántico de ignorar la realidad, conculcan el principio fundamental de aislamiento seguro en el que se ha refugiado nuestro egoismo y nuestra falta de sentimiento colectivo.
No pueden hacerlo porque entonces nuestros políticos, que están acostumbrados a que les concedamos nuestro voto por la comparación mediocre con sus contrincantes, se verían obligados a contestar a esos problemas mostrados y exhibidos en lugar de arrimar el ascua a su sardina, el soborno a su cuenta corriente y el cazo a sus amistades.
No pueden hacerlo porque entonces atentan contra la libertad de los medios de comunicación, vinculados en el todo y en la parte a las formaciones políticas, de desplegar su capacidad de influencia, su posibilidad de manipilación. Porque ellos no controlan Twiter, no controlan Tuenti, son incapaces de gestionar Youtube y no pueden paralizar el eter, simplemente silenciando lo que a sus jefes políticos no les interesa que se difunda.
No pueden hacerlo porque hace tiempo que ellos han decidido que lo único sobre lo que podemos reflexionar -y además solamente podemos hacerlo un día cada cuatro años- es sobre quien está al mando del navío, no sobre la direccion que debe tomar ese navío, ni siquiera sobre el tipo de motor y de velamen que tiene que tener el bajel. Y por supuesto sin cuestionar la existencia misma del navío en cuestión.
Pero, sobre todo, no pueden hacerlo porque si lo hacen, si piden una democracia real el día en el que tendría que haber ya una democracia real expresada en las urnas, están acabando con el mundo tal y como lo conocemos.
Y eso la Junta Electoral Central no puede permitirlo.
Están acabando con el mundo en el que nos podemos refugiar en el torcimiento de gesto y la protesta de bar pero no hacer nada para evitarlo; están acabando con el mundo en el que nuestro egoismo nos impide ver las injusticias cuando nos favorecen y nuestros egoismos nos ocultan las ilegalidades cuando engordan nuestros bolsillos.
Están acabando con el mundo en el que nuestra percepción de lo que va buien depende de que nos vaya bien a nosotros, ignorando todo aquello que no es nuestro mundo privado; en el que todas nuestras percepciones se anteponen a las realidades más brutales; están acabando con el mundo que consiente la hipocresía que permite a nuestros rotativos y nuestros canales televisivos percibir como magnifica la búsqueda de la democracia por los jóvenes tunecinos o sirios y como un "dislate" la búsqueda de democracia real por parte de nuestros conciudadanos.
Y Los políticos no pueden permitir el fin de ese mundo, la Junta Electoral no puede permitir el fin de ese mundo. Y nosotros no queremos permitir el fin de ese mundo.
No tenemos claro si queremos democracia real porque esa democracia nos exige responsabilidad. La responsabilidad diaria de preocuparnos por lo que pasa, la responsabilidad cotidiana de decididr sobre lo importar, la responsabilidad ciudadana de dar para poder exigir recibir. Y eso es algo que no estamos dispuestos a hacer o que, por lo menos hasta ahora no hemos estado dispuestos a hacer.
Y nos asusta porque no viene de los que viene siempre, viene de un sitio donde no tenía que haber nadie, donde nuestra inacción y nuestra complacencia social y personal parecía que había conseguido que no huibiera nada.
No viene de un político al que luego se le pueda reprochar un lío de faldas -o pantalones- o una corruptela, no viene de una ideología a la que luego se pueda encontrar una fisura filosófica o una incosistencia económica. No viene siquiera de un estallido furibundo callejero al que luego se le pueda echar en cara su agresividad o su violencia.
Viene de nuestra propia herencia. Viene de aquellos a los que habíamos dados por perdidos, de aquellos a los que nuestras formas de construir la sociedad deberían haber arrastrado a la indolencia. Viene de los Ninis.
Viene de la generación a la que traicionamos en la Huelga General por defender nuestro presente y no su futuro, de la generación a la que le vendimos la competitividad a cualquier precio, de la generación a la que dejamos en la estacada dándoles la preparación necesaria peron negándoles, con nuestra pasividad y nuestro individualismo, la posibilidad de utilizarla.
Y en respuesta a todos esos duelos y quebrantos, a todas esas protecciones ridiculas, a esos egoismos de salón y oficina y a todas esas traiciones de cama y pasillo. Ellos han contestado.
No nos sirve.
Vuestro sistema de democracia representativa intocable no nos sirve; vuestra inmovil e inamovible constitución no nos sirve, vuestro sistema siempre salvado e insalvable financiero no nos sirve, vuestros principios de individualismo y egoismo a ultranza no nos sirven, vuestros tribunales politizados y vuestros procesos políticos no nos sirven.
Vuestro mundo no nos sirve.
Y ese repentino ataque de humanidad justiciera y reivindicativa que no nos esperabamos de aquellos que, hechos a la imagen y semejanza de nuestra indolencia y de nuestros complejos, de nuestros egosimos y nuestros miedos, estaban destinados a sobrevivir sin ansiar otra cosa, nos deja al descubierto.
Hoy en este país somos todos ya fariseos evangélicos que, afirmando que somos una cosa -en este caso demócratas- nos atrevemos a dar lecciones de lo que es la democracia a aquellos que sufren nuestra incapacidad para mantener la democracia que recibimos. O somos eso y estamos contra ellos o estamos con ellos y cedemos por fin y en contra nuestra al cambio.
Al final, el bueno del octogenario reverendo Camping va a tener razón. El mundo se puede acabar el 21 de mayo.
Pero no será ni dios ni el profeta del fin de los días quienes lo finiquiten. Y desde luego no serán los políticos, los sindicalistas, los magistrados o los gobernantes los que acaben con él.
El mundo tal y como lo conocemos ha de acabar el 21 de mayo. Y somos nosotros los que tenemos que ponerle fin.
Y ni siquiera nos queda la excusa de que otros no lo hacen para intentar eludir el fin del mundo que tenemos que organizar.
Porque otros ya lo están haciendo. Aunque sea en la joernada de reflexión
Que desde Jerusalén, desde Londres, desde Berlin o desde New York nuestros jóvenes compatriotas nos recuerden que están en el extranjero no por que sean aventureros, descastados o licenciosos sino por el simple hecho de que no encuentran trabajo dentro de nuestras fronteras no es algo que pueda hacerse en una jornada de reflexión electoral.
Que, desde el que fuera el centro neurálgico geográfico de este país, se nos vuelva a la mente el hecho de que no hay un solo empresario del ladrillo purgando sus estafas en prisión, ni un sólo banquero tapando sus agujeros negros financieros en la trena, ni un sólo político lavando sus dineros sucios en un celda, es algo que no es conveniente hacer en una jornada de reflexión.
Lo único que importa es el voto, lo único que se nos pide es el voto. Todo lo demás es lo importante, pero el voto es lo que les importa. Nada salvo el voto.
Porque todos esos datos, todos esos conocimientos, todos esos recuerdos que laceran nuestra dignidad como país, nuestro bolsillo como contribuyentes, nuestra confianza como ciudadanos y nuestras esperanzas como personas, no pueden ser expuestos ante nuestra conciencia y nuestra voluntad justo el día en el que hay que votar. Porque es posible que descubramos que nuestro voto no nos sirve a nosotros. Que nuestro voto, cualquier voto sólamente sirve a los votados. Es decir no nos sirve para nada.
Los chicos de la Puerta del Sol, de la Plaça de Catalunya y de todas las plazas de Valencia, Sevilla, Bilbao y todas las ciudades en las que han acampado no pueden recordarnos eso el día que está didicado a reflexionar para emitir un sufragio.
No pueden hacerlo porque entonces atentan contra el derecho inalienable que nos hemos concedido los habitantes del Occidente Atlántico de ignorar la realidad, conculcan el principio fundamental de aislamiento seguro en el que se ha refugiado nuestro egoismo y nuestra falta de sentimiento colectivo.
No pueden hacerlo porque entonces nuestros políticos, que están acostumbrados a que les concedamos nuestro voto por la comparación mediocre con sus contrincantes, se verían obligados a contestar a esos problemas mostrados y exhibidos en lugar de arrimar el ascua a su sardina, el soborno a su cuenta corriente y el cazo a sus amistades.
No pueden hacerlo porque entonces atentan contra la libertad de los medios de comunicación, vinculados en el todo y en la parte a las formaciones políticas, de desplegar su capacidad de influencia, su posibilidad de manipilación. Porque ellos no controlan Twiter, no controlan Tuenti, son incapaces de gestionar Youtube y no pueden paralizar el eter, simplemente silenciando lo que a sus jefes políticos no les interesa que se difunda.
No pueden hacerlo porque hace tiempo que ellos han decidido que lo único sobre lo que podemos reflexionar -y además solamente podemos hacerlo un día cada cuatro años- es sobre quien está al mando del navío, no sobre la direccion que debe tomar ese navío, ni siquiera sobre el tipo de motor y de velamen que tiene que tener el bajel. Y por supuesto sin cuestionar la existencia misma del navío en cuestión.
Pero, sobre todo, no pueden hacerlo porque si lo hacen, si piden una democracia real el día en el que tendría que haber ya una democracia real expresada en las urnas, están acabando con el mundo tal y como lo conocemos.
Y eso la Junta Electoral Central no puede permitirlo.
Están acabando con el mundo en el que nos podemos refugiar en el torcimiento de gesto y la protesta de bar pero no hacer nada para evitarlo; están acabando con el mundo en el que nuestro egoismo nos impide ver las injusticias cuando nos favorecen y nuestros egoismos nos ocultan las ilegalidades cuando engordan nuestros bolsillos.
Están acabando con el mundo en el que nuestra percepción de lo que va buien depende de que nos vaya bien a nosotros, ignorando todo aquello que no es nuestro mundo privado; en el que todas nuestras percepciones se anteponen a las realidades más brutales; están acabando con el mundo que consiente la hipocresía que permite a nuestros rotativos y nuestros canales televisivos percibir como magnifica la búsqueda de la democracia por los jóvenes tunecinos o sirios y como un "dislate" la búsqueda de democracia real por parte de nuestros conciudadanos.
Y Los políticos no pueden permitir el fin de ese mundo, la Junta Electoral no puede permitir el fin de ese mundo. Y nosotros no queremos permitir el fin de ese mundo.
No tenemos claro si queremos democracia real porque esa democracia nos exige responsabilidad. La responsabilidad diaria de preocuparnos por lo que pasa, la responsabilidad cotidiana de decididr sobre lo importar, la responsabilidad ciudadana de dar para poder exigir recibir. Y eso es algo que no estamos dispuestos a hacer o que, por lo menos hasta ahora no hemos estado dispuestos a hacer.
Y nos asusta porque no viene de los que viene siempre, viene de un sitio donde no tenía que haber nadie, donde nuestra inacción y nuestra complacencia social y personal parecía que había conseguido que no huibiera nada.
No viene de un político al que luego se le pueda reprochar un lío de faldas -o pantalones- o una corruptela, no viene de una ideología a la que luego se pueda encontrar una fisura filosófica o una incosistencia económica. No viene siquiera de un estallido furibundo callejero al que luego se le pueda echar en cara su agresividad o su violencia.
Viene de nuestra propia herencia. Viene de aquellos a los que habíamos dados por perdidos, de aquellos a los que nuestras formas de construir la sociedad deberían haber arrastrado a la indolencia. Viene de los Ninis.
Viene de la generación a la que traicionamos en la Huelga General por defender nuestro presente y no su futuro, de la generación a la que le vendimos la competitividad a cualquier precio, de la generación a la que dejamos en la estacada dándoles la preparación necesaria peron negándoles, con nuestra pasividad y nuestro individualismo, la posibilidad de utilizarla.
Y en respuesta a todos esos duelos y quebrantos, a todas esas protecciones ridiculas, a esos egoismos de salón y oficina y a todas esas traiciones de cama y pasillo. Ellos han contestado.
No nos sirve.
Vuestro sistema de democracia representativa intocable no nos sirve; vuestra inmovil e inamovible constitución no nos sirve, vuestro sistema siempre salvado e insalvable financiero no nos sirve, vuestros principios de individualismo y egoismo a ultranza no nos sirven, vuestros tribunales politizados y vuestros procesos políticos no nos sirven.
Vuestro mundo no nos sirve.
Y ese repentino ataque de humanidad justiciera y reivindicativa que no nos esperabamos de aquellos que, hechos a la imagen y semejanza de nuestra indolencia y de nuestros complejos, de nuestros egosimos y nuestros miedos, estaban destinados a sobrevivir sin ansiar otra cosa, nos deja al descubierto.
Hoy en este país somos todos ya fariseos evangélicos que, afirmando que somos una cosa -en este caso demócratas- nos atrevemos a dar lecciones de lo que es la democracia a aquellos que sufren nuestra incapacidad para mantener la democracia que recibimos. O somos eso y estamos contra ellos o estamos con ellos y cedemos por fin y en contra nuestra al cambio.
Al final, el bueno del octogenario reverendo Camping va a tener razón. El mundo se puede acabar el 21 de mayo.
Pero no será ni dios ni el profeta del fin de los días quienes lo finiquiten. Y desde luego no serán los políticos, los sindicalistas, los magistrados o los gobernantes los que acaben con él.
El mundo tal y como lo conocemos ha de acabar el 21 de mayo. Y somos nosotros los que tenemos que ponerle fin.
Y ni siquiera nos queda la excusa de que otros no lo hacen para intentar eludir el fin del mundo que tenemos que organizar.
Porque otros ya lo están haciendo. Aunque sea en la joernada de reflexión
1 comentario:
Hola, yo me acuerdo de uno que se acojonó bastante cuando, escuchando en casa un disco de Jesucristo Superstar, la aguja dio un salto y sonó un raaaas como de Dios cabreado (Creo que estábamos blasfemando o algo así), je, je, hola Gerardo. Me alegro de leerte, hombre
Publicar un comentario