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sábado, febrero 04, 2012

Cuando el refrán nos esconde el aforismo


Mientras los socialistas españoles de un partido concreto -que no todos- deciden y se afanan en repartirse el poder interno, una vez perdido el externo, en un ejercicio de negar a sus votantes lo que ahora se conceden a si mismos. Es decir, un cambio de rumbo hacia la lógica, yo he decidido hablar de otra cosa, de algo nuestro, de refranes.
Y es que hay veces que las formas que inventamos de comunicación, que lo moderno, que lo actual nos remite a esas piezas de la mal llamada sabiduría popular, que en realidad no es otra cosa que la memoria popular. El recuerdo de lo que hemos sido siempre aunque no debiéramos serlo. Y un ejemplo es este corto, "En Tus Manos", que sirve de ilustración audiovisual a este post.
Más allá del optimismo de aquel que ha finalizado esta pieza audiovisual no hay refrán más acertado en apariencia, más ajustado a la situación que aquel que hiciera famoso en los ochenta en una de sus piezas musicales casi atonas aquel que se colocaba en el último lugar de la fila: "Cuando la pobreza entra por la puerta el amor salta por la ventana".
Y en estos tiempos de crisis, de bajas repentinas de poder adquisitivo, de miseria silueteada contra el horizonte de nuestro futuro, todos asentimos con expresión triste ante la certeza del acierto de esa frase.
Y todos nos mentimos como nos miente el refrán.
Porque esa frase es la mentira más directa y contumaz que ha creado el ser humano desde que a alguien se le ocurriera decir que el inexistente dios nos ama cuando es evidente que, si existiera, la explicación a lo que ocurre solamente sería su odio.
El amor no tiene nada que ver con la pobreza. Lo que salta por la ventana cuando entra por la puerta la pobreza es el que no ama. Somos nosotros. 
Aunque la ventana no esté abierta, la atravesamos de un solo impulso, catapultados por un solo sentimiento: el egoísmo, por una carencia infinita y repetida que nos está devorando como sociedad, como individuos y como civilización: la más absoluta incapacidad de soportar la adversidad, de tolerar la frustración.
Porque hemos hecho las sumas y restas, las operaciones matemáticas con las que hemos pretendido explicar el amor y hemos fallado en todas las adiciones, equivocado todas las sustracciones y errado todas las paridades -las matemáticas, no las de género, se entiende-.
Porque de tantos mirarnos los ombligos y otras partes de nuestra anatomía en las que colocamos nuestra autoestima y nuestra resistencia al paso del tiempo, hemos olvidado mirar a cualquier otro lugar.
Hemos igualado amor a felicidad completa constante y continua en un remedo de intento de contemplar el mundo en un instante de tiempo congelado y para lograr esa felicidad hemos sumado estabilidad, tranquilidad y pasión.
Nunca una ecuación fue más falsa en todos sus elementos, nunca un silogismo estuvo tan cerca de un sofisma como esta aparentemente incontestable verdad. Atanasio de Alejandría estaría orgulloso de nosotros. Claro que Sócrates vomitaría en su tumba.
Así que
Amor = felicidad [estabilidad (necesidades cubiertas + dinero para gastos) x tranquilidad (propiedad del hábitat + falta de contratiempos inesperados) x pasión (sexo + mariposas en el estómago + atontamiento adolescente)] Cerramos corchete.
Salvo la excepción del sexo, no hemos acertado ni uno de los términos que nuestro egoísmo y nuestro egocéntrico individualismo han colocado en la ecuación que crea la posibilidad de que exista el amor.
Porque hemos olvidado que la felicidad no se mide en instantes continuos tomados de uno en uno. Porque la perversión que hemos hecho del escolástico Carpe Diem nos impide recordar que solo se puede saber si ha sido feliz al final de los días, al final de las noches, al final de las vidas.
Pero nosotros no. Nosotros cogemos un instante concreto y decimos "ahora no soy feliz", tengo que intentarlo de otra forma. Este amor no me vale. Y en ocasiones es cierto. Pero lo aplicamos a todo, a las circunstancias externas que no dependen del otro, a los cambios de actitud o de voluntad que no son achacables a sus propias decisiones.
Eso no nos importa. Si el otro no es en todo momento la suma y multiplicación de todos los factores que consideramos imprescindibles para que nuestro egoísmo acepte el amor en nuestra vida, sencillamente renunciamos a seguir intentándolo.
No miramos ni al tiempo ni al espacio que tenemos alrededor para evitar descubrir que todo eso que ponemos como condición para el amor, acodados en las barras de los bares con los colegas y sentadas en las mesas de las cafeterías con las amigas, no es otra cosa que un cúmulo de excusas que confunden el amor con el egoísmo.
Si la estabilidad fuera necesaria para el amor la humanidad estaría extinta. Porque los esclavos no hubieran podido amarse, porque los siervos de la gleba no hubieran podido amarse, porque los billones de seres humanos sometidos a la presión de la guerra y la arbitrariedad del poder a lo largo de la historia no habrían podido amarse.
Porque sin las necesidades cubiertas en África no habría ni un sólo momento de amor, en Sudamérica habría muy pocos y en Asía apenas un puñado; porque sin dinero para gastos extras y diversión ningún pobre a lo largo del orbe y a través de la historia habría podido amar.
Sabemos que eso no es cierto. Pero preferirnos ignorarlo.
Conocemos perfectamente la falacia que supone colocar la tranquilidad como condición al amor. Porque eso significaría que Bereberes, tuaregs, cazadores mongoles, pastores trashumantes,  jinetes esteparios, no han amado jamás a lo largo de los tiempos y siguen sin hacerlo -porque aún existen, aunque muchos de nosotros ni siquiera lo sepamos-, porque no sólo no tienen una vivienda en propiedad, sino que ni siquiera la tienen fija.
Por no hablar de que le quitamos la posibilidad de amar a arrendados, alquilados, aparceros y todos aquellos que han sabido y aún saben que su residencia depende de la propiedad de otro.
Aunque nos neguemos a reconocerlo, sabemos que los contratiempos por apocalípticos que sean nada tienen que ver con la aparición o desaparición del amor. Porque eso les niega la posibilidad de amar a los Egipcios del Nilo y sus crecidas, a los chinos del Yang Tse y las suyas, a los Azanis que viven en la zona más inestable del planeta y no saben cuándo la tierra temblará bajo sus pies y a todos aquellos que han sobrevivido a una catástrofe natural.
Porque eso les niega la posibilidad del amor a los cinco millones de parados que ahora tenemos, a todos aquellos que han perdido su fuente de ingresos a lo largo de la historia, a aquellos a los que las guerras sucesivas de la historia de la humanidad les han asolado las tierras, bombardeado las casas, quemado las propiedades, ametrallado las residencias...
Todos los factores que ponemos como condición para que el amor no salte por la ventana son un absurdo puesto que la historia y la realidad nos demuestran que nada tienen que ver con el amor.
¿Por qué entonces seguimos pensando que ese refrán es una verdad incuestionable, que es algo que tiene que pasar?
Muy sencillo porque nos da la excusa perfecta para ocultar que no hemos incluido en la ecuación del amor el único elemento que deberíamos haber introducido. Un sólo factor que hace que el amor sea algo diferente. que el amor sea amor.
Un factor que nos genera una repulsión extrema, una intolerancia patológica que nos produce la misma urticaria que experimentaría un alérgico a las setas en un campo de boletus
Señoras y señores, nos hemos hecho alérgicos al compromiso y adictos a la droga más dura que la sociedad occidental atlántica ha inventado: la intolerancia a la frustración.
Hemos leído en el Cosmopolitan y el Mens Health, nuestros nuevos evangelios sobre el amor y la pareja, que el amor no dura para siempre, que las relaciones nacen con fechas de caducidad -tres años dicen los expertos- y hemos querido creerlo porque eso nos permitía eludir el esfuerzo de actuar todos los días como si una relación no fuera a acabar nunca, aun sabiendo que podía terminar al día siguiente. Porque eso nos hacía posible obviar la existencia del otro porque, al fin y al cabo, no iba a estar ahí siempre. Porque eso nos concedía el derecho incuestionable de no tener que cambiar ni un ápice de lo que somos para ajustar nuestra vida a la del otro, nuestros gustos al del otro, nuestros deseos a los del otro.
Eso nos hacía posible preocuparnos mucho más por mantener nuestros espacios individuales, que siempre van a estar con nosotros, que por ampliar los espacios comunes de alguien con quien los expertos nos decían que no íbamos a compartir más de mil días.
Todo eso ha engrandecido hasta límites destructivos nuestra intolerancia a la frustración y cuando un hombre pierde el empleo y se enfada, se deprime o se cabrea cojo a los niños -que eso siempre asegura unos ingresos- y me voy porque ya no es el mismo, porque ha cambiado, porque ya no puede asegurarme la pasión, ni la estabilidad, ni la tranquilidad.
Porque es en ese momento cuando soy yo quién tengo que poner  la carne en el asador, cuando tengo que amar sin preocuparme de ser amado. Y eso no se puede consentir.
Nos agarramos al refrán como a un clavo ardiendo porque eso justifica que cuando la mujer con la que vivo entra en la menopausia, en los cambios de humor, en la abulia en el sexo, cuando se le caen las carnes y se le suben las hormonas al cerebro, yo pueda coger mi cuenta corriente, mis amantes y mis putas y me vaya a un picadero de divorciado a revivir tiempos mejores.
Porque es en ese momento cuando nosotros tenemos que preocuparnos, que sacrificarnos, que aguantarnos, que amar y mantener un compromiso que hicimos libremente porque no hay nadie a quien culpar del paso del tiempo o del cambio de circunstancia. Y eso no podemos tolerarlo.
Convertimos el refrán que cuenta lo que siempre hemos hecho sin tener que hacerlo en una verdad universal porque eso oculta que nosotros, los occidentales atlánticos, hemos elevado hasta tal punto nuestro grado de egoísmo egocéntrico que hemos cambiado la esencia misma de aquello que se definía como amor.
Ya no amamos. Como mucho, permitimos que nos amen. Nunca pondremos a nadie por delante de nosotros. Ni siquiera un poquito.
No me extrañaría que el corto ganara el festival. Al fin y al cabo lo patrocina Jameson, un whisky irlandés.
Y la vieja Hibernia ya no existiría si el amor hubiera salido por la puerta cuando la pobreza entró por la ventana. Porque si hay algo que siempre hubo en Irlanda fue amor y pobreza.
Así que, aquellos y aquellas que con esto de la crisis se agarran a la alcayata incandescente de la economía para ocultar su completa aversión al compromiso, su patética incapacidad para asumir el riesgo, la frustración momentánea y el esfuerzo, deberían saber que un refrán explica lo que somos pero un aforismo expone lo que deberíamos ser. Y el aforismo, aunque lo ocultemos, lo ignoremos o lo tergiversemos, siempre ha estado a ahí y seguirá estando ahí.
Hay que estar a las duras y a las maduras. Eso es amar.
Debería sonarnos de algo ¿verdad?. Pero el egoísmo siempre ha sido un excelso taponador de oídos y la indolencia una perfecta reestructuradora de la memoria.

martes, marzo 15, 2011

Matizaciones cinematográficas a mí mismo

Hablando de cine, de subvenciones, de politica y de arte con gente que sabe de esto y que piensa en esto, me enfrasqué, como es habitual en mi, en una encendida disquisición sobre la materia. Mi mente tiene la insana constumbre de seguir pensando las cosas de forma reiterada, aunque no obsesiva, hasta que consigue organizarse a si misma, matizarse en sus pensamientos y centrarse en sus conclusiones. No lo hace de forma perseverante, lo hace de manera casi inconsciente.
Hoy por cariño, respeto y voluntad siento la necesidad de escribir esas matizaciones. Esos matices que el whisky, la vehemencia y lo avanzado de la hora -o lo temprano, depende desde que fecha se mire el reloj- me impidieron hacer en su momento.
Hablamos de subvenciones y hablamos de arte. Pero sobre todo hablamos de cultura. Y, por encima de todo de cine.
Y ¿qué es para mi la cultura? Para mi son las expresiones de un pueblo, de una sociedad. El arte y sus formas de expresión es solamente una de ellas. Pero no cabe duda  que el arte es una de esas manifestaciones culturales, como lo es el deporte, como lo son las fiestas, como lo es el idioma y su forma de utilizarlo.
Y ¿el cine es arte? Puede serlo o no, pero esa es una disquisición que se deja a la historia y a la crítica. Digamos que sí para empezar. 
Y ¿lo audiovisual es arte? Definitivamente no. ¿Es cultura?, definitivamente sí.
Lo audiovisual es una forma de expresión que esta sociedad ha elegido para muchas cosas -el arte, la información, el ocio- Como forma de expresión, como lenguaje forma parte de nuestra cultura, pero no es necesariamente artístico.
La siguiente pregunta de todo este embrollo es ¿debe un estado fomentar y proteger la cultura y las expresiones culturales? Para mi la respuesta es sí, sin lugar a dudas. Debe hacer las dos cosas.
Debe fomentar y proteger, lo repito y me lo repito, fomentar y proteger.
Lo debe hacer educativamente, es decir, promoviendo la educación en el disfrute, el aprovechamiento y el ejercicio de esas actividades culturales. Por tanto, siguiendo con esto del cine y lo audiovisual, debería fomentar el conocimiento del cine -con cursos, incluso con materias optativas o con temarios obligatorios- e incluso potenciando el afloramiento de las capacidades de aquellos que las tengan, como se hace con la pintura, la escultura, la literatura....
Y lo mismo con lo audiovisual como lenguaje, como forma de expresión vinculada a nuestra cultura, tanto en los conceptos -narrativa audiovisual, etc- como en las herramientas -programas informáticos, uso de equipos, etc. Como se hace con la práctica y las instalciones deportivas, como se hace con la asignatura de educación física, de múscia, de plástica..
Eso para fomentar
Y debe facilitar el acceso de la población en general a los bienes y herramientas culturales. Eso está fuera de toda duda. Quizás subvencionando -sí, subvencionando, nunca he sido neoliberal no me sala urticaria cuando aparece la palabra subvención- el precio de los productos finales artíticos -como ya hace pobremente-, de las herramientas informáticas utilizadas hoy en día para el lenguaje audiovisual -como no hace en absoluto- o -¿Por qué no?- abriendo el acceso a la distribución a través de Internet -que también es una herramienta cultural de nuestro tiempo-.
Eso, para mi, es fomentar. Y llegamos a la primera oveja de esta discusión. La primera madre del cordero es la pregunta ¿debe ayudar a la industria del cine para lograr fomentar el bien artístico que supone la cinematografía y el lenguaje cultural que supone lo audiovisual?
Y mi respuesta es no.
La responsabilidad del Estado es de acercar la cultura creada a la población y la población a la expresión artística, no de generarla y además la práctica profesional de una actividad por muy cultural que sea no es responsabilidad del Estado.
Eso nos llevaría a que, como el deporte es un bien cultural, fuera responsabilidad del Estado sufragar total o parcialmente a los deportistas profesionales, los equipos profesionales y todos aquellos que ejercen el deporte profesional. Sé que se está haciendo de forma velada. Pero este no es el debate. También estoy en contra de eso. Para mi, esta discusión no es sobre cantidades, comparaciones -con otras actividades o con otros países- o necesidades. Para mi es un debate sobre lo que debe ser, no sobre lo que es. Nunca he sido de aquellos de "es lo que hay". Todo puede cambiarse.
Por supuesto, ese concepto general llevaría a subvencionar a todos los músicos, arquitectos, literatos, pintores, fotógrafos... sencillamente porque han decidido ganarse la vida con una actividad artística o una expresión cultural. Y a todo el entramado empresarial que conlleva cada una de esas actividades. Algo que, obviamente, no se hace y no debería hacerse.
Y además a hacerlo independientemente de su calidad, de su éxito o de cualquier otro factor subjetivo. Porque ni un gobierno, ni una persona, ni siquiera una sociedad puede definir lo que es arte y lo que es cultura. Eso solamente lo define la historia.
Pero ¿hay que ayudar a la creación artística, y por tanto a la creación cinatográfica? Por supuesto que sí ¿Hay que destinar apoyo económico al lenjuage audiovisual como uno de los lenguajes culturales de nuestro tiempo? Por supuesto que también.
Pero esa ayuda no debe ser una muleta industrial, debe repecurtir directamente en el artista y en el lenguaje. No en la industria.
Si hay que incrementar los presupuestos de los organismos públicos para la creación audiovisual pues que se incrementen. Cada ministerio, cada consejería, cada organismo podrá utilizar ese lenguaje para los mesajes que considere enviar. Hacer documentales, películas de ficción, recreaciones, animaciones en 3D. El elnjuage audivisual incluye muchos campos, no sólo el cine, no solamente la ficción. Se abre una convocatoria, se presentan proyectos, se estudian por tribunales especializados y se conceden atendiendo a su valor artístico, a la vinculación con el mensaje que se quiere enviar y a su capacidad de ajustarse al presupuesto.
Cierto es que se vincula a una línea y a la transmisión de unos valores que quiere destacar el que financia -en este caso el organismo público- pero de una forma pública, notoria, clara y admisible. Mecenazgo finalista -¿nos suenan La Capilla Sixtina, La mezquita Dorada de Jerusalén, La Ciudad Prohibida de Pekín, La Basílica de San Pedro, el tapiz del Apocalipsis? Algunas de las más grandes obras de arte se ha ncreado a través de este sistema.
Se puede usar un sistema de becas similar al del deporte -al programa ADO- y becar al creador para su primera película, para su primer producto audiovisual -como se hace en algunos casos y países con los artístas plásticos. Y superado ese primer momento, será la crítica, la sociedad y el público el que determine su continuidad o su éxito. Su valor como artista -así funciona, así ha funcionado siempre. Puede que sea injusto, pero así es-. Mecenazgo abierto, no finalista.
Claro que tambien se puede crear una rama pública de este arte -¡se acerca el terrible fantasma del comunismo, peligro inminente!- Una empresa estatal de cinematografía que haga películas, documentales, series televisivas...que emplee a profesionales técnicos y creativos y que, durante unos periodos de tiempo determinados, contrate a creadores audivisuales y cinematográficos para permitirles desarrollar su actividad. ¿Que esto es imposible? ¿Y las cuatro compañías nacionales de danza?, ¿Y las tres compañías nacionales de teatro? ¿Y las dos orquestas nacionales?, ¿Y la compañía nacional de Zarzuela?...
Eso, aparte del mantenimiento de escaparates para la difusión de este lenjuage audiovisual y de esta actividad cinematográfica como museos, festivales, filmotecas, etc...
Y todo eso revierte en el lenguaje cultural y en los artistas. Pero no en la Industria.
¿Y por qué no en la industria? Hay un porqué y un cómo. Pero empezaré por el como para poder explicar el porqué.
Se obliga a las televisiones a producir cine y a hacerlo en coproducción, porque se argumenta que se están beneficiando -a través de la sempiterna publicidad- del cine para ganar dinero. Puede parecer lógico pero genera un problema.
Una injusticia flagrante que elimina el universalismo de la medida. Por esa regla de tres debería obligarse a las televisiones a sufragar equipos de fútbol y pagar parte de sus presupuestos porque sus emisiones de mayor audiencia son las retransmisiones deportivas; deberían obligarse a las productoras cinematográficas y a las televisiones a participar en empresas editoriales porque se benefician económicamente de productos literarios cuando llevan a la pantalla adaptaciones de obras literarias -Los Mares del Sur, El capitán Alatriste, Manolito Gafotas y otras muchas; Deberían obligar a la industria cinematográfica a sufragar parcialmente la edición de comics por idéntico motivo -es una auténtica furia lo de adaptar comics a la pantalla-; debería obligarse a las televisiones a realizar producción discográfica si programan conciertos en sus parrillas de emisión; debería obligarse a la industria teatral a editar libros puesto que los musicales adaptan obras literarias con gran habitualidad; debería forzarse a los periódicos a realizar exposiciones fotográficas o ediciones de libros de fotografía porque se aprovechan y utilizan ese arte y obtienen rendimiento económico de él.
La primera pregunta es ¿por qué el cine sí y el resto de las artes no?
Yo no le veo la respuesta
La segunda pregunta es ¿Por qué no es justo ni para el cine ni para ningún otro arte?
Para mi, la respuesta es muy sencilla. Porque ya han pagado por ello. Eso son los derechos de imagen, de reproducción, de lo que se quiera.
Las empresas audiovisuales pagan a millon los derechos del deporte, cada pase de una película, los derechos de adptación literaria, el uso de las fotografías. Ya pagan por ello y tienen derecho a utilizarlo para obtener beneficios
¿Se les devuelve el dinero cuando con la proyección de una película no obtiene los rendimientos publicitarios planeados? No. Entonces no tiene sentido que se les haga pagar dos veces por el hecho de obtenerlos. Ni a las televisiones ni a ninguna otra empresa que utilice materias culturales y que se beneficie de ellas, habiendo pagado por adelantado por esos beneficios.
Y luego están las subvenciones.
Se justifican porque el cine es una actividad cultural que precisa de una industria. Y el teatro, y los videojuegos, y la literatura y el arte plástico, y la arquitectura y la música, y la fotografía y el comic.
Pero el Estado no da una subvención a cada disco que se publica, a cada libro que se edita, a cada comic que se dibuja y se entinta, a cada exposición fotográfica que se hace, a cada performance que se pone en marcha, a cada escultura o establecimiento que se levanta, a cada edificio que se construye, a cada videojuego que se desarrolla, a cada obra de teatro que se pone en escena, ¿Por qué a cada película sí -siempre que mantenga unos criterios preestablecidos, de acuerdo-?
 Todas ellas son expresión de la cultura y no reciben una ayuda directa -muchas de las otras sí, pero no subvenciones directas al producto final antes de su elaboración- ¿por qué? No tengo una respuesta que pueda englobar a todas. No todas marchan viento en popa, como la industria del videojuego, no todas facturan miles de millones o están en manos internacionales como la discográfica. No puedo percibir algo objetivo que diferencie esas manifestaciones culturales de la cinematografía.
Se dice que hay que ayudar a la industria cinematográfica porque hay 30.000 familias -120.000 individuos, siendo generosos y utilizando la media familiar del baby boom- que dependen de ella. Dos millónes y medio de familias dependen de la industria de la construcción y no ha recibido una sola ayuda cuando la mala gestión de sus empresarios la ha llevado al desastre; sesenta mil familias dependían del sector metalúrgico y 12.000 más del naval que se reconvirtieron hasta prácticamente la desaparición en España y no se mantuvo artificialmente cuando se demostró que no era rentable; 10.000 puestos de trabajo dependen de la industria tabaquera y se está acabando con ella y, por supuesto, no se la subvenciona; 700.000 familias dependen del pequeño comercio y no se les subvenciona para que puedan enfrentarse a las grandes superficies.
¿Por qué a ellos no y a la industria cinematográfica sí?
La respuesta que sale es porque esas no son industrias culturales.
Pues bueno, 20.000 familias dependían en 1999 del negocio editorial sin contar a las 4.300 librerias que hay en España y no hay subvención directa a la edición de cada libro; 45.000 puestos de trabajo directos e indirectos dependen de la industria discográfica y no sesubvencionan cada disco que se publica, 2.500 familias dependen de lai ndustria del comic y tampoco hay ayuda directa alguna, 6.700 puestos de trabajo dependen directamente de las galerías de arte y otros 16.000 de actividades relacionadas con las artes plásticas y no hay ayuda para cada obra plástica que se pone en marcha; 22.000 familias dependen del negocio de los videojuegos en nuestro país y el sector no recibe ni un céntimo para realizar o comercializar sus productos. 8.000 familias viven del teatro, 3.000 de la fotografía...
¿Ellos no tienen derecho a que se les subvencione?
Así que tiene que haber otro motivo por el que se dan subvenciones al cine y no a la literatura, a la música o al teatro.
Pero, independientemente de las causas por las que se concedan, esas subvenciones, esa forma de supuesto apoyo a la industria cinematográfica a través de forzar a otras empresas audiovisuales a sufragarla, no son buenas para la industria cinematográfica.
Si en una época de vacas realmente flacas -que aún está por llegar- el Estado no tiene dinero para las subvenciones, estás desapareceran ante gastos más necesarios -aunque sólo sea como parte de una política decorativa de austeridad- y, si llegan lás perdidas a las cadenas de televisión, solamente tendrán que dejar de programar cine en sus parrillas para poder librarse del gasto que la producción cinematográfica supone para ellas.
Y sin subvenciones ni coproducciones televisivas ¿cuantas empresas podrán resistir por su cuenta?
El cine necesita una industria para expresarse como arte, pero todo cine no es arte -y me reservo la opinión personal sobre el que lo es y el que no lo es-. Y por eso necesita una industria cinematográfica fuerte. No sustentada por los pelos, no mantenida artificialmente.
Y en la creación de ese proceso de una industria estable caerán empresas, se destruirán puestos de trabajo y volverán a crearse. Pero el cine, como arte y como empresa, como expresión cultural y como negocio, no dependera de terceros para sobrevivir.
Será libre, que es lo que debe ser todo arte. Las subvenciones y las otras medidas solamente están demorando ese proceso, solamente están evitándolo.
¿Por qué?
Porque alguien ha olvidado que hace media hora, como quien dice, no existía el cine. Porque alguien ha decidido que en cien años debe recorrer el mismo camino que la literatura, la pintura o la música han recorrido en varios milenios. Porque alguien ha obviado el hecho de que lo audiovisual puede ser el lenguaje cultural del siglo XX y lo que llevamos del XXI, pero le quedan un par de milenios - a lo mejor medio, a la velocidad a la que se mueven las cosas hoy en día- para estar al nivel de las otras expresiones culturales. Para separar el trigo de la paja, el culo de las témporas.
Porque alguién ha olvidado que un momento concreto no es la historia. Que cientos de formas de expresión atística y de actividad cultural han desaparecido simplemente porque sus sociedades decidieron que no las entendían como tales.
Alguien ha olvidado que Los Juegos Olímpicos griegos desaparecieron, que el teatro de sombras desapareció, que el Circo Romano dejó de organizarse, que los torneos medievales ya no existen, que los coros de monjes ya no cantan, que los relatos orales en torno al fuego ya no se práctican, que el arte mural ha pasado a mejor vida, que las pinturas corporales no se lucen en la inmensa mayoría del mundo, que los retablos itinerantes ya no recorren los caminos, que el teatro de coros griego ya no se representa...  y todas ellas fueron indiscutibles en su tiempo como expresiones culturales y artísticas. Alguien ha olvidado que ya no se tañe la lira. Que ya no se habla latín.
Es responsabilidad del Estado preservar toda forma artística y cultural para que quede constancia de ella, pero definir si un lenguaje cultural o si una actividad artística se transforma en un referente constante es responsabilidad de la sociedad, de sus gustos y de sus necesidades. De la sociedad y de los artistas que la practican.
Porque alguien ha decidido que, al igual que el deporte, el cine tiene que ser un motivo de orgullo nacional. Tiene que ser una bandera que demuestre nuestra cultura. Porque alguien ha olvidado que el valor del arte no depende de que se haga en un país o en otro. Porque alguien ha decidido que hay que exportar actores y directores como selecciones nacionales de cultura que ganan Mundiales y Eurocopas.
El arte y el cine son universales -humanos, por lo menos-, son una expresión colectiva de la humanidad, no importa en qué nación sean hechos. Yo estoy tan orgulloso de Shakespeare como de Cervantes, De Lecorvusier como de Gaudí, de Miguel Angel como de Goya...
Por eso, sin whisky, sin vehemencia y sin madrugadas de tertulia, estoy en contra de las ayudas artificiales a la industria cinematográfica para lograr exclusivamente que se pueda decir que ese arte ha sido hecho dentro de nuestras fronteras. A lo mejor es que a mi las fronteras y las patrias me dejan indiferente.
Eso es todo, amigos.
Se os quiere. Y se quiere al cine.

miércoles, marzo 02, 2011

Los fastos plásticos del 8 de marzo (y3)

Pues sí, gentes de bien -y de mal, por supuesto-, el lema de todo esto, de este 8 de marzo de revisionismo artístico y explosión cultural, es "Ellas crean".
Y no lo dudo. Estoy acostumbrado a vivir y convivir con mujeres que crean en toda suerte de actividades artísticas, profesionales y vitales.
A veces aciertan, a veces no, en ocasiones bordean la genialidad y en ocasiones la sobrepasan y en ocasiones atraviesan los páramos del ridículo y del fracaso. Como cualquier persona que piensa, que imagina, que crea. Yo doy eso por sentado. parece que las adalides del eterno enfrentamiento entre hombres y mujeres no. Yo vivo en el mundo y la sociedad de hoy. Ellas en la amargura y la revisión de un paso que desconocen. Así están las cosas.
Y lo más gracioso es que esta celebración de la creatividad femenina se hace en las artes plásticas con exposiciones en las cuales la creatividad, la explosión de ella, corresponde a autores masculinos que están en los museos no por ser hombres, sino por ser geniales.
Hannin, Garavaggio, Goya, Hopper y demás son lo que son no por ser hombres sino por ser geniales, por ser innovadores, por ser artistas, vamos.
Y por eso recurren a revisar lo irrevisable ¿ Se supone que las elegidas para ser mostradas en esas exposiciones lo son porque crearon algo?
Si es así, vamos mal.
Como ya he dicho profusamente en los dos post anteriores son los personajes probablemente peor elegidos para eso.
Creadoras de misticimos guerreros que superaron la locura, participantes en las represiones religiosas más brutales de la historia, hacedoras de esponsales indeseados por intereses políticos, reproductoras de roles femeninos de sometimiento, peones consentidos o resignados en la trasmisión de las líneas dinásticas masculinas y monárquicas, represoras de los deseos de libertad de pueblos en aras del gran imperio en el que no se ponía el sol, defensoras de creencias religiosas plagadas de sometimientos y menosprecios a la mujer. Eso es lo que crearon o contribuyeron a crear y mantener muchas de las que son mostradas en esas exposiciones ¿eso es lo que hay que celebrar de la capacidad creadora femenina?
Mal seguimos.
Y para rematar la rocambola de este acercamiento artístico a la creación femenina -que no merece para mi ser defendida por femenina, sino por creación. Que no merece ser recordada por encima de la masculina porque se vive y se va cada día- se recurre a la música. Un arte mucho más popular, mucho más al alcance intelectual de todos. Incluso de los hombres.
Y se organiza un concierto. El concierto es un valor seguro para revindicar lo que sea desde los tiempos de Tierno Galván.
Y, entre toda la infinita lista de creadoras musicales que hay en este país, entre la más que abultada relación de mujeres que crean música en todos los géneros, desde el lírico hasta el flamenco, desde el pop hasta el rock, desde el hip hop hasta el tecno trance más acelerado y acelerante, las ideologas de este nuevo modelo festivo revindicativo del 8 de marzo eligen ni mas ni menos que a Marta Sánchez, Tamara y Chenoa.
Y no es que yo tenga nada en contra de las bondades musicales de esas tres intérpretes -que lo tengo-, es que simplemente son eso: intérpretes.
Ni la siempre sensual Marta, ni la aterciopelada Tamara, ni la cambiante Chenoa son ni pueden ser símbolo de creación porque no crean sus canciones, solamente -con todo el merito que ello supone-. Las interpretan.
Detrás de las tres hay productores musicales varones, compositores varones, arreglistas varones, letristas varones -y alguna que otra femina, para ser justos-. sus canciones no parten de su creación. Marta Sánchez no compone demasiado -una canción en su último disco-, Tamara ha alcanzado lo alto de las listas reinterpretendo las canciones de Roberto Carlos, Chenoa es lo que es: un producto de discografica, como lo son otras muchas y otros muchos, desde Lady Gaga a David Bustamante, desde Kesha hasta David Bisbal.
¿De verdad no han sido capaces de encontrar auténticas creadoras musicales en la música española? Prefiero veinte mil veces el victimismo eterno de Bebe porque es suyo, el optimismo infantil de Nena Daconte porque le pertenece, la insoportable tristeza de la constante huida hacia adelante de Amaral porque, al menos en parte, es suya.
Pero las defensoras del rito del poder femenino, las adalides de la eterna lucha entre los sexos cuando nadie quiere esa guerra ni está dispuesto o dispuesta a mantenerla, prefieren un espacio musical de Metro de Madrid en el que un número indeterminado de miles de personas -preferiblemente mujeres- coreen frases y lemas que ellas y sólo ellas puedan interpretar.
Así es mejor escuchar y cantar a voz en grito un "soy yo, la que se marchó" o un "Cuando tú vas, yo vengo de allí", que realmente rendir homenaje a las creadoras musicales de este país. Es mucho mejor reproducir el esquema de que las mujeres son fuertes en su lucha contra los pérfidos hombres y su nefasta manera de amarlas que generar un espacio en el que se puedan escuchar los sentimientos de mujeres creadoras de armonías y melodías que, a lo peor, no dicen lo que ellas quieren escuchar, lo que ellas quieren trasmitir, lo que ellas quieren que se crea que es la realidad de la relación entre los sexos.
Ellas crean, se hartan de decir, pero no las doy espacio. Se lo doy a aquellas que pueden entonar himnos pop que nos guste oír. Aunque sean canciones compuestas con otro propósito o sin propósito alguno que no sea vender discos.
El impulso creador que pretenden poner en marcha es aquel que les permita acceder al poder, un poder que podrán usar como deseen y que todo aquel que critique será machista, sera misógino o será retrógrado.
Una vez más el 8 de marzo es una excusa para reclamar algo que no les pertenece, algo a lo que nadie tiene derecho sobre ninguna otra persona, algo que se supone que se gana con esfuerzo, con lucha y con coraje, siempre en beneficio de los demás y nunca en el propio.
Una vez más pretenden sustituir todo eso por las subvenciones y las concesiones, por la presión política y las dádivas electorales.
Una vez más pretenden vender a diestro y siniestro que la actividad femenina -y feminista, sobre todo la feminista- es valorable por el mero hecho de que la hagan mujeres, sin tener en cuenta su calidad, su compromiso, su capacidad o su originalidad.
Probablemente, porque instaladas en la mediocridad de su pensamiento, en  la mastodóntica inmovilidad de sus puntos de vista y en su falta absoluta de disposición a la evolución intelectual, que tanto demandan de los varones, no han descubierto aún que hay otra muchas que ya han dado con la mejor forma de conseguir que la creación sea reconocida, sea aceptada y sea tenida en cuenta.
Que han encontrado una fórmula alquímica infalible para hacer notar su presencia en el mundo independientemente de ser mujeres, independientemente de su feminidad.
Una fórmula que supone poner esfuerzo en crear, simplemente eso. No en destruir.
Y con esto doy por concluida mi molesta contribución al revisionismo artístico del que se ha disfrazado el 8 de marzo este año.

Los fastos plásticos del 8 de marzo (2)

La revisión completa de la historia del arte lleva mucho tiempo. Así que me perdonareis que le dedique dos posts de esos míos interminables. Pero los hombres estáis de suerte, porque en ambos he puesto dibujitos, algunos de ellos de mujeres desnudas. Lo único que se supone que puede llamar nuestra atención.
Deje hace unos minutos los fastos plásticos del 8 de Marzo en museo Thyssen en su escarceo con la Belleza y el Poder -como si la belleza fuera un atributo exclusivamente femenino. Eso suena algo sexista, ¿no?- y ahora cruzo la acera para acudir al Museo del Prado para encontrarme como, según otra autora entregada a la causa de la perpetua reivindicación feminista, la pinacoteca "abre la puerta al feminismo".
Y me doy de bruces con el meollo del caso.
La exposición que celebra plásticamente el 8 de marzo, en eterna colaboración y vigilancia de comisariado político del Instituto de Investigaciones Feministas, se llama directamente "Las Mujeres y el Poder". Va directamente al centro de la cuestión, al centro de la exigencia.
El recorrido, realizado desde una perspectiva de género -no se especifica qué género porque se supone que el único género que merece ser resaltado es el femenino- presenta quince cuadros de mujeres poderosas.
Y eso pretende demostrar que las mujeres han sido importantes en la historia. Que el poder de las mujeres es importante y, de nuevo, que hay que seguir ese ejemplo.
Son reinas, princesas y condesas, infantas, infanzonas y aristócratas que, de nuevo vuelve la imaginación de las que quieren ver la historia como imaginaron que debería haber sido, contribuyeron al desarrollo del mundo. Y de nuevo por el mero hecho de ser mujeres, independientemente de sus actos.
Las mujeres representadas en esos quinces cuadros son imágenes estáticas de ese patriarcado tan denostado. Todas alcanzaron la cercanía al poder, por matrimonio, por nacimiento, por ser hijas, hermanas o esposas de hombres, de unos hombres determinados. Todas contribuyeron a la transmisión de esos valores patriarcales que, en otras secciones del mismo periódico, son cuestionados por forzar la prevalencia del apellido familiar. Ninguna de ellas encabezó una revolución, un movimiento social o incluso un alzamiento militar para acceder a la justicia o solamente al poder. se limitaron a buscar matrimonios o a aprovechar el echo de que la casualidad genética había imbuido en su sangre leucocitos zarcos.
Son el máximo exponente del patriarcado y de como las mujeres también medraban en la injusticia de su concepción. Demuestran lo contrario de lo que se supone que están enseñando.
Las meninas están en esa muestra por ser hijas, sobrinas, criadas y sirvientas de un rey varón, que utilizaba a algunas de ellas para firmar alianzas familiares. Ninguna de ellas se opuso a eso, ninguna de ellas se rebeló y fue castigada por ello, ninguna de ellas es ejemplo de otra cosa que no sea la aceptación ciega de cómo el nacimiento y la sangre te aseguraban una posición en el mundo y en la historia, más allá de tus capacidades. Y las otras, las doncellas y criadas, utilizadas por el rey  para algunos de sus entretenimientos menos públicos y, desde luego, nada deseados. Cosa que, por cierto, era consentido y comprendido por las anteriores o, por lo menos, no denunciado con tal de mantenerse en esa cercanía del poder.
Las mujeres de la familia de Felipe IV tampoco son otra cosa que piezas de ajedrez movidas en un juego dinástico y no pueden representar otra cosa que eso. No se rebelaron contra el statu quo que les permitía medrar, que les permitía ocupar lo más alto de la cadena alimenticia, aunque esa cadena alimenticia fuera injusta, ¿ese es el mensaje ejemplar que envían desde la artística ultratumba a las mujeres de hoy?
Pero son mujeres y tenían poder. Eso hace que sean reverenciadas y mostradas por todas aquellas que quieren enviar y retroalimentar el mensaje de que lo que es necesario es que las mujeres tengan poder. Sin más, sin matices, sin cortapisas, sin críticas. El poder femenino es bueno en sí mismo. y lo demás es machismo.
Por eso es un ejemplo Isabel de Castilla. No hay que tener en cuenta que firmara la expulsión de judíos y moriscos mientras su esposo, el supuestamente primitivo, cruel y primario por varón, rey Fernando permitía en su reino de Aragón la persistencia de esos mismos moriscos y que se escondieran en sus territorios judíos y mozarabes de la persecución religiosa, mirando a otro lado ante las constantes exigencias sacras de su ejemplar para la historia esposa. No hay que tener en cuenta que escuchara a sus respectivos confesores para imponer la represión a golpe de sangre y bautismo obligado. Era mujer y tenía poder. Éso es lo único que importa.
Por eso es un ejemplo Isabel Clara Eugenia, ya representada en Las Meninas y que fue un peón que Felipe II para intentar acceder al trono de Francia, utilizando el mismo recurso a la sangre y los derechos divinos que todos los patriarcados monárquicos de Europa. Aunque la crueldad de su gobierno y el de su hermano -supongo que la culpa fue de Alberto de Austria- originaran la revuelta flamenca que separó Flandes definitivamente de la Corona Europea. Aunque para los niños holandeses sea un personaje de cuento de pesadilla del inconsciente colectivo de esas naciones tan horrible como el Duque de Alba. Pero era mujer. Con eso está dicho todo.
A lo mejor la Condesa de Chinchón es un ejemplo de aquello en lo que debe fijarse toda mujer moderna. Pues la buena de María Teresa de Borbón impuso al maestro Goya para su retrato que se mostraran sus brazos -algo que, según ella, destacaba de su anatomía, y que no se mostraran sus escasos dientes. Vamos, la inventora de los consejos de belleza del Cosmopolitán. O a lo mejor ha de ser ejemplo de como una mujer debe plegarse a los manejos políticos de otra, su madre, la reina -también retradada en esta muestra como esposa de Carlos IV- para casarla con un noble o cómo debe aceptar su reclusión en un convento para evitar un matrimonio no provechoso a los interese dinásticos. A lo mejor sirve de ejemplo de victimismo -algo muy buscado por el feminismo español- pero dudo que pueda enviar cualquier otra enseñanza a la mujer moderna. Pero era mujer y estaba cercana al poder. Con eso basta. Era mujer. está todo dicho.
Como lo era Ana de Austria, esposa del mismo rey, y que "asistía gustosa por voluntad de dios" a los autos de fe organizados por la corte de dominicos que impusieron en España el misticismo católico más beligerante de la historia y que era la representante de su esposo en actos en los que ardían, eran ahorcados o flagelados toda suerte de herejes, hugonotes, brujas y paganos que podía encontrar la Santa Hermandad por orden de la no menos santa Inquisición española a lo largo de la geografía del país. pero, claro eso no es lo importante, lo importante es que estaba en el poder y era mujer. Un ejemplo para cualquier fémina de hoy en día, que lo único que debe ansiar es poder.
Desearlo como lo deseaba por encima de todo Isabel II, que no tuvo los arrestos suficientes como para reconocer su no virginidad y obligó a un artista a esculpirla velada para ocultar de la vista pública sus múltiples, conocidos y desconocidos amantes. Un gran ejemplo de arrojo y lucha por los derechos femeninos desde la raíz misma del poder en España. Una monarca que retuvo durante años la orden de emancipación de los esclavos firmada por su padre, concediendo a su país el dudoso honor de ser el último estado europeo en considerar justo y pertinente abolir la esclavitud.
Resulta absurdo utilizar a estas mujeres como ejemplo de nada, salvo de personas que son capaces de cualquier cosa para mantenerse cerca del poder. y a lo mejor eso es lo que se quiere, eso es lo que se está intentando sacralizar.
Nadie es un héroe o una heroína por su sexo. Lo es por lo que defiende, por la justicia de sus ideales, y por lo que está dispuesto a sacrificar en defensa de esos ideales. Y ninguna de estas mujeres son ejemplo de eso.
Las artistas que componen el fondo de artistas mujeres de El Museo del Prado sí. Por eso, si quiero valorar la aportación de la mujer al arte, las visitaré a ellas.
Y luego contemplaré la exposición de Las Mujeres y el Poder y visitaré la muestra Heroínas -y no hará falta que nadie me arrastre, por cierto, aunque vaya acompañado- porque me niego a no disfrutar del arte porque alguien intente manipularlo y pervertirlo en aras de una visión política. Pero disfrutaré de la belleza y del genio de aquellos y aquellas que pintaron los cuadros, no de la visión mitificada y zarzuelera de que el poder femenino es bueno per se. Mairare los colores y los trazos, no las vidas de mujeres que no hicieron nada por la humanidad -salvo quizás la fundadora de El Museo de El Prado- y que son ensalzadas solamente porque fueron poderosas y se intenta vender que esa condición de poderosas las hace ejemplos de algo.
Pero no voy a decir que todo esto me sorprenda. Es lo habitual. Y más si se tiene en cuenta que una de las autoras de esta coleción de artículos sobre arte y femenismo ha elegido hasta un himno para esta batalla entre la historia del arte y su visión dividida del mundo:
Si hubiera que buscar un himno para la fiesta de las heroínas, no habría que ir muy lejos. La cantaban Coz en los 80: Las chicas son guerreras. "Ellas suelen llevar el timón, y hacen astillas tu pobre corazón. Y si ves el mundo girar, es porque las muñecas han puesto la cadera a funcionar", aullaba aquel grupo tan heavy. En esta muestra hay caderazos. Aullidos. Alguna coz. Muchas mujeres, y muy heavys. Pero ninguna muñeca.
Desgraciadamente para mi memoria musical, yo crecí con grupos como Coz, Barón Rojo u Obús y creo recordar que la visión que esos grupos tenían de la posición de la mujer en el mundo no era, por decirlo de algún modo, del todo igualitaria. Inmensos bustos y largas piernas salían de sus armarios para arrojarse a sus pies y demandarles sexo a raudales y suplicarles participar en sus más eróticos sueños de serrallos y gineceos de chicas con vaqueros inmensamente ajustados o de desnudeces explosivas. Y como muestra, el boton de una portada:
Pero a lo mejor no importa. Lo único que hay que destacar es que hay que hacer la guerra. No hay que tener en cuenta que la estridente y chirriante voz del solista de es grupo incluyera en sus estrofas frases como "de la más puta a la tía más legal" o que hiciera referencia al funcionamiento de sus caderas, no de su cerebro, no de su corazón, no de sus ideas o de sus sentimientos, no de sus capacidades o de su genio. Solamente de sus caderas.
A lo mejor lo que pasa es que se sigue estando en el mundo machista y patriarcal en el que los movimientos de cadera -que ya sabemos todos para las dos cosas que se mueven las caderas de forma más rítmica aparte del baile, o sea para la reproducción y para el sexo- son un arma aceptable para alcanzar el poder.
A lo mejor es que lo importante es el poder y la guerra y por eso ser guerrera y que haya caderazos es tolerable e incluso beneficioso. A lo mejor es que el fin del poder femenino justifica cualquier medio para conseguirlo.
Pero para eso no hay que recurrir a Ana de Austria, a Santa catalina o Juana de Orleans. para eso siempre hemos tenido a Nicolás de Maquiavelo. Aunque sea hombre.
Y todo esto dentro de un lema que se enuncia como "Ellas crean" Pero para eso necesito otro post. Lo siento hoy estoy prolijo y esto da para mucho.

Los fastos plásticos del 8 de marzo (1)

Invariablemente, los comienzos del mes de marzo de cada año están marcados, al menos en España, por una conmemoración tan efímera como innecesaria, tan inmarcesible como intrascendente, tan mal interpretada como desaprovechada: Llega el 8 de marzo.
Y este año le ha tocado al arte.
Mientras el mundo sigue sudando y sangrando -mujeres incluidas-, mientras la historia se sigue escribiendo hacia el futuro en los pocos países que realmente aún tienen ilusión por construirlo de una forma diferente, las adalides de la revisión del pasado a través de un prisma distorsionado de la interminable guerra entre los sexos, ancladas en unas necesidades melifluas e insustanciales, deciden reinventar el arte.
Se supone que se trata de hacer visibles a las mujeres en el arte, que se trata de ensalzar su aportación al mundo. Y parece que eso es bueno, que eso es necesario, que eso es imprescindible. Los museos se llenarán de rostros y cuerpos femeninos -como si no lo hubieran estado siempre- pero, según parece desde una perspectiva diferente.
El centro de estudios feministas -omitiré la obvia contradicción que para todos y todas debería suponer ese nombre- ha convencido a varias instituciones artísticas de poner a la mujer por delante, de darle un espacio.
Y los medios afines a esta tendencia de eterna vindicación, de estancamiento eterno en lo que pudo haber sido y no fue, lo ensalzan, lo alaban y lanzan un suspiro de "ya era ahora" y un grito -siempre tiene que haber un grito- de "no es suficiente".
Y para ello no tienen pudor en reescribir la historia, en inventarla, en imaginarla. En alejarse de lo que fue para imponer una visión de lo que podía haber sido.
El Museo Tyssen inaugura una muestra llamada "Heroínas" en las que se muestra a mujeres que "sacaron los pies del tiesto", a personajes que se supone que son heroinas y son un ejemplo a seguir para las mujeres.
Y su imagen de cabecera es una escultura monumental de Lachaise. Es una escultura basada en las formas de la amada del escultor franco estadounidense, sólo eso. Pero ellas la consideran un símbolo de la fortaleza femenina. Es una pieza monumental llamada por el autor "mujer de pie", pero ellas la rebautizan como "heroina".
Cambiemos la voluntad y el espíritu del creador para aclimatarlo a nuestras necesidades. Cambiemos el amor por la guerra, es lo que necesitamos; inventémonos un falso heroísmo  Nosotras sabemos que eso es lo que quería expresar.

Y así aparecen personajes femeninos que son presentados como heroínas por el mero hecho de ser mujeres haciendo lo que supuestamente hacían los hombres en su tiempo. Y eso es algo que debe servir de ejemplo a las mujeres.
Hay que agradecer que Santa Catalina de Alejandría convenciera a cincuenta sabios griegos. Las mujeres de la historia posterior deben sentirse en deuda con ella por convencer a una serie de individuos que no tenían la sumisión de la mujer entre sus principios ideológicos para convertirse a una religión que mantiene ese sometimiento expuesto abiertamente en infinidad de escritos de sus Padres Fundadores e incluso en la liturgia matrimonial. Pero Santa Catalina de Alejandría era mujer. Eso ya es un mérito y todo el que ahonde más en esa figura es un machista que no reconoce el papel de la mujer en la historia.
Aunque para ensalzarla haya que olvidar o fingir que se desconoce el hecho de que no existió. De que en 1961 la Congregación de los Santos -que son los que más saben de santos en El Vaticano, ¡que ya es decir!- admitió que era un invento de la época para contrarrestar la figura de Hipatia, que había hecho todo lo contrario y mitigar, en lo posible,  la aversión que hacia el cristianismo existía en Oriente tras la quema de la Biblioteca de Alejandría -algo en lo que supongo que solamente participaron los hombres cristianos, no las mujeres de ese credo-.
Y si no es suficiente olvidar, también se puede manipular.
Se puede fingir que a Juana de Arco se la quemó por ser mujer, por vestirse de hombre. Se puede utilizar a la Doncella de Orleans de ejemplo. Un paradigma de locura mística que la llevó a declarar ante un tribunal eclesiástico que había mantenido relaciones carnales con su redentor; Un ejemplo de alguien que se levanta en armas para deponer a un rey y colocar a otro, no para liberar a nadie, sino para mantener unos derechos dinásticos.
Y que lo hace, no porque crea que ese es el mejor camino de gobierno para su país, no porque crea que el pueblo de Francia será más feliz y más libre de esa manera. Lo hace porque Dios, mientras le arroja una espada desde el cielo, se lo pide, como lo hizo con Rasputín, como lo hizo con Edmundo de Lancaster, como lo hizo con Godofredo de Baullion, como lo hizo con Franco.
Si la amada Juana es heroína para los franceses es porque contribuyó a la expulsión de los ingleses, no por ser mujer. Y si es ejemplo de algo es de la locura a la que puede conducir el misticismo y el deseo de venganza mezclados en amplias dosis.
Pero si tampoco se puede manipular, siempre queda la opción de imaginar.
La Chica de Habitación de Hotel de Hopper tiene que estar pensando en la inmensidad del universo, en la sustancia misma de la vida, no puede estar haciéndolo en como seducir al galán de turno, no puede estar preguntándose porqué amanece sola cuando no querría estarlo, no puede estar echando de menos a su amante o leyendo algo que le recuerda a él, a su familia o a sus hijos -por poner algún ejemplo que invariablemente habría sido introducido en su mente por el cruel patriarcado-. Porque si está haciendo eso no nos vale. No está haciendo aquello que nosotras hubiéramos querido que hiciera para justificar nuestra visión contraprofética de un tiempo en el que no vivimos y en el que no estuvimos.
 La Muchacha Leyendo de Hennin tiene que estar pasando las hojas de un libro de poemas, o del Tratado del Buen Gobierno de Maquiavelo y no leyendo las Vidas de Los Santos o un tratado de urbanidad, porque si no lo hace no hay apéndice inferior que haya  puesto fuera del macetero, entonces no sirve de esclava a nuestra imagen preconcebida y revisada de un pasado en el que toda mujer tenía altas inquietudes que eran cercenadas por el cruel patriarcado.
Porque el Círculo Mágico de Waterhouse tiene que haberse reunido como forma de resistencia al odioso patriarcado religioso que imponía un dios varón y una forma masculina de ver el mundo, no para preparar unos cuantos filtros de amor que les permitieran llevarse al catre a los más apuestos mozos de la aldea para asegurarse el sustento. Porque si es así, las brujas no son las víctimas feministas que queremos que sean. No nos sirven.
Porque si no tenemos el cuajo suficiente para afirmar que todas esas mujeres antiguas  "por fuera pueden parecer sumisas, pero por dentro son fuertes y rebeldes", como hace la autora del reportaje -que más bien es un producto literario, a caballo entre el panfleto propagandístico, el revisionismo histórico y la sociología ficción-; si no ignoramos la irrealidad de la inexistencia de Santa Catalina de Alejandría, no manipulamos los actos de Juana de Orleans y no imaginamos los pensamientos de las mujeres de los cuadros de Hopper, de Hennin o de Waterhouse, sólo nos quedan cuatro cuadros pintados por mujeres en el siglo XXI y solamente tenemos esas pinturas para mantener nuestros presupuestos, nuestras ideas, nuestras necesidades.
Porque si esos cuatro cuadros no están en el Museo Thyssen no es es porque sean mujeres, no es porque el patriarcado oculte a las mujeres, no es porque no se reconozca su trabajo, es porque no ha pasado el tiempo suficiente para que la injusticia eterna del arte reconocido y desechado coloque a cada artista en su sitio dentro del recuerdo o del olvido, sean mujeres u hombres.
Porque entonces queda al descubierto que queremos que haya mujeres en los grandes museos por el mero hecho de ver cuadros de mujeres, no por la calidad que esas expresiones artísticas tengan. Que lo que queremos es poder y lo que estamos buscando es eso. De que no vamos a un museo a ver arte, sino a mirarnos a nosotras mismas. Porque es lo único que sabemos hacer. Porque es lo único que nos gusta hacer.
Y es por eso que la autora del reportaje sobre la exposición del Thyssen titula a su panfleto Belleza y Poder, porque es esa obsesión por acceder al poder lo que mueve todo este inventado mundo de enfrentamientos y vindicaciones. La necesidad de exigir el acceso al poder por el mero hecho de ser mujer. De eso es de lo que va, hoy en día, el ocho de marzo en España. De luchar por el poder. y para eso siempre hace falta un enemigo.
Por eso se permite el lujo de afirmar sin despeinarse que: "La muestra cuenta, de hecho, con la bendición del establishment feminista del país", -como si la autora y el medio en el que escribe no formaran parcialmente parte de ese stablishment-. Porque, para hacer una guerra, hay que seguir las directrices, porque para acceder al poder hay que estar bien vista y bien colocada.
Por ello puede hacer la afirmación socarrona de que  "Eso sin contar a la mayoría de sus visitantes, una legión de mujeres solas o en compañía de otras u otros a los que han arrastrado con ellas". Ignorando los datos estadísticos de que solamente un 18 por ciento de los españoles de ambos sexos visitan los museos y que de ellos, un 47 por ciento son hombres y un 53 por ciento son mujeres. Pero claro, ellos van arrastrados por ellas, ¿de qué otro modo podrían ir?
Porque las mujeres son cultas y los hombres no, porque las mujeres aprecian el arte plástico y los hombres, primarios, violentos y primitivos, no. Porque las mujeres tienen derecho al poder y los hombres no.
Pero para hablar de poder está la exposición de el Museo de El Prado. Ahora vamos con ella.

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