Invariablemente, los comienzos del mes de marzo de cada año están marcados, al menos en España, por una conmemoración tan efímera como innecesaria, tan inmarcesible como intrascendente, tan mal interpretada como desaprovechada: Llega el 8 de marzo.
Y este año le ha tocado al arte.
Mientras el mundo sigue sudando y sangrando -mujeres incluidas-, mientras la historia se sigue escribiendo hacia el futuro en los pocos países que realmente aún tienen ilusión por construirlo de una forma diferente, las adalides de la revisión del pasado a través de un prisma distorsionado de la interminable guerra entre los sexos, ancladas en unas necesidades melifluas e insustanciales, deciden reinventar el arte.
Se supone que se trata de hacer visibles a las mujeres en el arte, que se trata de ensalzar su aportación al mundo. Y parece que eso es bueno, que eso es necesario, que eso es imprescindible. Los museos se llenarán de rostros y cuerpos femeninos -como si no lo hubieran estado siempre- pero, según parece desde una perspectiva diferente.
El centro de estudios feministas -omitiré la obvia contradicción que para todos y todas debería suponer ese nombre- ha convencido a varias instituciones artísticas de poner a la mujer por delante, de darle un espacio.
Y los medios afines a esta tendencia de eterna vindicación, de estancamiento eterno en lo que pudo haber sido y no fue, lo ensalzan, lo alaban y lanzan un suspiro de "ya era ahora" y un grito -siempre tiene que haber un grito- de "no es suficiente".
Y para ello no tienen pudor en reescribir la historia, en inventarla, en imaginarla. En alejarse de lo que fue para imponer una visión de lo que podía haber sido.
El Museo Tyssen inaugura una muestra llamada "Heroínas" en las que se muestra a mujeres que "sacaron los pies del tiesto", a personajes que se supone que son heroinas y son un ejemplo a seguir para las mujeres.
Y su imagen de cabecera es una escultura monumental de Lachaise. Es una escultura basada en las formas de la amada del escultor franco estadounidense, sólo eso. Pero ellas la consideran un símbolo de la fortaleza femenina. Es una pieza monumental llamada por el autor "mujer de pie", pero ellas la rebautizan como "heroina".
Cambiemos la voluntad y el espíritu del creador para aclimatarlo a nuestras necesidades. Cambiemos el amor por la guerra, es lo que necesitamos; inventémonos un falso heroísmo Nosotras sabemos que eso es lo que quería expresar.
Y así aparecen personajes femeninos que son presentados como heroínas por el mero hecho de ser mujeres haciendo lo que supuestamente hacían los hombres en su tiempo. Y eso es algo que debe servir de ejemplo a las mujeres.
Hay que agradecer que Santa Catalina de Alejandría convenciera a cincuenta sabios griegos. Las mujeres de la historia posterior deben sentirse en deuda con ella por convencer a una serie de individuos que no tenían la sumisión de la mujer entre sus principios ideológicos para convertirse a una religión que mantiene ese sometimiento expuesto abiertamente en infinidad de escritos de sus Padres Fundadores e incluso en la liturgia matrimonial. Pero Santa Catalina de Alejandría era mujer. Eso ya es un mérito y todo el que ahonde más en esa figura es un machista que no reconoce el papel de la mujer en la historia.
Aunque para ensalzarla haya que olvidar o fingir que se desconoce el hecho de que no existió. De que en 1961 la Congregación de los Santos -que son los que más saben de santos en El Vaticano, ¡que ya es decir!- admitió que era un invento de la época para contrarrestar la figura de Hipatia, que había hecho todo lo contrario y mitigar, en lo posible, la aversión que hacia el cristianismo existía en Oriente tras la quema de la Biblioteca de Alejandría -algo en lo que supongo que solamente participaron los hombres cristianos, no las mujeres de ese credo-.
Y si no es suficiente olvidar, también se puede manipular.
Se puede fingir que a Juana de Arco se la quemó por ser mujer, por vestirse de hombre. Se puede utilizar a la Doncella de Orleans de ejemplo. Un paradigma de locura mística que la llevó a declarar ante un tribunal eclesiástico que había mantenido relaciones carnales con su redentor; Un ejemplo de alguien que se levanta en armas para deponer a un rey y colocar a otro, no para liberar a nadie, sino para mantener unos derechos dinásticos.
Y que lo hace, no porque crea que ese es el mejor camino de gobierno para su país, no porque crea que el pueblo de Francia será más feliz y más libre de esa manera. Lo hace porque Dios, mientras le arroja una espada desde el cielo, se lo pide, como lo hizo con Rasputín, como lo hizo con Edmundo de Lancaster, como lo hizo con Godofredo de Baullion, como lo hizo con Franco.
Si la amada Juana es heroína para los franceses es porque contribuyó a la expulsión de los ingleses, no por ser mujer. Y si es ejemplo de algo es de la locura a la que puede conducir el misticismo y el deseo de venganza mezclados en amplias dosis.
Pero si tampoco se puede manipular, siempre queda la opción de imaginar.
La Chica de Habitación de Hotel de Hopper tiene que estar pensando en la inmensidad del universo, en la sustancia misma de la vida, no puede estar haciéndolo en como seducir al galán de turno, no puede estar preguntándose porqué amanece sola cuando no querría estarlo, no puede estar echando de menos a su amante o leyendo algo que le recuerda a él, a su familia o a sus hijos -por poner algún ejemplo que invariablemente habría sido introducido en su mente por el cruel patriarcado-. Porque si está haciendo eso no nos vale. No está haciendo aquello que nosotras hubiéramos querido que hiciera para justificar nuestra visión contraprofética de un tiempo en el que no vivimos y en el que no estuvimos.
La Muchacha Leyendo de Hennin tiene que estar pasando las hojas de un libro de poemas, o del Tratado del Buen Gobierno de Maquiavelo y no leyendo las Vidas de Los Santos o un tratado de urbanidad, porque si no lo hace no hay apéndice inferior que haya puesto fuera del macetero, entonces no sirve de esclava a nuestra imagen preconcebida y revisada de un pasado en el que toda mujer tenía altas inquietudes que eran cercenadas por el cruel patriarcado.
Porque el Círculo Mágico de Waterhouse tiene que haberse reunido como forma de resistencia al odioso patriarcado religioso que imponía un dios varón y una forma masculina de ver el mundo, no para preparar unos cuantos filtros de amor que les permitieran llevarse al catre a los más apuestos mozos de la aldea para asegurarse el sustento. Porque si es así, las brujas no son las víctimas feministas que queremos que sean. No nos sirven.
Porque si no tenemos el cuajo suficiente para afirmar que todas esas mujeres antiguas "por fuera pueden parecer sumisas, pero por dentro son fuertes y rebeldes", como hace la autora del reportaje -que más bien es un producto literario, a caballo entre el panfleto propagandístico, el revisionismo histórico y la sociología ficción-; si no ignoramos la irrealidad de la inexistencia de Santa Catalina de Alejandría, no manipulamos los actos de Juana de Orleans y no imaginamos los pensamientos de las mujeres de los cuadros de Hopper, de Hennin o de Waterhouse, sólo nos quedan cuatro cuadros pintados por mujeres en el siglo XXI y solamente tenemos esas pinturas para mantener nuestros presupuestos, nuestras ideas, nuestras necesidades.
Porque si esos cuatro cuadros no están en el Museo Thyssen no es es porque sean mujeres, no es porque el patriarcado oculte a las mujeres, no es porque no se reconozca su trabajo, es porque no ha pasado el tiempo suficiente para que la injusticia eterna del arte reconocido y desechado coloque a cada artista en su sitio dentro del recuerdo o del olvido, sean mujeres u hombres.
Porque entonces queda al descubierto que queremos que haya mujeres en los grandes museos por el mero hecho de ver cuadros de mujeres, no por la calidad que esas expresiones artísticas tengan. Que lo que queremos es poder y lo que estamos buscando es eso. De que no vamos a un museo a ver arte, sino a mirarnos a nosotras mismas. Porque es lo único que sabemos hacer. Porque es lo único que nos gusta hacer.
Y es por eso que la autora del reportaje sobre la exposición del Thyssen titula a su panfleto Belleza y Poder, porque es esa obsesión por acceder al poder lo que mueve todo este inventado mundo de enfrentamientos y vindicaciones. La necesidad de exigir el acceso al poder por el mero hecho de ser mujer. De eso es de lo que va, hoy en día, el ocho de marzo en España. De luchar por el poder. y para eso siempre hace falta un enemigo.
Por eso se permite el lujo de afirmar sin despeinarse que: "La muestra cuenta, de hecho, con la bendición del establishment feminista del país", -como si la autora y el medio en el que escribe no formaran parcialmente parte de ese stablishment-. Porque, para hacer una guerra, hay que seguir las directrices, porque para acceder al poder hay que estar bien vista y bien colocada.
Por ello puede hacer la afirmación socarrona de que "Eso sin contar a la mayoría de sus visitantes, una legión de mujeres solas o en compañía de otras u otros a los que han arrastrado con ellas". Ignorando los datos estadísticos de que solamente un 18 por ciento de los españoles de ambos sexos visitan los museos y que de ellos, un 47 por ciento son hombres y un 53 por ciento son mujeres. Pero claro, ellos van arrastrados por ellas, ¿de qué otro modo podrían ir?
Porque las mujeres son cultas y los hombres no, porque las mujeres aprecian el arte plástico y los hombres, primarios, violentos y primitivos, no. Porque las mujeres tienen derecho al poder y los hombres no.
Pero para hablar de poder está la exposición de el Museo de El Prado. Ahora vamos con ella.
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