jueves, marzo 10, 2011

El mismo circo, distintos enanos.

Se nos acumulan los problemas, nos rizan el rizo, nos crecen los enanos.
Aunque parezca que nada o poco tiene que ver con nosotros, auqnue parezca que nuestro circo se basa en nosotros mismos y nuestros enanos son el paro, la discriminación o la crisis económica. Nos equivocamos.
Nuestro circo está en Libia y nuestros enanos, son -con todo respeto y por mantener el símil- los chinos.
China y los chinos se engrandecen cada día ante nuestros ojos y muchos no somos capaces de verlo, no queremos darnos cuenta y simplemente lo vemos y lo ignoramos.
Gadaffi bombardea las posiciones insurgentes por toda la costa libia, sus tropas de elite -que no olvidemos que por algo son de elite- desbaratan ofensivas y contratacan en puntos estrategicos que habían sido tomados fácilmente por los rebeldes hace una semana.
Como suele ocurrir en estos casos, aquellos que sufren y sangran por ser lo que quieren ser, -aunque no tengan muy claro en qué consiste ese deseo- se vuelven a todos los que dicen apoyarles, los que les han convencido desde el eter de Internet y los libros en francés de que su lucha merece la pena, de que tienen derecho a desear decidir por si mismos, y les suplican, les piden, les exigen ayuda.
Y tienen derecho a hacerlo. Aunque nos venga mal, aunque no se ajuste, por decirlo de algún modo, a la forma fútil, meliflua y banal en la que se hacen las cosas -sobre todo este tipo de cosas- en el Occidente Atlántico, aunque no nos pille en buen momento, aunque no sea políticamente correcto.
Tienen derecho a hacerlo porque ellos no son occidentales; porque ellos no confunden apoyo con palmaditas en la espalda mientras las cosas vienen bien dadas y silencio ominoso y ausente cuando pintan bastos.
Tienen derecho a hacerlo porque ellos son medievales, están atrasados, no creen que no se deba exigir cumplir los compromisos, no creen que sea factible ignorar los problemas ajenos cuando hemos prometido no hacerlo, que sea posible decir diego donde dijimos digo cuando sonaba bien decir digo y no decir diego. No creen que la lealtad sea un check que se rellena en un perfil de Meetic para conseguir un polvo de fin de semana, ni que el apoyo sea algo que se hace desde lejos, en interminables conversaciones de teléfono móvil con tus números favoritos.
Tienen derecho a exigir esa ayuda porque son libios, no atlánticos. Tienen derecho a hacerlo poque ellos no saben que existe China. Y si lo saben no les importa.
Pero, claro, nosotros sí lo sabemos. Y como lo sabemos no hacemos nada.
China puede apoyar militarmente a Gadaffi o a los insurgentes -mas bien lo segundo-, puede desplegar su flota militar aerea y naval, con una velocidad pasmosa para los ritmos habituales en el mastodonte asiático, con la excusa de repatriar a sus 36.000 compatriotas que trabajan en la industria petrolífera libia, puede asumir la repatriación de 12.000 personas de otros países como si de repente se hubiera convertido en el gendarme del mundo -¿alguien recuerda quién era antes el gendarme del mundo hasta hace poco?-,  puede enviar legaciones para dialogar con una y otra parte del conflicto a fin de asegurar, sea cual sea el resultado, el mantenimiento de sus intereses energéticos en Libia.
Y Occidente no se opone, aunque él no pueda hacerlo. Aunque él no se atreva a hacerlo.
Los delegados europeos en las Naciones Unidas aprueban sanciones y embargos al régimen de Gadaffi, Sarkozy reconoce al gobierno insurgente como representante legítimo del pueblo libio, Obama asume el compromiso moral de derrocar a Gadaffi, Gran Bretaña organiza un fiasco internacional, por orden de su Primer Ministro Cameron, al enviar un comando de sus fuerzas de elite para entablar contacto con los rebeldes, España habla con unos y se niega hablar con el dictador... pero, en esencia no hacen nada.
Los rebeldes piden una zona de exclusión aérea para la aviación militar de Gadaffi, pero no la tienen.
El gobierno estadounidense tardó dos semanas en conseguirla para Irak en la Primera Guerra del Golfo e Inglaterra y Alemania sólo necesitaron cuatro días para lograrla en  la Guerra de los Balcanes. Pero ahora ni siquiera la proponen.
¿Por qué? Porque China no quiere.
Los rebeldes piden refuerzos armados bajo bandera de la ONU en misión de paz para las zonas liberadas, pero no los tienen.
Estados Unidos, Inglaterra y Francia tardaron mes y medio en lograrlos para Afganistan, once días en conseguirlos para Libano, y más o menos lo mismo para Somalia, Bosnia, Kosovo y Timor Occidental. Pero ahora ni siquiera se lo plantean.
¿Por qué? Porque China no quiere.
Y muchos verán que eso no supone un cambio. Al menos no en la política de defender la no ingerencia en asuntos internos de terceros que ha mantenido China desde los albores de su despertar occidental. China bloquea con su veto en el Consejo de Seguridad de la ONU cualquier intervención armada, cualquier ayuda a uno u otro bando. Lo que ha hecho siempre.
Y tienen razón. Lo que ha cambiado es la política de Europa, de Estados Unidos. Del Occidente Atlántico.
China estaba en contra de la intervención en Corea, del envío de asesores militares a Vietnam, de la ayuda militar a Israel, de las operaciones militares en Afganistan, de la invasión de Irak, de la intervención en la Guerra de los Balcanes. China votó en contra de todas las resoluciones internacionales que suponían intervención armada en cualquier estado soberano. Y lo ha hecho desde que tiene derecho a veto en las Naciones Unidas.
La diferencia es que a Occidente eso, lo que opinara China, le importaba más o menos el equivalente a un puñetero carajo.
La OTAN intervino en los Balcanes sin que el gigante asiático lo aprobara, Estados Unidos, Gran Bretaña y su pirricos aliados -o sea, España, Italia y Polonia- invadieron Irak sin que China estuviera de acuerdo. Los marines pusieron base en Corea, sacaron al Dalai lama en el 57 de Tibet, desembarcaron en Vietnam, Panamá, Grenada y Somalia, arrasaron las junglas salvadoreñas y nicaraguenses y se instalaron en Kandahar y Kabul con la firme y declarada oposición del país del dragón.
Y entonces no importó.
Pero entonces no es ahora. China se ha sentado a la puerta de su casa y por fin -¡Bendita paciencia asiática!- ha visto pasar frente a ella el cádaver de su enemigo. Y su enemigo no eramos nosotros. Pero el cádaver que ve pasar es el nuestro.
Porque China tiene, literalmente, la economía de Occidente cogida por los huevos.
Y eso hace que ahora sí importe, que ahora sí se tenga en cuenta. Y eso hace que no nos atevamos a hace nada sin su consentimiento. Y eso hace que a China no le importe lo que pase en Libia con tal de que pase sin la intervención del Occidente Atlántico.
Y eso hace que, por primera vez en unos cuantos siglos, Occidente sea consciente de que las potencias hacen lo que les conviene, mirando solamente a sus necesidades internas -que nadie crea en China que se pueden cambiar las cosas- y a sus intereses externos -asegurémonos de que no perdemos el suministro energético-.
Como hizo Roma, como hizo El Sacro Imperio Romano Germánico, como hizo el Imperio sin anochecer español, como hizo el Imperio colonial inglés, como hizo ese gendarme universal llamado Estados Unidos de América.
Como hace China.
Será el mismo mundo y la misma forma de organización. Sólo que nosotros ya no estaremos en los títulos de crédito como papel protagonista.

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