viernes, marzo 11, 2011

El evangelio vaticano del pérfido Zelote

Ahora que sé que el Vicario Inquisidor cree que hay que separar Iglesia de Estado me siento mucho más tranquilo pirateando su magno evangelio recién publicado. 
Al fin y al cabo los derechos de autor son un bien terrenal, basados en una norma estatal.
Y he de reconocer que no disfrutaba tanto leyendo un texto religioso desde el catecismo de Ripalda y el Manual del Nacional Catolicismo de la Sección Femenina. El Evangelio según Benedicto no tiene desperdicio.
El inquisidor austriaco se arroja en los brazos del revisionismo más absoluto de sus dogmas y creencias, como el que hiciera puenting desde San Angelo con tal de recuperar el impulso adrenalínico que le haga sentirse vivo. 
Y es que, me temo, que algo que no puede sentirse mucho en estos días Roma es viva, estable quizás, pero viva en absoluto.
Para empezar deja fuera de juego a la doctrina religiosa católica desde el principio de los tiempos. La primera joya es que Ratzinger exonera de toda responsabilidad al pueblo judío en la muerte de Jesús de Nazaret.
¡Hombre, está muy bien! Como resulta que los yihadistas matan coptos en Egipto, que los chiís radicales queman iglesias en Irak, hay que llevarse bien con Israel y con los representantes de las teorías políticas judías que han hecho del victimismo la principal forma de presión en el mundo occidental por parte del sionismo político.
No voy a ser yo el que diga que los judíos son responsables de la muerte de alguien de quien ni siquiera se sabe si vivió. Pero acabo de pasar un fin de semana -maravilloso, por cierto- en un pueblo en el que se mató y pegó a unos cuantos judíos hace unos siglos por atreverse a salir de casa en Semana Santa, algo que tenían prohibido por ser "los asesinos del redentor".
Pero Ratzinger se disfraza de Piqué -sin relación carnal con Shakira, desde luego- y da un paso adelante para dejar en fuera de juego a Torquemada, a Juan XXII, a la revuelta de los Pastorcillos franceses, a los Reyes Católicos, A Luis I de Francia, a Franco, a los cruzados de Godofredo de Baullion y al mismísimo Lefevrerismo, al que acaba prácticamente de recoger de nuevo en sus amorosos brazos.
Pero lo mejor del nuevo evangelio contemporáneo de Roma no es que se diga que los judíos, el pueblo judío, no son culpable de la muerte de Joshua. Es el nuevo culpable que se encuentra para el trágico deceso.
Señoras y señores, los culpables de la crucifixión de Joshua Ben Jusef fueron "Los secuaces de Barrabás".
¡Eso sí es modernizarse! La teoría del loco solitario llevada a la literatura evangélica. La culpa de todo la tiene Barrabás.
No sé si se supone que esos secuaces son la parte "masónica" de la conjura judeomasónica contra la que nos instaba El Caudillisimo a estar vigilantes o son simplemente un culto satánico que esperaba el advenimiento del Anticristo -antes, eso sí de que el concepto estuviera desarrollado-. Pero el giro dramático no se le puede negar.
Se le echa la culpa a alguien que no puede defenderse, del que no se sabe nada y del que se puede decir cualquier cosa sin temor a que nadie se sienta ofendido. No se conoce heredero alguno de Barrabás, así que todos contentos.
Barrabás se convierte en antecedente inesperado de Lee Harvey Oswald, de Sirham Sirham, de James Earl Ray, de Alí Agca, de Igal Amir y toda esa larga lista de asesinos solitarios que han permitido que nadie se sienta responsable de algo que no debería haber ocurrido. 
No es nada nuevo, pero en una institución que ha tardado cinco siglos en reconocer que La  Tierra es redonda, sumarse a algo que se inventó en los sesenta por los servicios secretos estadounidenses es todo un síntoma de velocidad y capacidad de adaptación.
Pero hay un segundo responsable y, como diría Garrison, el fiscal del caso de JFK, por definición eso demuestra que hubo una conspiración para matar a Jesús de Nazaret.
Y agarrensé a la silla, porque El Evangelio según Joseph Ratzinger mantiene que la culpa de la muerte de su maestro la tiene también el stablishment sacerdotal.
¡Hombre y la de Juana de Orleans, y la de Edmundo de Lancaster, y a de los curas rojos de Bilbao, y la de Miguel Servet, y la del cacique Hatuey, y la de los albigenses, y la de los dulcinistas, y la de los hugonotes de la Noche de San Bartolomé,...!
¡ Y de las muertes intelectuales de Galileo, de Copérnico, de Thriellard, de Leonardo Boff, de Hans Kung y otros muchos!
De modo que Anás y Caifás son culpables de la muerte del supuesto redentor de la humanidad por comportarse como se han comportado desde el acceso al poder sus seguidores, de los que Ratzinger es el último exponente.
Por imponer una forma de ver el mundo, una forma de interpretar a su dios, por utilizar la religión y la creencia para perpetuarse en el poder, por intentar controlar las conciencias y los pensamientos, por castigar a aquellos que no opinan como ellos, que no actúan como ellos quieren que se actúa, que no les reconocen el derecho a decirles lo que tienen que hacer ni cómo tiene que hacerlo. Que no les conceden la voz de dios en el mundo.
Pero, curiosamente el Santo Inquisidor de Roma no percibe o no reconoce percibir esa similitud entre los sumos sacerdotes judíos y los sumos sacerdotes católicos. Cuando para todos los demás es evidente. Cosas de la revelación evangélica, supongo.
Y lo más sorprendente de esta furia revisionista que aqueja de repente al austriaco que ocupa el solio pontificio de los católicos no son las nuevas culpabilidades que descubre, no son las recientes exoneraciones que anuncia. 
Lo que realmente hace delicioso para su lectura este ejercicio de autocomplacencia revisionista es la ignorancia absoluta de las realidades históricas que quedan manifiestas en la hipótesis de la existencia y muerte de Jesús de Nazaret .
Pese a todos sus símbolos, todas sus procesiones, todas sus iglesias y todos sus emblemas, Ratzinger olvida algo. pese a todos sus nombres, sus advocaciones, sus plantas basilicales y sus nombres de guerra, el nuevo evangelio vaticano pasa por alto un dato importante.
Se supone que Jesús de Nazaret fue crucificado ¿nos acordamos de eso?
Así que no fueron los judíos, ni sus sumos sacerdotes, ni los conspirativos secuaces de Barrabás. A Joshua le cogió una cohorte romana, le clavo en una cruz y le dejó morir al sol. Tan simple como eso.
Y ese castigo no lo fue por blasfemia -por eso se lapidaba-, no lo fue por herejía -por eso siempre se ha quemado-. Lo fue simple y llanamente por el único motivo que Roma había crucificado antes y seguiría crucificando después. Por lo mismo que clavó en una cruz a Espartaco o a Lupus. Por Sedición.
En su relato hipotético, Jesús de Nazaret fue condenado y ejecutado por un delito político que nada tenía que ver con su religión, ni con su visión de dios. Que sólo tenía que ver con su forma de ver el mundo terrenal y su concepto de la justicia. Lo mismo por lo que, por cierto, estaba condenado el Zelote Barrabás.
A lo mejor es que Ratzinger está tan pegado a la supuesta naturaleza divina de su maestro que tiene problemas para percibir los datos históricos o a lo mejor es que, incluso para el revisionista evangelio del vicario teutón, es muy fuerte concluir que solamente hay un hecho incuestionable: Que, en caso de existir, Joshua Ben Jusef está muerto y que Roma y sus gobernantes le mataron. 
A lo mejor eso deja un regusto demasiado amargo, a lo mejor eso hace que alguien piense que Roma le sigue matando hoy en día. A lo mejor eso coloca de nuevo a los cristianos a un centímetro escaso de la sedición que se supone que mató un día a su maestro.
¡No lo quiera dios y su nuevo evangelista!

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