lunes, marzo 21, 2011

Acerca del banal sexismo antipiropeador

Mientras el mundo cambia y los que se creían amos del mismo intentan por todos los medios que no lo haga; mientras Libia se anquilosa en un debate, entre misiles y bombardeos, en el que Gadaffi se pregunta si van a por él, los rebeldes se cuestionan si están con ellos y las fuerzas de intervención no contestan ni a uno ni a otros -¿por qué se les llama aliados, si no se sabe con quién están aliados, aparte de entre ellos?-, yo voy a perder el tiempo en una de esas discusiones versallescas, en uno de esos debates bizantinos que nos están impidiendo avanzar.
O sea, que voy a hablar del piropo.
¿Por qué? Porque perder el tiempo y la pluma en algo baladí puede ser necesario para demostrar que es baladí.
Parece ser que nuestra sociedad evoluciona hacia la igualdad -eso me han dicho- y ya es un paso que lo reconozcan aquellas que medran con estancar la visión del varón hispánico en un concepto novecentista.
Y parece que uno de los síntomas es que va desapareciendo el piropo. Eso de decirle cosas a las mujeres según pasan por la calle.
Si basamos el concepto de igualdad en que todo el mundo haga lo mismo -la igualdad de la organización parvularia de la sociedad-, este hecho es incuestionable. Porque somos más iguales si los hombres no dicen algo que las mujeres -por regla general- nunca lo han dicho.
Pero me crea una duda, ¿seriamos también una sociedad más igualitaria si las mujeres se hubieran lanzado a decir piropos a diestro y siniestro, desde sus coches parados en los semáforos, sus pausas de cigarrillo en la puerta de sus centros de trabajo o sus esperas desesperadas del autobús bajo las marquesinas? La respuesta es, indectiblemente, sí. Siguiendo con el concepto de igualdad de parvulario, si todos hacemos lo mismo somos más iguales.
Pero nadie obliga a las mujeres a cubrir un cupo de piropos diarios; ningún policía municipal se acerca, sobrado y displicente, a una fémina y le suelta un autógrafo por el importe de 100 euros por haber dejado pasar por delante de ella sin piropo alguno al modelo de calzoncillos -se llamen como se llamen, todos son calzoncillos- o a Rafa Nadal, por poner un ejemplo.
Así que, como aquellas que solamente son capaces de concebir la igualdad como una absoluta identidad de comportamientos en el patio de recreo de una guarderia, son conscientes de que no es habitual que a una mujer le salga el instinto encendedor del piropo -ya sabemos, pyros, fuego-, se ponen nerviosas, se alteran, buscan una solución y tiran, como siempre, de la más absoluta falta de respeto por el varón, sus circunstancias y sus formas de expresión y de relación.
Como los hombres no están cercanos normalmente a Erato, la amorosa, y sus expresiones en forma de comedia romántica o de tragedia constumbrista, nos limitamos a decir que no tienen sensibilidad, negando la existencia de Calíope y de su bella voz que nos arrastra a la sensibilidad épica, a la que los varones suelen estar abonados, desde las películas de Rambo hasta las gestas deportivas.
Como los hombres no tienden a valorar los esfuerzos de embellecimiento físico a los que nos dedicamos con fruición y tirán de los "encantos" evidentes para definir la belleza física,  les engamos el buen gusto, ignorando el hecho de que la mayoría de los parámetros artísticos o estéticos en los que se basa ese buen gusto han sido desarrollados, en buena parte, por varones.
Como los varones protestan por tener que acompañarnos de tiendas para no comprar les acusamos de egoistas y olvidamos que nosotras no vamos nunca al fútbol con ellos.
Como las mujeres no dicen piropos, los hombres tampoco. Punto final. Todos iguales.
Y podría ser cierto, podría ser la solución. Pero algunas dudas hacen temblar el razonamiento.
Puede que las féminas no digan habitualmente piropos pero, ¿no los piensan?
 No estoy en la mente de todas las mujeres del mundo, pero me he hartado de escuchar comentarios susurrados de una mujer a otra -o incluso a lagún amigo másculino- en el metro, en la calle, en el autobús, en los pasillos de los centros de trabajo... he de llegar por tanto a la conclusión de que los piensan y entonces, ¿qué diferencia hay?
Si un obrero te dice desde treinta metros de altura "¡Ay hermosa, lo que yo te haría..." -y pongo un ejemplo especialmente concupiscente- no existe ninguna diferencia con el comentario susurrado al oído de tú compañera de trabajo diciendo "¡Anda que a ese le hacía yo padre!".
El pensamiento es el mismo, el recurso mental al deseo sexual de sudar y gozar es exactamente el mismo. La única diferencia es que uno lo expresa en alto, quizás porque tiene la triste seguridad de que la receptora de la invitación va a ignorarla, y la otra no lo hace, quizás porque, en realidad, no quiere arriesgarse a que el individuo en cuya paternidad colaboraría gustosa acepte el guante públicamente y en ese mismo momento.
Y los argumentos contra el piropo siguen desgranándose. En muchos casos lo que revelan es un instinto de posesión, dicen las teóricas del piropo como elemento pernicioso. Y vuelven a las andadas. Le quitan al hombre lo que le conceden graciosamente a la mujer.
Uno de los comentarios habituales hoy en día en los corrillos de féminas sobre los varones "apeticibles" -y creanme, asísto con frecuencia como más o menos cercano espectador a corrillos de féminas- es "a ese me le llevaba yo a casa", o "pues no está ese bien para un ratito".
¡Anda, que eso no es instinto de posesión, que eso no es instinto de utilización, que eso no es la concepción del otro como un objeto! Y me he cansado de buscar sesudos libros filósoficos en contra de estos comentarios, me he desgranado los dedos buscando en Internet documentales en los que se saque a la luz lo pernicioso y sexista de estos comentraios. Y no los he encontrado.
Seguimos en la teoría de la igualdad de patio de recreo, pero damos un paso más. Ya no tenemos que hacer todos lo mismo. "-¡Seño, seño, ese niño me ha pegado! -¡Pero fulanito, ¿tú no sabes que a las niñas no se les pega?! -¡Pero, seño es que ella me arañó... -¡Da igual, pequeño, a las niñas no se les pega, algo le habrás hecho tú para que te arañe!
Lo que en la mujer es símbolo de independencia, de liberación, de autonomía, de poder es algo perseguible y pernicioso en los hombres.
¿Por qué?, ¿por qué va a ser? Porque son hombres. Pero eso no es sexismo ¿o sí?
Y luego está lo del insulto. Un individuo te grita desde la ingravidez de su espacio laboral "¡Vaya culo!" y es un insulto. Pero una compañera de trabajo te dice "¡Qué envidia de culo, hija, como te quedan los vaqueros!" -lo que traducido significa ¡Vaya culo!- y le contestas: "mi trabajo me cuesta" -lo escuché ayer, lo juro-, pero no es un insulto.
¿Por qué un ¡Vaya culo! es un insulto y otro ¡Vaya culo! no lo es?
¿Por qué te lo dice un desconocido? No, eso lo convierte en impertinencia, pero no en un insulto.
¿Por qué introduce una palabra malsonante? No. Culo es igual de malsonante en ambos contextos, ninguno es científico, ni biológico, ni neutro...
Si culo es un insulto lo debería ser más en un entorno en el que el conomiento interpersonal forzaría más al respeto, por el hecho de que existen lazos afectivos previos -amistad, compañerismo, etc-.
La respuesta es evidente, por más que queramos negarlo y disfrazarlo de otra cosa.
Es un insulto porque proviene de un hombre. No hay otra explicación.
Pero continuamos. Otro argumento aparentemente demoledor es el que dice que el piropo explicita que solamente se valora a la mujer por los aspectos físicos.
Más allá del absurdo de pretender que sería deseable y avanzado que alguien te dijera desde un taxi "¡Que inteligente eres!" o te gritara desde el otro lado de una paso de cebra "¡Ole, tu conocimiento intrínseco de la Teoría de Cuerdas!", algo que, en cualquier caso, solamente podría darse en una sociedad telepática completa en la que todos supieramos al instante lo que hay en la mente de los demás, llegamos de nuevo al mismo concepto de lo que vale en la mujer no vale en el hombre.
Porque, sí nos ponemos a pensarlo, el piropo se ha multiplicado exponencialmente en nuestra sociedad en los últimos años. Tanto como ha se ha incrementado la incorporación de la mujer al mundo laboral.
Si las feministas filosóficas del novecentismo perpetuo salieran de su torre de crital afilado y cortante, sabrían que no hay día en el que en un entorno laboral no se escuchen cosas como. "hija, que bien te sienta ese vestido", "vaya, hoy te has puesto las piernas", "de verdad, es que esos escotes te sientan de maravilla", "ese peinado te hace mucho más guapa", "¡Si yo tuviera tus piernas para ponerme esas faldas!", "Hoy vienes rompedora", y así en una coleccíón infinita de expresiones, salutaciones y comentarios que, solamente podrían incluirse en una catagoría común: el piropo.
Pero claro, si el comentario proviene de una mujer la cosa es distinta.
Ellas si pueden fijarse exclusivamente en los aspectos físicos de una mujer ignorando -pese a tener la posibilidad de conocerlos- sus valores intelectuales y no decirle "Hija, que bien has hecho ese informe" o "Chica, que bien se te da el aislamiento de las moleculas inestables dentro de un compuesto macrobiótico".
Las féminas sí tienen patente de corso para fijarse esclusivamente en lo externo, en lo físico, ya sea de hombres o de mujeres.
¿Por qué? Por lo de siempre. Porque no son hombres.
Y, por último está aquello de la educación. Puedo estar de acuerdo con que el piropo, en determinado rango, es una muestra de mala educación.
Pero me temo que si un pulcramente aseado gentleman se acercara a una mujer española en mitad de la calle, le tendiera su tarjeta y el dijera: "disculpe que la aborde en mitad de la vía pública de forma tan extemporanea. Pero, según pasaba, no he podido evitar percibir que álgunos de sus rasgos anatómicos resultarían perfectos, según mi gusto, claro está, para poder dedicarnos a las actividades amatorias, siempre y cuando, por supuesto, que usted tenga idéntica tendencia sexual y considere los míos de igual forma. Por lo demás, aunque no sienta ese impulso, aprovecho la ocasión para comunicarla que sus rasgos anatómicos más erógenos y evidentes, me parecen dignos de elogio, independientemente del resto de las cualidades internas, que no dudo atesora usted como persona y profesional", las feminsitas ultramontanas y desabridas seguirían estando en contra del piropo.
El pirópo puede ser muchas cosas y se podría seguir ad etenum argumentando y contra argumentando sobre lo que es y lo que significa. Pero lo que está claro es que es una forma de comunicación -arcaica, eso sí- y que toda forma de comunicación exige una reaccción. No por parte de un gobierno ni de una sociedad, no por parte de un constructo colectivo ni de una ideología. Sino por parte de un individuo.
Sólo recuerdo una vez en mi vida en la que alguien se refirió hacia mi como "negro" en tono despectivo y no corrí a poner una denuncia, no exigí a la sociedad que hiciera el vacío a ese individuo, simplemente conteste.
Lo hice porque había sido emitido un mensaje que demandaba, que exigía, por mi parte una respuesta: "por lo menos, en este país, yo tengo muchas más posibilidades de saber quién es mi padre que tú" -Arrogancia y soberbia adolescentes, de las cuales, en ocasiones solamente he perdido lo adolescente, lo reconozco-.
La única vez que he recibido un piropo callejero -o terracístico de verano, para ser exactos- de una mujer, me volví, identífiqué a la portadora de tan prosaica invitación y acabé perdiéndome la mítica semifinal España - Francia de la Eurocopa, el desesperante gol por debajo de las piernas de Arconada y toda la programación televisiva de ese día hasta altas horas de la madrugada.
La única vez que recuerdo haber dicho un piropo, luchando contra mi proceso de cocimiento etílico juvenil, acodado en la barra de un garito -sí, lo admito, yo era de los que se acodaba en su adolescencia en la barra para escrutar el paso de las chicas por el garito. Ya me frajelaré por macho patriarcal sexista cuando tenga tiempo.-, la fémina en cuestión me miró fijamente, se vino hacia mi y, cuando creía que me iba a bajar el nivel de alcohol en sangre de un sopapo inmerecido, pero contra el que no tenía defensa por aquelo de "manos blancas no ofenden", me plantó dos sonoros besos en las mejillas y me susurró al oído, venciendo al impacto sonoro de La Negra Flor de Radio: "qué lástima que estés borracho, que no me gustes y que tenga novio".
Creo que, en ocasiones, toadavía me sorprendo vagamente enamorado de aquella adolescente desconocida y de su reacción.
Pero, en cualquier caso, un piropo exige reacción. Si te hace gracia, sonríe. Si te disgusta, tira de frase monárquica y suelta un buen ¡¿Por qué no te callas?!, si te deja indiferente, permanece indiferente; si te enciende o te activa sexualmente, busca un sitio recóndito, discreto e íntimo. Todo acto comunicativo exige una respuesta. Seas hombre o mujer. Nadie tiene derecho a cercenar la comunicación para evitar la necesidad de responder a ella.
Pero eso nos arrojaría directamente en los brazos de Hermógenes Domingo y de los que defienden que el piropo depende de lo que se dice, quién lo dice, quién lo recibe, cómo se dice, cómo se percibe. Es decir, de todo lo que sirve y ha servido siempre para interpretar un hecho comunicativo.
Y eso no puede ser. Porque entonces no podremos anteponer siempre lo que quiere la mujer o su percepción del mundo a cualquier otro elemento. Porque eso haría necesario que se estudiara cada piropo por separado, haría que existiera la pérfida posibilidad de que una mujer hubiera malinterpretado las intenciones de un piropo y se hubiera sentido agredida o indignada sin motivo. Porque eso no permitiría que las féminas siempre tuvieran razón y que los piropos fueran todos un elemento residual del patriarcado que pone de manifiesto el machismo intrínseco -fijémonos en lo que significa el concepto intrínseco- de los hombres.
Porque eso nos arrastaría a la incomoda necesidad de valorar a cada individuo por sus circunstancias, por sus expresiones, por sus intenciones y no por su condición sexual y de género.
Eso nos dificultaría en extremo ser feministas combativas e intransigentes y tratar a los hombres como un todo pérfido y destructivo. Eso nos haría muy difícil tirar de "empower" y reclamar que se nos cediera graciosamente el poder porque cualquier acto y cualquier poder que detente una mujer es mejor, por el mero hecho de que es una mujer. Eso nos impediría, nos imposibilitaria, ser sexistas.
Y eso no podemos consentirlo ¿verdad?
Por si alguien, después de esta infinita parrafada, tiene dudas de a lo que me refiero:
¿Alguién puede explicarme la diferencia? A mi no me ofende esto ni, por supuesto, su contrario (en el caso de que lo hubieran emitido)


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