jueves, marzo 03, 2011

El poker a la China de la guerra libia

Mientras nosotros nos empeñamos en no dejar de parecernos a nosotros mismos, el mundo sigue cambiando y corremos el riesgo de no reconocerlo cuando nos volvamos a él, abandonados nuestros continuos recursos al victimismo feminista del 8 de marzo y el estancamiento histórico que algunos intentan imponer en Euskadi.
Y Estados Unidos también cambia. Pero cambia para volver a ser como era. Cambia para parecerse al recuerdo de sí mismo.
Muchos dirán que todo eso lo ha provocado o lo está provocando la revolución libia. Pero se equivocan. No es la sublevación de los libios la que está demostrándonos que el mundo cambia, ha cambiado y está por cambiar. Es la resistencia del dictador, otrora revolucionario amado y amante de su pueblo, la que nos está levantando las cartas de la nueva partida que se juega en este planeta.
Las revoluciones cambian a las gentes, pero son las guerras las que cambian el mundo. Así de civilizados somos.
Y lo que hay en Libia es una guerra, una guerra en toda regla. Una guerra con mayúsculas. Y las guerras obligan a tomar partido, a posicionarse, a defenderse o a atacar. No se pueden observar y esperar que pasen sin tocarte. No se pueden ignorar, eludir ni evitar. Si quieres seguir vivo hay que participar.
Por eso Estados Unidos vuelve a parecerse a si mismo y quiere participar. Y necesita participar. Necesita demostrar que está vivo. Moribundo, pero vivo. Agonizante pero no muerto.
Obama se olvida en esto del Yes, we can porque ya se ha demostrado que Estados Unidos puede pero no quiere.
Y la Secretaría de Defensa estadounidense deja claro que la metrópolis de la civilización atlántica ansía entrar en esta guerra, desea participar en esta guerra, se muere por tomar parte en ella y necesita formar parte del conflicto.
Algunos dirán que es por el petróleo. Y no les faltará razón. Otros dirán que es por acabar con un secular enemigo con el que los misiles teledirigidos no pudieron terminar en su momento. Y sólo estarán parcialmente equivocados.
Otros, los más ingenuos y estadounidenses de los miembros de la civilización atlántica, afirmarán que es por defender la democracia y la libertad. Esos se equivocarán de medio a medio.
Estados Unidos no podía permitirse intervenir en Egipto porque era un país aliado y necesitaba que siguiera siéndolo. Porque necesitaba -para defender a un estado que se gana cada día a pulso que nadie quiera defenderle- que Egipto no fuera democrático, no fuera libre. Pero no podía decirlo abiertamente.
El gobierno estadounidense no tenía nada que ganar ni que perder con el gobierno de Ben Alí en Túnez ni con el desgobierno posterior. Los estadounidense ni siquiera van de vacaciones a Túnez.
Pero en Libia hay una guerra. Y una guerra marca vencedores, marca vencidos. En una guerra la neutralidad no es el valor límite.
Puede que la nación que manda sobre Barack Obama haya superado en parte, pese al paro galopante y a la crisis económica,  su problema con el complejo militar industrial; puede que ya no tenga ínfulas imperialistas al estilo clásico, que denuncia, por activa y por pasiva, el visionario líder venezolano de la estampita mariana y la revolución bolivariana. Pero Estados Unidos, como cualquier otra nación o individuo, no puede renunciar a la vida, a la supervivencia.
Y la supervivencia, en el caso del centro neurálgico de la Civilización Occidental Atlántica, se resume en una palabra: poder.
Obama se ve obligado a dejar de parecerse a si mismo y amenazar con bloqueos aéreos, con intervenciones militares para derribar a Gadaffi y su impulso de resistencia mesiánica y asesina.
Es por el petróleo, porque es mejor gastar el petróleo de otros que el propio, pero eso no es supervivencia.
Es por el complejo militar industrial, porque es mejor tener a las buenas gentes de América -su América- fundiendo y ensamblando helicópteros de combate que revolucionados por las calles pidiendo -exigiendo, en su derecho- trabajo, pero eso no es supervivencia.
Es por la situación del mundo musulmán, porque es mejor tener como enemigo a un tirano pseudo comunista, visionario y personalista que a un conglomerado yihadista que percibe la mera existencia de Estados Unidos como un insulto a su malinterpretado dios. Pero eso no es supervivencia.
La nación que no hizo caso del Yes, we can pero no estuvo dispuesta a poner el esfuerzo para llevarlo a cabo no necesita que Gadaffí caiga, no necesita que los rebeldes triunfen. necesita que, ocurra lo que ocurra, ella esté en el bando vencedor.
Y no lo necesita por el petróleo, ni por el yihadismo, ni por el paro, ni por el complejo militar industrial. Y, por supuesto, no es por la democracia. Lo necesita por China.
Porque el petróleo libio es Chino, aunque Occidente no se haya enterado todavía. Porque no es el antiamericanismo de Gadaffi lo que le roba presencia en el magreb, es China. Porque la muerte de Estados Unidos es que los rebeldes triunfen con el apoyo de China -¿alguien se ha preguntado de donde han sacado las armas con las que se oponen a Gadaffi?- y no con el suyo.
Porque si los rebeldes no le deben la victoria al glorioso ejército de los Estados Unidos de América y a su exclusión aérea, se le deberán a China y a sus buques de guerra y aviones militares de fabricación rusa -¿por qué Rusia siempre aparece cuando las gónadas de estados Unidos están encima de la mesa?-.
Y eso demostrará que China es una potencia, que puede derribar a un dictador al que ni siquiera los misiles estadounidenses pudieron tumbar con toda su tecnología, su sexta flota -¿siempre me he preguntado donde están las otras otras cinco?- y su cuerpo de Marines -¡Semper Fi!-.
Y los países árabes podrían volverse al gigante asiático, que nunca hizo una cruzada. Y los dictadores del mundo podrían concederle prevendas al país del dragón a cambio de mantenerles en el poder. Y las multinacionales estarían dispuestas a ganar dinero con el gobierno mandarín, pasando por alto todo eso que es sagrado para la civilización atlántica, como es el libre mercado, la competencia, la propiedad privada y la democracia -por ese orden, no nos engañemos-.
Así que Estados Unidos necesita ser él el que pueda pasarle la factura de su libertad al pueblo libio y que no sean los chinos que, por cierto, no han tenido problema alguno en desplegar buques de guerra sin necesidad de pasar por el oneroso tráfico del Consejo de Seguridad de la ONU -¡zarandajas occidentales!-. Porque si no es así no será Estados Unidos quien tenga el poder para ayudar a cambiar las cosas. No podrá seguir vivo.
Mientras Europa habla de castigar la represión de Gadaffi, de tribunales penales internacionales, de democracia y de esperar acontecimientos, Estados Unidos se resiste a morir, usando los bloqueos aéreos, las amenazas y todo lo que el arsenal y el constructo colectivo occidental ha definido como síntoma de poder y China demuestra al mundo que puede con un sólo acto demostrar que por fin -sí, por fin- está viva.
De modo que Libia, no la revolución libia, sino la guerra en Libia, demuestra que China ha sido alumbrada, después de milenios de embarazo, para la historia de la humanidad, que Estados Unidos se resiste a morir y que Europa está muerta.
¡Bienvenidos al mundo de Orson Scott Card. Bienvenidos al siglo XXI!

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