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domingo, octubre 14, 2018

Las cuentas que no fallan o buscar balancear la ecuación para el futuro.

La matemática no falla, no suele hacerlo a menos que quien la use parta de principios erróneos o de paradigmas falsos.
Y me temo que eso es lo que esta pasando con las cuentas del ISIS.
Alguien pensó en su día que cada hombre armado que mataba del falso califato era una baja, un nombre desconocido que borrar de la lista o un número que restar de las cuentas.
Pero no lo era. La historia nos demuestra que nunca, en ningun caso en el que el fanatismo esté de por medio, ha sido así, que nunca lo será. Cada victoria de rebeldes, peshmergas kurdos o cualquiera de las milicias que habíamos mandado a pelear en nuestro nombre sobre el suelo de Siria solo sumaba nombres a la lista de ISIS.
Porque así funciona el fanatismo, porque así se radicaliza a los pueblos. Mata a un combatiente y su hermano o su hijo o su sobrino o su primo considerará injusta la muerte de su pariente y tomará su lugar para vengarla.
Cada bombardeo ruso o francés o británico o estadounidense parecía borrar cientos de combatientes de la faz de la Tierra, pero solo era la superfecie.
Escondidos bajo tierra, disfrazados de civiles supervivientes, autodeportados en pueblos y en aldeas remotas, esperaban, reclutaban, convencían a aquellos que habían perdido mucho o todo en cada bombardeo de quién era el enemigo.
Y ahora parece que los números fallaron porque se antoja que son los mismos números. Y seguramente lo sean. Pero, casi con toda seguridad, cada nombre desconocido, cada identidad ignorada, es diferente.
Así que no nos fallan las cuentas. Lo que falla es la operación que Occidente eligió para intentar calcular el resultado que deseaba de antemano.
Como los anitguos anusiyas de Xerjes, escondidos tras máscaras para parecer inmortales porque nadie notaba el cambio de los rostros, la fanática carne de cañon del falso califato parece la misma tras sus barbas, sus banderas, sus uniformes y sus nombres que a los occidentales nos parecen iguales, los mismos que creíamos que habíamos matado y derrotado.
Pero son diferentes, nuevas cabezas de una hidra a la que han dado alimento nuestras bombas. Son reclutas que nosotros y nuestra guerra hemos reclutado para ellos.
Quizás este fallo en las cuentas le demuestre al Occidente Atlantico por fin lo que ya sabe y se niega a recordar: el fanatismo no se vence con bombas, no se derrota con balas y con guerra.
Se elimina con esperanza, con justicia. Dando a las gentes que esos líderes, falsamente creyentes y solo ávidos de poder, usan como reclutas aquello que no tienen: un futuro, una vida, algo que perder.
Quizás así comprendamos al fin que la guerra contra ISIS y cualquier otro que quiera usar un dios o un fanatismo para obtener poder empieza por despejar de la ecuación a las teocracias absolutistas, los dictadores despóticos y los gobiernos militares que mantenmos en todo el mundo árabe en beneficio de nuestras corporaciones, para garantizar que nos llegue el petroleo, que las rutas del gas estén a salvo para nosotros y el dinero continue llegando a raudales a sus cuentas de resultados y a los dividendos de sus accionistas.
Lo sabemos, los gobiernos lo saben, los militares los saben, las empresas lo saben.
Pero a ver quien es el guapo que le dice al occidental atlántico de a pie que tiene que renunciar a mucho de lo que cree suyo para que los pueblos que son sus verdaderos propietarios puedan progresar y escapar del fanatismo que se ceba con ellos y con su desesperanza.
Me temo que, si esas son las cuentas, no queremos que salgan. No queremos que la ecuación jamás se balancee.

miércoles, julio 12, 2017

Mosul o la elección entre Xerjes y la paz para evitar el relato del tuerto

Hoy en día existe una legión -aunque sería más correcto decir una falange- de seguidores de 300, la película de Legendary que nos trasladó el relató mítico de la eterna batalla de las Thermópilas contada por Heródoto y vista a través de  los siglos por los ojos de Frank Miller.
Y hoy me parece apropiado recordar el final de esa película. ese instante en zoo out en el que descubres que todo es un relato engrandecido por un tuerto superviviente ante las huestes griegas apiñadas en las llanuras de Salamina preparadas para la batalla final.
¿Por qué hoy? Porque hoy ha caído o terminará de caer Mosul.
Y muchos dirán que se ha derrotado al falso califato que esconde su deseo de poder tras la sangre y el fanatismo de los desesperados. Que se ha acabado con su poder en Irak y que se le ha vencido.
Pero no. 
Depende de lo que hagamos con esa victoria militar que hoy no sea el comienzo de nuestra derrota ante ese mismo falso califato que ante lo inevitable no pone pies en polvorosa sino que ha decidido caer luchando estúpidamente en apariencia en una batalla que no puede ganar.
Y muchos verán solamente el fanatismo de los que combaten inútilmente y se dejarán engañar sin contemplar o sin querer hacerlo que esa derrota significa una sola palabra: Mitificación.
Es tan simple como con los archifamosos y musculados 300 de Legendary.
El Falso Califato ya ha enviado a miles de sus supervivientes tuertos a relatar esta derrota, a embellecerla, a contarla de tal manera que se obtenga una victoria de la misma; a llamar a la venganza, a la unidad contra los infieles, a restaurar el orgullo islámico...
Desde el principio, aquellos que mueven los hilos del fanatismo de los incultos y desesperados que componen las filas de sus huestes, que son su carne de cañón, sabían que esta fase territorial estaba destinada al fracaso, que ejércitos más poderosos terminarían por quitarles los territorios conquistados en Siria y en Irak.
Sabían que ellos no verían la victoria, que era cosa de generaciones. Son crueles, están sedientos de sangre y de poder, son psicópatas. Pero no son imbéciles.
Así que sencillamente han escenificado su derrota para convertirla en mito ante las miriadas de hombres y mujeres a los que llegarán sus mensajes póstumos, sus elegías, a través de Internet, de los susurros en las mezquitas radicales, de los sermones de los falsos clérigos que predican su mismo falso islam.
Y como con Leonidas y sus 300 conseguirán despertar a muchos que ahora están plácidamente en sus polis lejanas creyendo que nada tienen que ver con esto, a muchos que hayan perdido familiares o amigos en los bombardeos indiscriminados, en los excesos y las purgas del ejército iraquí ya denunciadas por Amnistía Internacional, en las limpiezas étnicas llevadas a cabo por los kurdos mientras reconquistan Iraq.
Que la derrota de Mosul sea de verdad una derrota depende de nosotros. De lo que hagamos con nuestra victoria.
Porque si Xerjes -o para ser más exactos, su general Hidartes- no hubiera arrasado Tespia, Lacedemonia y Lacreoncia después de su victoria y hubiera enviado mensajeros de paz con una oferta razonable es posible que los griegos no hubieran cogido sus lanzas y sus hoplos porque el mensaje de Dilios no hubiera calado tanto en sus corazones.
Pero el mensaje calará si nosotros nos comportamos en la victoria como los anusiyas, los inmortales de Xerjes, y arrasamos la tierra conquistada poniendo gobiernos títeres que permitan a nuestras multinacionales seguir drenando petroleo y gas de esas tierras sin que la riqueza revierta en sus habitantes; si volvemos a apoyar gobiernos falsamente democráticos para que tengan a su población controlada y miserable para que la nuestra pueda disfrutar de la prosperidad que reclama como un derecho inalienable que no tiene.
Porque nosotros no somos en esta historia, por mas que nos gustara, los heroicos griegos. Somos los persas. 
Y si seguimos sus pasos, la próxima generación, tendremos todo un ejército pertrechado y dispuesto a morir y a matarnos para vengar esta derrota que ya será un mito, después de décadas de escaramuzas sangrientas que nosotros percibiremos como atentados terroristas.
De nosotros depende que la caída de Mosul no transforme en un puñado de años o de generaciones todo el Occidente Atlántico en una batalla de Salamina que sí podemos perder.
Caída Mosul y derrotado bélicamente el Falso Califato, nos toca decidir entre victoria y paz. Y la paz pasa por la justicia que hasta ahora el Occidente Atlántico, sus gobernantes, sus intereses económicos y sus transnacionales les llevan negando durante generaciones a las gentes de esas tierras hasta el punto de lograr que un puñado de arribistas sedientos de poder les fanatizaran.
Pero me temo que elegiremos ser Xerjes. No hemos aprendido a ser otra cosa.

martes, agosto 02, 2016

Hay silencios que matan como las armas

Según para qué cosas me encantan los silencios.
Hay silencios intensos de esos que mantendrías todo el tiempo del mundo y silencios tranquilos de esos que persisten en la memoria más allá de los ruidos que acaban por matarlos.
Y luego hay otros silencios.
Silencios sorprendentes como el de aquellos que pese a estar siempre con Venezuela en la boca y la pluma, pese a hablar y escribir hasta la extenuación de un informe escrito para el gobierno bolivariano y criticarlo hasta la extenuación, ahora callan cuando nuestro Gobierno aprueba ventas de patrulleras y cañones por valor 10 millones de euros a ese régimen como callaron el año pasado cuando hizo lo mismo con armas y material antidisturbios por valor de otros 15 millones.
¿No contribuye ese material y esas armas más al sostenimiento del régimen de Maduro de lo que lo hiciera un informe de estrategia política al de Chávez en su momento?
Los autores de ese sorprendente silencio no contestan, solo callan.
Como callan aquellos que, después de hablar y perorar hasta que se les inflamaron las cuerdas vocales porque unos políticos salían hablando en una cadena financiada con dinero iraní o porque hacían visitas a la cuba castrista, ahora no dicen una palabra sobre los 14 millones de euros autorizados en armamento para su venta en Irán o en los 208.000 en material de visión nocturna para la policía cubana.
¿No sirven más las armas para mantener controlada la disidencia anti islámica que un programa de televisión en España?, ¿no apoya más el islamismo vender armas a un país que financia y arma a Hezbollah en Líbano y a otros grupos y grupúsculos violentos en todo el mundo árabe que hacer un debate político ante las cámaras en España?, ¿no es más útil un equipo de visión nocturna para controlar a los balseros y reprimir la disidencia que una visita organizada por el malecón de La Habana?
Sigue sorprendiendo que no haya respuesta. Sigue sorprendiendo el silencio.
Hay silencios sospechosos. Como el de esos que, tras escribir, vomitar y escupir todo tipo de diatribas contra el Islam y contra la perfidia de esa religión y de los que la aplican a sangre y fuego, permanecen en un silencio trapense cuando este gobierno, nuestro gobierno, el gobierno al que ellos votan una y otra vez, autoriza la venta de material militar este año a Arabia Saudí por valor de 533 millones de euros, después de que el año pasado lo hiciera por 557 millones, incluyendo también material policial.
¿No contribuye ese material a una intervención militar en Yemen tan ilegal como la proclamación del Falso Califato, puesto que también ha sido rechazada por Naciones Unidas?
¿No sirve ese material policial para detener a personas que luego son lapidadas por adúlteras, flageladas por infieles, amputadas por ladrones o colgadas por el cuello hasta morir por ser homosexuales?
Pero no contestan, siguen sospechosamente callados.
Y el mapa de los silencios aumenta y se extiende como puede verse aquí

Hay silencios reiterados que se mantienen a despecho de la más elemental coherencia ideológica cuando se contemplan los 162 millones en ventas de armamento autorizados a Omán en 2015 o los 158 de este año, los 289 a Qatar, los 12 a Emiratos Árabes Unidos o el millón a Kuwait y Bahrein, países todos ellos en los que, al menos parcialmente, rige la Sharia y en los que se obliga a las mujeres a ir veladas, se persigue o dificulta otros cultos que no sean el islam y todas esas barbaries contra las que sí se grita cuando son practicadas por los locos furiosos del poder y la sangre escudados en su falsa interpretación de la religión.
¿No son esos regímenes tan totalitarios, medievales y bárbaros como el ISIS?, ¿No hay que clamar y señalar a quienes les ayudan?
Los que deberían responder continúan en su silencio persistente y mantenido.
Hay silencios preocupantes. Como el de aquellos que van a pasearse y hacer discursos por calles y avenidas extranjeras, denunciando la falta de democracia y afirmando que las dictaduras no tienen cabida en un mundo democrático, y ahora callan cuando el gobierno español con el que ellos o aquellos a los que entregan su sufragio quieren gobernar, autoriza ventas de armas por valor 106 millones a Egipto o de 170 a Turquía, regímenes que o son dictatoriales o son falsas democracias en las que la represión civil es un hecho consumado, denunciado y constatado por organismos internacionales públicos y privados.
¿No debería negarse el apoyo militar a esos regímenes por el hecho de no ser democráticos como se pide con otros?
El silencio seguirá siendo la respuesta.
Y lo mismo con los 12 millones autorizados en armas para Rusia, con Chechenia, Osetia y Crimea incluidas; los 18 millones a China, con el Tibet y su secular represión incluidas, los 4 a Tailandia con la oposición entrando y saliendo de la cárcel un día sí y otro también, los 85 a Irak, con una guerra civil entre las distintas facciones religiosas y los continuos y misteriosos ataques y robos de los arsenales militares...
Si se es civilizado, demócrata, garantista, respetuoso de los derechos humanos y defensor de los principios occidentales ¿no se debe estar en contra de todos aquellos que van en contra de ellos?, ¿no se debe gritar y escribir contra aquellos que autorizan que se venda armamento un año tras otro a los que se pasan esos principios por el arco del triunfo?
Claro que también, por incoherente desgracia, hay silencios culpables.

jueves, mayo 21, 2015

La arrogancia y el peor califato de todos los posibles

Cuando miramos hacia fuera, al extranjero, vemos una Europa desvencijada, enfrentada y temerosa, si miramos más allá vemos Rusia. Y si miramos aún más lejos vemos El Califato.
Puede que aún estén los nombres de los países y de sus gobernantes, puede que no sean un gobierno asentado ni una fuerza estable de poder pero, si nos paramos a pensarlo, son lo único que se presenta como un todo en el oriente que esta más de cerca de nosotros. 
Ese que está antes de China, que es lo otro que vemos a lo lejos y que es otro asunto que también nos empeñamos en ignorar.
Aunque la mercadotecnia informativa y política se empeñe en llamarlos ISIS o EI para evitar que la población occidental atlántica deje de percibirlos como un grupo terrorista, dominan provincias enteras, tienen un gobierno y un califa, amplían su poder expandiéndose territorialmente, comercian -ilegalmente, pero comercian- con sus recursos. Vamos, que no tiene sentido negar que se han convertido en un Estado en toda regla.
Y explicar la realidad no es justificarla. Queda dicho para los que no lo tengan claro.
Pero como nosotros no queremos mancharnos de nuestra propia sangre en el intento de sobrevivir al Califato seguimos con la cabeza metida dentro de nuestro agujero de avestruz fingiendo que son un grupo terrorista, una tribu díscola, un puñado de rebeldes extremistas religioso o la etiqueta que queramos colgarlos.
Y cometemos el error de tratarlos y combatirlos como tales. Armamos a los kurdos, a las milicias chiitas iraquíes, al dictador El Asad, a los reyes absolutos del Golfo Pérsico, a la dictadura militar egipcia, a todo el que pueda encontrarse en el camino que se extiende entre ellos y nosotros.
Y eso nos matará. Eso será nuestro final. Porque, aunque parezca una redundancia. El Califato es el principio de algo que no acabará hasta que termine. El final del Califato sera el Califato.
La historia nos demuestra que esos procesos acaban con un gobierno unitario, basado en la fuerza o en la ley, en el terror o en el consenso, en la invasión o en las alianzas, pero un gobierno unitario.
Y nosotros, ciegos a la historia y pendientes solo de mantener nuestros intereses, no sabemos o no queremos verlo. Estamos armando a los primos de El Califato para enfrentarse a sus parientes, estamos adiestrando a los hermanos pródigos que pelean contra ellos por la herencia.
Hasta el último de los soldados de El Asad, de los guerrilleros kurdos, de los milicianos iraquíes o los militares cairotas está mucho más cerca ideológica, étnica y religiosamente de El Califato que de nosotros.
Adoptamos la misma solución que Roma con las tribus bárbaras, que el zar de todas las Rusias con las facciones revolucionarias, que el imperio español con los virreinatos, sin darnos cuentas de que todas ellas fallaron.
¿Qué pasará si los primos dejan de pelearse por sus asuntos de familia y se ponen de acuerdo?, ¿qué pasará si los hermanos dejan de pelearse por la herencia y deciden repartírsela? o, para ser más exactos, ¿qué pasará cuando eso ocurra? Porque ocurrirá.
Los nuevos aliados de El Califato estarán armados, entrenados y mantenidos por nosotros y de repente los tendremos en nuestra contra.
Estamos jugando con la carta de que nunca aparecerá en esas tierras un líder que sepa ser lo suficientemente inteligente como para hallar la forma de sumar a sus enemigos ancestrales a sus filas, de ser un verdadero Califa del Islam, que no surgirá nadie que pueda hacer entrar en razón a los primos ni reconciliar a los hermanos. Pero lo habrá.
Genserico, Isabel y Fernando, Cochise, Garibaldi, Bismark, Lenin y Saladino, sobre todo Saladino, lo demuestran.
Más nos valiera buscar una unidad árabe en contra de este Califato para que el resultante se basara en otros principios en lugar de armar a diestro y siniestro a sus ahora enemigos y futuros aliados.
La historia nos muestra que, con el correr del tiempo, tendremos Califato Nuestra arrogancia ignorante y nuestra ceguera indolente nos están condenando a tener el peor de los posibles.

sábado, septiembre 27, 2014

Nuestros enemigos nos sacan los colores

Sería bochornoso si no fuera lógico, tristemente lógico.
Pero a este Occidente Atlántico nuestro apenas le importa la lógica y por eso cae en el bochorno.
El bochorno de ver como un reino autoritario que encarcela a los jóvenes por besarse en público y una teocracia arcaica que lapida a los homosexuales, los adúlteros y esconde a sus mujeres por el temor de que sus hombres no hayan sobrepasado el estadio de primates neardenthales hormonados, nos enmienden la plana en el nuevo dolor de cabeza que nos ha surgido allá en el oriente árabe y musulmán.
Después de una semana de discursos en la Asamblea General de la ONU hay dos países, solamente dos, que dan soluciones plausibles y lógicas a ese califato yihadista que se extiende como la espuma, como el hambre, como la locura.
Y no son los Estados Unidos de América con sus bombardeos repetidos, no es el Reino Unido con su alianza acérrima con aquellos que otrora fueran sus colonias. No es la Europa continental que arma y rearma a los enemigos de sus enemigos en la vana esperanza de que eso les convierta en sus amigos. Ni siquiera es la Rusia que mira a otro lado mientras compra y vende a través de Turquía el petroleo que da dinero a este nuevo yihadismo organizado y financiado.
Solo dos países dicen y hacen lo que se supone que se tiene que decir y se tiene que hacer: Marruecos e Irán. 
Sería bochornoso si no fuera increíble.
Y antes de que nosotros, con nuestros ternos perfectos, con nuestra música moderna, con nuestro pelo suelto al viento y sin velo, nos indignemos, empecemos a echar pestes por la boca y comencemos a practicar ese juego que tanto nos gusta del "y tú más" que consiste en tapar nuestras carencias con las de aquellos que nos las echan en cara, por una vez, solo por una vez, nos convendría pararnos y mirar y tranquilizarnos y escuchar.
Sí, eso que nos cuesta la vida hacer a todos. 
Europa se lanza a la caza policial del yihadista. Se arroja al camino de la prohibición. No se conceden visados para salir rumbo a esos países, se detiene a todo aquel que apoya al Estado Islámico, se busca a cualquiera que viva en sus suburbios y quiera alistarse. 
Se sigue y se persigue en una solución policial que no le sirvió al comunismo del Telón de Acero, que no resultó útil al fascismo recalcitrante de los años treinta y cuarenta del pasado siglo, que ni siquiera le valió al mejor rey que ha tenido España -que tuvo la mala suerte de ser francés- para detener a los insurgentes del Dos de Mayo.
Nuestras fronteras son permeables y los yihadistas irán donde quieran ir; nuestro suburbios son un mundo en el que no sabemos movernos porque los desconocemos, porque no nos acercamos a ellos como nadie se acerca al cubo de la basura si no es para tirar algo y los reclutadores sembrarán sus semillas de odio y recogerán en ellos sus cosechas de sangre. Y la resolución de los enloquecidos yihadistas es tal que llegarán a Irak, a Siria o a donde su locura les envíe a matar y a morir
¿Y qué hace Marruecos?, ¿qué hace una monarquía absoluta que detiene a sus adolescentes por amarse, que exige lealtad absoluta e incondicional a su monarca casi como si fuera divino?
Detiene a los cabecillas y los reclutadores, sí; persigue las células y los grupos organizados, sí. Pero luego desciende a los suburbios, acude a las mesnadas de las que se alimenta El Nuevo Califato. 
Quizás porque desde Rabat a Marrakech todo Marruecos es un suburbio, quizás porque sus curtidores, sus pescadores, sus agricultores y sus tenderos son esas mesnadas y, al contrario que el Occidente Atlántico, sabe no puede sobrevivir sin ellos.
Así que acude a esos barrios y hace política. Abre fábricas para darles trabajo, requisa edificios privados para abrir escuelas, coloca a sus escasos médicos en esos barrios, invierte en esas zonas.
Hace lo que nosotros nos negamos a hacer, ni siquiera a plantearnos, parapetados bajo el sentimiento de superioridad que nos proporcionan nuestras libertades, nuestros avances tecnológicos y nuestros instintos básicos disfrazados de otra cosa.
Ataca al yihadismo en su raíz. En la miseria, en la falta de expectativas, en la pobreza que hace que cualquier promesa sea escuchada, que cualquier venganza sea aplaudida, que cualquier guerra sea aceptada.
Y ahora podemos empezar con los "sí pero" que tanto nos gustan. Sí, pero Marruecos no deja libertad religiosa; Sí, pero Mohamed VI exhibe a sus esposas como trofeos decorativos; Sí, pero juzga a adolescentes por besarse en público.
En el tercer "sí, pero" nos daremos cuenta de que son irrelevantes, de que son basura banal y sin sentido. 
En esto hace lo que tiene que hacer y nosotros no. 
Pese a que deberíamos devolverles todos los beneficios que sacamos del comercio de su crudo o sus fosfatos a través de nuestras transnacionales, no lo hacemos; pese a que deberíamos reinvertir en ellos al menos una parte de lo que obtiene el Occidente Atlántico de su miseria medieval, no lo hacemos.
Punto, juego, set y partido para Rabat.
Y lo de Irán es todavía más bochornoso, más dantesco, más absurdo. 
Que un tipo con un turbante blanco y una chilaba de hace ocho siglos nos pueda sacar los colores tendría que ser mucho más bochornoso.
El líder de un estado teocrático arcaico y cruel se sienta ante un perfectamente trajeado entrevistador occidental y nos dice lo que tiene que decir, lo que alguno de nuestros líderes debería haber dicho el primer día: "la forma de combatir el terrorismo, señor, no es para nosotros crear otro grupo terrorista para enfrentarse al grupo terrorista que ya existe. Esta es la serie de errores que han unido los eslabones de la cadena que nos ha llevado de donde estábamos antes a donde estamos ahora. Debemos aceptar las realidades: no podemos organizar grupos armados para alcanzar nuestros objetivos".
Y ahora es el momento de que se nos caiga la cara de vergüenza. 
Un individuo que es capaz de observar como se lapida a los homosexuales y a los adúlteros sin pestañear, que decide que el mundo se ha detenido en el siglo VI de la era cristiana, es mucho más consciente de la realidad que todos nosotros juntos.
Podemos tirar de pelo al viento, de IPhone, de Orgullo Gay y de democracia y libertad para sentirnos superiores, para evitar el rubor en nuestras mejillas occidentales, pero nada de eso cambiará la realidad: Armamos a los kurdos, armamos a El Asad, armamos a Israel, armamos a todos aquellos que creemos que pueden luchar y morir para conseguir nuestros objetivos sin que nuestros buenos chicos occidentales tengan que ir a morir a esas lejanas tierras. Les dejamos operar más allá de toda ley, de todo control, de cualquier mínima regla de compromiso con tal de que nuestro enemigo caiga.
Algo que no sirvió a Eduardo I en Escocia, que no sirvió a Napoleón en España, que no sirvió a los nazis en Italia, que no sirvió al telón soviético en Checoslovaquia, Polonia o Yugoslavia y que no sirvió al Occidente Atlántico en Vietnam, Corea, Afganistán, Irak, Venezuela, Cuba o Chile.
Puede que el Ayatolah en cuestión sea un capullo medieval, cruel y teocrático pero dice lo que se tiene que decir, piensa como se tiene que pensar y ni Hezbollah, ni sus lapidaciones, ni Hamas, ni sus ahorcamientos son relevantes a la hora de tener en cuenta sus palabras con respecto al Califato Yihadista.
Teherán nos ha metido un gol de oro de penalti en el último minuto de la prorroga.
Y ahora podemos refugiarnos en nuestro juego de sacar a relucir todas las vergüenzas -que son muchas- de Rabat y Teherán para no tener en cuenta sus acciones y sus palabras con respecto al Estado Islámico, Califato o como queramos bautizarlo.
O podemos hacer gala de esa inteligencia y lógica que tanto decimos poseer y valorar y hacer y decir lo que tenemos que hacer y decir.
A lo mejor soy demasiado negro o demasiado rojo para el gusto occidental pero no pienso quitarle la razón a alguien que la tiene. Aunque ese alguien sea mi enemigo.

viernes, septiembre 05, 2014

El Estado Islámico y el error repetido del califa.

Tendemos a creer que nuestra necesidad de pausa veraniega se aplica al mundo en general y cuando volvemos de la misma nos damos cuenta de que no, de que el mundo, ajeno a nuestros ritmos occidentales atlánticos, no ha descansado en verano.
Unas vacaciones de verano las han bastado a los hijos y herederos de la ira fanática y furiosa para crear un estado, para hacerse con el control de algo que parecía incontrolable, Para fundar en medio de Irak, ese país que las potencias occidentales no lograron controlar, algo que se ha dado en llamar Estado Islámico.
Por supuesto no es un estado ni es islámico pero eso da igual. Si algo han aprendido de nosotros es que el nombre es importante pero la ideología es irrelevante, es una excusa, un escudo, pero completamente irrelevante.
El Estado Islámico, como tantas otras cosas que ahora pueblan nuestras pesadillas internacionales, como tantos otros horrores que avanzan hacia las cada vez más decadentes fronteras de lo nuestro, es una creación nuestra. Es producto de lo que somos y de lo que nuestra hegemonía la ha hecho ser al mundo.
Lo es por tantos motivos que resultaría imposible listarlos todos. Lo es porque nuestro sistema económico ha potenciado la tiranía, la incultura, la falta de desarrollo de zonas inmensas del planeta para poder beneficiarse de sus recursos, lo es porque nos hemos llenado la boca de democracia y derechos de fronteras para adentro y hemos obviado esos conceptos de puertas para afuera, lo es porque mientras nosotros crecíamos falsamente en riqueza, amparados en burbujas de todo tipo y deuda apalancada, creábamos el campo de cultivo de miseria y desesperación para que cualquier loco con una profecía medieval en la mano se hiciera con las almas, los cuerpos y la sangre de millones de desesperados a los que casi no les hemos dejado nada que perder.
Y el Estado Islámico, el primer país yihadista de la historia, es resultado de todo eso. Es el producto elevado a la máxima potencia de todos nuestros errores.
Quizás por ello han logrado controlar en unas vacaciones un país que el glorioso cuerpo de Marines -¡Uhhh, Ahhh!- no logró controlar por más que lo intentó, que los gobiernos títeres que dejaron tras su marcha ni siquiera intentaron controlar.
Es posible que sea por los errores pasados por los que surge y se afianza en Irak el Estado Islámico, pero lo que está claro es que se mantendrá, se afianzará y se convertirá en un inmenso furúnculo del que la humanidad no podrá deshacerse.
Y estamos volviendo a cometerlos.
Contra el Sha de Persia, la antigua URSS armó a los ayatolas iranís, contra los ayatolas iranís, Estados Unidos armo a Sadam Hussein, contra los comandos soviéticos, occidente armó a los muyahidines afganos y a Bin Laden, contra los Hermanos Musulmanes en Egipto, ese Occidente atlántico que se niega a analizar sus errores y vuelve a cometerlos arma y rearma al ejército golpista, contra los chiitas sirios, Occidente armó a la tribu alauita,contra Al Qaeda facilita todo tipo de armamento a los monarcas absolutos del Golfo Pérsico.
Y ahora, en la enésima repetición del mismo error, del error que ya llevó a la extinción y a la derrota a la orgullosa Roma, al arrogante Imperio Español y al petulante Imperio Británico, decidimos hacer lo mismo que no ha funcionado nunca.
Decidimos buscar al enemigo ancestral, al rival histórico y armarle. En una acción ya mil veces fallida, cargamos de armas, equipamiento y entrenamiento a los Peshmerga kurdos.
Los peshmerga es posible que consigan pararlos, que se enfrenten a ellos y los rechacen y hasta los diezmen. Es posible que nos sirvan para parar ahora a lo que absurdamente, algunos medios definen como el Califato.
Pero el error se reproducirá porque el principal enemigo de los Peshmerga no es el Estado Islámico. Somos nosotros.
Porque nosotros hemos permitido que durante siglos los gobiernos sirio, turco e iraquí les dejen sin tierra y sin estado. Porque llevan varias generaciones luchando contra esos gobiernos que, de un modo o de otro, de un bloque o de otro cuando los bloques existían, siempre han sido regímenes títeres de los intereses occidentales.
Armamos a los enemigos que nos buscamos con nuestra arrogancia y nuestra indolencia para que se enfrenten entre ellos, para que nos dejen en paz, para que se destrocen unos a otros.
Y eso nunca funciona. No funciona desde Juliano, el Apóstata.
Pero no sabemos recurrir a la paciencia y a la historia. No sabemos dejar correr el tiempo y trabajar con visión de futuro. 
No sabemos o no queremos eliminar de todas esas zonas los factores que dan poder y repercusión a todos los locos fanáticos de todas las tendencias y les convierten en reclutadores efectivos.
No sabemos eliminar la miseria, dejar de potenciar la injusticia, abandonar nuestros hábitos liberal capitalistas de anteponer nuestro beneficio económico al futuro de todos esos pueblos y personas que terminan siendo carne de cañón para los locos de la sangre y el poder que utilizan la fe o la ideología como excusa.
Bueno, sí sabemos, pero no queremos hacerlo. Supondría renunciar a demasiado y esperar demasiado tiempo. Algo que nuestro Occidente Atlántico nunca nos ha enseñado a hacer.
Así que armamos a los peshmerga contra el Califato.
E ignoramos la peligrosa ironía de advertencia de que el único califa reconocido por todos los musulmanes a lo largo de la historia y que derrotó a Occidente sin paliativos tenía el impronunciable Al-Nāsir Ṣalāḥ ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb y por eso se le conoce por otro nombre que le puso su tribu originaria.
Olvidamos que el califa Saladino era un peshmerga y era kurdo.

miércoles, enero 25, 2012

Wuterich & Auditores Inc. abre a la baja en el mercado financiero de la vida humana

Como los mercados andan en situación de soponcio permanente y parece que las autoridades económicas no son capaces de apartarlos de los sobresaltos constantes que están a punto de llevarnos a nosotros a urgencias -por desnutrición, claro está- parece que las autoridades militares estadounidenses han decidido tomar cartas en el asunto.
No es algo normal en un país en el que los militares son listos y no dejan ver que están por encima del poder, más allá de la ley y en el centro mismo de la economía, pero parece que la situación es tan grave que han decidido intervenir.
Y su idea ha sido abrir un nuevo mercado. Uno que permanezca estable y que contribuya a tranquilizar a los otros. Uno que no dispare la inflación y en el que la especulación, aunque inevitable, se mantenga dentro de los límites razonables.
La Auditoría Militar de Los Estados Unidos de América, con sede en Maryland, Virginia, ha inaugurado con éxito el mercado de vidas civiles. Un mercado por supuesto internacional en el que todos están invitados a participar.
Y para demostrar que es un mercado diferente, un mercado estable, han permitido que abra a la baja. La vida humana se cotiza a cero y bajando con un vencimiento aproximado de tres días.
¿De dónde sale esta cifra? Muy sencillo. Es el resultado de dividir las 25 personas que murieron en un ataque de furia de las Corps de Marines en Irak por entre los días de condena que le han impuesto al único encausado por tal masacre. Tres meses de condena por 25 personas muertas. Aproximadamente tres días y pico por cada una.
Ciertamente el mercado de vidas ha abierto a la baja.
Ya se barruntaba algo así con los experimentos anteriores. La Compañía de Marines miccionadores, primera entidad militar en cotizar en este nuevo mercado, anticipaba algo por el estilo. Que les acusaran de conducta impropia y simplemente se les condene a un par de meses de reclusión y a la licenciatura con deshonor por orinarse en el rostro de unos afganos muertos no era una señal muy halagüeña para la apertura del mercado de vidas militar en Estados Unidos.
Pero lo de la sentencia al sargento  del Marine Corps Frank Wuterich ha hecho desmoronarse la cotización a límites que no se veían desde la Gran Depresión. 25 muertos, tres meses es una correlación que pocas civilizaciones pueden ni siquiera entender.
Pero no es que los auditores militares estadunidenses no hayan encontrado pruebas de lo ocurrido, no es que solamente se le pueda acusar de negación de auxilio o de no impedir la matanza que otros perpetraron. Es que han hecho un trato. Así de sencillo.
Ellos saben que al chaval, de 31 años, 24 cuando ocurrieron los hechos -¿alguien me puede explicar cómo es posible que un sargento tenga 24 años y se le envía a liderar hombres a la guerra?-, ordenó que se matara sistemáticamente a toda persona que se encontrara en la aldea iraquí de Thaer Thabet al-Hadithi después de que una bomba colocada en la carretera hiciera saltar por los aires el primer coche del convoy que comandaba y matara al conductor.
Ellos saben que el mismo sacó a un taxista a dos adolescentes de un coche y les descerrajó dos tiros a cada uno en la cabeza mientras sus hombres, siguiendo sus órdenes, entraban en las casas y ametrallaban a todo el que se encontraban por delante.
No es que ignoren que entre ellos diez mujeres y niños. No es que importen más que los hombres, pero en estos casos parece que es más grave, que son más civiles. Como si a un varón no se le concediera nunca del todo la condición de no combatiente. Como si no se la hubieran ganado con creces a lo largo de los siglos.
No es que no hayan visto la cinta que grabó un habitante de la aldea escondido en una azotea que logró escapar de la carnicería en la que se ve al sargento de marras animar a sus hombres a que, así, sin preguntar, sin ninguna demora, arrojaran granadas de fragmentación por las ventanas y las puertas de las casas antes de entrar en ellas.
No es que desconozcan que hasta los propios soldados que acabaron con esas vidas supieran que estaba mal lo que estaban haciendo hasta el punto de que se inventaron un ataque de insurgentes posterior a la explosión para justificar los cadáveres que fue reflejado en la prensa de entonces y en el parte militar de bajas, más o menos así.
"Un soldado del Marine Corps de EE UU y 15 civiles perdieron la vida ayer por la explosión de una bomba en una carretera en Haditha. Inmediatamente después de la explosión, hombres armados atacaron el convoy con armas de fuego. Soldados del ejército iraquí y los marines respondieron a los disparos, matando a ocho insurgentes e hiriendo a otro".
Los auditores militares saben que ocurrió todo eso y no se preocupan por negarlo pero como no se le puede joder la vida al chaval, han decidido que todo eso no constituye un delito de homicidio. Ni siquiera sacar de un taxi a un ser humano -a tres en este caso- y dispararle en la cabeza es un homicidio.
Es algo vagamente llamado negligencia en el deber, pero no es homicidio. Ni por supuesto asesinato, masacre, matanza o ejecución ilegal. ¡Hasta ahí podíamos llegar!
No sé si es que se ha inventado una nueva figura penal que se debería bautizar como iraquicidio o islamicidido o civilicidio o xenocidio -¡anda, esa ya existe, de nuevo el mítico Orsond Scott Card nos lleva la delantera!- que no deba penarse porque esas muertes no importan a nadie, pero el caso es que si matar a 25 personas no es un homicidio porque se produce en Irak, si hacer saltar un coche por los aires con su ocupante dentro no es un acto de terrorismo porque ocurre en una avenida de Teherán, entonces el nuevo mercado financiero de las vidas humanas va a seguir a la baja.
Y no vamos a poder pararlo. No vamos a poder hacerlo repuntar.
Los locos fanáticos de la yihad se encogerán de hombres cuando una de sus bombas haga saltar por los aires a otros diez, veinte, cien, o tres mil estadounidenses, españoles, ingleses o franceses y dirán que el occidentalicidio no es homicidio, los que utilizan la fuerza y la violencia para defender cualquier punto de vista -razonable o no- impondrán el mismo criterio cuando hagan volar un autobús y dirán que el civilicidio no es homicidio, cuando ametrallen un cuartel de una fuerza de ocupación y dirán que el xenocidio no es homicidio.
La Auditoria Militar estadounidense ha abierto un mercado con su arreglo con el sargento Wuterich por el cual no podemos echarle nada en cara a las lapidaciones iraníes, a los asesinatos represivos sirios, a los escuadrones cívicos y sus acuchillamientos en la noche de Chávez en Venezuela, a las ejecuciones sumaria iraquíes, a los asesinatos nada selectivos israelíes -bueno, a esos poco les echamos ya en cara-, a las limpiezas étnicas birmanas, a los asesinatos religiosos en Nigeria, a las ejecuciones sumarias en China, a las muertes de disidentes en Cuba, a las matanzas secretas  y públicas de los cárteles en México.
Porque en este nuevo mercado de vidas que cotizan a tres días y pico de vencimiento el "otrocidio" no se pena, no se castiga. Y nosotros, aunque nos creamos el centro del universo en expansión, siempre seremos "los otros" para aquellos a los que nosotros tratamos de igual forma..
Alguien me dijo ayer sin ir más lejos que ya no hay ética en el mundo y yo le dije que se equivocaba de medio a medio. Se lo dije y lo mantengo.
La ética está ahí y es solamente nuestra renuncia a ella lo que hace que no se aplique. No podemos esperar que la ética se personalice en una bella figura de corte heleno con túnica, como la justicia, la victoria o la venganza clásicas, y nos obligue a respetar su imperio.
Ya está ahí. Ha estado siempre. Por eso los heroicos componentes del Primer Batallón de Marines destinado en Irak -¡Semper Fi!- fingió un ataque insurgente, porque sabían que lo que acaban de hacer atentaba contra cualquier ética conocida o por conocer; por eso la Auditoria Militar de Los Estados Unidos de América se ha inventado un rocambole judicial para no fusilar al sargento de marras, porque sabe que lo que hizo es una locura, es una falla ética de las dimensiones de la de San Andrés, por eso los locos furiosos se inventan explicaciones divinas e interpretaciones proféticas, porque saben que lo que hacen no responde a ética ninguna.
La ética está ahí. Pero nosotros la dejamos descansar.
Ella no se ha esfumado. Somos nosotros los que hemos desaparecido. Es el Género Humano el que se difumina sin prisa pero sin pausa. Somos nosotros, todos nosotros, los que hemos encerrado a la ética en lo más profundo de nuestros endurecidos y cada vez más inservibles corazones, custodiada por un regimiento de nuestros egoísmos y una brigada especial de nuestros miedos, y hemos tirado la llave a la más profunda de las simas marinas que hemos encontrado.
Porque todo parte y surge de nosotros. De la decisión que tomamos cuando decidimos que todo valía. Esto no viene del complejo militar industrial estadounidenses, de la furiosa regresión a la barbarie que supone toda guerra, del imperialismo yanqui, ni de la insensibilidad militar. Viene de una sola cosa, de una sola decisión que nos caracteriza como civilización: la objetivación del otro.
Este mercado se abrió cuando decidimos que se puede entender y tratar al "otro" como un objeto. Y eso fue hace mucho tiempo.
Empezó cuando decidimos que se podía utilizar un embazado y un bebé como una herramienta de curación para nosotros mismos, cuando decidimos que nuestros vástagos tenían que ser usadas como extensiones de nuestros sueños y curaciones de nuestras frustraciones, cuando aceptamos usar a otros y otras, encontrados en la barra de un bar en la pista de una discoteca, como un objeto para cubrir nuestras necesidades de placer, cuando decidimos usar a otros,  en nuestra oficina, en nuestro despacho o en nuestro centro de trabajo, para afirmar nuestras necesidades de poder o de relevancia, cuando decidimos, en definitiva, que como nosotros éramos el centro del universo, nosotros éramos la única persona que importaba y por tanto los otros no eran considerados ni siquiera personas. Eran simplemente "los otros".
Y ahora ese mercado ha puesto a cotizar a la muerte.
Y eso nos asusta, nos contrae. Pero no hay ni una sola diferencia entre lo que llevó al ya soldado -porque le han degradado, eso sí- Wuterich a descerrajar dos tiros en la cabeza de un taxista iraquí que pasaba por ahí para intentar apagar la ira que la muerte de su compañero le había causado y cada una de las cosas que nosotros hacemos para lograr apagar nuestros miedos, nuestras frustraciones, nuestros calentones o nuestras pasiones.
Los otros son objetos. Por eso usarlos no es delito -ya sea en Irak o en La Posada de Las Ánimas -algún día os hablaré de ese peculiar garito-, Por eso ignorarlos no es pecado -ya sea en África o a la vuelta de la esquina-. Por eso matarlos no es un homicidio.
Una vez más el espejo del horror nos devuelve nuestro propio rostro mientras la ética sigue llamando insistente y no escuchada a nuestra puerta. Si no se la abrimos para lo pequeño, para lo cotidiano, ya nunca podremos exigir a nadie que se la abra para lo esencial.
Aunque nos joda, la responsabilidad de contener el desplome del mercado de la vida humana vuelve a ser nuestra.
PD
Un matiz: He podido escribir todo el post si llamar asesino ni homicida a Wuterich porque legalmente no lo es. Y el que tenga oídos para oír que oiga.

lunes, septiembre 12, 2011

Rusia, El Asad y China nos registran en Meetic

Siempre llega un momento en que las lecciones de historia tienen que recurrir al término Nuevo Orden Mundial.
Si la civilización occidental atlántica dura lo suficiente como para que estos años se estudien en nuestros libros de historia, es seguro que sobre estas fechas alguien hará una reflexión del Nuevo Orden Mundial surgido tras el enésimo e ineludible derrumbe del sistema económico neo liberal, la crisis europea y el colapso estadounidense.
Pero, pese a la grandilocuencia del término, los síntomas de los nuevos ordenes mundiales no han sido grandes hechos.
Puede que se hable de la Conferencia de Yalta, de Los Estados Generales de Francia, de la caída del muro de Berlín. Puede que esos sean los hitos reales que marcaron el nacimiento de esos nuevos órdenes, pero la existencia de los mismos no se experimentó en esos momentos. La transformación de roles que supusieron esos cambios de orden no se vislumbraron en esas instantáneas históricas.
Es lo pequeño, lo que podría llegar a ser insignificante, lo que marca en la cotidianeidad el cambio de órdenes, el Nuevo Orden Mundial. Es un campesino llegando a la ciudad sin una cédula de su conde, es un soldado estadounidense peleándose en una taberna alemana, es la puerta de un McDonals abriéndose en Moscú.
Es la percepción -y por una vez la percepción sí es un baremo adecuado- de lo que debería ser grandioso como pequeño, de que lo que debería ser ínfimo como importante, de lo que era grande como minúsculo y a la inversa.
Y sobre todo es la incapacidad de aquellos que han perdido roles en el nuevo orden para percibir su nueva situación.
Su intento de hacer lo mismo que hacían antes y el darse cuenta de que ya no pueden hacerlo o de que, cuando lo hacen, ya no tiene el mismo efecto.
Así que en este nuevo orden mundial nuestro que se nos avecina no son los tea party, no es la crisis del Euro, no es la guerra libia o el siempre irrenunciable once de septiembre lo que nos marca el cambio. Es otra medida, otra decisión.
Lo que nos hace percibir el Nuevo Orden en el que nos movemos es la decisión de embargo petrolífero a Siria por la represión que el presidente El Asad está haciendo de las protestas contra su régimen.
Estados Unidos y Europa deciden el embargo de la compra de petróleo a Siria en un gesto reflejo, en un mecanismo casi automático, de castigo de los poderosos, de los centros hegemónicos, a aquellos que no cumplen con sus reglas del juego.
Un bloqueo comercial, algo clásico en la política liberal, algo que nunca funcionó del todo pero que siempre lo ha hecho parcialmente. Funcionó con Cuba, con el Telón de Acero, con China...
Un embargo petrolífero. Un clásico que se impuso en el Irán de los Ayatolas, en el Irak de Sadam Huseín, en el Afganistán de los talibanes, en la Libia de la revolución corrupta y paranoica de Gadafi. Algo que siempre ha demorado, ha retrasado y ha asustado a los países que lo sufren, a los estados que dependen de la venta de crudo para cuadrar sus cuentas.
Algo que no funciona con Siria y que se sabe que no va a funcionar con Siria.
Eso y no ninguna otra cosa es lo que nos arroja de bruces al nuevo orden mundial. Aunque nuestros automatismos de potencia económica sigan funcionando igual, aunque nuestros cerebros de occidentales atlánticos no sepan percibir la diferencia.
 Es una medida que pasa inadvertida, una decisión que debería ser fulminante, que tendría que ser definitiva y que no lo es.
Y no lo es porque el mundo ha cambiado, porque se ha pasado la página a una lección de historia diferente.
No lo es porque Siria -al menos su desmedido y recalcitrante líder- se encoge de hombros y se limita a mirar a otro lado. Y el lugar al que mira, colgado del brazo de su rutilante esposa y de su sangrienta represión, le devuelve la sonrisa.
Nuestro embargo petrolífero, nuestra medida de presión más clásica y poderosa, se ha convertido en un chiste, en un mal chiste.
Porque la Rusia de Putin -que se empeña en disimular que es de Putin- nos mira con un gesto de niño pícaro que sabe que hace una travesura y finge no poder evitarlo y sigue comprando el petróleo sirio. Porque China, que ni siquiera se digna mirarnos, aumenta sus compras de petróleo a Damasco para compensar la pérdida.
Deberíamos haber empezado a intuir con el irremediable Hugo Chávez que yo no eramos lo que fuimos, que nuestras presiones ya no funcionaban igual. Deberíamos haber constatado con Ben Alí o con Mubarak que nuestros intereses ya no eran mandamientos sagrados en todo el orbe conocido, pero no lo hicimos.
Nos disfrazamos de lo que no eramos, fingimos desear lo que no queríamos para ocultar el hecho de que eso se iba a producir lo quisiéramos o no, aún en contra de nuestros deseos. Para minimizar el impacto que suponía que nos opusiéramos a lo inevitable.
El mundo ha cambiado y cada vez pintamos menos.
Nosotros nos negamos a armar a los rebeldes libios por un quítame allá esa política de imagen pacifista de los gobiernos occidentales y lo hace China -¿de verdad creemos que todas las armas que de repente han encontrado los rebeldes han salido de los arsenales de Gadafi?, ¿de verdad creemos que el dictador tenía baterías móviles antiaéreas montadas sobre furgonetas Isuzu de segunda mano?-.
Europa y Estados Unidos decretan el embargo petrolífero al dictador sirio -nuestro dictador sirio, no lo olvidemos- y China y Rusia ignoran la olímpicamente, de forma pública y sin esconderse ese embargo. 
Y además se atreven a sugerirnos que no se nos ocurra plantear un bloqueo militar o armamentístico porque ni siquiera estudiarán la posibilidad de ponerlo en marcha.
Y nos disfrazamos de pacifistas y nos indignamos porque Rusia y China están apoyando a un dictador, nos disfrazamos de demócratas y nos enfadamos porque están dando cobertura a un represor, nos vestimos de humanistas y nos mosqueamos porque Mevderev y Hu Jintao le están haciendo un flaco favor a la libertad.
Pero en realidad todo eso es una forma de intentar disimular que estamos consternados y aterrorizados porque nos hemos dado cuenta de que sin aparente solución de continuidad y por sorpresa son China y Rusia las que dictan las reglas, no nosotros ¿desde cuando los bárbaros dictan las reglas al imperio?
La respuesta nos hiela la sangre. Desde que sus hacha es más fuerte que nuestro pilum, desde que su oro es más numeroso que nuestros denarios.
Que los intereses del Vértice Oriental -alguien ya lo ha bautizado así- sean espúreos no nos preocupa.
Son igual de indefendibles que lo eran los nuestros cuando vendíamos armas y aviones a Pinochet o a Videla, cuando armábamos a la contra nicaragüense, cuando abastecíamos de minas personales a Gadafi o cuando la preciosa y moderna Asma visitaba museos con nuestra reina, tomaba el té con Su Graciosa Majestad, posaba con la famélica Letizia para la inevitable comparativa del corazoneo o admiraba la colonial vajilla de La Casa Blanca junto a la decrépita señora Bush, haciéndola parecer aún más decrépita.
Son igual de perversos que los que nosotros teníamos al entrenar a los servicios secretos egipcios, al recibir maletines cargados de dinero de los países africanos -que se lo pregunten a Jaques Chirac- al alimentar de armamento a los paramilitares colombianos, a los muyahedines afganos o a la guardia republicana de Sadam Husein. Son los intereses de una potencia mundial
Lo único que pasa es que, pese a ser los intereses de una potencia mundial, no son los nuestros. Y eso sí nos preopupa. No estamos acostumbrados a ello.
Nuestras sociedades y nuestros gobiernos se sienten de repente como el tipo al que le preguntan, tras dos intercambios virtuales con una desconocida, sobre el tamaño de su miembro viril; como la fémina que contempla estupefacta como ningún hombre le hace la pelota para llevarsela al catre y todos se limitan a pinchar en un retrato diferente cuando ella se hace la dificil.
Si el once de septiembre de hace diez años nos sacó de golpe de Matrix, el doce de septiembre de este año nos ha arrojado a Meetic.
Bienvenidos al siguiente y presente Nuevo Orden Mundial. Las reglas han cambiado y nosotros ya no las ponemos.

domingo, septiembre 11, 2011

Un paréntesis en el once de septiembre

Ya es Once de Septiembre. Me niego a apocoparlo.
No hay apócope posible a la locura y la sangre, a la muerte y la guerra. No hay elisión que pueda contener las negligencias sociales de occidente que llevaron a esos hechos, los excesos ideológicos de los fanáticos religiosos que llevaron a esas muertes, las explotaciones occidentales, las injusticias atlánticas y los dolores y terrores árabes que culminaron en esa sangre.
Tanto odio, tanta guerra y tanta historia de errores y frustraciones, de injusticias y demandas, de falacias y mentiras, apenas caben en una sola fecha. Mucho menos en su acrónimo.
Así que hoy, diez años después del último once de septiembre -los siguientes solamente han sido repetición del día en que la guerra llegó a América- quiero hacer un paréntesis en la explicación racional del mismo.
Y el símbolo de apertura de ese paréntesis es, ni más ni menos que Donald Sutherland.
El veterano y canoso actor se calza el Stevson hasta las cejas, mete las manos en su exquisitamente recreada gabardina sesentona, cruza las piernas en un banco del parque que rodea el Capitolio en Whasington y dice: "El como y el cuando son sólo montajes para el público, cortinas de humo que impiden hacer la gran pregunta: ¿Por qué?"
Esa escena de JFK, una película que debería ser la biblia audiovisual de cabecera de todo conspirativo que se precie, es el comienzo de un paréntesis que hoy, once de septiembre, está dedicado a ese cansino y reiterado ejercicio que sobre este asunto prolifera y proliferará y que se ha dado en llamar Teoría de La Conspiración.
Porque lo que hace creíble un relato -de lo que sea, pero sobre todo de una conspiración- no son los cómos ni los cuandos- son los porqués.
Y en eso el entramado conspiranoico está más que cojo.
Se ha oído y leído de todo.
Porque querían una excusa para invadir Afganistán e Irak: Es la que parece más sólida pero no cuentan con unos cuantos nombres:  Vietnam, Corea, Haití, La Isla de Granada, Cuba, Panamá, Nicaragua, México, República Dominicana, Tailandia, China y Honduras entre otros. Como si un país que ha invadido a lo largo de la historia y sin excusa sólida alguna todos esos países necesitara una excusa de ese nivel de tragedia para invadir Afganistán e Irak.
Por no hablar de que hay excusas mucho más fáciles de generar: un ataque a su embajada, el quebrantamiento de la zona de exclusión aérea en Irak, un atentado simbólico, la existencia de armas de destrucción masiva en esos países -¡anda,coño, esa la usaron!-.
Porque querían poner a cubierto la base de operaciones que la CIA tenía en el complejo del World Trade Centre para espiar a los diplomáticos de la ONU: Otro momento de retruecano lógico de lo más divertido. No dudo que la tuvieran y la usaran para eso pero, ¿qué sentido tiene montar una hecatombe para ocultar algo que nadie sabe que existe? Si quieren ponerla a salvo solamente tienen que fingir unas obras de remodelación, unas grietas ruinosas, una venta privada y ya está. Se acabó el problema.
Porque el World Trade Centre perdía dinero y querían derribarlo cobrando el seguro. Esta es muy buena. Los propietarios del World Trade Centre llaman a la CIA y les encargan una demolición del edificio con tres mil personas dentro. Resulta mucho más sencillo encargársela con ellas fuera, a las doce de la noche, fingir un atentado y dar tiempo a desalojar antes de hacer estallar las bombas. Como motivo es irrisorio, como modus operandi es casi ridículo.
Porque George Bush quería la reelección y subir su nivel de popularidad: Pongámonos en modo Watergate. Es cierto que ese fue el efecto. Pero la consecuencia no es necesariamente la explicación causal de un acto. George Bush se enfrentaba a un candidato demócrata que no estaba en auge, podría haber sacado o inventado mil escándalos de amantes, stripers, infidelidades, veleidades con las drogas y antipatriotismo de su antagonista para deshacerse de él que, por cierto, tenía un pasado bastante hippie, que en Estados Unidos es sinónimo, no lo olvidemos, de radicalismo de izquierdas -¡No sé en que arco de radicalismo colocarán los yankies a nuestros borrokas o nuestros okupas!-.
Incluso si quería que los estadounidenses se pusieran patrióticos le habría bastado con una docena de muertes en un atentado menor -no olvidemos que una vida estadounidense vale mucho más que cien mil vidas de cualquier otra nacionalidad-. Un porqué sin duda exagerado.
La versión oficial tiene lagunas, tiene sombras y tiene más puntos negros que la piel de María Jiménez después de una sesión de rayos Uva y eso alienta a los conspiranoicos, eso les hace convertirse en marionetas de aquellos que les utilizan, sin que ellos se den cuenta, para desviar la atención, para cubrir lo que es mucho más probable que ocurriera.
Como no encuentran los porqués porque no saben donde buscarlos, los conspiranoicos se regodean en los comos y los cuandos, en los indicios, en las incongruencias, que presentan como pruebas irrefutables de que fue un auto atentado.
Alguien oyó a unos personajes hablar en hebreo en una furgoneta: ¡Paf, el Mossad!
¿Cómo sabemos que era hebreo?, ¿como sabemos que no era arameo, caldeo, pastún, árabe clásico, armenio o druso?, ¿el tipo que los escuchó era catedrático de semíticas en la Universidad de Harvard?, ¿no resulta un poco absurdo pensar que profesionales adiestrados durante años en infiltrarse en sociedades hostiles no hablen entre ellos en la lengua local -que por otra parte dominan- y lo hagan en su lengua materna? Preguntas sin respuestas, porqués sin explicación. La nueva fe conspiranoica no las permite.
Los trabajadores judíos no fueron a trabajar y es que fueron avisados por el Mossad. Independientemente del Yon Kippur, independientemente de la veracidad por confirmar de esa información, este es un ejemplo del trabajo que los conspirativos están desarrollando sin querer para ese sistema al que creen desenmascarar.
Si es cierto que los trabajadores de religión judía fueron avisados ¿eso indica que el Mossad organizó el atentado?, ¿eso indica que fue un auto atentado?
Seamos serios, recordemos a nuestro olvidado amigo Occam -el de la cuchilla- y repitámonos la pregunta en términos generales ¿qué significa que el Mossad avisara a los judíos de que no fueran a trabajar?
Significa que el Mossad sabía que ese día sería peligroso estar en las Torres Gemelas.
Sigamos pues en la dinámica del monje franciscano de que la respuesta más simple suele ser la acertada y analicemos qué significa eso.
Significa que, en lugar de conspiración, hay una negligencia criminal que le costó la vida a tres mil personas.
Significa que los servicios de seguridad estadounidenses sabían que existía ese riesgo y lo pasaron por alto tras cumplir el trámite de comunicárselo a sus aliados. Significa que el Mossad, que considera una alerta de nivel dos que un ciudadano inglés de origen árabe ponga su reloj en hora el día del Yon Kippur ante el Big Ben en Londrés -esto es literal, la emitieron en 1998-, se la tomó más en serio y avisó a sus correligionarios -que no compatriotas- por si acaso.
Y así con todo. Su obsesión enfermiza por demostrar el auto atentado desvía la atención de otros crímenes -menos espectaculares, eso sí- que acabarían con sus responsables en la cárcel sino en la horca acusados de negligencia criminal o alta traición.
Que, después de que un avión arda en un infierno de queroseno a alta temperatura,  aparezca, prácticamente impoluto, el pasaporte de un terrorista significa que eso es una ops negra de cabo a rabo -otra frase mítica de Sutherland-. Significa que fue puesto ahí para aportar unas pruebas que se habían destruido ¿por qué?
Porque sería un poco chocante para la población estadounidense decir que Mohamed Ata había pilotado al avión sin enseñar una prueba física de ellos surgida con posterioridad a los hechos.
Porque, si se dice que había sospechas y se permitió a ese individuo subir a un avión, habría que explicar el motivo por el cual no se tomó en serio la amenaza. Habría que pagar por la soberbia de creer que nadie podía atacar al imperio en el corazón mismo de su capital.
Los conspirativos existen porque el aparato estadounidense los utiliza para cubrir sus fallos. Si se buscan conspiraciones grandilocuentes resulta casi imposible percibir negligencias infinitas que han creado la tragedia.
Y para terminar está lo técnico. Todo el mundo se ha convertido de repente en ingeniero, arquitecto, profesor universitario de dinámica de masas, de física aplicada y de estructuras flexibles.
Que si tal o cual impacto no hace que las torres se derriben, que si tal o cual explosión no se corresponde con la longitud de onda expansiva típica...
Tampoco podía hundirse el Titanic, también las gradas del Estadio Hassel de Bruselas podían soportar la presión de varias toneladas de peso, tampoco podían chocar dos aviones en vuelo, tampoco un cable de acero tensado podía cortar el ala de una avión de caza, según los ingenieros alemanes en la Segunda Guerra Mundial, tampoco un calentamiento de un grado originaba una fisura y una reacción en cadena en Chernobil, tampoco un terremoto podía abrir una grieta en Fukushima, tampoco se podían desprender las suficientes planchas de protección como para que el Challenger explotara en vuelo, tompoco una explosión ínfima en Seveso podía originar un escape químico mortal, también el Kurks no podía ser hundido por una fuga radiactiva... ¿sigo?
En definitiva, que los conspiranoicos le hacen el caldo gordo a las estructuras de gobierno estadounidenses atiborrando a los ciudadanos de conspiraciones imposibles e impidiéndoles que se fijen en negligencias criminales y en la única conspiración creíble que hay detrás de esta fecha apocopada.
Que alguién supiera que el yihadismo estaba preparando eso, que estaba en condiciones de llevarlo a cabo y que lo había puesto en marcha y se sentara, contemplando en el espejo las condecoraciones de su pecho, a esperar a que ocurriera para utilizarlo para sus fines.
Pero eso no se puede probar con un vídeo o una foto. Nadie está en la mente de los demás. Siempre podrá decir que se equivocó y cambiar la crueldad por ineptitud.
Pero cuando un paréntesis se abre tiene que ser cerrado.
Y el momento que cierra esta explicación es otro instante audiovisual -qué se le va a hacer- Un instante visual perteneciente a una de las peores películas de la historia de La Humanidad. Un tipo abre los ojos y de golpe se da cuenta que está en caída libre, se gira en el aire y no tiene tiempo de evitar chocar irremisible contra el suelo. El principio de Predators.
Eso es lo que les ha pasado a los conspiranoicos. Un hecho les ha abierto los ojos y no han tenido tiempo de evitar el golpe brutal que lo que ven supone para ellos.
En un post dedicado a los porqués, no sería justo que no hubiera una explicación del motivo por el cual los conspirativos se empeñan en sus conspiraciones.
Para mí son dos. Uno cultural y otro inconscientemente psicológico.
El primero se basa en la explicación de un fenómeno sin referenciar. Carecen de la capacidad de ver la línea de la historia. Pretenden explicar el mundo desde el once de septiembre en adelante, eludiendo todo lo que ocurrió hasta entonces, ignorando todo el desarrollo histórico previo e incluso el posterior. Es la dinámica del hecho aislado.
Si el asalto bélico al World Trade Centre es un auto atentado ¿qué es el de la estación de Atocha?, ¿qué es el del metro de Londres?, ¿qué son los misiles kasan?, ¿qué es el salafismo marroquí o sirio?, ¿qué es la insurgencia suicida irakí o la resistencia afgana?, ¿qué son los atentados  a los hoteles hindúes?
 No me importa. No estoy hablando de eso. Yo estoy hablando del once de septiembre.
Si lo que ocurrió en Nueva York es un trágico y cruel montaje interno ¿qué fue, antes de él, el conflicto árabe israelí y sus sucesivas guerras?, ¿qué fue la revolución coránica en Teherán?, ¿qué fue el apoyo estadounidense a los muyahedines, el entrenamiento de Bin Laden y los suyos para oponerse a la Unión Soviética?, ¿qué fue la OLP, los atentados a las terminales de El Al, el secuestro de Munich, la Operación Entebbe, el Achile Lauro?
No lo sé ni me importa. Yo estoy hablando del World Trade Centre.
Intentar explicar el once de septiembre de 2001 de una forma aislada es tan absurdo como intentar explicar la invasión nazi de Polonia y la Decisión Final sin tener en cuenta los escritos de Hitler, el pacto de no agresión soviético alemán, la anexión de Austria, el surgimiento del fascismo inglés, el fiasco del frente del Este, la derrota en El Alamein, el bombardeo de Montecasino y el desembarco de Normandia.
Sólo nos puede llevar a la conclusión conspirativa de que Inglaterra se inventó la invasión para entrar en la guerra y de que el exterminio de judíos no existió. Un absurdo.
Los conspirativos no tienen la paciencia o la cultura necesaria para referenciar los hechos y los colocan exclusivamente en un entorno supuestamente conocido por ellos en el que las piezas conspirativas encajan porque se omite todo lo demás.
Pero el segundo porqué es más aterrador, es más preocupante, es más triste. Buscan explicaciones conspirativas porque eso les convierte en inocentes.
Si ha sido el complejo militar industrial estadounidense, el lobby armamentístico, el Grupo de Bilderberg, La Agencia Central de Inteligencia, Segurity Homeland -aunque todavía no existiera-, La Agencia de Seguridad Nacional, El Mossad, La masonería de la Operación Gladio, Propaganda 2, el lobby energético, los asesores presidenciales de George Bush o cualquier otro grupo oculto, esquivo o secreto que se nos antoje, nosotros estamos a salvo y libres de toda responsabilidad.
Por el simple hecho de que nosotros ni pertenecemos ni conocemos la existencia ni la forma de funcionamiento de ninguno de esos grupos. Es la misma respuesta, obtenida por un camino inverso -y mucho más rebuscado, por cierto-, que la que dan los que le echan la culpa al islam y al fanatismo religioso. Nosotros no hemos sido.
Porque, si nos dedicamos a pensar que un sinfín de negligencias y la locura fanática de unos yihadistas, alimentada por la sinrazón de nuestra postura social  y política con respecto a su sufrimiento, a la justicia internacional y a los intereses de La Humanidad, fueron los causantes últimos -que no primeros- de esas 3.000 muertes, tendremos que llegar a la conclusión ineludible de que lo que hicimos y lo que no hicimos, lo que permitimos que se hiciera y lo que no obligamos a que se realizara, son los causantes de lo que ocurrió hace diez años en el World Trade Centre.
Tendremos que llegar a la conclusión de que nosotros matamos a 3.000 personas -y a todas las anteriores y posteriores en Oriente Próximo- un once de septiembre del año de gracia de Vuestro Señor Jesucristo de 2001. Y eso es muy duro.
Se cierra paréntesis.
Pero no nos preocupemos, siempre surgirá una teoría conspirativa que defienda que no murieron y que están retenidos contra su voluntad, junto con los que viajaban en los aviones que nunca se estrellaron, en un pueblo escondido entre los maizales de Idaho -¿hay maizales en Idaho?- y que permanecen alejados de la vista gracias a una tecnología de invisibilidad desarrollada por la NASA con los datos obtenidos a través de los abducidos y de los materiales extraterrestres conseguidos en los aterrizajes del área 51.
Ahora sí, se cierra paréntesis.

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