Tendemos a creer que nuestra necesidad de pausa veraniega se aplica al mundo en general y cuando volvemos de la misma nos damos cuenta de que no, de que el mundo, ajeno a nuestros ritmos occidentales atlánticos, no ha descansado en verano.
Unas vacaciones de verano las han bastado a los hijos y herederos de la ira fanática y furiosa para crear un estado, para hacerse con el control de algo que parecía incontrolable, Para fundar en medio de Irak, ese país que las potencias occidentales no lograron controlar, algo que se ha dado en llamar Estado Islámico.
Por supuesto no es un estado ni es islámico pero eso da igual. Si algo han aprendido de nosotros es que el nombre es importante pero la ideología es irrelevante, es una excusa, un escudo, pero completamente irrelevante.
El Estado Islámico, como tantas otras cosas que ahora pueblan nuestras pesadillas internacionales, como tantos otros horrores que avanzan hacia las cada vez más decadentes fronteras de lo nuestro, es una creación nuestra. Es producto de lo que somos y de lo que nuestra hegemonía la ha hecho ser al mundo.
Lo es por tantos motivos que resultaría imposible listarlos todos. Lo es porque nuestro sistema económico ha potenciado la tiranía, la incultura, la falta de desarrollo de zonas inmensas del planeta para poder beneficiarse de sus recursos, lo es porque nos hemos llenado la boca de democracia y derechos de fronteras para adentro y hemos obviado esos conceptos de puertas para afuera, lo es porque mientras nosotros crecíamos falsamente en riqueza, amparados en burbujas de todo tipo y deuda apalancada, creábamos el campo de cultivo de miseria y desesperación para que cualquier loco con una profecía medieval en la mano se hiciera con las almas, los cuerpos y la sangre de millones de desesperados a los que casi no les hemos dejado nada que perder.
Y el Estado Islámico, el primer país yihadista de la historia, es resultado de todo eso. Es el producto elevado a la máxima potencia de todos nuestros errores.
Quizás por ello han logrado controlar en unas vacaciones un país que el glorioso cuerpo de Marines -¡Uhhh, Ahhh!- no logró controlar por más que lo intentó, que los gobiernos títeres que dejaron tras su marcha ni siquiera intentaron controlar.
Es posible que sea por los errores pasados por los que surge y se afianza en Irak el Estado Islámico, pero lo que está claro es que se mantendrá, se afianzará y se convertirá en un inmenso furúnculo del que la humanidad no podrá deshacerse.
Y estamos volviendo a cometerlos.
Contra el Sha de Persia, la antigua URSS armó a los ayatolas iranís, contra los ayatolas iranís, Estados Unidos armo a Sadam Hussein, contra los comandos soviéticos, occidente armó a los muyahidines afganos y a Bin Laden, contra los Hermanos Musulmanes en Egipto, ese Occidente atlántico que se niega a analizar sus errores y vuelve a cometerlos arma y rearma al ejército golpista, contra los chiitas sirios, Occidente armó a la tribu alauita,contra Al Qaeda facilita todo tipo de armamento a los monarcas absolutos del Golfo Pérsico.
Y ahora, en la enésima repetición del mismo error, del error que ya llevó a la extinción y a la derrota a la orgullosa Roma, al arrogante Imperio Español y al petulante Imperio Británico, decidimos hacer lo mismo que no ha funcionado nunca.
Decidimos buscar al enemigo ancestral, al rival histórico y armarle. En una acción ya mil veces fallida, cargamos de armas, equipamiento y entrenamiento a los Peshmerga kurdos.
Los peshmerga es posible que consigan pararlos, que se enfrenten a ellos y los rechacen y hasta los diezmen. Es posible que nos sirvan para parar ahora a lo que absurdamente, algunos medios definen como el Califato.
Pero el error se reproducirá porque el principal enemigo de los Peshmerga no es el Estado Islámico. Somos nosotros.
Porque nosotros hemos permitido que durante siglos los gobiernos sirio, turco e iraquí les dejen sin tierra y sin estado. Porque llevan varias generaciones luchando contra esos gobiernos que, de un modo o de otro, de un bloque o de otro cuando los bloques existían, siempre han sido regímenes títeres de los intereses occidentales.
Armamos a los enemigos que nos buscamos con nuestra arrogancia y nuestra indolencia para que se enfrenten entre ellos, para que nos dejen en paz, para que se destrocen unos a otros.
Y eso nunca funciona. No funciona desde Juliano, el Apóstata.
Pero no sabemos recurrir a la paciencia y a la historia. No sabemos dejar correr el tiempo y trabajar con visión de futuro.
No sabemos o no queremos eliminar de todas esas zonas los factores que dan poder y repercusión a todos los locos fanáticos de todas las tendencias y les convierten en reclutadores efectivos.
No sabemos eliminar la miseria, dejar de potenciar la injusticia, abandonar nuestros hábitos liberal capitalistas de anteponer nuestro beneficio económico al futuro de todos esos pueblos y personas que terminan siendo carne de cañón para los locos de la sangre y el poder que utilizan la fe o la ideología como excusa.
Bueno, sí sabemos, pero no queremos hacerlo. Supondría renunciar a demasiado y esperar demasiado tiempo. Algo que nuestro Occidente Atlántico nunca nos ha enseñado a hacer.
E ignoramos la peligrosa ironía de advertencia de que el único califa reconocido por todos los musulmanes a lo largo de la historia y que derrotó a Occidente sin paliativos tenía el impronunciable Al-Nāsir Ṣalāḥ ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb y por eso se le conoce por otro nombre que le puso su tribu originaria.
Olvidamos que el califa Saladino era un peshmerga y era kurdo.
Olvidamos que el califa Saladino era un peshmerga y era kurdo.
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