Mientras el fanatismo ficticio de aquellos que ansían el poder usando a Mahoma de excusa y la ceguera de los gobernantes globales de nuestro Occidente Atlántico parecen abocarnos a unas nuevas cruzadas que, como todas las anteriores, lo serán por dinero y poder y no por religión, nuestros asuntos patrios siguen en involución constante.
Un verano de corrupciones y corruptelas continuas y repetidas, desde Jordi Pujol al ex alcalde de Manises, desde los cursos de la UGT andaluza hasta el inacabable asunto Bárcenas nos han llenado los ojos y los oídos a aquellos que aún se acercan de vez en cuando a las noticias durante el estío.
Eso y el caso Noos, la corrupción en las más altas jerarquías representativas del Estado.
Y resulta curioso -cuando menos curioso por mantener el buen rollo traído de las vacaciones- que, después de que se exija por activa y por pasiva por los ciudadanos, las redes sociales y alguna que otra formación política emergente, se decida atacar el principal pilar en el que se fundamenta la impunidad de los corruptos: el aforamiento, este gobierno que nos echamos sobre los hombros con nuestros sufragios parezca hacerles caso.
El ínclito Gallardón, que siempre juega a dos barajas, airea su reforma de la Administración de Justicia y aparenta atacar de frente el aforamiento.
Pero, aunque tenemos más aforados que todos los países de la Unión Europea juntos, aunque tenemos casos relevantes, en instrucción y casi probados judicialmente de corrupción que afectan a políticos de todos los partidos políticos, de la derecha falsamente liberal capitalista, de la izquierda falsamente progresista, de los sindicatos falsamente de clase, delas formaciones falsamente regeneradoras de la política, Gallardón decide empezar por los jueces y fiscales.
Y aunque se antoje otra cosa, aunque se quiera vender como una lucha contra la corrupción, lo único que es una cortina de humo. Es solamente una continuación de la política de control del poder judicial que han emprendido los actuales inquilinos de Moncloa.
Igual que utilizan la corrupción en sí misma como pantalla mediática para ocultar el fracaso de su política económica, ahora la usan para ocultar lo que les obsesiona, lo que les tiene en vela día y noche, controlar el poder judicial y parar la sangría mediática que les suponen todos los frentes legales en los que los miembros de su partido están involucrados.
Después de asegurarse a toda prisa que la realeza española saliente mantiene sus aforamientos, sus escudos artificiales contra la justicia y la legalidad, Ruiz-Gallardón parece compensar haciendo que quince mil Jueces, fiscales y otros cargos pierdan su aforamiento.
Pero los senadores, los diputados, es decir aquellos que son de los suyos directamente, que les sostienen en el poder, de momento no.
Y los partidos tradicionales estarán de acuerdo.
Porque a todo el mundo le viene bien poder sacarle a un juez algún delito, algún escaqueo de Hacienda, alguna denuncia de violencia doméstica, de prevaricación o de lo que sea para sacarle directamente de la instrucción de un caso de corrupción, de tráfico de influencias, de cohechos varios o de apropiaciones indebidas.
El gran trilero de la justicia en que se ha convertido Alberto Ruiz-Gallardón vuelve a hacer su jugada. Nos enseña el aforamiento como arma contra la corrupción y luego la esconde y lo utiliza como herramienta para ocultarla.
Porque parece que no es suficiente controlar los altos tribunales del Estado, parece que no es bastante colocar a los suyos en todos los organismos de gobierno de la función judicial, parece que no es del todo efectivo nombrar a fiscales que no recurren contra absoluciones de sus políticos en casos de corrupción, que acusan a bomberos por no participar en un desahucio o a ciudadanos por manifestarse pero que solicitan el archivo de las causas contra las vacas sagradas de su partido por huir de la policía y destrozar propiedades públicas.
Porque como todo poder -sea del signo y tenga las siglas que sean- que tiene como único objetivo perpetuarse a sí mismo, cuando la dádiva, el nepotismo, la simonía y la corrupción no funcionan del todo, siempre se recurre a la amenaza.
Como las dictaduras, como las tiranías. Como la mafia.
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