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domingo, diciembre 22, 2013

Y el humo del nonato oculta la miseria del nacido

Puede que sean esas fiestas que se avecinan, en las que la familia entendida como clan vuelve a tomar protagonismo, o puede que sea otra fórmula estudiada con la cual los inquilinos de Moncloa tratan de distraer la atención de lo que están haciendo amparados en los votos que se les dieron para otras cosas. Pero sea como fuere en estos días no se habla de otra cosa que de aborto.
Y la cortina de humo sigue haciéndose más densa a medida que ese debate baladí e insustancial se asienta en nuestras mentes, nuestras plumas y nuestros teclados. Nos ponen el capote delante de la cara y nosotros entramos al trapo como un vitorino ante un diestro arrodillado a puerta gayola.
El Colegio de Médicos madrileño se desgañita hasta la afonía gritando que faltan pediatras en los ambulatorios madrileños, que nuestros niños, los ya nacidos, los que necesitan cuidados y alimentos para crecer, no tienen los suficientes especialistas porque no se cubren las bajas ni se reponen las jubilaciones. Pero nosotros hablamos del aborto.
Por la tremenda nos "externalizan" la sangre -bueno la recogida de sangre- sin especificar qué personas la harán, sin hacer hincapié en las condiciones laborales o de formación de quienes se dediquen a ello. Pero nuestros contertulios televisivos hablan del aborto.
En tierras castellanas despiden a todos los encargados del servicio de atención de llamadas de urgencias para substituirlos por otros que son la mitad en número y que carecen completamente de experiencia en la gestión de urgencias sanitarias con el riesgo que eso supone para que los que llaman al 112 en situaciones límite. Pero las portadas de nuestros periódicos siguen escribiendo la palabra aborto a cuatro columnas en cuerpo setenta y dos.
Las listas de espera para cirugía crecen un 30% en Madrid en un año mientras los poderosos, sus adeptos y afectos se cuelan en las unidades quirúrgicas por la puerta de atrás de lo privado saltándose su turno; cinco mil personas engrosan la en ocasiones desesperada espera quirúrgica en un solo mes porque se han cerrado quirófanos, se han jubilado cirujanas, anestesistas, enfermeros y todos los profesionales necesarios para llevar a cabo una operación.
Pero nuestros políticos siguen debatiendo sobre el aborto.
Una oposición desgastada ideológicamente y en liderazgo tira de sus viejos arquetipos teóricos para ocultar todas sus carencias, lanzándose a una guerra que ahora es absolutamente inútil; un Gobierno agarrotado por la incapacidad de reacción, acogotado por la constante y continua corrupción y desgastado por su puro ejercicio de soberbia y falta de previsión, abre ese frente de batalla para apartar nuestra vista de todos los otros en los que retrocede en desbandada.
Ambos nos presentan un combate floral mientras lo esencial sigue cayendo en picado, sigue siendo destruido y demolido. Y nosotros nos lanzamos a él como la población de Roma, ávida de ver a los gladiadores enfrentarse a sangre y espada, llenaba las gradas del Circo Máximo.
Nos conocen. Nos conocen demasiado bien.
Y saben que si hacen eso distraerán nuestra atención. Saben que aquellas que se han arrobado la representación de las mujeres sin que nadie las haya elegido ni votado solamente verán la palabra aborto e iniciarán su carga. 
Saben que aquellos que se han autonombrado defensores de la vida sin que nadie les haya concedido ese título ni les haya otorgado esa condición leerán la palabra aborto y organizarán sus huestes para la lucha.
Y así parecerá que es importante, que tenemos que tomar partido, que tenemos que preocuparnos de ello y solamente por ello.
No importa que la gente muera de frío en las calles, no importa que miles de niños no tengan pediatra y que otros tantos solo puedan comer macarrones todos los días del mes. No importa que los centros de acogida de menores estén abarrotados de infantes que son queridos por sus padres y madres pero que tienen que ser atendidos por el Estado porque sus progenitores no pueden hacerse cargo de ellos.
Nada de eso debe importarnos. Solamente el derecho de los no nacidos o el de las mujeres que no quieren que nazcan.
Podemos hacerles el juego y adentrarnos de nuevo en debates ya agotados o podemos seguir intentando salvar nuestra sociedad para que luego pueda decidir libremente qué es lo que quiere hacer con respecto a esa cuestión en concreto.
Porque si no lo trabajamos en ese orden, pensemos lo que pensemos sobre el aborto, cuando nos queramos dar cuenta seremos una sociedad de siervos sometidos que tendremos que aceptar con una reverencia y una genuflexión lo que los señores del castillo digan sobre el asunto. Sobre ese y sobre cualquier otro.
Tendremos que aceptar que el gobernante de turno decida sobre la vida y la muerte sin tomarse siquiera la molestia de preguntarnos al respecto.
¿No es lo que están haciendo ya?, ¿defensores o detractores del aborto han pedido en alguna ocasión un referéndum en el que la sociedad Española decida sobre el fondo legal en el que se fundamenta el aborto?, ¿no intentan unos y otros vender como universal su punto de vista sin tener en cuenta la opinión de la sociedad española, sin ni siquiera preguntarla?
Solo para que conste. No se trata de hablar del aborto o sus condiciones. Hay que exigirles que nos dejen hablar y decidir sobre él. 
Y hasta que algún político defienda esa postura no habría que considerar este debate como otra cosa que como un baile versallesco que pretende ocultar otras muchas miserias.
¿Qué si estoy a favor o en contra?
No voy a hablar del aborto salvo para decir que tienen la obligación de preguntarnos sobre él. Y cuando lo hagan con urnas, papeletas y la pregunta adecuada será el momento de hablar.
Hasta entonces, no compremos su humo. No tiene valor.

viernes, octubre 11, 2013

Femen, la Locme y los pechos del egoísmo social

De nuevo toca escribir una de esas cosas que a muchos -sobre todo a muchas- no gustarán. De nuevo toca hablar del mal que nos aqueja y nos hace ayudar constantemente, aunque sea de manera involuntaria y suicida, a aquellos que están decididos a revertir nuestra sociedad a un estado de neo feudalismo empresarial en beneficio de unos pocos. De nuevo toca hablar de egoísmo y egocentrismo. De individualismo mal entendido.
Y en esta ocasión las principales dramatis personae de esta tragedia de ir por libre, de ir a lo nuestro a despecho de todos los demás, son las activistas de Femen, que ayer protagonizaron una de sus protestas sui generis en el Hemiciclo del Congreso de los Diputados.
Y son una muestra de egoísmo más allá de que se esté de acuerdo con su reivindicación. Son un ejemplo de egocentrismo social más allá de si sus pechos desnudos perturban o no el orden de una sesión parlamentaria -disquisición judicial muy parecida a esas que tanta hilaridad nos producen de la jurisprudencia estadounidense sobre si se puede o no aparcar un camello atado a una farola en el estado de Dakota del Norte-.
Son una muestra de individualismo mal entendido más allá de la sorpresa que provoca un lema como "el aborto es sagrado", que suena tan extraño que se antoja casi como consideraran necesario sustituir al dios de los católicos por la furibunda divinidad de su feminismo.
Son un ejemplo de todo eso porque van a la suya cuando este país necesita que todos vayamos a la de todos.
Ayer se debatía la ley más demoledora, la legislación más peligrosa para nuestra sociedad desde la reforma de la Ley de Vagos y Maleantes del malhadado dictador. Ayer era el día en el que la LOCME llegaba al Congreso y a ellas no les preocupaba en absoluto. 
No les importaba el futuro de los nacidos y de los por nacer. No les importaba que todas las mujeres -y también los hombres, pero pensemos en modo feminista- que estudien bajo esa ley vean restringidas sus posibilidades de acceso a la educación, se vean sometidas a un sistema educativo que las transforme en semi esclavas de las empresas al negarles a las primeras de cambio, si no tienen recursos económicos, la posibilidad de una formación que les permita escapar de un sueldo de setecientos euros mensuales.
Todas esas niñas, adolescentes y mujeres no les importaban. No decoraron sus pechos con un lema que las defendiera, con una máxima que defendiera su derecho a la educación. Se limitaron a aprovechar la expectación mediática que el debate sobre ese problema ocasionaba para ir a la suya. 
Para clamar contra una reforma de la Ley del Aborto que afecta a diez mil mujeres -como mucho- mientras ignoraban y minimizaban con su actitud los problemas que la LOCME acarreará a millones de mujeres españolas.
Los periódicos, las columnas de opinión y los foros debaten hoy sobre si su acción es constitutiva de delito o no, se mofan sobre la actitud pacata del Presidente del Congreso o de la sorpresa estupefacta y paralizada vivida por los representantes de la izquierda parlamentaria ante su aparición. Se han convertido en la cortina de humo perfecta para que la aprobación de la LOCME pase inadvertida, le han hecho un favor inmenso a aquellos que quieren cambiarles su "sagrado" aborto a ellas y a nosotros todo lo demás.
Estarán orgullosas.
No quiero ni imaginarme su indignación si el día en que se debata esa reforma de Ley del aborto -si es que llega a debatirse, que yo aún no lo tengo claro-, la Marea Blanca invadiera el Congreso hablando del Copago, la Marea Verde cercara el hemiciclo hablando de la LOCME, los funcionarios organizaran una trifulca en el gallinero hablando de sus recortes salariales o los activistas antidesahucios tomaran la Cámara Baja para exigir la dación en pago como solución económica definitiva a la crisis hipotecaria que está desangrando a las familias españolas.
Las activistas de Femen son la prueba perfecta de que ir a lo nuestro nos está matando, de que pensar solamente en lo que para nosotros es una prioridad -por víscera o por ideología- nos está impidiendo enfrentarnos a aquellos que nos quieren arrebatar lo de todos. Son el epítome del egoísmo social que nos aqueja.
Porque ayer se debatía un modelo docente en el que miles de mujeres -y de hombres, pero sigamos en modo feminista- verán como sus hijos e hijas son expulsados del sistema educativo y a ellas les importaba más el aborto.
Porque ayer se debatía un sistema educativo que retoma asignaturas en las que se enseñan principios morales que no dejan mucho margen de libertad a las mujeres que digamos y a ellas les daba lo mismo.
Porque ayer se llevaba a votación una ley educativa que eliminará o minimizará asignaturas que permitirían a una generación entera de mujeres ser más firmes, mas libres y más independientes del poder político y empresarial.
Pero todas esas cosas, todos esos peligros y todas esas pérdidas sociales, a ellas y a sus bamboleantes senos, se la traían floja.
Porque hoy se debate el copago sanitario y sus pechos no mostrarán su repulsa contra algo que afecta a toda la sociedad -incluidas las mujeres-.
Hay comunidades autónomas en las que se hace pagar por las mamografías o se recortan en la sanidad pública. Eso ya está matando mujeres y ningún lema decorará sus morenos escotes oponiéndose a ello.
El Gobierno amenaza con un sistema sanitario que dejará a mujeres inmigrantes sin atención médica gratuita o que obligará a muchas mujeres a pagar no solamente si no quieren tener un hijo sino también si quieren tenerlo. Y no veremos ninguno de sus airados gritos considerando la sanidad, la atención gratuita o las revisiones ginecológicas "sagradas".
Lo que hicieron ayer las señoras de Femen no es reivindicación, no es activismo, no es lucha social. Es puro y simple egoísmo egocéntrico que pretende anteponer sus necesidades ideológicas a las necesidades de todos, que las hace movilizarse solamente por lo que les quitan a ellas y a su ideología, como si el hecho de que les afecta a ellas justificara que lo antepusieran a aquello que pone en peligro lo de todos.
Pero, aunque sea una digresión final, de alguien que grita "el aborto es sagrado" tampoco cabe esperar otra cosa. Si pensaran realmente en la libertad gritarían "el derecho de la sociedad española a decidir sobre el aborto de una vez por todas es sagrado". 
Pero eso, claro, no les garantiza la obtención de sus fines. Garantiza la libertad, pero no el aborto libre y gratuito. Y para ellas la libertad no debe merecer que se pinten los pechos y los saquen al aire.

domingo, mayo 05, 2013

Unos, otras y Rousseau en el Día de la Madre

Acuciados por otros asuntos más onerosos, más inmediatos, más urgentes para ese colectivo que hasta hace mil días era una sociedad y ahora pretende ser convertido en una suerte de estamento vasallático de grandes proporciones, hay temas que otrora estuvieron constantemente en boca y en pluma de todos que han sido relegados a un olvido tenso, a un segundo plano expectante.
Uno de ellos es el absurdo debate por parte de unos y de otras -como si solamente hubiera dos posturas posibles en el asunto- sobre el aborto, su papel en la sociedad y su regulación. 
Pero, claro, hoy es el Día de la Madre y qué mejor día para manipular en uno u otro sentido sobre algo que aparentemente tiene que ver con la maternidad.
Pero por más que se aproveche esta fecha comercialmente capciosa para sermonear desde el púlpito o para intentar conmover desde el reportaje intimista y desgarrado, el debate sigue siendo baladí, la discusión sigue siendo absurda.
Lo es porque la prometida nueva ley de Gallardón sobre el aborto no es otra cosa que maquillaje. No va a impedir abortar a nadie. Simplemente va incluir todos los supuestos en uno.
Lo es porque la eliminación del supuesto de malformación en la redacción de la ley es una imposición europea para evitar que una ley exprese,  aunque sea de forma implícita y tangencial, que los seres humanos con malformaciones no tienen derecho a la vida -por más que aquellas que utilizan ese aspecto de palanca emotiva y trágica se empeñen en ignorarlo-.
Lo es porque toda la apoyadura de la defensa del aborto como forma de libre elección de la maternidad se cae cuando se piensa en la vida de la mujer antes del coito y uno descubre que hay libre acceso a los anticonceptivos o cuando se reflexiona sobre la existencia femenina después del polvo y uno cae en la cuenta de que existen métodos contraconceptivos postcoitales. 
Y eso ya es garantía suficiente -sin necesidad de entrar en conflicto con derechos de terceros- cuando los implicados en esa libre elección de maternidades y paternidades son lo suficientemente responsables. Y si no lo son no es responsabilidad del Estado sacarles del problema.
Es absurda porque ambos enconados adversarios en este debate vacío y estéril se basan en presupuestos no científicos y en interpretaciones precarias y traídas por los pelos de la realidad. 
Los unos tirando de Antiguo Testamento y referencias bíblicas cruzadas y las otras fingiendo e intentando imponer como axioma incontestable que algo que es genética, biológica y sustancialmente humano no lo es por el hecho de no haber nacido.
Los pulpitarios sermoneadores comparando a una sociedad evolucionada -decadente, pero evolucionada- con la Galilea de Herodes o el coco devorador de niños; las belicosas postfeministas forzando una comparación del feto con virus, bacterias o cualquier otro microorganismo patógeno, que no tienen ni un solo cromosoma humano en su configuración genética.
Los redactores de cartas pastorales intentando imponer la voluntad de dios -aunque dios no se ha pronunciado jamás sobre el asunto-; las tremoladoras de banderas malvas y triángulos dibujados con las manos intentando imponer la voluntad de la mujer como derecho a decidir sobre su propio cuerpo cuando es una realidad biológica incontestable que algo que posee la mitad de su material genético de otro ser humano -aunque tú no le conozcas o prefieras ignorarle- no puede ser considerado una parte de tu cuerpo por mucho que resida en tu interior.
Los obispos apelando a la vida antes de la vida y el alma inmortal surgida con la concepción -por más que uno relea el evangelio no encuentra, por cierto, cita la respecto-, las abortistas afirmando, en contra de toda lógica biológica, que algo que crece y evoluciona no esta vivo y comparándolo con un espermatozoide, que aunque estuviera mil años en su interior sin fecundar nunca crecería, se desarrollaría, ni evolucionaría.
Así que, por mucho que lo rescaten en este Día de la Madre, el debate es absurdo, es inútil, manipulador y baladí.
Porque ambos permanecen de espaldas al auténtico debate. Es la sociedad española la que debe decidir sobre el asunto si es que el asunto es tan importante. 
Porque la única manera de abordar el asunto es como un contrato social -¿nos acordamos del concepto, ese que inventó el bueno de Jean Jacques?-. Como deben abordarse socialmente todos los asuntos relacionados con la vida y la muerte, con la prevalencia de los derechos de unos sobre los de otros.
La sociedad española debe decidir si asume dentro de sus normas el aborto como imposición del derecho de decisión de la madre sobre el derecho a la vida del nasciturus de igual modo que se decide si el derecho de la sociedad al castigo justo y proporcionado se impone sobre el derecho a la vida de un criminal.
Nadie finge que un reo de pena de muerte no tenga derecho a la vida, nadie pretende decir que no es humano, simplemente la sociedad ha llegado al acuerdo mayoritario de que determinadas acciones se castigan con la muerte y actúa según esa ley.
Y la única manera de que eso quede claro, meridiano, cristalino, es preguntar a la sociedad en un acto democrático.
Aquellas personas que éticamente defiendan o cuestionen el aborto solamente tienen que hacerse hoy -o cualquier otro día, que la fecha no es relevante-: ¿por qué ninguno de los dos adversarios en este combate floral que intenta imponer la visión de unos o de otros plantea la posibilidad de un referéndum que zanje el debate para, como mínimo, varias generaciones?
En ambos casos sabemos la respuesta.
Solamente tras esa consulta se podrá saber cómo quiere organizarse la sociedad española, qué derecho quiere que prevalezca.  Y a quien no le guste si el resultado es que se impone el de la mujer sobre el del nasciturus, que se vaya a Irlanda. 
Y al que no le guste que se imponga el del nasciturus sobre el de  mujer, que se mude a Francia igual que un estadounidense que no soporta vivir en un estado con pena de muerte solo tiene como solución mudarse a Nueva York.  Porque España y su sociedad habrán decidido sobre esa materia.
Y todo lo demás es basura banal y sin sentido. Es un intento de imponer tú ética sobre la de la sociedad en lugar de escuchar cómo quiere organizarse una sociedad y respetarlo.
Elijas un púlpito o un medio digital para manipular, tires de reportaje desgarrado o de sermón admonitorio. Elijas un pasaje descontextualizado de la Biblia o un libro fuera de referencia de Mckinnon para sustituir la obra clave de Jean Jacques Rousseau, que es una de las bases de la organización de la sociedad actual. Ya seas un obispo o una activista feminista. 
Y aunque lo hagas en el Día de la Madre.

domingo, enero 06, 2013

La parabola de Monseñor Demetrio y la catecúmena.

- Monseñor Demetrio, ¿el feminismo radical es malo porque es radical? ¿Porque, como todo lo radical, puede llegar a interpretar el mundo solamente a través de un prisma, a tratar a los individuos como un todo homogéneo y a asignar virtudes y defectos solamente por el hecho de ser hombre o mujer?
- No hija mía, no. Hacer eso es bueno. El feminismo radical no es malo por eso.
Nosotros hicimos eso en el siglo I, considerando perversos a todos los que mantenían la fe en los dioses grecorromanos, quemando la biblioteca de Alejandría, considerando paganos e impíos todos los textos generados por los que tenían esas creencias pese al saber que atesoraban.
Luego lo repetimos en el siglo XI, enviando a lo peor de cada país y cada familia a matar infieles al grito de "dios lo quiere", sin buscar un acuerdo, una entente ni un entendimiento con aquellos que pensaban de forma diferente a la nuestra. Santificando a hombres que se bañaron en la sangre de judíos y musulmanes y potenciando el más fanático de los radicalismos
Y luego lo repetimos en el siglo XV poniendo en marcha la Santa Inquisición donde el radicalismo de unos cuantos era la tabla de medir para decidir sobre la vida y la muerte de los que no creían en un dios idéntico al nuestro e incluso los que, creyendo en ese mismo dios, se negaban a verlo como nosotros o a rendirnos pleitesía y ciega obediencia.
El feminismo radical no es malo por ser radical, por poder convertirse en fanático o por correr el riesgo de intentar imponer una única visión del mundo. Si eso lo hizo la Santa Madre Iglesia no puede ser malo. El feminismo radical es malévolo porque puede hacer lo mismo que hicimos nosotros pero defendiendo cosas opuestas a las nuestras.
Es malo porque nos viene mal.
- Entiendo, Eminencia. Entonces, ¿la ideología de género es mala porque antepone los derechos de unos a otros, el derecho de la vida de unos al derecho a la vida de otros?, ¿es mala porque defiende el aborto?
- No pequeña, no. Los caminos del Señor son inescrutables.
Durante siglos, La Santa Iglesia de Roma ha hecho lo mismo. Eso no puede ser malo. 
Hace cinco siglos convencimos a todos los monarcas europeos para anteponer el derecho a la vida de los creyentes en nuestra versión de dios al derecho a la vida de todos los demás y para que decretaran expropiaciones, expulsiones, persecuciones y pogromos de todos ellos en todos los reinos que se llamaban cristianos.
Hace seis siglos nuestros teólogos mantuvieron que dios prefería la muerte de un infiel que su vida y no nos importó defender la vida de niños o de adultos si no se convertían a nuestra fe. La vida no nos importaba si no estaba al servicio de nuestro dios y por tanto bajo nuestro mando y dominio.
Hace siete siglos, cuando éramos muchos y eso no importaba, decidimos que el aborto no era un pecado porque los nacidos no tenían alma hasta que eran bautizados, porque era mejor que se borrara el pecado de una madre soltera que conservar una vida
Pero hace poco más de un siglo un papa decidió que dios había cambiado de opinión porque cada vez éramos menos, porque mientras el resto de las religiones ganaban en ciegos adeptos la nuestra la perdía y nos convenía que los nuestros tuvieran el mayor número de hijos posibles.
Así que la ideología de género no es mala por defender el aborto y no el equilibrio entre el derecho a la vida de unos y de otros. Es perversa por defenderlo ahora que a nosotros no muy mal que se defienda.
- Comprendo, Ilustrísima. Pero ¿entonces no es buena porque defiende el divorcio y eso atento contra el bienestar de los niños y las niñas?
- No, jovencita, no. Los misterios teológicos escapan a tu discernimiento. Ora y escucha para que te llegue la iluminación.
Durante siglos nosotros hemos dejado de lado el bienestar de los niños. Hemos aplicado castigos corporales en nuestras instituciones sin importarnos si eso hacía sufrir o traumatizaba a los niños.
Durante centurias hemos casado y descasado a monarcas, nobles y gentes de posibles si importarnos el impacto que esas anulaciones tenían en sus vástagos ni en las vidas familiares que se rompían con ellas.
Casi desde el principio, nuestros confesores y directores espirituales han forzado con el miedo al pecado y a la condenación el mantenimiento de familias rotas donde no había habido o ya no quedaba amor ninguno sin preocuparnos un ápice si ello suponía el maltrato parental a menores, la explotación de los mismos o incluso los más abyectos abusos por parte de uno u otro de los padres.
Durante décadas hemos protegido y escondido a curas pedófilos y pederastas, a abusadores sexuales de menores y a todo tipo de personas que hacían daño a los niños preocupándonos más por nuestra imagen pública que por el bienestar de esos menores.
Así que, si a nosotros, los representantes de Dios sobre La Tierra, no nos importa el bienestar de los niños, eso no puede ser malo.
Defender el divorcio es malo porque no depende de nosotros, porque la gente puede descubrir que hay otra forma de vida y de felicidad, que un mal marido o una pésima esposa pueden ser una madre ideal o un padre abnegado y eso nos deja a nosotros sin nada que decir.
Defender el divorcio no es malo porque atente contra el bienestar de los menores. Es malo porque nos quita a nosotros la capacidad de decidir sobre el futuro de la gente.
- Voy pillándolo Obispo Fernández, voy pillándolo.
Entonces, Eminencia ¿puedo abandonar esa familia a la que voy en el que varias mujeres que son hermanas están casadas con el mismo hombre, en la que hombres que no tienen su misma sangre obligan a niños a que les tratan como padres y esas mujeres a que las traten como madres y en la que todos dicen ser hijos de alguien que no está?
- Por supuesto, pequeña, ese es el claro ejemplo de familia desestructurada, impía, perversa, lasciva y pecaminosa que engendra la ideología de género, el feminismo y, en general, toda ideología que anteponga el deseo del ser humano al de dios, que es, como tú bien sabes, el nuestro.
- Gracias Monseñor Fernández por darme permiso para no volver jamás al colegio de curas y de monjas en el que estudio y, ya de paso, ¿puedo, con su bendición, dejar de estudiar religión, para mayor gloria de dios?
- ¡Hija mío! ¡No has entendido nada! ¡Estas al borde mismo de la herejía! ¿Cómo vas a dejar de estudiar religión para mayor gloria de Dios?
- Para santificar aquello que nos dio y que es lo más preciado que Él nos entregó, Ilustrísima
- ¿la familia cristiana?, ¿la Santa Madre Iglesia?, ¿la virtud, la virginidad y la castidad?, ¿la obediencia y la humildad? ¿Cuál ese don que quieres defender, hija mía?
- El Libre Albedrío, Monseñor Demetrio Fernández, el Libre Albedrío. 
Por cierto, ya me voy, que vienen a traerle su bozal. 

lunes, julio 23, 2012

La nonata, la Constitución y el regreso a la caverna

Quería yo ordenar algo mis pensamientos al respecto antes de volcar sobre estas endemoniadas líneas algo sobre la de nuevo furibunda y aguerrida contienda que se mantiene ahora entre bastidores, acallada por las económicas, sobre la materia de la que no nos gusta hablar, sobre la que ni siquiera nos gusta pensar: sobre nuestra ética.
Y claro, cuando se trata de ética no se aborda nunca la ética política, no nos paramos nunca en la ética personal en el trabajo, en la familia, en las relaciones -menos mal que sobre eso no se puede legislar- Cuando la sociedad occidental atlántica se enfrenta a la ética habla solo de las dos cosas que más teme: de la vida y de la muerte. Y ahora nos toca hablar del aborto.
Alberto Ruiz Gallardón, a la sazón ministro de Justicia, se ha lanzado a algo que prometió el PP en las elecciones generales -¡Vaya, una promesa electoral que cumplen!-, a la reforma de la Ley del Aborto -me niego hablar de interrupción voluntaria del embarazo, hay momentos en los que los eufemismos sobran-.
Y claro eso levanta ampollas en los pasillos del feminismo.  Pero vayamos por partes.
Quizás la postura del feminismo defensor del aborto libre -y además gratuito-, se pueda resumir en el escrito de Amparo Rubiales, experta en derecho constitucional. Es uno de los pocos que tira de argumentos legales y constitucionales y no de la pura víscera de las manos en triángulo y sacar a pasear la bandera rosa.
Sea dicho de antemano que, apartado de la víscera, de una creencia que no profeso, de una moralidad que no comparto, sólo me fundamento en la argumentación para llegar a mis conclusiones. Quien esté esbozando en sus labios la palabra católico, conservador o machista ya en estos momentos se puede ahorrar el resto del post porque no habrá entendido nada. 
"Una reivindicación histórica de las mujeres es el derecho a decidir libremente su maternidad para poder interrumpir su embarazo legalmente. Se ha abortado siempre, pero en condiciones de dureza extrema, salvo si se tenían recursos económicos para salir fuera o hacerlo en clínicas privadas".
Así empieza la jurista su escrito. Y no es nada que se pueda negar porque es cierto, pero es algo que no supone un valor en esta discusión. Que algo se reclame históricamente no lo hace justo. Que algo se pida una y otra vez no lo convierte en un derecho si no lo es en su origen.
Y el aborto no es un derecho de la mujer.
La decisión libre sobre la maternidad es un derecho incuestionable, igual que lo es la decisión libre sobre la paternidad.
¿Por qué entonces no está permitido que un padre exija el aborto de su pareja si no quiere serlo? Es obvio. Porque interfiere con los derechos de un tercer ser: La madre. En el caso inverso eso se obvia -y se hace por motivos evidentes- y no es el meollo de la cuestión. 
El caso es que la decisión sobre la libre maternidad se liga indefectiblemente al aborto cuando eso es una falsedad social, legal y estructural.
La libertad de la elección de la maternidad está más que cubierta por los anticonceptivos en España. Existen más de un centenar de métodos farmacológicos, mecánicos y quirúrgicos -para hombres y mujeres- para evitar el embarazo, existen dos métodos contraconceptivos post coito y existe la abstinencia –no es recomendable extenderla demasiado, pero existe, no nos engañemos-.
Salvo en los casos siempre esgrimidos de violaciones. Y hasta en eso el derecho al aborto está en el alero.
No hace falta denunciar una violación -cosa que en muchas ocasiones desgraciadamente ocurre, para la víctima y las futuras víctimas- para acudir a una farmacia y pedir una píldora postcoital -cosa que ya se puede hacer-, ingerirla y por lo menos eliminar ese posible futuro problema de la terrible ecuación psicológica que para toda mujer -u hombre- supone una violación.
Así que el derecho a la libertad de elección de la maternidad en esos casos quedaría cubierto con la reclamación que llevaría como mucho a la solicitud de la gratuidad de la píldora postcoital, no del aborto. Legalmente debería ser así, aunque parezca frío. Pero no sería tampoco un exceso legislar de forma más abierta, comprendiendo el terrible momento psicológico que sufre una mujer violada.
Así que no existe posibilidad de argumento legal alguno que una el derecho a la libre elección de la maternidad con el aborto. Si se llega a la necesidad de abortar es porque se ha rechazado voluntariamente el ejercicio de ese derecho de forma previa al coito, porque se ha eludido una responsabilidad obligada para todo hombre y mujer en esa materia. Punto final.
No se puede exigir pues al Estado que acepte el aborto y se responsabilice de él como expresión de un derecho del que la portadora del mismo no ha querido responsabilizarse previamente. No en un país con libre acceso a los anticonceptivos. En Sudán del Sur, en Eritrea, En Irán o en Bangladesh sí se puede realizar esa justificación. En España no.
Quedan fuera de esta argumentación los casos de violación que vayan acompañados de retención ilegal, secuestro o cualquier otro tipo de delito que impida a la embarazada ejercer ese derecho a priori con los anticonceptivos o a posteriori con los contraconceptivos post coitales. En ese caso -y solamente en ese- libertad de elección de la maternidad y aborto parecen indisolublemente ligados.
"una mujer escribe una carta en los años ochenta contestando a unas declaraciones del liberal José María Ruiz-Gallardón -padre del actual ministro-, en la que decía: “Soy una mujer casada y operada de cáncer que sufre un embarazo como una auténtica losa. Consultados los facultativos correspondientes, me comunican que tal situación es totalmente nociva, tanto para mí, por los controles a los que estoy sometida, como para el feto, debido a las sesiones de cobalto recibidas. Nunca pensé que ante este tema vital, los médicos de este país estuvieran imposibilitados para intervenirme, amparándose en una farisaica legalidad, que personas como usted abortan desde sus escaños y en la que solo están libres de culpa las mujeres que como la de su señoría tienen posibilidad de abortar en el extranjero”", sigue ejemplificando Amparo rubiales.
De nuevo la señora Rubiales se mueve en una zona peligrosa.
Es posible que en aquellos años esas quejas estuvieran justificadas pero hoy habría que decirle a esa mujer que era su responsabilidad y la de sus médicos informarse de los problemas que acarrea un embarazo si se está en esa situación clínica y poner los medios para que ese embarazo no se produjera.
Si el diagnóstico sobre el cáncer llega después del embarazo y su evolución hace imposible esperar al parto para comenzar el tratamiento -procedimiento habitual en estos casos-, entonces sí que sería una excepción en la que el aborto sería aplicable como solución. Una nueva excepción.
La crítica a la objeción de conciencia médica me parece demoledora por el simple hecho de que el juramento hipocrático exige salvar vidas, no quitarlas. 
Y ahí llega el problema jurídico real.
¿Alguien criticaría a un médico por negarse a separar a dos siamesas si esto supone irremisiblemente la muerte de una de ellas?, ¿por qué entonces se critica al ginecólogo que se niega a practicar una aborto?
Porque no se considera que haya una vida en juego. Una que no sea la de la mujer.
Si la desesperada embarazada acusaba de farisaica legalidad a aquellos que la impedían en el aborto en el pasado siglo, ese fariseísmo ha pasado a las líneas de la jurista que defiende esta posición porque obvia que el principal problema del aborto no son los derechos de la mujer -cubiertos de sobra antes del coito- sino los derechos de la no nacida.
Estos no entran en conflicto cuando aún no ha sido concebida por supuesto, pero cuando ya está concebida, por mor de que sus progenitores han hecho caso omiso de su obligación de salvaguardar su derecho a la libre elección de la maternidad y la paternidad, entonces son un factor que han de ser tenido en cuenta.
Por ello se ha pretendido siempre eliminarlos de la ecuación.
El proceso ha sido el siguiente, resumiendo.
Primero se dijo que la nonata no estaba viva: Si no estuviera viva no se dividiría, no crecería y ningún embarazo llegaría a término porque no se desarrollaría. No tendríamos problemas con el aborto ni con la libre elección de la maternidad.
Estaríamos extintos como especie y el aborto no sería necesario.
Después se argumentó que estaba viva como parte del cuerpo de la madre y por tanto ella tenía posibilidad de decidir sobre ella: algo que nos lleva de nuevo al problema irresoluble de las siamesas si fuera cierto, pero que tampoco lo es.
En la cadena de olvidos a los que se han sometido los argumentos que defienden esta postura se han olvidado del padre. La aportación de material genético del progenitor masculino -conocido o desconocido, voluntario o forzoso, conocedor o desconocedor, responsable o irresponsable, eso da igual- hace que la nonata sea un ser genéticamente diferente de su madre y por tanto un ser vivo distinto, aunque no sea capaz de la vida autónoma. Se la puede definir como una simbionte, pero no como una parte de la madre.
Y, por último, esta línea de argumentación llegó a su postulación legalmente más peligrosa: decir que la nonata no era humana: No hay argumentación contraria para eso si se acepta que existe una definición de ser humano más allá de la genética, la antropología y la zoología.
¿La hay? La respuesta es no.
Cuando se dé un solo caso de que un embarazo humano llegado a término alumbre un ser de otra especie conocida o por conocer entonces podremos argumentar al respecto. Hasta entonces toda nonata humana, sea cual sea su estado de gestación, es humana por definición genética, antropológica y zoológica. No hay discusión posible.
Así que, como es imposible mantener ninguno de estos tres argumentos y además resulta que la feta está legalmente protegida en otros ámbitos cuando es un embarazo deseado hasta el punto de que se le garantiza el derecho de herencia, de reconocimiento y otros muchos, resulta que habrá que tener en cuenta los derechos de la feta cuando entran en conflicto con los de la madre.
Y recordemos que, en España, salvo excepciones, a esa situación solamente se llega por irresponsabilidad previa al coito de sus progenitores.
¿Qué derecho debe entonces prevalecer?, ¿debe anteponerse el derecho del progenitor que no ha hecho nada hasta ese momento para garantizar su derecho a la libre maternidad cuando tenía multitud de herramientas para ello?, ¿debe prevalecer el de la no nacida que se encuentra en una situación que no ha sido buscada por ella, que no es producto de su irresponsabilidad y que no tiene forma de defenderse por sí misma?
En este punto y ante esta redacción de las preguntas pocas mujeres tendrían duda en la respuesta si la feta estuviera ya fuera del cuerpo materno ¿por qué las tienen entonces antes?
"¿Quién es el ministro de Justicia para decir lo que es ético? Se trata de que sea constitucional o no. Simplemente. Se regula un derecho para que la mujer que quiera lo ejerza en las condiciones que la ley establezca. No se necesita un debate sobre algo constitucionalmente resuelto hace 30 años. No se entiende la razón por la que el ministro dice ahora algo que está admitido por la mayoría social —ideologías al margen—, incluido el TC. Se puede estar en contra del aborto, pero no como ministro. No se puede volver atrás ignorando al único interprete de la Constitución, que ya se ha pronunciado. ¿Por qué lo dice? En esta ocasión sí se puede afirmar que será por “la herencia recibida”", concluye la jurista en su artículo refiendose sin duda al padre del ministro.
Y he de darle la razón en parte, pero no como cree que se la doy.
Si la cuestión es que la ley sea constitucional o no, se podrá cambiar siempre y cuando se altere dentro de los límites de La Constitución ¿se puede volver entonces a una ley de supuestos incluso más restringida? 
Lamentablemente para ella, la respuesta es sí.
Porque nuestra Constitución ya albergó esa ley sin problema de constitucionalidad alguno con lo que ¿qué valor tiene el constitucionalismo como forma de oponerse a las restricciones de la actual ley, cuando esas restricciones ya formaron parte del cuerpo legal español estando la Constitución vigente? Ninguna.
Pero en lo que no puedo darle la razón es que la ética no puede estar presente a la hora de dirimir estos asuntos.
La ética es la única manera de abordar la legislación sobre derechos en cualquier ordenamiento jurídico del mundo.
Por lo menos en cualquiera medianamente democrático. Mantenemos que la esclavitud es un delito y el ser humano tiene derecho a ser libre porque no consideramos ético que un ser humano esclavice y sea propietario de otro; mantenemos que mujeres y hombres son iguales porque no consideramos ético que se discrimine a nadie por motivos de sexo -o por cualquier otro motivo, ya puestos-.
Cada derecho que defendemos, que exponemos o por el que luchamos es la expresión de una reflexión y una conclusión ética a la que hemos llegado.
Así que en cuestión de dirimir los derechos la ética es la única herramienta que tenemos para definir nuestros ordenamientos jurídicos.
Solamente tenemos que solucionar cual es nuestra ética social al respecto. 
El ministro utiliza la suya porque está en el poder y su ética se mantiene dentro de la legalidad y la constitucionalidad ¿no hicieron lo mismo los gobiernos socialistas cuando la ampliaron?, ¿no aplicaron su ética sobre el asunto?, ¿no hicieron lo mismo cuando elaboraron todas sus leyes sobre derechos y libertades?, ¿no aplicaron una ética en la que no era justo que los homosexuales no pudieran casarse, o que las parejas de hecho no tuvieran los mismos derechos o que las mujeres no pudieran abortar?
En cuestiones de derechos es la ética la herramienta que utiliza todo gobierno para legislar. No podemos aplaudir cuando coincide con la nuestra y negar la posibilidad de utilizarla cuando nos lleva la contraria.
El aborto solamente puede abordarse como se aborda la pena de muerte, la eutanasia, o cualquier otro momento legal relacionado con la vida y con la muerte. Personamelte yo estoy en contra de todos ellos por la misma base pero por motivos diferentes.
Si hay dudas sobre matar a un individuo porque ha cometido un crimen execrable, si hay dudas en obligar a terceros a matar a alguien porque considere que su vida no es digna, ¿cómo puede no haberlas a la hora de acabar con la evolución vital de alguien que no puede ni expresar su opinión al respecto ni es culpable de acto alguno que pueda haberle privado de su humanidad? 
Esa es la discusión que estamos teniendo. No sobre si recorta un derecho a las mujeres.
Las mujeres nunca tuvieron ese derecho. Nunca tuvieron el derecho a decidir sobre la vida y la muerte de sus hijas.
Sobre tenerlas o no tenerlas, sí. Pero sobre matarlas o dejarlas vivas no.
Se use la argumentación que se utilice, ya sea legal, constitucional, antropológica, biológica o genética, no hay nada que sustente la defensa de ese derecho.
Lo siento, pero en realidad todos y todas sabemos que es así. Aunque no nos guste. Aunque nos moleste tremendamente tener que darle la razón a la realidad en contra de nosotros, nuestra conveniencia y nuestras necesidades. Sabemos que es así.
¿Tan difícil es llevar siempre un condón en la cartera o en el bolso?, ¿tan imposible es controlarse si no se tiene uno a mano?, ¿tan insufrible es soportar dos días de vómitos y mareos para no jugar a la ruleta rusa con las posibilidades vitales de alguien que compartirá la mitad de nuestro material genético?
¿Tan egoístas y ególatras nos hemos vuelto que no queremos meter a la ética en la ecuación para que el hecho de no estar dispuestas a renunciar a un polvo nos torne en asesinas?
Porque todo lo demás son excepciones y una ley de plazos no es una ley de excepciones.
¿Tan básicas y primarias nos hemos vuelto?, ¿tan pronto hemos regresado a la caverna?

viernes, marzo 16, 2012

Violencia estructural o la cólera del rostro radical

Sabía yo que esto de la violencia estructural  contra la mujer que se sacó Ruíz Gallardon de la chistera filosófica que todo político debería tener a mano y que en nuestro país solamente utilizan algunos por generación iba a traer cola.
Y es que cuando uno se acostumbra a que su pensamiento se trate como único y a quecualquier disensión del mismo pueda serrechazadacon una sola palabra -que en este caso es machista, pero en otras ocasiones fue rojo, facha o negro de mierda, ya puestos- cuando te obligan a argumentan te chirrian los goznes y se te atoran las toberas por las que debería circular el límpido viento de los pensamientos estructurados y coherentes.
Para empezar, los medios afectos a la defensa a ultranza de la ideología denominada de género -que en realidad lo es de otra cosa- califican el concepto de "violencia estrutural contra la mujer" de término confuso y ambiguo.
¡Vaya por dios! resulta que de un plumazo han reconocido sin saberlo lo que nosotros ya sabíamos: que la ideología de género se basa en un concepto ambiguo y confuso.
Porque da la casualidad que la violencia estructuras e institucional contra la mujer es uno de los pilares fundamentales de este subproducto del pensamiento igualitario de la humanidad que identifica todo daño, todo problema que tiene el sexo femenino como un problema conjunto de clase social -una clase social imposible- generado por una violencia organizada y estructurada contra ellas por el simple hecho deser mujeres.
Ergo y por definición, violencia estructural contra la mujer.
No les parecía muy confuso el término cuando dos ministras del emporio ideológico del feminismo agresivo, representantes sincuento de todas las asociaciones que rentabilizan el concepto y un buen puñado de idologas puras acudieron en la Universidad Carlos III a la presentación de la cátedra de género que inauguró esta universidad -en la cátedra no se espécifica de que genero es la cátedra- y se aprovecho para presentar un ensayo doctoral titulado "Discriminación sexista y otras formas de violencia estructural e institucional contra la mujer"
¿Entonces  sí tenían claro el concepto?, ¿en esa ocasión si había que aplaudir cuando y asentir sesudamente cuando se hablaba de una discriminación institucional y estructural de la mujer?
Por si no lo recuerdan, les facilito un resumen de la presentación de la tesis
"Se ha analizado la condición femenina, vinculada a una cultura de identidad que considera al varón como el prototipo de la humanidad, en un marco de interpretación única de la realidad. Se ha intentado descifrar las posibles causas de una ideología marcadamente sexista y el funcionamiento de la estructura social y del sistema patriarcal que se caracteriza por el poder y el por control de los varones sobre las mujeres, impuestos desde las instituciones, siendo, por lo tanto, una práctica de dominio y opresión y una estructura de violencia. Asimismo, se ha hecho referencia al Feminismo que pone de relieve las tensiones y paradojas que las vindicaciones emancipatorias suscitan en las perspectivas teóricas supuestamente universalistas, a la vez que puede percibir las trampas de los discursos ilustrados, actuando con una conciencia crítica capaz de resaltar las contradicciones de tales discursos. Se ha tratado del tema de la violencia estructural e institucional contra las mujeres, revelada a través de la ideología patriarcal, sutilmente forjada, universalmente aceptada y reforzada por las costumbres, por la religión, por la política, por la cultura y por el Derecho, lo que paradójicamente la convierte en una práctica perfectamente legítima y aceptable. La conclusión a que se llega es que la discriminación contra la mujer es practicada por la Sociedad y por el Estado a través del poder, de las conductas, de las normas y de su respectiva aplicación y constituye una violencia estructural e institucional. Las diversas formas de violencia contra la mujer (social, laboral, sexual, psíquica y moral) son una consecuencia de esa violencia estructural e institucional. Las teorías feministas han ensayado una reformulación de las teorías estándar los Derechos Humanos con el objetivo de ofrecer una respuesta adecuada a este problema".
O sea que parece que lo que las tiene confundidas no es el concepto en sí mismo, que saben perfectamente a qué se refiere. Quizás lo que las tenga perpléjas y confundidas es que lo haya utilizado alguien que se pasa por el arco del triunfo la supuesta inviolabilidad del feminismo como ideológia paradigmática y que además lo haga con respecto a algo que ellas consideran un estigma de la sociedad patriarcal machista y no una circunstancia extemporanea e ineludible de carácter biológico llamado embarazo.
No creo que sea díficil de entender la frase "existe una presión social asentada que penaliza el embarazo y por ello ejerce violencia estructural contra la mujer embarazada".
No es que esté yo plenamente de acuerdo con el faraón huído al Ministerio de Justicia despues de dejar 6.000 millones de deuda financiera en el Ayuntamiento de Madrid y otro millar largo de facturas impagadas, pero el concepto está absolutamente claro.
Y la factoría ideológica del feminismo lo sabe.
Las empresas penalizan el embarazo. Buscan mujeres solteras o divorciadas sin hijos por encima de casadas porque les causan menos problemas de rendimiento. Y eso es un hecho.
Pero si las feministas del enfrentamiento eterno y el victimismo continuo se ponen a reflexionar sobre ese punto en concreto -que reflexionaran sobre algo ya sería novedad, que cambiaran uno sólo de sus puntos de vista sería una noticia de alcance galáctico-se dan cuenta de que reconocerlo les causa muchos problemas.
Primero esa discriminación no es culpa del machismo latente. Es directamente culpa suya. De principio a fin.
Porque los empresarios y las empresarias que tuercen el gesto ante un embarazo en una de sus empleadas no lo hacen por machismo, no lo hacen porque consideren a lasm ujeres seres inferiores con un rol definido en el hogar del que no pueden salir -si lo hicieran por eso simplemente no las habrían contratado- lo hacen por el cálculo de valor rendimiento más simple que se puede realizar. Por lo mismo por lo que se empeñan -y al final han conseguido- en poder despedir a alguien que tiene bajas continuadas, a alguien -y eso es justo- con ausencias continuas injustificadas. Es una decisión basada en la rentabilidad, no en los presupuestos de ideología de sexo.
No es justo, de acuerdo, pero no es machista.
Y la culpa de ese descenso continuo de la rentabilidad, de la posibilidad de competir de la mujer embarazada y con hijos es solamente achable a la forma en la que el feminismo radical y sus gobiernos afectos han incorporado el concepto y han afrontado el problema.
Me explico.
Porque como siempre han pretendido desvincular a la mujer del entorno social y familiar y han presentado el problema como un problema de la mujer, exclusivamente de la mujer y solamente de la mujer.
Han ampliado las bajas maternales, la protección jurídica contra los despidos por embarazo, las bajas previas por parto, los permisos por lactancia y la conciliación familiar. Y eso está bien. Pero les han ampliado esos derechos exclusivamente a las mujeres. 
Y eso, además de ser injusto, desequilibra irremisiblemente el sistema.
Reticentes hasta la cólera, incapaces hasta la incoherencia, de reconocer a los hombres -que ellas los llamen varones si quieren- los mismos derechos que a la mujer han mantenido congelados los derechos de estos y han generado con cada ampliación de los derechos femeninos un descenso en la relación de rendimiento laboral entre hombres y mujeres.
Si se hubieran considerado todos esos avances como derechos familiares y se hubieran aplicado a ambos progenitores por igual de forma simultanea no se hubiera provocado esa brecha de rentabilidad que lleva a las empresas -que solamente se preocupan por eso, sean dirigidas por quién sean dirigidas- a ejercer esa violencia estructural contra la mujer embarazada y contra la posibilidad de embarazo.
Puede que nuestra economía -o la inmensa capacidad de acumulación de beneficios de nuestros empresarios sin pensar un sólo segundo en la reinversión ni la mejora de las condiciones laborales- no nos hubieran permitido llegar a los niveles nórdicos de conciliación familiar -seis meses para padre y madre, posibilidad de excedencia con sueldo de los padres que tienen que cuidar a sus parejas por embarazos de riesgo diagnosticado, etc, etc- pero desde luego no hubieran penalizado a las mujeres embarazadas como elemento de valor / rendimiento en el mercado laboral.
Pero no lo han hecho porque son incapaces de contemplar a la mujer en el contexto familiar y afectivo, porque para ellas, ancladas al mítico y arcaico "nosotras parimos, nosotras decidimos", consideran que el hecho de la maternidad concluye en el parto.
Por eso y por algo mucho más grave, mucho más vinculado a la forma de pensar occidental con respecto a lo que tenemos que dar y a lo que tenemos que recibir de la sociedad.
Porque han argumentado, como hacen con todo, desde la teoría de los derechos sociales y no desde la teoría de la responsabilidad social.
Porque han considerado el ocuparse de los hijos, el permiso de maternidad o la lactancia como un derecho, no como una obligación. Han obviado la realidad legal y jurídica más obvia de que los progenitores están obligados a ocuparse de sus hijos.
Porque todos esos permisos deberían ser obligatorios, no deberían estar sometidos al arbitrio de la mujer el utilizarlos o no. Porque es obligatorio que padres y madres se ocupan de sus hijos y los bebés recién nacidos precisan atención constante.
Pero para eso tendrían que haber cambiado el foco del derecho y ponerlo en el ser humano recién nacido y no en la mujer y no saben hacer eso. La mujer siempre debe ser el foco de sus reivindicaciones. Y deberían haber apelado a la responsabilidad social y no a los derechos. Pero eso no quieren hacerlo porque la mujer, para ellas, no puede tener ninguna obligación social, todos los derechos, pero ninguna obligación.
Y con toda esa cobertura familiar al embarazo y el parto -algo que siempre será voluntario- y la exigencia de la asunción de la responsabilidad de cuidado de los hijos -algo que siempre será obligatorio. Igualado al alza para hombres y mujeres no habría posibilidad de que se diera esa violencia estructural en el mundo laboral contra el embarazo y la mujer embarazada.
Y Gallardón no la podría esgrimir como fatuo argumento contra el aborto, que nada tiene que ver con eso.
Pero hay otra violencia estructural que están mucho menos dispuestas a asumir, que están mucho menos en condiciones de explicar y que hace que prefieran encerrarse en el argumento de la ambigüedad del concepto propuesto por el ínclito político del falso apellido compuesto sin guión.
La que han ejercido ellas directamente, ellas y todo su constructo ideológico, propagandístico y estructural contra la mujer embarazada. Rectifico, contra la mujer embarazada no, contra la mujer que quería ser madre.
Y, claro, me veo obligado a volver a explicarme.
No han respetado la libertad ideológica de la mujer. Toda su ideología, basada en la lucha de dos clases sociales inexistentes de hombres y mujeres, apoyada por el aparato de un gobierno que se entregó de lleno a la tarea, ha vendido, promocionado, presentado, anunciado y definido, la maternidad o, para ser más exacto, el gusto por la maternidad como un reducto de un pensamiento sumiso de mujeres educadas en los principios de un sistema patriarcal machista que no defendía la independencia y la igualdad de la mujer.
Como si la biología y la supervivencia de la especie fueran machistas.
Han considerado que cualquier mujer que pusiera su realización personal, su proyecto vital o sus gusto en la maternidad y el cuidado de los hijos, tenía derecho a hacerlo pero era una pobre mujer que no había conseguido liberarse, que por educación y por cultura seguía vinculada a una cultura retrógrada y machista y que, aunque había que respetarla como mujer, había que intentar salvarla de sus propios pensamientos y deseos.
Han intentado hasta la extenuación cargar sobre los hombros, las espaldas y los ovarios de todas las mujeres españolas sus propias frustraciones, forzando a que todas piensen que su única obligación para con su propio sexo -que es con el único estamento con el que tiene obligaciones- es demostrar que la mujer es una profesional mejor que el hombre, que el trabajo la realiza y que su principal objetivo tiene que ser ostentar o detentar el poder -porque que lo haga de forma justa o injusta es secundario-.
Y luego si aún  quieres tener hijos, te inseminas artificialmente con esperma de un desconocido y tienes una hija -siempre una hija- a los cuarenta y reclamas que el Estado te de todas las facilidades del mundo porque eres una madre soltera que no tiene apoyos.
A lo mejor ha pesado en ese nuevo rol que en esto de la maternidad tiene que haber material humano masculino de por medio. Y eso nunca deja cómodas a las feministas de la interminable guerra de sexo.
Y si la violencia contra la mujer embarazada y el embarazo por parte del mundo de la empresa solamente puede definirse por la palabra avaricia, la violencia estructural ejercida por el aparato ideológico de un gobierno y todos sus entes y asociaciones afines solamente puede definirse con otra: fascismo.
No es que yo crea que la mujer debe pensar eso, no es que a mi me parezca plausible refugiarte en la maternidad y el cuidado de los hijos para eludir otras responsabilidades familiares como es su sostenimiento económico, sociales como es la participación y la mejora social o personales como es devolverle a la naturaleza y a la historia las capacidades que uno y otra han facilitado a través de la sociedad y la genética, pero no consideraré nunca la maternidad un rol desfasado de una sociedad caduca.
La maternidad es un hecho biológico y una necesidad antropológica, Punto final. Refugiarse en ella para eludir otras cosas es una muestra del inefable egoísmo occidental atlántico que nos aqueja en eso y en otras muchas cosas. No tiene nada que ver con el machismo.
Y no es que las hayan perseguido gritándolas al oído que no se queden embarazadas -como hacen con los hombres por otros motivos en otras ocasiones-. Las pruebas de esa violencia no están en lo que han hecho, sino en lo que no han hecho.
Ni una sola asociación de mujeres tiene un solo programa para ayudar a madres adolescentes que quieren serlo, en ocho años no se ha realizado un solo programa desde ningún estamento del Gobierno Central -ni siquiera desde el Ministerio de Igualdad- para ayudar a esas mujeres. No existe una sola caja de acogida para madres adolescentes vinculada a una asociación feminista y hay más de una docena en la que las mujeres esperan -en muchos casos ilegalmente, según la ley previa a la del gobierno del PSOE sin el conocimiento de sus padres que las han reclamado como evadidas de casa- mientras las asociaciones feministas les gestionan los abortos y las ayudas económicas para los mismos.
No se ha convocado una sola manifestación, protesta, simposio, mesa redonda o lo que sea, para solicitar la equiparación de las condiciones de apoyo familiar a la maternidad y la paternidad para las embarazadas y sus parejas, no se ha protestado por la estigmatización y el ataque a la libertad de decisión de la mujer que suponen campañas en las que el slogan es "no soy madre, soy mujer", como si una cosa negara la otra o una mujer no pudiera elegir ser madre sin renunciar a la condición de mujer.
Y después de todo eso Trinidad Jiménez se atreve a acusar de Gallardón de infantilizar a la mujer. Ella que se cogió una pataleta digna de primer día de parvulario solamente porque Alfonso Guerra la llamó señorita, se atreve a decir, obviando por enésima vez la vida antes del polvo, que Gallardón no tiene que decirle a la mujer si tiene o no tiene que ser madre. Y sabe que en eso le tenemos que dar la razón, pero finge ignorar el hecho de que el Estado si está capacitado para vehicular las herramientas que tiene los ciudadanos para ejercitar sus derechos. Y, mientras exista el látex y los fármacos hormonales, el derecho está satisfecho.
Y ahora pueden tirar de lo mismo que tiran siempre y acusarme de machista y de retrógrado por defender que todos, hombres y mujeres tiene que tener los mismos derechos familiares de forma libre y las mismas responsabilidades sociales de forma obligatoria y por decir que toda mujer tiene derecho a que se respete y se apoye su visión de la feminidad, de sus responsabilidad social y de sus derechos personales aunque no coincidan con los del aparato ideológico preponderante.
No sé si el ministro Gallardón se refería a esa violencia estructural contra la mujer y el embarazo. Pero tengo claro que yo sí me refiero a esa violencia estructural.
A esa y a otra. Pero la otra es contra hombres. No viene al caso ¿o sí?.

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