Puede que sean esas fiestas que se avecinan, en las que la familia entendida como clan vuelve a tomar protagonismo, o puede que sea otra fórmula estudiada con la cual los inquilinos de Moncloa tratan de distraer la atención de lo que están haciendo amparados en los votos que se les dieron para otras cosas. Pero sea como fuere en estos días no se habla de otra cosa que de aborto.
Y la cortina de humo sigue haciéndose más densa a medida que ese debate baladí e insustancial se asienta en nuestras mentes, nuestras plumas y nuestros teclados. Nos ponen el capote delante de la cara y nosotros entramos al trapo como un vitorino ante un diestro arrodillado a puerta gayola.
El Colegio de Médicos madrileño se desgañita hasta la afonía gritando que faltan pediatras en los ambulatorios madrileños, que nuestros niños, los ya nacidos, los que necesitan cuidados y alimentos para crecer, no tienen los suficientes especialistas porque no se cubren las bajas ni se reponen las jubilaciones. Pero nosotros hablamos del aborto.
Por la tremenda nos "externalizan" la sangre -bueno la recogida de sangre- sin especificar qué personas la harán, sin hacer hincapié en las condiciones laborales o de formación de quienes se dediquen a ello. Pero nuestros contertulios televisivos hablan del aborto.
En tierras castellanas despiden a todos los encargados del servicio de atención de llamadas de urgencias para substituirlos por otros que son la mitad en número y que carecen completamente de experiencia en la gestión de urgencias sanitarias con el riesgo que eso supone para que los que llaman al 112 en situaciones límite. Pero las portadas de nuestros periódicos siguen escribiendo la palabra aborto a cuatro columnas en cuerpo setenta y dos.
Las listas de espera para cirugía crecen un 30% en Madrid en un año mientras los poderosos, sus adeptos y afectos se cuelan en las unidades quirúrgicas por la puerta de atrás de lo privado saltándose su turno; cinco mil personas engrosan la en ocasiones desesperada espera quirúrgica en un solo mes porque se han cerrado quirófanos, se han jubilado cirujanas, anestesistas, enfermeros y todos los profesionales necesarios para llevar a cabo una operación.
Pero nuestros políticos siguen debatiendo sobre el aborto.
Una oposición desgastada ideológicamente y en liderazgo tira de sus viejos arquetipos teóricos para ocultar todas sus carencias, lanzándose a una guerra que ahora es absolutamente inútil; un Gobierno agarrotado por la incapacidad de reacción, acogotado por la constante y continua corrupción y desgastado por su puro ejercicio de soberbia y falta de previsión, abre ese frente de batalla para apartar nuestra vista de todos los otros en los que retrocede en desbandada.
Ambos nos presentan un combate floral mientras lo esencial sigue cayendo en picado, sigue siendo destruido y demolido. Y nosotros nos lanzamos a él como la población de Roma, ávida de ver a los gladiadores enfrentarse a sangre y espada, llenaba las gradas del Circo Máximo.
Nos conocen. Nos conocen demasiado bien.
Y saben que si hacen eso distraerán nuestra atención. Saben que aquellas que se han arrobado la representación de las mujeres sin que nadie las haya elegido ni votado solamente verán la palabra aborto e iniciarán su carga.
Saben que aquellos que se han autonombrado defensores de la vida sin que nadie les haya concedido ese título ni les haya otorgado esa condición leerán la palabra aborto y organizarán sus huestes para la lucha.
Y así parecerá que es importante, que tenemos que tomar partido, que tenemos que preocuparnos de ello y solamente por ello.
No importa que la gente muera de frío en las calles, no importa que miles de niños no tengan pediatra y que otros tantos solo puedan comer macarrones todos los días del mes. No importa que los centros de acogida de menores estén abarrotados de infantes que son queridos por sus padres y madres pero que tienen que ser atendidos por el Estado porque sus progenitores no pueden hacerse cargo de ellos.
Nada de eso debe importarnos. Solamente el derecho de los no nacidos o el de las mujeres que no quieren que nazcan.
Podemos hacerles el juego y adentrarnos de nuevo en debates ya agotados o podemos seguir intentando salvar nuestra sociedad para que luego pueda decidir libremente qué es lo que quiere hacer con respecto a esa cuestión en concreto.
Porque si no lo trabajamos en ese orden, pensemos lo que pensemos sobre el aborto, cuando nos queramos dar cuenta seremos una sociedad de siervos sometidos que tendremos que aceptar con una reverencia y una genuflexión lo que los señores del castillo digan sobre el asunto. Sobre ese y sobre cualquier otro.
Tendremos que aceptar que el gobernante de turno decida sobre la vida y la muerte sin tomarse siquiera la molestia de preguntarnos al respecto.
¿No es lo que están haciendo ya?, ¿defensores o detractores del aborto han pedido en alguna ocasión un referéndum en el que la sociedad Española decida sobre el fondo legal en el que se fundamenta el aborto?, ¿no intentan unos y otros vender como universal su punto de vista sin tener en cuenta la opinión de la sociedad española, sin ni siquiera preguntarla?
Solo para que conste. No se trata de hablar del aborto o sus condiciones. Hay que exigirles que nos dejen hablar y decidir sobre él.
Y hasta que algún político defienda esa postura no habría que considerar este debate como otra cosa que como un baile versallesco que pretende ocultar otras muchas miserias.
¿Qué si estoy a favor o en contra?
No voy a hablar del aborto salvo para decir que tienen la obligación de preguntarnos sobre él. Y cuando lo hagan con urnas, papeletas y la pregunta adecuada será el momento de hablar.
Hasta entonces, no compremos su humo. No tiene valor.
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