A cuatro kilómetros y medio de Alcalá de Henares viven 573 mujeres.
Así todas juntas, sin posibilidad ninguna de pasar inadvertidas, de que la vista las obvie en un vistazo casual.
Pero no se me asusten unas ni se me emocionen otros. No es el serrallo de un saudí deslocalizado ni un lupanar de altos vuelos. Ocupan una superficie de 230.000 metros cuadrados dividida en patios, recintos, comedores y 410 celdas.
Es la cárcel de mujeres de Alcalá de Henares.
Y uno se esperaría que, tal como está el patio -o mejor dicho la enfermería- del citado presidio, los aledaños se encontrarán llenos de activistas, de una marea de camisetas malvas, de un mar ondulante de pancartas coronadas con el símbolo de venus. Uno esperaría que el aire estuviera saturado de los tonos de tiple, vicetiple, y soprano de los cantos reivindicativos del feminismo patrio.
Pero no hay nadie. Pese a que se encuentran en una situación de riesgo que bordea lo dramático, no hay nadie protestando. Pese a que les han retirado los médicos y el personal sanitario por las noches, no hay nadie exigiendo que les sean devueltos.
Ni una pequeña representación de todas esas asociaciones, de todos esos colectivos que tan pronto se amalgaman -con todo el derecho del mundo, dicho sea de paso- para protestar por otras situaciones, por otras leyes, por otras cosas.
Ni una sola de las portavoces que avisan proféticamente de los riesgos para la salud que supondrá la malhadada Ley del Aborto de Gallardón se encuentra junto a los muros de la prisión de Alcalá de Henares para alertar de los riesgos reales que ya soportan esas mujeres con la desaparición nocturna de los médicos del penal
Esas 573 mujeres están solas, solas consigo mismas, en el silencio de su encierro nocturno sin atención medica cualificada. Y nadie habla, protesta o revindica por ellas.
Bueno, nadie salvo los aquellos que se han acostumbrado a mirar por lo de todos.
Los facultativos de la prisión han denunciado la situación ante el Juzgado de Vigilancia Penitenciaria y han recurrido la decisión de Instituciones Penitenciaria de dejar sin atención médica nocturna a las reclusas.
Porque algunas ya se han salvado por los pelos.
El pasado 23 de agosto una interna se puso de parto en la semana 26ª de gestación. Y tuvo suerte porque fue a las nueve de la noche. Si hubiera sido una hora después ya no hubiera habido médico, ya no la hubiera podido derivar a un centro hospitalario. Ya no hubiera habido tiempo para parar el parto y evitar que el feto muriera en su inmadurez y la padre probablemente de la hemorragia.
Y pese a ello, pese a la demostración palpable de que esas mujeres son consideradas por nuestro gobierno como indignas de una atención médica adecuada, pese a que sus riesgos de salud no están contemplados y se antepone el ahorro de unos cuantos miles de euros a la seguridad de su vida por el mero hecho de estar en prisión, aquellas que tanto dicen trabajar por la dignidad de la mujer permanecen mudas, ciegas y sordas a la situación.
La señora Valenciano no reclama la ayuda de sus colegas diputadas del Partido Popular para acabar con esa situación, las ediles populares no se quejan con la boca pequeña de ese atentado contra la dignidad femenina, las asociaciones feministas no se reúnen a bombo y platillo para parar ese ataque contra la libertad y la dignidad de unas mujeres que ya tienen parte de su libertad restringida -por sus propios errores, eso sí-.
Protestan los profesionales de la sanidad, protestan los funcionarios de prisiones, pero ellas siguen mirando a otro lado, cegadas por el prisma de su ideología que les hace poner el foco exclusivamente en sus axiomas y no descender a la realidad de lo que realmente está violentando a la mujer más allá de una ley que aún ni siquiera ha entrado en vigor.
A lo mejor es que como los recortes, la venta de lo público, la eliminación de los servicios y de las prestaciones también afecta a los varones ellas no están por la labor de hacer frente común, a lo mejor es que como el feminismo no gana presencia mediática ni poder social con la defensa de los reclusos es que no les importa.
A lo peor es que como no hay clínicas especializadas en el tratamiento de reclusas que cobran al Estado por ello o gabinetes psicológicos o legales que viven del tratamiento de las mujeres con fondos públicos tampoco les resulta demasiado relevante. Es posible que por eso se acuerden de ellas para informar de que la mayoría sufrieron malos tratos de sus parejas pero ahora permanecen calladas cuando los reciben del Estado por omisión.
El Gobierno del Partido Popular convierte las noches de Alcalá Meco en el encierro del Conde de Montecristo, ignorando embarazos de riesgo -como otro caso que se produjo en octubre-, reclusas en avanzado estado de gestación que pueden dar a luz en cualquier momento -ya sea antes o después de las diez de la noche-, y toda la maquinaria de la reivindicación feminista no puede detraer ni unos cuantos engranajes mínimos para ayudar a estas mujeres.
Nadie dice que no deban protestar contra la Ley del Aborto si lo consideran oportuno pero deberían gritar el lema que tanto esgrimen de Madre Libre a la puerta de la prisión de mujeres de Alcalá de Henares. La famosa Alcalá-Meco
Porque la libertad de ser madre no es solo la de no serlo si no se quiere, sino la de serlo si se quiere serlo en las mejores condiciones de dignidad y seguridad posible.
Y ese derecho, tan femenino y tan feminista, se está conculcando día tras día en la penitenciaria alcalaína cuando los facultativos abandonan el recinto a las diez de la noche dejándolas a su suerte.
Porque esa es una circunstancia real, que está pasando, no una previsión realizada por las clínicas de posibles tragedias.
Porque a esas mujeres ya se las está considerando ciudadanos de segunda clase cuando se les coloca una guardia localizada -curioso concepto- que tardaría 45 minutos en llegar al centro penitenciario si alguien hace una llamada de emergencia.
Porque 573 mujeres corren el riesgo de morir desangradas en una galería carcelaria o de perder a sus vástagos entre placenta y líquido amniótico por falta de la presencia del personal sanitario adecuado y ellas, que se arroban la defensa y la representación de las mujeres, no están haciendo nada.
Porque las reclusas de Alcalá de Henares no tienen un ginecólogo -repetimos, una prisión de mujeres, solamente de mujeres, no tiene un ginecólogo- desde que el que tenían se jubiló y su plaza no fue cubierta.
Si eso no es un atentado contra la dignidad de la mujer que bajen las diosas McKinnon y Beauvoir del parnaso feminista y lo vean.
Quizás deberían aprender de aquellos que han acudido al Juez de Vigilancia Penitenciaria para denunciar la situación de esas 573 mujeres cuya dignidad está siendo arrastrada por los suelos.
Quizás deberían darse cuenta que lo que el personal sanitario está haciendo es lo que deberían hacer ellas también. Luchar por los derechos de otros aunque eso les origine más jornada laboral, más tiempo lejos de los suyos, más esfuerzo. Quizás deberían darse cuenta que ellos sí están haciendo su trabajo. Están defendiendo a sus pacientes.
Mientras que ellas obvian el que supuestamente es el suyo que es defender a las mujeres. A todas las mujeres. Incluso a aquellas que por sentencia judicial tienen suspendido el derecho al sufragio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario