Llega Pisa y llega la revolución.
Como cada informe, como cada vez que nos recuerdan que estamos a la cola de ese maremagno de territorios llamado OCDE en materia de educación, estalla el diluvio y nos dedicamos a lo que mejor sabemos hacer, a lo que se ha convertido en la actividad patria por excelencia desde el desastre de La Invencible o la Batalla del Mar del Callao: a buscar culpables.
La sucesión de reformas y contrarreformas educativas es culpable, la educación pública es culpable, la cascada en el tiempo de leyes de educación es culpable, la falta de inversión es culpable, el exceso de inversión es culpable.
Y puede que todo eso sea parte del problema.
Cuando dos partidos políticos se dedican durante seis lustros a desdecirse y contradecirse en una batalla de cambios y recambios para potenciar aquello que ellos quieren potenciar en la Educación la cosa se complica.
Cuando a cada cual intenta imponer sus "cadacualadas" ideológicas como algo necesario dentro del programa educativo, cuando es rehacen planes de estudio porque se quiere que los estudiantes se centren en la diversidad social en la moral católica, en la igualdad de sexos o en el esquema de familia tradicional, la educación comienza a enmarañarse, a volverse complicada, a trasformarse en un campo de batalla política que la impide avanzar, que la dificulta descubrir sus auténticos problemas. Que impide a educadores y educandos centrarse en lo esencial.
Todo eso es cierto.
Como es cierto que determinados gobiernos han confundido el derecho a la educación con el derecho a aprobar o a tener un titulo universitario mientras que otros confunden la cultura del esfuerzo con el hecho de sacrificar y expulsar del proceso educativo a todo aquel al que su configuración genética no ha arrojado a la excelencia intelectual de antemano.
Como es cierto que tanto nos han cambiado la historia contemporánea en las aulas unos y otros que ahora tenemos que leer sobre la última mitad del pasado siglo en libros británicos, estadounidenses o fineses para saber un poco qué pasó en España en esos tiempos.
Como es cierto que han aparecido, desaparecido y reaparecido tantos filósofos de los planes de estudios que no se tiene muy claro contra qué filosofía reacciona Karl Marx o a quiénes contesta Hobbes en sus invectivas -si es que se llegan a leer los escritos de uno y de otro-.
Y no es menos cierto que la inversión en Educación ha seguido en muchos momentos ese camino ideológico por las dos formaciones, que han convertido el futuro educativo de España en un partido de tenis de mesa en el que la pelota va y vuelve a tal velocidad, que ya casi resulta imposible percibir quien fue el último en golpearla y en qué dirección la envió.
Unos han gastado mucho más en charlas sobre género o sexualidad -que nadie niega que sean necesarias- que en las materias básicas, otros se han empeñado en seguir gastando en religión católica y formación del espíritu nacional encubierta y no en los conocimientos más esenciales y elementales.
Es verdad. Y como es verdad nosotros paramos nuestro análisis ahí. Como en un juicio por jurado, nos limitamos a cargar culpas. Pisa nos da una generación de jóvenes bajo mínimos y nosotros culpamos al sistema educativo y a los gobiernos de uno u otro signo que han incidido en él.
Como siempre, contamos la historia según nos va en ella. Evitamos retrotraernos al punto en el que de repente la mira telescópica del fracaso escolar y la educación deficiente de nuestra sociedad nos apunta directamente al entrecejo.
Evitamos reconocer que nosotros también somos culpables del cráter de desconocimiento que está abierto en mitad de nuestros jóvenes.
Porque si los alumnos de 15 años tienen dificultad lectora es porque nunca han leído. Porque hemos preferido colocarles delante de los dibujos animados que instarles a leer leyendo con ellos desde que eran infantes; porque les hemos arrojado a la DS en cuanto les destetamos en lugar de darles pinturas para colorear.
Porque, escondidos tras la continua excusa del cansancio laboral, nos han visto arrojarnos al sofá al llegar a casa a consumir Sálvame, Cuéntame o o cualquier otro "me" televisivo que se nos ocurra, en lugar de coger un libro o leer el periódico.
La falta de lectura de nuestros hijos es resultado de la nuestra, de nuestra incapacidad para introducirlos en ese mundo.
La falta de interés por la educación de esos que ahora llamamos ninis con desprecio es producto de la dejación de nuestras funciones en manos de los profesores, de los maestros, en una delegación imposible para que se ocuparan de todos los aspectos de la educación de nuestros hijos para los que nosotros no teníamos tiempo ni ganas.
La escasez de conocimientos de los quinceañeros españoles es también producto de padres y madres incapaces de explicarles un dato histórico en el que tienen duda, de ayudarles a localizar Djibuti o el Lago Waern en el maldito planisferio físico y ya no digamos de intentar explicarles la enrevesada diferencia entre el Ser y el Deber Ser filosóficos.
Porque les hemos criado al abrigo de una creencia de que todo lo que tenían que saber tenían que aprenderlo en el colegio -o como mucho en las extra escolares-, que nosotros no teníamos nada que hacer al respecto, que ese no era nuestro trabajo.
Y sobre todo porque hemos preferido que crezcan adocenados y tranquilos y les hemos dado todas las herramientas necesarias, desde la Playstation hasta el IPhone, desde el Tuenti hasta el MySpace para que no hagan aquello que más molesta a un padre o a una madre ocupados: pensar. Puede que les hayamos enseñado a obedecer pero no a pensar. Porque un hijo que piensa te obliga a pensar a ti y no están las cosas para perder el tiempo pensando.
Pero claro, quien desde pequeño no tiene afilados los mecanismos del pensamiento, la interpretación y el análisis -al nivel que sea- no va a llegar a un instituto y los va a comprar en la puerta como un bollo de grasas saturadas para el recreo.
Y así vamos.
Es muy probable que los gobiernos y su instrumentación ideológica de la educación hayan llevado el problema a cotas casi imposibles de superar, pero lo empezamos nosotros. Lo iniciamos con cada "que te lo expliquen en el cole", "miraló en Internet", "yo no sé de esas cosas", "pon los dibujos en la tele hija, que papá está ocupado" o "juega con la consola hijo, que mamá está muy liada"
Si nuestros hijos suspenden en Pisa, nosotros también suspendemos en Pisa
A ver si esta vez no lo olvidamos.
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