Cuando se nos va el Año de las Sombras, el año en el que se han cumplido los augurios de destrucción de lo público, de regresión de lo social y de avance incontrolable e incontrolado de la miseria por nuestros suelos y nuestras tierras, quizás sea el momento de parar un momento nuestra agotadora lucha contra lo que parece imposible y mirar qué hemos estado haciendo.
Muchos son los que se dejan la vida, el tiempo y la supervivencia -incluidos sus sueldos- enfrentándose a quienes nos están quitando aquello que los que vivieron antes ganaron para nosotros. Y sobre todo hay dos áreas, dos pilares básicos de la sociedad, del futuro que habíamos empezado a construir y que ahora nos vemos obligados a defender: la Sanidad y la Educación.
Y si la Sanidad es el espejo en el que ya se empieza a reflejar la tragedia de nuestro presente, el sufrimiento de unas víctimas, incluso mortales, que ya tienen nombre y apellido, la Educación es el lienzo en el que comienza a dibujarse el drama de nuestro futuro.
El desmantelamiento de la Sanidad nos enseña los muertos de hoy. La manipulación de la Educación nos anticipa los esclavos de mañana.
Y es precisamente en la Educación, en la preparación de aquellos que tienen que continuarnos, donde podemos haber cometido el error capital, donde en nuestro deseo de mejorar podemos haber creado la herramienta que ahora aquellos que pretenden utilizar la enseñanza pública como una maquinaria bien engrasada de fabricar siervos empresariales están usando en su beneficio.
Es una herramienta muy sencilla, muy simple. Es tan sutil como una preposición.
En la década de los noventa, arrastrados por el empuje por entonces imparable de las teorías del progreso, dejamos de considerar la Educación como un bien absoluto, dejamos de pedir educación y la hicimos acompañarse de una preposición finalista.
Empezamos a reclamar Educación para...
Educación para el progreso, Educación para la igualdad, Educación para... Desde entonces parece que la Educación tiene que tener un destino, un fin, una dirección y eso es lo que han aprovechado los buscadores de siervos para pervertirla, para redirigirla. Ahora es educación para la supervivencia, para el beneficio.
En nuestro intento de mejorar nos olvidamos que la educación no busca otra finalidad que permitir que el ser humano piense por sí mismo, que llegue a sus propias conclusiones. Que lo único que tiene que buscar es dar las herramientas a la mente para que pueda estructurarse y acceder a los niveles de conocimiento necesarios para ser independiente -o por lo menos autónoma- de los influjos exteriores.
Los fines que se buscaban eran plausibles, libertad, igualdad, progreso, pero el mecanismo de la Educación para... no era diferente que el utilizado durante siglos con otros fines. Educación para la fe, Educación para la formación de la raza aria, Educación para la grandeza de España, Educación para la resignación y la aceptación de tu condición, Educación para la creación del Estado Socialista, Educación para el sometimiento al varón, Educación para..., Educación para..., Educación para...
Creímos que encaminarla hacia otra dirección era la solución cuando la solución era no encaminarla hacia ninguna parte, hacia ninguna ideología, hacia ningún lugar preconcebido.
Ignoramos las lecciones que la historia nos dio con Sanit Simon, Rousseau, Montesquieu o Mirabeau, todos ellos educados para la aristocracia, para el mantenimiento de los privilegios de su clase social y todos ellos impulsores del mayor movimiento igualitario de la historia de la humanidad.
Pasamos por alto el ejemplo que en nuestras mismas fronteras nos dieron Jovellanos, Moratín Samaniego o Mendizabal, todos ellos educados a los pechos de la educación jesuítica para la religión y la moral cristiana e impulsores de los mayores momentos de anticlericalismo y laicismo en nuestro país.
Educar es darle al individuo la posibilidad de ser libre, de elegir el camino de su pensamiento. No es dirigirle hacia un lugar determinado por paradisíaco que nos parezca, no alejarle de ningún razonamiento por avieso y perverso que se nos antoje. La Educación es el entrenamiento del libre pensamiento. Tome este el camino que tome.
Aunque sea el sentimiento que más nos cuesta en esta sociedad occidental atlántica nuestra, tenemos que recurrir a la confianza. Algo tan poco nuestro hoy en día que casi ya no sabemos como funciona.
Tenemos que educar para el libre pensamiento y luego confiar en que nuestros principios, nuestras ideologías, nuestras creencias o nuestras filosofías serán lo suficientemente coherentes, estables y lógicas como para convencer a aquellos que ya saben pensar por sí mismos.
Y ahora aquellos que no piensan en otro bien que el de sus propias cuantas corrientes y su mantenimiento en el Gobierno, toman ese arma bien intencionada de la educación encaminada a un fin y la dirigen hacia los propios. Hacia la creación de una sociedad de feudalismo empresarial en la que ellos sean el continúo epítome del poder.
Así que, cuando recuperemos la Educación para la sociedad, que lo haremos, más nos valdría no volver a caer en el error de dirigirla más allá de las necesidades del educando de pensar por su cuenta y llegar a sus propias conclusiones sociales, éticas, morales y políticas.
Más nos vale defender solo la Educación. No la educación para... Educación y punto.
Muchos se están jugando mucho para que tengamos la oportunidad de enmendar ese bienintencionado error. No les defraudemos. Ellos y ellas no nos están defraudando a nosotros.
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