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viernes, marzo 30, 2007

Arreón Cyberpunk (6)

El UveQ se ha vuelto negro
Las botas de Lynag marcaban el ritmo de sus pasos como gotas de látex cayendo en una córnea modificada.
Eran nuevas. Cuero de aleación blindada paramilitar sobre suelo de trescientos créditos la baldosa. El mármol estaba veteado del verde de la fibra óptica que se conectaba con el perímetro de seguridad. Había empezado con una. Ahora ocho torres de cemento de captación y cristal metalúrgico de alta densidad rodeaban su casa. Todas ellas con lanzadores de plasma de fusión y una de ellas con pulso EM.
El pasillo estaba vacío salvo por él y sus botas. Había acompañado a los últimos invitados a la puerta. Los servos de sus brazos habían protestado del trabajo extra al introducir casi literalmente en sus Toyota de levitación a los cuáqueros de la Smitson que le habían visitado de incógnito.
Sus chóferes, vapms vudú con rastas de fibras capilares sensocromáticas convertibles en enlaces de corcex y neurolátigos, se afanaban con la memoria central de los vehículos para activar las ruedas hasta que llegaran a la autopista magnética de la costa que les conduciría al aeropuerto. De allí volarían, probablemente en cazas polifuncionales de velocidad media, hasta Gante o Brujas, para descargar la grabación de la reunión de sus enlaces a la memoria sim del ordenador central de la compañía. Sus jefes incluso olerían el humo del cigarrillo malayo de Lynag.
Un escalofrío le atravesó el cuerpo y se perdió en el suelo como una descarga canalizada a través de la toma de masa de sus servos. Se giró en el pasillo desierto y escuchó las risas a lo lejos. Alguna de las chicas de la Travesera había decidido ganarse un sobresueldo con el servicio. Estaba bien. Por lo que escuchaba, los gustos de sus cocineros, incluían mujeres vagamente mayores de edad. Había que explorar esas tendencias. Su corcex lo anotó.
Las profesionales de La Azotea habían desaparecido hacía tiempo, volviendo a sus jardines simulados en la parte alta del área acuática de la ciudad. Ya estarían sumergidas en sus sueños de drogas y sus baños de hormonas para mantener en forma y a punto sus herramientas de trabajo hasta que volvieran a ser contratados sus servicios.
Se paró ante la penúltima puerta. Una jamba de metacrilato verde oscuro, a juego con la fibra óptica, albergaba los mecanismos detectores y los sensores Hitachi de seguridad doméstica. Elementos modificados por los paramilitares que tenía contratados para la seguridad.
Su cuerpo, delgado y fibroso, se envaró y los bultos apenas perceptibles que los servomotores de su endoarmadura Lenovo le hicieron cosquillas ante el escaneo.
Con un zumbido sordo, el sistema le garantizo el acceso al tiempo que su propietario mascullaba una maldición en maorí que su corcex de doble fibra Fitashi se empeñó en traducir sin éxito.

-Vaya mierda- las palabras hacían referencia a su hastío pero también podrían haber servido de definición a lo que veía. Pisar restos de una pizza de salami de calamar de las granjas danesas y noruegas es lo más parecido a pisar mierda.
Lynag apartó de una patada varias cajas de pizza y envoltorios refulgentes de concentrado energético con sabor a chocolate, sintetizados en alguna nave de las afueras o en las cadenas de síntesis que ocupaban las islas indonesias. Los había de todos los sabores, en el suelo y en las tiendas de setenta y dos horas de la carretera de salida al aeropuerto. De todo menos de frambuesa. Habían podido con la mora y los otros frutos del bosque. Pero la frambuesa se les había resistido. El Conglomerado Europeo había prohibido su síntesis artificial. De algo tenía que vivir Estados Unidos tras El Colapso. De eso, de los arándanos y del maíz para las pieles sintéticas de los orbitales.
Las tupidas cejas rubias de Lynag se juntaron sobre su frente cuando contempló a mesa. Un diseño de Rosscini, funcional y delicado, en el que el metacrilato de alta densidad se mezclaba armónicamente con la imitación de acero. Los huecos para la inserción de enlaces y terminales se encontraban delicadamente disimulados entre tachuelas de piedra y remates de plástico templado transparente. Del centro y hacia atrás partían los brazos de los monitores. Un árbol de cinco ramajes, montado con titanio hueco en el que se ocultaban los servomotores que movían los brazos y las células ópticas y auditivas que respondían al control del teclado CrioCo que las manejaba y de la voz de Guillermo, el psicocorso, para quien Lynag había hecho esta inversión.
El CrioCo estaba dormido. Las luces azules del control de energía eran dos ojos asiáticos en sus dos ejes, que recordaban su procedencia y las dos únicas muestras de actividad. Sin embargo, cinco de los ocho monitores de bioplasma Fitashi con extensiones de pantalla fluctuante, también de CrioCo, estaban activados. Túneles de luz sobre un negro brillante que anunciaban el camino de una mente hacia el contacto con el UveQ. Destino corporativo de una compañía que se mostraba como un bloque de dorado apagado en el horizonte lateral de las pantallas.
Lynag arrojó la ceniza de su cigarrillo al suelo. Algo más de suciedad no iba a notarse en la habitación. Las chicas del Margen llegarían por la mañana, manejando los robots de limpieza que se llevarían la ceniza, los restos de pizza y la ropa desechable de la habitación. Y los cadáveres del salón de la fiesta.
No harían preguntas. Su contrato lo impedía. Aunque las hubieran hecho no hubiera importado. Antes de abandonar el complejo, los analizadores de las torres de vigilancia invadirían sus corcex de baja calidad y volcarían sus recuerdos en la CrioCo central del sistema de seguridad, que los sustituiría por otros. Mujeres semidesnudas despertándose de un sueño sin sueños inducido por el sexo y las drogas. Hombres vomitando en las esquinas y algún otro tipo de actividad, típica de una mañana posterior a una fiesta en la zona alta de la ciudad.
Imágenes grabadas en algún otro encuentro festivo en el salón. Nada de los hombres de Gante ni de los cadáveres. Las unidades Zanussi de limpieza habrían reducido los cadáveres a pulpa biológica irreconocibles, antes de que nadie pudiera darse cuenta de que habían sido seres humanos. Casi humanos. Material para los criaderos de flores y animales del extrarradio. Los cerdos del Margen no eran precisamente muy exigentes con las condiciones éticas de su dieta.
El picor de la pimienta malaya ascendió por su nariz desde la calada de su cigarrillo, al tiempo que se sentaba en la silla de trabajo de Guillermo, también diseñada por el creador italiano a juego con la mesa arbórea de trabajo. Sus dedos se deslizaron por el panel frontal hasta que dieron con la extensión del enlace auditivo Saitama que disimulaba una cavidad malva de metacrilato. Extrajo el conector y lo ajustó a la salida de brazo CrioCo, que tenía implantada junto al servo del brazo derecho. Como reacción automática, su corcex se puso en modo audio.
Lo primero que escuchó a través del enlace fueron los jadeos de Guillermo.

viernes, febrero 23, 2007

Sigue el Informe -arreón cyberpunk 5-

En esencia, La humanidad dejó de comunicarse cuando comenzó a utilizar la información como un bien de intercambio. Un mundo dividido, en guerra, saturado y económicamente débil fue el que lanzó la idea de un sistema de comunicación global. Un universo unido y estable fue el que varios siglos después desempolvó la ocurrencia para construir una inmensa corporación de información: La Infored.
El miedo fue el motivo principal de la necesidad de información y ese miedo originó, con la Infored, una necesidad compulsiva, casi una adicción, en audiencias cada vez mas multitudinarias.
La entidad denominada público, sometida a infinidad de culturas, de conceptos, de entretenimientos, de necesidades y de ausencias, exigió que alguien le aportara de forma fluida y legible todas las estructuras de información.
Formas de comercio y participación; de transmisión y control; de transculturación y dominio; de circulación y recepción y una infinidad de variedades más se unieron en la Infored para conseguir el objetivo final del gobierno mundial, que no era otro sino la unificación cultural.


El pasillo la asaltó con los ruidos de los ejecutivos y los técnicos amontonándose para acudir a sus puestos. El edificio de la Infored era una arcología cerrada. Nadie sabia con certeza las hectáreas que estaban contenidas dentro de él. Los SimClim de las zonas agrarias y naturales evitaban una completa catalogación del espacio. El murmullo de los que esperaban los auto elevadores para descender o ascender a sus niveles de trabajo estuvo a punto de conseguir que pasara por alto la fluctuación en los datos de cotización que descendían en columna por su corcex. DSC – 85/ -90, crepitó el dato en azules antes de desaparecer por la parte baja de su campo visual.
Se detuvo un instante apoyada en la puerta para ajustarse. Elimino la proyección visual del informe y la transfirió al sistema de audio. Una quemazón leve y conocida le anunció que su implante auditivo se había activado. La voz de Erika comenzó a sonar en su oído izquierdo. Libero su ojo derecho para ver el pasillo. Las letras traslucidas desaparecieron de su visión y fueron sustituidas por una visión completa del acero y la imitación de madera que saturaba las paredes de la zona de tránsito del edificio en el que se encontraba. Su ojo se movió en todas direcciones buscando referencias. Los datos de cotización seguían circulando por la periferia de su visión. DSC -85/ -90 volvió a caer como una exhalación frente a su córnea.
Tras un ajuste en agudos, el informe siguió.

En realidad, la información también dejó de existir en el XXI, tras la caída de las grandes agencias que monopolizaron durante casi dos siglos el flujo informativo e impidieron el retorno hacia los centros mundiales del poder.
La audiencia se acostumbró a saber lo que ocurría en la lejanía si ello afectaba a su cosecha, su trabajo, sus vacaciones, su familia o su seguridad personal, pero se negó a reconocer lo que sucedía en el patio trasero de su casa. No pedían marginación, ni droga, ni huelgas, ni muerte.
«Mi mundo es lo que me entretiene y en él la felicidad sólo la ensombrecen los otros»: Esa fue la máxima del nacionalismo compulsivo que, apoyándose en las raíces del XVIII y el XIX, renació en el XXI con tanta fuerza que obligó a la Infored a crear las cadenas locales que presentaran los mundos rosas ante el orgullo desproporcionado de poblaciones cada vez más aisladas en su inseguridad y en su miedo.


Podría haber tomado el tren de la arcología pero prefirió no hacerlo. Ver las tomas de corcex alineadas a media altura en el os vagones y los empleados sin enlace autónomo conectados a ellas, la deprimía. Caminó por las cintas móviles. El titanio crujía ante el peso de los que avanzaban. En dos semanas habría reparaciones. Un barbudo intentaba tapar una fuga de líquido verde en algún punto del sistema de freón refrigerado cuando llegó al ascensor administrativo del nivel. Con un deje metálico Erika seguía recitando su letanía.

La Infored sirvió para enfrentar pacíficamente a blancos y negros; indios y asiáticos; norteños y sureños; granjeros y mineros; orientales y occidentales. La red reprodujo todas las disputas que en la historia se dieron desde que el Homo Sapiens descubrió que el Neardenthal era otra especie.
Las confrontaciones ahogaron los nacionalismos en reyertas vecinales y enfrentamientos verbales que no llegaban a ninguna parte e impidieron que los núcleos raciales se consideraran una unidad frente al mundo.
La Infored logró el sueño universal de aislamiento seguro hasta desembocar en la necesidad de el otro, no para comunicar -eso se había perdido muchos siglos atrás- sino para ver tu orgullo en él. Creó el efecto espejo contra el que el Nuevo Orden Informativo de los albores del XXI había luchado en vano. Hizo desaparecer definitivamente el nexo de unión entre las sociedades. Hombre y mujer eran diferencias irreconciliables al igual que niño y viejo; bello y feo o loco y cuerdo.



Cuando el ojo Mathsuo de identidad le dio acceso el dato fugaz pasaba por tercera vez descendiendo ante su vista. Tres veces. Sin corrección, en mínimos azules negativos. Un problema. Apenas prestó atención alas últimas palabras de Erika en el enlace auditivo de su corcex.

El arte se prostituyó definitivamente; la literatura se volvió indiferente; la música se convirtió en un ejercicio formal que no satisfacía a autores, interpretes ni oyentes. La actividad humana se hizo, por fin, individual puesto que sólo los agentes de cada acción eran capaces de interpretar las motivaciones de la misma.
Cada uno hizo las cosas para si mismo y así, cuando un planeta superpoblado y hambriento clamaba por una solución colectiva, coordinada y global, el orbe dejó de ser un mundo habitado por veinticinco mil millones de personas para, pese a las apariencias, transformarse en veinticinco mil millones de mundos habitados por una sola persona, pendiente siempre de mantener, ampliar y fortalecer sus fronteras en su relación con cada uno de los otros miles de millones de mundos privados que coexistían con el suyo. La Infored estabilizaba el sistema. Era una inmensa red de mentiras y medias verdades para mantener las apariencias. El gobierno ejercía el control del sistema y la Red le lavaba la cara cada día.

Salió disparada del ascensor como si se hubiera pegado un adredermo de competición. Los tacones de sus Klisten clavándose en la moqueta de repulsión estática a un ritmo casi olímpico. El despecho de Erika la recibió en silencio salvo por el sonido de los servos de la ancha puerta de madera, está auténtica, con tachones de piedra sintética negra. La Directora de Administración estaba de pie tras su mesa. Un conjunto de barras plásticas de aleación blindada con tintes cromáticos en plata y malva y de planchas de simcromo con efecto de ébano.

Casi jadeaba cuando habló a la hercúlea espalda de Erika. La nota a pie de página del informe se desintegró sobre el rostro de su creadora cuando se giró al escuchar sus palabras.

- Las previsiones están mal hechas, Erika

NOTA:
No es conveniente presentar este escrito ante nuevas incorporaciones.
Utilizable como indicativo primario de reacciones de control/lealtad en elementos sospechosos.
Riguroso control de acceso. No incluir en memoria central.

Erika van der Ruther, Directora Departamento Administración.

- Lo sé, Bel Lynn, lo sé – el rostro arquetípico de valkiria de Erika terminó de aparecer cuando el corcex rompió por fin la conexión invasiva de prioridad con el informe- ¿De que SimClim son los paisajes de Los Sembrados, Bel? ¿De Iowa?

viernes, febrero 16, 2007

Informe entre el centeno (arreón ciberpunk 4)




Extracto literal de:

UNA HISTORIA APÓCRIFA DE LA COMUNICACION HUMANA

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Compilación histórica independiente

AUTOR: Prof. Ramón Glarsser

REF: 124.678/WCA/W5A

AUTORIZADA CONSULTA NIVELES 1A Y 1B

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La cabecera del informe tilitó en el interior de sus córneas y se mantuvo allí aunque cerró los parpados y los apretó fuertemente. Su corcex pareció sacudirla para exigirla que prestara atención a lo que estaba llegando por vía de prioridad. Los Samsung diseñados para la Infored poseían subrutinas invasivas conectadas a los nervios. Podía estar viendo el encabezamiento del informe hasta que le prestara atención. Hasta en sueños. Algunos aprovechaban el sueño para eso. Ella no estaba dispuesta a regalarle sus sueños a La Red.
Abrió los ojos. Las espigas se agitaron junto a sus ojos y acariciaron sus piernas. No sintió el cosquilleo. Sus medias termodermicas lo evitaron. eran finas como una película de nácar pero nada podía atravesarlas. Seguridad y belleza. La simbiosis de moda. Glammy las producía en todos los colores posibles y algunos imposibles. Hoy las suyas eran transparentes.
Se levantó y miró alrededor. El trigal estaba en pleno mayo. Un mayo de cielo despejado y sol perpetuo. Las lámparas meteorológicas se encargaban de ello. No un cielo con un sol mortecino e inestable . Decían que el sol se estaba muriendo. Era posible. Pero el trigal no tenia sol. O tenía miles.
Antes de comenzar a andar cerró los ojos. Sus iris de gacela desparecieron bajo sus casi traslucidos párpados. Palidez. No como la del Embudo. Con venas pequeñas en ellos. Palidez genética, no endémica. Se concentró en el texto enviado a su corcex con invasiva prioridad administrativa nivel uno.

Estrictamente podría decirse que hace más de cincuenta siglos que el ser humano no sabe lo que es comunicarse. Desde el origen de las comunicaciones en clave de secreto militar, la comunicación humana perdió todo el sentido real de intersección.

Comenzó a andar a través del trigal con las manos extendidas. Los granos rozaban la piel de sus dedos mientras las letras desfilaban sobre sus sentidos. Soldados efímeros enviados por un general con despacho diez pisos por encima del trigal. Se preguntó a que venía una diatriba de Teoría de la Comunicación en ese momento. en ese día. Las espigas seguían alimentando las sensaciones de su mando. Ahora el granulado era más basto, mas denso. Cebada. La rotación de cultivos era vieja. Parcelas intercambiables. Casi pudo ver los inmensos servomotores que, bajo el suelo de acero permeable y la base de sustrato químico hacían girar las parcelas para que cambiaran de posición. Era más caro que modificar los mil soles que las alumbraban. También era más cómodo. Abrió los ojos y siguió caminando hacia la linde del campo. Volvió al informe, memorando o lo que fuera.

Desde que la familia se estableció como entidad de disciplina y progreso por encima de unidad en la supervivencia y afecto; desde que el sexo se descubrió como placer; desde que alguien puso el poder absoluto en manos de los dioses mecánicos de la protohistoria; desde que santos, sacerdotes, augures y magos levantaron sus ojos para invocar a sus deidades con versos arcanos; desde que el hombre es sabio y, por tanto, social; desde ese momento la comunicación no existe.

- Erika, está poética –pensó mientras una sonrisa mostraba a los cultivos sus dientes alineados en blanco con simetría de plasma quirúrgico. Los Autarks usaban el plasma para afilarse las piezas dentales. Las laterales o las frontales, dependiendo del puesto que ansiaban ocupar o que ocupaban en sus comunas de las afueras, plagadas de hidropónicos de calabacín y de niños probeta. Entre los Meta la última moda era redondearlos. Ella sólo los había nivelado. Más clásico y universal. Algo a lo que volver tras las modas y los Autarks.

Todas las formas de expresión para el otro han sido viciadas y revertidas en mecanismos de control. Los elementos comunicativos del sexo se han perdido entre una multitud de complicados juegos sexuales que excitan, masturban y complacen las mentes de aquellos que sólo buscan extraer placer en lugar de comunicar sentimientos.

- ¡Por favor! – bufó al tiempo que abandonaba las rectangulares áreas de cereal para acceder al pequeño camino de electroarena que serpenteaba entre los sembrados perdiéndose en dirección hacia un horizonte con colinas y nubes probablemente sacado de alguna proyección del SimClim de la llanura de León o de Idazo. Pero en Idazo no rotaban cultivos. No antes del Colapso. Quizás ahora si – Todo el mundo tiene un mal polvo. Pero nadie hace un memorando por ello.
Cuando salió al camino aprovecho para alisarse la ropa. Traje de tres piezas. Serio en gris y blanco con un toque de beige en el escote las mangas y la falda con raja atrás. Observó como la electroarena apartarse de sus zapatos, unos Klisten austriacos de tacón alto, para no ensuciarlos. Los electrones hacían su trabajo. Otra vez los militares habían inventado algo útil. Avanzó por el sendero. Una ventana de intersección se abrió en su corcex. Las cifras de las cotizaciones de cambio comenzaron a correr en delgadas columnas junto a las palabras. Datos verdes y azules. Tiempos y espacios de Red cayendo en carcajada junto a siglas de tres letras.

Las palabras corrieron de boca en boca y de mano en mano durante siglos. Cantidades ingentes de información se perdieron en el proceso sin poder ser comunicadas. Cuando el hombre dejó de comunicarse nació la información y está se entendió como un bien escaso.
Decenas, cientos, quizá miles, de sistemas de información se alzaron, se hundieron, se enfrentaron y se coaligaron. Se sustituyeron, se superpusieron, se pervirtieron y se autopurgaron. Miles de modelos de información crecieron, ensancharon, dominaron y liberaron, dieron beneficios, quebraron, hicieron crisis y revolucionaron. Todos ellos buscaban lo mismo y ninguno pudo hacer nada para disimular la absoluta, dolorosa y castrante falta de comunicación entre los seres humanos.


Cuando el sendero terminó aprovecho para ajustarse el peinado. Una cola alta sujeta con un broche de inducción que evitaba que su cabello, largo, castaño y ceroso en su brillo, siguiera su extravagante tendencia a actuar como una masa de filamentos independientes. Se miró en el tenue reflejo del acero que comenzaba a aparecer. Los sensores Clemson de proximidad la habían detectado al menos doscientos pasos antes y habían dado orden de seguimiento al sistema de Los Sembrados, un complejo grupo de cuatro virtucreadores, también de Clemson, dos regeneradores de esfera bicúbica Hitachi y probablemente una fuente de simulación de núcleo biogenetico en escamas de CrioCo, para ir diluyendo el infinito fondo de la simulación climática a medida que avanzaba por el sendero. Miró atrás suspiró y dio un paso más. El pomo apareció. Sujetó la esfera metálica sintiendo el cosquilleo de los analizadores de palma y lo giró. la puerta se abrió y salió.

martes, febrero 13, 2007

Arreón Cyberpunk (3)

Fernando había pagado el cuerpo también, seguramente. La chica era de su estilo. Grandes pechos en un cuerpo delgado que no podría haberlos soportado firmes sin injertos de biomasa y modificadores musculares. Caro pero no prohibitivo. Los negocios de trastienda de Fernando y los cíclicos periodos en los que el Ferdinan´s estaba de moda le habían permitido comprar y fabricarse a su guardaespaldas y su juguete. Probablemente, ni siquiera había pagado por ella. En cualquier burdel del Embudo podían encontrarse dos docenas de voluntarias y tres de voluntarios.
Se preguntó en que la convertiría Fernando cuando la usaba. En una heroína de comic. Las otras cuatro agallas eran entradas multifunción de fase para software sentiente y psicoproyectivo. Sólo diez minutos de demora entre carga y carga. Obsoletas. Las militares eran instantáneas. Las corporativas podían superponerse.
No era necesario tanto avance. Con diez minutos de espera, la heroína aparcacoches de Fernando podría ser todo lo que el cliente quisiera. Así consumían durante la espera.
- Toda tuya –concluyó Myrll la pugna comercial con Fernando para alivio de este. La rutina de su pigmalión era mas importante para el barman que un poco de crédito extra en su plástico de negocio-. En media hora, cuando los últimos comerciales errantes abandonaran su local y volvieran al Núcleo Corporativo para rendir cuentas, se perdería en la parte de atrás del local con su heroína hasta que comenzaran a llegar los primeros Metaurbanos de la tarde. Los Metas eran los principales clientes de Fernando y de su aparcacoches.
- ¿Trabajando? – el propietario del local recuperó el tono informal al pasarle el segundo cilindro de Birra Blue. Se tocó el pecho como diciendo “va por mi cuenta”. Un regalo por no insistir en usar a la chica.
- No. Espero, sólo eso. – Myrll aceptó el cilindro y el gesto con un cabeceo. Un errante pasó tras él y sacudió la mano para despedirse de Fernando. Este le devolvió el gesto sin mirarle, aprovechando el movimiento para consultar su Rolex de algoritmos. Hubo de interrumpir el gesto doble para agarrarse a la barra de madera y bronce falsos cuando está tembló.
Al temblor le siguió una sacudida brusca y un estrépito lejano que hizo que el metacrilato blindado en rosa del local se combara en un remedo de onda. Dos errantes perdieron sus notas de delgado bioplástico autoborrable desparramado por el suelo de baldosas de imitación de cerámica candente tachonadas de gres. Varios clientes se agarraron a las mesas. Uno maldijo en español. Todavía había españoles en el Limbo. Myrll apuró el trago y se caló de nuevo los cuellos de la cazadora.
Salio a la avenida cuando el edificio de la esquina se derrumbaba con estrépito. El polvo de sus ladrillos calentó el gélido aire que provenía de lo que había sido el Embudo y ahora era una masa de cascotes en suspensión y polvo alquímico de cemento rápido y cerámica de imitación.
Caminando hacia el Núcleo Corporativo se cruzó con los equipos de la Infored que acudían al lugar de la explosión
Por segunda vez desde las Guerras Árabes. Madrid había sido borrada. Un grito de dolor dejó constancia de ello.
Ahora si se encendió el mentolado.

jueves, febrero 08, 2007

Sigue el arreón cyberpunk (2)


Siguió andando hasta abandonar el meollo del Embudo, giró a la izquierda y percibió el cambio. Los edificios se agrandaban a lo ancho y sobre todo a lo alto.
Sin llegar a la fálica verticalidad del Núcleo Corporativo o a la inmensidad horizontal de las arcologías cerradas del Espacio Vital del Eje Castellano del Conglomerado, las masas de ladrillo, plástico, acero y polímeros alcanzaban unas dimensiones imposibles en las calles que acababa de abandonar, atiborradas de espacios individuales convertidos en familiares y grupales a fuerza de ladrillo de baja calidad, poliplásticos y arcos láser de corta densidad de los constructores ilegales.
Oficialmente, figuraba en los mapas como Nueva Cruz Metropolitana del Municipio Madrileño pero no era eso. Era otra cosa, era una zona de transición entre lo que quedaba de antes de las Guerras Árabes y lo que surgió después del colapso americano de final de siglo. Un espacio tirado a escuadra y cartabón por arquitectos municipales, pagados con fondos corporativos de las logias y los zaibatsu, que querían ocultar las inmensas cicatrices del Estallido, la Guerra de la Pena, como se la conocía en El Embudo.
Myrll se detuvo un instante ante un escaparate de metacrilato reflexivo azul que le devolvió su imagen. Un hombre de altura media y gordura madura incipiente pero aún en forma. Un rostro chato y musculoso. Unos ojos verdes como de implante multicromático pero naturales.
Se sonrío a si mismo y una mujer aceleró el paso cuando estaba a punto de detenerse al escaparte junto a él. Dejó de observarse y se dio cuenta que era una tienda de ropa interior femenina. La mujer había creído recibir una sonrisa indirecta a través del espejado azul blindado del escaparate.
Myrll la siguió con la vista y vio su trasero desaparecer tras una esquina. Ropa ajustada, simulando los viejos juegos espaciales de vidiotas, monos de materiales pseudo adhesivos que se convertían en piel al contacto con las feromonas femeninas. Efecto arrollador. Salvo por el vello púbico, idénticos a la desnudez. Un desperdicio, ya casi nadie se dejaba crecer el vello púbico. Pasarían de moda dentro de una semana, volverían a estar en el candelero dentro de dos meses. Un desperdicio de ropa y de cuerpo, dadas las circunstancias.
Consultó su reloj. Un modelo compacto híbrido militar de consola. Quince minutos. Suficiente para algo rápido con aquellas curvas relucientes. La serotirita comenzaba a pensar por él.
Casi sentía sus sinapsis conectarse al ciclo de placer sintetizado por la CrioCo. No le gustaba estar en ese estado de vinculación al placer mientras trabajaba. Otros lo hacían. El placer sexual les embargaba mientras mataban o mientras construían, incluso mientras grababan desde sus implantes. Pero Myrll no.
Su recurso a los impulsos naturales en una era de genética y biotecnología artificial era considerado, a veces, casi preocupante por los examinadores de la Infored que le analizaban periódicamente para renovar su permiso y su carta blanca de contrato. Pero se negaba a sentir placer operando para su empleador, aunque este pudiera proporcionárselo o hacer la vista gorda si lo conseguía por su cuenta.
Todavía no había llegado a eso. No quería ser como los operativos del ECO, el Ejercito del Conglomerado Occidental; los ninjas corporativos o los asassini clericales, vinculados al hecho del placer para sus acciones y sus conciencias. El se vinculaba a la necesidad. Para eso tenía su contrato.
Los pensamientos de la mente de Myrll desaparecieron de su cerebro como restos de programación borrados por un software depurador automático, cuando la joven aparcacoches del Ferdinan´s le abrió la puerta. Siguió la longitud de sus delgadas piernas hasta su exigua falda de cuero mimético y se instaló un instante en sus caderas profundas y rítmicas, antes de saltar hasta su escote firme y real, aunque tan artificial como el de las simulaciones del Embudo.
Aunque la serotirita no estuviera desplazando sus pensamientos a su entrepierna, las feromonas con las que estaba rociada la aparcacoches hubieran conseguido el mismo efecto. La chica recibiría probablemente un sobresueldo ridículo por perfumarse así. El sexo siempre sería un reclamo.
Por eso no se pegaba hormoparches cuando trabajaba. Placer y sexo eran para Myrll prácticamente sinónimos. Comida era necesidad, azul en su cerebro; bebida eran negocios, rojo sobre blanco. Muerte era necesidad, negro sobre negro brillante. Pero el sexo era placer, arco iris cromático sobre gris plata luminoso.
Pero ahora no trabajaba. Sólo esperaba.
Fernando le había colocado la Birra Blue sobre la barra antes incluso de que sus ojos se apartarán del escote de la aparcacoches.
- Impresionante perfume- saludó Myrll al barman, sacudiendo la cabeza en dirección a la chica, que seguía insinuante con la sonrisa puesta junto a la puerta
- Trabaja por las noches –comentó el barman desde su barba mal cortada y su sonrisa de dientes de acetileno endurecido- Ahora puede buscarte un hueco, pero será rápido. Por las tardes es mía – y la sonrisa barbuda se ensanchó-.
Myrll dio un largo sorbo de su Birra Blue sin apartar la mirada de Fernando, como si sopesara la posibilidad de un servicio rápido de la aparcacoches. El barman se agitó algo molesto y pasó la bayeta de tela antiestática por entre los codos de su cliente, apoyados en la barra de falsa madera veteada como una vieja mina de cobre de los vids del mercado negro.
Myrll sonrió ante la impaciencia del hombre. Su corcex era una banda de caucho negro alrededor de la base de su cráneo. Lo rascaba a golpes intermitentes de sus dedos, tan redondeados como su cara.
- Decídete –espetó a Myrll con un deje del Embudo que pretendía ser casual y desinteresado – Si la usas ahora será más caro.
- ¿Celos, Fernando? –Myrll arrastró su respuesta junto con su sonrisa hasta volver a hundir ambas en el cilindro de su bebida
- Al carajo, Myrll – y su implante de voz se acopló en graves. Era un falló común en las voces de implantes no corporativos. Los graves salían falsos y reverberantes – Si te lo hace ahora, pierdo Seguridad. Hay que pagarlo.
La serotirita comenzaba a perderse en su cerebro y recuperaba el pensamiento del fondo de sus gónadas. Analizó la oferta de Fernando. Seguridad, placer y dinero en una sola. Algo típico del Limbo. La Nueva Cruz Metropolitana era el Limbo, así la llamaban. Donde estaban los que no habían dejado de ser y los que todavía no habían llegado a ser. El Limbo.
La chica tenia la palidez enfermiza del Embudo. Bella y enfermiza. Había vendido todo por abandonar la amalgama de edificios, hedores y horizontes bajos y vacíos, pero la palidez de la alimentación irregular de sintéticos y complejos de hormonas la había seguido hasta el Limbo.
Contempló sus ranuras de corcex alineadas como falsas branquias de tiburón a lo largo de su nuca. El pañuelo con el arcaico logo en cobre y madera del Ferdinan´s apenas las cubría. Una estaba ocupada.
Desde lejos, Myrll atisbó el núcleo biosoft azul oscuro translucido en el corcex de baja resolución. Poca velocidad de carga. Una hora perdida para cambiar de esquema. Soft pirata de seguridad extraído para el comercio bajo por algún programador sin escrúpulos, loco o sin el suficiente miedo a los operativos de su compañía.
Software ninja a medio terminar, probablemente, pero que permitía reducir, matar e incluso resucitar a cualquier matón que pudiera alterar el placido negocio del propietario del local y de la chica. Ni una sola posibilidad de que fuera de origen militar. Ni los bionarcos de las mansiones cercanas al Núcleo Corporativo podían permitirse eso. Quizás ni en el Espacio Vital podían preemitírselo. Quien sabía lo que se usaba en el Edén.

martes, febrero 06, 2007

Resurrección cyberpunk

Entre los últimos edificios en pie de la zona de negocios del Embudo, el aire fluctuaba frío como un catafalco de Sensei Okaido.

Myrll se ajustó los cuellos de pelo sintético de camello de su cazadora. Era una prenda sacada de los almacenes de tácticas por alguno de los traficantes de productos de lujo. Múltiples bolsillos, múltiples cartucheras. Más cartucheras que bolsillos. La piel marrón olía a auténtica gracias a los injertos olfativos con los que había sido tratada en las fábricas de la mancomunidad manchega, que sólo trabajaba para el ejército del Conglomerado Occidental. Olía a auténtica pero no lo era. Muchos novillos habían sudado y muerto en los laboratorios de los investigadores nivel siete de Sofía y Vladivostok para sintetizar el aroma.
- Odio el hielo –
La voz se desintegró con la última parte de la frase como la imagen de un presentador de la Infored al acabar un boletín. Myrll se volvió hacia el eco del hombre hablando en un común con un acento sureño, indeterminado. Podría ser italiano o portugués. Incluso español.
Era un comentario propio de cualquiera, de algún miembro del zoológico humano que poblaba el Eje madrileño. Podría referirse a hielo que trasportaba el aire o a los sucios cubos que se servían en los tenderetes del Embudo Municipal, abiertos veinticuatro horas y atendidos por maquinas de telemando robotizadas u hologramas de chicas con rostro japonés y pechos de Los Ángeles. Podría referirse a cualquier hielo. Incluso al hielo de Myrll.
- Hubiera sido más fácil cargar un Windows de preguerra en ese cacharro que intentar reconstruirlo para albergar soft genético de tercera ola – concluyó la voz recostada sobre la barra de piedra y plástico ceroso de color amarillo del tenderete – Total, el viejo no sabe por donde le da el aire cuando le sacan de su corcex.
El interlocutor asintió mientras vaciaba su cilindro de Gascola rosada de una sola inspiración y sin apartar la vista del pecoso escote que nunca se sometería a las leyes de la gravedad de la japonesa simulada, que ya le servía otra.
Jerga de operarios. Era ese hielo. El reconocimiento de la referencia tranquilizó a Myrll y le hizo hundir un poco más los hombros antes de continuar andando. El frío aire no había dejado de cortarle la cara. Escondió su boca de labios delgados bajo el cuello de la cazadora táctica y tan sólo dejó sus ojos, verdes y esquivos, a la vista de los que cabalgaban o corrían por las atestadas calles del Embudo.
Buscó un mentolado en uno de los bolsillos de rodilla de sus pantalones. El polímero sintiente con el que estaban fabricados reaccionó a la baja temperatura de su delgada mano y Myrll sintió el templado roce de la tela intentar calentar sus gélidos dedos. Se lo pensó mejor y cogió una serotirita, le retiró la protección de seguridad que advertía sobre lo adictivo del consumo de sustancias biológicas sintéticas y la aplicó a su ancha nariz. La pequeña banda se hizo transparente al contacto con la piel. Intimidad para la adicción. Quince segundos después habría desaparecido absorbida por la piel mientras el neurotransmisor sintetizado por la CrioCo. comenzaba su viaje hacia el cerebro de Myrll.

Me ha dado por recuperar mi instinto cyberpunk. Si logro acabarlo sereis los primeros en saberlo.

Lo pensado y lo escrito

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