Fernando había pagado el cuerpo también, seguramente. La chica era de su estilo. Grandes pechos en un cuerpo delgado que no podría haberlos soportado firmes sin injertos de biomasa y modificadores musculares. Caro pero no prohibitivo. Los negocios de trastienda de Fernando y los cíclicos periodos en los que el Ferdinan´s estaba de moda le habían permitido comprar y fabricarse a su guardaespaldas y su juguete. Probablemente, ni siquiera había pagado por ella. En cualquier burdel del Embudo podían encontrarse dos docenas de voluntarias y tres de voluntarios.
Se preguntó en que la convertiría Fernando cuando la usaba. En una heroína de comic. Las otras cuatro agallas eran entradas multifunción de fase para software sentiente y psicoproyectivo. Sólo diez minutos de demora entre carga y carga. Obsoletas. Las militares eran instantáneas. Las corporativas podían superponerse.
No era necesario tanto avance. Con diez minutos de espera, la heroína aparcacoches de Fernando podría ser todo lo que el cliente quisiera. Así consumían durante la espera.
- Toda tuya –concluyó Myrll la pugna comercial con Fernando para alivio de este. La rutina de su pigmalión era mas importante para el barman que un poco de crédito extra en su plástico de negocio-. En media hora, cuando los últimos comerciales errantes abandonaran su local y volvieran al Núcleo Corporativo para rendir cuentas, se perdería en la parte de atrás del local con su heroína hasta que comenzaran a llegar los primeros Metaurbanos de la tarde. Los Metas eran los principales clientes de Fernando y de su aparcacoches.
- ¿Trabajando? – el propietario del local recuperó el tono informal al pasarle el segundo cilindro de Birra Blue. Se tocó el pecho como diciendo “va por mi cuenta”. Un regalo por no insistir en usar a la chica.
- No. Espero, sólo eso. – Myrll aceptó el cilindro y el gesto con un cabeceo. Un errante pasó tras él y sacudió la mano para despedirse de Fernando. Este le devolvió el gesto sin mirarle, aprovechando el movimiento para consultar su Rolex de algoritmos. Hubo de interrumpir el gesto doble para agarrarse a la barra de madera y bronce falsos cuando está tembló.
Al temblor le siguió una sacudida brusca y un estrépito lejano que hizo que el metacrilato blindado en rosa del local se combara en un remedo de onda. Dos errantes perdieron sus notas de delgado bioplástico autoborrable desparramado por el suelo de baldosas de imitación de cerámica candente tachonadas de gres. Varios clientes se agarraron a las mesas. Uno maldijo en español. Todavía había españoles en el Limbo. Myrll apuró el trago y se caló de nuevo los cuellos de la cazadora.
Salio a la avenida cuando el edificio de la esquina se derrumbaba con estrépito. El polvo de sus ladrillos calentó el gélido aire que provenía de lo que había sido el Embudo y ahora era una masa de cascotes en suspensión y polvo alquímico de cemento rápido y cerámica de imitación.
Caminando hacia el Núcleo Corporativo se cruzó con los equipos de la Infored que acudían al lugar de la explosión
Por segunda vez desde las Guerras Árabes. Madrid había sido borrada. Un grito de dolor dejó constancia de ello.
Ahora si se encendió el mentolado.
Se preguntó en que la convertiría Fernando cuando la usaba. En una heroína de comic. Las otras cuatro agallas eran entradas multifunción de fase para software sentiente y psicoproyectivo. Sólo diez minutos de demora entre carga y carga. Obsoletas. Las militares eran instantáneas. Las corporativas podían superponerse.
No era necesario tanto avance. Con diez minutos de espera, la heroína aparcacoches de Fernando podría ser todo lo que el cliente quisiera. Así consumían durante la espera.
- Toda tuya –concluyó Myrll la pugna comercial con Fernando para alivio de este. La rutina de su pigmalión era mas importante para el barman que un poco de crédito extra en su plástico de negocio-. En media hora, cuando los últimos comerciales errantes abandonaran su local y volvieran al Núcleo Corporativo para rendir cuentas, se perdería en la parte de atrás del local con su heroína hasta que comenzaran a llegar los primeros Metaurbanos de la tarde. Los Metas eran los principales clientes de Fernando y de su aparcacoches.
- ¿Trabajando? – el propietario del local recuperó el tono informal al pasarle el segundo cilindro de Birra Blue. Se tocó el pecho como diciendo “va por mi cuenta”. Un regalo por no insistir en usar a la chica.
- No. Espero, sólo eso. – Myrll aceptó el cilindro y el gesto con un cabeceo. Un errante pasó tras él y sacudió la mano para despedirse de Fernando. Este le devolvió el gesto sin mirarle, aprovechando el movimiento para consultar su Rolex de algoritmos. Hubo de interrumpir el gesto doble para agarrarse a la barra de madera y bronce falsos cuando está tembló.
Al temblor le siguió una sacudida brusca y un estrépito lejano que hizo que el metacrilato blindado en rosa del local se combara en un remedo de onda. Dos errantes perdieron sus notas de delgado bioplástico autoborrable desparramado por el suelo de baldosas de imitación de cerámica candente tachonadas de gres. Varios clientes se agarraron a las mesas. Uno maldijo en español. Todavía había españoles en el Limbo. Myrll apuró el trago y se caló de nuevo los cuellos de la cazadora.
Salio a la avenida cuando el edificio de la esquina se derrumbaba con estrépito. El polvo de sus ladrillos calentó el gélido aire que provenía de lo que había sido el Embudo y ahora era una masa de cascotes en suspensión y polvo alquímico de cemento rápido y cerámica de imitación.
Caminando hacia el Núcleo Corporativo se cruzó con los equipos de la Infored que acudían al lugar de la explosión
Por segunda vez desde las Guerras Árabes. Madrid había sido borrada. Un grito de dolor dejó constancia de ello.
Ahora si se encendió el mentolado.
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