Era un club de estos de carné de cartulina y reuniones clandestinas en el trastero de la comunidad de vecinos. Ya no recuerdo como nos hacíamos llamar pero lo que si ha quedado impreso en mi memoria es que estabamos obligados por los estatutos fundacionales -un folio escrito con caligrafía de tercero de E.G.B y rubricado con aceite del chorizo Revilla que antaño poblaba los insanos bocadillos sin soja ni bifidus- a poseer un arma de esas que lanzaban enganches de pinzas de la ropa a velocidad match 4. Si no había ballesta de pinzas no se podía ser miembro Ese fue mi primer coqueteo con la inconstitucionalidad.
Luego formé parte de un club algo más serio. Un club deportivo. Jugabamos los sábados por la mañana al baloncesto -lo cual nos daba una cierta capacidad de maniobra en el complicado mundo del ligoteo hormonal adolescente- y llevábamos una camiseta azul con el escudo y todo, por cierto, bastante mitólogico de una diosa Diana acompañada de cervatillo y todo ¡Una camiseta azul! ¡Con lo mal que le ha sentado siempre ese color a mis ojos! Pues me obligaban a llevarla. Debía ser una cierta reminiscencia del autoritarismo franquista porque esa omisión de mis derechos era marcadamente inconstitucional.
Mas tarde ingresé en otro club donde todo el mundo era muy serio y quería cambiar el mundo. Partido Político lo llamaban. Nos reuniamos, haciamos manifestaciones -entonces las manifestaciones las organizaban los partidos políticos y no se escondían trás otros clubes para hacerlo- y deciamos a todo el que nos preguntaba que eramos marxistas y comunistas. Una mañana de primavera llegó un tipo con fular de colores y barbas entrecanas a una de nuestras reuniones y dijo que ya no eramos marxistas y que ya no íbamos a cambiar el mundo, sino sólo Europa porque eramos Eurocomunistas. Mis amigos y dijimos que ¡una leche!, que nosotros eramos comunistas y marxistas y que el mundo tenía que ser cambiado aunque no lo mereciera. Así que nos echaron de ese club. Otra marcada muestra de agresión inconstitucional.
Y al cumplir la veintena experimenté la tentación de solucionar mi vida de forma definitiva -al menos en lo económico- y quise presentarme a unas oposiciones a la función pública, esa que, generalmente, se comporta más como la disfunción pública. Pero me negaron mi derecho a vivir con un horario continuado y una estabilidad salarial por el mero hecho de que no tenía concluida carrera superior ninguna. El inconstitucionalismo rampaba ya por las más altas instancias del mismo corazón de la Administración del Estado.
Debe ser que vivimos en un estado autoritario que ha suspendido las garantías constitucionales de los ciudadanos. Porque, ahora que me paro a pensarlo, una buena parte de los españoles son obligados por el club al que pertenecen -uno que dirigen señores mayores vestidos de negro y púrpura que dicen hacer caso a otro que va de blanco- a no comer carne en viernes, a no utilizar la razón ni el pensamiento lógico, a comer pan y beber vino todos los fines de semana aunque no les apetezca, a no prácticar el sexo en determinadas circunstancias aunque les apetezca. Les obligan a hacer una miriada de cosas que atentan contra sus derechos ¡Y el Tribunal Constitucional no hace nada!
A lo mejor hay que perdonar a los insignes juristas que forman esta alta institución del Estado. Es posible que estén muy ocupados dirimiendo si es constitucional que una niña mona de Cantabria -desde luego la más mona de su pueblo- ha sufrido un agravio constitucional por verse privada del dudoso título de "la mas mona de Cantabria" por tener un hijo. Es lógico pensar que tal decisión deba ocupar el tiempo del Tribunal Constitucional, aunque sólo sea para decirle que quizás tendría que leerse las bases de los concursos en los que quiere participar, antes de apuntarse y que, sobre todo, debería hacer un esfuerzo por poner la misma concentración e intensidad en el mantenimiento de su vástago que en la consecución de tan honroso título de belleza.
Y luego, el máximo tribunal de derechos de nuestro país deberá también centrar sus esfuerzos en argumentar ante las vociferantes asociaciones garantes de la dignidad femenina. Esas que se colocan en la trinchera contraria a la que ocupan la niña mona de Cantabria y la empresa organizadora del certamen La niña más mona de España -uy, perdón Miss España-, argumentando que los concursos de belleza son inconstitucionales porque atentan contra la dignidad de la mujer.
Es posible que deban emitir una sentencia que aclare a estas integristas agresivas del cambio de rol sexual que pasearse por una pasarela en bañador, desear tonmtamente la paz en el mundo y querer dedicarse a ser modelo sólo es indigno cuando no se tienen las piernas adecuadas para hacer el mencionado paseillo, el cerebro suficiente para contribuir a esa paz mundial y se acude cada media hora corriendo al baño para vomitar aquello que te impide mantenerte en las medidas exigidas -supongo que inconstitucionalmente- por la referida profesión. Querer ser La mas mona del Universo es una estupidez, cierto. Pero la estupidez -al menos en ese ámbito- no es inconstitucional.
Y, cuando el Tribunal Constitucional haya acabado con esta importante decisión, tendrá que abordar el espinoso asunto del derecho constitucional de los jugadores de fútbol a llevar cada uno la camiseta que quieran en los partidos, de los árbitros a utilizar una campanilla de lazarillo en lugar de un silbato, de aquellos que tienen prisa en el metro a subir las escaleras mecánicas por la derecha, de los baloncestistas a lograr puntos introduciendo el balón por la parte inferior del aro y a tocar la red antes de que la pelota entre en la canasta, de los participantes en Gran Hermano y OT a impugnar las nominaciones, de los concursantes de ¿Quieres ser millonario? a tener dos cómodines del público y otra serie de cuestiones que atentan contra la misma esencia del Estado de Derecho en el que vivimos.
Luego ya habrá tiempo para que decidan si La Ley de Partidos es constitucional o si la Ley de Violencia de Género afecta contra el principio de igualdad legal por el que sangraron y murieron los padres -lo siento, eran padres, no padres y madres- de la democracia moderna.
Lo importante primero.
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