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jueves, abril 02, 2015

Cuando el falso rescate griego niega el capitalismo

"Hay que pagar las deudas". Y con eso parece que se puede comprar toda la campaña desatada por los voceros del conservadurismo español contra otro tipo de políticas económicas personalizadas en el eterno ejemplo del actual Gobierno griego.
Pero como todo vocero se dedican a las frases cortas y los eslóganes y no a las explicaciones. Parece que ese sacrosanto principio del capitalismo liberal -muy justo, por otro lado- lo explica todo pero lo único que hace es ocultar que no es está cumpliendo el principal principio de ese sistema económico que tanto defienden. No del comunismo, ni del estatalismo, ni siquiera de la economía feudal. El principio básico del capitalismo.
"La actividad económica es fruto de la iniciativa y del riesgo privado y el Estado no debe intervenir en ella en ningún sentido". Y no lo digo yo. Lo dijo Milton Friedman.
Que ¿por qué incumplen ese principio?. Muy sencillo porque ahora, como quien en la cosa nada tiene que perder, Paulo Noguiera Bautista, uno de los directores ejecutivos del FMI reconoce que "dieron dinero para salvar a los bancos alemanes y franceses, no a Grecia".
O sea que los estados intervinieron para salvar la iniciativa de las consecuencias que su propias decisiones de riesgo especulativo habían provocado en sus finanzas.
El dinero dado por los gobiernos de Merkel y Sarkozy e incluso por el gobierno español pasaron por el Gobierno griego de Samaras para volver a los bancos alemanes y franceses y cubrir sus enormes agujeros. La deuda griega solo fue una excusa, el gobierno griego solo un intermediario y una cortina de humo para hacer un rescate de su propia banca.
Si nadie había obligado a Credit Lyonnais o al Deutsche Bank a comprar deuda griega ¿por qué hay que rescatarlos?, si nadie les forzó a dar créditos a una sucesión de gobiernos corruptos de uno y otro signo en una Grecia en la que meter el dinero en la caja pública era el deporte preferido del PSOC y Nueva Democracia, ¿por qué hay que cubrir sus pérdidas?
Si se defiende el capitalismo liberal, ¿por que se actúa contra él a espaldas de la opinión pública y utilizando la miseria de un país como cortina de humo?
Por eso el nuevo Gobierno griego les crispa, les pone de los nervios. Por eso no hay vocero conservador que no cargue contra él con argumentos que bordean el ridículo. Por eso no se puede gastar el dinero del rescate en los griegos, ni en evitar su miseria, ni en sus servicios públicos.
Porque nunca se ha dado todo ese dinero para salvar a Grecia, porque ese nunca fue el objetivo y si alguien se da cuenta sabrá que ellos son los primeros que están hundiendo el sistema que defender y encima lo hacen sin luz ni taquígrafos, a traición y por la espalda y que el fracaso de ese sistema no esculpa de Grecia sino de al avidez irresponsable de sus bancos.
Así que el próximo conservador español que tire del consabido "hay que pagar las deudas" para justificarlo todo y cargar contra laactitud del Gobierno griego que antes se recite ese otro axioma de "quien está capacitado para asumir un riesgo, lo es para afrontar las consecuencias".
Y que decida lo que es más liberal capitalista..

martes, marzo 17, 2015

El gobierno alemán, Podemos y el complejo de nazi.

Los nazis son para Europa lo que ETA para el conservadurismo español. En cuanto alguien no hace, dice o piensa algo conveniente les relacionamos con ellos, les acusamos de pensar como ellos, les convertimos en ellos.
Ahora Podemos es Hitler, dice Jürgen Donges, un asesor económico de la canciller que pretende imponer a miseria y fuego la austeridad en toda Europa en aras de las exportaciones alemanas. "Podemos es como Hitler, tiene capacidad para convencer a los que lo están pasando mal", argumenta el senescal de Merkel.
¿De verdad ese es un argumento que te convierte en nazi?
Barack Obama tuvo esa capacidad con su Yes, we can, o sea que es nazi; Martin Luther King lo hizo con su "Have a Dream", otro nazi a la buchaca; Theodore Roosevelt con su New Deal llegó a los que peor lo estaban pasando en la Gran Depresión, la historia se nos está llenando de nazis de repente.
Y Dantón, Adenauer, Espartaco, San Gregorio, Dulcino, Cronwell, Francisco de Asis, Emiliano Zapata, Sidarta Gaudama, Simón Bolivar... todos ellos demostraron una capacidad dialéctica y política de llevarse a sus filas y acercar a su ideología a los que peor lo estaban pasando.
¡Joder -perdón por la expresión-, hasta Jesús de Nazaret demostró tener la capacidad de convencer a los que lo estaban pasando mal!
Pero hay que comparar a Podemos con Hitler y hacer parecer que el acomplejado y psicópata líder de la Alemania nazi fue el único que lo hizo. Hay que hacerlo por dos motivos.
Para que parezca que generar una ideología  que tenga en cuenta a los que lo están pasando mal -que por eso se sienten atraídos por ella, no nos engañemos-, es algo exclusivo de los nazis y por tanto perverso y reprochable.
Y porque si se le compara con cualquier otro ideólogo, político o personaje histórico que hizo lo mismo la gente podrá descubrir que todos ellos tuvieron, al menos parcialmente y durante un tiempo, éxito en intento y sobre todo son reconocidos por la historia como personajes ejemplares en uno u otro aspecto. Todos salvo Hitler, claro.
Pero ahí no queda la cosa.
"Podemos hace las cosas de una forma que es preocupante porque soy alemán y vivimos una etapa histórica en la que vino uno contando cosas bonitas", dice el señor Donges como segundo argumento comparativo de la nueva formación española con el partido de los camisas pardas y de su líder con el Führer del III Reich.
Y resulta sorprendente. Resulta sorprendente porque descubres que Merkel tiene infiltrado un nazi en su gabinete de asesores.
Si a Donges le parecen "cosas bonitas" frases como "la raza aria ha nacido para dominar el mundo" o "Negros y latinos son razas inferiores que sirven de criados", va a ser que el nazi es él.
Si cree que  ilusionar a una audiencia y catalizar a un pueblo pasa por decir "el arma más humana es la que más enemigos destruye porque acorta la guerra" o "No hay duda de que los judíos son una raza, pero no son una raza humana" va a resultar que el que tiene que tatuarse una esvástica en la espalda es él.
Porque el problema no está en que Pablo Iglesias diga "cosas bonitas" como Hitler, el problema está, aunque el bueno de Jürgen Donges no quiera verlo por su condición de alemán, en que el pueblo alemán de 1931 consideró "bonita" una ideología que se basaba en la supremacía racial, la solución bélica de los problemas y el expansionismo territorial.
Puede que Podemos haga propuestas políticas de difícil concreción -sobre todo si la UE pone todas las trabas posibles para ellas, como hace con Grecia- y diga "cosas bonitas" para captar el voto pero, no se preocupe, Señor Donges, no se preocupe.
A la inmensa mayoría de los españoles, y eso incluye a una gran parte del conservadurismo político español nunca nos va a parecer bonito lo que les pareció a ustedes en 1931.
No exorcice sus demonios con nosotros.

jueves, marzo 21, 2013

Chipre o lo que no somos y lo que no podemos ser

Muchas son las cosas y casos que en nuestras fronteras se han sucedido dentro de nuestras fronteras en los últimos días. Pero, aunque seguimos acuciados por lo nuestro, no conviene dejar de mirar -aunque sea por el rabillo del ojo- a lo que acontece fuera.
El mundo de lejos, ese del Oriente Próximo -que no es ni próximo ni oriente- sigue en su guerra permanente moviéndose de campo de batalla en campo de batalla entre Siria y Palestina entre Bagdad y Teherán, entre Ramala y Tel Aviv.
Pero no hace falta que nos disloquemos el iris para mirar tan lejos. Nos basta con echar un ojo a la Isla del Cobre, a la hasta hace unos meses eterna Chipre para que se nos abran las carnes.
Chipre está en bancarrota. Los bancos de la isla han llevado a sus ciudadanos a la ruina. Y nosotros los miramos con una cierta reticencia, con un insano morbo, con una temerosa ansiedad. Porque lo que es hoy Chipre podríamos ser mañana nosotros.
Porque sus bancos hicieron lo mismo que los nuestros. 
Buscaron inversiones arriesgadas. En su caso en la deuda griega, en el nuestro en las deudas internas de las autonomías. Ninguna de las dos era solida, ninguna de las dos les dio beneficios. Ninguna de las dos tenía nada que ver con nosotros ni nuestros ahorros.
Porque sus gobernantes hicieron lo mismo que los nuestros.
Recurrieron a Europa. Tiraron de la UE y sus rescates que ya no son rescates sino limpias salvajes, desbrozos brutales de malas hierbas que se llevan por delante incluso los famosos brotes verdes o las plantas cultivadas con el esfuerzo y el ahorro de los ciudadanos.
Porque se afanaron en las mismas políticas tras las que se refugia la teoría merkeliana de la austeridad y la praxis gubernamental de Moncloa, imponiendo recortes, subidas de impuestos y todo tipo de acciones que buscaban cumplir las condiciones impuestas desde Berlín disfrazado de Bruselas, desde Alemania, disfrazada de Europa.
Porque sus números y sus estadísticas hicieron lo mismo que los nuestros.
Se negaron a reaccionar positivamente. Contumaces, se empeñaron en no obedecer las órdenes de Ángela y el BCE. Se contuvo la prima de la deuda pero no el desempleo, se frenó la especulación pero no el déficit, se destruyó el bienestar pero no se activó el consumo. Se perdió todo para no ganar nada.
Y ahora están donde podríamos llegar nosotros.
Sus cajeros les dan dinero limitado. Europa, es decir Alemania, es decir, Ángela Merkel, intenta imponer tasas sobre los ahorros, corralitos bancarios. Intenta robarle el dinero a los ahorradores chipriotas -que no invirtieron en deuda griega, que no arriesgaron sus ingresos de forma temeraria-, para darle ese dinero a los especuladores a los que les salieron mal las previsiones, a los que sus juegos de parqué y deuda pública con dinero ajeno les estallaron entre las manos.
Y eso nos da miedo. 
Nos encoge por dentro porque sabemos que nosotros estamos muy cerca aunque todo el mundo lo niegue. Sabemos que Rajoy y su triada económica no serán capaces de cumplir las previsiones de déficit. Sabemos que hay comunidades autónomas como Catalunya, Valencia o Baleares en bancarrotas apenas disimuladas por unas aportaciones financieras de un Estado que no tiene dinero para seguir ayudándolas.
Pero lo que más nos aterra, lo que nos produce un pánico atroz no es lo que ha hecho hasta ahora Chipre, sino lo que no ha hecho.
Su gobierno, su parlamento, sus representantes, han votado en contra de un rescate -intervención, robo, o como quiera llamarse- que imponga esas condiciones a sus ahorradores. o ha pasado por el aro.
Y eso supone la guerra. Una guerra de despachos, de transacciones, de transferencias financieras pero una guerra al fin y al cabo.
Sus bancos serán sus primeras víctimas y estarán muertos el primer día que abran sus puertas si no se firma un armisticio en los pasillos de Bruselas, de Nicosia o de Berlín.
Pero Nicosia, la isla del cobre ha decidido pelear. Ha decidido - mal y tarde, muy tarde, eso sí- que Europa no tiene derecho a meter la mano en los dineros de sus ciudadanos, que sus bancos no son más importantes sus gentes
Y nosotros sabemos que si llega el caso, que si todo nos conduce a esa disyuntiva  nuestros gobernantes no harán lo mismo, no nos antepondrán a sus números, sus ideologías y sus intereses.
Lo sabemos porque De Guindos ya ha dicho que nuestros ahorros son sagrados, lo que es sinónimo de que no lo son, como no lo han sido las pensiones, ni los impuestos ni nada de lo que supuestamente era intocable cuando el Partido Popular hacía campaña electoral.
Lo sabemos porque ya hemos visto lo que ha ocurrido con la preferentes -que no es lo mismo pero se le parece un poco-.
Lo sabemos porque ya hemos visto a donde ha ido a parar el dinero detraído de Sanidad, Educación, Servicios Sociales y Cultura.
Lo sabemos porque nuestra imaginación no puede imaginarse a Rajoy viajando a Moscú a Brasilia o a Ankara para firmar acuerdos de explotación energética y minera con las potencias emergentes como Rusia y Brasil o a vecinos poco queridos como Turquía y encontrar así los ingresos y los dineros necesarios para salvar su sociedad y su economía sin tener que plegarse al robo institucional que propone el Banco Central Europeo.
Todo eso nos da miedo porque sabemos que al contrario que Chipre, aunque de forma tardía, nuestros absolutamente mayoritarios gobernantes no aceptarán nunca que, como diría el actor,"Uno no lucha por la justicia solo porque crea que tiene opciones de triunfar, sino porque cree en ella".
Nuestro gobierno no luchará por nosotros contra Europa cuando sea necesario porque sabe que será muy difícil triunfar y porque realmente no cree -ni por ideología, ni por interés personal y partidista- que defendernos sea lo justo.
Así que cuando miramos a Chipre lo hacemos con el miedo de lo que podemos llegar a ser y con el pánico de lo que sabemos que nuestro gobierno nunca sera.
Quizás, solo quizás, deberíamos aparcar nuestro egoísmo y nuestro miedo, tan típicamente occidentales  atlánticos, y empezar a demostrarle que nosotros sí luchamos porque creemos que algo es justo, aunque ellos se empeñen en dificultarnos al máximo las posibilidades de triunfar.
Pero claro, ¿cómo era eso?... Todo gobierno tiende a ser reflejo de sus gobernados.

martes, abril 24, 2012

Hollande, Europa, los europeos y Juan Palomo

Después de unos días viendo y escribiendo mis tristezas y decepciones en los males del mundo no me queda más remedio que hablar de otra cosa. Algo que es lo mismo y parecido pero que se hace infinitamente más relevante para la actualidad.
Hoy toca hablar de Francia.
Hollande, el candidato oscuro y silencioso se ha hecho con la primera vuelta de las presidenciales en Francia y ya casi es un hecho que arrojará a Sarkozy de El Eliseo. Aunque más bien es el pequeño y sin rumbo presidente el que se ha auto catapultado más allá de la presidencia de Francia.
Pero, como suele ser común en este Occidente Atlántico nuestro, lo importante no es lo que se marcha o lo que se queda, lo importante es siempre lo que llega, lo nuevo, aquellos que se supone nos va a cambiar la vida.
Y lo que llega no es otra cosa que un candidato que se apoya en uno de los más viejos ritos de esta Europa que no tiene dirección porque no sabe ni quiere saber adónde va. Ambos candidatos -por no hablar del ultraderechismo de Le Pen- han jugado a lo mismo, han ofertado lo mismo, se han robado ideas, propuestas y promesas y han mostrado al mundo en horario de máxima audiencia y en directo en qué se ha convertido Francia y por ende -nos guste o no a los españoles- en qué se ha convertido y se está convirtiendo Europa.
Ambos han jugado al mismo juego pero Hollande tendrá el honor de inaugurar en Francia algo que solamente puede definirse como el provincianismo global.
Porque Europa, empezando por Francia, siguiendo por España y culminando por todos los demás países y naciones del Viejo Continente han cogido el disfraz de Juan Palomo y han optado por un suicida "yo me lo guiso, yo me lo como".
Hollande se queja amargamente de deslocalizaciones a China -y tiene razón-, lamenta amargamente que el consumo francés vire hacia productos no franceses -ahí ya comienza a columpiarse- y echa la culpa a Europa y sus políticas de los males de Francia. Y puede que en todo ello tenga razón. Puede que el diseño europeo no sea el adecuado y que la competencia de China, de India o de Brasil les esté desangrando.
Pero, coreado incluso por su antagonista que se escondió de Europa durante toda la campaña, que apeló a la xenofobia cuando ni siquiera él se la creía, que tiro de islamofobia cuando le vino bien y que seguramente cortejará a los votantes del Frente Nacional para intentar agarrarse al sillón de El Eliseo, le ha robado a Francia aquello que aportó al mundo hace ya siglos: el universalismo.
Aquejados del virus maniqueo que nos vuelve a Occidente cual epidemia cíclica en tiempos de borrascas, ha elevado a rango de virtud lo que otrora fuera nuestro más criticado vicio: el provincianismo.
Y así ha convencido a los franceses de que hay que elegir entre la Europa de Merkel y el rigor presupuestario que solamente beneficia a Alemania y por los pelos y la salvación nacional a despecho de todo y de todos -incluido el inglés, por supuesto-.
Es la Europa actual o Francia. Es el sálvese quien pueda en lugar del esto solo lo arreglamos entre todos.
Y Hollande no es un caso único. El gobierno Holandés cae por idéntico motivo. Por optar entre la Europa merkeliana y su nación, el gobierno español se ahoga en sus propias soluciones por no saber mirar más allá de sus números y elegir la Europa que ahora se ha diseñado en lugar de la nación. Ese es nuestro complejo siempre queremos ser más papistas que el papa, más católicos que Roma, más musulmanes que Damasco, más europeos que Europa.
Y unos y otros crean la falsa dicotomía entre Europa y la nación cuando debería caerse por su peso que si 600 millones de europeos no pueden con el aparato industrial de bajo coste de China, con el movimiento comercial de Brasil o con la irrupción de India o de Rusia, mucho menos van a poder frenarlo los 50 millones de Españoles, los 65 millones de franceses o los 82 millones de alemanes.
No se trata de elegir entre Europa y mis provincianos recursos, deseos y motivaciones. Se trata de elegir entre la Europa del euro fuerte y la contención del déficit u otra Europa. No se trata de abandonar, se trata de evolucionar. No se trata de dar por perdido el campo de batalla y hacernos fuentes en nuestros reductos para soportar las acometidas y los asedios, se trata de modificar el frente de batalla para cubrir todos los flancos.
Se trata simplemente de cambiar Europa. No de renunciar a ella.
Y si tiene que hacerse el euro una moneda más flexible pues se hace -aunque pierda Alemania- y si se trata de endurecer la política comercial para evitar el Dumping, pues se hace, aunque tengan que perder los países periféricos, y si se trata de abolir el undécimo mandamiento del credo merkeliano del 3 por ciento de déficit pues su procede a su abolición y se sigue avanzando.
Hollande es la muestra de lo que ya ha hecho Monti, de lo que está haciendo Rajoy, de lo que practican los políticos por mor de los votos que siempre les concede la mirada provinciana de su suelo como lo importante, como lo preferencial, como lo único importante.
Nadie se atreve a decir que no podemos salvarnos solos, que ya no tenemos impulso nacional, ni poderío económico nativo como para enfrentarnos a los cambios que el mundo está haciendo sin tenernos en cuenta. Nadie es capaz de superar el provincianismo global que nos aqueja.
Y la respuesta es tan simple que parece imposible que seamos incapaces de observarla a través de la venda de orgullo e indignación provinciana que nos hemos puesto ante los ojos para echarles la culpa de nuestro fracaso y nuestra situación a otros que no somos nosotros.
¿Cuál es la diferencia esencial entre China, Estados Unidos, Brasil, India, Rusia y cualquier economía emergente que se nos pueda venir a la cabeza y nosotros?
Lo sabemos pero no queremos decirlo en alto porque eso no da votos. Porque Hollande no hubiera ganado un solo sufragio si lo hubiera dicho cuando lo franceses lo único que ven a su alrededor es Francia,; porque Rajoy no hubiera obtenido ni siquiera un puñado de sufragios si lo hubiera dicho cuando los españoles lo único que percibimos es España.
La única diferencia entre todos esos y nosotros es que ellos ya funcionan como un todo, ya son uno. Ya tienen un solo gobierno.
No una moneda única, no una economía conjunta, no una política de defensa común sino un solo gobierno.
Nosotros podemos seguir pensando que podemos salvarnos por nuestra cuenta, que podemos hacerlo solos, resistir el tirón y no hacer el cambio global que precisamos para aclimatarnos a lo que ya es el mundo. Podemos vivir en el sueño de que aún podemos modificar el mundo a nuestro antojo como cuando fuimos grandes y poderosos. Podemos seguir buscando los arcanos que nos trasmuten la piedra en oro o que nos abran para siempre la cornucopia de la abundancia. Podemos seguir mirándonos nuestros provincianos ombligos pero eso ya no es la solución.
Porque solamente una Europa unida en el gobierno podrá hacer frente al tiempo que se viene encima. Solamente los mercados de deuda se pararan si la deuda emitida es de Europa y lo que pase en una región -que ahora es un país- se equilibre con lo que acontezca en otra. Si la bonanza de Alemania equilibre la mala situación de Grecia y en el siguiente ciclo el crecimiento de Bélgica o de Portugal equilibre el estancamiento de Alemania u Holanda, si el desequilibrio industrial de Francia se compensa con el sector industrial estable hasta el exceso del Reino Unido.
Y eso solamente puede pasar si somos uno. Pero uno, de verdad.
Pero Hollande no ha ganado por eso. Ha ganado porque nos ha revertido al concepto del sálvese quien puede, de Francia contra el mundo. Porque ha transformado a los franceses de nuevo en súbditos de la flor de Lis y su honor en lugar de en ciudadanos de la ideología universal y universalista que les dio su revolución.
Hollande es la prueba de que somos latinos en el sentido estricto de la palabra. Descendemos del lacio y del antiguo imperio y repetimos sus mismos errores. Cuando ya estamos unidos, cuando nuestra forma de unión nos saca los errores y nos pone en modo decadente, no optamos por fortalecer esa unión anta aquellos que ya llegan unidos hasta nuestras fronteras. Intentamos dividirlos, intentamos comprarlos y cuando eso nos falla nos dividimos una y mil veces en la convicción de que como tenemos menos territorio que defender no será más fácil la defensa.
Pero perdemos recursos, dividimos las legiones, las hacemos caminar “magnis itineribus” de un lugar a otro mientras el enemigo -que no lo es, salvo porque nosotros le hemos convertido en enemigo- avanza en bloque tomando una por una cada una de esas provincias que ya no tienen recursos ni fuerza para enfrentarles.
Perdemos el imperio por no querer cambiarlo.
Si Europa no nos sirve menos han de servimos Francia, Italia, España o Alemania. Si Europa no nos sirve tenemos que avanzar a despecho de nuestra propia provincia, sea esta cual sea, hacernos uno solo y dejar las banderas para la Eurocopa y la Champions.
Hollande, Sarkozy, Rajoy, Rubalcaba, Merkel o cualquiera de los políticos europeos nunca lo dirán porque ellos perderían los ámbitos en los que pueden ejercer el poder y el gobierno que son la razón de sus vidas.
Y nosotros, los europeos, podemos fingir que eso no es necesario o que es imposible. Al mundo le da igual. Los otros ya lo han hecho.

viernes, marzo 23, 2012

Cuando llega alguien y se le ocurre buscar otro sistema. - y, claro, francés tenia que ser el muy...-


Los hay que dirán que es porque es socialista, los hay que dirán que es una muestra más de radicalismo ciego, pero lo cierto es que tenía que decirse y se ha dicho. Lo cierto es que ya se había dicho antes, pero resulta que ahora el que lo dice lleva traje y corbata y es diputado.
Bueno, en fin, allá vamos
"El libre comercio, la globalización, nos lleva a la guerra de todos contra todos y empobrece a nuestras sociedades”.
Parece el típico argumento perro flauta pero no lo es por un sencillo motivo. La creación de la riqueza que supuestamente -recalco el supuestamente, que ya vemos como estamos- garantiza el sistema liberal capitalista empobrece a las sociedades porque genera un ciclo de estabilidad cada vez más cercano a la miseria ya que esa riqueza no se redistribuye porque los que la acaparan ton tienen ninguna obligación de hacerlo dentro del sistema.
En la guerra de todos contra todos por las oportunidades siempre ganan los que parten con ventaja y juegan con cartas marcadas, que ya sabemos quienes son.
"Los votantes han perdido el control de su destino en Europa. Nos afecta a todos, al 99%. Y el fin de la protección social, de la seguridad, tampoco lleva el progreso a los países emergentes, pues solo beneficia a pequeñas oligarquías locales”.
De nuevo la explicación es obvia. Cuando se da por sentado que un sistema debe permanecer sin modificaciones sin haber consultado sobre supuesta inmovilidad a los votantes, estos pierden el control del destino que quieren.
Cuando, por ejemplo, en Islandia se le dio ese poder a los electores a través de ese monstruo odiado por todos los defensores de la democracia representativa llamado referéndum, estos decidieron simplemente salirse del sistema.
Y el sistema impone ajustes que todos sufrimos pero solamente benefician a aquellos que podrán ver facilitada su actividad financiera con ello. Los nuevos oligarcas financieros que luego no redistribuyen esos beneficios. Es un hecho. Más de lo mismo. 
"Todos salen perdiendo con la globalización, tanto el Norte como el Sur. Pero Europa es la única región del mundo que ha dejado que los mercados se apoderen de lo público. Ese discurso lo asumió la socialdemocracia alemana o el laborismo británico, y ha fracasado en todas partes".
El mensaje es obvio y a las pruebas nos remitimos. las agencias de catalogación de riesgo y las entidades financieras y de inversión que poseen la mayor parte de la deuda soberana de todos los países europeos son los que están determinando la forma de actuar de los gobiernos, los que deciden qué país se hunde y cual no y los que marcan un calendario de paso de todo lo público a lo privado para asegurar sus rentabilidades.
Hasta Alemania está en recesión siguiendo ese modelo. Así que el fracaso se antoja constatado.
"La globalización crea parados en el Norte y esclavos en el Sur”.
De nuevo otra de esas frases que parecen de panfleto pero que esconden una realidad que contemplamos todos los días.
Y si no lo hacemos es porque solamente nos fijamos en nosotros. Las recetas que nos dan para salir del paro solamente se fijan en Europa y en el mundo Occidental Atlántico, pero la riqueza corporativa se basa en la deslocalización -término más que correcto para decir que se lleva la producción a donde es más barata-: el resultado los trabajadores que tienen derechos se quedan sin empleo porque resultan más caros y los que tienen el trabajo son la mano de obra casi esclava en los países emergentes o del Tercer Mundo directamente.
Y cuando eso falla la única solución para evitar el paro es igualar los costes en Europa y en los países emergentes con lo que al final todos los trabajadores terminan abocados a la servidumbre -léase, Reforma Laboral del gobierno del PP-.
"La decadencia europea está muy ligada a la incompetencia de esta derecha liberal, y admitámoslo, también al pacto con el poder financiero de la tercera vía socialista. Es necesaria una nueva estrategia de crecimiento en Europa, cosa que ni siquiera Alemania tiene. Esta derecha liberal no frenará la Historia. También las monarquías europeas se unieron contra la revolución francesa”.
De nuevo hay poco que explicar. Dando a diestro y siniestro. Todos han dado por sentado que el sistema tenía que funcionar, que el dinero era elemento fundamental sobre el que debería asentarse. Y resulta que ha fallado. Y la estrategia de crecimiento basada en algo diferente al dinero deja fuera de juego al liberalismo e incluso a los que se hacen llamar socialdemócratas que en realidad social-liberales.
Y por supuesto, el argumento de que los líderes europeos apuestan por revivir un sistema muerto tampoco es de recibo.
Es tan antiguo e inútil como La Santa Alianza.
"Hay que acabar con la derecha ultra liberal. La Europa de Merkel, Sarkozy, Berlusconi y Rajoy nos impone una política de austeridad suicida, basada en lo peor de Reagan y Thatcher, y que va a hacer pagar la crisis a las clases populares y medias”.
Y de nuevo en las mismas. Todos sabemos que las medidas no llevarán a nada. Todos sabemos que los recortes llevarán a límites imposibles y casi negativos el consumo. Y, aunque los que los defienden parezcan haberlo olvidado, este sistema económico se basa en el consumo. Es su única herramienta de crecimiento. El ahorro, por más que se defienda de labios para fuera, es el enemigo del sistema liberal capitalista.
Sin consumo no hay crecimiento. Punto y final.
“La globalización es una criatura política liberal diseñada para asustar a la gente. Ha puesto a países que no cumplen las normas a competir sin límite ni vergüenza con la Europa del Estado de Bienestar. Controlamos solo el 10% de los bienes y mercancías que llegan a nuestros puertos, y al 100% de las personas que intentan entrar en Europa. Hace falta más humanidad y limitar los excesos de la libre competencia".
Queríamos que China fuera liberal, ya lo es. Eso no la ha llevado a la democracia, pero es liberal. Queríamos que Rusia fuera libre y para eso tiramos el telón de acero. Pero Rusia no es libre aunque es liberal.  Alguien identificó libertad, con libertad de empresa, libertad con libertad de comercio y metió la pata hasta el corvejón
Creímos que esa libertad de comercio nos garantizaría mercados y lo único que ha permitido es que nuestras empresas se lleven la producción a esos países que no cumplen ninguna regulación -o que las cumplen todas, las suyas, por supuesto- Y eso no se soluciona controlando la inmigración. Se solventa obligando a jugar a todos con los mismos criterios. A los países emergentes y a nuestras empresas.
Y si la libre competencia se ve afectada pues, sea. La libre competencia es una exigencia del sistema liberal, no de la humanidad.
Y hasta aquí lo dicho. A partir de aquí lo propuesto. Que a este señor, como lleva corbata y es político sí se le pueden exigir propuestas, no a los Indignados, que no tenían por qué saberlas ni proponerlas como pretendían nuestro políticos cuando les dijeron que las suyas no funcionaban.
"Debemos negociar entre grandes regiones y levantar barreras continentales para tratarnos de igual a igual. No queremos ser chinos, ni tener el poder de compra de los coreanos, ni aceptamos la política social de Bangladesh. La competencia debe ser leal, no libre. Europa es la primera potencia mundial. Si los países renunciamos a la soberanía, debe ser a cambio de algo. Queremos un Estado social, buenos salarios y economías prósperas, no desmantelar nuestra industria y nuestro modelo. Nada nos impide negociar de tú a tú”.
Eso es nuestra Reforma Responsable Laboral. Hacer que nuestros trabajadores tengan las mismas condiciones que los de Bangladesh para que así las empresas no se deslocalicen y nos den un trabajo por las migajas del crecimiento exponencial de sus beneficios. Puede no querer aceptarse pero no verlo es imposible.
"Hay que instaurar la tasa Tobin que grava las transacciones financieras a escala internacional".
Y la excusa de las pequeñas transacciones se diluye como azúcar en el agua porque no es muy de recibo que alguien vaya a hacer una transacción financiera para comprarse un equipo de patinaje a Holanda Y ¿quien hace esas grandes transacciones financieras? ¡Vaya hombre los inversores, los bancos, las empresas de compra y venta de acciones.
Es decir todas esas actividades que esta Europa de los mercados están mucho menos gravadas fiscalmente que las puras y simples rentas del trabajo.
 "Es necesaria la creación de un tipo marginal del 75% para los ingresos superiores a un millón de euros al año, o el cierre de las filiales de la banca europea en los paraísos fiscales".
¿Por qué? Porque ya sabemos que no redistribuirá esa riqueza, porque ya sabemos que no lo va a hacer y nosotros, la sociedad y el estado, necesitamos que lo haga. Es así de simple. Y no cabe la posibilidad de que lo perdamos por la sencilla razón de que será así en todas partes.
Y, si además añadimos para completar el lote, la imposibilidad de operar con sociedades de acciones a todas las empresas en paraísos fiscales y el gravamen especial de una parte los beneficios si no son reinvertidos, pues compro el paquete completo.
Necesitamos además reindustrializar el continente. (...) Tenemos que volver a fabricar juguetes, ropa... Debemos mirar lejos, dotarnos de una política agrícola común y prohibir las deslocalizaciones desleales. Un paso decisivo será mutualizar la deuda con los eurobonos. Eso permitirá olvidar la austeridad y empezar a invertir y crear empleo. Y el BCE debe ser como la Reserva Federal de EE UU. ¡Ya está bien de defender una inflación que no existe!”.
Y dicho esto, El tipo se levanta, estrecha manos y se va por donde ha venido.
¿Su nombre?
Arnaud Montebourg.
A unos no les servirá por ser socialista -o partir del socialismo, para ser mas exactos-, a otros por ser francés. Pero a mi me sirve porque piensa salidas y fórmulas nuevas y no da vueltas alrededor de un cadáver dándole, como Bambi a su madre, golpecitos con el hocico para ver si despierta, como hacen nuestros políticos con el catafalco económico del liberalismo.

viernes, enero 13, 2012

Merkel y Shakespeare estrenan la recesión alemana

No soy yo de los que suelen hablar de los países por sí mismos, como si tuvieran vida más allá de sus pueblos. Si todo gobierno es el reflejo de sus gentes, en el caso de los países esa observación alcanza el rango de verdad universal.
Tampoco voy a caer en aquello del infantilismo de jardín de párvulos y decir que Merkel y sus chicos empezaron primero a desgranar los bienes y males de cada nacionalidad en un ramalazo explicativo que me enciende un ligero escalofrío de recuerdo de algo que no quiero recordar.
Pero tal y como está el patio trasero de Europa y el delantero nuestro y de otros muchos países, parece que va tocando, que nos quedamos sin remedio ninguno para demorar hablar de ellos.
Así que hoy, el primer día del periodo -grande o pequeño- en el que los teutones han dejado de ser una economía en crecimiento- toca hablar de Alemania.
Y no toca hacerlo porque sean buenos o malos, no toca hacerlo porque estemos hartos -y yo sinceramente lo estoy- de que nuestros gobernantes se esmeren más por atender los gustos y demandas de la Cancillería teutona que las necesidades y peculiaridades de sus propios países, con un interés absolutamente incomprensible para mí; no toca hacerlo porque Rajoy, nuestro nuevo Presidente del Gobierno, haya salido más veces a la palestra pública para pedir y lograr una reunión con Merkel que para explicarnos porque el peso completo del déficit recae sobre las espaldas de siempre; no toca porque Sarkozy se haya convertido en un simbionte hasta en el nombre -Merkozy, les llaman ahora- de Doña Ángela para todo y para todos, con una devoción que ni siquiera se recuerda de los tiempos en los que Sus Cristianas Majestades, los reyes de Francia, eran el brazo armado del Papado en La Tierra.
Ni siquiera toca hablar de Alemania porque Merkel se haya descolgado y luego haya vuelto a agarrarse tantas veces de Europa que amenaza con hacer un desgarrón del siete en el tejido que la forma.
Toca hablar de Alemania, de su gobierno, y de su política económica, simplemente porque su economía ha entrado en recesión.
Y esa recesión, por pequeña que sea, por ínfima que parezca, nos dice muchas cosas.
Nos está gritando que el modelo que defiende Merkel a capa y espada -no por ser Alemana, sino por ser a ultranza liberal en lo económico- no es el adecuado. Nos lo dice porque Alemania y su economía han entrado en recesión con un déficit prácticamente inexistente del uno por ciento y si eso es posible ¿cómo va a ser posible que el resto de los países,  salgan de recesiones mayores controlando solamente el gasto público?
No es posible. Hasta las vacas sagradas del liberalismo económico desde Keynes hasta Friedman lo saben -el último se ha quedado afónico de decirlo y artrítico de escribirlo-, pero Merkel sigue empeñada en la contención del gasto público, del déficit nacional, como valladar inexpugnable e incuestionable de la salida de la crisis.
Y con todo, Alemania, que nunca se ha disparado en su déficit, ve como su economía entra en recesión, ve como, no es que se detenga, es que comienza a ir para atrás. Confían en no desinflarse antes de que los demás volvamos a inflarnos, pero saben que eso no pasara, que corren el riesgo de que nuestras economías nunca vuelvan a inflarse.
Lo ven, tienen que verlo, porque si hay algo que es Ángela Merkel es inteligente. Pero no quieren verlo.
No quieren ver que nuestra contención del gasto, nuestros recortes y los de Hungría, los de Italia, los de Francia -que llegarán o no, depende, porque allí sí que hay sindicatos-, los de Grecia, los de Portugal, los de Bélgica son lo que están metiendo a Alemania y su economía en recesión. Porque su solución está empezando a ser también parte de su problema.
Porque la economía alemana es una economía industrial, sólo industrial y nada más que industrial.
 Así la diseñaron desde Metternich hasta Bismark y el Káiser Guillermo, así la desarrollaron los pírricos gobiernos del periodo de entreguerras, ahogados como estaban por la veleidades bélicas pretéritas, así la recompuso Hitler en su visión perturbada de otras muchas realidades pero no de esa, así la recuperó para la cordura Konrad Adenauer y si la han mantenido desde Brant hasta Merkel, pasando por Khol y el resto de los cancilleres alemanes que podamos o queramos recordar.
Y una economía industrial necesita dos cosas. Solamente dos cosas para funcionar: recursos y clientes.
Hablar de los recursos que le sobran o faltan a Alemania nos metería en un campo espinoso que nos obligaría a recordar cómo logró esos recursos cuando Alemania, por falta de visión de su canciller Bismark -volcado hacia Europa, como ahora-, perdió la carrera colonial, quedando en último lugar y no tuvo acceso a ellos. Intentó extraerlos del único emplazamiento que le restaba, con África y Asía en manos de Inglaterra y Francia y la doctrina Monroe en pleno apogeo, concediendo América a los americanos -los del norte, claro-. Puso sus ojos en Alsacia y Lorena y de allí extrajo sus recursos.
Los que viven para contarlo, que ya son pocos, muy pocos, aún lo siguen llamando La Gran Guerra.
Y la solución se repitió cuando volvió a ocurrir. Cuando el batacazo que se llevó el liberal capitalismo -el primero de ellos- en la década de los años treinta del pasado siglo ahogó su economía, destrozó sus cuentas y les dejó de nuevo sin recursos para mantener la industria que su nuevo káiser -o Führer, en esta ocasión- había elegido para que su país prosperara: la armamentística -que colmaba sus ansias de poder y era la solución económica. Curiosamente como hizo a principios de siglo el otro káiser-. De nuevo emprendieron la búsqueda de recursos.
El loco de la supremacía aria podía tener en mente la Gran Alemania y todos los conceptos perversos que se quieran, pero fue anexionando uno por uno los países en virtud de la necesidad de sus materiales, de sus materias primas, de sus recursos, para destinarlos a su industria: Checoslovaquia por los Sudetes, Rutenia, Silesia y sus minerales; Hungría por su hierro, Austria por su petróleo, su madera y su cobre, Todas ellas por el Danubio, un recurso infinito, Polonia por su carbón...
Y a eso todos lo llamamos aún La Segunda Guerra Mundial.
O sea que la carencia de recursos y de materias primas de Alemania para su economía industrial ha causado las dos mayores conflagraciones de la historia. No fueron los delirios mesiánicos, ni los impulsos nacionalistas de sus gobernantes. Fue exclusivamente eso. Luego cada uno aprovechó para lo suyo. Pero empezó por eso.
Así que -y esto es un inciso visceral pero que creo necesario-, yo que la señora Merkel me libraría  muy mucho de declaraciones como las que escupió contra Grecia en un arrebato, me supongo, de justa impotencia e indignación hacia lo mal que cuajan sus políticas y recomendaciones en un pueblo que está demasiado a pensar por su cuenta como para seguirla a pies juntillas a todas partes.
Nadie que ocupe La Cancillería de Alemania debería atreverse a decir algo como "la economía de ningún país le ha costado tanto a Europa como la Griega".
Porque precisamente La Cancillería Alemana es la institución que más dinero le ha costado a Europa a lo largo de la historia. Europa ha tenido que reconstruirse entera y verdadera dos veces simplemente porque la economía Alemana se fue a pique y a sus líderes de entonces les dio por reflotarla por la tremenda. No soy de victimismos eternos, pero si soy de recordar la historia.
Grecia le ha dado a Europa y al mundo la democracia. Alemania dos conflictos militares mundiales. Creo que lo primero justifica bastante un poco más de manga ancha que lo segundo. Y con Alemania, Europa ha tenido manga ancha hasta el hartazgo.
Pero, por fortuna, ahora los recursos no son el problema de la economía alemana y sus gobernantes y habitantes parecen haber aprendido la lección. Ahora pueden conseguirlos donde quieran porque no se han quedado atrás en la carrera. Ahora forman parte del Occidente Atlántico que controla los recursos del planeta. Ya sea con la V flota estadounidense en Bahréin o con las guerrillas que manchan cada día de sangre el coltán de nuestra electrónica móvil.
Ahora el problema está en los clientes.
Los estados a los que les exige Merkel contención a cualquier precio son sus principales clientes. EL déficit público contenido puede servir para el país que produce, que fabrica, pero los recortes impiden gastar a los que compran, así que la salida de sus productos se dificulta. Dada la situación y las necesidades de recortes completamente estratosféricas, se dificulta hasta hacerse imposible.
Y además Merkel -no por ella misma, sino como profetisa y adalid del sistema económico de su país- clama por la contención e incluso la reducción salarial, por la flexibilización a la baja del mercado laboral, por más horas de trabajo por el mismo precio.
Y eso sirve para mejorar una economía industrial -es bastante stajanovista, pero sirve- pero no para una de servicios como son las que ella intenta ayudar -y creo que lo hace de buena fe- con sus sabias directrices.
Si no hay ocio, la economía de servicios se va al carajo. Es así de simple. Si se rebajan los sueldos, el poder adquisitivo decrece y nadie usa esos servicios con lo que las empresas que dependen de ellos -bares, restaurantes, hoteles, cines, teatros, etc., etc., etc.- se hunden más profundo que el Bismark cazado en solitario en mitad del Atlántico por los acorazados de Su Graciosa Majestad..
Y ¿quién comprará entonces los coches alemanes, sus equipos de música, sus equipamientos médicos, sus trenes de alta velocidad o cualquiera de sus productos?.
Los gobiernos no, porque se les dispara el déficit y tienen que contenerlo y los ciudadanos tampoco porque cuando la nómina no llega y hay que hacer un gasto se tiende a lo barato y no a la calidad -que es el marchamo de fábrica incuestionable de todo lo alemán-. Y ese mercado lo tienen en exclusiva Japón, Corea y China. Y ahora sobre todo China.
Así que Ángela, el gobierno alemán y Alemania han sembrado en su solución la semilla de su propia recesión, de su propia crisis. Por eso ahora los números no les salen
¿Y no lo han visto?, ¿y no lo han podido anticipar?. Claro que sí.
Pero Ángela Merkel se encuentra en estos momentos en el mismo punto que se encontrara el shakesperiano personaje enlutado del ser o no ser, en la misma disyuntiva en la que se colocó el no menos shakesperiano rey entre esperar los refuerzos que no sabía si habían de llegar o presentar batalla, mermado, aterido y exhausto en Azincourt. Está entre el ser o la nada, entre morir o vivr con aquellos que temieron luchar con él. Está entre la crisis y el euro.
Y Merkel ha optado por el euro.
Su única obsesión es mantener el euro fuerte. Es que Europa siga teniendo la moneda fuerte que se diseñó al unir las economías europeas en beneficio de Alemania.
Porque el gobierno alemán necesita que Europa siga siendo lo que ellos quieren que sea para que la fortaleza de su moneda siga asegurando los ingresos de sus exportaciones, ahora que saben, que siempre han sabido, que van a descender.
Si contenemos la crisis de otra manera -que puede hacerse, echémosle una mirada a Brasil, por ejemplo- la moneda bajará frente al dólar y todas las demás y los beneficios que la unión monetaria llevaban a las tierras del Rhin se diluirán llevándose con ellos su estabilidad y su crecimiento económico.
Y Merkel sabe lo que ha pasado en Alemania antes de ella cuando eso ha ocurrido. Dos veces.
Así que aunque hable de superar la crisis, lo que dice en realidad es mantener el euro fuerte. Puede parecer lo mismo pero no lo es.
Y ahora tocaría, si fuera de esos que todo lo diremen por las diferencias entre los caracteres y tendencias propios, según los que lo defienden, de cada nación y población, hablar de todas las cosas desagradables que se les suele achacar a los teutones como motivos subyacentes en el problema.
Como ha hecho Merkel con la supuesta laxitud meditarránea, como hace Occdente con el islam, como hace el mundo protestante con la supuesta incapacidad capitalista de los católicos, como hacen los anglosajones con los pigs -Portugal, Italy, Greece, Spain-, como hacen los madrileños con los andaluces, los vascos con los madrileños, los navarros con los vascos, los riojanos con los navarros y los catalanes con todos los demás. Pereciera que cuando las cosas pintan bastos siempre, pero siempre, la culpa es del vicio de otros, de la manera de ser de otros.
Pero Merkel está comentiendo el error de no bajarse del burro de su diseño de Europa y de optar entre dos formas diferentes de destruirla y destruirse no porque sea alemana, ni siquiera porque sea liberal capitalista. Sino porque es como nosotros. Porque comete el mismo error que nos empeñamos en cometer y repetir nosotros.
¿He dicho ya que los gobernantes son simpre indefectiblemente el reflejo puro y cristalino de los gobernados?
Merkel se suma a lista de miles de millones de occidentales atlánticos que creen que sus principios son incuestionables, que no aceptan que sus pernsamientos, sus ideas, sus decisiones, aunque una vez pueden que fueran efectivas y eficientes, ya no lo son, hay que modificarlas, hay que pensarlas de nuevo.
Porque, como la inmensa mayoría de nosotros, percibe el cambio como una derrora personal e intransferible.
Porque, como ella y los suyos y los que pensaron como ella antes que ella, diseñaron esta Europa ahora no quiere admitir que hay que rediseñarla. Que salvarla,seguro; que remorzarla, quizás, que apuntalarla, tal vez. Pero que cambiarla no.
La idea original tiene que servir y tiene que servir para siempre por dos motivos que tienen un peso infinito en la balanza de sus percepciones. Porque ha funcionado una vez y porque la idea es suya.
Vamos, lo que hacemos nosotros todos los días en todos los ámbitos que se nos puedan ocurrir.
Como olvidamos al viejo Ortega, olvidamos el peso de las circunstancias, de la evolución. Como tuvimos la idea de la lucha de clases y nos funcionó en su momento, no nos bajamos de ella, aunque la clase media nos inunde la mirada. Tiene que valer. Una vez valió y fue idea nuestra.
Como una vez nos sirvió el orgullo patrio para salir del bache, tiene que seguir valiendo para siempre aunque la globalidad nos estalle en la cara por doquier. Si nos valió una vez y se nos ocurrió a nosotros tiene que ser un recurso eterno e inmutable. Tiene que ser la solución para todo.
Negamos las circunstancias y por eso nos atrincheramos en aquella conclusión a la que hemos llegado, en aquella solución a la que hemos accedido y que una vez -quizás hasta por casualidad- nos salio bien. Por eso seguimos insistiendo, más allá de los cambios de la vida, en nuestras decisiones tomadas en un momento concreto del tiempo y del espacio.
En controlar la vida de nuestros hijos aunque ya no nos sirva; en seguir en la amistad cuando somos adultos sobre los mismos ritos que cuando eramos niños; en ser jefes y  no cambiar los ritmos de trabajo porque una vez, cuando todo era distinto, nos sirvieron para organizar las cosas; en volver una y otra vez a buscar los amores del modo en que lo hacíamos cuando nuestros jovenes cuerpos eran tarjeta de presentación y de visita ahora quer deberíamos hacerlo de otra forma.
En curarnos los dolores y carencias internas con las mismas medicinas que usaramos antaño, del placer y el olvido, en lugar de utilizar aquellas de la madurez y el amor que ahora nos cerrarían para siempre las heridas; en hacernos fuertes en nuestras soledades o nuestras compañías porque un día fueron la respuesta a algo que ya ha pasado, que ya ha muerto o que simplemente  ha tenido la decencia histórica y vital de cambiar; en seguir insistiendo en las familias cuando estas están ya disgregadas y enfrentadas en lugar de crear otras nuevas; en perserverar en vocaciones elegidas para las que no servimos por más que el mundo entero se de cuenta y nos escupa en nuestros fracasos y nuestras calificaciones que ese no es nuestro camino; en huir y meter la cabeza bajo el ala porque un día eso nos sirvio para escapar del miedo y del dolor, en lugar de pararnos, girarnos y enfrentarnos a lo que se nos viene encima porque ya no hay lugar donde esconderse.
En fin que, como siempre, he empezado hablando de Alemania y de su Canciller y he terminado haciéndolo de nosotros.
Porque Angela, la recesión incipiente de la economia alemana y su obsesión por el déficit cero no son nada salvo un ejemplo a gran escala de aquello que muchos de nosotros somos cada jornada.
Gentes que, incapaces de aceptar que aquello que una vez fue una buena idea ahora no funciona, nos valemos de todo lo que tenemos a mano, nos mantenemos firmes y enrocados en nuestras decisiones, para que nadie pueda creer que estamos equivocados. Y lo que es peor. Para no reconocer ante nosotros mismos que lo estamos.
Seres que negamos el cambio, en esplendoroso despliegue de egoismo, para eludir la intensa sensación de derrota que el cambio nos produce.

domingo, enero 01, 2012

Hungría exige el noble arte de quedarse a las duras

No es que esperara yo que el nuevo año empezara de una manera diferente a la que acabó el ya pretérito 2011.
No están las cosas para que se nos cambien de repente, ni estamos nosotros para cambiar nada por la bravas, de un plumazo, de un golpe en la mesa o en la calle.
Pero no redunda en beneficio de mis expectativas sociales para el año que acaba de empezar descubrir que hay ciertas derivas que se nos repiten en este comienzo de año, que se nos vuelven, como sacadas de un libro de historia de esos que ya no gastamos en la primaria y apenas hojeamos en la secundaria.
Hungría se nos vuelve autoritaria, se nos torna despótica, se nos recuerda nazi.
Y, aunque podamos echarle la culpa al gobierno magiar, que ha decidido, impulsado y votado una reforma de su Constitución para dejarla sin contenido, sin fuerza y sin posibilidad de controlar a nadie; aunque podamos cargar la responsabilidad de ese giro sobre los hombros y los hombres de los partidos de ultraderecha, que tremolan sin pudor la esvástica en las plazas y los bares de los pueblos en los que gobiernan, después de haberse hecho con ellos en unas elecciones municipales que les auparon al segundo puesto en el ranking de fuerzas políticas de la nación húngara, no podemos eludir el hecho de que la culpa, como en casi todo últimamente, es toda nuestra.
Los imperios en decadencia suelen ser lo principales artífices de su propia destrucción.
Los es porque Merkel, la canciller matriarcal de impulso aparentemente infinito, a la que siguen, cual corte procelosa y devota, todos los magnates políticos del viejo continente, ha olvidado en su lista de deberes, en su colección de aprendizajes dar unas pequeñas clases de lo que sólo podía definirse como el noble arte de quedarse a las duras.
Hungría se nos va, se nos hace otra cosa, porque la hemos dejado sola. Así de sencillo, así de irresponsable. Así de habitualmente nuestro.
Alemania, y Merkel con ella, llamó a filas a Hungría, Rumanía, Bulgaria y todos los estados que regaban la Europa del este con las sangres y las aguas del extinto Pacto de Varsovia en lo militar y en lo político.
Los llamó porque los necesitaba, porque su manufacturas, sus rígidas y fiables creaciones de acero alemán, se pudrían en sus almacenes, se convertían en una carga tan pesada que no podían centrarse en la supervivencia que les exigía el reflotamiento de la antigua Alemania del Este, la asimilación de la depauperada economía que el muro de Berlín les había descubierto en su caída en tres quintas partes de Alemania.
Y los magiares y todos los demás respondieron. Respondieron como hicieron hace siglos los reinos de Bohemia, Eslavia y Hungría cuando el emperador de Alemania les convocó a la Santa Alianza; como hace un par de siglos respondieron los Reinos de Bulgaria, Rumanía, Bohemia y Hungría a otro canciller , Metternich, cuando les pidió, les exigió y les suplicó acudir en ayuda de Austria y Alemania para mantener unido el imperio; como cuando otro canciller -en Alemania los cancilleres les crecen por doquier- en este caso de hierro, Otto Von Bismark, les convocó a la guerra, a una guerra europea, a una guerra mundial, y acudieron sin pestañear, respondiendo a sus seculares alianzas a sus inquebrantables lealtades.
Como acudieron cuando la gran Alemania les pidió la anexión, les impuso las formas y los fondos de un nuevo estado que iba a ser el resultado definitivo de la superioridad teutona, allá en los años cuarenta del nazismo en Europa.
Cuando Alemania llama los reinos del este siempre tienen la tendencia a acudir.
Y esta vez se les llamó a una Unión Europea y ellos acudieron. Hicieron los deberes que se les exigieron mucho mejor que los socios fundadores. Aceptaron esfuerzos que nosotros aún estamos discutiendo, asumieron ajustes que nosotros nunca nos propusimos a nosotros mismos para forjar Europa.
Así que entraron y Alemania pudo por fin vaciar sus almacenes, llenar sus cadenas de montaje, colocar sus productos. Pudo poner en marcha un mercado que la beneficiaba, que la daba el dinero suficiente para poner en marcha la parte de su tierra que cincuenta años de comunismo desolado y desolador habían conducido a la más paupérrima de las situaciones.
Y todo funcionó y todos éramos europeos y todos éramos demócratas y todos éramos lo que suponía que era políticamente correcto ser.
Pero eso eran las vacas gordas. Eso eran las maduras.
Todos teníamos lo que queríamos. Ellos eran europeos de pleno derecho, Alemania tenía sus mercados abiertos y ansiosos de sus productos. Y nosotros teníamos hombres fuertes en las obras a la intemperie y las puertas de las discotecas y mujeres diligentes limpiando nuestras casas, cuidando nuestros hijos y llenando nuestros prostíbulos.
El epítome de una sociedad perfecta.
Pero ahora, cuando nuestros incontrolados mercados, nuestros patéticamente egoístas inversores, nos imponen una nueva dictadura, nos arrojan a nuestras necesidades; cuando Alemania ya no les puede mirar como mercados ni les puede utilizar como socios es cuando realmente demostramos lo que Hungría y los demás han sido y serán siempre para nosotros.
Es cuando nos negamos a practicar el arte, doloroso pero digno, esforzado pero necesario, de quedarnos cuanto pintan bastos, cuando llegan las duras.
Les quitamos ayudas integrales, les cerramos el grifo del dinero para las reformas estructurales, miramos a otro lado mientras la inflación generada por nuestro euro les devora las entrañas económicas, los miramos de soslayo y les ponemos trabas para moverse en nuestras depauperadas sociedades, haciendo los trabajos que hasta hace dos días ninguno de nosotros queríamos hacer.
Y Alemania hace lo mismo que ha hecho con ellos siempre.
Cuando La Santa Alianza hubo de elegir entre los protestantes y los turcos dejó a Bohemia y Hungría, que habían cumplido con creces en sangre y crueldad la exigencia de limpiar sus tierras de protestantes, calvinistas y toda suerte de herejes del cristianismo, bajo asedio del sultán otomano y se dedicó a sus luchas en Baviera y Westfalia contra los resistentes y siempre desafiantes hijos de Lutero y de Calvino.
Cuando, tras Napoleón, tras la batalla de los tres emperadores, tras el exilio en Elba y Santa Elena, los magiares y búlgaros se volvieron a Metternich para reclamar que, igual que ellos habían aportado sus caballerías y sus húsares en la guerra que amenazaba a Alemania por el oeste, ahora Alemania y Austria aportaran sus infanterías para contener a los rusos que los asediaban desde el este, el canciller prefirió dedicarse a porfiar con los ingleses y franceses y dejar la parte húngara del imperio austrohúngaro a su suerte. Algo había que sacrificar. Mejor Hungría que Alemania.
Cuando Bismark fue derrotado, Alemania no tuvo pudor alguno en sacrificarlos de nuevo, en ofrecérselos a Rusia para salvar las tierras alemanas, para minimizar sus pérdidas, no tuvo el más mínimo problema en escindirlos de su ya imposible imperio para evitar trabas, para poder lamer tranquilamente sus heridas hasta el próximo conflicto, hasta la siguiente conflagración de escala universal.
Por eso, ahora que Merkel y los suyos comienzan a hablar en bajo -y no tan bajo- de dos velocidades, de que a Europa, a la Europa que quieren y que necesitan, ya le sobran países; ahora que hablan de núcleos fuertes de supervivencia y de dejar atrás a aquellos a los que llamaron a filas cuando les interesaba, cuando parecía que todo iba a ser siempre una continua recolección de frutas jugosas y maduras que llevarnos a la boca, es lógico que Hungría se nos vuelva otra cosa. Al fin y al cabo los nazis nunca les abandonaron.
Puede que fuera simplemente porque no tuvieron tiempo, pero nunca las abandonaron. La última división del ejército nazi, formada por combatientes de las tristemente míticas SS, se rindió en Budapest, once días después de que cayera Berlín.
Pero el ramalazo autoritario y nazi fascista -hacía años que utilizaba este adjetivo- que ahora sufre Hungría y que nos despierta viejos fantasmas, la recaída en el recurso fatuo a la autarquía y la grandeza perdida que la incapacidad de Merkel para quedarse a las duras ha generado en las tierras magiares, no es algo que se le pueda achacar a ella. No es algo que se deba a la idiosincrasia alemana ni a la perversidad de pensamiento de la canciller.
Merkel no es distinta de nosotros. Es nuestro reflejo.
Puede que los trajes de chaqueta le queden bastante peor que a muchas de las que los lucen con estupenda elegancia en este Occidente Atlántico nuestro, puede que sus poderosos brazos resulten más llamativos que los que muchos de nosotros lucen en sus gimnasios de musculación, pero Ángela Merkel es exactamente igual que lo que somos nosotros. Los políticos tienen ese vicio.
Merkel y Alemania han hecho con Hungría lo mismo que nosotros hacemos todos los días en nuestras vidas cotidianas.
No sabemos quedarnos a las duras.
Creemos que tenemos ganado el derecho de retirarnos a tiempo, de minimizar pérdidas, de romper los acuerdos, de quemar puentes, de practicar estrategias de tierra quemada, de eludir las promesas cuando se tornan difíciles de cumplir. Creemos y actuamos como si nuestro egoísmo y nuestro miedo nos concedieran la potestad de abandonar a cualquiera cuando aquello que compartimos ya no nos resulta cómodo y nos exige trabajar para mantenerlo.
No tenemos la conciencia ni el impulso para aceptar lo necesario que es para la vida y para todo lo demás quedarse a las duras.
Por eso hay cientos de invitados en los bautizos y media docena de personas en los velatorios, por eso hay docenas de mesas en los banquetes de boda y sólo un par de amigos en las borracheras de divorcio, por eso hay decenas de parentela en las cenas navideñas y dos personas cansadas y repetidas en las salas de espera de los hospitales.
No sabemos estar a las duras y no queremos hacerlo. No consideramos para nosotros pasar por los tragos de otros aunque les hayamos prometido hacerlo, aunque esos tragos tengan mucho que ver con nosotros incluso aunque seamos los causantes últimos de esos amargos tragos que otros beben.
Por eso este Occidente Atlántico, que agoniza con sus propias manos aferradas a su garganta restándole el aire que necesita para respirar, colecciona más amantes que amigos, mas parientes que familiares, más rollos que parejas, más colegas que compañeros, más polvos que amores.
Porque las duras no existen para nosotros. Porque siempre que llegan encontramos la forma de recolectar las frutas maduras que hemos conseguido y denunciar el tratado, y esquivar el compromiso y cambiar las lealtades para poder seguir huyendo hacia a delante. Porque cada vez que los guardias de Herodes llaman a nuestra puerta en lugar de coger nuestro débil cayado y nuestra herrumbrosa espada cobre y enfrentarnos a ellos y a sus brillantes y afiladas armas, cogemos al niño, salimos por la puerta de atrás y huimos hasta Egipto.
Por eso hay más sindicalistas que huelguistas, más quejas en susurros que protestas a gritos, más simpatizantes que militantes, más negociaciones privadas que convenios colectivos, más limosneros que activistas, más solidarios que justicieros, más acólitos que profetas, más creyentes que misioneros, más reservistas que combatientes.
Por eso entendemos a Merkel e ignoramos a Hungría.
Por eso no sabemos lucir el noble arte de quedarse a las duras. Por eso estamos haciendo germinar las semillas de nuestra propia destrucción como seres y estares y como sociedades.
Por eso en este año que empieza Hungría se nos marcha. Porque hay cosas que no cambian y otras sólo empeoran.
Y, de momento, lo segundo estamos siendo nosotros.

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