Muchas son las cosas y casos que en nuestras fronteras se han sucedido dentro de nuestras fronteras en los últimos días. Pero, aunque seguimos acuciados por lo nuestro, no conviene dejar de mirar -aunque sea por el rabillo del ojo- a lo que acontece fuera.
El mundo de lejos, ese del Oriente Próximo -que no es ni próximo ni oriente- sigue en su guerra permanente moviéndose de campo de batalla en campo de batalla entre Siria y Palestina entre Bagdad y Teherán, entre Ramala y Tel Aviv.
Pero no hace falta que nos disloquemos el iris para mirar tan lejos. Nos basta con echar un ojo a la Isla del Cobre, a la hasta hace unos meses eterna Chipre para que se nos abran las carnes.
Chipre está en bancarrota. Los bancos de la isla han llevado a sus ciudadanos a la ruina. Y nosotros los miramos con una cierta reticencia, con un insano morbo, con una temerosa ansiedad. Porque lo que es hoy Chipre podríamos ser mañana nosotros.
Porque sus bancos hicieron lo mismo que los nuestros.
Buscaron inversiones arriesgadas. En su caso en la deuda griega, en el nuestro en las deudas internas de las autonomías. Ninguna de las dos era solida, ninguna de las dos les dio beneficios. Ninguna de las dos tenía nada que ver con nosotros ni nuestros ahorros.
Porque sus gobernantes hicieron lo mismo que los nuestros.
Recurrieron a Europa. Tiraron de la UE y sus rescates que ya no son rescates sino limpias salvajes, desbrozos brutales de malas hierbas que se llevan por delante incluso los famosos brotes verdes o las plantas cultivadas con el esfuerzo y el ahorro de los ciudadanos.
Porque se afanaron en las mismas políticas tras las que se refugia la teoría merkeliana de la austeridad y la praxis gubernamental de Moncloa, imponiendo recortes, subidas de impuestos y todo tipo de acciones que buscaban cumplir las condiciones impuestas desde Berlín disfrazado de Bruselas, desde Alemania, disfrazada de Europa.
Porque sus números y sus estadísticas hicieron lo mismo que los nuestros.
Se negaron a reaccionar positivamente. Contumaces, se empeñaron en no obedecer las órdenes de Ángela y el BCE. Se contuvo la prima de la deuda pero no el desempleo, se frenó la especulación pero no el déficit, se destruyó el bienestar pero no se activó el consumo. Se perdió todo para no ganar nada.
Y ahora están donde podríamos llegar nosotros.
Sus cajeros les dan dinero limitado. Europa, es decir Alemania, es decir, Ángela Merkel, intenta imponer tasas sobre los ahorros, corralitos bancarios. Intenta robarle el dinero a los ahorradores chipriotas -que no invirtieron en deuda griega, que no arriesgaron sus ingresos de forma temeraria-, para darle ese dinero a los especuladores a los que les salieron mal las previsiones, a los que sus juegos de parqué y deuda pública con dinero ajeno les estallaron entre las manos.
Y eso nos da miedo.
Nos encoge por dentro porque sabemos que nosotros estamos muy cerca aunque todo el mundo lo niegue. Sabemos que Rajoy y su triada económica no serán capaces de cumplir las previsiones de déficit. Sabemos que hay comunidades autónomas como Catalunya, Valencia o Baleares en bancarrotas apenas disimuladas por unas aportaciones financieras de un Estado que no tiene dinero para seguir ayudándolas.
Pero lo que más nos aterra, lo que nos produce un pánico atroz no es lo que ha hecho hasta ahora Chipre, sino lo que no ha hecho.
Su gobierno, su parlamento, sus representantes, han votado en contra de un rescate -intervención, robo, o como quiera llamarse- que imponga esas condiciones a sus ahorradores. o ha pasado por el aro.
Y eso supone la guerra. Una guerra de despachos, de transacciones, de transferencias financieras pero una guerra al fin y al cabo.
Sus
bancos serán sus primeras víctimas y estarán muertos el primer día que abran
sus puertas si no se firma un armisticio en los pasillos de Bruselas, de Nicosia
o de Berlín.
Pero Nicosia, la isla del cobre ha decidido pelear. Ha decidido - mal y tarde, muy tarde, eso sí- que Europa no tiene derecho a meter la mano en los dineros de sus ciudadanos, que sus bancos no son más importantes sus gentes
Y nosotros sabemos que si llega el caso, que si todo nos conduce a esa disyuntiva nuestros gobernantes no harán lo mismo, no nos antepondrán a sus números, sus ideologías y sus intereses.
Lo sabemos porque De Guindos ya ha dicho que nuestros ahorros son sagrados, lo que es sinónimo de que no lo son, como no lo han sido las pensiones, ni los impuestos ni nada de lo que supuestamente era intocable cuando el Partido Popular hacía campaña electoral.
Lo sabemos porque ya hemos visto lo que ha ocurrido con la preferentes -que no es lo mismo pero se le parece un poco-.
Lo sabemos porque ya hemos visto a donde ha ido a parar el dinero detraído de Sanidad, Educación, Servicios Sociales y Cultura.
Lo sabemos porque nuestra imaginación no puede imaginarse a Rajoy viajando a Moscú a Brasilia o a Ankara para firmar acuerdos de explotación energética y minera con las potencias emergentes como Rusia y Brasil o a vecinos poco queridos como Turquía y encontrar así los ingresos y los dineros necesarios para salvar su sociedad y su economía sin tener que plegarse al robo institucional que propone el Banco Central Europeo.
Todo eso nos da miedo porque sabemos que al contrario que Chipre, aunque de forma tardía, nuestros absolutamente mayoritarios gobernantes no aceptarán nunca que, como diría el actor,"Uno no lucha por la justicia solo porque crea que tiene opciones de triunfar, sino porque cree en ella".
Pero Nicosia, la isla del cobre ha decidido pelear. Ha decidido - mal y tarde, muy tarde, eso sí- que Europa no tiene derecho a meter la mano en los dineros de sus ciudadanos, que sus bancos no son más importantes sus gentes
Y nosotros sabemos que si llega el caso, que si todo nos conduce a esa disyuntiva nuestros gobernantes no harán lo mismo, no nos antepondrán a sus números, sus ideologías y sus intereses.
Lo sabemos porque De Guindos ya ha dicho que nuestros ahorros son sagrados, lo que es sinónimo de que no lo son, como no lo han sido las pensiones, ni los impuestos ni nada de lo que supuestamente era intocable cuando el Partido Popular hacía campaña electoral.
Lo sabemos porque ya hemos visto lo que ha ocurrido con la preferentes -que no es lo mismo pero se le parece un poco-.
Lo sabemos porque ya hemos visto a donde ha ido a parar el dinero detraído de Sanidad, Educación, Servicios Sociales y Cultura.
Lo sabemos porque nuestra imaginación no puede imaginarse a Rajoy viajando a Moscú a Brasilia o a Ankara para firmar acuerdos de explotación energética y minera con las potencias emergentes como Rusia y Brasil o a vecinos poco queridos como Turquía y encontrar así los ingresos y los dineros necesarios para salvar su sociedad y su economía sin tener que plegarse al robo institucional que propone el Banco Central Europeo.
Todo eso nos da miedo porque sabemos que al contrario que Chipre, aunque de forma tardía, nuestros absolutamente mayoritarios gobernantes no aceptarán nunca que, como diría el actor,"Uno no lucha por la justicia solo porque crea que tiene opciones de triunfar, sino porque cree en ella".
Nuestro gobierno no luchará por nosotros contra Europa
cuando sea necesario porque sabe que será muy difícil triunfar y porque
realmente no cree -ni por ideología, ni por interés personal y partidista- que
defendernos sea lo justo.
Así que cuando miramos a Chipre lo hacemos con el miedo de
lo que podemos llegar a ser y con el pánico de lo que sabemos que nuestro
gobierno nunca sera.
Quizás, solo quizás, deberíamos aparcar nuestro egoísmo y
nuestro miedo, tan típicamente occidentales
atlánticos, y empezar a demostrarle que nosotros sí luchamos porque
creemos que algo es justo, aunque ellos se empeñen en dificultarnos al máximo
las posibilidades de triunfar.
Pero claro, ¿cómo era eso?... Todo gobierno tiende a ser
reflejo de sus gobernados.
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