Cuando las circunstancias de todos empeoran, cuando los problemas se hacen comunes y se reconocen se gira a donde se gire la vista, las cuestiones que afectan solamente a un colectivo, las quejas y problemas que tan solo satisfacen o pretenden satisfacer a unos pocos, se ven de otra forma, se perciben de otra manera.
Y eso está pasa y está pasando en Euskadi y con Euskadi.
Ahora, que sus problemas son como los de muchos otros, ahora que su economía tiembla y se desmenuza como la de todos los demás -aunque a lo mejor algo menos- , ahora que sus hombres y mujeres luchan por la libertad como todos los demás, intentando mantener su vivienda, su empleo o su futuro, determinados colectivos, determinadas gentes, empeñadas en mantener Euskadi en otro tiempo y en otro espacio ya no tienen la misma fuerza, ya no pueden imponer su forma de ver Euskadi.
Porque cuando hay muchas víctimas de muchas cosas que aún existen y que empeorarán, ser víctima de una sola cosa que ya no existe no es tan importante, no es tan relevante. No te confiere ningún halo beatífico ni ninguna capacidad de influencia desmedida.
Y eso es lo que les está ocurriendo y les continuará ocurriendo a los directivos de la AVT, de esa asociación que creyó el victimismo era garantía de influencia perpetua, ese colectivo que, escudándose en el dolor de la pérdida, buscó el control de la sociedad, que amparándose en la búsqueda de justicia se confirió a sí misma el derecho inalienable a la venganza.
Cada día les llega un varapalo, cada mañana les amanece una sorpresa.
Porque, ahora que los locos furiosos del tiro en la nuca y la bomba lapa han abandonado el polvo de hadas que les mantenía en el éter de su sangrienta e imposible revolución supuestamente independentista ya no tienen excusa para intentar que Euskadi sea esa sucursal del país de Nunca Jamás en la que el tiempo no pasa hasta que ellos den su permiso, en la que no habrá futuro hasta que ellos estén saciados de venganza del pasado.
Y eso ocurre con sus reclamaciones de que los crímenes de ETA sean considerados Lesa Humanidad -en un mundo en el que genocidios en estado puro como el armenio o el tutsi ni siquiera tienen oficialmente esa categoría o la tienen por los pelos-, y eso ocurre con las constantes evasivas del Gobierno a sus exigencias de que se modifique la política penitenciaria o que sea condición sine qua non su pendón para la redención de penas de los etarras.
Y eso ocurre cuando los medios comienzan a sacar a la luz sus cuchilladas intestinas, sus gastos superfluos, sus peleas internas por el poder en una institución que asentó en el miedo y la revancha su influencia social y su poder.
Y también ocurre con el Tribunal Supremo cuando afirma que sacar a la luz en la prensa las manipulaciones, presiones e irresponsabilidades del que fuera su incontestable líder, Francisco José Alcaraz, y su esposa, María del Carmen Álvarez, no constituyen ningún delito, ninguna injerencia en el honor de nadie.
Cuando una de las máximas cortes del Estado les dice claramente que se acabaron los tiempos en los que criticarles era sinónimo de defender el terrorismo, que cuestionarles podía ser considerada apología de ETA, que quien no estuviera dispuesto a plegarse a su deseo de que Euskadi muera mil veces en el recuerdo de una guerra aciaga para satisfacer sus necesidades de influencia y vindicación podía ser señalado con el dedo y acusado de terrorista.
Porque ETA ya no existe y Euskadi ya no muere a sus manos. Sigue muriendo pero muere de lo mismo de lo que morimos todos los demás.
Muere cuando su cuerpo choca contra el asfalto al arrojar su desesperación por la ventana de su piso embargado, muere colgada por el cuello cuando la miseria del paro y la falta de perspectiva hace insostenible la vida, muere cuando un servicio sanitario no está abierto a tiempo por los recortes, muere cuando un juzgado no puede intervenir a tiempo para frenar un maltrato por la falta de recursos, muere por la ingesta masiva de somníferos y antidepresivos cuando la presión de jefes engrandecidos por la reforma laboral acucian a aquellas que no pueden seguir soportando su servidumbre impuesta por la visión feudal de los gobiernos que ahora nos aquejan.
Por eso la AVT ya no tiene que ser protegida en sus manejos, sus falacias y sus imposiciones por ninguna vergüenza, por ningún complejo ni ningún miedo que haga que nos atenace el miedo de ser considerados defensores del terrorismo por ser críticos con ellos.
Por eso el Tribunal Supremo no considera que perjudique a nadie que los falsos gestores de esa asociación pierdan el halo beatífico que la muerte de sus familiares a manos de una banda mafiosa armada y enloquecida les confería.
Porque en una Euskadi que, como el resto del Estado -no se me ofendan, aún son parte de este Estado- muere de crisis, muere de recortes, la AVT ha dejado de ser una posible parte de la solución y se ha trasformado en una posible parte del problema.
Los gastos excesivos de sus dirigentes en libros autobiográficos de testimonios mil veces repetidos, son parte del problema porque gastan las asignaciones públicas que podrían servir para evitar la muerte de Euskadi por los motivos que ahora la están matando; porque sus viajes a Venezuela en busca de pruebas contra un preso de ETA -algo que podría hacerse a través de quince oficinas distintas de las diferentes fiscalías- ya no nos suenan a necesidad, nos suenan a malgastar un dinero público que podría ser usado en otras cosas.
Porque, sin ETA, los que solo tienen valor social por ser enemigos de ETA ya no son necesarios. Se les puede reconocer su esfuerzo pretérito, se les puede agradecer su compromiso anterior, pero ya no son necesarios.
Euskadi tiene demasiados enemigos vivos contra los que luchar como para seguir luchando contra uno que ya está derrotado. Lo diga ETA por escrito o no.
Así que, desde el Supremo, el mensaje que llega a Euskadi y a la AVT es el mismo que muchos llevamos gritando desde hace muchos años: tienen derecho a buscar su venganza el resto de sus vidas, tienen derecho a intentar que Euskadi sea lo que ustedes quieren que sea, pero ya no tienen derecho a tremolar sus muertos como escudo y pantalla para sus maniobras políticas.
Entierren a sus muertos y acudan por fin a las sedes de sus partidos. La política se hace o se intenta hacer en esos edificios, no en los cementerios.
El tiempo de ser víctimas eternas ha acabado. Nada dura para siempre.
Ni siquiera en Nunca Jamás.
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