Y los golpes siguen llegando.
No nos hemos recuperado aún de que la madrileña clínica de La Milagrosa -tan diligente a la hora de tratar y operar a majestades reales- se ampare en el protocolo para librarse de un paciente infartado en sus propias instalaciones, cuando otro golpe, otro crochet de izquierda al mentón de la atención sanitaria nos llega desde Catalunya.
Porque no lo olvidemos, puede que estén escenificando una disputa eterna por el derecho a decidir, puede que se enfrenten por el catalán, la inmersión lingüística o cualquier otra situación que afecta a la condición nacional de Catalunya y de España, pero cuando hay que ir por el mismo camino para cambiar el modelo social, los que rigen a unos y a otros se aprietan muy fuerte de la mano y hacen el mismo camino.
Pues bien, El Hospital Sant Pau destila una perla de esas que harían morirse de asco al doctor House y estudia la posibilidad de hacer que determinadas personas y pacientes se salten la lista de espera.
Y un piensa en eso del individuo que llega sujetándose las vísceras porque alguien -amigo o enemigo- le ha descerrado dos tiros o en el paciente que sufre un repentino empeoramiento de su dolencia y llega a la puerta del hospital al borde de la muerte.
Pero entonces uno piensa que en este país todavía hay servicios sanitarios de urgencia y no entiende nada- No entiende nada hasta que lee, escucha y ve que esa aceleración quirúrgica y hospitalaria es para los clientes privados.
O sea que por un módico precio -rectifico, no tan módico- tienes derecho a saltarte las listas de espera, tu tumor es más tumor porque tienes más dinero; tu vertebra te duele más porque tu cartera está más llena.
Tu operación es más urgente porque pagas.
Y los ecos de las declaraciones grandilocuentes sobre que la gestión privada no pone en peligro la atención universal se transforman en carcajadas malintencionadas porque simplemente deja ver a las claras que lo que importa, lo único que puede importar cuando una gestión depende de los beneficios, cuando los que dirigen están presionados para lograr llenar los bolsillos de alguien es el dinero.
Dicen que es solamente para las varices. Y la excusa es baladí.
Da igual que sea cirugía vascular, cardiovascular o cerebral; da igual que sean varices, glaucoma o un tumor cerebral del tamaño de un huevo Faberge. El principio en el que se asienta esa decisión de la dirección del Hospital Sant Pau es que el que resulta demoledor, el criterio que se sigue en la toma de esa decisión es el que conduce a la arcada a todo aquel que se acuerde de vez en cuando del nombre de Hipócrates.
Las varices de aquellos que las padecen por estar demasiado tiempo de pie en su trabajo dentro o fuera de casa esperan nueve meses; las varices de los que las desarrollan por la falta de ejercicio que permite la vida del rentista o el exceso de tacones que permiten las continuas excursiones a La Milla de Oro se saltan la cola y pasan a quirófano.
El dinero marca la diferencia. Muy liberal capitalista, muy occidental atlántico. Muy injusto. Muy nuestro.
Y por más que los responsables del Hospital intente revestirlo de otra cosa, por más que los políticos que les amparan y les impulsan pretendan explicarlo de otro modo, no tiene justificación posible.
Desde el padre Hipócrates hasta el último premio nobel de Medicina, pasando por Asclepio o Galeno, les miran con la ceja levantada y el gesto torcido de disgusto.
Ahora solo queda por ver, puesto una vez más al descubierto el verdadero objetivo de la reforma involutiva de nuestra sanidad a la que se han lanzado nuestros aciagos y elegidos gobernantes, si los profesionales que llevan tanto tiempo peleando por la sanidad pública consiguen parar también esto esto con nuestra ayuda.
Si en honor a su juramento le dicen a la señora que llega con sus varices en las piernas y su talonario en la mano que espere en la cola como todos.
Si demuestran -que no dudo que encontrarán una vez más una forma de hacerlo- que aunque suenen parecido hipocrático no es sinónimo ni nunca lo puede ser de hipócrita.
Aunque sus directivos y responsables políticas se empeñen en confundirse con el término.
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