Hay preguntas que, aunque pensadas para otra situación, para otro entorno, para responder a otras cuitas reales o de ficción, hechas en el momento adecuado, realizadas ahora que se desmorona todo lo que creímos inamovible, que aquellos que deberían estar en la tesitura de intentar mantenérnoslas, nos quitan cosas que ya teníamos, que otros hace siglos, hace años, habían ganado para nosotros, cobran un nuevo y tristemente trágico sentido, nos arrojan a la cara multitud de respuestas que no queríamos escuchar.
Y hay otras preguntas que hechas para ahora, para hoy, para este mismo momento en el que el Occidente Atlántico se mata a si mismo por mantener vivo el sistema económico que le esta asesinando, solamente nos dan una seca respuesta que es tan trágica como las otras pero mucho más contundente y acusadora.
Son las preguntas del cineasta y del humorista.
La primera de las preguntas, pensada para un rey acosado por monstruos, obligado a refugiarse en su última trinchera peleando con hombres macilentos, mujeres debilitadas y niños y ancianos y solamente apoyado por un puñado de aquellos que aún creen que hay que hacer honor a sus promesas aunque estas mueran con ellos en el abismo de Helm, nos arroja a una cascada de respuestas.
¿Cómo hemos llegado a esto?, pregunta el rey de Rohan ajustándose su gastada armadura para enfrentarse a los monstruos que asolan su tierra y su futuro.
Y aunque no queramos contestar, aunque apretemos los labios para que ni una palabra nuestra salga de ellos, el silencio contesta por nosotros.
Hemos llegado creyendo que no teníamos que hacer nada para mantener aquello que otros habían conseguido para nosotros, anteponiendo nuestros gozos y nuestras sombras a las luces de todos los demás, manteniendo nuestras vidas en solitario, nuestras necesidades en privado, nuestras injusticias en secreto.
Hemos llegado dejando solos a los que querían luchar, dando un paso atrás cuando alguien daba uno adelante para que nadie nos viera en su misma linea de combate.
Torciendo el gesto cuando los maestros peleaban porque no sabíamos donde dejar al niño, arrugando la frente cuando los sanitarios se rebelaban porque no encontrábamos a nadie para que nos tomara la tensión, airando la queja cuando los empleados del transporte público se detenían porque llegábamos tarde y apretujados a nuestros destinos.
Hemos llegado zapeando cuando veíamos Telemadrid en negro, anclándonos a la basura televisiva en lugar de a la información, al entretenimiento en lugar de a la comunicación, al olvido en lugar de al compromiso; queriendo ser tronistas en lugar de estudiantes, famosos en lugar de personas dignas, vendiendo todo lo que teníamos y no teníamos por algo que nunca nos iban a dar.
Hemos llegado mintiendo en todo y a todos con tal de alcanzar nuestros sueños egoístas. Utilizando los ingresos y avales de otros para lograr hipotecas por encima de nuestras posibilidades, mintiendo a nuestras cuentas corrientes con tarjetas de crédito fraccionadas para disimular las deudas que nuestros caprichos y gastos nos generaban, falseando a la baja nuestros currículos para lograr empleos remunerados muy por debajo del límite que nuestra dignidad nos imponía, inventándonos enfermedades, partes médicos y excusas para ir a la huelga sin perder los euros que nuestro compromiso nos arrebataría de la nómina, mintiéndonos a nosotros mismos inventándonos derechos que no teníamos derecho a tener mientras permitíamos que a otros les negaran aquellos que sí eran suyos.
Hemos llegado tolerando la injusticia cuando no nos afectaba a nosotros, bajando la cabeza cuando a otros se las cortaban, creyendo que la respuesta estaba en la huida y no en la lucha, que podíamos aguantar mientras otros caían, que teníamos que escapar mientras otros se veían atrapados, que nuestra supervivencia era más importante que su dignidad, que nuestro sueldo era más importante que su miseria, que nuestra suerte era más relevante que su falta de fortuna.
Hemos llegado dando una palmadita en la espalda al despedido sin testificar en su juicio laboral por miedo, dejando de llamar al que sabíamos sin trabajo, alejándonos del desahuciado, borrando de la agenda al deprimido, acusando de débil al suicida, no queriendo ver lo que la vida nos mostraba para poder seguir imaginando que nada de todo eso llamaría jamás a nuestra puerta, se asomaría al cristal cada vez más sucio y más borroso de la ventana por la que contemplábamos el mundo.
Hemos llegado mudando nuestra residencia a Matrix y nuestro empadronamiento a Neverland.
Hemos llegado mudando nuestra residencia a Matrix y nuestro empadronamiento a Neverland.
Hemos llegado votando a partidos por lo que dijeron y creyeron sus fundadores y no por lo que hacen y hacían sus líderes, creyendo que nuestro sufragio cuatrienal nos exoneraba de toda responsabilidad en la vida política y social de nuestro entorno, defendiendo a gobernantes porque les habíamos votado, identificándonos a nosotros mismos por el partido al que votábamos, introduciendo el sufragio en la urna por odio o por filiación, sin mirar programas electorales, sin contribuir a hacerlos, sin preocuparnos de lo que iban a hacer unos u otros y buscando solamente que los nuestros ganaran.
Hemos llegado dejando en manos de políticos lo que deberíamos haber hecho nosotros, dejando en manos de ONG lo que deberíamos haber arreglado nosotros, en mano de los sindicatos lo que deberíamos haber reivindicado nosotros, en manos de cualquiera lo que deberíamos haber vivido y ayudado a vivir nosotros.
Hemos llegado entrando en los despachos por separado, hablando en los bares en lugar de en las reuniones, compitiendo en lugar de colaborar, dividiendo en lugar de unir, postergando en lugar de anticipar, suplicando en lugar de exigir, llorando en lugar de luchar.
Hemos llegado creyendo que podíamos y teníamos que vivir solos, al margen de la sociedad, al margen de las necesidades, las exigencias y los derechos de los otros, poniendo en nuestros polvos y nuestras copas la medida de nuestra fingida felicidad, de nuestro paso por la vida sin sufrimiento y sin compromiso.
Hemos llegado a esto de tantas formas y maneras que el pobre ficticio monarca de Rohan del cineasta no tendría tiempo para oírlas todas, asediadas sus murallas por los mismos monstruos ávidos de nuestra sangre, nuestra esclavitud y nuestra vida que ahora pueblan nuestros órganos de Gobierno.
Por eso es mejor terminar con la pregunta del humorista y su lacerante única respuesta.
¿En qué nos hemos equivocado?
No hay comentarios:
Publicar un comentario