En este tiempo nuestro el panegírico es, como todo lo demás, un arte desmedido y egocéntrico.
Cuando alguien muere no miramos al finado, ni siquiera miramos a lo que era o a lo que pudo ser, simplemente nos miramos a nosotros mismos e interpretamos la vida y la muerte de cada personaje en virtud de nuestras propias referencias, de nuestras propias necesidades, de nuestros propios deseos.
Si no nos preocupamos de entender a los vivos, escaso esfuerzo vamos a hacer en desentrañar a los muertos.
Y eso sobre todo cuando quien muere es alguien relevante, omnipresente en los medios, protagonista de informaciones. Y si hay alguien que aglutina portadas -y no digo aglutinó porque lo sigue haciendo hoy, en ultratumba- es Hugo Chávez.
Muerto el gobernante mariano y bolivariano, todas las plumas se desatan, todos los teclados echan humo para contarnos lo que fue, para desgranarnos los epitafios que unos y otros quieren vislumbrar en su tumba.
Pero todo panegírico, todo epitafio de alguien relevante, busca su singularidad, para resaltarla, para hacerle digno -por lo malo o por lo bueno- de ser recordado. Y precisamente ahí está la dificultad con Hugo Chávez
Unos dirán que lo diferencial del bolivariano mediático radicaba en que fue un dictador, un hombre despótico en el gobierno. En que Chávez cambió una y mil veces la Constitución de Venezuela para buscar la permanencia en el poder.
Que la intentó modificar para convertir en axioma de Estado algo como el déficit público que solamente era una imposición de su ideología -ah no, que eso lo hicieron en España-; que la pretendió enmendar para impedir a colectivos enteros exponer de forma libre sus signos culturales y tradicionales -ah no, que eso lo hicieron en Francia-, que la modificó para permitir una antinatural alternancia entre el cargo de presidente y el de Primer Ministro en busca de prevalecer más allá de sus propios mandatos y ocupar siempre una posición de poder -ah no, que eso lo hicieron en Rusia-; que cambió leyes para evitar ser enjuiciado por sus delitos, amparándose en sus cargos políticos y acrecentando su inmunidad hasta el infinito -ah no, que eso lo hicieron en Italia-; que se negó a cambiar una ley electoral que eliminaba la posibilidad de representación de más de un tercio de la población aplicando los restos absurdos del sistema D´hont -ah no, que eso también lo hicieron en España-.
¿Vemos por donde va la cosa?
Otros dirán que el místico caudillo bolivariano ya extinto se definía porque llenó su gobierno de corrupción y dádivas parciales a los que le apoyaban.
Porque utilizó su puesto de presidente de la República Federal para beneficiar a sus socios empresariales -ah no, que eso ocurrió en Alemania-; porque hizo circular sobres de compensaciones en negro y sobresueldos ocultos por los pasillos de las sedes de su partido -ah no, que eso está sucediendo en España-; porque aprovechó a su bella esposa actriz para ocultar ingresos impropios para un presidente de la República -ah no, que eso se destapó en Francia-; porque realizó concesiones públicas viciadas a amigos y familiares eludiendo los mínimos criterios de control político -ah no que eso fue en España, Holanda, Gran Bretaña, Rusia, Italia y Francia-.
Habrá otros que tiren para definirle de su militarismo y digan que usaba el ejército para todo, que acallaba militarmente las protestas, las quejas, la oposición política.
Que reprimía sangrientamente con los antidisturbios protestas ciudadanas contra su política -ah no, que eso era y es en España-; que infiltraba policías en colectivos ciudadanos para reventar las concentraciones y las iniciativas -ah no, que eso era en Rusia y también en España-, que se inventaba nuevos delitos para intentar recortar el derecho a la huelga y a la reunión -Ah no que eso fue en Francia, Gran Bretaña y, como no, también en España-; que fingía e inventaba complots contra él y acusaba de golpista a todo aquel que se oponía en su política -Ah no, que eso lo hicieron en Italia y ahora lo hacen en España-; que utilizaba militares afines para amenazar con Golpes de Estado y acciones militares a los secesionistas -ah no, que, por supuesto, eso lo están haciendo ahora en España-.
También podrán intentar definir al finado gobernante venezolano por su constante desprecio e intento de control de los jueces, hasta el punto de deponer a presidentes del Tribunal Constitucional de su país por anunciar una sentencia en contra suya.
Por diseñar leyes que intentaban controlar completamente los nombramientos en el máximo órgano de gobierno de los jueces -ah no, que eso es con el CGPJ en España-; por realizar campañas mediáticas brutales contra los jueces que aceptaban a trámite las denuncias contra él -ah no, que eso se puso de moda en Italia-, por bloquear la renovación del Tribunal Constitucional para lograr sentencias favorables, por exigir la disolución de las máximas instituciones judiciales cuando emitían una sentencia que no le gustaba, por insultar a los jueces desde su escaño en el Congreso -ah no, que eso también acontece en España-.
Incluso los habrá que crean haber encontrado la singularidad panegírica de Hugo Chávez en el control de los medios, en su obsesión por impedir el flujo libre de información, por ocupar horas y horas de emisión con sus diatribas y arengas.
Por el desmantelamiento sistemático de medios de comunicación para transformarlos en maquinaria propagandística -ah no, que eso acontece en Madrid y Valencia, o sea, en España-; por mezclar su emporio mediático privado con el público, creando un escudo informativo imposible de evitar por la población de su país -ah no, que eso se inventó en Italia-; por exigir licencia previa y cerrar toda cadena que no emitiera informativos en conexión con la televisión pública -ah no, que eso fue en Rusia-; por purgar los medios públicos de buenos profesionales y obligar a los que se quedaron a hacer entrevistas pactadas para vender instituciones arcaicas y podridas o transformar los debates políticos de la hora del desayuno en himnos unidireccionales en honor del Gobierno -ah no, que eso también se hizo en Italia y se hace cada día en España-.
Y por supuesto estarán los que, arrebatados por la añoranza de pasadas revoluciones que mueren por no saber transformarse a sí mismas, creerán que lo singular de su epitafio está en el hecho de que fue un liberador, un anti imperialista que se enfrentó a los países poderosos.
Que eliminó los intereses imperialistas estadounidenses para recuperaros... y luego poder vendérselos a China -vaya, hombre, como están haciendo todos los países de África, gran parte de los de Iberoamérica y una buena porción de los gobiernos occidentales, incluido el "monstruo"estadounidense-.
Que intentó aglutinar a los países para enfrentarse de forma conjunta a las grandes potencias y lograr sus fines -vaya por dios, como está haciendo el eje yihadista del mundo árabe con Irán y Hamas a la cabeza-.
De modo que Hugo Chávez hizo lo que hacen todos los políticos, lo que hacen todos los gobernantes. Intentar mantenerse en el poder a cualquier precio manipulando, apretando y cambiando lo que sea necesario y buscar un fortalecimiento propio arrimándose al sol que más calienta. Hugo detectó que el sol que más empezaba a calentar era China y los países emergentes mientras que Estados Unidos y Europa declinaban en la posibilidad de calentar su poder.
Así que nada de lo que cincelemos en el epitafio de Chávez le definirá como un ser singular. Salvo que nos quedemos en el hecho de que hizo lo que todos hacen cuando alcanzan el poder pero lo presentó de forma desmedida, grandilocuente. En un modo muy propio de su tierra y de su cultura. En modo culebrón.
En cualquier caso, lo único que se puede decir de Hugo Chávez es que en la historia de Venezuela habrá un antes y un después de su existencia. Aunque ni aún se ha estudiado en profundidad ni ha pasado el tiempo suficiente como para saber lo que eso significa.
Cualquier otra cosa que se quiera decir de Chávez, la estamos diciendo de nosotros mismos, de nuestros gobiernos y de nuestros gobernantes.
Cualquier otro epitafio es solo un epitafio por nosotros.
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