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martes, octubre 06, 2015

Cuando un voto daña la Sanidad como una bomba

Hasta los más acérrimos de la lucha militar encarnizada contra el falso califato están estos días en pleno ataque de indignación por el bombardeo "accidental" de un hospital de Médicos sin Fronteras en Afganistán.
Pues bien que no miren hacia Kabul, que posen sus ojos en otra parte mucho más cercana, en Galicia.
Un hombre enfermo de cáncer no puede ser operado por falta de instrumental. Y no estoy leyendo los Pazos de Ulloa, contemplando la sociedad de hace dos siglos y no estoy repasando el informe de Médicos Sin Fronteras sobre la situación sanitaria en un país de que siempre sentimos lejana África. Estoy leyendo El Faro de Vigo.
Ese es el producto del bombardeo sistemático contra la Sanidad Pública que Núñez Feijoo y todos los que son y fueran presidentes de las comunidades autónomas del Partido Popular han realizado contra la Sanidad Pública de este país; ese el el "daño colateral" de las constantes acciones de castigo que han emprendido contra los servios públicos para lograr el dinero que su mala gestión en otros asuntos, dádivas y turbios negocios había hecho marcharse por el sumidero de las cuentas públicas.
Ya no hace falta ver a Gabriel Muli en Heaven golpeando a puñetazos desesperado el corazón parado de un paciente porque no tiene electricidad para hacer funcionar su desfibrilador, ya no hace falta ver gritar de desesperación a la inmarcesiblemente bella Mónica Bellucci lanzando sus lágrimas al sol por no poder salvar a un niño con una vacuna contra que cuesta 4 dólares y medio en Estados Unidos.
¿Quieren ver desesperación?, ¿quieren ver impotencia médica?, ¿quieren ver daños colaterales? Vayan al hospital Álvaro Cunqueiro de Vigo
Y verán literalmente a profesionales médicos porque no han podido practicar una "gastrectomía total por adenocarcinoma gástrico" a un hombre 66 años que se muere de cáncer, porque intentar salvar vidas y en un hospital inaugurado como lo más nuevo de Galicia no hay esterilizadores. material quirúrgico para hacerlo.
Y puede que esto les parezca injusto y a lo mejor lo sea pero la próxima vez que llamen a su hospital privado a pedir una cita siéntense en la sala de espera cierren los ojos, e imaginen la desesperación de un médico o de una doctora -pónganles el rostro de Gabriel Muli o Mónica Bellucci si quieren- cuando comienzan a ver, oír y sentir las bombas estallando en su hospital.
Y luego piensen que su voto al Partido Popular genera en Vigo los mismos daños colaterales que esas bombas.

domingo, agosto 23, 2015

El mal tras el bien del fin de la exclusión sanitaria.

Ayer acababa un post sobre la atención sanitaria a inmigrantes con la frase: "Y los otros, los harán por oportunismo, por electoralismo, por reacción o por convicción. Pero por lo menos gobiernan, no se limitan a ejercer el poder". Hoy en principio me congratulo de que, a falta como quien dice de un suspiro para acabar la legislatura, nuestro gobierno también haya en apariencia decidido gobernar y anuncie que en septiembre sacará una norma en la que se regule la atención sanitaria a personasen situación irregular.
Para mi es obvio que la decisión es electoralista, para evitar esa sangría de sufragios que auguran las encuestas y que el Partido Popular pretende detener a cualquier precio.
Y a eso es a lo que voy, al precio.
Durante años los inquilinos de Moncloa nos han hablado del precio. Nos han dicho que no había dinero para hacer esa cobertura, que las cuentas dejaban de salir si se mantenía la asistencia sanitaria universal a los inmigrantes irregulares. Que si el déficit, que si el techo de gasto, que si tal y que si cual.
Y ahora, de repente, el dinero ha crecido en los árboles y ha volado desde ellos a las arcas públicas para que sea posible devolver esa atención sanitaria universal, ¿qué ha pasado?
¿Hay menos inmigrantes irregulares y costará menos?, no, de hecho hay más; ¿se ha aumentado el nivel de recaudación fiscal y eso permite sufragar la asistencia?, tampoco, de hecho ha decrecido, ¿ha habido un trabase de partidas presupuestarias desde otros ministerios a Sanidad en los nuevos Presupuestos Generales del Estado que le posibilitan hacer frente a este aumento del gasto?, va a ser que tampoco, en realidad el incremento de asignación presupuestaria es menor que en ejercicios anteriores.Entonces, ¿de donde sale el dinero? 
La respuesta es tan evidente que casi no merece siquiera ser tecleada. Siempre ha estado ahí. La atención a los inmigrantes irregulares era y es una parte ínfima del dinero que se gasta en Salud Pública y nunca fue preciso eliminarla. No era una necesidad, era una decisión ideológica.
Así que nos mintieron. No era producto de su liberalismo económico, era consecuencia de su españolismo fanático e irracional -o al menos de intentar contentar a la porción de su partido que mantiene en el odio y el desprecio a lo foráneo el fiel de la balanza de su nacionalismo español.
De modo que aunque la decisión sea materialmente positiva es intrínsecamente perversa por dos motivos.
Primero porque miente para ocultar sus verdaderas motivaciones. Jean Marie o Marine Le Pen lo hubieran dicho a las claras, Aurora Dorada lo hubiera gritado sin tapujos pero el gobierno del Partido Popular ha intentado ocultar su ideología bajo el paraguas de una necesidad económica, bajo el mítico "¿qué otra cosa puedo hacer?" Motivo más que suficiente para los que no le votaron sigan sin votarle y los que le votaron dejen de hacerlo por avergonzarse de su propia ideología.
Segundo porque sigue demostrando que el Partido Popular no se ha puesto a gobernar y sigue en su ejercicio puro del poder. Teniendo siempre posibilidad financiera de hacerlo no lo ha hecho cuando se lo exigía la presión social, cuando se lo reclamaba la lógica y la justicia.
Cuando los españoles le decían como querían gastar su dinero, él decidió que lo tenía que gastar en otra cosa y ahora hace lo mismo.
No hay dinero para responder a las exigencias sociales pero si lo hay para su campaña electoral para la reelección. Porque esa es la inversión que esta haciendo Mariano Rajoy. No en la Sanidad Universal, sino en su campaña electoral. Si creyera en ella nunca la hubiera eliminado
No hay mal que por bien no venga. Pero no conviene olvidar que sigue siendo un mal.

sábado, agosto 22, 2015

Hobbes, los sin papeles y el poder sanitario

Desde que el ser humano piensa en términos de organización social, o sea desde que es humano, se ha establecido una dicotomía difícil de digerir: la lucha entre poder y gobierno.
Pues Don Mariano Rajoy, excelso Presidente del Gobierno español, está estos días aportando su granito de arena para que entendamos esa dicotomía. Y además lo hace con uno de esos asuntos que deben ser tan poco importantes que se puede jugar con ellos a voluntad: la Sanidad Pública y universal.
Desde la debacle electoral del PP en las elecciones autonómicas, Aragón, Cantabria, Valencia y Baleares, que cambiaron de signo político revirtieron la decisión del Gobierno de dejar sin atención sanitaria a los inmigrantes sin papeles.
¿Cómo reacciona el Gobierno? La reacción basada en el concepto de gobierno hubiera sido la de convocar y sentar a la mesa a los representantes de esos gobiernos autonómicos y hablar. Hablar de costes, de competencias, de lo que se quisiera, como por ejemplo ha hecho con el tema de la reforma educativa -por lo menos en lo que a la reválida se refiere-. Pero el Ministerio de Sanidad y el Presidente del Gobierno tiran de reacción de poder: amenazan.
Esgrimen las competencias -o sea quien tiene poder para hacer según que cosa- y amenazan con sanciones y multas millonarias de la Unión Europea. No son falsas, esas multas pueden producirse pero lo que obvia el Gobierno es informar a los ciudadanos de que no son automáticas, de que tienen que partir de una denuncia de parte. Es decir, está amenazando con denunciar a los gobiernos autonómicos ante Bruselas.
Mariano Rajoy está dispuesto a afrontar multas multimillonarias -como el mismo reconoce- que probablemente superarán el gasto invertido en esa atención a los inmigrantes sin papeles con tal de enviar u mensaje único y sencillo: "Aquí mando yo".
Y contra Poder, Gobierno. La reacción de las autonomías que aún no habían expresado su intención al respecto es la contraria de la que se espera aquel que tira de amenaza de ejercicio de poder: Castilla-La Mancha, Extremadura -ambas gobernadas por el PSOE- y Madrid anuncian que también darán asistencia a los inmigrantes sin papeles acabando de esa forma con la política de la exclusión sanitaria.
¿Por qué? porque esos gobernantes si han entendido al parecer el concepto de gobierno -y una vez más mención especial merece Cristina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid por el hecho de que se opone a su propio partido- Sí han entendido que una protesta social que lleva años en las calles tiene que ser escuchada. Que tener el poder para desoírla no implica necesariamente estar en la obligación de hacerlo.
Siete autonomías que se suman a otras tres, Andalucía, Euskadi y Catalunya que han toreado esa norma desde el principio, a las asociaciones médicas, a los colectivos de profesionales de la Sanidad Pública suman sin duda el sentir mayoritario de la población española, ¿por que entonces sigue empeñado en ese ejercicio de poder sin gobierno?, ¿en la amenaza y no en la negociación?
Las respuestas me parecen tristemente obvias
Primero porque gobierna para esa minoría de su partido y de su ideología que hace de la fuerza un valor en si mismo. Porque gobierna exclusivamente para ese españolismo de pacotilla que grita "los inmigrantes nos roban el trabajo", "España para los españoles". Porque es incapaz de aceptar que por mantener a ese elemento del Partido Popular que en realidad no es otra cosa que el radicalismo de derechas -sí señores, también hay una derecha radical-, está sufriendo una sangría hacia nuevas formaciones políticas que no conciben su nacionalismo español como un enfrentamiento contra lo extranjero.
Uno de esos tipos que antaño se paraban a pensar en esto del poder y el gobierno dijo: "El poder responde solamente ante la fuente de la que emana". Y esa frase de Hobbes es la respuesta más triste
Responde con poder en estado puro, sin ningún matiz de gobierno, porque no considera a los ciudadanos la fuente de su poder, porque es consciente de que en Sanidad -y en otros muchos asuntos- su poder emana de todo el entramado de intereses creados que le sufragan, a los que sirve y que necesitan que la Sanidad Pública no atienda a los sin papeles para que sea más rentable cuando metan las zarpas en ella.
Y los otros, los harán por oportunismo, por electoralismo, por reacción o por convicción. Pero por lo menos gobiernan, no se limitan a ejercer el poder.

lunes, junio 22, 2015

Presos, Hepatitis C y el darwinismo electoral del PP

Si alguien se dedicara a listar los síntomas de las distintas enfermedades que aquejan a los inquilinos que nuestros votos pusieron en Moncloa podría necesitar toda una vida. Tantas son las dolencias, desde la parálisis hasta la mas profunda lepra institucional, desde la paraplegia administrativa casi completa hasta la afasia política y social, desde la paranoia hasta la egolatría.
Pero hay síntomas que al detectarse las resumen todas, concentran todos los males de forma y de fondo de nuestro actual gobierno.
Y ese síntoma es la dantesca gestión que ha desembocado en la pelea de gallos por el pago de los nuevos fármacos a los presos con hepatitis C entre el Gobierno Central, a través del presupuesto de Interior, y la comunidades autónomas. 
Nadie quiere pagar esos tratamientos y mientras no se medica a esos enfermos hasta que los tribunales decidan. Lo cual, estando el Tribunal Supremo de por medio puede llevar el tiempo de una vida. Sobre todo si es la vida de un enfermo carcelario de Hepatitis C.
Todo eso es síntoma de tantas enfermedades gubernativas que, como diría el bueno de House, amenaza con volverse "autoinmune".
Es síntoma del desprecio total por las vidas en favor de los números; del intento de todos y los cargos -ministeriales o autonómicos- de salvar su propias nalgas ante Moncloa y su política de austeridad; de la insolidaridad que busca presentar los números cuadrados  endiñando los gastos a cualquiera; de la incapacidad para él diálogo incluso con los propios, de la conversión de la administración del Estado en un reino de taifas en el que ahora, que todo empieza a desmoronarse, cada uno quiera salvar sus parcela de poder por su cuenta.
Solo con eso ya sería grave el cuadro clínico de un gobierno que cree que puede permitirse el lujo de discutir sine die quién paga o no paga un tratamiento mientras sus ciudadanos mueren. 
Pero es síntoma de algo mucho peor. Toda la maltusiana historia de los tratamientos de Hepatitis C a los presos de nuestras cárceles es síntoma de lo más bajo que puede hacer un gobierno y lo peor que puede consentir una sociedad.
De considerar que existen ciudadanos de segunda, tercera o cuarta categoría cuya vida es sacrificable para lograr otros objetivos de gobierno.
En 2012 Interior impuso cupos para administrar los nuevos medicamentos contra la Hepatitis C en las prisiones donde un 25% de los presos están infectados 
¿Habrían hecho lo mismo si esa enfermedad afectara a un 25% de, por ejemplo, los taxistas?, no ¿cual es la diferencia? Exacto, que son presos.
Se ha creado una lista de espera para tratarlos en función del presupuesto en un ministerio que se gastará  3,88 millones de euros en la creación del Centro para la Memoria de las Víctimas de Terrorismo y 335.000 más en la adscripción de la Fundación Víctimas del Terrorismo (FVT) al Ministerio del Interior.
¿Se habría hecho una lista de espera para los tratamientos psicológicos de las victimas del terrorismo -suponiendo que tras más de cinco años sin atentados aún fueran necesarios- mientras se destinara dinero a un monumento a los funcionarios de prisiones o una Fundación de Presos Reinsertados? Por supuesto que no. Pero los presos no votan y las víctimas del terrorismo siempre han sido una herramienta electoral utilizada y manipulada por el Partido Popular
¿Por qué se prioriza de la forma contraria a la lógica que es destinar más dinero a los vivos que a los muertos? En la diana de nuevo, porque son presos.
Y ahora, las administraciones se pelean en público, negándose a una solución de compromiso mientras los tribunales deciden definitivamente sobre las competencias -que para eso están, no nos engañemos- dejando sin tratar de la mejor forma posible a cerca de 25.000 personas porque a nadie le salen unas cuentas que nunca debieron hacerse de la forma en la que se hicieron
¿Harían lo mismo y dejarían sin asistencia mientras discuten a 25.000 votantes del PP si un virus -elaborado en laboratorios secretos de Venezuela por científicos perversos de Podemos, claro está- corrieran riesgo de muerte? 
Más allá del sarcasmo del ejemplo, desde luego que no ¿Por qué si creen poder permitirse ese lujo en este caso? Tres de tres, porque son presos.
Y esa es la peor enfermedad que puede tener un gobierno. Servir a los ciudadanos que quiere y que le viene bien y dejar en la estacada a los demás. 
Creer que tiene derecho a decidir quién vive y quien aumenta sus posibilidades de morir usando como criterio de selección sus intereses políticos y sus estrategias de permanencia en el poder.
Crear el darwinismo electoral. Si me votas y me eres útil tienes más derecho a vivir que si no lo haces.
Puede que esa enfermedad degenerativa termine matando a este gobierno. Pero no podemos permitir que infecte a nuestra sociedad.

jueves, enero 22, 2015

Cáncer, el nuevo arma del pogromo sanitario

Parece que no, parece que es Ciencia Ficción post apocalíptica de esas de Orwell, pero hay veces que el vicio de relacionar informaciones termina poniéndome los pelos de punta.
La santa patrona del recorte, María Dolores de Cospedal, cierra por el artículo catorce toda la planta de pediatría oncológica del hospital de Toledo y el gobierno central mete el tajo a las prestaciones sanitarias de los funcionarios a través de Muface.
Por separado ambos recortes ya son perversos, pero si te da por leer la letra pequeña de la segunda noticia te enteras de que el recorte de prestaciones a los funcionarios también afecta a los tratamientos de cáncer. Y es entonces cuando te entran escalofríos.
El Gobierno, nuestro gobierno, ese que pusimos en Moncloa para otra cosa, ha decidido dejarnos morir a nuestra suerte. No está dispuesto a gastar dinero en los tratamientos de la enfermedad que más seres humanos mata -aparte de la guerra, que es una enfermedad social crónica- en todo el mundo conocido.
Podría haber eliminado de la cobertura de los funcionarios la reconstrucción maxilofacial tras un accidente, podría haber cerrado otro área del hospital infantil de Toledo, pero ha optado por dejarnos sin asistencia contra una enfermedad que es mortal de necesidad. Cualquier otro recorte en Sanidad sería irresponsable e intolerable, pero recortar en la asistencia del cáncer es simplemente criminal y escalofriante.
Para mi significa que prefieren que muramos, que no les importa con tal de poder sacar dinero para sus negocios y para sus necesidades políticas, que han iniciado un camino cruelmente maltusiano de librarse de todos aquellos que no son productivos y que necesitan de una inversión económica simplemente para mantenerse vivos.
Y les da igual que sean niños, ancianos, funcionarios, parados o cualquier otro ciudadano que padezca una enfermedad que le puede llevar a la muerte, que no se cura con ibuprofeno y una taza de leche caliente.
"Si al final van a morir no gastéis el dinero de nuestras campañas electorales y nuestras cuentas cifradas en Andorra, Suiza o Caiman Brac en ellos". Ese es el nuevo lema que rige la actuación de nuestras autoridades sanitarias.
Cercenar la asistencia oncológica no es otra cosa que la matanza de gente indefensa por un grupo enfurecido y violento
O sea, un exterminio sistemático, la definición casi literal de un pogromo.


jueves, noviembre 27, 2014

La pena, la incompetencia y la dimisión de Ana Mato


Pues a mí me parece una pena.
Ana Mato dimitió ayer por la tarde. Rodeada como diría el cantante, de boato protocolo y seguridad, anunció que dejaba su puesto de ministra de Sanidad porque el juez Ruz afirma en un auto que es "participe a título lucrativo" de la trapa de corrupción Gürtel.
¡Manda huevos!
Me parece una pena que haya dimitido ayer y no cuando una decisión suya y de su ministerio dejó sin atención ambulatoria a los inmigrantes, forzando situaciones de auténtica tragedia sanitaria, obligando a los profesionales de la sanidad pública a actuar de espaldas a la ley para cumplir con su juramento hipocrático.
Porque me parece penoso que los inquilinos de Moncloa se preocupen más de evitar la fotografía de una ministra implicada en un caso de corrupción que de la vida de miles de personas a los que su situación les fuerza a trabajar en condiciones de semi servilismo, cobrando en negro y, gracias a Mato, sin asistencia sanitaria.
Me parece muy triste que la hayan hecho dimitir ayer y no el día en el que comenzó a destruir de forma sistemática y continuada la Ley de Dependencia, drenando recursos con unos recortes que han convertido a los cuidadores de las personas dependientes en seres humanos que pierden una buena parte de sus expectativas vitales, que no ven salida a su situación y que en ocasiones han de ver morir a sus familiares sin poder cuidarlos adecuadamente o teniendo que sacrificar su futuro para hacerlo.
Porque es triste que un Gobierno valore más su imagen pública que la vida y la atención de una parte de su población que no puede valerse por sí misma.
Me deja profundamente abatido que ayer sacarán a Ana Mato, su ex marido y los jaguars que les crecen sin querer en sus garaje, por la puerta de atrás de Génova, 13 y no lo hicieran el día en el que llevó ante la justicia y paralizó todas las iniciativas que diferentes gobiernos autonómicos pusieron en marcha para minimizar o evitar un copago sanitario que cargaba de forma más que onerosa las ya maltrechas economías de ancianos, enfermos crónicos y familias en el mismo límite de la subsistencia.
Porque resulta desalentador que su partido y el gabinete al que pertenecía se sientan más afectados por el impacto que su presencia en los consejos de ministros pueda tener sobre sus intereses electorales que por el impacto de su penosa gestión en miles de vidas de españoles.
Porque coloca al límite mismo de la rabia que alguien que ha permitido una gestión penosa de un brote de uno los virus más mortales que se conocen en el mundo, que ha posibilitado el desmantelamiento del sistema público de salud en algunas comunidades autónomas, que ha arrojado al desamparo asistencial a los inmigrantes, negado la gratuidad de una medicación que puede curarles a los enfermos de Hepatitis C, permitido que se cierren quirófanos, consultas y alas enteras de hospitalización para ahorrar, abandonado a su suerte a los dependientes, impedido las subastas de medicamentos para abaratar su precio, forzado a las familias a rascarse su ya macilento y exánime bolsillo para comprar sus medicamentos y expuesto a la falta de asistencia sanitaria a un país entero termine dimitiendo para "evitar que su permanencia pueda perjudicar al Gobierno, a su presidente o al PP”.
Porque la ya ex ministra dimite por eso, no nos engañemos. Ni siquiera lo hace porque un juez instructor afirme que hay indicios y pruebas de que ha participado en una trama corrupta.
Solamente dimite porque a Mariano Rajoy y a su gobierno -que cada vez es menos el nuestro si es que alguna vez lo fue- le viene mal que aparezca hoy en la foto.
Ese es el baremo de prioridades de nuestros gobernantes. Su imagen por encima de todo, su interés electoral por encima de todo. Y nosotros no importamos.
Y se me antoja que quizás deberíamos empezar a pensar de una forma diferente. La corrupción se paga con la cárcel pero la incompetencia es lo que debe originar las dimisiones.
Tal como yo lo veo, da mucha pena que Ana Mato dimitiera ayer y no recibiera ya dimitida el auto del juez Ruz, dimitida desde hace meses o al menos semanas por todas sus tropelías en la gestión de la sanidad pública española.
Realmente, me resulta penoso.

martes, noviembre 11, 2014

Gobierno, nosotros y el arte de cuidar al cuidador

Hace un tiempo, un tiempo corto, que en nuestros días y nuestras crisis los problemas se nos encabalgan unos sobre otros a destajo, la Ley de Dependencia estaba en boca de todos. Ahora nos la han tapado otras causas reales o no. Desde el ébola hasta la independencia catalana, desde la corrupción hasta la temeridad económica de nuestro gobierno nos han aparcado la Dependencia.
Se han dado muchas cifras, se han contado muchas historias humanas, se han dibujado gráficos, escrito pancartas y diseñado soluciones para el fiasco que Moncloa está organizando con la Ley de Dependencia.
Pero hay algo que no se ha hecho o se ha hecho muy poco. La pregunta que realmente resume el punto álgido de la injusticia que supone la omisión que nuestro gobierno hace de la atención a la Dependencia. Si en política en general hay que preguntar quién vigila al vigilante, en Dependencia hay que inquirir ¿Quien cuida al cuidador?
Personas que por amor, por necesidad o por pura y simple responsabilidad se están encargando de personas dependientes sin el más mínimo apoyo de la Administración, sin el más mínimo refuerzo de un Estado que en su día fue del bienestar y que ahora rota hacia el Estado de la Supervivencia, se ven abocadas a articular sus vidas, sus presentes y sus futuros en torno a la figura de la persona dependiente que está a su cargo.
No solo está en peligro la supervivencia del dependiente. Una generación entera está perdiendo sus vidas en ese cuidado sin que nadie se preocupe de ellos, les eche una mano, les permita tener la vida que desean o que quieren buscar.
Porque la falta de profesionales disponibles -por falta de compromiso público no de preparación- hace que tengan que enfrentarse a situaciones para las que no están preparados y de las que no deberían ser responsables; a crisis de rebeldía del dependiente con las que no tendrían porque lidiar, a situaciones trágicas que les desgarran por dentro, a ritmos existenciales y rutinas que les separan de los deseos y expectativas que tienen para su vida.
Porque los recortes en las dotaciones asistenciales -que no solo se trata de dinero- les hace detener sus vidas o al menos ponerlas en suspenso en una burbuja de tiempo lento en espera de la siguiente crisis, de la próxima escenificación de la agonía, de la siguiente carrera a las urgencias más cercanas mientras ven como su vida pasa ante sus ojos sin tener capacidad de subirse a ella si no es dejando en la estaca a la persona dependiente que convive con ellos.
¿Quien cuida al cuidador?, ¿quién les da un respiro?, ¿quien les lleva la vida a su constante convivencia con la inminencia de la muerte?, ¿quien les permite arrancarse de la rutina de cuidar para arrojarse a la necesidad que todos tenemos de ser cuidados?
Nadie. Y eso no es solo culpa del gobierno. 
En una sociedad cargada de egocentrismos y egoísmos resulta muy cómodo volver la vista a otro lado y dejar al cuidador con sus problemas, con sus miserias, con sus obligaciones. 
Acostumbrados a buscar en los demás lo que necesitamos y solo lo que necesitamos nos resulta muy difícil ser las válvulas de escape, los devoradores de pecados, los sumideros en los que puedan arrojar sus dolores o sus malestares para poder seguir viviendo sin ellos. Queremos gente feliz, queremos compartir nuestro tiempo con gentes felices y contentas. Todo lo demás no sirve a ese falso Carpe Diem en el que nos hemos instalado por miedo o por vergüenza.
De eso no tiene la culpa el Gobierno pero su política de Dependencia genera ese daño colateral que hace a multitud de personas perder su propia vida en beneficio de la de las personas dependientes que no pueden ser cuidadas y atendidas por profesionales que saben como enfrentarse a esa situaciones, que no tienen la vinculación afectiva que hace doloroso contemplar el lento camino hacia la muerte de sus seres queridos o toda una vida de no poder valerse por si mismos. Por personas que volverán a su vida, sin perderla, cuando acabe su jornada laboral.
¿Quien cuida al cuidador? Nosotros. 
Puede que tampoco estemos preparado para ello, que no tengamos los instrumentos para ayudarles pero si los queremos un poco, solo un poco, no nos queda otro remedio que aceptarlo y ponernos a ello. 
Porque nuestro gobierno ha decidido que no es tarea suya permitir que una generación entera de hombres y mujeres no pierdan su vida cuidando de otros hasta el día de su muerte. 

lunes, octubre 13, 2014

Cuando el ébola no es el único virus que nos mata.

Parece o pareciera que en estos días no hay otra enfermedad que el ébola en el mundo, no hay más virus que aqueje a la humanidad que ese que surgió  de la nada en 1976 -lo de la nada es un decir, ya lo sabemos- y que lleva asolando África casi cuarenta años. Pero algo que mata a África no es algo que sea relevante en nuestras vidas así que es ahora y solo ahora cuando parece que el ébola está matando al mundo.
Más allá de lo que dice de nosotros el hecho de que nos haya importado básicamente un carajo la existencia de esta plaga hasta que ha arribado a nuestras costas, más allá de lo ridículamente inhumano que resulta que haya más gente en este Occidente Atlántico nuestro que ha firmado una petición para que no se sacrifique al famoso Excalibur, el perro probablemente infectado con el virus, que las que a lo largo de las dos últimas décadas han reclamado fondos y dinero para parar el ébola en África, las llegada de este asesino vírico, indiscriminado y ciego a nuestro entorno sirve para reflexionar sobre otras muchas cosas.
A lo mejor no son cosas tan urgentes, no son tan necesarias y prácticas en estos momentos. Pero probablemente son mucho más vitales para la supervivencia de la humanidad si realmente queremos seguir siendo humanos y empezar a estar vivos de una vez por todas.
El ébola ha llegado a nuestras vidas, se ha instalado en nuestros hospitales, aprovechando las yagas y las pústulas que otros dos virus endémicos en nosotros mantienen constantemente abiertas en nuestra piel individual y social: la mentira y la arrogancia.
Una vez más las acciones de nuestros gobernantes son en lo político el reflejo de lo que somos y queremos ser, de lo que hemos decidido ser.
Nos puede la arrogancia. 
Nuestro gobierno decide repatriar a un misionero en lugar de desplazar lo necesario al foco de la infección por pura arrogancia. Porque piensa que es lo que quiere hacer , aunque todos digan lo contrario, aunque los expertos dijeran lo contrario, aunque supusiera un riesgo mucho mayor de contagio que la opción contraria, aunque nuestros hospitales no estuvieran preparados para ese tipo de enfermedades o nuestros protocolos no estuvieran lo suficientemente estudiados para contenerla.
Pura y simple arrogancia. Uno de esos "por mis huevos/ovarios" que tanto nos gustan a todos. Y sabemos, aunque nos reviente reconocerlo, que no es que sea algo de Rajoy o de Moncloa o de Génova, 13. Es algo nuestro. De todos nosotros.
Lo hacemos constantemente en todos los ámbitos de la vida. Sabemos los resultados que acarrean determinadas acciones, los vemos constantemente en otros, pero a nosotros nos da igual. Cuando creemos que nos viene bien nos hinchamos de arrogancia y pensamos "a nosotros no nos va a pasar", "nosotros podremos controlarlo".
Sabemos lo que a otros les supone o les ha supuesto el intento de sobrevivir en sus trabajos a costa de sus compañeros, pero nosotros lo hacemos; hemos visto multitud de veces en lo que ha desembocado mantener y promover relaciones sentimentales paralelas para nuestros amigos o conocidos, pero nosotros repetimos la jugada; sabemos en qué desemboca el arte de la elusión vital a través de las drogas, las pastillas, el alcohol o el sexo, pero nosotros tiramos de ello a las primeras de cambio; tenemos más que claro a nivel teórico las consecuencias que puede acarrear jugar con la incitación o la insinuación para lograr otro tipo de objetivos que nada tienen que ver con la piel y el lecho, pero nosotros lo hacemos sin pensárnoslo dos veces porque en ese momento pensamos: "A mi, no. Yo lo voy a mantener dominado . Yo voy a poder con ello. Yo soy más fuerte que fulanito, yo soy más lista que menganita. Yo controlo".
Y claro, no. Nuestra arrogancia nos hace obviar el hecho de que si ha ocurrido mil veces lo más normal es que ocurra mil y una vez. Nos impide aplicar la cuchilla de Occam, darnos cuenta de que es nuestra necesidad lo que habla, no la realidad de las cosas.
Y cuando descubrimos que nos hemos equivocado, que nuestro orgullo y arrogancia para con nosotros mismos, que nuestra excesiva confianza y autoestima nos ha conducido al desastre, tiramos del otro virus, del otro patógeno que nos está matando como individuos y como sociedad: la mentira.
Vivimos instalados en la mentira.
Exactamente como ha hecho nuestro gobierno con el contagio del ébola.
Desde que apareciera el primer caso en España, nuestros gobernantes han encadenado mentira tras mentira, secreto tras secreto, elusión tras elusión, en un inoperante intento de lograr que aquellos a los que se dirigían no se enteraran de la realidad, no pudieran calibrar la magnitud de su error, no tuvieran idea de lo que ocurría en las bambalinas de la gestión de la crisis del ébola.
¿Cuantas veces y en cuantos ámbitos hemos hecho nosotros lo mismo?
Cuando vemos que nuestra estrategia no funciona como nuestra arrogancia nos había hecho creer que funcionaría llenamos nuestra vida de secretos y mentiras en un intento vano de mantener a flote un barco que se viene a pique, unas decisiones que no son las adecuadas. En lugar de reconocer el error y pararlo con la verdad cruda y firme, tiramos de mentiras. Piadosas o crueles, mal o bien intencionadas, creíbles o increíbles. 
Pero inocuas no. Nunca son inocuas. 
E inocentes tampoco, no hay mentira inocente en el mundo o en la vida.
Y, como le ocurre a Moncloa con el ébola, terminamos siendo esclavos de nuestras propias mentiras, terminamos enmarañados en una red de secretos, de estrategias de tiempo demorado, de pequeñas o grandes falsedades, que cada vez se hace más evidente ante los ojos de aquellos que se detienen a observar, de aquellos que en lo laboral, lo personal o lo afectivo comienzan a darse cuenta de que han sido y aún siguen siendo engañados a cualquier nivel.
Y lo negamos. Como Moncloa lo negamos. 
Nuestra primera reacción es negarlo. Es intentar desactivar una mentira con otra, es acusar al que nos pregunta de desconfiado, a quien nos inquiere de paranoico, a quien nos acusa de desleal. Es hacer recaer con una nueva mentira la responsabilidad del conflicto que se cierne sobre otros hombros, sobre otras vidas. Como nuestro gobierno hace con los medios  de comunicación, las ONGs y el ébola.
Es decirle al compañero de trabajo que ha malinterpretado tus palabras y acciones, que todo era para echarle una mano; es decirle al amigo que no se fíe de los que le dicen esas cosas, que solamente quieren meterse en medio; es tirar del recurso del viejo amigo para ocultar al amante y del del inminente divorcio para ocultar a la esposa; es decirle a la mujer que se da cuenta que estás jugando a tres camas, que una de las otra no existe y solo hablas con ella por Twitter y la otra es solamente una conocida lejana. Es decirle a aquel que utilizamos para nuestros fines que malinterpretó nuestras insinuaciones cuando empieza a creer que tiene derecho a cobrarse el favor.
Y es en ese momento, cuando la inteligencia de los demás -que siempre pasamos por alto en este tipo de situaciones-, empieza a dejarnos en evidencia, cuando hacemos lo mismo que los gestores de esta crisis del ébola están haciendo con nosotros. Nos plantamos delante de quien sea y decimos que lo hemos hecho para evitar un mal mayor.
Por fin reconocemos que nuestra arrogancia es en realidad el mas ostentoso y relumbrante sinónimo e nuestro miedo.
El "para evitar el pánico" de Rajoy o el "para evitar una desmedida respuesta social" de Mato se convierten en nosotros en toda suerte de explicaciones que van desde el "yo lo hice por el bien de la empresa" hasta el "quería evitarte el mal trago", pasando por el "no pensé que lo habías interpretado así" o "como eramos amigos no pensé que fuera a sentarte mal". Y sobre todo el "Temía tu reacción".
Y en realidad es la única verdad que decimos.
Porque hemos exacerbado nuestra arrogancia y hemos aprendido a vivir instalados permanentemente en la mentira y el secreto con el único fin de evitar eso. La responsabilidad sobre nuestros propios actos. La reacción del otro ante lo que verdaderamente pensamos y queremos. Las consecuencias en la vida y la realidad de los otros de nuestras acciones.
Como no soportamos que los que nos rodean en nuestro entorno laboral descubran nuestra incapacidad para alguna tarea, buscamos mil excusas para que ese trabajo recaiga sobre otros en lugar de pedirles ayuda; como tememos reconocer ante quien nos hace fácil la intendencia cotidiana que no sentimos nada ya por él o por ella nos buscamos el polvo de turno que nos haga posible no decirlo; como somos incapaces de afrontar el riesgo que supone decirle a alguien que tiene un elemento de poder sobre nosotros que no queremos nada con él o con ella, jugamos a dejar que imagine lo que quiera. 
Como no soportamos la posibilidad de perder un apoyo o una amiga cuando intentan dar el salto hacia otro tipo de relación, evitamos un no y seguimos intentando nadar entre dos aguas.
Como no confía en la madurez de su población, ni en la capacidad reflexiva de sus ciudadanos, ni en las repercusiones que puede tener en sus mentes el conocimiento de la realidad de la crisis del ébola, como no puede explicar el problema que generó su arrogancia, el Gobierno tira de mentiras, de excusas, de secretos y de todo lo que tiene a mano para enredar la madeja y salir indemne de la situación sin asumir las consecuencias de sus actos.
Como hacemos nosotros.
Y al final nos enfrentamos a lo que siempre ha ocurrido en estas situaciones. A eso que nuestra arrogancia nos hace creer que a nosotros no nos pasará nunca. Perdemos lo que queremos conservar no por nuestros objetivos o nuestros sentimientos sino simplemente por el hecho de haberlos ocultado y mentido sobre ellos. La herramienta que creíamos que nos iba a permitir mantenerlos.
Lo mismo que le pasa a Moncloa con su imagen política y electoral en esta crisis del ébola.
Puede que a nosotros nos parezca más grave el error del Gobierno en lo político que el nuestro en lo personal porque pone en riesgo vidas y puede que tengamos razón en cuanto a la magnitud. Pero no en cuanto a la importancia.
El ébola no arrasará nuestras calles y las sembrará de cadáveres por más que el Gobierno se equivoque, pero la arrogancia y la mentira, los virus simbiontes de nuestra incapacidad para enfrentarnos a las consecuencias indeseadas de nuestros actos y nuestros sentimientos, ya están sembrando de cadáveres afectivos, vitales, laborales y emocionales los callejones de las redes sociales, los pasillos de los centros de trabajo y los dormitorios de nuestras casas.
No nos engañemos, el ébola no nos matará. 
Los otros dos patógenos sociales y afectivos ya nos está nantando. Aunque sea sin mala voluntad e intención en la mayoría de los casos, que todo hay que decirlo.

martes, septiembre 23, 2014

Hepatitis C o el arte de no encontrar culpables

Nadie tiene la culpa.
Ese axioma que nos ha servido desde hace varias generaciones para preservar nuestra conciencia como individuos y eludir nuestra responsabilidad social como civilización en este Occidente Atlántico nuestro parece que es aplicable una vez más.
Un medicamento sale al mercado y resulta tremendamente efectivo contra la Hepatitis C. Pero la medicina en cuestión alcanza un precio de 80.000 dólares, 60.000 euros, vamos.Tenemos la cura para la Hepatitis C pero no podemos utilizarla y nadie tiene la culpa.
No tienen la culpa los científicos que la han desarrollado porque ellos se han limitado a hacer su trabajo y lo han hecho bien, rematadamente bien.
No la tiene la empresa farmacéutica que la comercializa porque los costes de investigación que ha supuesto su creación han sido exorbitantes y sus costes de elaboración no le van a la zaga.
No tienen la culpa los gobiernos porque pocos son los que están, dado el estado de la economía global, en condiciones de sufragar el coste de ese medicamento.
Así que, al parecer nadie tiene la culpa.
Novecientos mil enfermos de Hepatitis C en España no tienen acceso a esta medicina y nadie tiene la culpa. Ciento noventa millones de seres humanos que padecen esta enfermedad en el mundo no pueden costearse este tratamiento y nadie tiene la culpa.
Y como no hay culpables parece que no hay soluciones. Como no tenemos a nadie a quien responsabilizar del absurdo hecho de que una cura no sirva para nada porque no hay dinero suficiente en el sistema para que se pueda administrar a quien la necesita parece que nadie es responsable tampoco de hallar la solución.
Los profetas del estatalismo a ultranza llenan las redes de exigencias de que se arrebate la patente a la empresa farmacéutica y se fabrique libremente en un canto de cisne que confunde justicia con necesidad. 
Otros, más comedidos adalides de las políticas sociales, claman por su incorporación inmediata a la lista de medicamentos financiados por la Seguridad Social sin importar el coste, los números rojos de la administración ni ningún otro baremo. Ignorando o pretendiendo ignorar el hecho matemático de primaria de que un millón de enfermos por 60.000 euros de tratamiento suponen 60.000 millones de euros en un presupuesto sanitario sumado de todas las administraciones que, en sus tiempos más expansivos, allá por el lejano 2010, alcanzaba con problemas los 100.000 millones.
Los garantes del liberalismo capitalista a ultranza también aportan su solución y hablan de mercados, de acceso, de ajuste de precios a medio plazo, negando la mayor del sistema que ellos mismos defienden.
Sin darse cuenta que no puede haber balanceo entre oferta y demanda que ajuste el precio del fármaco porque nadie va a infectar masivamente a la población de Hepatitis C para que la empresa pueda lograr las mismas ganancias a través de la venta de más producto. 
Pasando por alto que por más que aumente el número de enfermos, este aumento se producirá mayoritariamente en países y zonas que no están en condiciones de pagar siquiera 10 euros por una medicina.
Y los que están intentando hacer equilibrios entre un sistema moribundo y otro que ya yace muerto hablan de créditos blandos, de préstamos a largo plazo a los enfermos para que sufraguen el coste del tratamiento y se empeñan en cerrar los ojos al hecho de que las familias en gran parte del Occidente Atlántico se encuentran ya ahogadas por un sistema financiero que ha usado y abusado de la deuda apalancada, por unas hipotecas a las que no pueden hacer frente, por una forma de vida basada en el crédito constante que nos ha llevado a la crisis continua y desastrosa.
Conclusión aparente. No hay solución. Conclusión real. No hay solución.
Porque con una medicina desarrollada dentro del actual sistema, en el que la investigación científica y médica está en manos de empresas privadas, en el que el gasto en investigación de las empresas es 350 veces mayor que el de los gobiernos, no hay forma de lograr que la medicación contra la Hepatitis C llegue a todos los que la necesitan de forma gratuita o al menos a un coste asumible por las maltrechas economías domésticas.
En nuestro actual sistema habría que establecer la Ley Marcial para arrancar a punta de cetme la patente de ese medicamento a la compañía y declarar el Estado de Sitio para arrebatar a los que tienen el dinero la financiación suficiente para elaborarla.
No hay solución porque nadie tiene la culpa o al menos nadie quiere reconocer que la tiene.
Se pueden poner todos los parches que se quieran, desde las subvenciones parciales a las donaciones de la empresa, desde las ayudas privadas a las centrales públicas de medicamentos. Pero no hay una solución definitiva.
Porque esa solución pasa por el cambio, por el cambio absoluto y radical de modelo. 
Un modelo que sea un sistema global de investigación que trascendiera los intereses privados de las empresas y nacionales de los estados en el que la investigación médica y científica se hiciera para todos, pagada con el dinero de todos.
Y de que eso no sea posible hay demasiados culpables como para que lo reconozcan.
Porque los gobiernos deberían dejar de anteponer sus intereses nacionales y aportar esa financiación a organismos que escaparían a su control y que no podrían manipular en busca de rendimientos electorales y claro no están dispuestos a hacerlo.
Porque los defensores del mercado libre, sin regulación ninguna e incontrolado tendrían que asumir que la iniciativa privada vale para vender tecnología, patatas o entremetimiento pero no para comerciar con la salud ; porque los  defensores del estatalismo controlado deberían renunciar a la rigidez de un sistema que iguala en la pobreza porque no se puede racionar el derecho a un tratamiento médico; porque los buscadores de beneficios tendrían que aceptar que les detrajeran parte de ellos para destinarlos a esos fines sin esperar a que ellos los donaran o su conciencia les hiciera regalarlos graciosamente a cambio de pingues desgravaciones impositivas, eso sí; porque deberían aceptar compartir otra parte de esos beneficios con aquellos que hacen que puedan conseguirlos y no guardarlos para ellos, sus accionistas, su lujo y sus cuentas bancarias secretas y ocultas. Y no están dispuestos a nada de todo eso.
Y porque nosotros, sí nosotros, tendríamos que experimentar un cambio radical.
Tendríamos que dejar de considerar que los impuestos son dinero nuestro que se nos lleva el Estado deforma artera y miserable, tendríamos que estar dispuestos -una vez que tuviéramos el salario adecuado a los beneficios que nuestros contratadores obtienen de nuestro trabajo, por supuesto- a que nos detrajeran una parte de los mismos sabiendo que no era para nosotros o para nuestro país sino para un bien global que puede nunca repercuta directamente en nosotros si nunca contraemos la Hepatitis C; tendríamos que estar dispuestos a no pensar que nuestros gastos y necesidades son más importantes que la salud del conjunto de la humanidad, mucha de la cual no está en condiciones de pagarse ni siquiera la cura para un resfriado. Y tampoco vamos a asumir todo eso ni de lejos.
Y así sí habría solución para el absurdo sinsentido de que se desarrolle un medicamento que quede fuera del alcance del 98,9% de la población afectada por la enfermedad que sana.
Vaya, pues parece que al final sí hay bastantes que tenemos la culpa de que cosas como esa ocurran y sigan ocurriendo.

domingo, septiembre 14, 2014

González o acceder al botín por la puerta de atrás.

Alguien dijo que cuando se rechaza el asedio a una entrada a un recinto amurallado hay que tomar aire un segundo y correr a toda prisa a la entrada trasera del castillo para ya estar allí cuando el enemigo intente derribarla con la furia redoblada de su derrota en la entrada principal.
Cierto es que el bueno de Ricardo Corazón de León se refería al error estratégico de los defensores de San Juan de Acre, pero dadas las formas cuasi feudales que adoptado el Gobierno Regional de Madrid ha asumido, se le podría aplicar perfectamente
Alguien podría pensar que González se rindió cuando los jueces le paralizaron sine die su masiva privatización de hospitales y centros de salud. Pero, si ese alguien creía que iba a desistir en el asedio de la sanidad pública madrileña, se limitaba a dormir el sueño delos justos.
González, -ya sin Fernández-Lasquetty como escudero y paladín- hace tiempo que ha redoblado el asedio a la puerta trasera de nuestra sanidad.
Las mamografías solo se realizan en la sanidad privada y las mujeres madrileñas no tienen oportunidad de hacérselas en los hospitales públicos, con los especialistas que las trata habitualmente.
El gobierno del Partido Popular Madrileño, que tanta bandera hace en esto -y otros muchos asuntos- de su alterado y retorcido concepto de la libertad de elección- se la niega a las madrileñas forzándoles a irse a la privada para una mamografía preventiva.
Y González habla de listas de espera, de no saturar los hospitales públicos en lugar de hablar de lo que realmente motiva que, en lugar de mejorar el sistema público, derive ese servicio preventivo esencial hacia la privada.
Porque está claro que no puede decir que debe compensar a muchos de sus socios en la sombra, de sus aliados invisibles, de sus sostenedores silenciosos de que ahora no les salgan las cuentas y los balances de beneficios que él les prometió.
Y sigue golpeando una y otra vez con el ariete de los intereses privados la puerta trasera de la sanidad pública.
Con las mujeres madrileñas los enfermos de diabetes que ven como la Comunidad asigna las bombas de insulina para el Hospital La Paz siguiendo exclusivamente criterios económicos.
Ignora o ni siquiera pide los informes de los médicos especialistas en la materia, no vaya a ser que estos opten por la calidad como criterio para no poner en riesgo la salud de los pacientes diabéticos en lugar de por las bajas temerarias de los que ofrecen el servicio por menos dinero para no poner en riesgo sus cuentas anuales de resultados.
Golpe tras golpe continua su asedio a las puertas traseras de nuestra sanidad intentando conseguir lo que no logró en el ataque frontal que los jueces le pararon.
Permite e intenta encubrir fugas de datos médicos que van a parar a empresas privadas, permite el aumento de un 958% de los gastos de farmacia de el hospital de Fuenlabrada mientras recorta un 12% el personal dela sanidad pública en la comunidad; abre en Villalba un hospital adjudicado a una de las empresas implicadas en la privatización paralizada.
Da igual que sea a través de una privatización realizada con impunidad veraniega de la formación continuada de los facultativos de atención primaria o a través de las continuas y constantes derivaciones forzosas y encubiertas de pacientes a centros de gestión privada.
Suma y sigue en una inacabable serie de arremetidas que solamente buscan encontrar resquicios, provocar grietas y hacer los suficientes agujeros para que los mercenarios a los que sirve en esta guerra contra lo público y nuestra salud puedan entrar por ellas y lograr su botín. El botín que él les prometió desde el principio.
Y todo lo demás es simplemente el humo tras el que González pretende esconder los golpes continuados de su ariete contra nuestra salud.

Bayern, Dekkers, la muerte y nuestro absurdo

Hay ocasiones en las que una sola frase lo desvela todo. Lo pone todo patas arriba y nos obliga a mirar sobre el tapete de la partida de cartas en la que el Occidente Atlántico ha convertido nuestras vidas para contemplar los naipes boca arriba.
El mandamás de Bayern, la multinacional farmacéutica, se calienta, se le va la boca, se viene arriba y suelta la perla de que su empresa "no hace medicamentos para indios, sino para quien puede pagarlos".
Y de repente todo se convierte en una partida de póquer descubierto.
Nosotros nos indignamos, nos ponemos de uñas y empezamos a clamar contra el ejecutivo agresivo en lugar de pararnos y pensar un momento.
Los gurús de la democracia virtual comienzan a plantear encuestas y boicots, los recolectores de firmas suben a la red sus peticiones de rectificación o de sanciones a la empresa. 
Hacemos todo lo que se nos ocurre menos pararnos y pensar.
Quizás porque pensar nos obligaría a lo de siempre. A hacerlo en contra nuestra.
Exigir a Marijn Dekkers, que así se llama el consejero de Bayern en cuestión, que piense otra cosa y reaccionar con ira cuando descubrimos que no lo hace es como enfadarse con un león del Serenghetti por devorar a nuestro compañero de viaje por África o  indignarse con los habitantes de un nido de tarántulas brasileñas por llenar de veneno el torrente sanguíneo de un turista despistado. Es pedirle al depredador que actué contra su naturaleza y enfadarnos con él por no hacerlo, por ni siquiera intentarlo.
Es absurdo.
Pero, si no hacemos eso, tendremos que hacer otra cosa porque a todos nos chirría que alguien diga que los indios se pueden morir de cáncer o de Sida porque no tienen dinero para pagar una medicación que puede curar esas enfermedades. Y esa otra cosa que tenemos que hacer nos resulta más difícil, mucho más difícil.
Supone reconocer que nos hemos equivocado como sociedad y como civilización en su conjunto, que desechamos mal y pronto muchas cosas, que hemos sido nosotros los que hemos creado esa situación.
Porque el problema no es que Dekkers sea un tiburón o que Bayern solo piense en sus ganancias. El problema es que el desarrollo de medicamentos no está ne las manos de quien debería estar.
Y eso es culpa nuestra.
Porque hemos sido los occidentales atlánticos los que hemos despreciado factores fundamentales de sistemas que con toda seguridad no valen para el gobierno político ni para la garantía de la libertad, son inconsistentes a la hora del desarrollo económico y completamente inútiles a la hora de la generación de la riqueza pero que, para la gestión de aquello en lo que el bien común debe estar por encima de los beneficios particulares, son la única solución posible.
Sí, lo siento señores, estoy hablando de ese monstruo mutícefalo, de esa hidra de mil cabezas que aterra al Occidente Liberal Capitalista. Estoy hablando del comunismo.
Novecientas noventa y nueve cabezas del que se dio llamar socialismo real -que no era ni socialismo, ni real- habían de ser cortadas de raíz antes de que devorarán la libertad, las expectativas de futuro y la posibilidad de evolución de las sociedades que maniataron y aún maniatan en un tercio del planeta, pero quizás nos apresuramos demasiado al cercenar la milésima cabeza.
Si nos paramos a pensar un momento más allá de nuestros miedos, nuestros mitos e incluso nuestra ignorancia teórica sobre el asunto, nos damos cuenta que la única manera de que se garantice que el desarrollo médico y científico beneficie a indios y franceses, a estadounidenses y chinos, a españoles y tanzanos, es que ese desarrollo no se haga desde las empresas privadas, es que la decisión de las direcciones de investigación y la gestión de sus resultados esté en otras manos.
Pero si lo reflexionamos un segundo, solamente un segundo más, también nos damos cuenta de que esas decisiones deben trascender a los gobiernos nacionales. Porque si no es así tan sólo sustituiríamos los intereses financieros por los electorales y nacionalistas. Tan solo cambiaríamos la segunda parte de la frase de Dekkers por otra que significaría más o menos lo mismo
"No desarrollamos estos medicamentos para los indios, sino para los españoles -o franceses, o británicos o la nacionalidad del científico de turno que descubriera la cura del momento-".
Así que, cuando comprendemos que la única solución es transferir ese poder a una organización global -¿la OMS?-, darle nuestros impuestos -los de todos los países del mundo destinados a ese fin-, y conferirle la autonomía y el poder suficiente para imponer sus criterios -más allá de nuestros egoísmos sociales y los intereses electorales de nuestros gobiernos-, es cuando se nos abren las carnes liberal capitalistas y se nos disparan todas las alarmas que nuestra civilización occidental atlántica ha puesto en nuestro egoísmo y nuestro individualismo.
Porque no queremos ni pensar que nuestro dinero pueda estar al servicio de alguien que no seamos nosotros mismos, porque no queremos ni plantearnos que exista la posibilidad de que ser español, francés, vasco, nigeriano o canadiense no suponga diferencia alguna en realidad, porque no estamos dispuestos a deshacernos de nuestro orgullo de ser de un sitio o de otro o de haber experimentado la casualidad aleatoria de nacer en una civilización o en otra.
Porque no estamos en condiciones de admitir -aunque nos llenemos la boca de decirlo- que nuestra vida vale lo mismo que la de un indio.
Así que cargamos contra Dekkers, en lugar de contra el sistema que ha colocado en él y en su empresa la responsabilidad sobre la vida y de la muerte, pedimos boicots en lugar de exigir que se ponga al frente de la investigación médica mundial a alguien que se guíe por el bien común, el juramento hipocrático, pedimos que se modifiquen las leyes de patentes en lugar de plantear un nuevo sistema en el que las patentes no sean ni siquiera aplicables a los medicamentos.
Y así intentamos que pase inadvertido el hecho de que somos nosotros los que abrimos la jaula del depredador y pusimos las presas a su alcance, de que fuimos nosotros los que colocamos al descuidado turista al alcance del veneno de las tarántulas y pateamos el nido para que salieran.
De que, mientras no defendamos el fin del liberal capitalismo en la investigación médica, seremos directa e irredimiblemente responsables de la muerte por cáncer o por sida de cada enfermo al que Bayern le niegue sus medicamentos por no poder pagarlos.
Puede que a nosotros nos duela reconocerlo, pero a los indios les está matando que no lo hagamos.

viernes, septiembre 05, 2014

Parar el Ébola o enfrentarse a millones de Koyes.

Son cinco letras. Cinco letras y una tilde que despiertan todos nuestros más profundos terrores.
Miedos atávicos de otras cinco letras que nos colocaron al borde de la extinción, allá por el año de gracia de nuestro señor de 1650, pánicos convenientemente redecorados por Hollywood y todas las factorías de historias que conocemos.
Son cinco letras, como Peste. Es Ébola.
Y que estamos colapsados de miedo contra esta amenaza invisible y silenciosa que se cobra su impuesto de muertes por miles en la olvidada África lo demuestra el último intento casi patético de juzgar por homicidio a un contagiado que huyó del hospital donde le atendían y generó un nuevo brote en Nigeria.
Nadie niega que sea legalmente posible o que incluso sea justo pero eso no parará el Ébola. Eso no eliminará el escalofrío que nos produce saber que, cuando creíamos que ya no era posible, nos enfrentamos a algo que si nos llega nos quitará todo lugar donde escondernos.
Y ese es verdaderamente nuestro miedo. Un organismo vivo y sin cerebro nos quita el único recurso de defensa que utiliza este Occidente Atlántico como escudo de defensa para todo: huir o esconderse.
Ese hombre se curó, en su proceso de curación expandió el virus, pero al parecer se curó. Y eso es lo que hace que se le deba juzgar, que se le deba acusar.
Es absurdo, puede que legal y justo, pero absurdo. 
Absurdo porque la amenaza de nada hará que cualquiera de nosotros no haga lo mismo, que no nos antepongamos a nosotros mismos al beneficio de todos los demás. Absurdo porque ninguno de nosotros no hará eso por más mensajes que le intenten enviar con esa condena, por más advertencias que se hagan.
Porque el virus no respeta nuestras reglas. No entiende de Normas de Compromiso como los ejércitos, no acepta acuerdos o treguas a cambio de poder como los gobiernos, las facciones o cualquiera de los modos que eligen los humanos de matarse.
Es ciego, es mudo, es invisible.
Porque si ese hombre puede llegar a Nigeria quizás hubiera podido subirse a una patera y llegar a nuestras costas o un avión y desembarcar en nuestros aeropuertos.
Y entonces estaríamos como África. Expuestos a un enemigo mortal y silencioso contra el que no estamos preparados.
Porque, por desgraciada suerte para ellos, África está acostumbrada a moverse. Se mueve huyendo del hambre, de la guerra, de la miseria, de la locura fanática y ahora se mueve huyendo del Ébola. Pero nosotros no estamos preparados para eso.
No abandonaríamos todo lo nuestro para escapar del virus, no dejaríamos todo lo acumulado y lo ganado para buscar un sitio en el que esperar que el virus muera por si mismo, para restarle alimento y posibilidades de expandirse.
Nosotros seriamos un conjunto infinito de personas que actuarían como Olu-Ibukun Koye, el funcionario que huyó del hospital.
Antepondríamos nuestra salvación personal a cualquier otra cosa, Nuestro egocentrismo egoísta nos llevaría a hacer lo que hizo él, a huir, a recorrer kilómetros esparciendo el virus por doquier para llegar a un médico que pudiera salvarnos. Y, si nos salvaba como en el caso de Koye, pensaríamos además que lo habíamos hecho bien. Nos refugiaríamos en el ¿qué otra cosa podía hacer?
Más nos vale dejarnos de juicios y condenas y dedicarnos a destinar los recursos que ahora usamos para otras cosas, para armar y desarmar facciones, para salvar y evitar la quiebra de bancos, para alimentar nuestras cuentas secretas o para cualquier otra cosa en parar el Ébola.
Porque si nos llega a nosotros no vamos a renunciar a nuestro egoísmo para salvar a otros. Hace tiempo que olvidamos cómo hacerlo.
Todos vamos a ser Koye.

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