Hace un tiempo, un tiempo corto, que en nuestros días y nuestras crisis los problemas se nos encabalgan unos sobre otros a destajo, la Ley de Dependencia estaba en boca de todos. Ahora nos la han tapado otras causas reales o no. Desde el ébola hasta la independencia catalana, desde la corrupción hasta la temeridad económica de nuestro gobierno nos han aparcado la Dependencia.
Se han dado muchas cifras, se han contado muchas historias humanas, se han dibujado gráficos, escrito pancartas y diseñado soluciones para el fiasco que Moncloa está organizando con la Ley de Dependencia.
Pero hay algo que no se ha hecho o se ha hecho muy poco. La pregunta que realmente resume el punto álgido de la injusticia que supone la omisión que nuestro gobierno hace de la atención a la Dependencia. Si en política en general hay que preguntar quién vigila al vigilante, en Dependencia hay que inquirir ¿Quien cuida al cuidador?
Personas que por amor, por necesidad o por pura y simple responsabilidad se están encargando de personas dependientes sin el más mínimo apoyo de la Administración, sin el más mínimo refuerzo de un Estado que en su día fue del bienestar y que ahora rota hacia el Estado de la Supervivencia, se ven abocadas a articular sus vidas, sus presentes y sus futuros en torno a la figura de la persona dependiente que está a su cargo.
No solo está en peligro la supervivencia del dependiente. Una generación entera está perdiendo sus vidas en ese cuidado sin que nadie se preocupe de ellos, les eche una mano, les permita tener la vida que desean o que quieren buscar.
Porque la falta de profesionales disponibles -por falta de compromiso público no de preparación- hace que tengan que enfrentarse a situaciones para las que no están preparados y de las que no deberían ser responsables; a crisis de rebeldía del dependiente con las que no tendrían porque lidiar, a situaciones trágicas que les desgarran por dentro, a ritmos existenciales y rutinas que les separan de los deseos y expectativas que tienen para su vida.
Porque los recortes en las dotaciones asistenciales -que no solo se trata de dinero- les hace detener sus vidas o al menos ponerlas en suspenso en una burbuja de tiempo lento en espera de la siguiente crisis, de la próxima escenificación de la agonía, de la siguiente carrera a las urgencias más cercanas mientras ven como su vida pasa ante sus ojos sin tener capacidad de subirse a ella si no es dejando en la estaca a la persona dependiente que convive con ellos.
¿Quien cuida al cuidador?, ¿quién les da un respiro?, ¿quien les lleva la vida a su constante convivencia con la inminencia de la muerte?, ¿quien les permite arrancarse de la rutina de cuidar para arrojarse a la necesidad que todos tenemos de ser cuidados?
Nadie. Y eso no es solo culpa del gobierno.
En una sociedad cargada de egocentrismos y egoísmos resulta muy cómodo volver la vista a otro lado y dejar al cuidador con sus problemas, con sus miserias, con sus obligaciones.
Acostumbrados a buscar en los demás lo que necesitamos y solo lo que necesitamos nos resulta muy difícil ser las válvulas de escape, los devoradores de pecados, los sumideros en los que puedan arrojar sus dolores o sus malestares para poder seguir viviendo sin ellos. Queremos gente feliz, queremos compartir nuestro tiempo con gentes felices y contentas. Todo lo demás no sirve a ese falso Carpe Diem en el que nos hemos instalado por miedo o por vergüenza.
De eso no tiene la culpa el Gobierno pero su política de Dependencia genera ese daño colateral que hace a multitud de personas perder su propia vida en beneficio de la de las personas dependientes que no pueden ser cuidadas y atendidas por profesionales que saben como enfrentarse a esa situaciones, que no tienen la vinculación afectiva que hace doloroso contemplar el lento camino hacia la muerte de sus seres queridos o toda una vida de no poder valerse por si mismos. Por personas que volverán a su vida, sin perderla, cuando acabe su jornada laboral.
¿Quien cuida al cuidador? Nosotros.
Puede que tampoco estemos preparado para ello, que no tengamos los instrumentos para ayudarles pero si los queremos un poco, solo un poco, no nos queda otro remedio que aceptarlo y ponernos a ello.
Porque nuestro gobierno ha decidido que no es tarea suya permitir que una generación entera de hombres y mujeres no pierdan su vida cuidando de otros hasta el día de su muerte.
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