A veces pienso que nos estamos retrotrayendo a nuestros peores momentos. A esos tiempos oscuros que hasta ahora tan solo poblaban las películas y los libros de fantasía.
Ferguson (San Luis, Misouri) arde y los amantes de la ley y el orden exigirán mano dura, intervención rápida y la participación de la Guardia Nacional -lo más parecido a una intervención militar que es posible en Estados Unidos- para parar los disturbios. Y si solamente se contemplan las calles en guerra, las hogueras y los escaparates rotos, tendrán hasta razón.
Ferguson arde y los amantes de la revisión justa y equilibrada de la sociedad pedirán que se juzgue al policía que disparo a un joven desarmado, reclamarán que se investigue y se acuse al agente que le tiroteó. Y si solamente se contempla el cadáver de un joven negro de 18 años tendido en la acera en la noche sin ningún arma en las manos es casi seguro que tienen razón.
Las dos posiciones tienen su lógica aunque sean irreconciliables, aunque lo parezcan al menos. Pero creo que ninguna de ellas nos está retrotrayendo a la barbarie, nos está llevando allá donde empezamos. A los tiempos en los que la subida de la barra de pan originó el imperio de la guillotina, a los momentos en los que la caída de un nombre de segundo rango por una ventana de la siempre hermosa ciudad de Praga desató una conflagración mundial.
Son nuestros gobiernos los que nos conducen a ello. Es su incapacidad de llevar a cabo el trabajo para el que se les elige y se les paga: equilibrar las posturas enfrentadas de la sociedad.
Que un agente del orden dispare a un hombre desarmado se tiene que investigar y se tiene que juzgar. Es muy simple.
Eso no significa que sea culpable, eso no significa que tenga que ir a la cárcel. Solo significa que tiene que investigarse y juzgarse.
Puede que Brown, el chico muerto en cuestión, le atacara. Pero si no llevaba armas, un agente está más que entrenado para reducir físicamente a cualquier ciudadano normal y si las llevaba estará justificado el disparo.
Pero tiene que investigarse y juzgarse.
Después de lo ocurrido un año antes con un vigilante ciudadano que mató a otro joven desarmado -también negro-, el gobierno estadounidense debería haber aprendido.
El problema no está a mi entender en el odio racial, o en la criminalidad. El problema está en un elemento que nadie tiene en cuenta: los juicios y los jurados se realizan y se eligen en la circunscripción judicial del acusado.
Y ese principio, que se ideó como forma de proteger al reo -y que en condiciones generales puede servir- es el que origina en estos casos los absurdos judiciales como el que ha desatado los disturbios de Ferguson.
Porque los vecinos del policía comparten sus miedos, sus aprehensiones -por no llamarlas de un modo más duro- y piensan que ellos hubieran hecho lo mismo si hubieran tenido un arma en la mano y hubieran visto correr a un negro enfurecido hacia ellos.
A mi modo de ver ahí empieza y acaba el problema.
Y los gobiernos no se bajan del burro de principios que sin ser eliminados deberían ser revisados para casos concretos, para situaciones específicas. Tal y como yo lo veo un gobierno es el encargado de la evolución de las leyes para ajustarlas a los problemas de la sociedad.
Pero su inmovilismo no está matando. Nos está impidiendo avanzar.
Y si creemos que es un problema estadounidense pensemos porque resultó absuelto el ínclito Camps de los trapicheos con sus trajes por poner un ejemplo menos dramático pero que en esencia responde al mismo error.
Los Okupas se suben a la parra porque nadie revisa las leyes de alquiler y de propiedad buscando un equilibrio entre el derecho a la vivienda y a la propiedad; los borrokas en su tiempo llenaron de llamaradas y cantos rodados las calles de Euskadi porque nadie les permitía dar una salida democrática a su deseo de independentismo, los anti abortistas la emprenden contra las clínicas porque nadie buscó una respuesta social al respecto de esa materia y se dedicó a imponerla en uno u otro sentido.
Tengo la impresión de que los gobiernos han perdido todo su sentido de intersección, de equilibrador y gestor de las tensiones sociales.
Un partido se debe a sus votantes, pero un gobierno se debe a sus ciudadanos, le hayan votado o no.
Sea el gobernador de Misouri o Mariano Rajoy. Todo lo demás es una regresion a la barbarie. Una invitación a que Genserico saquee de nuevo Roma. Vamos, creo yo.
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