Aunque entra dentro de lo lógico, corremos el riesgo de pensar que nuestras corrupciones, nuestros asedios políticos y todo lo nuestro en general es más importante que cualquier otra cosa.
Y mientras, el mundo se empeña en demostramos que no. En anunciarnos que el cambio que nos llega es tan brutal y radical que como solo sigamos con lo nuestro nos va a pasar por encima.
Y mientras, el mundo se empeña en demostramos que no. En anunciarnos que el cambio que nos llega es tan brutal y radical que como solo sigamos con lo nuestro nos va a pasar por encima.
Durante años, los defensores de la posición israelí en el conflicto del Próximo Oriente han intentado sostener lo que a mis ojos siempre ha sido insostenible: Trataban de establecer esa dicotomía que se nos ha enseñado que debe prevalecer entre el progreso y la reacción, entre la modernidad y el medievalismo y sobre todo entre la democracia y el terrorismo.
Durante años los que por suerte o por desgracia -o por suerte y por desgracia- hemos vivido la vida, la muerte y la sangre de esas tierras nos hemos desgañitado diciendo que no existía esa diferencia, que estaba impostada, que creímos que era ficticia.
Se decía que Israel era un Estado laico enfrentado a la locura religiosa de los yihadistas ignorando que en Israel están prohibidos los matrimonios civiles y los matrimonios entre religiones que nunca aprobarán los tribunales rabínicos encargados de esa función; se mantenía que Israel era un estado democrático ignorando que sus ciudadanos de origen árabe -no los palestinos, los israelíes árabes- tenían prohibido adquirir tierras y bienes raíces en territorio israelí; se gritaba a los cuatro vientos que se trataba del enfrentamiento entre la modernidad y la concepción medieval y teocrática de la historia, pasando por alto que la llave del gobierno de Tel Aviv la tienen formaciones ultra religiosas radicales o que el propio concepto del territorio que ha de ocupar el Estado de Israel se basa fundamentalmente en la promesa del dios de la zarza.
Y ahora Netanyahu y su gobierno, es decir la realidad, demuestran que todas esas cortinas de humo, que todas esas explicaciones que sus embajadores han desgranado por Europa y Estados Unidos, no parecen ser otra cosa que una estrategia política. Que todas esas acusaciones continuas de antisemitismo que no aceptan la crítica y que acusan de racismo a cualquiera que alce la voz contra ellos, solamente ocultaban una verdad que siempre se me ha antojado cristalina.
El sionismo que gobierna Israel y los yihadistas que se oponen a su existencia son la misma gente enfrentada por el mismo dios visto de igual forma y llamado de dos modos distintos.
Con el Estado Islámico recibiendo tributos vasalláticos hasta del último yihadista de la tierra, con el Estado Palestino siendo reconocido por unanimidad en España y en Europa, la reacción del gobierno Israelí no es otra que quitarse los velos como la Salomé evangélica y modificar su legislación para convertir Israel en un Estado Judío.
Eliminar el árabe como lengua oficial del Estado -pese al porcentaje de población que la habla-, eliminar la posibilidad de celebrar ritos no judíos, y toda una serie de elementos que, unidos a los ya existentes, se antoja que dejan claro el hecho de que el único elemento a través del que pretenden defenderse es la visión teocrática del mundo y su propio fanatismo religioso.
Contra los locos yihadistas del paraíso plagado de huríes, los más acérrimos sicarios -en su acepción original- del dios de la zarza parapetados tras los muros de Masadá.
"No hay más dios que Alá y Mahoma es su profeta" frente "Yahve es el único dios verdadero". Dos gritos de batalla nada modernos ni democráticos, me temo.
Puede que me equivoque pero no parece un enfoque muy moderno, muy democrático ni muy laico.
Ahora ya tenemos claro que los que gobiernan Israel consideran que para ser israelí hay que ser judío, hay que adorar al dios del desierto y el maná o si no es así no tienes todos los derechos que deberías tener por el mero hecho de nacer ciudadano del país; ahora ya tenemos claro que, para los que quieren aprobar esta nueva concepción arcaica y teocrática del Estado, los arios de Israel son aquellos que profesen la religión judía.
Ahora ya parece que queda claro que sionismo y yihadismo son exactamente lo mismo, que el conflicto Palestino Israelí solo tiene un nombre, solo tiene un tiempo, solo tiene un culpable: dios.
O para ser exactos, las visiones absurdamente anticuadas y retrógradas de concebir a su dios y su religión que dos grupos explotan y mantienen para utilizarlas como forma de asentar su poder sobre sus pueblos y sus territorios.
Hosanna Adonai. Fi-Aman-Allah
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