"Estrictamente podría decirse que hace más de cincuenta siglos que el ser humano no sabe lo que es comunicarse. Desde el origen de las comunicaciones en clave de secreto militar, la comunicación humana perdió todo el sentido real de intersección.
Todas las formas de expresión para el otro han sido viciadas y revertidas en mecanismos de control. Los elementos comunicativos del sexo se han perdido entre una multitud de complicados juegos sexuales que excitan, masturban y complacen las mentes de aquellos que sólo buscan extraer placer en lugar de comunicar sentimientos.
Las palabras corrieron de boca en boca y de mano en mano durante siglos. Cantidades ingentes de información se perdieron en el proceso sin poder ser comunicadas. Cuando el hombre dejó de comunicarse nació la información y está se entendió como un bien escaso.
Decenas, cientos, quizá miles, de sistemas de información se alzaron, se hundieron, se enfrentaron y se coaligaron. Se sustituyeron, se superpusieron, se pervirtieron y se autopurgaron. Miles de modelos de información crecieron, ensancharon, dominaron y liberaron, dieron beneficios, quebraron, hicieron crisis y revolucionaron.
Todos ellos buscaban lo mismo y ninguno pudo hacer nada para disimular la absoluta, dolorosa y castrante falta de comunicación entre los seres humanos".
Lo malo de que te de en tu juventud por la Ciencia Ficción, la anticipación, o como quiera llamarse, es que lo que escribes como una fábula corre el riesgo de convertirse en una profecía.
Lo que inicia este post está escrito hace tanto tiempo, hace tantas mudas de piel, que podría perfectamente estar escrito por otra persona, por alguien que veía las cosas de otra forma, que intentaba cambiar las cosas de otra forma.
Y resulta triste que aún me parezca cierto, que un cuarto de siglo después aún lo sienta cierto.
Hemos perdido la comunicación.
Podemos hablar de cambio climático, de estructuras de poder corruptas, de globalización desequilibrada, de sistemas económicos agonizantes o muertos o de cualquiera de los otros jinetes que parecen galopar sobre el apocalipsis de nuestra civilización occidental atlántica. Podemos echarle la culpa al empedrado. Pero cuando uno se para a pensarlo casi todo se reduce a la comunicación.
Parece sencillo, siempre lo pareció: Emisor, receptor, canal, mensaje y flujo de respuesta. Eso era la comunicación. Eso era cuando existía.
Y creo que en algún lugar recorrido en nuestra huida hacia adelante la perdimos, se nos cayó de ese saco impermeable donde los que están obligados a ser nómadas constantes en sus propias vidas guardan aquello que siempre les será imprescindible.
Ya no sabemos comunicarnos.
Parece que no sabemos decir lo que queremos decir a quien se lo queremos decir a través del canal adecuado para que lo comprenda y enfrentarnos al flujo de respuesta a nuestro mensaje.
Como espías de la Primera Guerra Mundial, hemos elegido códigos ocultos para comunicarnos, para que nadie descubra nuestros mensajes, para que nadie pueda descifrar nuestras vidas internas y privadas. Pero, al contrario que aquellos viejos espías de sombrero stetson y gabardina, me temo que nos hemos olvidado de entregar al receptor la clave que descifra el mensaje.
Nos aferramos a nuestros códigos, a nuestras codificaciones, sin saber y me temo que sin que nos importe si los otros nos van a comprender o no. Y elegimos esos códigos no porque sean comprensibles sino solamente porque nos sentimos cómodos en ellos.
Enviamos silencios que no puede saberse si son un "quien calla otorga" o un "no hay mayor desprecio que el silencio"; componemos frases educadas y de tono cortes que no puede saberse si esconden otra cosa tras la contenida máscara que las proyecta; lanzamos gritos que nadie puede saber si trasmiten, ira, odio, miedo o rabia, tristeza o cualquier otra cosa.
Encerramos el mensaje que queremos enviar bajo tantas codificaciones que resulta imposible decodificarlo hasta para los más avezados analistas de la ASN.
Y cuando nos llega un mensaje es todavía peor. Nos empeñamos en intentar decodificarlo según nuestro propio código, sin tener en cuenta el de quien nos lo envía. Lo intentamos hacer encajar en nuestras expectativas, en nuestros parámetros, en nuestros deseos o en nuestra decepción para explicarlo. De manera que siempre conseguimos que parezca que diga lo que queremos que diga. Que siempre logramos interpretarlo para que nos de la razón,
Un tipo de esos que tienen el mérito de colocar sus reflexiones a la vista del mundo en 140 caracteres escribió hace poco: "En ocasiones el espejismo de la anticipación, proyecta sombras demasiado alargadas sobre el ahora" (sr.Viejuno).
Ese puede ser nuestro gran error. Hemos olvidado que una pregunta no puede anticipar la respuesta, hemos olvidado que una respuesta no puede anticipar una reacción. Hemos olvidado que la comunicación es un riesgo. Como creo que lo son otras muchas cosas que merecen la pena en la vida.
Pero nosotros nos refugiamos tras nuestra complejidad, tras nuestra inteligencia, tras cualquier cosa -incluso tras una reflexión de blog, como yo mismo- para enviar un mensaje que sería mucho más sencillo y provechoso enviar y recibir directamente.
Y con los canales de comunicación hemos hecho otro tanto.
Utilizamos letras de canciones que apenas entendemos, enigmáticos tuits, crípticas citas, complejas metáforas, estudiadas expresiones corporales, ensayadas miradas... todo lo que sea posible para ocultar el mensaje, para no exponerlos a comunicarlo directamente, para que el tiempo y el espacio que el receptor necesita para decodificarlo nos de la oportunidad de alejarnos de su reacción.
Y de nuevo utilizamos los canales en los que nos sentimos cómodos no los que nos aseguran que el mensaje llegue claro a quien queremos que lo reciba. Hay veces que incluso creo que ni siquiera nos importa si lo recibe y mucho menos si lo entiende. Que solo nos preocupa poder decirnos a nosotros mismos que lo hemos enviado.
Y así decimos con desprecios verdades que quizás deberían decirse con caricias, con frases contenidas reproches que tal vez deberían ser lanzados a los gritos, con vehemencia lo que posiblemente debería ser dicho con tristeza, con miedo lo que probablemente se comprendería mejor dicho con valentía. Con máximas generales lo que casi con seguridad debería ser dicho con ejemplos concretos -Eso me suena, quien lo hará, ¡anda yo!-. Elegimos nuestros canales de comunicación sin tener en cuenta si aquellos a los que enviamos el mensaje se sienten o no cómodos en ellos, son capaces de utilizarlos o ni siquiera están conectados a ellos.
Nos empeñamos en lanzar al mar botellas con mensajes guardados en la esperanza de que las corrientes las lleven al naufrago que se sienta en la misma isla a nuestro lado en lugar de girarnos y decirle lo que queremos decirle.
En fin, es muy posible que este mismo post sea otra forma errónea de comunicación. De hecho estoy casi seguro de ello.
Pero nos hemos quedado sin comunicación. A todos los niveles. Incluso a los más íntimamente dolorosos.
Hemos olvidado que la mejor forma de saber es preguntar directamente, que la mejor forma de enviar un mensaje es responder directamente. Que toda afirmación debe aceptar posibilidad de réplica y que toda réplica puede generar una reacción.
Bueno, no lo hemos olvidado. Creo aunque me disgusta pensarlo que tan solo nos da mucho miedo recordar que la comunicación no es posible sin decir la verdad.
Pero nosotros nos refugiamos tras nuestra complejidad, tras nuestra inteligencia, tras cualquier cosa -incluso tras una reflexión de blog, como yo mismo- para enviar un mensaje que sería mucho más sencillo y provechoso enviar y recibir directamente.
Y con los canales de comunicación hemos hecho otro tanto.
Utilizamos letras de canciones que apenas entendemos, enigmáticos tuits, crípticas citas, complejas metáforas, estudiadas expresiones corporales, ensayadas miradas... todo lo que sea posible para ocultar el mensaje, para no exponerlos a comunicarlo directamente, para que el tiempo y el espacio que el receptor necesita para decodificarlo nos de la oportunidad de alejarnos de su reacción.
Y de nuevo utilizamos los canales en los que nos sentimos cómodos no los que nos aseguran que el mensaje llegue claro a quien queremos que lo reciba. Hay veces que incluso creo que ni siquiera nos importa si lo recibe y mucho menos si lo entiende. Que solo nos preocupa poder decirnos a nosotros mismos que lo hemos enviado.
Y así decimos con desprecios verdades que quizás deberían decirse con caricias, con frases contenidas reproches que tal vez deberían ser lanzados a los gritos, con vehemencia lo que posiblemente debería ser dicho con tristeza, con miedo lo que probablemente se comprendería mejor dicho con valentía. Con máximas generales lo que casi con seguridad debería ser dicho con ejemplos concretos -Eso me suena, quien lo hará, ¡anda yo!-. Elegimos nuestros canales de comunicación sin tener en cuenta si aquellos a los que enviamos el mensaje se sienten o no cómodos en ellos, son capaces de utilizarlos o ni siquiera están conectados a ellos.
Nos empeñamos en lanzar al mar botellas con mensajes guardados en la esperanza de que las corrientes las lleven al naufrago que se sienta en la misma isla a nuestro lado en lugar de girarnos y decirle lo que queremos decirle.
En fin, es muy posible que este mismo post sea otra forma errónea de comunicación. De hecho estoy casi seguro de ello.
Pero nos hemos quedado sin comunicación. A todos los niveles. Incluso a los más íntimamente dolorosos.
Hemos olvidado que la mejor forma de saber es preguntar directamente, que la mejor forma de enviar un mensaje es responder directamente. Que toda afirmación debe aceptar posibilidad de réplica y que toda réplica puede generar una reacción.
Bueno, no lo hemos olvidado. Creo aunque me disgusta pensarlo que tan solo nos da mucho miedo recordar que la comunicación no es posible sin decir la verdad.
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