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miércoles, abril 29, 2015

Elegía y augurio del hombre muerto (¡qué no soy yo!)


A vosotros que hoy no estáis en el funeral de este hombre que ha muerto, que hoy no asistís a las nobles exequias de esta bella mujer que ha dejado la vida. Os hablo para hablaros de él. Me dirijo a vosotros para hablaros de ella.
Seres, estares y pareceres que hoy no estáis aquí, de pie en un camposanto, escuchando esta pobre elegía ¡Haced como hizo ella, actuad como él, seguid su fuerte ejemplo, dirigid vuestros pasos por su bello camino!
¡No deis!
No gastéis ni un segundo en todos los demás. Vivid como barcos lejanos ajenos a los vientos del cambio, como mares baldíos donde nadie ameriza, como puertos cerrados donde no arriba nave alguna, como playas desiertas donde nada embarranca.
Guardaos vuestro tiempo solo para vosotros, conservad vuestra fuerza para vuestros quehaceres, retened vuestro impulso para vuestras huidas, reservar vuestras ansias para vuestros placeres.
¡Y no deis, sobre todo no deis!
No pongáis por delante a todos los demás. Atesorad la vida para vosotros mismos. No entreguéis ni un instante a complacer a otros, a buscar su sonrisa, a apaciguar su llanto, a calmar sus dolores, a responder a todas sus preguntas, a escuchar por lo menos alguna de todas sus respuestas.
Seguid el bravo ejemplo de este hombre que hoy descansa en su tumba. Continuad por la senda que os marco esta mujer que hoy duerme en este catafalco.
¡Quereros!
 Quereros ante todo, sobre todas las cosas. Depositad todo amor en vosotros. Quereros a rabiar antes que a ningún otro. Fijad vuestros deseos y seguidlos de una forma implacable. No os importe quien caiga en vuestro salto, quien arda en vuestras llamas, quien sufra en vuestro gozo, quien muera en vuestro miedo.
¡Vivid para vosotros!
 ¡Amad solo a vuestro reflejo!
¡No pongáis por delante nunca a otro ser humano!
Y moriréis, como morimos todos.
Pero lo haréis llenos, plenos, cargados, con la bolsa repleta lo que habéis acumulado en vuestro beneficio. Rebosantes de ese amor que os quedasteis, de esa ternura que nunca repartisteis, de ese tiempo que jamás empleasteis en otros, de esa vida que guardasteis para vuestros placeres, de esa fuerza que siempre almacenasteis para vuestros quehaceres.
Y allí podréis usarlo, recrearos en él, contemplarlo con gozo, recorrer con la vista todo lo que nunca habéis dado, pasear orgullosa y altiva vuestra muerta mirada por la vitrina en la que permanecerán, como eternos trofeos, todas las cosas que sabiamente nunca quisisteis dar a otro para lograr  tenerlas siempre en vuestro poder
¡Ah, no!, que en la muerte tan solo se está solo, frío y cansado.
¡Ah, no!, que más allá del paso solo puedes llevarte aquello que has gastado.
Vosotros, que hoy no escucháis esta vana elegía, vivid como han vivido estos que hoy han muerto y moriréis igual.
En ese desconsuelo que os aplaste la vida con el peso de todo lo que hoy guardáis para vosotros, que os robe el aire de toda la existencia con aquello que no quisisteis dar.
En un triste sepelio en el que aunque vayan mil rostros no acudirá ni un solo corazón.
Vivid para vosotros y moriréis igual.
Lo sé porque estoy muerto. Y ya está todo dicho. Después, no diré más.

viernes, abril 17, 2015

El sueño del mercenario

Me voy.
Tomo todo lo que tengo que no es nada y todo lo que soy, que es lo poco que me han dejado ser, y me voy.
Vuelvo a la guerra, a mi guerra. Donde los amigos lo son aunque saben que tendrán que salvarte la vida. Donde los enemigos te disparan, te persiguen y matan porque son enemigos. No es nada personal.
Me voy.
Tomo mis armas oxidadas y mi pluma gastada, lo poco que el amor y la paz no se llevaron aún de mí ni de mi alma, y me voy.
Vuelvo a la guerra, la guerra que dejé. Donde ninguna bala lleva tu nombre escrito porque todas las balas tienen demasiados apellidos impresos en sus fundas, donde no miras a la espalda porque quien va a por ti te ataca desde el frente.
Donde el amor estalla en una bomba y la amistad se quiebra en un disparo. Donde no se leen tus palabras pero se escuchan todos y cada uno de tus gritos, donde está permitido perseguir con un arma a un hombre que te arranca la vida. Donde lloras y matas, donde ríes y mueres.
Me voy. Tomo todo lo que me queda de lo que soy, lo que fui y lo que quise ser y me vuelvo a mi guerra. Y entonces me despierto.
Y comprendo que ya no existe guerra. Que morimos de miedo, que matamos de pena.
Ya no hay guerra y no hay paz. Ya no hay vida y no hay muerte. Ya no hay nada que dar pues nada se devuelve.
Recuerdo que he sido mercenario que lo hizo por dinero, francotirador que ajustó su disparo para cada objetivo, guerrero que lo hizo por furia y altivo caballero que lo hizo por honor.
Recuerdo que he escrito por miles de motivos, que he usado la pluma como arma por cientos de causas y banderas. Comprendo que he cargado palabras, he disparado frases, he amartillado párrafos y cebado todo tipo de textos para usarlos como arma arrojadiza en todas mis batallas, en todas mis derrotas, en la guerra infinita que ha librado mi vida contra mí misma alma.
Y ninguna me sirve y ninguna me basta. Y todas se encasquillan y me fallan el blanco, pierden la trayectoria y yerran su objetivo.
Porque la única victoria es que una mujer conduzca treinta millas, aparque, atraviese las losas de ese patio de armas en el que espero cansado la batalla del día y me abrace y me diga: te quiero, no importa lo que temas, te quiero. No importa lo que digas o pienses, te quiero.
Y eso no pasará.
Así que me despierto y comprendo que no me voy a ir. Que ya no queda guerra a la aún yo pueda regresar. La guerra ha terminado y ya la hemos perdido.
Todos, incluso y sobre todo, aquellos que quisieron y quieren escapar de otras guerras.
(nota: yo lo he escrito con el Take it all de Adele. Vosotros leedla escuchando lo que os de la gana)

domingo, febrero 09, 2014

Gabriel en el barco del relato fantástico (14 años)

LA LÓGICA DE LA MAGIA
(Comienzo de un relato de Gabriel Boneque)

En el comienzo de los tiempos los hombres descubrieron poderes que no pudieron explicar. Vivieron con ellos, soñaron con ellos y murieron con ellos pero nunca supieron de verdad de dónde venían ni a donde les llevaban.
Pero como todo tiene que tener un nombre se lo dieron. Más tarde, mucho más tarde, los llamaron magia. E intentaron esconderlos y olvidarlos.
El descubrimiento se mantuvo oculto hasta que los hombres del norte aprendieron a canalizar la magia a través de extraños y secretos dibujos que bautizaron como runas.
Como las gentes del norte no hablan de sus cosas con ningún extranjero, el conocimiento paso de generación en generación, en secreto hasta nuestros días.
Y como los hombres del norte no suelen ponerse de acuerdo entre ellos tampoco lo hicieron sobre esto. Así que se formaron dos escuelas de Magia:
El Magisterio Libre de enseñanza rúnica y El Claustro Santo de enseñanza de artes místicas.
Estas son las dos escuelas de magia que existen en el mundo y yo, William Becqur, voy a estudiar en la primera de ellas. Pero tengo un serio problema. No sé en qué disciplina me van a iniciar.
Existen cinco disciplinas mágicas.
Los Simbolistas hacen magia a través de los objetos y sus imágenes, los Mentalistas usan solo la mente para canalizar los poderes mágicos, los Bardos hacen magia a partir de las rimas y palabras, los Elementales recurren a las fuerzas de la naturaleza para crear su magia y los Compositores desatan las fuerzas mágicas a través de armonías, melodías y música.
Es curioso. Ha llegado el gran día, por fin voy a ser instruido en la magia, y no sé si mi vida será una mirada, un pensamiento, un poema, una tempestad o una canción.

Pero yo, William Becqur, voy a ser mago.




Uno no sabe si está más orgulloso por como escribe o porque sea capaz de imaginar cosas que no existen. La imaginación es la fuente del cambio futuro. Es lo que tiene la paternidad (aunque eso sí, en títulos está un poco flojo)

viernes, diciembre 27, 2013

Y La hija mejora a los padres (por suerte)

Gerardo Boneque Molina
La Farmacia de Steinber

Hubo un tiempo en el que en la esquina entre Maine y St .John’s se alzaba la farmacia de Steinber, orgullosamente fundada en Febrero de 1871.
El orgullo desapareció y ahora sólo quedan unos muros carcomidos por la polución y el agua de la lluvia neoyorquina, unas jambas de ventanas fijadas con tablones y unos muros que el ayuntamiento hizo apuntalar con vigas de nogal de Virginia para evitar que se derrumbaran.
Eso y los restos de un farol, colgado en el interior de un cartel de madera, carcomido por el paso de los años y de los vientos, cuyos cristales rotos han herido a mas de un transeúnte.
Pero en la comisaría del distrito 14 hay un dossier, uno de esos dossieres que se utilizan como broma en las fiestas de despedida de los agentes y de bienvenida de los novatos. Un dossier que tiene 365 páginas.
Trescientas sesenta y cinco páginas que contienen 112 declaraciones de prostitutas, traficantes, proxenetas, yonkies, borrachos y demás halcones de la noche que juran haber visto ese roto farol encendido y  ese escaparte iluminado en la noche. Y un hombre que parecía gordo pero no lo era, podría ser judío pero no lo era y podría ser negro pero no lo era, mirando a altas horas de la madrugada su escaparate.
Los halcones de la noche neoyorquina susurran entre bourbon y bourbon  y juran entre cerveza y cerveza que ellos también han visto a Samuel Blackman esperando, con paciencia infinita mientras contempla el cartel de una muchacha que anuncia un adelgazante, a que se abra la puerta de la Farmacia de Steinber, alguien salga y le devuelva su muerte.



Claudia Boneque Arnanz
¿De veras quieres cambiar?
 (está escrito antes de que viera Matrix, lo juro)

Un mundo sin color; debe ser triste un mundo sin color.
Monótono, desesperante, pálido.
Un mundo en el que el plomizo cielo cae pesadamente sobre tus hombros; un mundo en el que el cantar de los pájaros se convierte en un simple y cenizo susurro; un mundo en el que el más sabroso de los manjares pierde sus sabor y se deshace lentamente en tu boca. Esa es mi vida. Una vida sin luz, una vida sin vida. Pero no siempre ha sido así.
Todo comenzó con el engaño de la Mano Izquierda:
“Corría el año 1919, en la ciudad de Florencia reinaba el caos: fuertes y flamantes caballos tiraban de pesados carros queriendo llevar lo más rápidamente posible a los impacientes nobles que aguardaban la llegada. Preciosas muchachitas de finos y delicados rostros correteaban en busca del caballero perfecto; y por último, la gente… ¡qué locura de gente! Gritos, voces, cantos, fiesta, jolgorio… todo estaba dispuesto para la deseada llegada del príncipe; las guirnaldas, los pasteles, las trompetas, los tambores, la alegría… todo, salvo yo. Paseaba vagabundo sin saber a dónde ir. Quería alejarme del mundo, y creedme si os digo que lo conseguí.
Anduve por oscuras y polvorientas callejuelas que parecían no tener fin, torciendo innumerables esquinas y oyendo el continuo zapateo de mis pies al andar. Entonces la vi. Se trataba de una pequeña farmacia situada en un rincón de una estrecha calle.
Pero no era una farmacia cualquiera; parecía estar sacada de otra época, otro tiempo, otro mundo. Allí el silencio era sepulcral, cosa que me extrañó teniendo en cuenta el alboroto que se vivía en toda la ciudad.
Decidí acercarme lenta y parsimoniosamente al lugar. Poseía una gran y pesada puerta de hierro provista de una campana. Llamé; y sin esperarlo, un potente y ensordecedor eco lo envolvió todo, aumentando por momentos el tintineo de campanillas. Todo cesó, de nuevo silencio.
Esperé prudentemente a que alguien me abriese, pero nada sucedió. Me disponía a marchar cuando, con un quebradizo chirrido se abrió la puerta tras de mí. Me volví, intrigado, y al entrar en el extraño lugar observé: tarros y frascos tallados en reluciente cristal rellenos de líquidos de brillantes colores, baúles y cofres del más refulgente y liso de los mármoles, y al fondo de la estancia, sentado en una pequeña silla y escondido bajo un enorme paletó había un hombre. “¿Qué has venido a buscar?” preguntó él de improviso con una serpenteante voz. Dudé unos instantes y contesté. “No busco nada, tan solo estoy de pasada”
“Es cierto que estás de pasada, eso no lo dudes, pero todo aquel que entra aquí lo hace en busca de algo” me reprochó.
“Es muy sencillo, tan solo tienes que decidir Samuel” dijo el hombre, aún sentado en la silla.
“¿Cómo sabes mi nombre? y… ¿qué es este lugar?” inquirí comenzando a asustarme.
“Que te resuelva esas dudas ya no te salvará, Samuel” contestó. “Ahora te toca decidir” dijo mostrándome dos frasco llenos de líquido “¿deseas cambiar radicalmente tu vida?” alzó el frasco de contenido carmín “¿o prefieres seguir viviendo tal y cómo estás?” señaló el frasco de contenido turquesa “Tú decides”
No creáis que me costó demasiado escoger, temblando cogí el frasco rojizo, lo abrí con un sordo chasquido, y con el rostro marcado por la desesperación me lo bebí de un sorbo.
Si queréis que os cuente la verdad, mi vida en ese momento no cambió en absoluto, todo seguía igual, hasta que salí de allí.
Mi mundo, que ya de por sí parecía nefasto, cambió, si cabe, a peor: vi a mi esposa, mi dulce esposa, en brazos de otro caballero, sollozando amargamente como si la vida le fuera en ello. Me acerqué cegado por la ira a separarle de aquel malnacido, pero pareció no verme.
Grité toda clase de barbaridades, pateé el suelo. Vociferé su nombre a los cuatro vientos, pero no me escuchó, o al menos, no quiso escucharme. Decidí marcharme a casa, indignado por lo ocurrido. Las cosas a mi alrededor parecían perder color, sonido, poco a poco, como si se extinguieran. Llegué, y lo que el destino allí me deparaba no era mejor que lo anterior. La puerta estaba abierta.
Tres zancadas  y caos total. Personas de luto, gritando, desgarrándose las gargantas, llorando desconsoladamente.
¿Qué ocurre? ¿Qué ha sucedido? ¿Este es el cambio que he hecho en mi vida? No lo quiero, no me gusta, Él me engañó… ¡devolvedme mi vida! – grité exasperado.

No cabía en mí de asombro, quería volver, regresar a la vida. Pero no ocurrió, no ocurrió nada.” Y aún sigo aquí, loco y desquiciado viviendo lo que parece pero no es una vida. Ahora solo busco silencio, oscuridad… muerte.

martes, diciembre 24, 2013

Nochebuena en el pesebre hispánico

- Buenas noches, ¿podemos pasar aquí la noche? 
- Pues me temo que está lleno 
- ¿Lleno?, ¡Pero si es un establo! 
- Bueno verás, esa familia está ahí porque la echaron de su casa cuando ambos perdieron su trabajo en un ERE ilegal mientras la empresa aun daba beneficios, los de la pared del fondo tenían un negocio pero el banco les reclamó el local y la casa al ejecutar la hipoteca inflada manipulando el Euribor y hubieron de cerrarlo; esa otra chica se esconde porque los centuriones la buscan por protestar en público contra el desalojo de los de enfrente, aquel, el chaval que se apoya en el tronco, ha sido acusado de radical antisistema y tiene que huir por miedo a que le incomuniquen en la cárcel como a un terrorista. Las cosas no pintan bien en el imperio en estos días, ya lo sabrás José.
- Y esos ancianos del centro, ¿ellos no han podido hacer nada? 
- Verás María, les congelaron la pensión, les empezaron a cobrar las medicinas que necesitaban para la hipertensión y las recetas para la cistitis, les subieron la luz, les cortaron el gas por no poder pagarlo, les aumentaron el IBI y además tuvieron que dar de comer a sus nietos cada día porque dos de sus hijos se quedaron en paro. No pudieron con todo. 
- ¿Y esos, los que apoyan a ese muchacho en el pesebre? 
- Se lo hemos dejado porque el chico está discapacitado y no puede valerse por sí mismo. Cuando perdieron las ayudas que les permitían mantenerlo al cuidado de un profesional tuvieron que dejar de acudir al trabajo y lo perdieron, cuando les excluyeron de la lista de medicamentos gratuitos tuvieron que gastarse el subsidio para costearlos y cuando se quedaron sin subsidio se vinieron aquí. Pero ¿vosotros qué hacéis aquí, José?, ¿no tenías una carpintería?
- Tuve que cerrarla. No se puede vivir solo de hacer ataúdes y además María se quedó embarazada y no recibimos ayuda ninguna porque no estamos casados. 
- ¿Qué estás embarazada?, ¿y por qué no vais a un hospital? 
- Porque José es de Arimatea y ahora le consideran inmigrante ilegal por lo que no tiene tarjeta sanitaria y si voy con la tarjeta de mis padres me ponen una multa y además me dicen que no puedo parir hasta marzo porque antes tienen el quirófano ocupado con las patricias que dan a luz en partos programados con anestesia epidural pagada con trescientos denarios. 
- Intentaremos haceros un sitio pero hay cola. Todos esos esperan para un hueco porque fueron expulsados de la escuela por ser lentos o tener problemas y solo han encontrado trabajos en los estercoleros por los pagan tan poco que a partir de la mitad de mes vienen aquí a comer y dormir para no gastar. Y esos otros porque perdieron la beca y sus padres no pudieron pagarles los estudios. Y esos otros porque hubieron de pedir un crédito de estudios a usura y ahora tienen que trabajar casi gratis para devolverlo. 
- Bueno, por lo menos tenemos un buey y una mula para darnos calor.
- Ya no. María, ya no. Se llevaron el buey para el banquete de Invierno del tetrarca y matamos la mula para comer pero hubimos de tirarla porque cuatro de nosotros murieron por comer su carne cuando ya estaba podrida. Por cierto, ¿Cómo llamarás al niño cuando nazca? 
- Hemos pensado en llamarle Jesús 
- ¡No lo hagáis!, ¡Por favor, no lo hagáis! 
- ¿Por qué? 
- Porque si le llamáis Jesús muchos que nunca le habrán visto ni sabrán nada de él hablaran en su nombre sobre la vida y la muerte, sobre el sexo, sobre el poder y la resignación, sobre la libertad y el sufrimiento. Pondrán en su boca palabras que nunca dijo, salidas de sus miedos, sus ansias de poder y sus tristes complejos. Violentarán niños en su nombre, acapararán riquezas en su nombre y traicionaran a todos aquellos que realmente crean en sus palabras. 
Y vendrán a verle los reyes y los sabios que le ofrecerán regalos envenenados. Los colores llamativos de una patria para ocultar sus gastos en Bostwana, los atractivos intereses de un préstamo que luego nos costarán miles de millones a todos los demás, las brillantes promesas de un programa electoral que luego no cumplirán. 
- Y entonces ¿Cómo tenemos que llamarle? 
- No sé. Llamadle Judas. Así al menos luchará.

lunes, septiembre 10, 2012

El jaque del peón a la Dama Blanca

- Jaque –anunció el recio peón negro con un respeto antiguo -.
- ¡Como osas! -al principio La Dama, radiante en su blancura, se indignó, pero el resto de su frase enunciada en silencio fue casi un devaneo - ¿no ves que si me amenazas me moveré tan sólo una triste casilla y acabaré contigo?
- Es posible, Mi Reina, pero entonces ¿Qué será o habrá sido de Vuestra Majestad?
La Dama dio un vistazo fugaz por el tablero. Avistó en lontananza una torre remota que atisbaba y protegía al peón y, más cercano aun, un caballo que también esperaba al acecho. Incluso por el rabillo de su dorado ojo percibió hasta un alfil que en diagonal, como se mueve siempre la nobleza más sacra, esperaba el momento.
- De acuerdo -concedió Su Alba Majestad desde su firme escaque- Más me puedo marchar tan rápido y tan lejos que tu pobre caminar, cansino y siempre lento, nunca podrá alcanzarme.
- Muy cierto, Mi Señora, mas entonces ¿Qué habrá de ser de vos?
Exasperada, la reina se volvió a todas partes y contempló aterrada los cuadrados vacíos, exentos de sus piezas. Y pudo ver en todas direcciones que volviera la vista que ni una de sus defensas estaba ya con ella.
- ¿Dónde están mis defensas? –Gritó con un suspiro- ¡Mis peones, mis fuertes caballeros, mis alfiles, mis torres! Decidme, ¿dónde han ido?
- Los matasteis, Mi Dama, ¿sabéis como ha ocurrido?
Jugasteis la partida sin riesgo ni estrategia. Primero inmolasteis, uno después de otro, todos vuestros peones, moviéndolos sin cuento al son de vuestros ritmos, vuestros hechos, vuestras fugaces idas y vuestras derrotadas venidas.
- Pero ellos son peones, ¡para eso se usan en el juego!
- Cierto y no, Mi Señora, cierto y no pese a todo.
Los peones os salvan las esencias, os abren las batallas, os cierran las heridas, os guardan las ausencias. Más vos nunca luchasteis. Corríais a otro lado al más mínimo signo de arduo enfrentamiento, de posible conato, de escaramuza alguna. Los cambiabais de lado, de objetivo, de ritmo, de presencia, de posición y escaque con tal de poder eludir al punto de iniciarse de una lucha el más ínfimo atisbo.
Vos misma lo dijisteis. Un peón es cansino, su movimiento es lento. No pudieron seguiros en vuestras retiradas, en los locos repliegues que protagonizasteis en todas direcciones, en vuestras evasiones. Los dejasteis tirados en mitad del tablero en cuanto no pudieron seguir vuestros deseos, acelerar sus pasos por no cambiar el vuestro.
Y un peón sin defensa en mitad del tablero sin nadie que le cubra, sin reina a quien le importe, es siempre un peón muerto.
- Llamaré pues en mi auxilio a todos mis valientes y aguerridos caballeros –amenazó la dama-.
- Muertos también, Señora. Los gastasteis saltando tras de vos para vuestros placeres, para vuestras veladas, para vuestros quehaceres. Y de nuevo otra vez, cuando las cornetas de la carga a caballo sonaron junto a vuestros oídos, los dejasteis atrás por no luchar con ellos, por venganza o temor de morir junto a ellos.
- ¡Recurriré pues a mis sabios alfiles, que marquen mi camino para salir del trance!
- Ya lo hicieron, Mi Dama, ¿tan pronto lo olvidasteis?
Os marcaron las sendas que vos nunca explorasteis, os abrieron caminos por los que no anduvisteis, os dieron los consejos que vos misma negasteis. Y agotados de tanta palabra sin respuesta, consejo sin escucha y fe sin soberana, se quedaron aislados cuando esos caminos que quisieron explorar para vos se cerraron tras ellos, dejándoles cansados, sombríos, mudos, ciegos.
- ¡Mis Torres! –un rastro de esperanza ilumino la faz de la alba soberana- Ellas son firme piedra, roca dura y solvente. Ellas resistirán por mí en este embate.
- ¿Vuestras torres, Mi Reina? ¿Cuántas veces volvisteis a sus muros sin ciencia ni conciencia?, ¿Cuántas veces golpeasteis sus puertas sin creer en su fuerza? ¿Cuantas veces regresasteis a  ellas por miedo o por vergüenza?
¿Vuestras torres, Señora? O son polvo lodoso o no os abren las puertas.
- Estoy sola –reconvino la reina mirando hacia el frente y observando las negras huestes, aun compactas y recias, del índigo peón- Pero vosotros no. Vosotros aún sois la multitud que salpica el tablero.
- ¿Nosotros? Nosotros jugamos la partida de un modo diferente. Nos protegimos todos, nos buscamos y asimos, nos movimos como uno aun siendo cada uno distinto, nos enfrentamos todos a aquello que enviasteis a romper nuestras filas. Unos pocos cayeron, otros retrocedieron, algunos avanzaron, pero todos, los caídos y muertos y los que resistimos, protegimos lo mismo porque aquella que era nuestra reina combatió con nosotros
- Pero la Reina Negra, la Soberana Oscura, murió, yo misma la vencí a mitad del encuentro.
- Eso es verdad, Mi Reina, aunque si miráis bien y prestáis atención a un peón de los nuestros está justo a un solo movimiento de dejar de ser cierto.
¡Va a coronarse reina! –y la nívea monarca atisbó tras sus inexistentes filas a otro negro peón a punto de lograrlo.
- Lo hará, Milady Blanca. Y será reina nueva. No la misma de antes.
Será reina cambiada con el conocimiento logrado en el camino forzoso de avanzar sus ocho cuadraturas, con esfuerzo, cansancio, resistiendo en la lucha, perdiendo en la batalla, viendo morir incluso hasta a su propia reina sólo por defenderla.
Lo hará. Será una nueva reina con una vida nueva. Y así habrá aprendido, habrá cambiado en todo sin dejar de ser reina. Cosa que no ha de hacerse si la única táctica de jugar es la huida.
- ¿Y mi rey?, -por fin le recordó la albina soberana- ¡Aun he de tener un rey que pueda protegerme!
- ¡Ay, mi pobre y cana Dama!, pese a tanto jugarlo ¿no entendisteis aun el sentido del juego?
El rey no puede protegeros si os alejáis de él, no puede defenderos si le dejáis de lado, él no puede curaros si no le dejáis acercarse al paso que él compone. El monarca no sabe custodiaros si no os detenéis y esperáis a que llegue. Si no le guardáis vos, si no le vais mirando, si no hacéis todos los movimientos pensando en él como si fuera vos, en vos como si fuerais él. En los dos como un todo.
Hizo lo que podía. Lo único que el rey del juego puede hacer si le deja su reina. Se enrocó y esperó. Buscó la protección de una almena olvidada y allí aguardó, cansado, triste y esperanzado. Esperando de su reina que reinara con él.
Y en vuestro deambular, en vuestro ir y venir loco y desenfrenado, hasta esa protección pírrica y singular vos, mi reina y señora, decidisteis quitarle. Miradle solo ahora, en una oscura esquina de un tablero olvidado, sabiendo que su vida se acabará con vos.
- ¡Pues que venga a ayudarme! –exigió la alba soberana con un grito marchito-.
- Mi señora, lamento recordaros que el rey no va a ayudaros. Él no juega a este juego. Él es el objetivo.
- ¡Mentís, sucio peón! Yo, la blanca reina libre, sí conozco el fin último de este juego de engaños, huidas y demoras. Yo, la reina decidida que recorre el tablero, sé que desde siempre el destino del juego no es el rey, es la vida.
- ¡Tan noble y tan errada, mi Dulce Soberana! La vida no es el juego, ni aquellos que lo juegan, ni lo es la estrategia. No lo es tablero, ni las normas del juego, ni el tiempo en que se juega. La vida sois vos misma, mi dama. La reina siempre ha representado la vida en la partida.
- Pues si yo soy la vida y esta es mi partida porque yo la he iniciado –masculló la alba soberana torciendo la sonrisa-, ¿por qué no ha este rey mío de ayudarme, auxiliarme y servirme de apoyo ahora que he perdido a todas mis defensas?
- ¿De verdad, Majestad, no entendéis el motivo?, ¿no os llega la respuesta como eco atronador?, ¿no barrunta vuestra regia cabeza lo que hace del rey el objetivo?
Si vos mientras jugáis sois y seréis la vida. El rey en la partida tan sólo es el amor.
Desolada, la regia amarfilada se inclinó sobre aquel triste índigo peón y le dijo al oído.
- Sois tan solo un peón ¿Cómo podéis estar al tanto de tan altos misterios?
- Porque también soy rey, aunque en otro tablero. Y alfil en otros tantos, caballero en algunos, torre en muchos dameros y peón, sobre todo peón, en miles de jugadas. Lo sé porque todos somos y fuimos cada una de las piezas en múltiples partidas, en juegos de otras reinas y damas, en jugadas, aperturas, tácticas, estrategias y giros que sacrifican, descubren o protegen otros monarcas quietos, otros amores regios. Lo sé porque, al igual que vos, mi Alba Soberana, yo soy la reina blanca en mi propia partida.
- ¡Pues yo no he de ser otra cosa que Dama! –Desafío la reina al peón que la hablaba- ¡Yo soy monarca aquí y no ansío ni quiero ser peón de otros juegos ni pieza secundaria y sin toda la pompa e importancia sobre otros tableros!
- Entonces, Mi Señora, lamento ser heraldo de lo que he de deciros –los ojos del peón lucían afligidos-. Desde este momento, viviréis muestra muerte por tan simple motivo.
A partir de este día por más que dure el juego, por más que avancéis o que hagáis retroceso, que os mováis, a oriente u occidente, adelante o atrás, a izquierda o a derecha, lo que hagáis ya no será en nada parte vuestra vida. Será tan sólo empezar a morir esperando la muerte.
Si ahora, ajado vuestro brillo por toques de mil dedos, perdida vuestra fuerza en cientos de fútiles huidas, alejados ya todos los que fueron dispuestos para vuestra defensa, apartado el amor que es el rey en oscuro rincón de este juego sin suerte y sola en soledades falsamente queridas, no aceptáis compartir las jugadas de otros, sólo os puedo decir ¡bienvenida, Mi Reina, a vuestra propia muerte!
- ¿Por qué? ¡Aún estoy viva!
- No. Pues habéis olvidado el principio más simple que rige el juego del damero.
Por más que huyáis y que sigáis haciéndolo a lo largo y lo ancho de todo vuestro tiempo y todo vuestro espacio, el juego no es huida y ya nunca podréis ocultaros de todo, enfrentaros a nada ni escapar del tablero.


jueves, junio 07, 2012

El silencio de Drysi (edición 2012)



Mucho se perdió en la Guerra de la Fragua.
Los temidos Skelin, guerreros venidos del recuerdo y condenados al olvido,  fundieron las llaves que se guardaron durante milenios en los templos de Antares y cuando la última gota de su metal licuado se mezcló con el barro y la sangre, los hombres dijeron adiós al acceso al mundo de los sueños; Las huestes de Caos anegaron los páramos infinitos e inundaron las profundas puertas de la Nada que habían sido custodiadas durante siglos por la flor y nata de la Instrumentalidad, negando para siempre al Continente Occidental el acceso a los bajíos de los que bebía La Fuente del Destino.
Las tierras quedaron muertas, las bestias se asilvestraron, los hombres quedaron cojos, mancos y tullidos como quedan los hombres en todas las guerras, los profetas quedaron mudos y los reyes y los nobles quedaron vivos.
Los dioses ya se habían marchado hacía tiempo, matando y muriendo en su propia guerra, pero sonrieron contentos al darse cuenta de que los hombres eran tan irresponsables como ellos. Los clérigos quedaron ocultos, pero eso nadie lo sintió.
Pero además de las fuentes del destino, el acceso a los sueños y la voz de los profetas se perdió algo mucho más preciado.
Tan precioso e importante era ese conocimiento que los chamanes que protegen el Muro de Hielo habían guardado de las miradas y el conocimiento de todos los demás seres que poblaban las Tierras Occidentales e incluso de aquellos que residían en los dominios de Caos.
Pero aquellos cuya magia había sido concebida para recordar, para organizar, para frenar y revivir a Caos y a sus huestes, para mantener Las Tierras Occidentales en el ciclo mágico que sólo es posible cuando se recuerda de donde se viene, optaron por el olvido.
Era un saber antiguo, tan antiguo como el primer giro del globo que albergaba el Continente occidental y el resto del mundo conocido; tan antiguo como las estrellas; tan antiguo como la vida y la muerte que marcaban los ritmos y las melodías que componían el tapiz del mundo. Y era poderoso, tan poderoso que si uno de los cien bandos que combatía en la Guerra de la Fragua caía en la cuenta de que existía, lo recordaba o alcazaba una vaga noción de su existencia, los resultados serían catastróficos para los derrotados y apocalípticos para los vencedores.
Por primera vez desde que derrotaron a Caos, por primera vez desde que el Muro de Hielo fue erigido a despecho de aquellos que querían acabar con todo orden, por primera vez desde que Akrhan se negó a ser dios, los chamanes invocaron a Pavar, el Señor del Pánico huido de otra guerra más antigua. Por primera vez sintieron miedo.
Tan fuerte fue su miedo, como lo es siempre el aliento del dios cobarde, que elevaron sus brazos y trazaron sus signos arcanos con dedos y uñas en el aire en busca del olvido; aclararon sus gargantas y cantaron sus letanías y sus mantras para invocar al abandono; danzaron en los abismos y en las simas de hielo para borrar la remembranza.
Y lo consiguieron. No había nada que la magia de los chamanes místicos de El Muro no pudiera lograr. Nada salvo evitarla Guerra de La Fragua.
Algunos archimagos lo percibieron como un mareo, otros, los magos menos poderosos como un sentimiento de estar a punto de hacer algo y olvidar de repente el motivo de su acción; los poetas, los bardos, los cantores, los bufones y los músicos como una incapacidad repentina para tocar una nota determinada o como una inusual asonancia en una melodía que estaban cansados de entonar en su vida cotidiana y en sus actuaciones en pueblos y palacios; los nobles y guerreros como un escalofrío que les recorrió la espalda en medio del sudor de la batalla o el campo de entrenamiento. La mayoría ni siquiera lo sintió. Cuando algo no se usa resulta casi imposible percibir que se ha perdido.
Tan sólo unos cuantos pudieron poner nombre y forma a esas sensaciones, a esos vagos presagios y señales que los que habitan el Continente occidental experimentaron cuando los místicos milenarios del Muro de Hielo lograron su objetivo. Tan sólo unos pocos supieron en ese momento que el mundo había cambiado, que el mundo había perdido algo más importante que las lleves fundidas por los Skelin o las puertas anegadas por el ejército de la hermosa Bruja de Caos que desencadenó la guerra.
Tan sólo unos pocos supieron que el mundo había perdido en ese momento el contacto con su propia existencia. La voz que le mantenía vinculado a sí mismo.
Pocos supieron que se había perdido el Habla de Las Rocas.

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La vida empezó con la roca. No con los dioses, no con las plantas ni con las bestias y, desde luego, no con los hombres. La vida comenzó con la roca.
El calor de su existencia la hizo fundirse y refundirse mil veces durante decenas de eones para darse forma a sí misma, para dar forma al mundo. Esa era una verdad conocida por todos e ignorada cotidianamente por la inmensa mayoría. Y ahora la vida, la roca, estaba muda.
No exactamente, los eruditos que hablaban sobre ello en los salones de los palacios y las escuelas dirían que en realidad eran el resto de los habitantes del mundo los que habían perdido la capacidad de escucharla, los listillos de taberna que utilizan la labia y la palabrería para lograr una achuchón nocturno y repentino con las incautas mesoneras dirían que es que nadie entendía ya lo que decía.
La roca no decía nada. Si nadie te oye, te escucha ni te entiende, no tiene sentido decir nada. Así que, a todos los efectos, la roca estaba muda por incapacidad o por desidia.
Cada uno de los humanos del Continente Occidental percibió ese silencio con un distinto grado y condición. Para los canteros, escultores y arquitectos fue un desastre. Su trabajo se tornó de repente el más arduo del globo.
 Los barrenados fallaban como si la roca ya no supiera por donde tenía que romperse; los cortafríos se quebraban como si el mármol o el granito se negaran a escuchar su restallar y sus ecos que buscaban darles forma, los arquitectos veían como sus construcciones se demoraban por los problemas de canteros y escultores y por su propia repentina incapacidad para anticipar las derivas, las masas y comportamientos de los bloques que habían de formar su construcciones.
Pero los problemas de los constructores son algo que poco o nada afecta al común de las gentes. Tanto da que un palacio o un templo tarden en construirse diez o veinte años. La soberbia de los hombres y de los dioses se extiende mucho más tiempo que lo que el que se emplea en construir sus moradas.
Las gargantas de los maestros de obras pueden caer por la demora, pero la vida sigue igual para todos lo demás.

Si los humanos vivieron el fin del Habla de Las Rocas de formas distintas y diversas, no fue diferente entre las rocas.
Los granitos la experimentaron con rabia y con desdén, poblando sus canteras de sordos rugidos ya por nadie entendidos; los mármoles se hicieron grietas de tanto gritar en el silencio impuesto por la magia de los shamanes místicos; las calizas se deshicieron en polvo en un intento de cambiar su sustancia y recuperar su voz para los hombres, las areniscas susurraron al mar para ver que si el mar podía trasmitir sus palabras a animales y humanos. Se juntaron a él en una letanía de siseos y palabras apenas sugeridas que el vaivén de las aguas prometió recoger y llevar a otras costas. Hasta eso fue en vano. Si hacía tiempo que las gentes de las Tierras Occidentales no hacían caso a la tierra y a su habla, mucho más hacía que vivían de espaldas a los cantos del mar.

Pero sin duda el lugar en el que se vivió la aciaga magia de los chamanes con mayor intensidad, con mayor desesperación, con un sentimiento más profundo y más hondo fue en el Roquedal de Drysi.
El roquedal era la única tierra que la magia, la espada y la sangre había conseguido arrebatar a los dominios de Caos antes de que el Muro de Hielo se alzara para separar lo innominado de lo organizado, lo desordenado de lo establecido, lo nacido de lo creado, lo tendente a la vida de lo abocado a la muerte.
No era una tierra valiosa. Tan sólo eran rocas, pero se decía que ese pedregal fue el origen del Habla de las rocas: Los que cuentan las historias como si hubieran estado presentes en ellas afirmaban sin dudarlo un segundo que era entre esos riscos inexplorados por miedo, entre esas gargantas evitadas por superstición y entre esos peñascos, rehuidos por  soberbia, el viento de los mil dioses y el agua del comienzo de los tiempos se había filtrado entre las rocas y les había enseñado a hablar, a cantar, a vivir.
Eso hacía que el roquedal fuera especial, pero lo que sin duda hacía eterno y precioso a ese conjunto de mármoles, granitos y areniscas era Drysi, la roca puntiaguda y hermosa que le daba nombre.
Muchos la llamaban La Roca de Antares porque la leyenda decía que la única vez que al Señor de La Voluntad le falló esta, mucho antes de La Guerra de Los Mil Dioses, mucho antes del mundo, se había apoyado en la y había conseguido recuperar su esencia para seguir su divino camino hacia el olvido que espera a todo dios. La leyenda decía que el dios había extraído la voluntad de ser de la piedra y se había recuperado. Nadie sabía como había quedado la piedra. Lo malo de ser roca es que nadie se da cuenta de que estas herido hasta que te resquebrajas por completo.
Otros la llamaban simplemente Drysi por su forma esbelta y bella, apuntando hacia los cielos y apenas enganchada al macizo rocoso en el que se apoyaba por un leve hilo de mineral de hierro que parecía a punto de quebrarse en todo momento.
Drysi era una roca diferente. Sus vetas de oro crecían hacia adentro con lo cual el sol pálido y triste del confín del norte del Continente Occidental apenas la hacía brillar. Su superficie era dura pero ligera y fría en verano y densa y cálida cuando los fríos invernales hacían crujir a sus hermanas y compañeras roquedal. Era como si Drysi fuera un pedazo de otro mundo o de otro tiempo colocado en medio del roquedal por algún dios loco o despistado que hubiera errado al completar el trabajo creador que precedió a la lucha que acabó con la esencia de todos ellos.
De hecho había una tercera teoría sobre el origen de Drysi. Pero claro nadie hace caso a una teoría que especifica, con ángulo de inclinación incluido, que una roca, proveniente de un cometa que era en realidad un planeta de órbita universal, que cayó sobre el roquedal y fue el único fragmento de ese increíble cuerpo celeste que no se trasformó en mujer u hombre.
Nadie suele dar crédito a las teorías que mantienen que Antares nunca se sentó apoyando la espalda en Drysi, sino que se sentó frente a ella, la observo mientras el mundo permanecía parado y comentó que tenía forma de alma. Nadie está en condiciones de asumir una historia relatada por alguien que dice que la caída de La Roca de Antares desde un mundo errante que no quería estarlo fue lo que despertó al narrador de la misma de la única siesta que ha dormido en su vida.
Nadie suele creer las teorías de Lesskin.

Sea como fuere, haya que creer o no al ser cuyos títulos son más largos que sus piernas, si alguien sintió como un desastre la pérdida del Habla de las Rocas, esa fue la llamada por clérigos y magos Roca de Antares y por exploradores y viajeros Drysi. Aquella a la que Lesskin había bautizado como Roca Alma.
No sabía cuál era el motivo, no comprendía las guerras de los hombres como no había entendido la guerra de los dioses. Durante toda su existencia había vivido intentando ser lo que era, intentando ser roca, deseando ser lo que estaba llamada a ser.
En ocasiones lo había conseguido, en efímeros siglos el mundo estuvo en paz y los mármoles pudieron brillar, los granitos resistir, las areniscas cambiar y las calizas mezclarse. La mayor parte del tiempo la tierra sangraba y la roca moría, pero durante algunas centurias, escasas y casi olvidadas, había podido ser roca y estar viva.
Incluso en una ocasión, de los fuegos salidos de sus propias entrañas, de la lava ardiente que la había dado la vida en los comienzo y que mantenía el calor de su fuego interior, sacó la pasión y el ardor suficiente para lograr lo que las rocas consiguen en su origen o en su final.
Se fusionó, se derritió lo suficiente como para permitir que otra de las suyas se uniera a ella. Entonces tuvo cuarzos y micas, tuvo también platas y mercurios. Intercambio su oro por mercurio y su hierro por azufre. Entonces fue una parte de dos que rocas que eran una sola.
Luego los fríos del mundo, los hielos de la noche y los abrasadores calores de los días forjaron una grieta que acabo por romperse. Aquella roca que se había fusionado a Drysi rodó por la ladera y desapareció. Al principio, el espacio que ocupara antaño estuvo lleno de aristas que afeaban la imagen esbelta y hermosa de La Roca de Antares. Pero el viento y la lluvia son buenas medicinas. Pasaron sus manos sobre ella una y otra vez a lo largo de las estaciones, cayeron sobre ella y circularon alrededor de ella, hasta que de esa fea herida apenas quedó el más leve recuerdo. La erosión es una buena medicina. El tiempo no, pero la erosión sí lo es.

Pero eso no fue nada comparado con lo que Drysi sentía ahora. Incapaz de entender porque una magia lejana e inmisericorde le había robado una parte de su esencia, algo que necesitaba para vivir, para dar vida, para ser.
Su desesperación se contenía y se alzaba como una carcajada triste mil veces repetida que ya nadie escuchaba.
Todo alquimista sabe que las rocas tienen la mirada vuelta hacia el interior. No tienen ojos para ver lo que pasa más allá del os muros que son sus pieles. Tiene oídos y tienen habla, pero no tienen ojos.
Y ahora los chamanes habían privado de ese único sentido a Drysi. Lo habían hecho con todo el roquedal, con todas las piedras, rocas y hasta con el más ínfimo canto rodado del mundo. Pero eso a Drysi no le importaba. Que los demás hicieran lo que fuera, que los demás se conformaran o se ajustaran a la nueva situación. Ella quería ser ella misma y no podía serlo. Su tristeza era un mundo. Pequeño, pero un mundo.

- Eso es una tontería –escuchó de repente Drysi y por un momento la alegría volvió. Escrutó cada una de sus vetas, cada uno de sus minerales, las siguió todas de principio a fin de su afilada forma en busca de cuál era la que estaba utilizando su interlocutor para comunicarse. Pero la tristeza volvió cuando sintió que todas seguían mudas. Ninguna brillaba más de lo habitual, ninguna se estremecía con ecos más allá de los naturales, ninguna vibraba o se encogía. Seguían mudas.

- Lo dicho, es una tontería –repitió la voz y en ese momento Drysi recordó que tenía tacto. Eso no se lo había quitado el hechizo nocivo de los chamanes que, preocupados por preservar al hombre, habían puesto barreras a la vida.
Sus poros de caliza se abrieron y sintió como un cuerpo, un cuerpo humano por la huella que dejaba en sus areniscas,  se apoyaba contra ella. Tenía que ser delgado, casi esquelético…
- Eso yo vengo a ayudarte y tu empiezas a hacer menosprecios de mi anatomía. No me parece una actitud muy diplomática por tu parte. Claro que la cortesía nunca ha sido tú fuerte, ni el de ese planeta tuyo que se empeñó en cambiar el universo.
Drysi se contrajo de la sorpresa. Los humanos habían perdido el habla de la Roca, era imposible que ese ser la escuchara, era imposible que la hablara. Estaba sola, perdida. No podía ser ella…

- Nunca has estado sola.- Ni siquiera cuando navegabas por los reinos de Sideria, ni siquiera cuando te desprendiste de, ¿cómo se llamaba? ¿Cáprica?, ¿Casiopea?  ¡Kanthra! Eso, ni siquiera cuando te desprendiste de Kanthra estabas sola.
Drysi no dijo nada. No podía decirlo. Endureció su superficie para intentar expulsar a este molesto ser que respondió con un pequeño gruñido y se levantó de un salto para quedar erguido ante la Roca de Antares con los brazos apoyados en sus exiguas caderas. Se puso de puntillas como intentando igualar la soberbia longitud de su interlocutora rocosa.

- ¡Serás cabezota! -espetó y luego se llevó la mano al mentón pensativo- Aunque, mirándolo bien, no se puede esperar otra cosa de ti. Eres una roca. Si te digo que tienes la cabeza más dura que una piedra será cierto, pero no aportará nada a la metáfora, puesto que ni siquiera será una metáfora, ya que, como he dicho antes eres una piedra y…

El individuo se interrumpió cuando un crujido le hizo mirar hacia atrás. Un guijarro parecía querer desgarrarse de la pared caliza que estaba a sus espaldas. El roquedal se impacientaba.

- Está bien, está bien. Para ser rocas de millones de años tenéis poca paciencia. Normalmente suelo ser más sutil, pero visto lo visto optaré por el método duro. Con vosotros sólo vale lo directo ¡Especialmente contigo roca advenediza de otro mundo!

El ser se quedó fijamente mirando a Drysi y esbozó una sonrisa.

- ¿Has mirado últimamente al mercurio, Drysi, Roca Alma?

La roca que quería ser no le entendió. Ella no tenía mercurio, ella… Entonces lo comprendió. Busco con su mirada interna hacia abajo y no encontró nada. Llegó al hierro que la unía al macizo del Confín del Norte y no halló ni una miserable veta del líquido metal. Luego volvió sus ojos interiores hacia lo alto, hacia el lado de su hermosa silueta que apuntaba a los cielos y encontró el resto. Justo al lado del límite interior de la herida antigua. Tanto la había erosionado el viento paliativo y el agua sanadora que estaba a punto de desaparecer.
Siguió el delgado hilo de líquido plateado hasta que de nuevo llegó a la base, justo en el lado opuesto en el que se unía a las tierras del norte. Y allí se acababa. Su mirada interior no podía ir más allá de su piel, era imposible. Su naturaleza se lo impedía.

- Tú naturaleza no te impide nada –se carcajeó Lesskin, porque el individuo era Lesskin- es sólo otro de esos mitos científicos absurdos ¡como la tontería esa de que el tiempo es lineal y nunca vuelve! ¡Sandeces!. Lo único que te impide ver más allá de tu piel es todo lo que hay encima de lo que está más allá de tu piel. Pero eso puede arreglarse. De hecho, tengo un amigo que te lo va a poner muy fácil.

Dicen que, cuando al principio de la Guerra de La Fragua, Yiobazan se hizo a si mismo dios desarrolló tal fuerza mágica que durante un instante elevó al mundo al completo en los cielos. El archimago orante alcanzó la divinidad y el mundo le respondió elevándose con él mientras la guardia moría pero no se rendía y el bosque de Hauntling evitaba que la turba de Vidianne lograra su propósito. Los cálculos de los clérigos estipulan ese momento de acceso a la divinidad en un máximo de tres segundos. Pero tres segundos puede ser mucho tiempo para los que están en el tiempo desde antes que el tiempo comenzara a correr y a retorcerse.

Mientras Yiobazan elevaba el mundo, Drysi consiguió lo inimaginable. Levantado el sustrato de tierra, removido todo aquello que en el mundo cubre la roca viva y su alma de lava, vio lo que era imposible ver.
Vio como la veta de mercurio se extendía más allá de ella rodeada en parte de su esencia rocosa y en parte de otra conocida y en otro tiempo amada. Vio como atravesaba mares en los que establecía arrecifes coralinos, como recorría simas en las que los animales de las profundices se aferraban a ella; contempló como atravesaba campos de labor en los que los arados dejaban pequeños arañazos en su piel, atisbo en la lejanía como se elevaba en un macizo insular que viva rodeado de agua y sometido al mismo conjuro de los chamanes.
Y vio otros cientos, quizás miles, de vetas que abandonaban los cuerpos de las rocas para unirse a otras en la lejanía. Vio como sus almas ardientes de lava y hierro fundido rellenaban los huecos cuando un terremoto o un maremoto las quebraba; descubrió como se hacían finas, se volvían casi invisibles como un cordón de plata, pero no se rompían.
Luego Yiobazan ascendió a las casas celestes y el mundo volvió a su sitio con un suspiro de alivio.

Lesskin también suspiro y pasó su delgada mano de fina piel por la cálida corteza de Drysi.

- Puedes estar triste, pero no estás sola. Puedes vivir con ellos y puedes compartir con ellos. No tienes por qué hacerlo, pero puedes hacerlo. No lo olvides. Eso sí iría en contra de tu naturaleza. Puedes hablar, puedes responder. Si no lo haces no es porque no vayan a escucharte o porque te hayan impedido hacerlo. Es simplemente porque no quieres. Y también puedes no querer. Aunque no querer nunca será lo mismo que no poder.

Drysi asintió. El asentimiento de una roca es un gesto difícil. Pero el oro brilló y el granito resistió.

- Y ahora me voy. Que tengo que encontrar una forma de acabar con esta absurda Guerra de La Fragua ¿Te he dicho que soy el lugarteniente favorito de la Hija de Caos? Me recuerda mucho a ti. Es igual de hermosa y cabezota… quizá algo más joven…

La voz de Lesskin se perdió y Drysi quedó de nuevo en el macizo rocoso del Confín del Norte en el que se encuentra el roquedal que lleva su nombre. Quedó triste, eso era inevitable, pero no sola. Eso era cierto.
Incluso aunque lo hubiera dicho Lesskin. O quizás por eso.

 

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