A vosotros que hoy no estáis en el funeral de este hombre que ha muerto, que hoy no asistís a las nobles exequias de esta bella mujer que ha dejado la vida. Os hablo para hablaros de él. Me dirijo a vosotros para hablaros de ella.
Seres, estares y pareceres que hoy no estáis aquí, de pie en un camposanto, escuchando esta pobre elegía ¡Haced como hizo ella, actuad como él, seguid su fuerte ejemplo, dirigid vuestros pasos por su bello camino!
¡No deis!
No gastéis ni un segundo en todos los demás. Vivid como barcos lejanos ajenos a los vientos del cambio, como mares baldíos donde nadie ameriza, como puertos cerrados donde no arriba nave alguna, como playas desiertas donde nada embarranca.
Guardaos vuestro tiempo solo para vosotros, conservad vuestra fuerza para vuestros quehaceres, retened vuestro impulso para vuestras huidas, reservar vuestras ansias para vuestros placeres.
¡Y no deis, sobre todo no deis!
No pongáis por delante a todos los demás. Atesorad la vida para vosotros mismos. No entreguéis ni un instante a complacer a otros, a buscar su sonrisa, a apaciguar su llanto, a calmar sus dolores, a responder a todas sus preguntas, a escuchar por lo menos alguna de todas sus respuestas.
Seguid el bravo ejemplo de este hombre que hoy descansa en su tumba. Continuad por la senda que os marco esta mujer que hoy duerme en este catafalco.
¡Quereros!
Quereros ante todo, sobre todas las cosas. Depositad todo amor en vosotros. Quereros a rabiar antes que a ningún otro. Fijad vuestros deseos y seguidlos de una forma implacable. No os importe quien caiga en vuestro salto, quien arda en vuestras llamas, quien sufra en vuestro gozo, quien muera en vuestro miedo.
¡Vivid para vosotros!
¡Amad solo a vuestro reflejo!
¡No pongáis por delante nunca a otro ser humano!
Y moriréis, como morimos todos.
Pero lo haréis llenos, plenos, cargados, con la bolsa repleta lo que habéis acumulado en vuestro beneficio. Rebosantes de ese amor que os quedasteis, de esa ternura que nunca repartisteis, de ese tiempo que jamás empleasteis en otros, de esa vida que guardasteis para vuestros placeres, de esa fuerza que siempre almacenasteis para vuestros quehaceres.
Y allí podréis usarlo, recrearos en él, contemplarlo con gozo, recorrer con la vista todo lo que nunca habéis dado, pasear orgullosa y altiva vuestra muerta mirada por la vitrina en la que permanecerán, como eternos trofeos, todas las cosas que sabiamente nunca quisisteis dar a otro para lograr tenerlas siempre en vuestro poder
¡Ah, no!, que en la muerte tan solo se está solo, frío y cansado.
¡Ah, no!, que más allá del paso solo puedes llevarte aquello que has gastado.
Vosotros, que hoy no escucháis esta vana elegía, vivid como han vivido estos que hoy han muerto y moriréis igual.
En ese desconsuelo que os aplaste la vida con el peso de todo lo que hoy guardáis para vosotros, que os robe el aire de toda la existencia con aquello que no quisisteis dar.
En un triste sepelio en el que aunque vayan mil rostros no acudirá ni un solo corazón.
Vivid para vosotros y moriréis igual.
Lo sé porque estoy muerto. Y ya está todo dicho. Después, no diré más.
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