Los hechos del caso son estos.
A mediodía de un día indeterminado del año 34 del mandato imperial de
César Augusto las autoridades llevaron a cabo una ejecución masiva de presos
políticos en el monte Gólgota de las afueras de Jerusalén. Dentro de ese acto,
dos verdugos que no contaban con la ciudadanía romana, desnudaron y arrojaron
al suelo a un hombre conocido como Joshua en su localidad natal de Nazaret, le
ataron a un madero brazos y piernas, colocaron sus pies sobre un escabel de
madera, fijaron el madero a otro de mayor longitud y lo izaron para que muriera
en cumplimiento de la condena por sedición dictada por el Gobernador de Judea,
Poncio Pilatos.
Unas horas después, en cumplimiento del protocolo habitual
en estas ejecuciones, quebraron las piernas del reo y lancearon su costado para
acelerar su muerte en un gesto considerado por Roma un acto de piedad.
Instantes después el reo se ahogó en su propia sangre, murió y tras
comprobarlo, los legionarios encargados de la vigilancia permitieron a sus
amigos y familiares descender el cuerpo.
Estos son los hechos de este caso y son irrefutables.
Así es.
La historia que les he contado es justo la misma que les
contarán aquellos que rezando ante el único muro que queda en pie de su templo no le
reconocen como otra cosa que un loco y los que, sentados en las salas del Vaticano, le
consideran algo más.
Y lo que es más, la historia también demostrará que la ejecución tuvo lugar por voluntad de Caifás, Sumo sacerdote judío de la época, y Herodes, tetrarca de Galilea, que enviaron a Joshua a Pilatos con el móvil y la intención de matarle.
Y lo que es más, la historia también demostrará que la ejecución tuvo lugar por voluntad de Caifás, Sumo sacerdote judío de la época, y Herodes, tetrarca de Galilea, que enviaron a Joshua a Pilatos con el móvil y la intención de matarle.
La defensa de Joshua intentará realizar algunos trucos
de magia.
Les dará instrucciones erróneas, les confundirá con
historias sobre rituales, profecías y mitos y les deslumbrará con términos que
suenan más divinos que humanos como “Resurrección”, “Cordero de Dios”, “Redención”
o “Mesías”.
Quizás hasta intente meter en el saco a algunos que nada tuvieron
que ver en el asunto como antiguos profetas ya muertos o futuros apóstoles aún
no nacidos.
No tendrá pruebas en absoluto, pero durante los próximos dos
mil y pico años va a ser entretenido.
Y cuando lleguemos al final ni toda la magia y la teología
del mundo habrá sido capaz de distraer su atención del hecho de que Joshua Ben
Joseff está muerto y de que dos verdugos le mataron por orden de Caifás para
proteger el poder religioso y de Pilatos para salvaguardar el poder político.
Estos son los hechos del caso. Y son irrefutables.
Paráfrasis del guión de A Few Good Men. Aaron Sorkin
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