"Cuando se habla en nombre de alguien hay que tener muy claro que siempre estás diciendo las palabras de otro".
Es obvio que el bueno de Henry Wotton, diplomático del siglo XIX, no tenía en mente al cardenal Rouco Varela cuando dijo esa frase pero la verdad es que, dado lo que ha hecho y hace el hasta hace poco vocero divino para España, le viene al pelo.
Rouco, que se había acostumbrado a ser la incontestada voz de su dios en España, el metatrón patrio, está ahora dando tumbos. Se marcha ofuscado, enfadado y llenando su boca de exabruptos, cuando Francisco, el jesuita, le dice que se acabaron sus tiempos al frente de la iglesia española; se refugia en un piso de lujo más caro que algunos palacetes de sus antecesores medievales y se niega a dar la cara ante las críticas.
Pero de toda esta historia lo que menos importa es lo que haga Rouco, sus rabietas seniles o su ofuscada jubilación. Lo que importa es lo que hacen los cristianos españoles.
Los cristianos españoles protestan, por fin protestan por algo. Por fin le reclaman algo a sus jerarquías. No se trata de protestar contra otros, contra los ateos, los rojos, los descreídos o los gobiernos que según ellos los discriminan, se trata de protestar contra alguien que se dice cristiano y no actúa como tal.
Desde las revistas a las organizaciones, desde los curas y teólogos españoles hasta los prelados vaticanos, le arrojan a la cara los evangelios, los principios cristianos, la imagen de su iglesia y todo lo que tienen a mano para recordarle que no puede enrocarse en su furia, su riqueza y su recientemente estrenada misántropa para hacer lo que le venga en gana, que el era el portavoz de la iglesia, no la iglesia en sí misma, que el solo hablaba por su dios pero no era su dios.
Y es un cambio. Un cambio radical -ahora que asusta tanto lo radical, según parece-. Un cambio que parte de un argentino que ha decidido llamar las cosas por su nombre, una mutación que ha hecho que la política vaticana de un giro y apunta a un lugar diferente.
Los cristianos españoles hasta le preparan un escarche, ¡lo nunca visto desde que un tipo galileo cogió una fusta y la emprendió a mamporros en un templo de esas tierras!
Rouco Varela es el perfecto ejemplo de una jerarquía española que lleva demasiado tiempo fingiendo que los que ellos quieren, que lo que a ellos les conviene, es la voz de su dios. Y les ha servido durante siglos. Pero ahora parece que no, que ya no. Ahora ya no cuela que toda palabra de Rouco es palabra de dios.
Francisco, su política y sus palabras han enterrado la proverbial resignación cristiana. A lo mejor aún mantiene que hay que resignarse ante los designios ocultos de su dios invisible, pero no ante los excesos de sus más que visibles prelados.
Ahora los cristianos españoles saben, porque lo dice y lo demuestra su pontífice, que protestar no es pecado, que exigir coherencia no te arroja al infierno, que querer cambiar su iglesia no les condena por los siglos de los siglos.
Van bien. Ojalá les dure y lo apliquen a otras muchas cosas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario