Dicen que la evolución depende de
la capacidad para compartir espacio y tiempo entre lo nuevo y lo viejo, de la
posibilidad de convivir sin choques, sin enfrentamientos, durante un periodo de
tiempo entre lo que está asentado y la nueva mutación que terminar por devorar
y destruir a la raíz de la que brotó.
Es más que seguro que Sir Charles,
el bueno de Darwin, no pensaba en las formaciones sociales, ni mucho menos en
las políticas, cuando elaboró esta parte de su teoría de la evolución de las
especies, pero si hay algo o alguien que la represente a la perfección es el
Partido Popular y su actual situación con respecto a su forma de vida y de
subsistencia: la corrupción.
Y tampoco es de extrañar que la
teoría del viejo y radical naturalista les venga como anillo al dedo. La teoría
de la agresividad de Conrad Lorenz tampoco está basada en los políticos y
también les sienta como un guante. A todos ellos.
Pero volviendo a la evolución, a la
mutación, al cambio obligado -que no convencido, que ese es otros muy distinto-
y forzado por la necesidad de supervivencia, lo que está haciendo el PP actual,
su junta genovesa reunida a todas prisas, su secretaria general que muestra con
absoluta convicción, su seguridad en que no ha habido corrupción... casi con
toda seguridad, es el último estadio de la evolución política del Partid
Popular.
No es otra cosa que el Homo Erectus destruyendo los últimos asentamientos cavernarios del Homo Habhilis-no se me
subleven los antropólogos, es metafórico-, es la mariposa negra londinense,
aclimatada al color del hollín de las fábricas devorando a la última mariposa
blanca, su madre, su ancestro, pero demasiado visible para sobrevivir en el
nuevo entorno.
Porque, puede que el PP no quisiera
que sucediera en este momento, es casi seguro que no quería que ocurriese con
luz, taquígrafos, querellas judiciales, titulares de prensa y confesiones extemporáneas,
pero lo único que está ocurriendo es el capítulo final que adapta al PP a la
supervivencia y a la fuente de alimentación a la que enchufan todos los
partidos políticos en este país: los ingresos económicos de la corrupción de
los fines del gobierno y del poder.
Bárcenas, el Homo Habilis metafórico de los sobrecitos bajo cuerda, de las cuentas en Suiza, de las fortunas
personales, de los coches oficiales y los despachos públicos está siendo
devorado y se revuelve.
Su corrupción, la de la
ostentación, la de los libros de contabilidad escondidos -nunca he sabido
porque se apunta el dinero negro si se pretende que nadie sepa de su
existencia-, está demodé. Convertirse en terrateniente argentino ya no se lleva
y por eso sus estertores mortales intentan atrapar entre sus fauces y sus
dientes a algunos de sus hijos, a algunos de aquellos que parió para la
corrupción pero ahora ya no son como él, ya están mejor adaptados al medio, a
la supervivencia, a la corrupción.
Porque mientras nosotros asistimos
estupefactos a los avatares de los millones helvéticos de Bárcenas y de sus
sobres entregados en pasillos, salas de reuniones, mesas de copa y puro y
salones de coctel, la hija de Bárcenas ya campa a sus anchas por los corredores
de Génova, Moncloa y todos los palacios presidenciales autonómicos y las sedes
regionales del Partido Popular.
Mientras buscamos los sobres dejamos
de buscar los cargos, mientras preguntamos por los millones de Zúrich dejamos
de preguntar por los fichajes, mientras seguimos atentos a la agonía agresiva
de la corrupción vieja no presenciamos el surgir y el asentamiento de la nueva
corrupción, la que se adapta la que sobrevive.
Mientras miramos a Bárcenas
corremos el riesgo de dejar de ver a Güemes. Mientras contemplamos el soborno y
el sobresueldo, el fondo de reptiles y la montería nepotista, corremos el
riesgo de que pase ante nuestros ojos sin fijarnos su evolución natural, su
hija putativa, su mutación más sólida y resistente: el lobbismo.
Poco les importa a los que hacen
privatizaciones para pasarse luego a las empresas adjudicatarias que caiga
Bárcenas o que hable o deje de hablar, poco les importa a las que se integran
en una empresa de caza de talentos para recolectar adeptos que luego serán
colocados y que le deberán ese favor en un remedo laico del Opus Dei más
clásico y secular que Bárcenas airee recibos o vincula sus millonarias cuentas
de la Confederación Helvética a Génova 13 o incluso a Moncloa.
Poco les importa a los consejeros
de la Comunidad de Madrid o de La Junta de Extremadura o del Consell de
Valencia. Ellos saben que no estarán en esa lista, ellos saben que no caerán,
que ellos no tienen recibís de sobresueldos en negro. Ellos y ellas ya han
evolucionado.
Ellos son el Homo Erectus que puede
que sienta una cierta tristeza y malestar cuando ve que las fieras despedazan
al último de sus ancestros cavernarios mientras este se rebulle luchando con
uñas y dientes y les señala acusador demandando su ayuda, su auxilio.
Son el Homo Erectus que pese a esos
sentimientos sabe que a él no le pasara lo mismo porque ha evolucionado, porque
ya sujeta firmemente con la mano su lanza de madera y sílex y luce a su espalda
su carcaj con sus flechas de punta afilada y su flexible arco.
Y además necesitan que muera.
Necesitan que Bárcenas, su modo de supervivencia y su forma de hacer corrupción
-¡Uy, perdón!, quise decir política-, mueran entre los más terribles dolores.
Necesitan que el último mastodonte caiga para que nadie recuerde que descienden
de él, que son la evolución necesaria de sus genes.
Para que la historia olvide que de
sus sobres nacieron sus cargos ejecutivos empresariales, que de sus cuentas en
negro nacieron sus privatizaciones a medida, que de sus repartos de dinero
contante y sonante nacieron sus paquetes de acciones y sus repartos de
dividendos.
Y nosotros no podemos correr el
riego de dejar que el polvo que levanta la muerte de esa forma de supervivencia
corrupta que supone el Caso Bárcenas -no nos engañemos, esa forma en concreto
ha muerto, sino fuera así ni siquiera sabríamos de la existencia de los
millones- nos impida ver los lodos sedimentados que ha dejado su naturaleza en
los que se revuelcan utilizando la misma forma corrupta de supervivencia desde
Güemes a Catalá, desde Cospedal y esposo hasta esperanza Aguirre.
Puede que, aunque tardíamente
necesitemos un delito penal contra el cobro de sobresueldos en metálico en los
partidos políticos, pero lo que es seguro es que necesitamos, como sociedad y
como Estado, una defensa legal contra el lobbismo.
No dejemos que el inmenso árbol
ardiente de Bárcenas y su corrupción de dinero en metálico y peinado
engominado, nos impida ver el amplio bosque de entramados empresariales para
beneficio propio de media melena y traje de Chanel que están plantando sus
evoluciones nacionales para esquilmar nuestro futuro con el mismo arma mejorada
y a filada que usan para su supervivencia: la corrupción política.
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