María Dolores de Cospedal, la santa
patrona del recorte, está de moda. Se ha dedicado ella solita a ponerse de moda
en algo que semeja una sustitución de eso que las divas hacen para aparecer en
los programas, de ese constante decir cosas y hacer cosas que las permite no
bajarse nunca del candelero.
Y la última de la Virgen de
Cospedal, después de quitar sueldos a los diputados, que han corrido a
ponérselos en otros estamentos de gobierno, después de sufrir ataques
prematuros de amnesia senil que le han hecho olvidar incluir en la declaración
de la renta 7.000 euros de nada que ganó en un ejercicio fiscal, ahora le ha
dado por cambiarnos la historia.
Como todo el gobierno del PP, cono
todos los que nos hemos echado encima en nuestra última visita a las urnas,
Cospedal ha decidido sumarse al carro de la regresión cuántica del tiempo que
práctica Génova en nuestro territorio.
Y, con el glamour que destila la
moza, con ese estilo de madura interesante que se gasta entre peineta y peineta
y procesión y procesión, la santa Cospedal no podía haber elegido otro periodo
de la historia que ese en el que la autoridad lucía con toda la pompa y
ceremonia, con toda la magnificencia que podía permitirse y todo el lujo que
podía extraer de la miseria a la que había condenado al resto de la población.
María Dolores de Cospedal nos ha
regresado al Versalles del siempre malinterpretado -pobrecillo- Luis XIV, a los
tiempos del Rey Sol.
Porque más allá de sus cobros y sus
declaraciones, más allá de su política ciega de recortes y austeridad suicida y
socialmente asesina, hay una acción, una decisión que arroja toda Castilla La
Mancha a los tiempos en los que el monarca solar francés paseaba y jugaba al
ajedrez humano en los jardines de Versalles.
Unos ecologistas -estos chicos no
aprenderán nunca- acusan a su marido de beneficiarse con esa nueva ley de
costas que indulta masivamente a los que la llevaban incumpliendo desde hacía
tiempo inmemorial y Cospedal lo lee, lo escucha, mira a los ojos de Greenpeace
y no se le ocurre otra cosa que disfrazarse de rey sol.
Se pone la peluca de largos rizos,
las calzas, los armiños y oropeles y pronuncia el famoso Le Etat ce moi, o sea, El Estado soy yo.
Porque nadie que no se considera a
sí misma la personalización del Estado reacciona como ha reaccionado Cospedal
ante las acusaciones de Greenpeace. Nadie que no crea que ella y el Estado son
la misma cosa se vuelve a sus servicios legales -que bien podrían, dado el
caso, ser sus alguaciles o sus mosqueteros, ya puestos- y les dice que
castiguen al acusador que ella considera falaz, que persigan al presunto
difamador, que acorralen al pérfido denunciador.
Porque Greenpeace no ha atentado
-en caso de que diga una mentira- contra el honor de Castilla La Mancha, contra
el honor del Gobierno de Castilla La Mancha y ni siquiera contra el honor de la
Presidencia del Gobierno de Castilla La Mancha.
Greenpeace ha cuestionado el honor
de un ciudadano privado que, da la casualidad, que comparte cama y residencia -y
contrato social, vale- con la presidenta de la Comunidad de Castilla La Mancha,
la santa María Dolores de Cospedal.
Pero ella, ya tocada con el manto y
el cetro de la autoridad manchega, establece desde su trono el mismo falso
silogismo que llevara al Rey Sol a su famosa expresión.
El marido es mío y Castilla La
Mancha es mía, quien insulta a mi marido me insulta a mi, así que quien insulta
a mi marido insulta a Castilla La Mancha. Así que serán los servicios jurídicos
de Castilla La Mancha los que se encarguen del asunto.
Tan simple y sencillo como un Le Etat ce moi dicho a tiempo.
En plena era de individualismo
devorador, la egregia presidenta castellano manchega se olvida de las más
mínimas nociones de la concepción del ser humano como individuo.
El honor de su marido es de su
marido, ni siquiera es de ella. Así que es su marido el que debe hacer algo si
considera que tiene que hacerlo.
Ella no ha promulgado la ley
indulgencia plenaria de Costas -que no se le puede llamar ya ni ley- así que no
está implicada, Castilla la Mancha ni siquiera tiene costas -a menos que se
consideren como tales las riberas del tejo- así que no está implicada, los
servicios jurídicos de Castilla La Mancha no son suyos ni de su marido, así que
no tienen la obligación de defender su honor ni el de su consorte, por mucho
que a la reina sol le venga bien que lo hagan, para no mermar su cada vez más
reducido patrimonio después de que se viera obligada a pagar esos ingresos
"olvidados", de que tuviera que renunciar a un par de sueldos y de que
sus últimos intentos de colocar por la puesta de atrás al susodicho consorte se
hayan convertido en un fiasco.
Y luego pretende que la aplaudamos
cuando les quita el sueldo a los diputados autonómicos o cuando anuncia a bombo
y platillo en ese atril propagandístico en el que han convertido al área de
informativos de Televisión Española que, cuando deje de ser presidenta
renunciará a sus privilegios.
Se ha equivocado, se ha disfrazado
del gobernante del que ya no está permitido disfrazarse.
No se trata de que renuncies a los
privilegios del cargo cuando dejes el cargo -eso se da por supuesto- se trata
simplemente de que no te inventes privilegios cuando no los tienes por el mero
hecho de confundir un cargo público con una corona.
A Castilla La Mancha lo que es de
Castilla La Mancha, a la bienaventurada Cospedal lo que es de ella y a su santo
marido un abogado privado pagado de su bolsillo.
Y si Cospedal, en su inventado
brillo monárquico absolutista, no quiere pagarlo, que firme una separación de
bienes.
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