lunes, enero 28, 2013

El discurso chileno de Rajoy y su miedo a la soledad

Podría decirse que el que rectifica, quien descubre que se ha equivocado y muda su discurso merece por lo menos el reconocimiento de considerarle realista. Y dado lo que está diciendo en los últimos días el siempre tendente al silencio Mariano Rajoy, se podría decir que esa máxima se le puede aplicar a él.
Porque se va a Chile -todavía no entiendo el motivo que le lleva a hacer siempre sus anuncios allende nuestras fronteras, pero uno se va acostumbrando- y allí rodeado de países emergentes, de un mercado latinoamericano cada vez más cerrado para nuestros exiguos recursos empresariales e industriales, le da por decir que lo de la austeridad no hay que tomárselo al pie de la letra, que hay que relajarlo, que esa política se debe supeditar a la creación de empleo.
Y eso es un cambio, eso parece una mutación en la forma en la que la Presidencia del Gobierno afronta el equilibrio entre lo que quiere hacer a ultranza y lo que el país realmente necesita.
Parece que Rajoy, tras un año de protestas continuas, con toda la sociedad en pie de guerra contra sus medidas, con los jueces -por primera vez desde que la democracia española tiene uso de razón- del lado del ciudadano y no del Gobierno, del lado de la justicia y no de la ley, bordeando la prevaricación formal en cada una de sus decisiones sobre desahucios, corrupción, Bankia y demás, se lo ha pensado mejor.
Podría creerse que se ha sentado y ha analizado la situación, ha reflexionado, ha hecho acto de contrición -en su caso sería cristiana y compostelana, supongo- y ha decidido hacer lo que ningún occidental atlántico en general y ningún político en particular quiere hacer nunca: cambiar.
Pero no. Porque aunque diga ahora lo contrario de lo que ha mantenido a capa y espada durante todo el pasado año, en realidad sigue haciendo lo mismo.
Sigue saliendo de España para anunciar que hace lo que otros quieren que haga. Solamente que ahora se va a Chile para evitar que Merkel, fuera de su feudo, extienda la mano desde el atril continuo y le de una colleja con la palma abierta en la nuca por llevarle la contraria- Aunque la Canciller tiene la mano muy larga y se la ha dado de igual forma, incluso al otro lado del Atlántico-.
Si Rajoy pensara que la austeridad a ultranza es una política que no da beneficios, que no provoca las reacciones económicas que busca, habría comenzado a paralizar esa política.
Habría impedido que la Comunidad de Madrid siga empeñada en vender por partes la sanidad pública, que la Comunidad Valenciana esté dejando morir -o incluso asesinando directamente- la Educación Pública para vender su cadáver de alimento a la privada, hubiera dejado de permitir que todos los gobernantes de su partido antepongan la recaudación de más dinero al mantenimiento de servicios.
Pero no lo ha hecho. No ha vuelto el IVA a sus orígenes cuando ha visto que el consumo se paralizaba, no ha renunciado al rescate bancario que está sangrando mes tras mes las previsiones de déficit porque cada día aparece un nuevo agujero en las entidades financieras intervenidas o se hacen más grandes y profundos los que ya existen. 
Ni siquiera ha establecido la Tasa Torbin por más que se llene la boca aquí y allá -más allá que aquí, por otra parte- de hablar de ella.
Ni siquiera ha hecho recaer el peso de esa austeridad sobre lo que le demanda la sociedad. No ha renunciado a los casi 600 asesores a dedo sin preparación específica que ha colocado el Gobierno en sus diferentes ministerios -miedo me da investigar la lista de filiaciones de todos ellos y ellas-, no ha reducido gastos de la Casa Real, no ha cambiado el foco de las subvenciones abandonando los toros o el fútbol y primando la ciencia o la investigación. 
Va a Chile y habla de renunciar a la austeridad radical y priorizar el crecimiento y el empleo, pero no ha hecho nada efectivo al respecto. No ha modificado su Reforma Laboral -un decreto saca otro decreto- para evitar la sangría de puestos de trabajo que suponen los ERE masivos que incluso utilizan las empresas públicas estatales y autonómicas de forma regular y sistemática
Lo único efectivo que ha hecho ha sido aumentar la duración de los 400 euros que reciben los parados que se quedan sin subsidios. Y eso que, en su momento, intentó vender la burra de que esa era una medida que potenciaba el empleo porque evitaba que los parados se "apoltronaran" y les incentivaba a buscar empleo.
Así que, aunque cambie el discurso no cambia los hechos. No los cambia porque en realidad su discurso sigue siendo el mismo: Estar al sol que más calienta.
Mientras Hollande se desgañitaba en solitario en toda cumbre y reunión europea clamando contra el absurdo de la austeridad impuesta por los criterios de Berlín, Rajoy apoyaba sin fisuras la obsesión de la buena de Ángela en ese asunto. Mientras Krugman lo decía por activa y por pasiva, él seguía haciendo caso a Montoro, que equiparaba su aparente don profético con el valor de un Premio Nobel en Economía. Mientras algunos funcionarios del FMI dimitían por desacuerdo con esa política, él apoyaba las declaraciones de Lagarde, que se permitía el lujo de insultar a griegos y españoles afirmando que deberían trabajar más y protestar menos por menos dinero.
Como la Canciller, los mercados, las instituciones europeas y aquellos que verdaderamente le importan defendían esa política, Rajoy proseguía con ella de forma inmutable.
Pero ahora la cosa cambia y por tanto Rajoy finge cambiar. Su política económica finge cambiar. Y es obvio que es un fingimiento porque cambia de palabra, no de obra ni mucho menos de omisión.
Ahora, el presidente saliente de la Comisión Europea, mantiene que la austeridad es un suicidio, el FMI acepta que se ha equivocado -al menos parcialmente- imponiendo esa doctrina desde sus despachos, los ministros de economía de la UE tuercen el gesto cuando su homólogo alemán repite una y otra vez el mismo discurso dictado por su jefa y el BCE y hasta los mercados no reaccionan bien ante los continuos recortes que limitan hasta hacer desaparecer el consumo y los recursos, Rajoy se sube al carro.
Con Merkel cada vez más aislada en sus exigencias, con Cameron amenazando con sacar a Gran Bretaña de la Unión Europea por esa obsesión, con Francia pasando desde hace meses olímpicamente de esas normas y consiguiendo sortear la crisis eterna pese a ello, con todos cambiando de papeles, nuestro Presidente hace lo que siempre ha hecho: arrimarse al sol que más calienta y salir ahora diciendo que la austeridad a ultranza tampoco es lo mejor, que hay que aflojarla en aras del crecimiento.
Pero es seguro que a partir de ahora, pese a lo que diga en sus discursos chilenos, los consejos de ministros no desgranarán medidas a cascoporro para minimizar esa austeridad o para renunciar directamente al desmantelamiento del sector público en aras de unos beneficios económicos y una contención del gasto que cada día se demuestra que no llega por esa vía.
No lo hará porque simplemente dice lo que dicen otros, hace lo que otros le dicen que haga y nadie la ha dicho todavía nada a ese respecto
O, para ser más exactos, todos los que se lo han dicho no cuentan. Es decir, los que saben de economía y los que la padecen en sus bolsillos, sus carnes y sus futuros.
Solo en el interior del país, arrinconado por la corrupción de su partido -que no es el único, pero es al que más se le nota porque está en el Gobierno y por siempre ha hecho bandera de la corrupción de los demás- y por las exigencias de aquellos a los que beneficia su política, Rajoy no quiere sentirse también solo y aislado en el exterior.
Obligado por sus deudas secretas y evidentes a permanecer en compañía de las odiadas entidades financieras intervenidas, que hacen pagar a todos sus excesos, no quiere verse abocado a la compañía internacional de una Merkel cada vez más sola y que se agota en la defensa de una política que ya ni siquiera evita la recesión en su propio país.
Y dirá lo que tenga que decir para que alguien le permita acompañarle. Aunque no se crea una sola palabra de sus propios discursos. 

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