Podría decirse que el que
rectifica, quien descubre que se ha equivocado y muda su discurso merece por lo
menos el reconocimiento de considerarle realista. Y dado lo que está diciendo
en los últimos días el siempre tendente al silencio Mariano Rajoy, se podría
decir que esa máxima se le puede aplicar a él.
Porque se va a Chile -todavía no
entiendo el motivo que le lleva a hacer siempre sus anuncios allende
nuestras fronteras, pero uno se va acostumbrando- y allí rodeado de países
emergentes, de un mercado latinoamericano cada vez más cerrado para nuestros
exiguos recursos empresariales e industriales, le da por decir que lo de la
austeridad no hay que tomárselo al pie de la letra, que hay que relajarlo, que
esa política se debe supeditar a la creación de empleo.
Y eso es un cambio, eso parece una
mutación en la forma en la que la Presidencia del Gobierno afronta el
equilibrio entre lo que quiere hacer a ultranza y lo que el país realmente
necesita.
Parece que Rajoy, tras un año de
protestas continuas, con toda la sociedad en pie de guerra contra sus medidas,
con los jueces -por primera vez desde que la democracia española tiene uso de
razón- del lado del ciudadano y no del Gobierno, del lado de la justicia y no
de la ley, bordeando la prevaricación formal en cada una de sus decisiones
sobre desahucios, corrupción, Bankia y demás, se lo ha pensado mejor.
Podría creerse que se ha sentado y
ha analizado la situación, ha reflexionado, ha hecho acto de contrición -en su
caso sería cristiana y compostelana, supongo- y ha decidido hacer lo que ningún
occidental atlántico en general y ningún político en particular quiere hacer
nunca: cambiar.
Pero no. Porque aunque diga ahora
lo contrario de lo que ha mantenido a capa y espada durante todo el pasado año,
en realidad sigue haciendo lo mismo.
Sigue saliendo de España para
anunciar que hace lo que otros quieren que haga. Solamente que ahora se va a
Chile para evitar que Merkel, fuera de su feudo, extienda la mano desde el atril continuo y le de
una colleja con la palma abierta en la nuca por llevarle la contraria- Aunque la
Canciller tiene la mano muy larga y se la ha dado de igual forma, incluso al otro lado del
Atlántico-.
Si Rajoy pensara que la austeridad
a ultranza es una política que no da beneficios, que no provoca las reacciones
económicas que busca, habría comenzado a paralizar esa política.
Habría impedido que la Comunidad de
Madrid siga empeñada en vender por partes la sanidad pública, que la Comunidad
Valenciana esté dejando morir -o incluso asesinando directamente- la Educación Pública
para vender su cadáver de alimento a la privada, hubiera dejado de permitir que
todos los gobernantes de su partido antepongan la recaudación de más dinero al
mantenimiento de servicios.
Pero no lo ha hecho. No ha vuelto
el IVA a sus orígenes cuando ha visto que el consumo se paralizaba, no ha
renunciado al rescate bancario que está sangrando mes tras mes las previsiones
de déficit porque cada día aparece un nuevo agujero en las entidades
financieras intervenidas o se hacen más grandes y profundos los que ya
existen.
Ni siquiera ha establecido la Tasa
Torbin por más que se llene la boca aquí y allá -más allá que aquí, por otra
parte- de hablar de ella.
Ni siquiera ha hecho recaer el peso
de esa austeridad sobre lo que le demanda la sociedad. No ha renunciado a los
casi 600 asesores a dedo sin preparación específica que ha colocado el Gobierno
en sus diferentes ministerios -miedo me da investigar la lista de filiaciones
de todos ellos y ellas-, no ha reducido gastos de la Casa Real, no ha cambiado
el foco de las subvenciones abandonando los toros o el fútbol y primando la
ciencia o la investigación.
Va a Chile y habla de renunciar a
la austeridad radical y priorizar el crecimiento y el empleo, pero no ha hecho
nada efectivo al respecto. No ha modificado su Reforma Laboral -un decreto saca
otro decreto- para evitar la sangría de puestos de trabajo que suponen los ERE
masivos que incluso utilizan las empresas públicas estatales y autonómicas de
forma regular y sistemática
Lo único efectivo que ha hecho ha
sido aumentar la duración de los 400 euros que reciben los parados que se
quedan sin subsidios. Y eso que, en su momento, intentó vender la burra de que
esa era una medida que potenciaba el empleo porque evitaba que los parados se "apoltronaran" y les
incentivaba a buscar empleo.
Así que, aunque cambie el discurso
no cambia los hechos. No los cambia porque en realidad su discurso sigue siendo
el mismo: Estar al sol que más calienta.
Mientras Hollande se desgañitaba en
solitario en toda cumbre y reunión europea clamando contra el absurdo de la
austeridad impuesta por los criterios de Berlín, Rajoy apoyaba sin fisuras la
obsesión de la buena de Ángela en ese asunto. Mientras Krugman lo decía por
activa y por pasiva, él seguía haciendo caso a Montoro, que equiparaba su
aparente don profético con el valor de un Premio Nobel en Economía. Mientras
algunos funcionarios del FMI dimitían por desacuerdo con esa política, él
apoyaba las declaraciones de Lagarde, que se permitía el lujo de insultar a
griegos y españoles afirmando que deberían trabajar más y protestar menos por
menos dinero.
Como la Canciller, los mercados,
las instituciones europeas y aquellos que verdaderamente le importan defendían
esa política, Rajoy proseguía con ella de forma inmutable.
Pero ahora la cosa cambia y por
tanto Rajoy finge cambiar. Su política económica finge cambiar. Y es obvio que
es un fingimiento porque cambia de palabra, no de obra ni mucho menos de
omisión.
Ahora, el presidente saliente de la
Comisión Europea, mantiene que la austeridad es un suicidio, el FMI acepta que
se ha equivocado -al menos parcialmente- imponiendo esa doctrina desde sus
despachos, los ministros de economía de la UE tuercen el gesto cuando su
homólogo alemán repite una y otra vez el mismo discurso dictado por su jefa y
el BCE y hasta los mercados no reaccionan bien ante los continuos recortes que
limitan hasta hacer desaparecer el consumo y los recursos, Rajoy se sube al
carro.
Con Merkel cada vez más aislada en
sus exigencias, con Cameron amenazando con sacar a Gran Bretaña de la Unión
Europea por esa obsesión, con Francia pasando desde hace meses olímpicamente de
esas normas y consiguiendo sortear la crisis eterna pese a ello, con todos
cambiando de papeles, nuestro Presidente hace lo que siempre ha hecho:
arrimarse al sol que más calienta y salir ahora diciendo que la austeridad a
ultranza tampoco es lo mejor, que hay que aflojarla en aras del crecimiento.
Pero es seguro que a partir de
ahora, pese a lo que diga en sus discursos chilenos, los consejos de ministros
no desgranarán medidas a cascoporro para minimizar esa austeridad o para
renunciar directamente al desmantelamiento del sector público en aras de unos
beneficios económicos y una contención del gasto que cada día se demuestra que
no llega por esa vía.
No lo hará porque simplemente dice
lo que dicen otros, hace lo que otros le dicen que haga y nadie la ha dicho
todavía nada a ese respecto
O, para ser más exactos, todos los
que se lo han dicho no cuentan. Es decir, los que saben de economía y los que
la padecen en sus bolsillos, sus carnes y sus futuros.
Solo en el interior del país,
arrinconado por la corrupción de su partido -que no es el único, pero es al que
más se le nota porque está en el Gobierno y por siempre ha hecho bandera de la
corrupción de los demás- y por las exigencias de aquellos a los que beneficia
su política, Rajoy no quiere sentirse también solo y aislado en el exterior.
Obligado por sus deudas secretas y
evidentes a permanecer en compañía de las odiadas entidades financieras
intervenidas, que hacen pagar a todos sus excesos, no quiere verse abocado a la
compañía internacional de una Merkel cada vez más sola y que se agota en la
defensa de una política que ya ni siquiera evita la recesión en su propio país.
Y dirá lo que tenga que decir para que
alguien le permita acompañarle. Aunque no se crea una sola palabra de sus propios discursos.
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