Tenía que llegar el día. Puede que
los temerosos implicados creyeran, con fe ciega, que algo o alguien les
protegería, puede que en su naturaleza occidental atlántica estuvieran
dispuestos a confiar en que la realidad se modificaría en su beneficio como nosotros
mismos hacemos en muchos ámbitos privados y públicos de nuestra vida. Pero el
día tenía que llegar.
Tenía que llegar porque el arribismo
funciona así; porque el Partido Popular -al menos sus cuadros y mandos- no ha
demostrado otra cosa que ser un inflado club de arribistas que siga las reglas
de ese viejo arte del medrar a costa de los demás. Ha llegado como llegó en
otros tiempos a otras formaciones políticas, ha llegado como siempre le llega a
los políticos españoles, empeñados en manejarse de esa manera generación tras
generación.
Tenía que llegar porque los que
piensan y funcionan así siempre guardan las armas con las que apuñalan en un
armario distinto de los cadáveres que dejan en el camino, siempre guardan las
pruebas de sus crímenes porque también son crímenes de otros, siempre esperan
que el ascenso sea individual pero que la caída sea colectiva. Porque en contra
de las sociedades y uniones basadas en la lealtad, resumidas en el mítico lema
de los bomberos neoyorquinos que hiciera famoso la película Llamaradas, no
existe un "si caes tú, caemos todos" y sí un "si caigo yo,
caeréis todos".
Así que, por propia fidelidad a su
naturaleza arribista, al club arribista al que pertenece y a la concepción
arribista del ascenso y el poder, el día en el que vieran la luz publicados en
los medios los papeles de Bárcenas sobre los sobresueldos de los cargos
del Partido Popular tenía que llegar respondiendo a esa triple visión del
arribismo como forma de vida.
Y ha llegado.
Y esperar otra cosa hubiera sido no
comprender la naturaleza misma de la organización de la política en nuestro
país.
Llega en el peor momento porque
después de hacer toda una campaña electoral -y perderla, además- en Andalucía
basada en los ERES de Griñán, en el Mercasevilla, en los contratados
irregularmente de La Junta, el que habló y peroró hasta la extenuación está en
esa lista; porque mientras, legislatura tras legislatura, se cargaba contra el
entonces casi inamovible poder primero de Bono y luego de Barreda en Castilla
La Mancha, tirando del ariete de corrupciones y corruptelas, la que elevaba su
voz supuestamente limpia y beatífica estaba en esa lista; porque aquel que
utilizaba su banco como líder de la Oposición para exigir dimisiones de
ministros de Fomento por sus supuestos manejos gallegos estaba mientras
hablaba, mientras exigía, mientras acusaba, en esa lista.
Bárcenas saca a relucir sus
cuchillos ensangrentados, guardados con esmero y premeditación en sus refugios
helvéticos, después de que Cospedal hubiera sufrido un ataque de integridad
autoinducido y se arrebolara en una investigación interna que no investigaba
nada, que no citaba a nadie y que se encargaba a una técnica contable que no
tenía -y ella lo sabía- acceso a ninguna documentación al respecto. después de
que jurara -y esta vez literalmente perjurara- que eso no existía que ella
podía asegurar "que no tenía conocimiento de esos sobresueldos". Ya
hora resulta que sí la tenía, la tenía en propias carnes.
Llega después de que, en otro
arranque de inusitado en un líder partidario, Rajoy afirmara que "cada
palo aguante su vela" y ahora resulta que su palo tiene que soportar el peso
de una vela del tamaño de un cirio pascual toledano; después de que algunos
intentarán minimizar la importancia de los sobres, los sobresueldos no
declarados y toda la cascada de veleidades financieras protagonizas por
Bárcenas en su beneficio eran algo "de otro tiempo" y ahora resulta
que todos los que están puede que ya no sean, pero todos los que son están en
esa lista, en esa prueba con la Bárcenas se auto incrimina para incriminarlos a
ellos. Se inmola para que las llamas de quema se extiendan y hagan arder las
paredes de Génova.
Pero sobre todo llega en mal
momento porque todo eso les ha pillado en el lugar en el que nunca te puede
pillar, les ha estallado en el momento en el que las leyes no escritas del
arribismo político imponen que estas cosas no deben ocurrir: en pleno ejercicio
del poder, con Gobierno en Moncloa, con mando en plaza en prácticamente todas
las comunidades autónomas.
Salda tus deudas cuando llegues al
poder -o al refinanciarlas a largo plazo- porque, si no lo haces, alguien
llegará que pretenderá cobrárselas cuando su precio sea el más alto. Eso lo tienen claro todos los que medran en la política y la usan en beneficio personal. Eso lo
sabían los emperadores romanos, los reyes feudales medievales y hasta los
dictadores de botas altas, tallas cortas y mostachos poblados. Pero el PP lo
olvido o lo quiso olvidar.
Y el Partido Popular tal vez lo
hizo, quizás consiguió borrarlo de su mente y memoria. Pero Bárcenas no.
Y ahora, cuando la solución falaz y
ciertamente indolora de apartar de militancia, de echar del partido a los
implicados, no puede ejecutarse con la misma limpieza que cuando se atraviesa
el deserto electoral de la oposición, Génova y Moncloa se ven forzadas a
reaccionar, a hacer algo.
Algo que no puede ser una negativa
rotunda porque ya la desperdiciaron en la existencia de los sobresueldos, algo
que no puede ser un contundente, frontal y radical ataque a la corrupción
porque ya lo gastaron para exponer la corrupción de otros, algo que no pueden
ser las expulsiones quirúrgicas y anestésicas de militancia y partido porque
ahora esos implicados ocupan cargos públicos, y ejercer responsabilidades -o
irresponsabilidades, según se mire- de gobierno.
Así que el PP se ha quedado sin
himnos que entonar contra Bárcenas, sin salvas que disparar contra los
sobresueldos, sin cortinas de humo que utilizar contra las donaciones
irregulares, sin arengas ni proclamas contra la corrupción.
El PP se ha quedado solo, expuesto,
en una posición desventajosa y en campo abierto contra Bárcenas.
Y encima está obligado a presentar
batalla porque ni siquiera puede retirarse, con la retaguardia cercada
por los jueces y los flancos acosados por una sociedad que no quiere perder a
sus manos lo que tanto le ha costado ganar.
Así que reaccionaran como cualquier
arribista, como cualquier sociedad basada en los principios que regulan a la
cúpula del Partido Popular. Hablarán de traiciones, de manejos de una facción u
otra, de intentos de menoscabar el poder interno de unos y de otro.
Y puede que tengan razón en todo.
Pero eso no evita que el día de Bárcenas haya llegado y todo lo que muestre sea
cierto.
Esas conspiraciones versallescas,
conjuras venecianas y manejos cortesanos son exclusivamente su problema. El que
tienen con nosotros exige otras respuestas.
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