Pasó el año
en el que según los que querían creer en el escapismo de la profecía apocalíptica
todo iba a acabar sin obligarnos a terminar con ello, sin obligarnos siquiera a
presenciar cómo se desmoronaban los pedazos.
Pasó el año
de las lluvias torrenciales. El ejercicio en el que los chaparrones de
obcecación, irresponsabilidad y soberbia de gobernantes y adláteres financieros
varios hicieron caer sobre nosotros tormentas de ajustes, tormentas combinadas
con el pedrisco doloroso de los recortes y el hiriente granizo de la pérdida de
prestaciones, lloviznas persistentes y casi imperceptibles que, como el
calabobos, casi sin darnos cuenta, erosionan derechos, se llevan de esta
sociedad la pátina de defensa del individuo y capacidad de oposición que tanto
tiempo y sangre costó edificar. Chubascos borrascosos que dibujan horizontes de
sanidades mínimas y educaciones ínfimas que apenas nos permitan conocer otra
cosa que aquello que otros necesiten que sepamos para servirles bien.
Pero, como
no acabó todo, tras ese 2012 de lluvias torrenciales, que no desembocó en el
diluvio ansiado que todo lo borrara, nos llega 2013.
Un año en el
que, de esos torrentes de agua y de soberbia o cabezonería insolidaria de nuestros
gobernantes, mezclados con los polvos -reales y ficticios- de nuestra ancestral
desidia, nuestro proverbial egoísmo y nuestro malentendido impulso individual,
nos llegan tantos lodos que no sabemos en qué barro resulta más seguro realizar
nuestros pasos.
Tenemos
tantos frentes abiertos que no tenemos manos, aperos ni herramientas para
taparlos todos, para ocultarlos todos de la vista y poder jugar al mono
sordociego que ni escucha ni mira lo que pasa en su entorno.
Nos
encontramos ante una tesitura que nunca habíamos experimentado en todos
nuestros años de occidental atlánticos. Entre pegarnos por la factura de la luz
o por los que están si casa a causa de la inmensa avaricia de nuestros financieros. Entre movernos por el aumento del IVA o del IRPF o hacerlo por la pérdida de
ayudas para los dependientes, los discapacitados o los ancianos. Entre nuestras
pensiones y el derecho de otros a ser atendidos de sus enfermedades, entre los
euros que extraen de nuestros bolsillos o aquellos que no llegan a los bolsillos
de otros, entre nuestros libros de texto y el transporte escolar de los otros,
entre nuestros sueldos de funcionarios y los pagos que cada vez llegan menos
desde el INEM a los que ya no tienen ningún sueldo, entre el aumento imposible
de nuestra cesta de la compra y la cesta vacía de los que ya no tienen nada con
lo que comprar.
Las lluvias
del pasado año 2012 nos han traído una inundación de miseria y falta de
futuro y ahora estamos metidos en tantos charcos que ya no puede servirnos
solamente sacar el pie de uno porque al ponerlo en el suelo lo colamos en otro incluso
más profundo.
Y, hasta el
cuello del agua por la soberbia y la ausencia de criterio histórico de los que
nos gobiernan, que intentan salvar lo que es insalvable y proteger aquello que
nunca debió ser protegido, aunque perteneciera a sus mejores amigos y aliados,
nos damos cuenta de que mover las manos para mantenernos a flote ya no sirve de
nada porque, con los pies atascados en tantos lodos y tantos barros que nos
impiden apoyarnos en el lecho del rio furibundo que hoy es nuestra sociedad,
mantenerse a flote es solo sinónimo de hundirse con la ola siguiente que ahora ya
es seguro que acabará llegando.
Ahora nos vemos obligados a defender nuestro futuro o el presente de otros, o nuestro presente y el futuro de los nuestros. Pero nos vemos obligados a defender algo porque nada de lo que está pasando dejara de pasar.
Ahora nos vemos obligados a defender nuestro futuro o el presente de otros, o nuestro presente y el futuro de los nuestros. Pero nos vemos obligados a defender algo porque nada de lo que está pasando dejara de pasar.
Y así nos
llega 2013, pese a que los apocalípticos, los mayas y quien sabe cuantos
perdidos santones y profetas dijeron que nunca llegaría.
Pero puede
que, después de todo, los mayas y su inacabado calendario tuvieran razón. Puede
que se haya acabado el mundo. El orbe que conocimos, la civilización que
mantenía a salvo nuestra indolente y fingida inocencia.
Puede que
haya empezado un mundo, al comenzar el año, en el que ya no podamos elegir
entre escondernos y huir porque ninguna de las dos elecciones nos devolverá esa
seguridad perdida por la cual a tanta dignidad y riesgo renunciamos.
Puede
que, de las ruinas humeantes de lo que conocíamos y de la incapacidad de poder
seguir haciendo lo que hasta ahora hicimos, haya surgido un mundo en el que ni
siquiera nos queda la posibilidad de elegir pelear o rendirnos. Porque nos han
quitado tanto y dejado tan poco que conservar aquello que tenemos y rendir nuestros
brazos ya no nos asegura nuestra siempre buscada y nunca bien entendida
supervivencia.
Puede que
los chamanes mayas, después de ver a Cortés descender del caballo, quisieran
dejarnos precisamente ese mensaje.
Bienvenidos
al primer año en la efímera historia occidental atlántica en el que solo
nos queda una elección, en el que, destruido aquel mundo que hicimos a medida
de eternas e infinitas opciones, solamente podemos optar entre dos vías:
intentar salvar lo poco que nos queda y luchar por lo nuestro o recuperar
todo aquello que ya nos han quitado y pelar por todos.
Bienvenidos
al año en el que por fin nos toca hacer lo que no hicimos ni quisimos hacer y
nos llevó hasta aquí.
Optar entre
tan solo resistir con pírricas victorias o empezar a desplegar el contraataque.
No hay comentarios:
Publicar un comentario