Aunque se corra el riesgo de
ofender a algunos de mis más apreciados amigos, hay que decir que pocas frases célebres
han aportado al sexalogía -¿se dirá así?- de La Guerra de las Galaxias al acervo
cultural mundial. Más allá de la omnipresente en bromas y chanzas varias del
asmático Darth Vader de "Luke, soy tu padre", y me quedaría con una
expresada por otro de esos malos malosos llamados Lores Sith que no pasó de un
trailer: "Nothing is strong like
fear".
Porque las elecciones en Israel y
sus resultados han demostrado precisamente: Nada es más fuerte que el miedo.
El miedo, el pánico social atroz
cultivado paciente y arteramente durante generaciones por todos los defensores
de que Sion e Israel son una misma cosa cuando en realidad nada tienen que ver
la una con la otra, es el argumento que explica todo lo que ha pasado en las
urnas israelíes, es la piedra angular en la que se asientan los resultados electorales.
El miedo que los halcones del
militarismo sionista han sembrado en la población explica que Netanyahu,
acuciado por escándalos de nepotismo, de corrupción y hasta de acoso sexual en
su gobierno y sus instituciones haya logrado ser el partido más votado. El
miedo que los locos furiosos de Hamas imponen en su población y en la israelí
para asentar las bases de su poder y de su yihadismo interpretado de forma
violenta y torticera explica porque le ha sido parcialmente rentable a
Netanyahu acudir a los comicios de la mano de un violento furioso y fascista
como es Lieberman.
El miedo a las bombas, a los
atentados, a los misiles Al Kassan y a un terrorismo inútil y sangriento que
parte de la franja de Gaza para perjuicio de la población palestina y de la de
Israel ha hecho que muchas papeletas introducidas en las urnas en Tel Aviv o
Jerusalén lleven el nombre del Likud y de Lieberman.
Pero, como suele ocurrir en estos
casos, cuando alguien tira de miedo y de pánico cerval para sus fines, los que
durante décadas llevan explotando ese miedo no se han parado a pensar en sus consecuencias
últimas, en su giro definitivo, en su reverso tenebroso -vale, lo reconozco,
ese concepto también se los debemos George Lucas y sus cansinos Jedis-.
Porque el miedo es lo que explica
también cada uno de los otros votos, de los sufragios que han castigado a
Netanyahu y su política, que han apartado a los militaristas de Sion de la
mayoría necesaria para llevar en solitario a Israel hacia el desastre que son
sus posiciones.
Porque pese a todos los muros, toda
la censura de prensa, toda la parafernalia teologal y militar que ha construido
el entramado político que defiende el sionismo como pensamiento político -que
es lo único que es, no es nada connatural a la condición de judío- los
israelíes han podido ver fuera, han podido echar una mirada más allá de los
muros de la nueva Masada y lo que han visto ha aumentado su miedo. Ha aumentado
y lo ha hecho cambiar.
Porque acostumbrados a pensar en lo
militar se han dado cuenta de que si Irán, el otro estado teocrático de la
zona, tiene la bomba, sus aviones, sus misiles y sus soldados ya no les sirven
de nada, Si han conseguido su ingenio atómico ya no están seguros.
Así que quizás ahora los que les
dan más miedo, o por lo menos tanto como los ayatolas, son Netanyahu y Lieberman,
tirando de discursos patriótico y desafiante contra Irán, amenazando con
empezar una guerra que puede borrar ciudades enteras de Israel de la faz de la
tierra -sea la prometida o no-, echando mano Mosad para matar científicos iraníes
en plana calle y a plena luz del día. Porque ahora el enemigo, que antes
solamente podía mascullar y protestar en clara inferioridad militar, sí puede
hacer daño. Mucho daño. Y eso da miedo.
Tanto que quizás sea mejor votar a
aquellos que se muestran dispuestos a solucionar el problema por otras vías en
lugar de mantenerlo enquistado para siempre, en un eterno conflicto armado de
escalada sin límites solamente para mantener la fuente de su poder y de su
influencia sobre la sociedad israelí.
Porque el miedo nunca es inocente.
E Israel sabe y está empezando a
recordar que el sionismo y la teocracia les ha llevado a esto, les ha conducido
al lugar en el que están, a la eterna guerra en la que se mueven y se ven
obligados a vivir como sociedad y como país. Porque saben que los asentamientos
son ilegales y que solamente el fanatismo religioso de los que los pueblan los
justifican, porque saben que tendrán que seguir eternamente militarizados para
proteger y defender unos puestos de avanzada ilegales, que les granjean el odio
de todo el entorno árabe y las arrugas en el entrecejo de todos sus aliados.
Porque saben que, mientras esa
política, basada en una visión mesiánica y religiosa de su país como un mito
divino, siempre serán objetivos plausibles y justificables de otros locos mesiánicos
que hacen lo mismo en Hamas o en los despachos de Teherán. Y eso da miedo,
mucho miedo.
De modo que quizás tal vez sea
mejor votar a Yesh Atid y su líder con pintas de George Clooney, una izquierda emergente que clama por una laicidad real en el
Estado de Israel -no solamente la falsamente nominal que el sionismo en el
poder predica a los cuatro vientos- que les quite a los falsamente religiosos
yihadista la excusa teocrática y que cargue exclusivamente sobre los hombros de
la población palestina la necesidad de librarse de ese yihadismo sanguinario
que les está avocando a la miseria y a la esclavitud medieval.
Y porque el miedo siempre es
egoísta.
Y muchos israelíes sin
expectativas, sin trabajo, sin futuro temen seguir estando de por vida en esas
condiciones porque su gobierno siga gastando cantidades ingentes de dinero en
mantener una escalada militar que obliga a fabricar y comprar armamento en
lugar de utilizarlo para mantener una sociedad que, como todas las que se basan
en el modelo económico occidental atlántico, comienza precisar de ser apuntalada
por todos los lados; porque contemplan con pánico el horizonte de un gobierno
que siga gastando a manos cada vez más vacías en proteger asentamientos
beligerantes, en mantener fronteras militarizadas, en elevar los muros de su
aislamiento mientras la miseria empieza a campar a sus anchas por las calles y
plazas israelíes. Y eso da miedo, un miedo atroz.
Y por tanto, quizás sea mejor
empezar a cambiar de dirección política y mirar más hacia adentro para
conservar y reparar lo que se tiene que en buscar un expansionismo onerosos,
peligroso, militar y violento que solamente es fuente de problemas eternos e
irresolubles.
El miedo, ese miedo que es más
fuerte que cualquier otra cosa, ese miedo que los halcones militaristas,
nacionalistas y teocráticos que han regido los destinos de Israel prácticamente
desde su creación -y antes y durante su creación- han acunado, amamantado,
mecido y hecho crecer en la sociedad israelí se ha vuelto parcialmente contra
ellos, les ha restado sufragios en las urnas y poder en el gobierno.
Pero ese miedo se quedará en nada
si ante el próximo ataque furioso de los locos de Hamas o ante la siguiente
amenaza o baladronada del poder falsamente teocrático de Teherán los israelíes
vuelven a recurrir a él y no descubren que sí hay algo más fuerte que el miedo,
aunque Darth comosellame se empeñe en
negarlo.
Puede que el miedo les haya llevado
a identificar parcialmente los verdaderos problemas a los que se enfrentan en
sus propias fronteras, en su propio gobierno, en su propia sociedad. Pero solamente
la justicia puede hacérselos arreglar y dejar sin argumentos a los que emplean
la misma herramienta del pánico y el miedo en el otro bando.
Y el deseo de justicia, para que
funcione, tiene que arraigar en los que se benefician de la injusticia. Solamente
así la falsa yihad y el sionismo militarista dejaran de ser temibles, solo así
los falsos seguidores de El Profeta y de Adonaí dejarán de ser poderosos.
Solamente así el miedo dejará de
ser la medida de todas las cosas en esas tierras sometidas al secular arbitrio
de un dios invisible con tres nombres.
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