lunes, junio 27, 2011

Garitano y su charla con el plumilla borroka

Estaba yo dispuesto a iniciar por primer día ese rito de ejercicios que nos coloca en el punto de vista del verano con menos tripa y más visibilidad, cuando ha pasado algo imprevisto.
El Diputado General de Guipuzcoa me ha jugado una mala pasada. Estos chicos de Bildu solamente dan problemas.
Se ha dejado entrevistar por un medio nacional -que hasta ahora no quería verles ni en pintura- y me ha obligado a posponer la pírrica recuperación de mi, durante décadas, maltrecha anatomía para dedicarme de nuevo al pensamiento y a estas endemoniadas líneas. ¡Así no hay manera de pasearse digno por las playas!
Pues bien, me he acercado a la entrevista y he encontrado dos cosas. Algo que no esperaba y algo que, aunque esperaba, no estimaba que sería tan burdo y presuntuoso. He encontrado respuestas y manipulación.
He encontrado cambiados los roles. Y eso asusta. No asusta por el rol que ha asumido el entrevistado. Asusta por el papel que ha decidido jugar el entrevistador.
De repente, el periodista se ha hecho borroka.
En su primera pregunta consigue que el Diputado General Garitano afirme cuales son los objetivos para su legislatura. Él habla de rebajar la tensión, de eliminar la pobreza y de reducir el paro -algo que podría decir cualquiera y que, seguramente, no conseguirá como cualquiera-.
Nada de peroratas sobre la dominación española, nada de eso de la ocupación y la tortura de lo que hablaban otrora. Ni siquiera nada de eso del independentismo a cualquier precio que defendían o decían defender los abertzales antaño.
Pero el periodista lo ignora. Hila muy fino, se convierte en la campanilla que eran hace unos meses los borrokas y sigue a lo suyo.
 Sigue a lo que el españolismo militante ha estado siempre. Sigue con ETA. Sigue con la violencia y el miedo -el que parece que se teme que desaparezca-.
Insiste una y otra vez y obliga a Garitano a recordarle que han firmado una declaración  -La de Guernika- en la que se rechaza la violencia -la terrorista y las otras-, que son el único partido de España en el que todos sus cargos, representantes y militantes firman una declaración en contra de la violencia como forma de acción política.
Le entrevistador se transforma en el borroka que se niega a ver la realidad de un pueblo, de una sociedad que no sigue sus criterios.
Afirma mientras pregunta, que Martín Garitano es la Izquierda Abertzale y el político elegido por su población -algo que olvida el entrevistador, que le trata en ocasiones como alguien que haya dado un golpe de estado o algo parecido-, le tiene que recordar que él y los suyos son abetzales, son de izquierdas, son soberanistas pero no son la Izquierda Abertzale.
El periodista sigue olvidando la historia y la realidad -la más reciente además-, como el Borroka olvidaba hasta hace un año que Navarra nunca había sido vasca, que Euskalherria nunca había existido y que la mitad larga de su población no hablaba euskera.
En este caso el olvido se centra en el hecho de pasar por alto que el más alto tribunal de este país ha decretado precisamente eso que Bildu no es Batasuna, que no todos los abertzales de izquierda son la Izquierda Abertzale -o sea Batasuna, para entendernos-. Que ese argumento es tan absurdo como pretender que todo el que se llame socialista tiene que ser del PSOE, por definición, y todo el que que afirme ser liberal tiene que ser militante del Partido Popular.
Pero al entrevistador no le importa la realidad. No le importa que Martín Garitano esté sentado en el despacho del Diputado General de Guipuzcoa y no en el salón de visitas de la cárcel de Herrera de la Mancha. Evita recordar que le han puesto ahí los guipuzcoanos.
No puede hacerlo porque entonces tendría que reconocer la verdad de la situación. Como la Kale Borroka olvidaba adrede que apenas nadie votaba a Batasuna porque precisamente estaba vinculada a la violencia, al crimen a la extorsión, al terrorismo y a la agitación callejera.
Y, colocado en esa situación en el que la historia y la realidad le desmienten, el periodista, transformado por arte de la magia funesta del apriorismo político en quemador de contenedores, recurre a lo único que le queda. A su percepción. Ese peculiar tamiz por el que pasamos la realidad cuando esta nos contradice.
Le exige -no es una pregunta, es una exigencia disfrazada de pregunta- que pida la disolución de ETA porque esa es la única forma en la que los otros partidos percibirían que el rechazo a la violencia es real. Y claro el amplio manto de su percepción le impide ver el sopapo ideológico y argumental que Martín Garitano le da con la mano abierta.
"Por eso no milito en esos partidos". Y la respuesta es tan clara que debería haber bastado para que el entrevistador se bajara del burro del apriorismo y la superioridad ética. Debería haber bastado para que el periodista se diera cuenta de que los votantes guipozcoanos han colocado a Martín Garitano en su despacho sin necesidad de que pida la disolución de ETA, de que las formaciones que le han apoyado lo han hecho sin necesidad de que exija la disolución de la banda.
Debería haber sido suficiente para recordarle que la democracia exige al político que se deba a sus electores, a sus votantes, no a las percepciones de la realidad impuestas por los demás partidos.
Pero no es suficiente. El nuevo borroka sigue intentando elaborar su complicada pintada españolista en la pared del despacho del Diputado General de Guipuzcoa.Y vuelve a tirar de sus percepciones, vuelve a tirar de sus creencias, de aquello que a fuerza de repetir cree que puede convertir en realidad.
Vuelve a su percepción, a su decisión contra todos y contra todo de que Bildu es Batasuna y se escuda -¿cuando un entrevistador empezó a tener necesidad de escudarse?- en que antiguos militantes de esos partidos y antiguos terroristas les han apoyado. Tira de los argumentos que los partidos a los que ha decidido hacer de portavoz esgrimen. Como si eso fuera necesario. Como si eso fuera hacer una entrevista.
A de nuevo recibe el capón más obvio para el que todo profesional debería estar preparado. El PSOE ha recibido el apoyo de condenados por secuestro y por asesinatos y eso no ha hecho que se dudara de su condición democrática; el Partido Popular y el Partido Comunista de España han tenido militantes y cargos que participaron en asesinatos masivos y no por eso se ha dudado de su compromiso democrático.
El entrevistador cae en una trampa tan obvia y predecible como lo es una pregunta con trampa. como lo es la realidad de los hechos. Como lo es la hipocresía.
Lo bueno que los borrokas tienen para aquellos que les utilizan es que no dejan que la realidad les reste fuerza, que no permiten que los hechos alteren su visión apriorística de la realidad o de lo que ellos creen que es la realidad.
Y este nuevo borroka periodístico parece ser de los mejores. Cuando todo le falla tira de otro de los elementos fundamentales que ha n alterado y que han hecho alterar la percepción de Euskadi, Lo que se dio en llamar "la socialización del sufrimiento", lo que podría llamarse la percepción del victimismo eterno y universal.
Afirma que Martín y los suyos ignoran a las víctimas por el hecho de que no se limitan a tener en cuenta solamente a las víctimas que se "deben" tener en cuenta. Puede que Martín Garitano se lo soporte, pero para mí,que he renunciado a mis abdominales y mis ligues veraniegos soñados para esto,  ya resulta excesivo.
No hay un solo partido de los llamados nacionales -paso de llamarles constitucionalistas porque tienen de eso lo mismo que el partido Baaz- que haya estado nunca con todas las víctimas de ese absurdo conflicto, de esa estúpida matanza que fueron "los años de plomo" en Euskadi.
El borroka periodístico y aquellos que están tras él pretenden que Bildu haga lo que ellos están dispuestos a hacer, lo que ellos llevan años haciendo. Piden que ignore las víctimas que la tortura, la incapacidad y la crueldad han generado en el bando del independentismo. No se trata de que Bildu no recuerde a las víctimas ocasionadas ETA y no las respete.
Se trata de que también recuerda a las generadas por unos servicios secretos inútiles -cuando lo eran., por un sistema policial represivo -cuando lo fue- y por todos los paramilitares consentidos de la transición -Leasé batallón Vasco Español, entre otros- que también muerieron y que no debieron morir.
Se trata de que nos fastidia hasta el extremo que también respete y recuerde a Lasa y Zabala, a Segundo Marey, a los borrokas muertos en la comisaria, a los que se cayeron por los barrancos.
Se trata de que cuando se respeta a todas las víctimas también se respeta a las que hemos matado nosotros, aunque sean menos, muchas menos. Y eso es algo que al españolismo supuestamente siempre democrático, siempre anti violencia le jode profundamente.
Porque ellos nunca han respetado a esas víctimas.Y Bildu dice que sí. Que lo hace con todas -es posible que no lo haga con ninguna- pero no tiene ningún problema en aceptar lo que nosotros nos negamos a aceptar. Que nosotros también hemos matado, hemos consentido que se matara y hemos apoyado a los que mataban.
Y eso no hay borroka que lo soporte. Ni siquiera fingiendo hacer una entrevista.
Agotados todos sus cócteles molotov - o casi todos, que luego tira de datos de los ciudadanos y demás miedos creados y acrecentados desde la llegada de Bildu a las instituciones- el periodista recuerda que lo es y comienza a ser su entrevista. Es interesante

Asamblearios viables y el Efecto Jovellanos

En los antiguos y nada democráticos tiempos del Despotismo Ilustrado el experto era aquel al que se volvía el rey, el gobernante en cuestión, para reclamar consejo sobre algo en lo que estaba tan perdido como en el propio gobierno. El experto proponía, creaba.
En nuestros días, la figura del experto ha cambiado. Ahora los expertos no proponen nada, no inventan nada, no ponen su experiencia y su credibilidad en juego. Se limitan a afirmar si lo que proponen los otros es viable, si lo que crean los demás es factible.
Jovellanos, Mendizabal -¡qué gran idea esa de la desamortización!- y el Marqués de La Ensenada murieron para dejar paso a los analistas. La creación -aunque despótica- fue enterrada en aras de la crítica -aunque democrática-, la siempre segura crítica.
Y, en ese orden de cosas, es inevitable que en esto de La Indignación, los expertos afloren como las setas tras una buena lluvia.
Y que todos ellos tuerzan el gesto, arruguen el entrecejo se acaricien su rasurada barbilla -que lo de la barba en los sabios ya no se estila-, se ajusten y reajusten las gafas de pasta -la gafa de pasta es sinónimo eterno de inteligencia- y digan: Bueno..., eso en concreto no parece muy viable.
Se refieren a la democracia asamblearia, por supuesto.
Ellos no dicen si es buena o es mala, si es ingenua o perversa, si es la solución o no. Simplemente dejan sus manos bien sueltecitas,sus mentes sin compromiso alguno y dicen que no parece viable.
La mejor para desprestigiar cualquier idea es decir que es buena pero no resulta viable. ¡Que se lo digan a Graham Bell, que se lo digan a Oppenheimer, ¡coño, que se lo digan a Vinton Cerf -hora de abrir corriendo la wikipedia, señores-!
Pues bien, la base de la democracia indignada es, para los expertos, poco viable. Si hay que someter todas las decisiones a la asamablea resulta imposible avanzar.
Los girondinos demostraron que es así, las comunas parisinas de un siglo y californianas de otro también lo demostraron. Eso es un hecho incuestionable. La manipulación de la realidad y de la historia no es nuestra política.
Pero ellos no tenían a Vinton Cerf, ellos no tenían servidores en China, ellos no tenían Rss ni sistemas de conexión multilínea. Vamos, resumiendo, ellos no tenían lo que tenemos nosotros.
Somos capaces de decidir quién acude a Eurovisión, a qué famoso de medio pelo le damos de comer en una isla semidesierta llena de mal rollo y cuerpos petados y siliconados. Somos capaces de decidir si queremos que la gente siga copulando en directo debajo de un edredón, pero no podemos expresar decisiones de otro tipo. ¡¿a quién quieren engañar?!, ¡Tenemos Internet!.
Así que la democracia asamblearia es posible.
Empecemos con un código digital por ciudadano. Sencillo -ya lo tenemos, se llama DNI electrónico y firma digital-, continuemos por un sistema sencillo de elaboración de leyes.
Toda ley tiene un ponente -ahora y siempre, en el Parlamento o Internet, eso no cambia- y el ponente propone la ley.
Se abre el periodo de enmiendas -seguimos con el sistema clásico-.Y allá vamos. 
Hay varios tipos de enmiendas.
- Las que proponen los partidos, que deberían ir refrendadas por sus militantes, no sólo por sus líderes y sus diputados -de nuevo el sistema de identificación digital y votación on line, en este caso de militantes-.
- Las que proponen los colectivos, que se articularían como las de los partidos -quizás con una necesidad de refrendo menor en número que las de los partidos-.
- Las que proponen los ciudadanos, que se establecen de manera parecida a esto del débito de Facebook.
Cada ciudadano puede colgar la que quiera. Si, cumplido el plazo de presentación de enmiendas, ha sido asumida por un determinado número de ciudadanos se añade a la lista de enmiendas.
Y ahora los expertos sonríen porque dicen que es un dislate. Que la gente podría votar mil veces diferentes, de forma distinta en la misma enmienda.
Ahora, en este instante, deberían girar el rostro hacia su hijo que está todo fastidiado ante la pantalla del ordenador porque su página pirata favorita no le deja bajarse un juego porque ya se ha bajado otro.
Una vez que has votado, que te has adherido a una enmienda de partido o de colectivo no puedes elaborar una particular; una vez que has elaborado una particular, no puedes sumarte a ninguna otra.
Tu responsabilidad como ciudadano es informarte y hacer tu trabajo político. Eso no depende del sistema, depende de tu inteligencia -¡que perverso sistema, es cierto, un sistema que exige responsabilidad, participación e inteligencia-.
Y las enmiendas se votan por idéntico sistema. Se rechazan aquellas que no tienen mayoría y el ponente incorpora las que sí la tienen. Y luego se vota la ley.
Se vota la ley. No el reglamento de desarrollo, no las mil pequeñas normativas de cada día. El sistema de democracia asambleario se debe fundamentar en la gradación de las normas en todos los ámbitos: el municipal, el autonómico -¿sería necesario?- y el nacional.
La asamblea puede ser posible, plausible y constante.
Leyes orgánicas, normativas generales y grandes legislaciones seguirían este camino. Los reglamentos de desarrollo y las leyes secundarias emanadas de ellas seguirían funcionando por el sistema representativo.
Pero a lo mejor el momento de la democracia virtual y de la asamblea es inviable por otros motivos.
A lo mejor es inviable porque limita a la mínima necesidad de políticos, ya que solamente los ponentes tienen un sentido en ese sistema; a lo mejor es inviable porque exige a esos pocos políticos superfuncionarios capaces y no de cargos de confianza y amigos devotos de su persona y de su supervivencia política.
A lo mejor es inviable porque obliga a los partidos a explicar las cosas a su militancia y a depender de ella para hacer sus políticas y sus oposiciones; a lo mejor no es viable porque obliga al Gobierno a gobernar siguiendo las instrucciones de los gobernados, no como el padre doliente que, pese a su gusto, tiene que legislar en contra de su ciudadanía por su propio bien o por la continuidad de un sistema que la está abocando a la desesperanza si no a la desaparición.
Pero a lo mejor el sistema es inviable no sólo por los rostros políticos conocidos y por conocer, no sólo por aquellos que se benefician del actual. A lo peor esa democracia es inviable por otros, por los que en realidad han hecho posible el sistema actual. Por nosotros mismos.
Porque es un sistema que nos exige compromiso, algo que está radicalmente en contra de nuestro individualismo indolente occidental atlántico, porque es un sistema que nos exige responsabilidad, algo que altera nuestros más ancestrales y genéticos neurotransmisores que destilan ese egoísmo que nos dice que nuestra única obligación es asegurarnos acomodo económico, vital y sexual.
Pero si eso es lo que hace inviable el sistema de la democracia asamblearia entonces no hay nada nuevo. Eso es también lo que ha matado la democracia representativa. eso es lo que nos está matando a todos. Pero yo sólo pienso. No soy un experto.
Como dice el experto, Los Indignados han gritado "El rey está desnudo". Pero ahora hay que dejar de ser Andersen para ser Jovellanos y decidir cómo y con qué se le viste.
Porque si sigue mucho tiempo desnudo morirá irremediablemente. La desnudez de ese rey enloquecido llamado democracia, llamado política y llamado sociedad es completamente incompatible con la vida, con que todos nosotros sigamos vivos. Pero eso a los expertos no les importa. No saben si es viable,
A lo peor el sistema de asamblea virtual es imposible porque no estamos dispuestos a utilizar nuestro tiempo en eso y dejar de buscar señores estupendos, contactos esporádicos, gangas inéditas y señoras explosivas en la inmensidad de la Red para dedicarlo a pensar en nuestra realidad y nuestro futuro.

Bofetón hiperrealista a los brujos del empleo

Mientras lo poco que queda y que siempre ha sido este gobierno español, o sea Rubalcaba, recorre las tierras norteñas empeñado en sus gritos al viento contra un Bildu que aún no ha hecho nada para merecerlo, el resto de ese gobierno recibe su primera lección de hiperrealismo en forma de bofetada en la cara, en forma de golpe de realidad en el mismo centro del globo ocular de una de las que, lamentablemente, ha sido los productos estrella de su última legislación.
Hay algo que ha podido hacer lo que no quisimos hacer con la Huelga General, lo que no supimos hacer con la negociación social. Hay algo que ha conseguido parar la Reforma Laboral un año después de su puesta en marcha.
Como diría el penúltimo representante español en ese pérfido desfile de friquismo musical llamado Eurovisión, es algo pequeñito. Algo que estamos acostumbrados a no tener en cuenta en nuestros presupuestos ideológicos ni en nuestros proyectos vitales.
Lo que ha tumbado y paralizado la Reforma Laboral no ha sido la acción sindical, no ha sido tribunal alguno ni experto ninguno. Ha sido algo tan nimio como la realidad.
El Gobierno renuncia a plantear uno de los pilares básicos de esta reforma laboral, una de esas ideas que parecían nuevas pero que estaban copiadas de otros -de Austria en este caso- que suponía el Fondo de Indemnización. Resumiendo que el trabajador sea el que se pague su propia indemnización por despido, detrayéndola de su propio sueldo a lo largo de los años.
Todo para que la empresa no sufra, no quede sin futuro por más veces que haga sufrir y deje sin futuro a los trabajadores que despide.
El Gobierno no encuentra mecanismos para hacerlo, no encuentra dinero para financiarlo, no descubre la fórmula que le convierta en el Hermes Trimegistro capaz de mudar el carbón en diamante y la arenisca en oro. Y eso es una parte del problema.
Pero la otra parte, la del león, es que El Gobierno y su piedra filosofal de la Reforma Laboral se han topado de bruces con la mano del hiperrealismo crítico -o sea de la crisis- que les ha despertado a bofetones del sueño de que su idea iba a transformar los despidos en empleo.
Porque las cifras y los datos -aliados seculares e infinitos de la realidad más cruda- les dicen que no es así.
Han precarizado el empleo, han facilitado el despido y lo único que han hecho es que los contratos temporales se cambiaran por contratos fijos que son ahora más precarios de lo que lo eran los temporales de antes. Y en cuento la ley ha dejado de permitir hacer ese juego de prestidigitación, todo ha quedado en nada.
Porque no se ha creado un solo puesto de trabajo por muy barato que sea destruirlo en un futuro, porque el mito de la felxibilidad se les va entre las manos con cada informe mensual del paro y con la inexistencia de una mejora en el mercado laboral.
Desde el más pequeño al más grande de los empresarios están presentando expedientes de regulación de empleo que se extienden en el tiempo. Las grandes compañías, las multinacionales, los bancos y las transnacionales, mantienen sus beneficios a costa de la reducción de gastos de personal, pero el empleo sigue sin aparecer, pero el desempleo sigue sin descender, pero la riqueza sigue sin distribuirse.
Otro de los grandes ensalmos del sistema económico liberal que mantenía nuestra sociedad falsamente en movimiento, falsamente coexionada, falsamente viva, se ha evaporado, se ha mostrado un simple juego de manos, ejecutado con una velocidad más rápida que la de la visión, es ha esfumado en el aire.
Y es que resulta muy difícil mantener los encantamientos cuando el brujo yace muerto a nuestros pies, víctima de su propia nigromancia.
Los hechizos del sistema económico neo liberal basado en los mercados ya no funcionan porque el que los sustentaba está en alguna, entre Maastich y la fallida cumbre de la pasada semana, durmiendo el Sueño de Merlín.
Por eso el Gobierno tiene que aparcar el producto estrella de su reforma laboral. Porque las cifras, la realidad, han puesto al descubierto que nos mentía, como lo hacen todos los gobiernos europeos, como lo hace el sistema económico social y financiero en el que nos movemos.
Porque cambiar contratos temporales por contratos fijos -con una indemnización por despido pírrica- no es crear ni reforzar el empleo, porque asegurar los beneficios de las empresas a cualquier precio no es una forma de crear empleo, porque la Reforma Laboral, destinada a mejorar el mercado de trabajo no lo ha hecho y en esas condiciones resulta imposible exigirle al trabajador que detraiga parte de su sueldo para resistir a un despido.
Porque nuestro Gobierno, aunque nos arroje a Bildu ante los ojos para despistarnos, sabe que esa es nuestra preocupación y que , si lo hace, pese nuestra apatía, pese a nuestra resignación y a nuestro instinto de supervivencia individual egoísta, los que le abofetearíamos seríamos nosotros no la indolora realidad.
La munición de con la que ha disparado la realidad son los mismos que eran antes. Aquellos a los que el sistema les ha robado el futuro, las espectativas, las posibilidades de estabilidad vital. La Reforma Laboral estaba hacha -según se decía- para que la crisis no nos quitara esas posibilidades futuras.
Nos hacían trabajar más para que pudiéramos tener pensión, nos arrojaban al circo romano del despido prácticamente gratuito para que los que no tenían empleo no fueran devorados en la arena por los leones del paro de larga duración, nos obligaban a contribuir con nuestra desesperanza, nuestra servidumbre y nuestra precariedad al sostenimiento de los beneficios empresariales porque eso haría que la riqueza volviese y que se distribuyera, porque eso nos haría competitivos y seríamos los gallitos del corral de los mercados.
Pero ahora,disipado el humo del ensalmo, disgregados los vapores sulfurosos del hechizo, lo que queda es la realidad. Y el encantamiento no ha surtido efecto.
Nuestro mercado laboral no es un hermoso príncipe metrosexual de rolón de ojos al que todos se rinden. Nuestra sociedad no se ha transformado en una bella princesa de ajustado Desigual y tacones infinitos.
Ambos siguen siendo el mismo sapo y la misma serpiente que siempre fueron, que siempre han sido y que siempre serán porque saben ser otra cosa.
Ahora nos queda a nosotros la ardua tarea del aprendiz de brujo. Limpiar el taller, matar a las sierpes, utilizar lo poco que han dejado para hacer algo real y encontrar la manera de adecentar el local.
Ni los grandes magos blancos del progresismo, ni los hechiceros nigrománticos del círculo neocon -o viceversa, que tanto da- lo han hecho, ni siquiera lo han intentado. Una vez más, la realidad supera a la percepción.

viernes, junio 24, 2011

La gran tara política de la sordera selectiva (uy, perdón, la negociación colectiva)

Hay enfermedades que te condenan a una existencia de soledad. Dolencias que, por su dificultad para reconocerlas y por su imposibilidad para remediarlas, te arrojan a un aislamiento y una destrucción de tus vínculos con la realidad que te hacen abominable para la sociedad en la que te mueves, que te transforman en una rémora para los que te rodean.
La sordera es una de esas enfermedades. Sobre todo cuando es selectiva y la padece un político.
Y es que los políticos de este país -y de toda Europa, por lo que se ve- están sufriendo un ataque furibundo de sordera selectiva que, a estas alturas, no sólo está haciendo temblar su afinado sentido del equilibrio, sino que nos está haciendo plantearnos a los demás seriamente la necesidad de su internamiento -no se sabe si en un centro penitenciario o en uno psiquiátrico-.
Mientras Angela Merkel -que, de repente, se ha convertido en la Canciller de todos- recorre los pasillos de Europa intentando convencer a sus colegas griegos de que apoyen un plan de ajuste en una tierra que, pese a su antigüedad y su historia, ya tiene poco o nada en lo que ajustarse, nuestro congreso se reune y, tras negarse a formar una comisión que estudie el motivo de esos gritos que escuchan constatemente en sus puertas, se tiran los cuchillos al cuello para aprobar la nueva negociación colectiva.
Han cerrado tanto los oídos para aislarse de las protestas por el Pacto por el Euro que se les han taponado definitivamente.
Ellos la aprueban por los pelos y están felices -los unos y los otros-. Unos, porque han hecho algo que era necesario, porque han hecho algo que nadie quiere y que no debe hacerse así. Los otros, porque se han opuesto a una ley por los motivos contrarios a los que aquellos que vamos a sufrir esas negociaciones colectivas nos oponemos a ella. 
Están felices porque una de las peores consecuencia de la sordera es que, como no oyes, no te das cuenta de que el silencio es falso. Sobre todo en política.
La gente se les ha subido a los leones -los del parlamento- porque aprueban medidas que cargan el peso del desmoronamiento definitivo de un sistema económico sobre aquellos que ni quieren ni se ven beneficiados por ese sistema. Se les engachado del ganazte por un Pacto por el Euro que es de nuevo la Reforma Laboral del pasado septiembre y de nuevo la impunidad financiera, económica, especulativa y empresarial de todos los días.
Y ellos, como respuesta a eso, nos ofrecen una negociación colectiva en la que solamente salen perjudicados los de siempre, los únicos que, por lo que se ve, no tienen el derecho inalienable de obtener beneficios. O sea nosotros.
En la nueva negociación colectiva, las empresas no tendrán que cumplir el convenio de su sector. Hay que se flexibles.
Podrán dejar de hacer todo aquello que les venga mal y, si los trabajadores lo exigen -por que no son flexibles ni responsables y no están comprometidos con la salvación del cadáver del sistema económico-, se acudirá a mediación.
O sea que, en definitiva, los convenios colectivos dejan de existir. Las empresas negociarán individualmente siempre que lo necesiten.
La fuerza del convenio colectivo, basada en que los trabajadores de las grandes empresas, con más posibilidad de presión dado su número, transmitían sus logros a todo el sector, desaparece en aras ¿de qué?
Nadie nos lo dice. Nadie nos dice por qué eso es bueno, por qué eso es lo que hay que hacer y por qué eso nos va a beneficiar. Nadie nos los dice porque no tiene que decirnos.
La flexibilidad es un concepto que se impone de repente y que parece que es el paradigma de la salvación de un liberalismo económico muerto y enterrado por sus propios errores, por sus propios vicios, por su propia falta de control y cordura.
La negociación colectiva se convierte en algo tan flexible como un chicle de fresa ácida, como un acróbata chino. Algo tan fléxible como los flajelos y las varas de avellano con las que otrora se impusiera disciplina a los díscolos.
Porque también se pueden hacen flexibles -al alza sin pagar más y a la baja pagando menos- los horarios en virtud de las necesidades de la empresa ¡Al cajón del recuerdo las cuarenta horas semanales!
 También se pueden flexibilizar los periodos de vacaciones en virtud siempre, claro está, de las necesidades del patrón -dado como está el patio habrá que volver a llamarles a la antigua- .
Y la cosa sigue.
Por supuesto los convenios colectivos dejan de ser referencia en los asuntos salariales. Es el convenio de empresa el que se impondrá sobre el convenio colectivo y podrá modificar a la baja cuestiones básicas como el salario, la jornada, la clasificación profesional, las formas de contratación y las medidas de conciliación.
El gobierno, los políticos que le apoyan -aunque se abstengan para desgastarle- y todos los que sufren la epidemia de sordera selectiva más virulenta desde el incendio del Reichtag, se cargan de repente varios siglos de evolución laboral. Nos vuelven a colocar en manos del empleador, del patrón.
Nos vuelven a convertir en siervos.
Porque para asegurarse de que los convenios y su negociación no se eternicen lo único que no es flexible es el tiempo necesario para su aprobación. Tienen que estar solventados en tres meses. Porque si no es así las perdidas de las empresas por las protestas sindicales y los paros laborales podrían ser irrecuperables. Así que para que la empresa no pierda, tenemos que consentir y que firmar lo que le venga bien a la empresa.
Los hombres del Germinal, los chicos de las Trade Unions, los siervos del Languedoc y los campesinos del Meresme murieron para nada.
El sistema de derechos laborales ha muerto. El fantasma del sistema económico neo liberal lo tenga en su gloria.
Y todo ¿para qué? Para que el sistema se sustente y no vaya a la ruina.
Un sistema que mantiene que la flexibilidad laboral crea empleo. Curiosa paradoja. Un sistema que ha demostrado que cuando un empresario despide a sus trabajadores, les mantiene en condiciones precarias o rebaja sus espectativas vitales y salariales puede mejorar ampliamente su rengo de beneficios, puede crear más riqueza.
Eso es cierto. Negarlo sería negar la realidad y nosotros todavía no hemos llegado a eso.
Pero el sistema cadavérico también ha demostrado que esa riqueza no se invierte, no se utiliza en ampliar la empresa, en realizar nuevas contrataciones.
El sistema ha demostrado que los beneficios de las empresas no se distribuyen justa y equitativamente con los trabajadores que los han generado.
Esa riqueza y esos beneficios quedan en manos del empresario y de sus socios financieros y capitalistas, que no han aportado sacrificio alguno a ese proceso de mejora de los rendimientos empresariales, algo que si han hecho los trabajadores, al ver como sus condiciones laborales se van al mismo limbo al que se fue la libertad del ser humano cuando se estableció la libertad de ser rico.
Así que nuestros políticos, como son incapaces de crear algo nuevo, recurren una y otra vez a los mismos mitos manidos, los mismos esfuerzos baldíos y las mismas fórmulas agotadas que han fijado los clavos en la tapa del ataúd de nuestro sistema económico y financiero.
Lo hacen en la esperanza de que la flexibilización, las medidas stajanovistas y las condiciones leoninas sirvan de nuevo para crear riqueza y de que en esta ocasión, por primera vez desde la invención del Liberalismo, allá por la vida y hacienda de John Stuart Mill, los que se quedan siempre con esa riqueza y esos beneficios acepten compartirlos.
No sólo han decido ser sordos, también han elegido ser ciegos.
Y esa sordera y esa ceguera les impiden ver cosas que han pensado otros que no son ellos. Les impide ver que el sistema tiene que cambiar radicalmente y obligar -no potenciar, no solicitar, no suplicar- sino obligar y garantizar el reparto de beneficios y la redistribución de la riqueza.
Que si se exige el esfuerzo de aceptar un recorte secular en los derechos laborales tiene que haber uno de idéntico calibre en los beneficios empresariales, financieros y económicos. Así de sencillo.
Que debe obligarse al empresario a distribuir sus beneficios con sus trabajadores de una forma real -no con una pírrica paga- y en condiciones de igualdad. 
Que deben controlarse y reducirse los réditos económicos de los socios exclusivamente financieros y de los accionistas de las empresas en beneficio de sus trabajadores.
Que, si se fuerza al trabajador a sufrir sus recortes que originan sus pérdidas, se debe forzar al empresario a hacer partícipe total al trabajador de las mejoras y los rendimientos que originan los beneficios. Que el dinero y la posesión del mismo no es sagrado.
Deben dejar de escuchar el eco de su sordera y de ver las sombras de su ceguera y no seguir respondiendo a cada aportación en este sentido que, en esas condiciones, el sistema es insostenible.
Claro que lo es. De eso se trata. De crear otro. Aunque no quieran oírlo, aunque no puedan verlo.
Desgraciadamente para muchos, para aquellos que se borraron de la Huelga General, para los que se quejaron amargamente de las manifestaciones, para aquellos que anteponen la buena vecindad a las revindicaciones, para los que no quieren que cambie el sistema porque tienen la esperanza de vivir de las rentas o de llegar a ser millonario, el tiempo y las opciones se les agotan.
Primero nos declaran la guerra con el Pacto por el Euro y ahora nos venden como siervos con la negociación colectiva. Los mercaderes de esclavos están llegando a la costa y no hay lugar donde esconderse. Ya no podemos escudarnos en la tupida foresta de nuestro egoísmo, nuestro individualismo y nuestro miedo. No hay lugar adonde huir. Ya no.  

jueves, junio 23, 2011

El tripode del miedo se escuda en los escoltas

Hay situaciones en las que resulta dificil tragar la democracia. Cuando la justicia está en contra de nuestro beneficio, cuando la realidad y la lógica nos obligan a pensar en contra nuestra, es cuando tenemos que demostrar que somos demócratas, es cuando más nos cuesta dirigir el principio democrático por excelencia.
Con Bildu cuesta, es algo difícil, que exige esfuerzo. Algo que no nos gusta en ningún ámbito de nuetras existencias occidentales atlánticas. El esfuerzo es algo de lo que huímos como de la peste.
Por eso, los partidos mal llamados nacionales y nunca nombrados como españolistas, sacan los pies del tiesto, se van por los cerros de Úbeda, buscan peligros donde no los hay, invocan fantasmas y practican las más grande deslealtad que se ha visto en este país desde que alguien, de cortas piernas y ralo bigote, inventara la frase "por el bien de España".
Han establecido un trípode perfecto para poder oponerse a ese esfuerzo democrático que les exige la irrupción política de los abertzales en el mapa vasco. Un triángulo de fuego desde el que pretenden disparar a Bildu para que no pueda escapar.
Son tres tiradores, tres frentes, tres ángulos pero un solo arma. El arma que dicen combatir y que se llenan la boca de afirmar que quieren desterrar de Euskadi.
Cinco letras, un concepto, una deslealtad: Miedo.
Empiezan con el momento glorioso de Gonzalez Pons, ese portavoz del PP de barra de bar y camisa veraniega arremangada, mesándose sus ralas canas afirmando algo tan desleal para con el Estado de Derecho como que el Tribunal Constitucional ha permitido a los proetarras acceder a las instituciones, .
Venden a aquellos a los que llamaban garantes de La Constitución cuando aprobaron la Ley de Partidos, cuando ilegalizaron Sortu, cuando defendieron la doctrina Parot, que mandaba al carajo uno de los principales derechos procesales de este país. Les venden y dicen que los tribunales no son necesarios.
Como la policia y la Guardia Civil dicen que Bildu es continuación de ETA, los tribunales tienen que hacerles caso; como el Fiscal dice lo mismo, los tribunales tienen que hacerle caso.
Puede que no lo parezca, puede que suene plausible, pero eso es lo más infame y mezquino que puede mantener alguien que se llame demócrata. Es una falacia circular que nos lleva a cambiar la democracia y la división de poderes por un estado policial en el que no existe necesidad de jucio ni de sentencia. Un país en el que las fuerzas del orden dejan de ser investigadores para ser verdugos. Vamos, lo que siempre ha añorado el Partido Popular.
Pero además es un acto de una hipocresía infinita porque ni ellos mismos se creen ese argumento.
Puesto que, si la opinión de la policía, la fiscalía y la Guardia Civil son incuestionables en todo y los jueces no pueden contradecirla so pena de transfromarse en pérfidos cómplices del crimen y el delito, entonces el PP -y perdonen la expresión- está jodido.
Porque la policía, la fiscalía y la Guiardia Civil han dicho que Frasncisco Camps es culpable de corrupción, a la cárcel. Han afirmado que Esperanza Aguirre es culpable de las escuchas ilegales, de las concesiones irregulares, a la cárcel. Porque los investigadores policiales y la ficalía anticorrupción han considerado culpables a través de sus investigaciones a políticos populares en Murcia, en Valencia, en Galicia, en Baleares y en un sinfín de ayuntamientos.
Y con ellos se encontrarían sus queridos socios en esto del españolismo tanto en Andalucía como en Extremadura, en Asturias y en todos los muncipios en los que el Partido Socialista también ha sido investigado y procesado con informes policiales de por medio por esas causas.
Si la prueba de la condición de Bildu la dan las fuerzas del orden y la fiscalía, la prueba de la corrupción de los grandes partidos -y de todos los demás- también la dan las mismas investigaciones y las mismas fuentes. Pero eso no parece ir con ellos.
Los adalides de la sociedad sin miedo vuelven a ser desleales con ella, vuelven a sembrar ese miedo, ese terror que dicen combatir. Porque lo que importa es el miedo. Nada es más fuerte que el miedo.
Y tras años sin atentados, tras muchos meses sin tiros en la nuca, sin disparos a bocajarro, tienen que alimentarlo, que hacerlo crecer, que reinventarlo.
Así que tiran de la insinuación de que todo ese dinero público que manejan los consistorios abertzales irá a parar al rearme de ETA, a la contratación de mercenarios en Libia, quizás -que ahora el mercado de las pistolas de alquiler está en auge- o de cualquier otra cosa que se les ocurra.
Y la segunda pata de este trípode de terrores nocturnos la incorporan los medios nacionales de uno u otro signo -que en esto eso da igual-. Cargan las tintas y los audios con los millones de los que dispondrá Bildu para hacer lo que quiera con ellos. Dos mil millones que podrán usar para lo que se les antoje.
Como si los presupuestos no fueran públicos, como si no pudieran controlarse.
A lo mejor es que están acostumbrados a que no sea así en los cientos de corporaciones locales y los gobiernos autónomicos que rigen otros partidos. Podemos tener todas las creencias que queramos sobre el uso que Bildu dará a los dineros públicos. No pasaran de ser un acto de adivinación, de paranoía, de fe, enfermiza y negativa, pero fe, al fin y al cabo.
Pero tenemos una absoluta certeza de los que alcaldes y presidentes autónomicos han hecho con los dineros públicos tanto en las filas del progresismo de moda como del conservadurismo de siempre.
Los malos usos que temen en Bildu como entelequia son una realidad en sus filas. Pero ellos no dan miedo, no pueden darlo. Bildu sí. Necesitan que Bildu de miedo.
Es el único arma que les queda contra la voluntad mayoritaria de los vascos. El eterno miedo del español que no entiende ni quiere entender, que no sabe ni quiere saber, lo que pasa en Euskadi.
Y por fin nos llega la tercera pata de banco de ese miedo funesto en el que basan su estrategia para enfrentarse a lo que los habitantes de Euskadi han decidido para una provincia, una capital y un centenar de municipios. Son los escoltas.
Hay que crirticar las políticas de Bildu, todas y cada una de ellas, en cada ayuntamiento, en cada junta, en donde sea.
Y la verdad es que la alcaldesa de Andoain se lo ha puesto a huevo. La señora alcaldesa, en virtud de sus atribuciones, va y decide que los escoltas de un concejal del PP supuestamente amenazado por ETA -y digo supuestamente porque yo nunca he visto la amenaza,aunque me la creo- se tienen que quedar en la puerta del consistorio esperando a su protegido.
Y claro eso demuestra todo lo que hay que demostrar. Todo lo que niega el Tribunal Constitucional, todo lo que los sufragios de los vascos niegan o ignoran.
Eso demuestra que el PP y el españolismo que vincula independentismo y ETA tienen razón.
No existe ningun motivo para quitarle la escolta a un concejal del PP y a otra del PSE -que, automaticamente se convierten en luchadores por la democracia, en virtud de un ensalmo arcano- más que facilitarle a ETA la ocasión propicia para matarles.
Es una deducción digna del Superagente 86. Es un recurso a la paranoia y el terror digno de Wes Craven.
Ana Carrere, que así se llama la alcaldesa, tiene todo el derecho a hacerlo, tiene la potestad para hacerlo y puede hacerlo.
Por eso, de repente, el Gobierno olvida que nos estamos yendo a pique, que tiene a la gente revolucionada y parada, que la Europa de los mercados y los dineros se desmorona y se pone a hacer con urgencia una ley que permita a los escoltas entrar en los consistorios.
Una ley que siga recordando el miedo permanente a todos, que recuerde que ETA existió aunque lleve dos años sin matar. Una ley que impide que los vascos -los de Andoain, en este caso- perciban que en su tierra las cosas son normales, que el miedo se ha acabado, que el independentismo no tiene nada que ver con la sangre derramada por ETA.
Carrere quizás no lo buscara, pero ha tomado la primera decisión que normaliza Euskadi en décadas.
Porque lo normal es que la Policía Municipal sea capaz de proteger a los ediles en el interior del Ayuntamiento. Eso ocurre en toda España; porque lo normal es que la actividad política no se venda ni se perciba como un riesgo vital. Eso ocurre en toda España.
Porque lo normal es que nadie -ni siquiera ETA, que nunca lo ha hecho- entre en un consistorio para descerrajar dos tiros a un concejal. Eso nunca ha ocurrido en toda España.
Y mucho debe creer doña Ana -que se ha ganado el doña- en esa normalidad cuando se pone ella misma de escudo y gararte para la normalización.
Porque, si algo ocurre, irá a la cárcel y lo sabe. Porque, si ETA mata, ella pagará por esa sangre y lo sabe.
Así que resulta que no hay que decir y que votar que se está en contra de ETA. Solamente hay que demostrar que se cree o que se sabe que la banda, que otrora fuera independentista y ahora-si es que existe aún- es otra cosa radical y criminalmente distinta, ya no forma parte de la cotidaneidad vasca.
Esa debería ser la mayor condena al terrorismo, aunque le evite a muchos el recurso a su eterno aliado del terror y la paranoia para cosechar sufragios y evitar el camino ideológico que sigue una buena parte de los vascos.
Si el PSOE y el PP no quieren una Euskadi sin terror ese es sólo su problema. Ya no es el problema de los vascos.

miércoles, junio 22, 2011

... Y se imaginen que son hombres

Hay veces que se tiene la vana esperanza de que las cosas cambien, de que el peso de la lógica se imponga. Sabemos que no va a ocurrir, pero los hay que todavía creemos que la información es eso, información y no una forma de hacer ver lo que piensa, lo que se cree, no lo que se sabe.
Por supuesto no existe desesperación cuando te das cuenta de que hace tiempo que dejó de ser así -si es que alguna vez lo fue-. Te contraría, eso sí, pero ya no te desespera.
En este mundo de fábula en el que se ha convertido el ámbito de la violencia familiar y afectiva -artera y voluntariamente rotado al de violencia de género- hoy me he levantado, me he desayunado, con una noticia que parece poner las cosas en su sitio, que parece dar el ejemplo definitivo de la nueva percepción de la realidad que se intenta imponer sobre las cifras, sobre las estadísticas.
La noticia afirma: "Las últimas estadísticas publicadas por el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) sobre violencia de género en el partido judicial de Pontevedra vienen a echar por tierra el cada vez menos extendido mito de las denuncias falsas por malos tratos. En la capital, aquellas personas procesadas por maltrato acaban siendo culpables de los hechos que se le imputan y, de hecho, el 100% de los varones que fueron juzgados acabaron por ser condenados por el juez".
Mas allá del hecho de que el comienzo de la misma es un canto a la propaganda apriorística -algo que parece que está permitido en el periodismo español, sobre todo en este asunto-, las cosas están claras. Si todos los juzgados por maltrato son declarados culpables entonces no hay denuncias falsas, no hay denuncias malintencionadas que solamente buscan los beneficios que una ley desajustada y discriminatoria concede.
Puede parecer cierto, pero no lo es. Puede parecer un silogismo perfecto, pero no lo es. Puede parecer justo, pero no lo es.
Porque leemos que se ha sentenciado a 87 hombres por malos tratos. Para que el argumento de este periodista fuera cierto ese tendría que haber sido exactamente el número de denuncias que se presentaran en el partido judicial de Pontevedra. Entonces no habría habido ni una sola denuncia falsa. Entonces la percepción del feminismo del eterno victimismo estaría, por decirlo de algún modo, ajustada a la realidad.
Pero el número de denuncias no aparece, no figura por ninguna lado. Nos cuentan cuántos y por qué, pero el número de denuncias habidas en ese partido judicial permanece en las brumas de lo desconocido.
Si fuese en otro ámbito simplemente consideraría parcialmente inútil al autor de la información. Pero estamos hablando de violencia de género, un mundo malhadado en el que las denuncias se tremolan constantemente como bandera de todo y por todo, como estandarte de luchas absurdas y de necesidades injustas.
Y curiosamente en esta noticia, justo en la que hacen falta como elemento comparativo, han desaparecido por arte de magia.
Si yo no fuera periodista, habría pensado que el dato era difícil de obtener; si no hubiera tardado cuatro minutos de reloj en conseguirlo, habría pensado que se le había pasado por alto; si no figurara en un informe público de libre acceso de los que maneja el autor de este magno ejercicio de hipocresía periodística, habría pensado simplemente que el redactor es un inútil.
Como soy periodista, he conseguido el dato del número de denuncias y estaba en un informe público, me limito a pensar que no ha querido ponerlo, que ha decidido ignorarlo.
Ergo, y por definición, que se ha preocupado de manipular más que de informar.
Porque resulta que según parece " Pontevedra es la provincia con más denuncias por violencia de género (3.595) y también en la que más aumentan, un 29,6%". Y no lo digo yo. Lo dice la memoria anual de la Fiscalía Superior de Galicia.
Así que tenemos 87 condenas para 3.595 denuncias. El mito de que las denuncias malintencionadas y sin fundamento son un mito -y valga la redundancia- acaba de desmoronarse como la integridad profesional de aquel que ha escrito la noticia.
Pero no voy a a caer en el vicio de la manipulación -ya tenemos bastante de eso-. Los 87 condenados lo fueron solamente en la capital de provincia. Pontevedra tiene otros partidos judiciales. Y el autor de la noticia lo sabe y lo incluye en su información. La suma de enjuiciamientos por maltrato es de 329 en toda la provincia.
Claro que el manipulador no incluye el número de cuantos de ellos fueron declarados culpables y cuantos inocentes, dato que también figura en el informe del CGPJ. A lo mejor porque no todos fueron declarados culpables y su mito de la inexistencia de la denuncias falsas sería contradicho por él mismo.
Así que eso nos deja con alrededor de 3.250 denuncias que están en el limbo, que han desparecido por arte de magia de las meigas pontevedresas, que han sido olvidadas o traspapeladas o retiradas por miedo.
Eso es lo que probablemente defenderán. Eso es lo que dirán las ideólogas del patriarcado perverso y maltratador para justificar la inmensa diferencia entre las denuncias y las condenas.
Pero todos sabemos que todas esas justificaciones son falsas. Todos sabemos que están condenados los que merecían ser condenados, los que podían ser condenados.
¡Claro que todos los hombes juzgados son condenados! Porque, afortunadamente, en la mayoría de los casos,  los magistrados y los fiscales solamente llevan a juicio las denuncias que tienen visos de poder ser probadas, de ser reales.
Aún aceptando un porcentaje de retirada voluntaria de denuncias verosímiles -el propio emporio feminista y el Gobierno lo sitúan en un 20 por ciento- estamos hablando de 3.000 denuncias que carecen de pruebas, que carecen del sustento jurídico suficiente para que sean llevadas a juicio.
 Estamos hablando de mas de 3.000 denuncias inverosímiles solamente en Pontevedra.
No diré falsas para que no se refugien en el concepto jurídico de denuncia falsa que implica manipulación de pruebas, intento de engaño al tribunal y la posibilidad de verificar que los hechos de los que se acusa son imposibles. Diré inverosímiles.
 Cuando la sociedad habla de denuncias falsas pone un nombre directo a una realidad. Se las puede llamar denuncias maldicientes -pero es muy rebuscado- o se les puede llamar denuncias mentirosas -pero suena pueril-, pero, en definitiva,  habla de ir a la comisaria mientras tu pareja está sentada en casa y acusarle de pegarte, de insultarte, de intentar violarte o de lo que se te venga en gana. Ni tú ni él podéis probarlo, no hay indicios ni testigos, no existe la más mínima verosimilitud. Pero sabes que puedes poner la denuncia y la pones aunque sea mentira. Eso es lo que la sociedad interpreta como denuncia falsa.
Cuando el Consejo General del Poder Judicial habla de denuncia falsa y hace estadísticas sobre ellas habla de cortarte los brazos, golpearte la cabeza contra una puerta, desgarrar la ropa y la piel y acudir con el mismo cuento.
Cuando el juicio puede probar que tu pareja estaba en el Casino de Torrelodones mientras ocurrían los supuestos hechos, cuando los peritos pueden probar que el golpe no procede de un puño humano y que el ángulo de los cortes indica que son autoinflingidos es cuando la consideran una denuncia falsa.
Si el tribunal no puede o no quiere probar que la denuncia es falsa, simplemente la archiva como errónea. Pero, no nos engañemos, no existe error posible cuando se denuncia a la propia pareja por malos tratos. Solamente puede existir falta de criterio -es decir, que lo que quien hace la denuncia considera que es maltrato no lo sea- o mala intención.
Está claro que son dos conceptos diferentes y que el que está pervirtiendo la ley -ya bastante perversa de por sí- es el primero, el social, no el segundo, el judicial.
Y todo el entramado del feminismo victimista debería por fin bajar a la realidad de la sociedad en la que viven. Tendrían que tener el suficiente coraje para empezar a pensar en contra suya, en contra de los vicios que su ideología ha desatado. Tener la valentía de dejar de usar el escudo de la falsa denuncia judicial y aceptar y refrexionar sobre las denuncias inverosímiles y malintencionadas.
Pero sabemos que no pueden hacerlo. No pueden hacerlo por interés y por fanatismo.
Por interés porque su poder, su capacidad de influencia y su supervivencia económica como asociaciones, colectivos y plataformas depende del número de denuncias, depende de la falacia de identificar número de denuncias con número de maltratadas.
Porque eso es lo que justifica sus subvenciones anuales, sus sueldos como liberadas de esos colectivos y esas asociaciones. Porque para poder vivir del maltrato tiene que haber maltrato en cantidades ingentes.
Pero, por seguir con el ejemplo pontevedrés, el año pasado no ha habido víctima mortal alguna de esa supuesta violencia machista omnipresente,  hay 329 enjuiciados de maltrato -sabemos que 87 culpables, los demás son un arcano-.
Estas cifras no justifican las constantes inversiones en el asunto, que en el caso de Galicia superan los 300 millones de euros. Para eso le damos 911.000 euros a cada una de las maltratadas y que rehaga su vida. Por que se trata de eso,¿no?
No pueden aceptar la existencia de denuncias inverosímiles y malintencionadas por su interés, pero tampoco lo pueden hacer por su fanatismo.
 Porque eso sería reconocer que la ley está mal hecha. No habría ningún problema -más que uno burocrático- si hubiera 3.595 denuncias y solo 87 culpables en Pontevedra si no existiera la Ley de Protección Integral contra la Violencia de Género. Y ellas lo saben. Las que acusaran en falso no lo harían porque no obtendrían nada.
Pero 3.250 hombres pontevedreses han podido sufrir medidas cautelares automáticas, alejamientos de sus hogares y de sus hijos automáticos, detenciones automáticas, condiciones adversas en sus divorcios automáticas -o semiautomáticas, como las armas cortas- por el hecho de estar denunciados. Y no lo han sufrido o podido sufrir no porque sus parejas o antiguas parejas sean perversas o unas arpías -que también serán algunos casos- sino porque es la ley la que sacraliza la denuncia como mecanismo de protección.
Si el feminismo recalcitrante y andrófobo reflexiona sobre esa situación se dará cuenta de que la protección de 87 personas deja desprotegidas a otras 3.250.
Descubrirá que su maravillosa idea de la discriminación positiva no es positiva para nadie. Que la sociedad no puede soportar castigar a más de 3.000 inocentes para conseguir enjuiciar a 329 posibles culpables.
Pero no pueden comprender eso. Para hacerlo tendrían que cerrar los ojos e imaginarse los rostros de  las víctimas de esa injusticia, de esa desmedida discriminación.
Tendrían que apretar mucho los párpados e imaginar que las que lo sufren son mujeres. Mientras sean hombres no les importa. Han decidido que no debe importarles.

martes, junio 21, 2011

Si sólo somos vecinos y no somos jacobinos (la arena en la maquinaria de la indignación)

Ya ha empezado. Tenía que ser así. Cuando se mueve en este occidente nuestro, presa del agotamiento, la desgana y la incapacidad de cambio, todo se pone en marcha para intentar detenerlo. Es el único momento en el que nuestra determinación en el inmovilismo nos permite hacer algo.
Y la mejor forma de intentar detener un movimiento es colocarse en medio de su marcha. Eso es lo que está comenzando a pasar con el movimiento 15-M -que no se sigan llamando indignados, ya es un pequeño síntoma-.
Para comenzar nos referimos a ellos con unas siglas que no dicen nada de lo que son ni de lo que quieren ser. La gente, los que ven los informativos, los que leen la prensa -que aún los hay- siguen llamándoles por su nombre, por su hecho definitorio, pero los medios no. Ellos mismos no.
Ya no son indignados. Son un apócope de algo que no se tiene muy claro. Bien podrían ser una atentado terrorista (11-S, 11-M), bien podrían ser una huelga general (19-S) o incluso unas elecciones generales (25-M).
Su nueva y suave nomenclatura les resta existencia, les resta movimiento. Lea ancla en una fecha y un lugar concreto como si no pudieran existir más allá de ese instante congelado y apocopado en el tiempo.
Ya no son Indignados, ya no están indignados. Podrían ser cualquier cosa. Incluso podrían no ser nada.
Pero es tiempo apocopado es solamente el primero de los granos de arena en el engranaje del movimiento que se ha comenzado a interponer en el caminar de aquellos que un día dijeron basta y que hoy lo siguen diciendo.
El segundo es evidente. Negar la mayor.
 Desacreditar lo que piden. Exigen mayor representatividad y sesudos columnistas empiezan a defender a capa y espada la democracia representativa de nuestra ley electoral; exigen mayor voz en las instituciones e ínclitas periodistas, que otrora se dijeron demócratas, afirman que la democracia asamblearia es un dislate.
Y así con el sistema financiero, el de financiación de los partidos, el de gobierno local y todo lo que Los Indignados quieren cambiar. Todo con muy buen rollo, eso sí. Sin insultar, achacando la imposibilidad a la ingenuidad, a la falta de preparación política y social del movimiento. Sin ninguna acritud, como diría el bueno de Alfonso Guerra en sus tiempos.
Nadie dice por qué la democracia asamblearia es un dislate; nadie explica el motivo por el cual es imposible controlar los beneficios empresariales o permitir a los bancos asumir sus riesgos y sus fallos, o crear un sistema electoral en que un ciudadano elija hasta el último de los diputados con nombre y apellidos; nadie hace ver cual es la falla estructural de la autofinanciación de partidos y sindicatos y del control total de su dinero.
Sencillamente no puede hacerse. El sistema no lo permite.
Y es ahí cuando los granitos de arena se convierten en rocas que bloquean el camino de Los Indignados. Es en ese punto cuando se colocan en medio de la carretera toda suerte de obstáculos que impidan a los que protestan, a los que quieren cambiar las cosas, a los que han llegado al punto en el que la desesperanza se transforma en cólera, ver la auténtica verdad.
Es en ese instante cuando los que no quieren cambiar sueltan los árboles que nos impiden ver el bosque.
Es ahí cuando los indignados caen en la trampa y pierden el foco. Es justo en ese momento cuando el sistema desaparece, se esconde, se vuelve invisible y aparecen los rostros, las dianas, los cabezas de turco.
Los medios vinculan el malestar a la corrupción, a las diferencias sociales, al nepotismo y Los Indignados tropiezan sin darse cuenta, cegados por su absolutamente lógico enfado, en la gran roca que ponen ante ellos en forma de lista de culpables.
Y comienzan a pedir a gritos por las calles de Valencia que Camps y los suyos acaben en la cárcel de Picasent, y le piden a Rita que "enseñe la carita". Y aquellos que quieren pararles, que les temen, que quieren que su indignación quede en el mismo agua de borrajas en el que han convertido, con el correr de los años, la democracia, ven como sus árboles comienzan a ocultar el bosque.
Porque ni Camps, ni Aguirre, ni Chaves, ni Jaume Matas, ni los chicos de los ere andaluces, ni Fabra, ni los alcalde marbellíes, ni los ideólogos de Mercasevilla, ni los convergentes del Caso Liceo ni ninguno de los ladrones, corruptos, malversadores y prevaricadores que pueblan nuestra geografía política son la causa del problema. Ellos, en todo caso, son la consecuencia.
Pero el movimiento pierde foco y se centra en ellos, se centra en la corrupción como un mal en sí mismo, se centra en la presencia de los imputados en las listas electorales, se obsesiona con la necesidad de sacar a todos ellos de la escena política.
Y ese no es el objetivo. No puede serlo. Ese es el enemigo fácil que han puesto delante de nuestro rostro pero sabemos que el enemigo, que el verdadero pilar en el que se fundamenta la situación actual no tiene nada que ver con ellos.
No tiene nada que ver con que Emilio Botín y su familia eludan impuestos en bancos suizos; no tiene nada que ver con que los consejeros delegados de empresas que declaran pérdidas cobren primas millonarias en virtud de unos beneficios que no han logrado; no tiene nada que ver con que las juntas de accionistas de los bancos repartan dividendos entre 256 personas, después de haber recibido miles de millones del dinero de todos para cubrir sus agujeros financieros y de gestión.
Los trajes de Camps no han generado cinco millones de parados sin esperanza, los falsos ere andaluces no han generado la ruina hipotecaria para un millón y medio de familias en España, los trapicheos de Aguirre no han hecho que la preparación universitaria y profesional sea papel mojado y no se refleja en las nóminas a fin de mes -de los que llegan a tenerlas-.
Aunque todos ellos acaben en la cárcel -que en donde deben estar- la cosa no se arreglaría, el asunto no iría mejor. Todos ellos no han estropeado el sistema. es el sistema el que ha permitido que ellos se estropeen.
Los Indignados  no pueden olvidar eso. No deberían hacerlo.
Su objetivo tiene que ser el cambio del sistema. De ese sistema que no permite la democracia asamblearia, de ese sistema que no acepta las listas abiertas, de ese sistema que no posibilita el reparto justo de los beneficios empresariales, de ese sistema que posibilita que los riesgos financieros de unos pocos los asuma toda una sociedad, de ese sistema que deja a las empresas despedir a más gente como forma de que persistan los beneficios de una empresa que no está obligada a crear ningún puesto de trabajo con esos réditos.
No pueden caer en la trampa de pedir la cabeza de los que se benefician con el nepotismo, la corrupción, el despotismo y la intransigencia de un sistema que les permite hacer todo eso y no exigir directamente la cabeza del sistema en una bandeja de plata. Eso sería tan absurdo como si los jacobinos hubieran matado al rey de Francia sin convocar los Estados Generales. Como que hubiéramos hecho La Transición sin derogar el Fuero de Los Españoles.
Es es sistema financiero, económico, político y social lo que falla. Los demás son sólo las consecuencias de ese fallo. Son solamente las rémoras que se siguen adhiriendo a las carnes de un escualo sin dientes que se pudre mientras navega por el océano.
Si caen en la trampa de personalizar sus protestas más allá de la mera ejemplificación no podrán hacer lo que tiene que hacerse. Lo que quieren hacer.
Los Griegos han tirado a su gobierno criticando la esencia misma del sistema monetario de su país, el euro y su participación en él, no han tirado de corrupciones y corruptelas. Se han limitado a decir una y otra vez que el sistema no funciona y no aceptar que aquellos que dicen representarles se mantengan en el. Su enemigo es el sistema monetario europeo, no los que se llenan los bolsillos. Ese ha sido su objetivo y, con razón o sin ella, están a punto de lograrlo.
Los Islandeses  han procesado a su gobierno por la crisis no porque les caiga mal el primer ministro o porque sea un corrupto. Simplemente lo han exigido y lo han logrado porque han puesto en duda el sistema de su país -en este caso el de responsabilidad política-  y no a una persona determinada.
Ellos han luchado por cambiar eso, por no rescatar a los bancos de sus propios errores y no han parado hasta conseguirlo. Cuanta gente acabe en la cárcel por eso no era su prioridad. No gritaban contra nadie, cambiaban el sistema.
Pero también es cierto que esos países y otros muchos han podido hacerlo parcialmente porque sus gobiernos no tienen un tercer grano de arena que arrojar en el engranaje del cambio del sistema que si tienen nuestros fatuos gobiernos españoles -sea cual sea su signo-. 
El resto de los países que se anda peleando con el sistema internacional no tiene el principal escollo para el cambio del que ya se están aprovechando los que temen el cambio. No nos tienen a nosotros.
Nosotros, los españoles occidentales atlánticos, somos el principal saco de graba que los defensores del sistema arcano del liberalismo moderno democrático representativo están empezando a arrojar en el mecanismo -no muy bien engrasado todavía, todo hay que decirlo-  del movimiento de Los Indignados.
Los estudiantes sin futuro y los parados sin presente griegos han hecho arder el Ágora -casi figuradamente-, han hecho correr a su policía y temblar a sus políticos, apoyados por millares -en ocasiones, millones- de personas que dejaron sus partidos del Paok o del Panathinaikos, sus casas y sus puestos de trabajo para clamar por una solución.
Los portugueses con trabajos y con negocios los abandonaron y los cerraron para acudir a las manifestaciones que deseaban y exigían el cambio; los franceses que se encontraron sin gasolina en las huelgas de varios meses de sus sindicatos, se bajaron del coche, cargaron contra Sarkozy y apoyaron la huelga; los islandeses se negaron a volver a la comodidad de sus casas - y eso es un mérito innegable en un país con una temperatura media de cinco grados centígrados- hasta que los bancos quebraran y los políticos fueran responsables.
Pero los que medran con el sistema nos tienen a nosotros para que eso no ocurra. A la gran clase media española que siempre está dispuesta a no recordar que es precisamente eso, clase media.
Esa inmensa masa social que prefiere no recordar que, aunque tiene trabajo, puede dejar de tenerlo mañana; no recordar que aquellos que protestan son iguales que ellos, tienen los mismos problemas que ellos. Y nosotros, nuestros miedos y nuestras mediocridades engrandecidas, seremos el mitológico Scyla que utilizaran nuestros políticos contra Los Indignados.
Porque, cuando nos vemos en la obligación de ofrecer una respuesta colectiva, estamos acostumbrados a hacer la guerra por nuestra cuenta; porque, de tanto mirarnos el ombligo de las esperanzas y desesperanzas propias e individuales, hemos perdido la capacidad de tener una visión global de las desesperaciones comunes y ajenas.
Porque, cuando deberíamos ser actores, nos empeñamos en ser audiencia, que es más cómodo y menos arriesgado; porque, cuando tendríamos que ser activistas, nos conformamos con ser opinadores; porque, cuando es menester reivindicar como trabajadores, insistimos en sentirnos sólo profesionales; porque, cuando  se impone la exigencia, nos limitamos a la súplica y la petición.
 Porque cuando toca ser ciudadanía, nos empeñamos en ser feligresía. Porque cuando se requiere que seamos una sociedad, no nos sale otra cosa que ser un vecindario.
Y ese es el arma arrojadiza más poderosa que utilizaran los garantes de un sistema muerto que no puede ser enterrado por sus propias necesidades personales para intentar a los sepultureros que saben que es preciso darle sepultura para crear algo nuevo.
Nuestras quejas por el ruido, por la suciedad, por la dificultad de paso, por todas las pequeñas molestias que se nos hacen grandes porque no estamos implicados ni queremos estarlo en una indignación que compartimos pero de cuyos riesgos no queremos ser partícipes. Todos esos elementos son nuestra pírrica aportación a un movimiento que dice, piensa y hace lo que nosotros, aún necesitándolo desde hace mucho años, no nos hemos atrevido a hacer.
Hemos perdido tanto el concepto de la supervivencia colectiva que exigimos silencio a los que han de gritar, que pedimos limpieza a los que tienen que ensuciar, que clamamos por la paz y la tranquilidad cuando la situación no nos debería imponer otra cosa que cólera e indignación.
Mientras nosotros sigamos siendo los vecinos respetables y ellos los perroflautas, seremos la principal piedra que el sistema que ha de ser cambiado utilice contra los únicos que han sido capaces en los últimos años de defender nuestra dignidad más allá de su riesgo.
Así que el cambio del sistema -esa necesidad tan obvia que todos se empeñan en ocultar- no pasa por las manos, de los políticos, de los filósofos, de los pensadores, de los economistas ni de los gobiernos. No está en la mano de los partidos políticos, por más guiños de twiter que les hagan a Los Indignados; no está en manos del rey ni de sus discursos, ni del parlamento, ni de las instituciones europeas y el Pacto por el Euro.
El cambio del sistema, que tiene que ser el verdadero objetivo, el frondoso bosque que hay que desbrozar más allá de los árboles que nos plantan delante para que no lo percibamos, ni siquiera está en manos de Los Indignados y su movimiento que sacude las calles y plazas europeas.
Alguien me dijo anoche que un gobierno y un estado puedo soportar indefinidamente que los perro flautas se desmanden e incluso sean algo violentos, pero no puede lidiar ni unos pocos días con que el conjunto de las clases medias adopten la misma actitud.
Y está en lo cierto. Así que, a despecho de nuestra incomodidad y de nuestra maestría en la elusión de responsabilidades, el cambio del sistema que nos hunde con él está en nuestras manos. Depende de nosotros, ¿a que jode?

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